domingo, 30 de marzo de 2014

THE CRAMPS: EL CLUB DE LOS MONSTRUOS (Entrevista de 1984)

Por Alan Lewistone



En el número 1 de Rockdelux, en noviembre de 1984, se publicó esta entrevista de Alan Lewistone con los entonces ya míticos The Cramps. Y, entre otras cosas, Lux Interior y Poison Ivy hablaron de asesinos en serie con una naturalidad pasmosa... Una muestra más de que las leyendas tienen su razón de ser. Aquí está la familia Munster del psychobilly contando, a través de una espeluznante charla, historias de depravados, maníacos y psicópatas desde las profundidades de la cripta. Un incunable recuperado para satisfacción de los fans de estos maestros de la serie B.

“La gente habla de ‘I Was A Teenage Werewolf' pensándose que es una canción inspirada en la película del mismo título. Y eso no es cierto. Se refiere explícitamente a ser un hombre-lobo quinceañero, a esa clase de monstruos que son los que vienen a nuestros conciertos. Los ciudadanos normales se horrorizarían si supieran que sus hijos vienen a vernos. Es una canción que trata un hecho real, no es una estupidez pop. Mira, yo odio cualquier cosa que sea normal, pero, al mismo tiempo, no sé qué es exactamente ser normal. A veces, las personas que tú crees que son normales pueden ser asesinos de masas. En lo que a Cramps concierne, creo que la gente nos toma por algo muy superficial. Y nosotros no hacemos nada superficialmente”.

Lux Interior, cantante de The Cramps, habla mientras acaricia un ejemplar del libro “The Only Living Witness”. Lux perpetra la conversación mientras conjura espectros enfermizos, espíritus desolados que hechizan sus canciones. “Estamos muy interesados en los asesinos de masas porque cuando lees algo sobre ellos, o escuchas algo que les afecta de cerca, es muy fácil que también te identifiques con ellos. Puede ser cualquier colgado, que viva en cualquier parte, ese tipo de gente que corre por ahí violando y asesinando chicas. Esto me interesa muchísimo más que cualquier persona que haya tenido una carrera brillante, o que se maquille para cantar canciones sobre lo estúpido que puede llegar a ser. Al mismo tiempo, esto me asusta… pero me encanta. Me gustan las cosas que parecen normales. ‘The Only Living Witness’ es un libro sobre Ted Bundy, un chico estupendo. Asesinó a cuarenta mujeres y, sin embargo, era un ejemplar perfecto del chico ideal americano. Un individuo perfectamente normal. Era la mano derecha del Gobernador del Estado de Washington. Después de matar a veinticinco muchachas, fue designado por una comisión para investigar el caso y saber por qué todos los cuerpos eran abandonados en lugares muy determinados. Toda una contradicción. Ahora está en Florida, a la espera de que el jurado se decida por una pena de muerte que pesa sobre él. Este tipo es pura maldad envuelta en una fachada de chico agradable que puede estrechar la mano de cualquiera. Para mí, el mundo se rige por este tipo de cosas. Bundy es lo más salvaje que haya sucedido jamás”

Lux está interesado en el horror que habita en cada uno de nosotros. Pero no es ese horror que puede mostrarnos cualquier film de la Hammer sobre un mundo de cerebros perturbados. El horror que estudia Lux es esa recóndita convulsión diabólica que de vez en cuando se agita en nuestro interior. La visión que los Cramps tienen del mundo es una experiencia psicótica que se desarrolla entre una mente racional y las más brutales y amorales posibilidades del subconsciente. “Creo que la vida carece de sentido para quienes no estén interesados en su lado secreto y prohibido. La gente que me fascina es la que ha explorado en profundidad ese lado. Hubo un tipo que existió realmente. Le llamaban Ed Gein y su vida inspiró películas como ‘La matanza de Texas’ o ‘Psicosis’. Era un caníbal y un profanador de tumbas. Fue capturado después de doce años cometiendo este tipo de barbaridades. Para mí es sencillamente una persona encantadora. No creo que estuviese realmente loco, y lo digo porque actualmente está encerrado en una institución para enfermos mentales. Concebía la vida del mismo modo que yo lo hago. Ese chico vivía entre montañeses, que son tipos increíblemente vulgares y hacen las mismas cosas cada día. Él sabía que aquello era estúpido y quería hacer algo diferente. Por eso decidió asesinar gente, vender embutidos cuando en realidad se trataba de despojos de sus víctimas. Gein, una vez, desenterró a su madre e intentó devolverle la vida… exactamente igual que sucede en una escena de ‘Psicosis’”.

