sábado, 23 de noviembre de 2024

LA LEYENDA DE JULIAN COPE

Rafa Cervera 

Valencia Plaza, 22/09/2024

Hace más o menos cuarenta años, Julian Cope se quedó desnudo y se colocó una concha gigante de tortuga a la espalda mientras grababa su segundo álbum en solitario. Luego anduvo por la campiña inglesa donde vivía con Dorian Beslity, su novia y futura esposa, mientras Donato Cinicolo lo fotografiaba gateando, con su caparazón a cuestas. En 1984, Cope estaba considerado una víctima más de las drogas psicodélicas, como Syd Barrett, Skip Spence o Roky Erikson. El ácido ya guiaba sus pasos cuando su banda, Teardrop Explodes triunfó en las listas inglesas con canciones como “Reward”. De adolescente, Cope había soñado con ser una estrella del rock, pero cuando empezó a saber en qué consistía la fama, hizo lo posible para sabotear su carrera. Se convirtió en el primer ídolo juvenil que aparecía en Top Of The Pops bailando sobre la tapa de un piano puesto de LSD. 

El grupo murió en 1983, y si no desapareció antes fue porque su líder no estaba seguro de poder afrontar una carrera por su cuenta. Pero su creatividad jamás se vio afectada por los excesos. En 1984 sacó dos álbumes incomprendidos y vituperados por la crítica musical inglesa, cuyos máximos representantes podían ser tan engolados como insolentes. Hoy, World Shut Your Mouth y Fried deberían ser contemplados como dos obras maestras que, además de definir a un artista fundamental del pop británico, le otorgaron una nueva piel a l concepto de psicodelia. En 1984, cuando los sintetizadores y la música excesivamente aséptica ganaban popularidad, Cope despreció abiertamente cualquier signo de novedad y se dedicó a trabajar exclusivamente con elementos musicales del pasado. Así inauguró su propio futuro.

Entre otras cosas, los Explodes se acabaron porque el teclista Dave Balfe le otorgaba excesiva a los teclados electrónicos. World Shut Your Mouth fue la reacción ante dicha situación. Un álbum barroco, bellamente orquestado, donde suena un oboe y los efectos que agrandan la percusión no traicionan las intenciones clásicas del disco.  Es una obra que refleja también al aislamiento en que Julian y Dorian se habían sumergido al mudarse a Drayton Bassett, un pueblo situado en la campiña inglesa. Aquí floreció su obsesión por la naturaleza y el medio ambiente, los monumentos prehistóricos y el paganismo, elementos que, a partir de 1991, acabarían siendo el motor de unos álbumes cada vez más alejados de lo convencional. 

Antes que músico, Cope había sido un ávido coleccionista de discos de reggae y de bandas de garage americanas de los sesenta. Amaba con devoción a Patti Smith y Tim Buckley, a Pere Ubu y John Cale, a The Doors y, quizá por encima de muchas otras cosas, a Scott Walker, al cual presentó ante una nueva generación con un recopilatorio (Fire In The Sky: The Godlike Genius Of Scott Walker, Zoo Records 1981) que buscaba reivindicar su talento como músico por encima de su imagen de baladista facilón. Estudiar el pasado, analizar las obras y las carreras de sus ídolos siempre le resultó de mucha utilidad a Cope, tanto para cantar las excelencias de sus maestros como para auto consagrarse como chamán del pop. Julian Cope no solamente aprendía de los artistas a los que admiraba, también jugaba a colocarse a su misma altura. Como él mismo dijo de la portada de Fried, “era ridícula, pero valerosamente ridícula”.

Cope fue desde el principio un compositor nato de melodías.  Pero, pesar de canciones como “The Greatness & Perfection Of Love” y “Sunshine Playroom”, su debut como solista apenas tuvo eco en las listas de venta. En marzo, de 1984, un mes después de su publicación, dio un concierto en el Hammersmith Palais de Londres. Al terminar de interpretar un tema nuevo, rompió el pie del micro y se rasgó el tórax con la parte más punzante del hierro, sangrando como Iggy Pop. Esa misma experiencia fue narrada en la versión de estudio de “Reynard The Fox, una canción folk cruzada por un riff de rock & roll, que cuenta la historia de un zorro, el arquetipo del embaucador que aparece en ciertas historias tradicionales inglesas, un embaucador que huye de una jauría y que intenta sobrevivir a las consecuencias de su huida. 

El rock, el pop, la psicodelia, el funk han sido estilos que están presentes en la música de Julian Cope, pero la literatura también ha sido fundamental en ella. Su madre, historiadora, quería que fuese Dickens. Esa esperanza se desvaneció cuando sus padres descubrieron que su hijo estaba hipnotizado por el rock. No obstante, la influencia de su madre fue notoria. Le dio a Julian una lista de versos que le parecían sobresalientes, porque pensaba que un poema debía revelarse a sí mismo desde el primer verso Cope dice que ha escrito cada una de sus letras siguiendo esa premisa.

