jueves, 16 de enero de 2020

LA CUMBIA PSICODÉLICA

Ramón Súrio




La cumbia, originaria de Colombia, se ha convertido en un ritmo emblemático de Latinoamérica que también penetra en Estados Unidos. A su implantación entre las nuevas generaciones ha contribuido el redescubrimiento de la chicha peruana y la champeta colombiana, que la conectaron en su día con el rock y la psicodelia.

La cumbia era en su origen una danza y un ritmo musical mestizo que nació en Colombia y Panamá, fruto del intercambio entre la cultura de los indígenas y los esclavos negros ubicados en la costa del Caribe, a la que se añadió la influencia española. Desarrollada primero en la época de la conquista y la posterior colonia, no fue hasta mediados del siglo XX que dejó de ser algo folklórico y localista para convertirse en la música más influyente de Latinoamérica.

Al principio, la cumbia era un estilo instrumental, con gran predominancia de los tambores, al que luego se adaptó la voz. Además, la cumbia es la madre de otros subgéneros como porro, bullerengue, paseo o vallenato. También hay estilos regionales: cumbia momposina, sampuesana o cartagenera. Un instrumento fundamental en su desarrollo es el acordeón, traído por los alemanes en 1821. La importancia de este instrumento en la consolidación de la cumbia en Latinoamérica se hace evidente en el gran éxito “La cumbia del acordeón”, del grupo mexicano Los Ángeles Azules, cuya letra dice: “Es la cumbia que nos une / a cumbia del acordeón / de Colombia para México / y de aquí para Nueva York… Baja al sur hasta Argentina / cruza el mar hasta Japón / ven y baila con el ritmo / por el mundo suénalo”.

La mayor efervescencia de la industria musical colombiana se vivió en los años sesenta del siglo pasado. En 1960 se editaba el primer álbum estereofónico, 14 cañonazos bailables, por Discos Fuentes, el mítico y pionero sello fundado en Cartagena de Indias en 1934. Su gran catálogo permite observar el desarrollo de la cumbia, que vivió una edad de oro en los años cincuenta, cuando la compañía se mudó a Medellín.

Antes, en los años cuarenta, orquestas como las de Lucho Bermúdez o Los Corraleros de Majagual exportaron la cumbia a Perú, donde causó un fuerte impacto en los músicos locales, que crearon su propia versión. Así, gracias a grupos como Los Mirlos, Los Destellos, Juaneco y su Combo o el Cuarteto Continental, nace una nueva cumbia que incorpora al sonido la guitarra eléctrica, un hecho que será determinante en su popularización. Tras penetrar en Perú, por la frontera del norte, la cumbia se enseñoreó de Lima, desde donde en los años sesenta surgen orquestas como las de Lucho Macedo y Pedro Miguel y sus Maracaibos, que incluyen en su sonido elementos diferenciales, tomados del rock, la música cubana, el merengue dominicano, el mambo de Pérez Prado o los ritmos indígenas. El éxito de la cumbia hizo que se expandiera de las zonas rurales andinas a la selva del Amazonas.


Fotografía del grupo Juaneco y su combo.

Chicha amazónica

La cumbia peruana, conocida popularmente como chicha –también se denomina así a una popular bebida alcohólica derivada de la fermentación del maíz–, es una fusión que engloba la cumbia colombiana, el rock psicodélico y folklores autóctonos como el andino o el procedente de la selva amazónica. Este nuevo ritmo tropical empezó a cuajar entre las clases más desfavorecidas de la periferia de Lima, y su pionero fue Enrique Delgado, guitarrista y compositor que en 1968 grabó su primer disco para Odeón con su grupo Los Destellos, un combo instrumental que llevaba la música de The Shadows y The Surfaris al terreno tropical. El álbum, de título homónimo, incluye “Guajira sicodélica”, y se convirtió en un fenómeno que multiplicaron sus siguientes discos: En órbita, Mundial, En la cumbre y Constelación, que incluye su emblemático y provocativo “Onsta la yerbita”: “Yo quisiera saber / oye nena si es que aquí / yo puedo encontrar / un poco de la yerba / para vacilar / así gozar, así volar”. Los Destellos encontraron un sonido moderno, rock y latino, que sirvió para codificar un género que mezclaba cumbia con huayno –ritmo andino–, música criolla –que comparte la influencia española con la afroperuana–, guaracha, bugalú, surf y psicodelia, sin hacer ascos a los efluvios brasileños o chilenos, en un exuberante pastiche que se convirtió en prototípico de un género que ahora vive un gran revival, con reediciones de sus discos, como el reciente, revelador y adictivo veinte grandes éxitos Sicodélicos, de Los Destellos, conectando la cumbia y lo tropical con Hendrix, Doors, Santana y el espíritu de Woodstock.

