sábado, 20 de diciembre de 2025

¿POR QUÉ LA MÚSICA ACTUAL NO SOBREVIVIRÁ AL CONTRARIO QUE LA MÚSICA DE ÉPOCAS ANTERIORES?

Mario de las Heras

El Debate, 14/12/2025

Hay canciones de grupos y artistas que ocuparon los nuevos números uno de las plataformas, alcanzando cifras desorbitadas que apenas unos pocos años después ya nadie recuerda

Hace cuarenta años surgieron grupos míticos como U2, Depeche Mode, Simple Minds, Guns N' Roses, New Order, OMD, R.E.M., The Cure, The Smiths, Metallica o Tears for Fears, por solo citar algunos.

En España aparecieron bandas como Radio Futura, Los Secretos, Ilegales, Héroes del Silencio, Alaska y los Pegamoides (y Dinarama), Gabinete Caligari, Hombres G, Duncan Dhu, Golpes bajos...

Todos ellos, tanto los del primer párrafo como los del segundo, se siguen escuchando y siguen gustando en 2025. Algunos de ellos siguen en activo y siguen girando en loor de multitudes cuatro décadas después y desde mucho antes.

Otros se han vuelto a reunir en conciertos o giras puntuales que han batido récords de asistencia, con decenas de miles de personas en cada cita coreando sus canciones muchos años después.

Hay una suerte de legado que ha pasado de generación en generación. Es como el fuego olímpico que nunca se extingue y pasa de una mano a otra en el gran momento y el resto del tiempo permanece latente y vivo.

Pero ¿qué pasará dentro de otros cuarenta años, no con estos grupos, sino con los de hoy? ¿Continuará encendida su llama? ¿Seguirán sonando y seguirán llenando Bad Bunny, Rosalía, Dua Lipa o The Weeknd? Hay indicios de que, aunque la lógica apunta que sí, la realidad será que no.

Hay canciones de grupos y artistas que ocuparon los nuevos números uno de las plataformas, alcanzando cifras desorbitadas que apenas unos pocos años después ya nadie recuerda. Basta con hacer una búsqueda de los mayores éxitos de cada año para encontrar una respuesta contundente.

Por ejemplo, el gran «hit» mundial de 2017 fue Despacito de Luis Fonsi y Daddy Yankee, la canción que rompió las listas y las discotecas y los bares y hoy ya es poco más (para algunos poco menos) que una canción del verano. El rapero Drake fue el más escuchado en 2018. En 2019 Shawn Mendes, Billie Eilish, Rosalía y otra vez Daddy Yankee. ¿Se recordará a Drake o a Shawn Mendes como a Eminem o a Bryan Adams?

A partir de 2020 empezó el reinado (como el del príncipe Juan de Robin Hood) de Bad Bunny y similares como Rauw Alejandro, con otros destacados como Harry Styles, Olivia Rodrigo o Miley Cyrus. Otros artistas de reguetón, como Karol G o el mismo Bad Bunny llenaron y llenan estadios.

Pero las canciones no resisten, como si fueran de cartón o de cera. El repertorio de la mismísima Rosalía, con su fantástico Lux de actualidad, ya no aguanta. El fondo de armario de los artistas modernos más famosos y más exitosos se muestra anticuado cuando sale al escenario después de su efímero tiempo de actualidad.

Lo que no ocurre con los artistas modernos y más famosos de hace cuarenta años, cuyas canciones resuenan hoy como si fueran de hierro, de acero, de oro o de piedra preciosa. ¿Se escuchará Tití me preguntó de Bad Bunny dentro de cuatro décadas con emoción similar a cómo se escucha Boys Don't Cry de The Cure, publicada en 1979?

La pregunta parece el chiste de una realidad imparable por los nuevos usos y costumbres, la nueva (sub) cultura musical de las canciones de usar y tirar donde nada permanece, donde nada puede ser clásico (porque no se quiere) y solo puede ser actual, pasajero.

Donde nada se hace (se compone) para perdurar, sino para entretener los escasos segundos que le concede TikTok, por ejemplo, a una canción entre tontería y tontería. Viral, que no falte, eso sí.


