viernes, 31 de enero de 2020

ROCK AUSTRALIANO, UNA ADICCIÓN DE LA QUE NO SE SALE

Álvaro Corazón Rural
Jot Down, diciembre 2019



Dos discos que me han llamado la atención este año tenían que ver con Australia. Uno es el que para mí es el mejor del año, dentro los géneros que me gustan, el último álbum don Bryan Estepa, Sometimes I Just Don’tKnow, que es filipino de nacimiento, pero ha crecido en las antípodas. El otro no es australiano, pero cuenta con uno, Dave Talon. Se trata de Poor Little Things, grupo radicado en Suiza. 

Estepa se mueve en terrenos muy pop y las cositas tiran para el hard rock fiestero. Sin embargo, ninguno de los dos se quita el olor a Australia, que es algo que se adhiere a la faceta melódica de las canciones y es muy reconocible. Quien mejor describió este espíritu —no se rían— fue Johnny Depp. Cuando el actor fue a rodar una de las entregas de la saga de piratas a Australia, tuvo graves problemas legales por no haber puesto a sus perros en cuarentena al entrar en el país. Le pudieron incluso caer diez años de cárcel. 

Para que no le engancharan los engranajes legales colaboró con la justicia grabando un vídeo en el que explicaba al mundo la importancia de la cuarentena de perros al entrar en este país. Es lo de menos, el caso es que parecía que le estaban apuntando con una pistola y decía todo lo que estaba obligado a decir, pero soltando alguna púa de forma pasivo-agresiva.  Así, pronunció una frase que lo clavaba. «Los australianos son muy cálidos, pero también muy directos». Y ni más ni menos, ese es el secreto de su música. Las melodías son irresistibles, te seducen y te envuelven, te acarician los pezones con la yema de los dedos humedecida, pero luego al coche le ponen un ladrillo en el acelerador y le pegan al tambor como en las galeras romanas. 

Dave Talon, antes de mudarse a Suiza, había estado en una de las formaciones tardías de Kings of the Sun. Un grupo de hard rock de los que hubo muchos en los años ochenta, pero que con tanta sobreabundancia en ese género, hasta los buenos eran mediocres. En su caso, su grupo era de clase media alta, pero a lo que más recuerda lo que ha grabado ahora es a The Angels, combo que en el mercado internacional iba con el nombre de Angels From Angel City o Angel City a secas por la cantidad de demandas que les podían caer de las dos docenas de Angels que ya había en los mercados allende de los mares de Oceanía. 




Angel City fueron el hermano pobre de AC/DC junto a Rose Tattoo. Incluso los segundos tuvieron un reconocimiento tardío cuando Guns N’ Roses hizo una versión de «Nice Boys» para su segundo disco, posiblemente la mejor de las cuatro canciones eléctricas que venían en la cara A. De Angel City, sin embargo, poco más ha trascendido pese a que han estado sacando discos hasta 2014. La cuestión es que, aunque compartiesen algunos esquemas rítmicos con AC/DC, Angel City tenía sensibilidad pop. Por eso sus canciones no te gustaban, las querías. Del grupo no eras fan, querías ser su amigo. Esa es la tónica con toda esa escena musical. 

Se repite, grupo por grupo, con la mayoría de artistas australianos. Aunque sean de garage, de power pop, de punk rock o de hard rock, en todos ellos hay ese patrón. El paradigma es quizá Radio Birdman. Ahora podrá parecer normal lo que hicieron, pero la fórmula de Stooges y Blue Öyster Cult al mismo tiempo era una marcianada. Un take-it-all de los cuatro puntos cardinales de los setenta, Stones, Doors, el hard rock elegante de BÖC y la nueva aberración traída por los Stooges, el punk, que cristalizó en el planeta precisamente en el año de su álbum de debut, Radios Appear. 

Cuando internet iba por RDSI y todo esto era campo, las menciones continuas a Radio Birdman me impacientaban. Pensaba que se trataba de un grupo desconocido más, muy ruidista y todo lo que tú quieras, lo típico que epata al melómano pedante. Cuando me puse el aludido elepé por primera vez mi actitud era de sarcasmo y de «a ver qué mierda es». 

