Sabino Méndez
La Razón, 23/08/2021
El punk revitalizó la mezcla de la música blanca y negra, adelantó la década de los ochenta tres años y le dio la vuelta al panorama de la música popular antes de que Londres volviera a ser una ciudad para ricos
A la hora de contar la historia del rock, la ventaja de la década de los ochenta es que empezó muy pronto. De hecho, fue entre 1977 y 1978, cuando el punk puso patas arriba todo lo que significaba la música popular. En ese momento, se pusieron los fundamentos de lo que sería estéticamente toda la década siguiente. El gran éxito del rock en los setenta lo había convertido en una música aburguesada, elitista, cuna de millonarios y nuevos ricos. A finales de década, llegaron los provocativos punks para recordarlo y ponerlo en evidencia pero, una vez hecha esa denuncia, la pregunta del millón era cómo revertir artísticamente esa deriva autosatisfecha. Una de las respuestas la encontró un pianista nativo de Coventry llamado Jerry Dammers. Con muy buen tino pensó que, si el rock había nacido de una mezcla de músicas segregadas racialmente como eran el blues y el country, lo único que había que hacer era volver a renovar las transfusiones raciales entre músicas del momento.
En contra de lo que pintan las actuales comedias románticas británicas, el barrio londinense de Notting Hill no era nada parecido a ese paraíso de confortables ansiedades blancas y tiendas cuquis que resultan tan tibios y tranquilizadores hoy en día en la pantalla. Todo lo contrario; las calles estaban llenas de familias negras, gran parte de ellas inmigrantes de origen jamaicano que habían traído consigo su música caribeña: el reggae, el ska y el «rocksteady». Jerry Dammers pensó que lo ideal sería volver a mezclar esas sonoridades negras con el ruido punk blanquito. Por entonces, ya empezaba en los barrios obreros la deriva racista, violenta y autoritaria que luego cuajaría en el Frente Nacional y los lepenismos europeos. A Dammers le preocupaba que el rock y la insurgencia adolescente de los barrios fuera fagocitada por esos pensamientos rudimentarios a través del desempleo; y que la única alternativa fuera el pop pijo de Duran Duran. Había asistido como testigo a la aparición y ascenso de los «skinheads» o «cabezas rapadas», y pensó en darles una música con la que pudieran reivindicarse, absorber contenidos más asertivos y alejarse de la simple violencia destructiva. Para ello fundó el sello discográfico «Two Tone» a cuyas producciones dotó siempre de una estética simbólica basada en dibujos pop solo en dos tonos (en blanco y negro). Quería recordar cómo lo que perseguía ideológicamente era fundir esos dos colores.
En lo musical, ese mestizaje se tradujo en grabaciones de grupos racialmente mixtos que mezclaban la música caribeña con desaliñadas pero vibrantes ejecuciones eléctricas de ruido punk. El toque final fue una elección indumentaria de trajes mods, gafas de sol y pequeños sombreros tipo «Pork Pie». Las primeras grabaciones de grupos como Madness, The Specials (el propio grupo de Jerry Dammers), The Selecter o The Beat fueron la sensación del verano de 1978. Desde Coventry, Dammers se había desplazado a Londres para dar más vuelo a su compañía y gran parte de los grupos de su catálogo ensayaban en el barrio de Camden Town. La discográfica «Two Tone» duró muy poquito pero, como siempre pasa en estas historias de tradiciones traspasadas, protagonizó uno de esos episodios que cambian para siempre la cara de la música popular. Cerca de los grupos de la «Two Tone», en el barrio de Camdem Town, tenía su local de ensayo uno de los principales grupos del punk: The Clash.
Dammers le pidió al mánager de The Clash, Bernie Rhodes, si podía echarle una mano para conseguir actuaciones a sus chicos. Bernie (un personaje curioso, como un Lino Ventura matón que se hubiera puesto una cazadora de cuero cruzada) les echó una mano y The Clash, que estaban a punto de grabar su tercer disco, conocieron de primera toda la efervescencia ska y reggae. Eso influyó en las sonoridades de esa grabación que resultó ser un trabajo muy especial. Se tituló «London Calling» y salió a la calle el último mes de la década de los setenta. Pocos meses después, ya en 1980 entraba con fuerza en las listas de EE.UU. Los castizos britanos habían vuelto a liarla y podía decirse que, oficialmente, acababa de empezar ya la década de los ochenta.