GRUTA 77, EL GARITO DE CARABANCHEL QUE CUMPLE 25 AÑOS COMO TEMPLO DEL ROCK UNDERGROUND

Abraham Rivera

El Confidencial, 14/12/2025

Desde su atalaya, Gruta 77 se ha convertido en una de las grandes salas de conciertos de nuestro país, apoyando a las escenas locales y los mejores grupos del planeta de estilos como el surf, el rockabilly, el ska o el punk



Con 25 años de actividad ininterrumpida, Gruta 77 sigue siendo una rara avis en la noche madrileña. Una sala de conciertos única en su especie que, desde que abrió, solo ha hecho una cosa: ofrecer algunos de los mejores directos de los diferentes estilos que ha ayudado a difundir y consolidar. Un proyecto que, además, tiene como objetivo sostener las variadas y heterogéneas escenas del rock que circulan por Madrid.

Al frente está el Indio, 56 años, músico, programador, pinchadiscos y, sobre todo, militante del rock and roll. "Gruta 77 es una sala muy peculiar", destaca el madrileño, primero criado en Chamberí y desde hace un tiempo en Carabanchel, donde se ubica el Gruta, en la zona de Oporto. "Es una sala que programa por sí misma. Aunque somos promotora, y ocasionalmente programamos en otras salas de Madrid también. En todo caso, nos hemos dedicado a los estilos del rock and roll más olvidados y más de tribu urbana, rockera, digamos".

Esa elección, como le gusta decir, tiene un precio. "Es una escena muy minoritaria. Y según pasa el tiempo, más minoritaria, porque no se regenera a nivel de edad", admite, a pesar de que también insiste en que marca el carácter. "Es una sala que jamás ha estado de moda, ni va a estarlo, pero que tiene un público fiel, estable, posiblemente de los más estables de la escena madrileña. Porque en muy pocos sitios se programa lo que nosotros programamos". Veinticinco años después, Gruta 77 sigue siendo eso: una sala que no se ha rendido ni a las inercias del negocio ni a la comodidad del calendario.

De la hostelería al templo del rock underground

El origen del Gruta está ligado a la biografía del propio Indio. "Yo vengo laboralmente del mundo de la hostelería y también del mundo del rock and roll, siempre compaginando ambas cosas", recuerda de unos inicios que sitúa en los noventa, cuando tocó en bandas como El Enjambre o Tarzán, y desde ese doble pie —barra y escenario— fue conociendo la escena madrileña, las carencias, las giras que no pasaban por la ciudad...

"Siempre quisimos, en Madrid, montar una sala de conciertos", cuenta. El detonante, en todo caso, llegó por casualidad. Un grupo inversor, procedente del sector inmobiliario, pensó que podía ser una buena idea invertir "en juventud". El Indio actuó como persona en la escena, como un agente dinamizador cuyo principal interés estaba en el movimiento de grupos. También en la necesidad no solo de salas, sino de locales de ensayo. De ahí nace un proyecto de locales, y ahí aprovecha para desarrollar la idea que finalmente se establecerá como la mejor y definitiva. "En ese proyecto, junto a las salas de ensayo, evidentemente meto la sala de conciertos. Y así es como empieza todo".

El contexto tampoco va a ser sencillo. A finales de los noventa, muchas giras underground internacionales se saltaban Madrid, no tanto por falta de espacios, como por una ausencia de promotoras dispuestas a arriesgar. "No había promotores que compraran esos conciertos", comenta. El Gruta 77 cubrió ese hueco. Los inicios, sin embargo, fueron sorprendentemente fluidos. El Indio ya conocía a buena parte de las promotoras afines y a muchas bandas nacionales. “En verdad resultó bastante sencillo, porque las promotoras más cercanas ideológicamente a los estilos de rock and roll que queríamos trabajar ya las conocía y luego tenía contacto directo con muchas bandas a nivel nacional”, cuenta. Lo internacional llegó de la mano de esas promotoras, y el objetivo quedó claro desde el principio: “La intención era, en cuanto pudiéramos, programar los siete días de la semana. Eso nos costó menos de un año”.