Escuché la versión clásica del disco, la que empieza con «TV Eye». Precisamente puede que sea la canción que más me gusta de Stooges, por lo que no me sorprendió especialmente por muy bien que esté ejecutada. El problema vino después, «Murder City Nights». Eso entraba en las frases hechas de demasiado rock para ser punk y demasiado punk para ser rock y la guitarra transitaba por otra dimensión. Era tan perfecto que parecía hecho en un laboratorio. En el momento antes de escucharlo, si hubiese podido solicitar un grupo a la carta, habría incluido precisamente todos los ingredientes que estaba escuchando en ese momento. A partir de ahí todo el disco me entró con vaselina y lo celebré con la fe del converso sin necesidad de ponerme excusas ni andarme con rodeos. Eso era lo mejor y punto.

La revolución en la mente siguió sin cesar a cada grupo de ese país que iba descubriendo. Australiano no daba pistas solo sobre un género y unos tics melódicos, sino que también suponía calidad. En lo concerniente a todos los grupos del siglo XX se cumplía: Celibate Rifles, Stems, Fun Things, Hoodoo Gurus, Screaming Tribesmen… ¿Cómo podía ser que todos fuesen buenos? Incluso buceando en los setenta pasaba lo mismo, Coloured Balls, Buffalo… Y Australia entre 1970 a 1990 solo tuvo entre diez y quince millones de habitantes. Fue un milagro. 

En España, en los pocos nichos que le dedican atención al rock es innegable que se presta la atención debida a lo australiano, el apostolado de la revista Ruta 66 ha llegado incluso a levantar sospechas. No en vano, aquí se publicó en 2016 El año que matamos a Skippy: Un recorrido por el high-energy, punk, garage y power pop australiano (editorial 66 rpm) de Manuel Beteta, un libro fuera de Australia que sirve como guía de referencia del rock australiano. 

En sus páginas, Beteta explicó que los grupos australianos de finales de los setenta y los ochenta tuvieron en común que tomaban el rock tal cual había quedado en los setenta, sin claudicar ante las nuevas producciones ochenteras, asumían los clásicos de Detroit, Stooges y MC5, pero también el power pop de Badfinger y Big Star, y teniendo en cuenta que ya todos conocían el punk, así dieron forma a su pequeño universo en los ochenta. El tesoro de la isla en un sentido literal. Para el autor, tras años de desafiar el duopolio británico/americano de las colecciones de discos de rock con referencias de las antípodas, el pináculo del éxtasis llegó con la gira española de Radio Birdman en 2006: 

[…] Salí aturdido, confortablemente abatido. Había sido una experiencia tan gratificante que no podía desperdiciar esos instantes tan placenteros yéndome a casa. Solo me apetecía andar sin rumbo fijo por la Gran Vía, muy vacía a esas altas horas de la madrugada, mientras las imágenes del concierto me golpeaban en bucle una y otra vez. Recuerdo que deseaba que la ciudad despertara y se pusiera cuanto antes en marcha porque me urgía la necesidad de contarlo.

Se refería a una lengua, si no muerta, si periclitada. Los años dorados del rock australiano fueron los ochenta y noventa. Luego hubo un cambio generacional con otras referencias que, aunque hundan sus raíces en este periodo muchas de ellas, es otra historia. Y así debe de ser, los estilos de música que no mueren son muy gloriosos, pero dan mucho mal. 

La pregunta es por qué Australia. El punto de partida, según este crítico, está en la aparición en junio de 1976 del primer single de los Saints, (I’m) Stranded y en octubre Burn my Eye de Radio Birdman. Dos hitos que supusieron un punto de inflexión: «La juventud abandonó el servilismo musical hacia Estados Unidos e Inglaterra y comenzó a desarrollar su propia identidad». La crítica que hizo Melody Maker no podía ser más acertada y desafortunada al mismo tiempo: «Metal-pop que no va a ninguna parte».