Fue tal el impacto de Los Destellos en la juventud peruana que pronto todas las compañías de discos querían tener su grupo de chicha tropical, diferenciando la cumbia costeña, como la de Los Destellos, de la cumbia amazónica que practicaban Juaneco y su Combo y luego Los Mirlos, con su emblemático “Sonido amazónico” en la selva peruana. Expandiéndose desde Iquitos y ciudades como Pucallpa, de donde procede Juan Wong, alias Juaneco, descendiente de chinos y aficionado al acordeón. Él y su Combo recrearon las tradiciones y creencias de una región mágica, vistiendo trajes típicos y convirtiendo a “Vacilando con ayahuasca” en uno de sus grandes éxitos, incluido en su segundo álbum: El gran cacique. La canción es emblemática por la referencia que hace al uso de esta planta alucinógena y por un sonido que es de auténtico trip, con la guitarra exótica y rockera de Noe Fachín “Brujo” y la voz sensual de la actriz Sonia Oquendo, en lo que puede pasar por la versión amazónica del “Je t’aime moi non plus”, con sugerentes gemidos y una voz femenina que pide más: “Más, Juaneco, más, qué rico, así, así, más, dame toda tu ayahuasca”.




Cuando el grupo de Juaneco estaba en la cumbre sobrevino la tragedia. El 2 de mayo de 1976 cinco de sus miembros, incluido el Brujo, compositor principal, fallecieron en un accidente de aviación. Ahora sus grandes éxitos están disponibles en el primer volumen de los Masters of Chicha, del sello Barbès, uno de los responsables del actual resurgimiento.

Todos estos grupos y otros, como Los Beta 5, Los Orientales, Los Diablos Rojos, Compay Quinto, Los Ribereños, Manzanita y su Conjunto, Los Wembler’s de Iquitos, se pueden escuchar en recopilaciones como los dos volúmenes de The Roots of Chicha (Barbès) y en los sustanciosos Cumbia Beat –con suculentos libretos que reproducen portadas originales–, de Vampisoul.

El impacto de la cumbia psicodélica se refleja en un revival que incluye el retorno de los originales y grupos que la adaptan al presente. Desde la especie de Buena Vista Social Club que es el grupo Cumbia All Stars, reproduciendo en el álbum Tigres en fuga el “Lamento en la selva” y “La fiesta de la cumbia”, con guitarras afiladas y sabrosura tropical. Pasando por una serie de grupos actuales procedentes del mismo Perú, como Bareto, que recrean con maestría el sonido de la chicha en “La voz del Sinchi”, tema emblemático de su excelente álbum neotropicalista Impredecible, en el que mezclan cumbia con rock, reggae, dub, merengue o guaracha.


Grupo musical Los Destellos Sicodélicos.

Del Amazonas a Estados Unidos, la mezcla continúa

Desde Brooklyn, el grupo Chicha Libre ofrece una solvente relectura de los originales, en dos álbumes notables ¡Sonido Amazónico! y Canibalismo. El sexteto, liderado por el francés Olivier Conan, tal y como dice su nombre, utilizan una libertad formal que les lleva de versionar el “Sonido Amazónico” a adaptar al estilo la “Gnossienne n.º 1” de Satie. Con psicodélicas guitarras llenas de twang, órganos juguetones y gran despliegue percutivo, homenajean a los originales en “Juaneco en el cielo” y hasta se permiten guiños a lo operístico en “Paganeno eléctrico” y “The Ride of Valkyries”, en un pastiche que es rockero y sabroso.

Con la emigración, la chicha también ha calado en Estados Unidos. Brian López y Gabriel Sullivan son dos músicos de la escena de Tucson que han colaborado con Calexico y Giant Sand. Ahora experimentan la integración del sonido americano fronterizo con la cumbia peruana amazónica. Empezaron como Chicha Dust, haciendo versiones, pero convertidos en XIXA ofrecen en el álbum Bloodline su propia visión, con un depurado sonido que adapta el acento latino y psicodélico original a un contexto de rock del desierto abierto, en el que caben los riffs duros y la música tuareg, los navajos de Arizona y las alucinaciones del peyote, en canciones llenas de guitarras twangueras y melodías pop, que también suenan crepusculares a lo Ennio Morricone y lounge.