Desde ese momento, la sala se propuso demostrar que en Madrid podía existir una escena sostenible de conciertos a diario, con una lógica muy clara. "Entre semana igual perdías algo, o simplemente cubrías, pero los beneficios de los fines de semana eran suficientemente amplios como para sostener esas pérdidas", comenta.

Una sala para las tribus del rock

La programación del Gruta 77 se entiende casi como un mapa cronológico de la historia del rock. Arranca en los años 50, con el rock and roll de raíz, el rockabilly y el swing. Sigue con los 60: "Bandas de garaje, bandas de beat, bandas de rocksteady jamaicano, de soul. La música surf de los 60". Y continúa con los 70, el punk rock de primera generación, los inicios del hardcore, el rhythm and blues, el country.

Ese trabajo sobre escenas minoritarias ha permitido que, pese al aforo de 300 personas, el Gruta 77 haya sido capaz de acoger a referentes de casi todos esos estilos. "Al tratar estas músicas minoritarias, a pesar de nuestra capacidad, hemos podido tener a las principales figuras de cada uno de esos géneros. Da igual que fueran japoneses, australianos, americanos, suecos", resume de una forma de trabajar que les ha convertido en los más auténticos de Madrid, haciéndose un hueco por derecho propio entre las mejores salas de España por ese trato cercano y único que irradian.

Por estilos, el Indio va desgranando recuerdos. En los sonidos de los 50, poder haber tenido a Sleepy LaBeef o Robert Gordon, o a la gran banda de neo swing de la costa oeste, Royal Crown Revue. En el surf, un hito absoluto: "Hemos tenido al rey de la música surf, a Dick Dale, en tres ocasiones antes de que falleciera. Ahora trabajamos con su hijo". Y la referencia obligada: Los Coronas, "una de las mejores bandas de surf a nivel mundial", que utilizaron Gruta 77 como su casa durante años.

En el power pop, nombres como Paul Collins o The Zeros. En el punk del 77, no se queda corto al afirmar: “Te puedo decir que por aquí han pasado todos”. Por ejemplo, todos los miembros de Ramones que han seguido activos han desfilado por el Gruta; también Glen Matlock, bajista original de Sex Pistols, y bandas británicas como Stiff Little Fingers, que volvieron a tocar en una sala pequeña después de muchos años.

En el terreno del ska y las músicas jamaicanas, la nómina es impresionante: "Laurel Aitken, Derrick Morgan, Rico Rodríguez, The Slackers, The Selecter, Bad Manners". "Yo creo que todas las mejores bandas internacionales del estilo, exceptuando Madness, que no caben, las hemos tenido en Gruta". El hardcore también ha tenido su espacio, con bandas como Poison Idea o nombres clave de la escena de Nueva York, Washington o Boston. "En el nivel de hardcore yo creo que todos los grandes han estado en el Gruta antes o después".

Madrid, Carabanchel y las bandas que sostienen la escena

Si la dimensión internacional es importante, la madrileña es esencial. "Para nosotros el rock de Madrid es fundamental y cuidar la escena madrileña ha sido nuestro mayor empeño", explica el Indio, que incide como el espacio también trata de ayudar a que las bandas se profesionalicen, además de asumir que no todas llegarán lejos, aunque tengan talento.

Recuerda grupos que pasaron por el Gruta en sus primeras etapas y luego tuvieron carreras enormes, como Pereza o Sidecars. Y menciona otros proyectos que, a su juicio, merecían más suerte: Dwomo, La Vaca Azul, Sobrinus, Le Punk. "Hubo una quinta muy interesante de bandas haciendo cosas distintas que no llegaron y por calidad deberían haberlo conseguido".

Sin embargo, por encima de todo, reivindica a las bandas veteranas, formadas por músicos de más de 50 años: “Son bandas a las que hay que apoyar y además forman parte del público que viene a los conciertos luego”. Nombres como Macarrones o Rojo Omega, que se acercan o superan los 25 años de trayectoria, siguen sacando discos, componiendo, girando por pequeñas salas del Estado sin haber tocado jamás fuera de España. “Esas bandas son parte de nosotros. Igual que no nos hemos cansado de programar, ellos no se han cansado de tocar”.