Los Birdman tuvieron que poner de su parte. Radios Appear se grabó en los estudios Trafalgar, que habían sido equipados para conseguir sacar el sonido de los grupos californianos de los setenta de soft-rock tipo Eagles. Sin embargo, ellos pusieron láminas de hierro corrugado en las paredes y entre los amplificadores para que los agudos fuesen más duros al haber más reverberación. Todo gracias a la ciencia infusa. Según admiten en la entrevista que incluye el libro: «Entonces no sabíamos ni una mierda sobre estudios, simplemente pensábamos que sabíamos». 



No tiene nada que ver con el sonido de estos grupos, pero es una polémica muy actual. La estética de Radio Birdman, con brazaletes rojos con el logotipo del grupo en negro sobre blanco, y la formación militar y uniformada con la que aparecían en las fotos, igual que hubiese ocurrido ahora no fue entendida por algunos sectores. Se les tachó de fascistas y, como prueba inequívoca, estaba su canción «New Race». En realidad, todo era una ironía que buscaba un himno juvenil, una canción de ruptura generacional que escenificaba el nuevo orden, la emancipación de los chavales del aburrido mundo viejuno de entonces, con esos elementos figurativos. Es decir, un parte de culo. 

Sin embargo, Rob Younger se arrepintió de haber llevado las letras e imaginería del grupo a temas militares: «Nuestro póster de la Blietzkrieg era un gran diseño, pero me hubiese gustado que nuestra estética de guerra hubiese acabado allí. Se hizo demasiado literal para mí, y se convirtió en un gran lastre en torno a la banda. He estado defendiéndome de preguntas sobre si era un nazi desde entonces». 

La realidad era más prosaica. Todo nacía en un vaso. Aquella escena surgió de los bares, donde borrachos ante una audiencia de borrachos todo vale. Así es como se forjaron estos grupos no solo en aquellos años, también los del siglo XXI. Los grupos australianos vienen en su inmensa mayoría del circuito de pubs y su música suele estar concebida para los directos, quizá por eso siempre se la describe, independientemente del género, como intensa y directa, porque tiene las urgencias de petar en el aquí y ahora, en el día de la semana que te toca a ti alegrar la borrachera a la parroquia. Un viernes, cuenta en el libro, podía haber media docena de conciertos programados para elegir. Había gran cantidad de oferta también porque, con la recesión de principios de los ochenta, muchos jóvenes no tenían nada mejor para ocupar el tiempo que coger una guitarra. Se juntó todo. 

Además, estos grupos tenían otras motivaciones. Las principales ciudades australianas están en la costa y es la cultura surf y la música surf la que más sobrevuela en sus composiciones. Por otro lado, al margen de todas las influencias estadounidenses y británicas imposibles de eludir, si algo tienen en común todos estos músicos cuando les entrevistan es que siempre citan a Easybeats, que fue el gran grupo de la isla en los sesenta y del que todos mamaron, más incluso que de los Rolling Stones. 

Danny McDonald subrayó en estas líneas que en esos riffs había también orgullo patrio: «Los años ochenta, y en cierta medida los noventa, fueron la época dorada de la música australiana, que también es coherente con la evolución de la cultura general australiana. La identidad australiana alcanzó su punto máximo en los años ochenta y durante un tiempo fue individual y única, lo que nos llevó a desarrollar orgullo y arrogancia. Ese sentido particular de la identidad se erosionó con el tiempo. Ahora los australianos están más interesados en la cultura de Estados Unidos e Inglaterra».

Incluso Dave Faulkner mostraba cierto resquemor hacia la metrópoli: «Desgraciadamente la prensa británica siempre se ha mostrado muy hostil con las bandas australianas, esa gente no parece olvidar que un día fuimos una de sus colonias, es como si los australianos no mereciéramos sus respetos», se quejó a Beteta. Por tener, hasta tuvieron sus propios Nirvana. Fue el caso de los Bored! y su Feed the Dog que allí marcó a una generación, aunque desde los postulados previos de unos Blue Cheer y unos Motörhead.