Lux me explica después que, recientemente, el grupo visitó el antiguo hogar de Gein, aprovechando que actuaban cerca de allí, en Madison, Wisconsin. Solo encontraron los cimientos, ya que el resto de la casa había sido incendiada por orden de las autoridades. Pero de todas maneras se hicieron con una piedra de 75 libras, que pertenecía a la base de la vivienda, y se la llevaron como su souvenir. Poison Ivy también se siente fascinada por el tema: “Lo que sorprendía en ese tipo es ver cómo explicaba a la gente lo que hacía con la mayor naturalidad. Para él era lo más natural del mundo, aunque no le creyese nadie. Cuando la policía estaba buscando a una mujer desaparecida preguntó a Gein si sabía algo al respecto. Y este les contestó ‘Oh, sí. Tengo su cadáver colgado en el cobertizo de mi granja’. Eso es ser ‘cool’. Él sabía que ellos podían creer que estaba bromeando, pero era la única persona que sabía la verdad de todo. Entonces, ¿quién estaba loco?”.




Lux concluye el tema: “Mucha gente va a Texas para ver los sitios donde se filmó la película. Pero yo tengo fotos de la casa auténtica. ¿Sabes ese gordo que lleva una máscara de piel en la película? Bueno, pues eso está sacado de Gein. Él cogía diversas partes de cuerpos humanos de las tumbas, se ponía una máscara de piel humana, se ataba vaginas y pechos en todo el cuerpo y bailaba desnudo a la luz de la luna. Menuda experiencia… es más acojonante que los Beatles en el show de Ed Sullivan o cualquier otra cosa”.

“Me gusta cualquier cosa que esté exactamente en los límites. Eso significa que no se puede reconocer la diferencia que hay entre bien y mal. Estando con Ivy, ha habido veces que me ha parecido estar en el cielo, y estoy seguro de que para otras personas hubiera sido como estar en el centro del mismísimo infierno. Cielo e infierno son extremos que para mí significan lo mismo. Al igual que la belleza y el sexo son las cosas más importantes para mí. El sexo es limitado, como cielo e infierno al mismo tiempo”.

La esencia de los Cramps es como descubrir una versión sangrienta y desagradable de “Malas tierras” de Terrence Malick, con algún feliz psicópata degollando a todo el mundo mientras cruza la América de los ochenta en busca del genio puro y de algo diferente: “La gente suele trivializarnos a raíz de la estética trash que usamos. Creo que hemos sido muy malinterpretados. No lo entendemos como basura. Vale, podemos hablar de lo que nos gusta, una película como ‘Blood Feast’ y todo eso tipo de cosas. Así que, desde este punto de vista, si estás hablando de cómics, rock and roll basura, películas baratas de horror… puede que eso sea basura (como arte). Pero nosotros nos referimos a otro tipo de trash/basura. Trash es todo lo aburrido, cualquiera que sea un estúpido que no ve más allá de sus narices. Trash es algo limitado y sin ningún tipo de valor. Lo común y lo normal es basura”.