La conexión con la red de locales de ensayo de Carabanchel también les hace un espacio diferente. En las tres plantas superiores del Gruta 77 ensayan grupos que, periódicamente, bajan al escenario de la sala. "Carabanchel es el distrito de España con más músicos ensayando: cerca de 3.000 músicos semanales ensayan allí". Nueve locales legalizados, hermanados y asociados, que nutren y alimentan la escena.

A nivel asociativo, Gruta es socia fundadora de Carabanchel Distrito Cultural, que agrupa iniciativas artísticas, vecinales y culturales. El objetivo: visibilizar el potencial del barrio y presionar para que las instituciones protejan los espacios culturales frente a la especulación.

Diciembre, Ramones y un fin de año muy Gruta

El presente de la sala pasa por ser realistas, sin dejar de ser combativos a su manera. "Las costumbres de los madrileños se han aburguesado", reflexiona mientras recuerda como aquel logro inicial, tener abierta la sala todos los días, hoy se ha quedado en una media de tres conciertos semanales, una cifra difícil de aumentar con la situación del sector. Su diagnóstico sobre la supuesta "moda" de la música en directo resulta ilustrativa y tajante: “La gente cree que la música en directo está de moda y es una mentira enorme. Lo que está de moda es ir a festivales de música. Las cosas que se hacen en un festival de música no son las cosas que se hacen en una sala de conciertos”, detalla, a la vez que desgrana la diferencia. "En una sala de conciertos la gente está en silencio, escuchando las bandas, aplaudiéndolas, interesándose por ellas, comprándoles los discos, charlando con los músicos… eso se está perdiendo".

Pese a todo, diciembre mantiene la esencia del Gruta 77. Entre las fechas destacadas de este final de año, el Indio subraya dos hitos. El Especial Anual Ramones, una tradición invencible: "Es una fiesta que llevamos haciendo todos los años desde que abrimos, 30 de diciembre seguidos. A los que acude gente de toda Europa. Es una noche de fans de los Ramones, escuchando a los Ramones todos juntos”.

El otro es la Nochevieja en modo aperitivo. "Lo que hacemos es conciertos a la hora del mediodía. Hacemos un aperitivo desde las dos de la tarde, cuando la gente se escapa del trabajo. Siempre en clave de humor, con bandas muy divertidas", señala. Este año, el cartel lo forman El Señor que Te Molesta y Artemio Nebraska, fieles al tono festivo del Gruta.

Por último, pero no menos representativo de lo que es la actitud y el buen hacer del Gruta, el Indio comenta que después de cada concierto, la cabina queda en sus manos. "Creo que serán 6.500 pinchadas o así", apunta. Todo en analógico: vinilo y CD. "Cada concierto en Gruta es como que está el after party garantizado. Que cuando terminen los conciertos, se pidan otra cerveza y abran las orejas". En 25 años, Gruta 77 no ha cambiado de rumbo. Ha cambiado, más bien, de generación. Y sigue, en Carabanchel, como un recordatorio incómodo de que aún existe otra manera de entender la música en directo.


RAUL MALO, EL CANTANTE POR EXCELENCIA

Miquel Botella Armengou

Ciudad Criolla, 10/12/2025

Dos días después de que algunos de sus amigos y compañeros le rindieran homenaje en un doble concierto en el Ryman Auditorium de Nashville, el líder y vocalista de The Mavericks nos abandonó. Por eso se merece que lo recordemos en su faceta como solista al margen del grupo que lo vio triunfar.

Si hay una banda que ha resultado incómoda para la industria de Nashville, es sin duda The Mavericks: ya les costó tragar que un combo de Miami liderado por un cubano hiciera country, pero aún les fastidió más cuando se liaron la manta a la cabeza y se alejaron de la ortodoxia para moverse entre el pop sofisticado y los acentos latinos,

Entre finales de los noventa y principios de los dos mil, con The Mavericks en dique seco tras su disolución —breve, porque volverían con nueva formación y un nuevo sello en 2003 con The Mavericks—, Raul Malo (1965-2025) trampeó una carrera en solitario entre la exploración de sus raíces cubanas (sobre todo, junto a Los Super Seven) y acercamientos al AOR. 

