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lunes, 11 de enero de 2021

EL SOBRECOGEDOR RÉQUIEM DE STEVE EARLE POR LA MUERTE DE SU HIJO JUSTIN

ABC, 11/01/2021

El músico estadounidense despide a su hijo Justin Townes Earle, fallecido por una sobredosis el pasado mes de agosto, con «J.T.», disco en el que versiona una decena de sus canciones


A principios de los noventa, justo después de publicar «Guitar Town» y «Copperhead Road», Steve Earle era el hombre del momento. La gran esperanza del country-rock con pedigrí y un firme candidato a pisparle el trono a Bruce Springsteen. Para el estadounidense, sin embargo, no había más horizonte que la siguiente dosis ni más futuro que el próximo chute de heroína. En aquellos tiempos, recordaría más tarde, llegó a gastar entre 500 y 1.000 dólares diarios en droga. Todo lo que tenía acabó empeñado o malvendido. Sólo se salvó su casa de Tennesse, que aún conserva. «Supongo que no conseguí averiguar cómo meterla en el coche para llevarla a la casa de empeños», bromeaba en una entrevista en 2017.

De aquella época es también su paso por la cárcel, adonde fue a parar en 1994 acusado de posesión de drogas y armas. Sesenta días entre rejas que, a la larga, le salvaron la vida: en la trena empezó a tratar sus adicciones y a recuperar una pulsión creativa que la heroína se había encargado de sepultar. «Train a Comin'» (1995) y, sobre todo, «I Feel Alright» (1996) marcaron el camino a seguir. «Nunca estoy satisfecho», cantaba el Steve Earle de 1987. «He estado en el infierno y ahora he vuelto», replicaba el mismo artista apenas una década después.


Y volvió, sí. Pero el infierno seguía ahí. Quizá no para él, felizmente desintoxicado desde hace más de dos décadas, pero sí para su hijo mayor, músico como él y adicto también a las drogas y el alcohol. Un infierno que se hizo carne el pasado 20 de agosto, cuando Justin Townes Earle, 38 años y una hija de 3 años, falleció en Nashville por una sobredosis accidental. Según la autopsia, había mezclado cocaína con fentanilo, el mismo opiáceo detrás de las muertes de Prince y Tom Petty. Sólo unas horas antes, padre e hijo hablaron por última vez por teléfono, tal y como el propio Earle recordaba hace unos días en «The New York Times».

-No me hagas enterrarte, le dijo Steve, consciente de los problemas de su hijo con las drogas.

-No lo haré, contestó Justin.

Horas después, su familia confirmaba la muerte echando mano de unos versos de «Looking for a Place to Land», canción que Justin Townes, J.T. para familiares y amigos, publicó en 2014. «He cruzado océanos, he luchado contra la lluvia gélida y la arena que vuela / he cruzado fronteras y caminos y ríos asombrados, simplemente buscando un lugar en el que aterrizar», podía leerse.

«Lo último que dije fue "te amo" / Y tus últimas palabras para mí fueron: "Yo también te amo"», oímos ahora en «Last Words», la única composición original que Earle padre firma en el reciente y desgarrador «J. T.», álbum que vio la luz el pasado 4 de enero, el mismo día en que Justin hubiese cumplido 39 años. El resto del disco, grabado en poco más de una semana junto a sus inseparables de The Dukes, es una selección de canciones de Justin, perlas de folk-rock gran reserva desperdigadas en los nueve discos que grabó en vida, en la que Steve Earle buscó consuelo dos meses después del trágico suceso. «Sus mejores canciones eran tan buenas como las de cualquiera. Era mucho mejor cantante que yo y un guitarrista técnicamente mucho mejor que yo», reconocía en «The New York Times».