Poison Ivy insiste en que los Cramps no han sido comprendidos y, en cambio, han sido ultra-simplificados o ultra-complicados por parte de la gente que los toma como una parodia o algo kitsch. Los cuatro años transcurridos desde el delírium trémens de “Songs The Lord Taught Us” (1980) y su propia imagen pública como necrófagos de tebeo empiezan a dañar seriamente su sueño de crear la última obsesión del rock and roll de los ochenta, la más incandescente bajada a los infiernos desde el “Fun House” de Iggy & The Stooges. “El rock and roll, básicamente, significa joder a alguien o algo. Llegar a los extremos más radicales de las experiencias humanas. Significa estar buscando siempre algo nuevo. Rock and roll es alguien que es un peligro individualmente, que trata de infringir irregularidades en la vida rutinaria. Así, puedes decir que Charles Manson es tan rock and roll como Eddie Cochran, incluso más. Muchos fanzines nos describen como ‘psychotic teen sounds’. En los cincuenta, los quinceañeros eran psicóticos y eran peligrosos. Entonces sucedió algo a un nivel de masas, quiero decir que se masificó. Los ‘teenagers’ siempre han sido gente extremadamente estúpida. Actualmente no creo que haya nada que pueda surgir de la cultura ‘teen’ que pueda llegar a interesarme. Yo no soy ninguna ‘teenager’. Me siento como si tuviera ocho años de edad. Soy muy consciente del hecho de que estoy emocionalmente subdesarrollada, de que algún intelectual estudioso del rock pueda decir eso de mí. Bueno, supongo entonces que él debe estar emocionalmente super-desarrollado”.

“Siempre he sentido aversión por el hecho de crecer. Para que te hagas un idea, cuando era pequeña tenía un disfraz de Peter Pan y corría por las calles con ese traje verde, saltando. Sabía que algún día acabaría en el país de Nunca Jamás. Estar en los Cramps me hace sentir mucho más fuerte y me gusta el hecho de que la gente nos preste atención. No hace mucho tiempo todavía estaba trabajando en algún horrible empleo en Cleveland. La gente creía entonces que era un ser abominable al que tenían que evitar. Pues bien, ahora hay mucha de esa gente interesada en cada uno de mis movimientos. Durante toda mi vida, la gente me ha señalado por la calle, gritándome y burlándose. Pero yo sabía que llegaría un día en que pagarían diez dólares por verme”.

Como maníacos fugitivos de la enfermedad del narcisismo que asola América, los Cramps colaboran a la hora de destrozar el materialismo enfermizo bajo el que se esconde el fraude del Gran Sueño Americano. Quizá por eso su actual inspiración vital sean esos asesinos, esos genios de la perversidad: “Muchos asesinos son auténticos genios”, dice Lux, “porque se resisten a ser arrinconados o masificados. Para mí no son más horribles que esa gente que experimenta con animales en laboratorios. Lo que de verdad aprecio es a esa gente que consagra su vida a algo brillante. Cualquiera que invierta sus energías en algo en lo que de verdad cree. Alguien como un gimnasta; esa clase de devoción es una gran inspiración. Es obsesión. Cuanto más lejos llegan los asesinos, más los admiro. Admiro a los que no han sido capturados. Ellos son los genios de verdad. Quiero decir que yo he incendiado casas y nadie me ha atrapado”. 

domingo, 9 de marzo de 2014

VOODOO BLUES

Miguel U.
Jot Down, 06/2011




La historia musical está trufada de comparaciones y paralelismos. Se habla de oleadas británicas que convergen, de corrientes que se entremezclan y sonidos que acaban siendo uno revisando esos simpáticos anaqueles que la crítica publica cada cierto tiempo para rememorar épocas que adquieren, a la luz de relecturas y recuerdos cosidos en crónicas de diverso pelaje, el brillo renovado de lo añejo. Sin embargo no se examinan tan a menudo las relaciones que la música mantiene con otros fenómenos y dimensiones de la vida. Como el religioso, por ejemplo. Haciéndolo corre uno varios riesgos, de entre los cuales el menos relevante sería empantanarse en soporíferas trifulcas acerca del carácter sacro de las expresiones musicales, y el peor sin duda cargarse los relieves que ofrecen con esa ridícula manía de parir una marca de fábrica. Quede dicho, pues, que no venimos aquí a dejar montado el esquema para estudio. Sigamos simplemente ambas líneas a ver qué pasa. Igual nos encontramos allí donde el sur se cruza con el perro.