Su debut fue el maravilloso Today (2001), coproducido con Steve Berlin (saxo de Los Lobos), con once canciones escritas por el cantante —cuatro en castellano— y un cover de Takes Two to Tango —tema popularizado por, entre otros, Louis Armstrong— que interpretaba a dúo con Shelby Lynne. Envuelto en cuerdas, metales y percusiones, el álbum rezumaba sabor latino.

En 2004 brilló la sorpresa con la publicación del muy apreciable The Nashville Acoustic Sessions, firmado junto con Pat Flynn, Rob Ickes y Dave Pomeroy. Decir que Raul tenía una gran voz no es descubrir ningún secreto, ni tampoco constatar que su versatilidad como intérprete podía quedar limitada en el formato de los Mavericks.

Por eso, un experimento como el que recogía este disco resultaba de lo más interesante: enfrentar al vocalista con un repertorio de versiones, respaldado por una banda acústica integrada por Flynn (guitarra, mandolina, bouzouki), Ickes (dobro y slide guitar), Pomeroy (contrabajo) y Lenny Castro (percusión).

Con este eficaz pero escueto colchón acústico, adaptaba clásicos del folk (Early Morning Rain de Gordon Lightfoot), el country (Weary Blues From Waiting de Hank Williams y Hot Burrito #1 de Gram Parsons), el bluegrass (The Great Atomic Power y When I Stop Dreaming de los Louvin Brothers) y el rock’n’roll (Blue Bayou de Roy Orbison).

No faltaban estándares del repertorio crooner como el Moon River de Henry Mancini y (I Love You) For Sentimental Reasons. Y, además, llevaba a la sonoridad del country-blues el You’re Gonna Make Me Lonesome When You Go de Bob Dylan y el Bright Side Of The Road de Van Morrison, en una brillante relectura. 

Después publicaría el más discutible You’re Only Lonely (2006), también una colección de versiones, en este caso de Willie Nelson, Randy Newman, Bee Gees y JD Souther, entre otros. “Siempre he sentido que una buena canción puede ser interpretada de muchas maneras”, aseguraba. Pero, desde que empezó, quiso grabar un disco de sonido big band.

Con su cuarto álbum como solista, After Hours (2007), se quitó esa espina. Aquí el repertorio incluía canciones popularizadas por Elvis Presley, Hank Williams, Kris Kristofferson, Dwight Yoakam, Roger Miller, Buck Owens o Jim Reeves, barnizadas con un marcado matiz jazzístico.

Con solo cuatro músicos y el protagonismo de saxo, clarinete y piano, el cantante de voz portentosa flirteaba con el jazz de coctelería elegante, con apasionadas baladas crooner y swing sensual. 

Entre las adaptaciones, destacaban tres: For The Good Times (Kristofferson), Pocket Of A Clown (Yoakam) y un Cold Cold Heart (Williams) a ritmo de jump blues, como si la interpretara Louis Prima. After Hours era un ejercicio de exquisito lounge, y confirmaba a Malo como un superdotado intérprete capaz de adaptarse a cualquier estilo.

Tras After Hours, llegarían el navideño Marshmallow World & Other Holiday Favorites (2007) —donde no faltaban clásicos como Feliz Navidad de José Feliciano o Jingle Bells—, Lucky One (2009) —de nuevo con la coproducción de Steve Berlin— y Sinners & Saints (2010) —con el ‘Til I Gain Control Again popularizado por Emmylou Harris y el Saint Behind The Glass de Los Lobos y colaboradores como Augie Meyers, Ray Benson y Shawn Sahm—.

Les seguirían el directo Around the World (2012) con The Northern Sinfonia —con adaptaciones de Ornella Vanoni, Gilbert Bécaud, Édith Piaf… además de Guantanamera y Bésame mucho— y el doble de versiones Quarantunes (2021) —un proyecto solista iniciado durante la pandemia al que se sumaron otros músicos, además de los Mavericks y The Band of Heathens, “con canciones que nunca antes había grabado”, confesó—.