Otro ejemplo de la penetración de la chicha entre los gringos es el grupo Money Chicha, que ha debutado en Vampisoul con Echo en México. Procedentes de Austin, Texas, cuentan en sus filas con miembros de Grupo Fantasma, y su música está llena de fuzz, reverb y percusiones latinas inspirándose en la cumbia y la chicha. El sonido de la selva y de los Andes revestidos de piruetas surf y psicodélicas servido con congas y timbales, órganos y sintetizadores analógicos y ululantes guitarras distorsionadas, como la inicial “Lamento en la selva”, homenaje a los pioneros Los Mirlos. Aunque lejos del revivalismo, la mayoría de material es propio, y su sonido, arrolladoramente contemporáneo, los sitúa a la vanguardia del rock latino.

La chicha también goza de relectura electrónica gracias al grupo limeño Dengue, Dengue, Dengue, integrado por los productores, dj y diseñadores gráficos Felipe Salmón y Rafael Pereira, un dúo que actúa camuflado bajo máscaras y se pasea por el Sónar y los mejores festivales demostrando que los beats también le van bien a una cumbia digital que han desarrollado en los discos La alianza profana, Serpiente dorada y Siete raíces.



Fotografía del grupo musical Money Chicha

Champeta power

En paralelo al fenómeno de la chicha peruana se ha redescubierto en Colombia la champeta, un estilo que triunfó en la Región Caribe, entre los descendientes del mítico Palenque de San Basilio, la primera comunidad africana libre, fundada por esclavos cimarrones en el siglo xvi. Un estilo desarrollado en Cartagena de Indias y Barranquilla en los años setenta y ochenta del siglo pasado. El inventor y uno de sus grandes guitarristas fue Abelardo Carbonó, que mezcló el folklore del Caribe colombiano con la psicodelia y la música africana. Ha sido redescubierto para el público internacional amante de los rare grooves gracias a la reedición de sus grandes éxitos en El maravilloso mundo de Abelardo Carbonó, otra proeza de Vampisoul que contextualiza como merece a alguien que inventó un exuberante sonido afrocaribeño al que ayudaron a consolidar otros como Michi Sarmiento, Lisandro Meza, Uganda Kenia o Son Palenque. Un poderoso groove con guitarras eléctricas, swing, caja vallenata, gotas de afrobeat, funk, cumbia y canciones “melodiosas”, como la irresistible rumba-pop “Carolina”. Fusionando soukuos, highlife y makossa con cumbia, compás haitiano y psicodelia, en un sonido espectacular liderado por su guitarra eléctrica, motor fundamental, junto a las percusiones. Su gran clásico es el álbum Guana Tangula, muestra inequívoca de una africanidad que recuerdan otros títulos como “La negra Kulengue” o “La negra del negrerio”, reunidos por primera vez en un recopilatorio que lleva por subtítulo Psychedelia, Afroroots & Champeta in 1980s Barranquilla.

Otro influyente héroe de la cumbia es Andrés Landero, acordeonista y compositor reivindicado por las nuevas generaciones. Sus grandes éxitos se reúnen en un recopilatorio, Yo amanecí, realizado por Mario Galeano, músico, productor, melómano y dj involucrado en Frente Cumbiero, Los Pirañas y Ondatrópica. Veinte arrolladoras cumbias sacadas del catálogo de Discos Fuentes y otros sellos independiente, como Delujo, de uno de cuyos discos Víctor Coyote se ha reinventado la portada. Acordeón y tambores le servían para levantar catedrales de ritmo muy vinculadas a lo africano –tal y como demuestran los temas “Tambó tambó” o “Cuando lo negro sea bello”–, y también a la modernidad, porque el sonido primitivo e innovador de “Cumbia en la India” y “La pava congona” se ha convertido en una influencia primordial en músicos como Eblis Álvarez, innovador de la cumbia con su grupo Meridian Brothers, un fenómeno internacional gracias a discos como Salvadora Robot y Desesperanza, dos tratados de cumbia postmoderna deconstruida y nueva psicodelia tropical, faros de un repertorio electro-acústico más extenso y experimental, reunido en discos de títulos largos y excéntricos: Este es el corcel heroico que nos salvará de la hambruna y la corrupción o el nuevo Advenimiento del castillo mujer, en los que emerge una nueva forma de psicodelia latina que engloba el vallenato y la cultura del sampler, beats y ritmos orgánicos, lounge sideral y retrofuturismo, sin hacer ascos al merengue o al reggaetón. Una mezcla de percusiones calientes, efectos electrónicos y guitarras marcianas servida en sugerentes títulos: “Guaracha U.F.O. (No estamos solos)”, “Fiesta (Con el whiskey del folklore)”, “La gitana me ha dejado (Salsa electrónica)” y “Soy el pinchadiscos del amor”. Desde los estudios Isaac Newton, su laboratorio musical en Teusaquillo, Bogotá, Eblis Álvarez lleva años desarrollando un sonido único que lo ha convertido en uno de los artistas más innovadores de Colombia.


Fotografía del grupo de música Meridian Brothers