1986 fue el año en el que Julian Cope probó a revertir su leyenda. Decidió seguirle la corriente a la industria y la jugada funcionó, al menos durante un rato. El álbum Saint Julian (1987) le deparó un par de grandes éxitos, pero cuando llegó el siguiente, My Nation Underground (1988), ya estaba harto de que su música tuviera una piel con la que no se identificaba. Su discursó se politizó a partir de 1990. Se movilizó contra los impuestos a la comunidad decretados por Margaret Thatcher y que igualaban la cantidad de dichos impuestos, es decir, que ricos y pobres pagaban la misma cantidad. Peggy Suicide (1991) hablaba de eso y del daño irreparable que le estábamos causando al planeta. Un año después grabó Jehovahkill, reivindicando el paganismo, alertando del peligro que suponen los cultos religiosos organizados. Un texto publicitario utilizado durante la promoción del álbum incluía puyas a Guns N’ Roses y U2. A los primeros los tachaba de rebeldes de pacotilla y de homófobos. A los segundos los tachaba de charlatanes y denunciaba sus vínculos con empresas de energía nuclear. Island, que era su discográfica pero sobre todo, la de U2, lo despidió de inmediato. 

Cope siguió registrando discos en sellos independientes. Estudió a fondo el krautrock, corriente que empezó a incorporar a su música a partir de 1992, y sobre el cual escribió un ensayo bastante antes de que estuviera de moda decir que te gustaba el krautrock. También ha escrito libros sobre monumentos megalíticos y una novela. Hace décadas que vive aislado del mundo, tal como hizo presagiar la portada de Fried, en Avebury, cerca de los monumentos megalíticos que le inspiran e iluminan. Publica sus discos él mismo y los vende a través de su web. 

La política sigue estando presente en sus canciones, tal como ocurre en England Expectorates (Inglaterra tose), inspirado en el Brexit. Sigue casado con Dorian, que también oficia como principal cómplice en todos y cada uno de los pasos artísticos que ha dado. Mientras él se mantiene al margen de redes sociales y de cualquier tipo de acto social, ella publica desde su cuenta en X comentarios e información que también hablan por su marido. Su resistencia a formar parte del escenario habitual del pop ha llevado a que muchos lo den por perdido. Y la simple idea de reformar a los Explodes le resulta chirriante. Excéntrico pero lúcido, Julian Cope nunca estuvo tan loco como quiso hacernos creer. Alguien que escribe una canción titulada “Due To Lack Of Interest, Tomorrow Has Been Cancelled” (Debido a la falta de interés, el mañana se ha cancelado), solamente puede estar cuerdo.

viernes, 22 de noviembre de 2024

THE CURE: UNA BRILLNATE OSCURIDAD

Sergio Lozano

La Vanguardia, 02/11/2024

A Robert Smith siempre le ha gustado salirse por la tangente, como ha demostrado a lo largo de los 45 años que lleva al frente de The Cure. Un afán por el camino inesperado que también refleja la larga espera para el lanzamiento de Songs of a lost world, primer disco de una futura trilogía con el que la banda pone fin a 16 años de barbecho y algunos menos –aunque un buen puñado– desde que comenzó a hablar de un nuevo disco.

Tan larga fue la espera para la publicación del 14.º trabajo de estudio, acontecida este viernes por la noche, que se le adelantó incluso la propia gira de presentación, esos Shows of a lost world celebrados el año pasado y consistentes en 35 conciertos multitudinarios por toda América, donde sonaron hasta cinco de los ocho temas de que se compone el nuevo trabajo de los padres del rock gótico. Una política, la de adelantar casi todo el material, más habitual de los jóvenes artistas de la urbana, aunque parece que el señor de los labios pintados y el pelo escarolado la ha adoptado más por despiste que por una voluntad clara de abrazar el reguetón.

Con buena parte del disco ya conocido por sus fieles, The Cure ha decidido no celebrar gira de presentación, un parón sobre los escenarios que se prolongará por lo menos hasta octubre del 2025 mientras Smith culmina –eso ha prometido ¡ay!– el segundo álbum de la trilogía que tiene en mente.

Solo dos conciertos dará la banda este 2024; el primero fue el miércoles en la muy británica ­sede de la BBC, mientras que el ­segundo fue este viernes por la noche en el teatro ­Troxy, histórico recinto art déco en el este de Londres que se engalanó para la ocasión con un clima triste y nublado, diríase que elegido por el propio Smith. No en ­vano, recibió al público con el ­sonido de una tormenta que retumbaba en el interior de la sala desde una hora antes de la hora convenida para la actuación, en la que el sexteto repasó por orden todos los temas del nuevo álbum. Droga dura antes de regalar al público un buen reguero de clásicos que se prolongó hasta las tres horas sin perder un ápice de energía.