Paradójicamente para un cantante tan excepcional como Malo, su último álbum fue instrumental: en Say Less (2023), con todos los temas compuestos por él —excepto The Sound of Silence de Paul Simon—, su intención era demostrar su destreza con la guitarra con una gran variedad de estilos, de la cumbia al blues, del surf al spaghetti wéstern. Y lo cierto es que lo logró con creces.

miércoles, 10 de diciembre de 2025

RAÚL MALO, SE APAGA EL ALMA DE THE MAVERICKS

Ruta 66, 09/12/2025

[Vaya racha llevamos. DEP.]


El mundo de la música americana y latina está de luto tras la  muerte de Raúl Malo, el carismático cantante, compositor y guitarrista de la legendaria banda The Mavericks. Nacido en Miami, Florida, en 1965, Malo se convirtió en una figura insustituible del panorama musical internacional, gracias a su voz profunda con ecos a Roy Orbison, y su capacidad para fusionar country, rock, pop y ritmos latinos con un estilo único e identificable. Malo ha fallecido ayer 8 de diciembre de 2025, tras varios meses luchando contra el cáncer. Su ausencia en los conciertos que se han celebrado recientemente en el Ryman en su honor hacían presagiar lo peor. Y así ha sido.

Más allá de su voz, reconocida por su rango y calidez, Malo era un compositor prolífico y un intérprete magnético. Sus conciertos, siempre llenos de energía, carisma y una elegancia innata, eran celebraciones de la vida y la música. A lo largo de su carrera, recibió múltiples premios y reconocimientos, incluido un Grammy y varios galardones de la Asociación de Música Country (AMC), además de ser ampliamente admirado por su capacidad de mantener la autenticidad y el espíritu original de su música a lo largo de décadas. DEP.

martes, 9 de diciembre de 2025

MUERE EL MÚSICO JORGE MARTÍNEZ, ALMA INDÓMITA DE ILEGALES, A LOS 70 AÑOS

Carlos Marcos

El País, 09/12/2025

[Qué mala noticia. D.E.P.]

Impetuoso, salvaje e inadaptado social, el artista marcó un punto diferencial en el pop-rock español con canciones como ‘Tiempos nuevos, tiempos salvajes’ o ‘Soy un macarra’

Una enfermedad ha tumbado en dos meses y medio a una roca que parecía indestructible. Jorge Martínez, alma y carácter animal del grupo Ilegales, ha muerto a los 70 años. En septiembre anunció que paraba su gira para “someterse a un tratamiento contra un cáncer”. Quedaban en el aire una veintena de conciertos entre septiembre, octubre, noviembre y diciembre. El grupo presentaba su espléndido disco de 2025, Joven y arrogante, y esperaba retomar la gira tras la mejoría de su líder. Pero el cáncer, de páncreas, era más agresivo de lo previsto. Llevaba dos semanas en el hospital, los últimos con grandes dolores. “No quiero vivir esta parte de mi vida”, decía ante el tormento físico. Sus amigos se turnaron para pasar la noche con él. Roberto Nicieza, exbatería de Australian Blonde, pasó la última, la de anoche. “Pensó en música hasta el final. La última vez que hablamos me dijo que había que editar una canción que tenía inconclusa. Y me contó un sueño que había tenido, casi pesadilla para él: un concierto suyo que había sonado mal”, cuenta destrozado por teléfono Nicieza.

Alto, fornido, impetuoso, bocazas, provocador, salvaje, inadaptado social. Todo eso era al que la gente llamaba Jorge Ilegal. También fue un gran músico, un bicho raro en los ochenta, diestro con su guitarra en una época en la que se alardeaba de amateurismo. Por actitud, pocos tan punk como él; por la música, mucho más allá del punk. Sus canciones eran contundentes, secas, pero con un sonido cristalino, arrimado a la nueva ola y con un gusto por la melodía que las alejaba de la ruidosa tropa del punk. Tiempos nuevos, tiempos salvajes; Soy un macarra; ¡Hola, mamoncete! o Agotados de esperar el fin, todas de sus dos primeros discos, forman parada ineludible de los mejores temas del pop español de los ochenta.

