Sergio Lozano
La Vanguardia, 02/11/2024
A Robert Smith siempre le ha gustado salirse por la tangente, como ha demostrado a lo largo de los 45 años que lleva al frente de The Cure. Un afán por el camino inesperado que también refleja la larga espera para el lanzamiento de Songs of a lost world, primer disco de una futura trilogía con el que la banda pone fin a 16 años de barbecho y algunos menos –aunque un buen puñado– desde que comenzó a hablar de un nuevo disco.
Tan larga fue la espera para la publicación del 14.º trabajo de estudio, acontecida este viernes por la noche, que se le adelantó incluso la propia gira de presentación, esos Shows of a lost world celebrados el año pasado y consistentes en 35 conciertos multitudinarios por toda América, donde sonaron hasta cinco de los ocho temas de que se compone el nuevo trabajo de los padres del rock gótico. Una política, la de adelantar casi todo el material, más habitual de los jóvenes artistas de la urbana, aunque parece que el señor de los labios pintados y el pelo escarolado la ha adoptado más por despiste que por una voluntad clara de abrazar el reguetón.
Con buena parte del disco ya conocido por sus fieles, The Cure ha decidido no celebrar gira de presentación, un parón sobre los escenarios que se prolongará por lo menos hasta octubre del 2025 mientras Smith culmina –eso ha prometido ¡ay!– el segundo álbum de la trilogía que tiene en mente.
Solo dos conciertos dará la banda este 2024; el primero fue el miércoles en la muy británica sede de la BBC, mientras que el segundo fue este viernes por la noche en el teatro Troxy, histórico recinto art déco en el este de Londres que se engalanó para la ocasión con un clima triste y nublado, diríase que elegido por el propio Smith. No en vano, recibió al público con el sonido de una tormenta que retumbaba en el interior de la sala desde una hora antes de la hora convenida para la actuación, en la que el sexteto repasó por orden todos los temas del nuevo álbum. Droga dura antes de regalar al público un buen reguero de clásicos que se prolongó hasta las tres horas sin perder un ápice de energía.
Edificado en 1933 en el este de la gran urbe, el Troxy alberga en su interior una bella colección de estucados bizarros, moquetas vetustas y barandillas doradas, ideal para espectáculos de cabaret o la grabación de un episodio de la serie Hotel Fawlty. Un escenario ideal para alojar a The Cure, encantados de transitar entre el rictus trágico y la autoparodia al tiempo que se alejan de los estadios con toda su parafernalia. Eso sí, limitó la fiesta a poco más de 3.000 afortunados (el resto del mundo pudo seguirlo en streaming), veteranos seguidores y también muchos jóvenes en su mayor parte vestidos de negro, como mandaba la ocasión.
En tiempos de precios dinámicos, los asistentes solo tuvieron que desembolsar 56 libras por la entrada (66 euros), pura bicoca en esta ciudad donde hay que soltar una pequeña fortuna para alojarse en el cuarto de las escobas. Por este precio tuvieron acceso al mundo oscuro que Smith dibuja en sus nuevas canciones, santo y seña de los autores de discos como Pornography, Disintegration o Bloodflowers, profundidades del alma que tienen su continuación en las recientes Endsong (“No hopes, no dreams, no world”) o I can never say goodbye, que Smith dedicó a su hermano mayor, fallecido en los últimos tiempos al igual que sus padres, y que el propio cantante trenzó con unos dolorosos solos de guitarra.
La banda salió al escenario con toda la calma, y Robert Smith estiró los brazos antes de dar la orden para que sonara Alone, final de todas las canciones que cantamos, seguida de And nothing is forever y el poderoso ritmo al bajo de A fragile thing, mientras el público seguía la actuación con silencio reverencial en toda la sala.
A sus 65 años, Smith mantiene la misma presencia en el escenario sin necesidad de moverse, que para eso ya cuenta con su compañero de primera hora Simon Gallup, con abrigo de leopardo para la ocasión. Junto a ellos estaba la formación habitual con Jason Cooper a la batería, un portentoso Reeves Gabrels a la guitarra y los teclados en manos de Roger O’Donnell y Perry Bamonte, reenganchado en el 2022 tras su expulsión en el 2005.
Las piezas de Songs of a lost world fueron cayendo una a una, y así pudo escucharse por primera vez en directo Warsong con una calidad de sonido que teatros más recientes envidiarían. La batería aplastaba el espacio para que la voz de Smith volara con total libertad junto a teclados y guitarras distorsionadas en la rockera Drone / No drone, que también se estrenaba al igual que la sentida All I ever am, envuelta en un cegador juego de luces.
Los diez minutos de Endsong cerraron la primera parte de la velada con la luna de rojo sangre enseñoreándose sobre la pantalla gigante y todo el público en pie aplaudiendo. Smith, que no abrió la boca más que para cantar, regresó para arrancar sonrisas con una ristra de éxitos que hizo que las cabezas de los asistentes comenzaron a bambolearse con las melodías tantas veces escuchadas.
Sonaron Plainsong, Pictures of you, High, Lovesong o Fascination street, y así un reguero de temas con Smith enganchado a la guitarra y su compinche Gallup en camiseta, retorciendo las piernas ante el regocijo del público. Fiesta completa (con dos nuevas paradas incluidas) que incluyó las celebradas Just like heaven, A forest o Lullaby, alguna sorpresa como M o Secrets, la potente Fron the edge of the deep green sea o el galope de Disintegration, con el bajo distorsionado rasgando oídos sin piedad y un cuidado juego de luces que multiplicó el efecto de la música.
Gabrels se frotaba las manos y Smith, ya desatado, bailaba y tarareaba las melodías en el fin de fiesta donde alinearon Friday I’m in love, Close to me, Why can’t I be you y Boys don’t cry. Todo un privilegio para el entregado público de parte de una banda que convive en sus letras con la muerte pero no deja de transmitir vida en sus conciertos con el gesto aniñado de este Caronte incombustible al que le basta media sonrisa para alumbrar un destello en la oscuridad y hacerse perdonar décadas de espera.
Un disco de la Luna a la depresión
La prolongada gestación del último disco de The Cure ha pasado por diversas etapas desde su origen, cuando debía llevar por título Live from the Moon en homenaje al 50.º aniversario de la llegada del hombre a la Luna celebrado en el 2019, una idea que llevó a Robert Smith a colgar una luna enorme en el estudio. “Siempre me han fascinado las estrellas”, reconoció el cantante en una entrevista para la BBC. Los retrasos en la producción del propio Smith –que en el 2018 llegó a plantearse seriamente disolver la banda– impidieron que el disco apareciera en esa fecha, cuando debía conmemorar el 40.º aniversario del primer disco de The Cure, Three imaginary boys. Lo que podría parecer un fracaso acabó por no serlo para Smith, quien reconoció que la idea de publicar el disco como una “celebración” habría sido un error. Una vez pasada la efeméride decayó la presión y pudo concentrarse en concluir este disco, que define como “pesimista” aunque con algo de luz. Originalmente, constaba de 13 temas, aunque solo ocho han llegado a publicarse, el resto tal vez aparezca en los próximos dos álbumes que tiene previsto publicar mientras en el horizonte otea la celebración del 50.º aniversario de la banda en el 2028, cuando Smith tendrá 70 años.