De hecho, Justin Townes, bautizado así en honor a Townes Van Zandt, héroe y mentor de su padre, siempre fue una suerte de versión corregida y aumentada de Steve Earle. Para lo bueno y, lamentablemente, también para lo malo. Así que más o menos al mismo tiempo que Earle padre salía de la cárcel y empezaba a arrimar el prefijo «ex» a la palabra «adicto», su primogénito, nacido en 1982, emprendía el camino inverso: a los 12 años ya coqueteaba con las drogas y antes de cumplir 14 ya había pasado seis meses condenado a trabajos forzados por robar un arma. «Para mí la sobriedad significa no inyectarme heroína y cocaína juntas», reconocía Justin en una de sus últimas entrevistas con la revista «Rolling Stone».

En ella, el autor de «Harlem River Blues» pasaba revista a sus problemas con las drogas y a la compleja relación que siempre mantuvo con un padre que, voraz coleccionista de adicciones y matrimonios fallidos, se largó de casa cuando Justin tenía tres años. «Realmente llegué a conocer a mi padre cuando tenía unos 12 años, en algún lugar por ahí. Crecí con mi madre en un ruinoso apartamento de mierda con cupones para alimentos», relató. Antes de estrenarse en solitario, Justin también formó parte de The Dukes y acompañó en directo a su padre en algunas giras, pero aquello duró poco. Más o menos hasta el año 2000, cuando montó tal desaguisado en un hotel de Berlín (10.000 dólares en daños, nada menos) que fue despedido de la banda.


Ahora, dos décadas después de aquello, a Steve Earle le ha tocado despedirlo de otro modo mucho más doloroso y, como ya hizo en sus tributos a Guy Clark y Townes Van Zandt, ha aprovechado para refugiarse en el cancionero de su hijo y armar un sobrecogido y doloroso réquiem pespunteado de folk y country-rock. Como el «Father And Son» de Cat Stevens pero al revés. Como el aguijonazo que debió atravesar a Nick Cave cuando su hijo de quince años se precipitó desde lo alto de los acantilados de Brighton tras consumir LSD.

«Hice el disco porque lo necesitaba. Grabarlo no fue tanto catártico como terapéutico», apunta Earle sobre un álbum que, pese a recuperar temas como «They Killed John Henry», «Turn Out My Lights», «Harlem River Blues» o «The Saint Of Lost Causes», evita los ajustes de cuentas de los explícitos «Absent Fathers» y «Single Mothers» y se mantiene a una distancia prudencial, no cuesta demasiado entender el motivo, de ese homenaje a su madre que Justin grabó a fuego en «Mama's Eyes». Eso sí: con «Last Words» Steve Earle despeja cualquier posible suspicacia y acuna la mortaja de su hijo entre suaves rasgueos de guitarra y una voz de gravilla a punto de descarrilar en cada curva. «Probablemente esta es la única canción que he escrito en la que cada una de las palabras es verdad», reconoce Earle.

viernes, 29 de mayo de 2020

STEVE EARLE AND THE DUKES. "WEST VIRGINIA GHOSTS" (2020). Homenaje al bluegrass minero de los Apalaches



West Virginia es un estado del este de EE.UU., que está ubicado en el corazón de los Montes Apalaches. West Virginia es 100% Appalachia. Casi todo es bosque montaña y... minas de carbón. Los que lo han visitado o han vivido allí (como el que esto escribe) recuerdan ese paisaje ondulado salpicado por antiguas minas. Y digo antiguas porque Virginia Occidental ya no es lo que solía ser. El Mountain State un día estuvo lleno de levantiscos mineros, que en las primeras décadas del siglo XX, animados por prominentes figuras del movimiento obrero como Mother Jones, formaron un ejército proletario de hasta 20,000 mineros para enfrentarse al orden imperante. Sin embargo, el proceso desindustrializador vivido en el mundo desarrollado en los últimos años del siglo pasado cerró las minas y dejó la zona en una situación muy precaria. Y para colmo con el siglo XXI vino el fracking, que apenas creó puestos de trabajo pero que machacó ese paraíso natural que son los Apalaches ("Almost Heaven", solía ser la divisa del estado.) Pues bien, ahora  (el disco salió al mercado el pasado día 22) Steve Earle, un veterano de la Americana Music y una auténtica institución en el género, ha querido rendir homenaje a tan maltratada tierra que, recordemos, contribuyó como pocas a la Revolución Americana durante la Guerra de la Independencia, con esas guerrillas de "overmountain men" de los que descienden los actuales "rednecks". Toma así Earle el relevo de destacados músicos de West Virginia que cantaron a los mineros como Hazel Dickens o Carl Rutherford, quien trabajó como minero toda su vida y murió de silicosis..