Últimamente, Martínez hablaba con frecuencia de la muerte en las entrevistas. “Está bien plantearse de vez en cuando que puedes morir. Yo me lo he planteado, sin miedo, porque soy un indigente en cuestión de miedo”, decía. En marzo de 2025 reflexionaba así en EL PAÍS al hilo del título del último disco de Ilegales: “Joven y arrogante [nombre del álbum] es una postura inherente al rock and roll. La arrogancia no se debería perder nunca. La juventud evidentemente se pierde por una cuestión vital, aunque a mí todavía me queda juventud, y también me queda arrogancia, por supuesto. Cada concierto de Ilegales es lo que debe ser un concierto de rock: un ejercicio de arrogancia. Yo estoy seguro de que lo que estoy ofertando es algo realmente bueno”. Efectivamente, sus conciertos (muy especialmente los últimos) eran de una solvencia sónica apabullante.

Jorge Martínez nació en Avilés (Asturias) en 1955. Procede de una familia de estirpe noble “venida a menos”. “Nunca nos faltó de nada, eso sí”, informaba. Su padre trabajaba de secretario de Justicia Municipal. La radio se convirtió en uno de los mejores entretenimientos de su niñez. Odiaba la copla imperante de la época, pero el pequeño Jorge movía el dial hasta que surgían Elvis Presley, los Teen Tops, Lone Star y sobre todo Los Bravos. Así relató a este periódico el impacto que le causó descubrir Black is Black: “Esta es la canción con la que dije: ‘Quiero dedicarme a la música’. Tendría unos 12 años cuando la escuché. Me quedé impresionado. Ese órgano tan bien puesto, y esa voz tan potente que tenía Mike Kennedy. Yo estaba en un colegio de esos militarizados de la OJE, y los sábados por la noche nos ponían la tele, un programa de actuaciones. Pero no había el más mínimo interés por parte de nosotros en ver el programa. Todos nos íbamos a hacer otras cosas. Pero cuando salían Los Bravos había una expectación total”.

Cuando Jorge empezó a crecer tuvo varios choques frontales con la figura paterna. Todavía con Franco vivo se sacó el carnet de músico, obligatorio en aquella época para actuar, y comenzó a tocar en orquestas. También inició la carrera de Derecho, pero no la terminó. Con 20 años dejó la casa familiar. Su primera banda seria, sobre 1977, se llamó Madson. También formaba parte de ella su hermano Juan. Tocaban rock and roll y en las letras ya despuntaba su estilo provocador. “No fumes marihuana ni esa mierda de hash, sabes que la heroína te coloca más”, decía uno de los temas. Madson no solo tocaban música: también eran aficionados a las incursiones delictivas, pequeños hurtos en farmacias y otras tiendas. Era la época de la reconversión industrial en Asturias: desempleo, pelotas de goma, peleas entre bandas, drogas. Cuando Madson se rompió, Jorge fundó Los Metálicos, que a los pocos meses pasó a denominarse Ilegales. Antes de ese nombre, Jorge propuso este otro que finalmente desecharon sus compañeros: Los Hijos de la Gran Puta. Así se las gastaba. Ya había comenzado la década de los ochenta. Era la época en la que Jorge vestía de mod e iba siempre por Gijón con un palo de hockey, que utilizaba sin miramientos en las frecuentes peleas en las que se metía.

Un actor inesperado se cruzó entonces en el camino del joven airado: el cantautor Víctor Manuel, también asturiano. Con las canciones del primer disco grabadas, ninguna discográfica se atrevía a editarlas. El cantautor Víctor Manuel, una estrella en aquella época, trabajaba para la Sociedad Fonográfica Asturiana. Le llegó la maqueta de Ilegales y tuvo claro que aquella bestialidad de sus paisanos merecía ser publicada. Intercedió con la potente CBS y el primer disco de Ilegales se publicó en 1982.