Edificado en 1933 en el este de la gran urbe, el Troxy alberga en su interior una bella colección de estucados bizarros, moquetas vetustas y barandillas doradas, ideal para espectáculos de cabaret o la grabación de un episodio de la serie Hotel Fawlty. Un escenario ideal para alojar a The Cure, encantados de transitar entre el rictus trágico y la autoparodia al tiempo que se alejan de los estadios con toda su parafernalia. Eso sí, limitó la fiesta a poco más de 3.000 afortunados (el resto del mundo pudo seguirlo en streaming), veteranos seguidores y también muchos jóvenes en su mayor parte vestidos de negro, como mandaba la ocasión.

En tiempos de precios dinámicos, los asistentes solo tuvieron que desembolsar 56 libras por la entrada (66 euros), pura bicoca en esta ciudad donde hay que soltar una pequeña fortuna para alojarse en el cuarto de las escobas. Por este precio tuvieron acceso al mundo oscuro que Smith dibuja en sus nuevas canciones, santo y seña de los autores de discos como Pornography, Disintegration o Blood­flowers, profundidades del alma que tienen su continuación en las recientes Endsong (“No hopes, no dreams, no world”) o I can never say goodbye, que Smith dedicó a su hermano mayor, fallecido en los últimos tiempos al igual que sus padres, y que el propio cantante trenzó con unos dolorosos solos de guitarra.

La banda salió al escenario con toda la calma, y Robert Smith estiró los brazos antes de dar la orden para que sonara Alone, final de todas las canciones que cantamos, seguida de And nothing is forever y el poderoso ritmo al bajo de A fragile thing, mientras el público seguía la actuación con silencio reverencial en toda la sala.

A sus 65 años, Smith mantiene la misma presencia en el escenario sin necesidad de moverse, que para eso ya cuenta con su compañero de primera hora Simon Gallup, con abrigo de leopardo para la ocasión. Junto a ellos estaba la formación habitual con Jason Cooper a la batería, un portentoso Reeves Gabrels a la guitarra y los teclados en manos de Roger O’Donnell y Perry Bamonte, reenganchado en el 2022 tras su expulsión en el 2005.

Las piezas de Songs of a lost world fueron cayendo una a una, y así pudo escucharse por primera vez en directo Warsong con una calidad de sonido que teatros más recientes envidiarían. La batería aplastaba el espacio para que la voz de Smith volara con total libertad junto a teclados y guitarras distorsionadas en la rockera Drone / No drone, que también se estrenaba al igual que la sentida All I ever am, envuelta en un cegador juego de luces.

Los diez minutos de Endsong cerraron la primera parte de la velada con la luna de rojo sangre enseñoreándose sobre la pantalla gigante y todo el público en pie aplaudiendo. Smith, que no abrió la boca más que para cantar, regresó para arrancar sonrisas con una ristra de éxitos que hizo que las cabezas de los asistentes comenzaron a bambolearse con las melodías tantas veces escuchadas.

Sonaron Plainsong, Pictures of you, High, Lovesong o Fascination street, y así un reguero de temas con Smith enganchado a la guitarra y su compinche Gallup en camiseta, retorciendo las piernas ante el regocijo del público. Fiesta completa (con dos nuevas paradas incluidas) que incluyó las celebradas Just like heaven, A forest o Lullaby, alguna sorpresa como M o Secrets, la potente Fron the edge of the deep green sea o el galope de Disintegration, con el bajo distorsionado rasgando oídos sin piedad y un cuidado juego de luces que multiplicó el efecto de la música. 

Gabrels se frotaba las manos y Smith, ya desatado, bailaba y tarareaba las melodías en el fin de fiesta donde alinearon Friday I’m in love, Close to me, Why can’t I be you y Boys don’t cry. Todo un privilegio para el entregado público de parte de una banda que convive en sus letras con la muerte pero no deja de transmitir vida en sus conciertos con el gesto aniñado de este Caronte incombustible al que le basta media sonrisa para alumbrar un destello en la oscuridad y hacerse perdonar décadas de espera.

Un disco de la Luna a la depresión

La prolongada gestación del último disco de The Cure ha pasado por diversas etapas desde su origen, cuando debía llevar por título Live from the Moon en homenaje al 50.º aniversario de la llegada del hombre a la Luna celebrado en el 2019, una idea que llevó a Robert Smith a colgar una luna enorme en el estudio. “Siempre me han fascinado las estrellas”, reconoció el cantante en una entrevista para la BBC. Los retrasos en la producción del propio Smith –que en el 2018 llegó a plantearse seriamente disolver la banda– impidieron que el disco apareciera en esa fecha, cuando debía conmemorar el 40.º aniversario del primer disco de The Cure, Three imaginary boys. Lo que podría parecer un fracaso acabó por no serlo para Smith, quien reconoció que la idea de publicar el disco como una “celebración” habría sido un error. Una vez pasada la efeméride decayó la presión y pudo concentrarse en concluir este disco, que define como “pesimista” aunque con algo de luz. Originalmente, constaba de 13 temas, aunque solo ocho han llegado a publicarse, el resto tal vez aparezca en los próximos dos álbumes que tiene previsto publicar mientras en el horizonte otea la celebración del 50.º aniversario de la banda en el 2028, cuando Smith tendrá 70 años.