El disco abre de una manera típica para un disco de orientación folky: con un gospel ejecutado "a capella". Esto me recuerda a ese "Mining for Gold", que abría el maravilloso The Triniry Sessions de los canadienses Cowboy Junkies y que también tenía temática minera. Solo que este gospel, "Heaven Ain't Going Nowhere", es un gospel descreído que supuestamente canta un minero harto del embrutecedor trabajo. El siguiente tema ya recupera la cuerda acústica, típica del bluegass, con la guitarra, el fiddle y la voz de tipo duro de Steve Earle. Y si en el primer tema la protagonista era la guitarra, en el segundo es el banjo, probablemente con una de esas oscuras afinaciones usadas por gente como 16 Horsepower o Woven Hand, pues el tema culpa al diablo de poner el carbón sobre la faz de la tierra ("Devil Put the Coal on the Ground").



Más luminoso, el siguiente tema ("John Henry Was a Steel-Driving") rinde homenaje al "folk hero" afroamericano John Henry, una especie de superhombre que taladraba con su martillo más rápido que cualquier máquina y quien, según dice la leyenda, murió en un túnel en West Virginia, cuando se estaba introduciendo la vía férrea en el estado. El corte, en realidad, es un remake de un viejo tema de bluegrass que ya tocaban los Stanley Brothers en los 50 y que Earle contribuye a poner al día.

Con "Time Is Never on Our Side" el disco toma un aire más Springsteeniano, más propio de la mezcla de rock y folk que hace habitualmente Steve Earle. También el tono de la grabación se torna más meloso y sentimental. El disco redunda en su faceta rockera con "It's About Blood", donde domina la guitarra eléctrica y la voz de recitador más que de cantante de Earle. Y con "If I Could See Your Face Again" volvemos al country meloso, esta vez cantando por la delicada voz de Eleanor Whitmore, cantante y violinista del dúo de alt-country The Mastersons, con los cuales colabora en ocasiones Steve Earle.

Pero "Black Lung" (o sea, "silicosis") nos devuelve al bluegrass añejo y a las cuitas de los mineros de los Apalaches. A destacar la estupenda mandolina y la voz curtida por el moonshine de Earle. Para mí, éste, junto con el tercer corte, es uno de los mejores temas del disco.Y, como no podía faltar el rock and roll, Steve nos obsequia un impecable "Fastest Man Alive", que le hace guiños tanto a la Creedence como a los Flying Burrito Brothers. Y para terminar, qué mejor tema que uno dedicado a la mina, "The Mine". Sentimental y meloso, y con una voz rota que, más que a Springsteen (con quien a menudo se le compara), recuerda a Tom Waits.



Aunque uno no sea fan del bluegrass ni sepa situar West Virginia en el mapa éste es un disco del que puede disfrutar porque hace que suene actual esa música ancestral, una de las fuentes de las que manó el rock, que llamamos hoy día bluegrass. Tiene además mucha cohesión interna (está hecho para ser escuchado de un tirón) ya que es un disco concepto sobre un tema que es abordado por Earle y su banda de manera muy respetuosa, dignificando a esos galeotes de la sociedad industrial que son los mineros. Lo único malo que puedo decir de él es que se hace corto, porque de hecho lo es (29:50). ¡Steve, nos has dejado con ganas de más!