Pero ahí estaba España con los brazos abiertos. El underground de las antípodas penetró a la perfección en un país y en una época —ahora la gente es más estiradilla— donde el hedonismo y la diversión tenían tintes religiosos. Bob Susnjara confesó en estas páginas que alucinaron la primera vez que vinieron a España y veían que el público, la gente con la que bebían después de los bolos, sabía más de música australiana que los propios australianos: «Esa gira y todas las siguientes fueron como una larga fiesta. En Madrid, Malasaña nos voló la cabeza. ¡Tantos bares y tanta gente pinchando música tan buena! En cuanto se enteraban de que éramos australianos se ponían a pinchar música australiana». Cuando llegaron a Almansa, en Albacete, no podrían creer que en un bar, el Código de Barras, tuvieran carteles de Radio Birdman y de Trilobites, un grupo de los suburbios de Sidney.  

Para Beteta, al final, lo que pasó entre ambos países fue básicamente un acto de fornicación: 

Es sabido que la característica conexión musical existente entre España y Australia es peculiar, de diversa índole y fructífera para ambos países. En nuestro país siempre se ha demandado punk, power-pop, garage y high-energy y durante un tiempo ni Estados Unidos ni el Reino Unido ofertaban suficientes bandas que aplacasen la sed de guitarras. Australia, sin embargo, sí supo ofrecer su mejor catálogo, grupos que siempre eran bien recibidos y con honores de leyenda. Muchos encontraron aquí el éxito y el reconocimiento que no encontraban en su tierra. Conocedores de esta particularidad, no tardó mucho en forjarse una relación especial entre Australia y España.

Hard-Ons, Dubrovniks, Meanies, Lime Spiders, New Christis, Cosmic Psychos, Hitmen, God… la lista es tan extensa y de tal nivel que justificaría una sola colección completa de discos única y exclusivamente dedicada a la isla. Parafraseando a Radio Birdman en su himno Do the Pop: «El camino, la verdad y la luz».

jueves, 16 de enero de 2020

LA CUMBIA PSICODÉLICA

Ramón Súrio




La cumbia, originaria de Colombia, se ha convertido en un ritmo emblemático de Latinoamérica que también penetra en Estados Unidos. A su implantación entre las nuevas generaciones ha contribuido el redescubrimiento de la chicha peruana y la champeta colombiana, que la conectaron en su día con el rock y la psicodelia.

La cumbia era en su origen una danza y un ritmo musical mestizo que nació en Colombia y Panamá, fruto del intercambio entre la cultura de los indígenas y los esclavos negros ubicados en la costa del Caribe, a la que se añadió la influencia española. Desarrollada primero en la época de la conquista y la posterior colonia, no fue hasta mediados del siglo XX que dejó de ser algo folklórico y localista para convertirse en la música más influyente de Latinoamérica.

Al principio, la cumbia era un estilo instrumental, con gran predominancia de los tambores, al que luego se adaptó la voz. Además, la cumbia es la madre de otros subgéneros como porro, bullerengue, paseo o vallenato. También hay estilos regionales: cumbia momposina, sampuesana o cartagenera. Un instrumento fundamental en su desarrollo es el acordeón, traído por los alemanes en 1821. La importancia de este instrumento en la consolidación de la cumbia en Latinoamérica se hace evidente en el gran éxito “La cumbia del acordeón”, del grupo mexicano Los Ángeles Azules, cuya letra dice: “Es la cumbia que nos une / a cumbia del acordeón / de Colombia para México / y de aquí para Nueva York… Baja al sur hasta Argentina / cruza el mar hasta Japón / ven y baila con el ritmo / por el mundo suénalo”.

La mayor efervescencia de la industria musical colombiana se vivió en los años sesenta del siglo pasado. En 1960 se editaba el primer álbum estereofónico, 14 cañonazos bailables, por Discos Fuentes, el mítico y pionero sello fundado en Cartagena de Indias en 1934. Su gran catálogo permite observar el desarrollo de la cumbia, que vivió una edad de oro en los años cincuenta, cuando la compañía se mudó a Medellín.