Where the south cross the dog

La encrucijada es un lugar emblemático para el culto vudú, por supuesto también para el delta blues. Allí dicen que se le apareció el diablo a Tommy Johnson, le arrebató la guitarra de las manos (que él había tañido previamente a medianoche, sentado en un tocón) y rasgó un puñado de acordes. Desde entonces y hasta el fin de su joven vida Tommy grabó algunos de los temás más hermosos y conocidos de la música del delta. Tal vez Canned Heat (“calor enlatado”, un combustible para estufas y hornos domésticos del que los alcohólicos echaban mano en momentos de necesidad) fuese el fruto de ese trato, quizá su muerte a manos de la botella el precio. Otro Johnson (Robert) le robaría la anécdota algunos años después. Este último, niño díscolo y algo macarrilla, rondaba los antros de blues (establos realmente) observando a los grandes maestros como Son House y Charle Patton con la esperanza de convertirse algún día en un iniciado del culto a las seis cuerdas. Agraviado por las burlas y el menosprecio de los grandes sacerdotes de la guitarra emprendió el exilio para volver años después al hogar (¿había vendido él también y realmente su alma al demonio?) y dejar tras de sí un rastro de estupefacción.

La encrucijada es uno de los símbolos de la religión oficiosa de las poblaciones negras caribeñas, el lugar en el que se abre el paso al más allá, del que sólo Papa Legba posee las llaves. El vudú, el culto traído desde el África occidental por los esclavos negros, como la música que nacería siglos después en el delta del Mississippi, se planteaba en la vida diaria como una alternativa nocturna al cristianismo oficial impuesto por los amos blancos en las Antillas, Haití, Cuba, New Orleans y otras partes. En contraste con la vida organizada del trabajo asalariado (o esclavista) el viejo vauxdoux tenía la mirada fija en el viejo continente y era esencialmente orgiástico, visceral y dionisíaco. Asimismo sus seguidores creían en el retorno al hogar perdido, Guinea. El ron corría sin freno ejerciendo en sus practicantes el mismo efecto embriagador y catártico que las salmodias de los predicadores negros. Y el público blanco, ajeno a estas consideraciones, corría atraído por los carteles y notas promocionales (un rondador nocturo acechando tras una puerta, un rostro de rasgos negroides junto a una pistola humeante…) a adquirir la música del diablo.




Noche y día

La dicotomía se plantea como sigue: el vudú es nocturno y negro tanto como el cristianismo es diurno y blanco. La iconografía popular se ha encargado de omitir los aspectos benéficos del culto afro-americano ensalzando y destacando en la medida de lo posible su faceta malévola y destructiva, que es al fin y al cabo la que se deja envolver en misterio y con la que se pueden hacer películas de terror. Hablar de vudú hoy día es hablar de muñecos de trapo mediante los que se practica la magia simpática (poniéndolo en contacto con cabellos humanos, uñas u objetos personales que operan según lo que Frazer llamaba contigüidad o impregnación) y que servían para destruir las vidas de sus víctimas; zombis arrancados de sus nichos para cultivar los prados (el nombre procede realmente del término jumbee, espíritu o espectro de ulratumba), pócimas catalépticas, tumores humanoides, posesiones demoníacas, etc. William Seabrook, en su muy etnográfica novela La isla mágica remachaba insistentemente que los haitianos obedecían mansamente los preceptos de la verdadera fe de día para, una vez caída la noche, sumergirse en la maleza y encerrarse en casonas donde daban rienda suelta a sus verdaderas creencias.



Adjudicado este papel de villano en el culebrón cristiano no sorprende que la música de los esclavos, siervos y harapientos negratas se convirtiese igualmente en un instrumento del maligno que incitaba al vicio, el juego, el alcohol, el sexo desenfrenado y la molicie más absoluta. Patton, Johnson, Skip James y otros fueron auténticas instituciones de este género de vida. El joven Skip, uno de los autores redescubiertos durante el resurgir bluesero de los 60, se dio un buen susto cuando una tarde, al abrir la puerta de casa, se econtrara con dos ufanos señoritos blancos de la ciudad a los que creyó agentes del FBI venidos para castigarle por sus años de contrabandista (con los que se ganó la vida bastante mejor que con la música). Son House, penetrado de esta ideología pasó toda su vida basculando entre los dos extremos. Intérprete total y cristiano renacido, desde que salió de la Prisión de Partchman no supo muy bien si entregarse enteramente a la música infernal que le diese la inmortalidad o seguir intentando ejercer de  predicador, sin mucho éxito a decir verdad; o no tanto como el que cosecharon sus canciones. Todo esto, huelga decirlo, le ocasionó más de un quebradero de cabeza. A House la lucha entre el bien y el mal le pilló en medio del fuego cruzado.