Despachó 200.000 unidades, una cifra estratosférica para un debut. Son canciones rocosas, nueva ola expeditiva y coreable, gamberradas como ¡Heil Hitler! “Tiempos nuevos, tiempos salvajes. / Toma un arma, eso te salvará”, proclamaban en el tema que abría el álbum. Estéticamente también abrumaban: tres tipos liderados por un armario de casi 1,90 con evidentes problemas de alopecia, cantando bravuconadas y tocando la guitarra con el volumen al diez y con los ojos a punto de salirse del rostro. Ellos mismos definieron su estilo como “música peligrosa”. Eran diferentes: trituraban el festivo concepto pop del momento y resultaban demasiado dotados instrumentalmente para alinearse con el punk. Sacaban un amplio partido al minimalista batería/bajo/guitarra. Además, no había nadie con la arrolladora e intimidante personalidad de Jorge Martínez. Y venían de Asturias, donde la industria musical no hacía parada. Iban, en definitiva, por otro carril.

En el documental sobre el grupo, Mi vida entre las hormigas (2017), el trío señala sin ambages: “La violencia en Ilegales era algo natural. Formaba parte del proyecto”. Eran frecuentes las broncas en los conciertos. Cualquier circunstancia podía producir una buena tangana. Si los punks escupían al escenario (algo habitual en la época), Jorge se lanzaba al público y se liaba a mamporros; si alguien ponía en duda su calidad musical en un garito, ahí asomaba el stick del cabecilla del grupo. Decía que era imposible ser honesto sin hacerse enemigos: “¿Le caemos mal a usted? Pues estoy encantado de que usted sea mi enemigo, porque es usted un cretino”, aullaba.

El segundo disco, Agotados de esperar el fin (1984), acrecentó la fama del trío. Allí se incluía Soy un macarra, un tema en el que no confiaban y que incluyeron a última hora porque el disco se quedaba corto. A la postre, esa canción y esos versos (“soy un macarra, soy un hortera y voy a toda hostia por la carretera”) resultaron ser los más populares de su carrera. En estos primeros años Ilegales amasaron dinero y se lo gastaron según llegaba. La heroína consumió a alguno de los miembros y Jorge debió reformar el grupo en varios momentos, pasando en algunas ocasiones a quinteto.

En los noventa Jorge se convirtió en un recurso para ambientar las tertulias televisivas. Él se dejaba utilizar y los programadores babeaban cuando le veían decir barbaridades: la audiencia subía. Trascendieron casi más sus exabruptos en los medios que su música. Existe calidad en sus álbumes de los noventa, pero va perdiendo frescura por una tendencia a la autoindulgencia. A pesar de que muchas veces su excesivo personaje abrumaba a los interlocutores, los que le conocieron bien destacan un lado tierno que ocultaba cuando se transformaba en Jorge Ilegal. Además de sus estacadas sónicas podía componer canciones realmente delicadas, como Las rosas trepadoras asesinas, Hoy no hay sonrisas o Luminoso viento nocturno, esta última de este mismo 2025.

En 2010 Ilegales anunció una gira de despedida. ¿Se iba a quedar parado este hombre inquieto? No: montó inmediatamente Jorge Ilegal y los Magníficos, un delicioso recorrido por los ritmos latinos de los años treinta, cuarenta y cincuenta. Pero, como no podía ser de otra forma, Ilegales regresó por aclamación popular en unos últimos años de reivindicación y de buenos discos, como el citado Joven y arrogante.

Coleccionista compulsivo de soldaditos de plomo (tenía una colección impresionante) decía disfrutar viviendo solo. Su refugio era una casa en un pueblo cerca de Oviedo. No tuvo hijos. Cuando se ponía nostálgico hablaba de aquella novia que cayó en la red de la heroína. “Pienso todos los días en ella”, añoraba. Los encuentros que tuvo con este periodista siempre resultaron revitalizadores. Jorge contagiaba entusiasmo. Disfrutaba escenificando cómo sonaba ese modelo de guitarra Fender que se había comprado (“suena… guauuuu”) y aunque con el tiempo atemperó su lado animal, siempre soltaba alguna burrada que hasta daba reparo publicar. Así se le quería a Jorge Ilegal. Vivió como clamó en uno de sus dichos: “Antes morir que perder la vida. El momento es ya”.