Antes, en los años cuarenta, orquestas como las de Lucho Bermúdez o Los Corraleros de Majagual exportaron la cumbia a Perú, donde causó un fuerte impacto en los músicos locales, que crearon su propia versión. Así, gracias a grupos como Los Mirlos, Los Destellos, Juaneco y su Combo o el Cuarteto Continental, nace una nueva cumbia que incorpora al sonido la guitarra eléctrica, un hecho que será determinante en su popularización. Tras penetrar en Perú, por la frontera del norte, la cumbia se enseñoreó de Lima, desde donde en los años sesenta surgen orquestas como las de Lucho Macedo y Pedro Miguel y sus Maracaibos, que incluyen en su sonido elementos diferenciales, tomados del rock, la música cubana, el merengue dominicano, el mambo de Pérez Prado o los ritmos indígenas. El éxito de la cumbia hizo que se expandiera de las zonas rurales andinas a la selva del Amazonas.


Fotografía del grupo Juaneco y su combo.

Chicha amazónica

La cumbia peruana, conocida popularmente como chicha –también se denomina así a una popular bebida alcohólica derivada de la fermentación del maíz–, es una fusión que engloba la cumbia colombiana, el rock psicodélico y folklores autóctonos como el andino o el procedente de la selva amazónica. Este nuevo ritmo tropical empezó a cuajar entre las clases más desfavorecidas de la periferia de Lima, y su pionero fue Enrique Delgado, guitarrista y compositor que en 1968 grabó su primer disco para Odeón con su grupo Los Destellos, un combo instrumental que llevaba la música de The Shadows y The Surfaris al terreno tropical. El álbum, de título homónimo, incluye “Guajira sicodélica”, y se convirtió en un fenómeno que multiplicaron sus siguientes discos: En órbita, Mundial, En la cumbre y Constelación, que incluye su emblemático y provocativo “Onsta la yerbita”: “Yo quisiera saber / oye nena si es que aquí / yo puedo encontrar / un poco de la yerba / para vacilar / así gozar, así volar”. Los Destellos encontraron un sonido moderno, rock y latino, que sirvió para codificar un género que mezclaba cumbia con huayno –ritmo andino–, música criolla –que comparte la influencia española con la afroperuana–, guaracha, bugalú, surf y psicodelia, sin hacer ascos a los efluvios brasileños o chilenos, en un exuberante pastiche que se convirtió en prototípico de un género que ahora vive un gran revival, con reediciones de sus discos, como el reciente, revelador y adictivo veinte grandes éxitos Sicodélicos, de Los Destellos, conectando la cumbia y lo tropical con Hendrix, Doors, Santana y el espíritu de Woodstock.

Fue tal el impacto de Los Destellos en la juventud peruana que pronto todas las compañías de discos querían tener su grupo de chicha tropical, diferenciando la cumbia costeña, como la de Los Destellos, de la cumbia amazónica que practicaban Juaneco y su Combo y luego Los Mirlos, con su emblemático “Sonido amazónico” en la selva peruana. Expandiéndose desde Iquitos y ciudades como Pucallpa, de donde procede Juan Wong, alias Juaneco, descendiente de chinos y aficionado al acordeón. Él y su Combo recrearon las tradiciones y creencias de una región mágica, vistiendo trajes típicos y convirtiendo a “Vacilando con ayahuasca” en uno de sus grandes éxitos, incluido en su segundo álbum: El gran cacique. La canción es emblemática por la referencia que hace al uso de esta planta alucinógena y por un sonido que es de auténtico trip, con la guitarra exótica y rockera de Noe Fachín “Brujo” y la voz sensual de la actriz Sonia Oquendo, en lo que puede pasar por la versión amazónica del “Je t’aime moi non plus”, con sugerentes gemidos y una voz femenina que pide más: “Más, Juaneco, más, qué rico, así, así, más, dame toda tu ayahuasca”.