Negros hasta el fin

Decía Julio Caro Baroja que la brujería en la edad media (otro culto pagano fagocitado por la teología) era principalmente una respuesta al descontento. La manera que tenían las mujeres, llamadas a comerse los marrones de la época, de buscar una forma de influir en el medio y vengar los agravios que sufrían por haber venido al mundo con útero. Rezas al Dios fulanito, mezclas unas hierbas, ¡abracadabra! y adiós problema. Son respuestas inadecuadas pero respuestas al fin y al cabo.

Esta condición es aplicable por partida doble al caso que nos ocupa. El vudú en tanto que religión activa y que incluía prácticas mágicas permitía modificar, o al menos creerlo así, las circunstancias adversas y las putadas de la vida. En el caso de un esclavo o un obrero de color no eran pocas precisamente. Los talismanes (ouanga si hablamos de Haití) “manos de mojo” o los huesos de gato negro, elaborados y dispensados por hechiceros-doctores (El hoodoo man protanizó algunas canciones de Ma Rainey o Sonny Boy Williamson mientras que Memphis Minnie prefirió regalársela a la hoodoo lady) no eran meros adornos sino que tenían poder real para atraer el amor, recobrar el perdido o alejar la mala suerte. Qué decir de lo que se podía lograr sobre un enemigo. Esta fuerza mágica, este mojo sufriría una reconversión radical a manos de Muddy Maters, quien en temas como Natural born lover haría alarde de un mojo destilado en casa; es decir de una potencia sexual de propusión termonuclear. La máquina inagotable de proporcionar amor viril, el enigma que esconde el juerguista irredento, aquello por lo que el negro recibía impertérrito la condena del blanco, era una fuerza mística africanoide extraída del culto de los esclavos en el nuevo mundo. hay que reconocer que, pese a que su principal baluarte en los Estados unidos se ha encontrado siempre en los pantanos de Louisiana y en Nueva Orleans, su influencia llegó a los estados colindantes y terminó echando raíces en las ciudades que atraían a los músicos de renombre como Jackson, Chicago o Kansas City.


Otra forma de enfrentarse a la perra vida ha sido desde siempre dedicarse al arte, claro. Ya en tiempos de la esclavitud las familias desahogaban sus penas con una guitarra entre las manos, o una armónica; ese pobretón sustituto de instrumentos de viento con más pedigree. Los propietarios blancos, considerando estas prácticas poco más que un pasatiempo, dejaban hacer. De esta manera nacieron los géneros populares ideosincrásicos de la raza negra en América. Los field hollers fueron la forma primeriza de música de labranza. El gospel y los spirituals darían el contrapunto sacro al asunto y pervivieron (y perviven) en el blues eléctrico, el soul y el rythm’n blues. Todo es sencillo y humilde, instrumentos como la guitarra slide que se tocaba frotando el filo de una navaja de afeitar o un cuello de botella contra el mástil para lograr ese efecto tan característico del sur (del que músicos como Fred McDowell y Blind Willie Johnson acabaron siendo maestros) hasta el escenario de sus “conciertos”. No es de extrañar que tantos papaloi del género se adornasen con la parafernalia del viejo y bueno Vauxdoux. Se deja sentir en la indumentaria de Screamin' Jay Hawkins y en los aullidos (verbigracia) de Howlin Wolf, ese chauché, (hombre lobo antillano) de la armónica.

De una forma u otra resulta difícil dar un paso en alguno de los lugares significativos de la música afroamericana de principios de siglo sin encontrarse de vez en cuando con algún relato extraído del rico imaginario de la “segunda región” del sudeste americano y las islas más próximas al continente. El vudú, como el blues, es un elaborado producto de una época (la historia negra americana) que propició muchas oportunidades para la reinvención de significados culturales. Religiones que se mezclan y remezclan, tradiciones que se encuentran, sincretismo, innovación…en fin, ustedes ya saben de lo que hablo. Esa cosa tan chula y curiosa de la interticulturalidad. No está tan mal después de todo que varias generaciones de africanos las pasen putas si a cambio nos regalan algo chanante, ¿verdad?