Cuando el grupo de Juaneco estaba en la cumbre sobrevino la tragedia. El 2 de mayo de 1976 cinco de sus miembros, incluido el Brujo, compositor principal, fallecieron en un accidente de aviación. Ahora sus grandes éxitos están disponibles en el primer volumen de los Masters of Chicha, del sello Barbès, uno de los responsables del actual resurgimiento.

Todos estos grupos y otros, como Los Beta 5, Los Orientales, Los Diablos Rojos, Compay Quinto, Los Ribereños, Manzanita y su Conjunto, Los Wembler’s de Iquitos, se pueden escuchar en recopilaciones como los dos volúmenes de The Roots of Chicha (Barbès) y en los sustanciosos Cumbia Beat –con suculentos libretos que reproducen portadas originales–, de Vampisoul.

El impacto de la cumbia psicodélica se refleja en un revival que incluye el retorno de los originales y grupos que la adaptan al presente. Desde la especie de Buena Vista Social Club que es el grupo Cumbia All Stars, reproduciendo en el álbum Tigres en fuga el “Lamento en la selva” y “La fiesta de la cumbia”, con guitarras afiladas y sabrosura tropical. Pasando por una serie de grupos actuales procedentes del mismo Perú, como Bareto, que recrean con maestría el sonido de la chicha en “La voz del Sinchi”, tema emblemático de su excelente álbum neotropicalista Impredecible, en el que mezclan cumbia con rock, reggae, dub, merengue o guaracha.


Grupo musical Los Destellos Sicodélicos.

Del Amazonas a Estados Unidos, la mezcla continúa

Desde Brooklyn, el grupo Chicha Libre ofrece una solvente relectura de los originales, en dos álbumes notables ¡Sonido Amazónico! y Canibalismo. El sexteto, liderado por el francés Olivier Conan, tal y como dice su nombre, utilizan una libertad formal que les lleva de versionar el “Sonido Amazónico” a adaptar al estilo la “Gnossienne n.º 1” de Satie. Con psicodélicas guitarras llenas de twang, órganos juguetones y gran despliegue percutivo, homenajean a los originales en “Juaneco en el cielo” y hasta se permiten guiños a lo operístico en “Paganeno eléctrico” y “The Ride of Valkyries”, en un pastiche que es rockero y sabroso.

Con la emigración, la chicha también ha calado en Estados Unidos. Brian López y Gabriel Sullivan son dos músicos de la escena de Tucson que han colaborado con Calexico y Giant Sand. Ahora experimentan la integración del sonido americano fronterizo con la cumbia peruana amazónica. Empezaron como Chicha Dust, haciendo versiones, pero convertidos en XIXA ofrecen en el álbum Bloodline su propia visión, con un depurado sonido que adapta el acento latino y psicodélico original a un contexto de rock del desierto abierto, en el que caben los riffs duros y la música tuareg, los navajos de Arizona y las alucinaciones del peyote, en canciones llenas de guitarras twangueras y melodías pop, que también suenan crepusculares a lo Ennio Morricone y lounge.

Otro ejemplo de la penetración de la chicha entre los gringos es el grupo Money Chicha, que ha debutado en Vampisoul con Echo en México. Procedentes de Austin, Texas, cuentan en sus filas con miembros de Grupo Fantasma, y su música está llena de fuzz, reverb y percusiones latinas inspirándose en la cumbia y la chicha. El sonido de la selva y de los Andes revestidos de piruetas surf y psicodélicas servido con congas y timbales, órganos y sintetizadores analógicos y ululantes guitarras distorsionadas, como la inicial “Lamento en la selva”, homenaje a los pioneros Los Mirlos. Aunque lejos del revivalismo, la mayoría de material es propio, y su sonido, arrolladoramente contemporáneo, los sitúa a la vanguardia del rock latino.

La chicha también goza de relectura electrónica gracias al grupo limeño Dengue, Dengue, Dengue, integrado por los productores, dj y diseñadores gráficos Felipe Salmón y Rafael Pereira, un dúo que actúa camuflado bajo máscaras y se pasea por el Sónar y los mejores festivales demostrando que los beats también le van bien a una cumbia digital que han desarrollado en los discos La alianza profana, Serpiente dorada y Siete raíces.



Fotografía del grupo musical Money Chicha

Champeta power

En paralelo al fenómeno de la chicha peruana se ha redescubierto en Colombia la champeta, un estilo que triunfó en la Región Caribe, entre los descendientes del mítico Palenque de San Basilio, la primera comunidad africana libre, fundada por esclavos cimarrones en el siglo xvi. Un estilo desarrollado en Cartagena de Indias y Barranquilla en los años setenta y ochenta del siglo pasado. El inventor y uno de sus grandes guitarristas fue Abelardo Carbonó, que mezcló el folklore del Caribe colombiano con la psicodelia y la música africana. Ha sido redescubierto para el público internacional amante de los rare grooves gracias a la reedición de sus grandes éxitos en El maravilloso mundo de Abelardo Carbonó, otra proeza de Vampisoul que contextualiza como merece a alguien que inventó un exuberante sonido afrocaribeño al que ayudaron a consolidar otros como Michi Sarmiento, Lisandro Meza, Uganda Kenia o Son Palenque. Un poderoso groove con guitarras eléctricas, swing, caja vallenata, gotas de afrobeat, funk, cumbia y canciones “melodiosas”, como la irresistible rumba-pop “Carolina”. Fusionando soukuos, highlife y makossa con cumbia, compás haitiano y psicodelia, en un sonido espectacular liderado por su guitarra eléctrica, motor fundamental, junto a las percusiones. Su gran clásico es el álbum Guana Tangula, muestra inequívoca de una africanidad que recuerdan otros títulos como “La negra Kulengue” o “La negra del negrerio”, reunidos por primera vez en un recopilatorio que lleva por subtítulo Psychedelia, Afroroots & Champeta in 1980s Barranquilla.

Otro influyente héroe de la cumbia es Andrés Landero, acordeonista y compositor reivindicado por las nuevas generaciones. Sus grandes éxitos se reúnen en un recopilatorio, Yo amanecí, realizado por Mario Galeano, músico, productor, melómano y dj involucrado en Frente Cumbiero, Los Pirañas y Ondatrópica. Veinte arrolladoras cumbias sacadas del catálogo de Discos Fuentes y otros sellos independiente, como Delujo, de uno de cuyos discos Víctor Coyote se ha reinventado la portada. Acordeón y tambores le servían para levantar catedrales de ritmo muy vinculadas a lo africano –tal y como demuestran los temas “Tambó tambó” o “Cuando lo negro sea bello”–, y también a la modernidad, porque el sonido primitivo e innovador de “Cumbia en la India” y “La pava congona” se ha convertido en una influencia primordial en músicos como Eblis Álvarez, innovador de la cumbia con su grupo Meridian Brothers, un fenómeno internacional gracias a discos como Salvadora Robot y Desesperanza, dos tratados de cumbia postmoderna deconstruida y nueva psicodelia tropical, faros de un repertorio electro-acústico más extenso y experimental, reunido en discos de títulos largos y excéntricos: Este es el corcel heroico que nos salvará de la hambruna y la corrupción o el nuevo Advenimiento del castillo mujer, en los que emerge una nueva forma de psicodelia latina que engloba el vallenato y la cultura del sampler, beats y ritmos orgánicos, lounge sideral y retrofuturismo, sin hacer ascos al merengue o al reggaetón. Una mezcla de percusiones calientes, efectos electrónicos y guitarras marcianas servida en sugerentes títulos: “Guaracha U.F.O. (No estamos solos)”, “Fiesta (Con el whiskey del folklore)”, “La gitana me ha dejado (Salsa electrónica)” y “Soy el pinchadiscos del amor”. Desde los estudios Isaac Newton, su laboratorio musical en Teusaquillo, Bogotá, Eblis Álvarez lleva años desarrollando un sonido único que lo ha convertido en uno de los artistas más innovadores de Colombia.


Fotografía del grupo de música Meridian Brothers