miércoles, 11 de marzo de 2015

EL ROCK MEXICANO DE LOS 70

Enrique Blanc
Zona de Obras, 22/02/2015

Dug Dugs



El rock mexicano vivió sus días más áridos durante la década de los setenta. Si bien los antecedentes de dicho movimiento auguraban, a finales de los sesenta, el desarrollo de una escena que podía dar cabida a distintas expresiones –balada rock, rock cantado en español y en inglés–, desde el arranque de los extraños setenta, el género empezó a perder terreno frente a otras expresiones musicales y estuvo a punto de encarar su extinción. A continuación un informe de Enrique Blanc publicado en el Especial 70 de ZdeO editado en 1999.

ANTECEDENTES

En la segunda mitad de los 60, los grupos pioneros del rock mexicano habían pasado a un segundo plano debido a varias situaciones. Por principio, los vocalistas de varios de ellos vivían mejores momentos como solistas, dejando atrás el sonido eléctrico que los había hecho populares para arrimarse a un sonido orquestal que poco tenía que ver con el rock. Johnny Laboriel salió de Los Rebeldes del Rock, Enrique Guzmán de Los Teen Tops, César Costa de Los Camisas Negras –anteriormente, Black Jeans–, Luis «Vivi» Hernández de Los Crazy Boys y Manolo Muñoz de Los Gibson Boys. Pero eso no era todo.

Del norte del país llegó una avanzada de grupos que dada su proximidad con las bandas californianas y tejanas, sus integrantes mostraban un mayor desarrollo como instrumentistas. Fueron grupos como Los Rockin’ Devils, Los Yaki de Benny Ibarra y los Tijuana TJ’s de Javier Bátiz –donde incluso pasó fugazmente Carlos Santana en su odisea hacia San Francisco– entre otros, los que terminaron por sepultar a los inocentes conjuntos de la ciudad de México que se quedaban fuera de época ante la inminencia de la llegada de la era hippie y la psicodelia.

La represión contra la juventud universitaria que tuvo su clímax con la llamada «Matanza de Tlatelolco», evidentemente tuvo repercusión entre los adeptos del rock que para entonces, eran blanco de persecuciones policiales.

El rock se asociaba a una juventud desordenada y conflictiva, así como con la penetración de ideas extranjeras que irritaban a un gobierno conservador y a una prensa amarillista, que con un mismo temor infundado, reprobaba a los seguidores de dicho estilo musical con mayor saña que en los no muy lejanos días en que Elvis había sido señalado enemigo del establishment mexicano.



AVÁNDARO

Pero el rock era un virus contagioso que para el arranque de los 70 ya se había regado en los inconformistas jóvenes mexicanos. Ante la represión física, la respuesta estaba en la oposición ideológica, y el estandarte de ésta era la fe en la cultura rock, una cultura que abría una infranqueable brecha generacional.

Esa solidaridad silenciosa hizo del Festival de Avándaro, el mayor suceso social de la década y a su vez, el presagio de que ningún gobierno iba a  entender, ni mucho menos a permitir la existencia de un lenguaje que  convocara con tal fuerza a los jóvenes. El Festival Rock y Ruedas de Avándaro, que promocionaba originalmente una carrera de coches que nunca se realizó, se llevó a cabo el 11 de septiembre de 1971 en un claro de Valle de Bravo, cerca de la capital mexicana, y fue el suceso que marcaría el derrotero que el rock mexicano acató los siguientes quince años. Su persecución y la exageración manipulada de las informaciones que sobre éste se dieron condenaron al rock a refugiarse en la clandestinidad y por ende, a sufrir un alto en su desarrollo.

El concepto de este festival multitudinario obviamente provenía del impacto que Woodstock había conseguido entre los adeptos al rock alrededor del mundo. No obstante, nadie previó que en México, Avándaro lograra tal repercusión. Para ser breves, diremos que los organizadores, que para entonces habían convocado una cartel con trece bandas: Los Dug Dugs, El Ritual, Tequila, Peace And Love, Bandido, El Amor, Love Army, Tinta Blanca, La Tribu, Los Yaki, División del Norte, Epílogo y el grupo que marcaría los años por venir: Three Souls In My Mind, esperaban que el evento trajera  unos cinco mil asistentes, pero la afluencia final se estima en los 150.000. El resultado: una auténtica bacanal de ruido y psicodelia que por lo mismo, provocó en los periódicos los más exagerados comentarios.
Ovaciones incluso llegó a publicar que el concierto al aire libre había logrado en su numeralia los siguientes datos: «5 muertos, 500 lesionados y 1.500 intoxicados», concluyendo en el mismo tono amarillista: «Drogas, sangre y sexo en el festival de rock».

Tinta Blanca

Uno de los pocos medios que comentaron Avándaro con objetividad fue la entonces naciente revista Piedra Rodante, el primer intento en la historia de retomar el estilo periodístico y el diseño de la prestigiosa revista estadounidense Rolling Stone, para publicarla en español. Los escasos ejemplares que salieron de dicho intento, terminaron en el silencio luego de la profusa publicación que se hizo de Avándaro. Una más de las víctimas que tuvo a mano la persecución del rock que sobrevino inmediatamente después del controvertido «Woodstock mexicano».




EL HOYO FONQUI

Con una marca en la frente, el rock en México comenzó a dar pasos en falso a medida que los 70 avanzaban acompañados de las modas que se impondrían en el mercado de la música internacional: rock psicodélico en sus inicios, pop intrascendente más adelante y música disco en su final. De 1972 a digamos 1979, poco se hizo en dicho género en el país. Tanto la televisión como la radio y obviamente las discográficas, cerraron bruscamente sus puertas al rock, que encontró en los denominados «hoyos fonqui», su única manera de subsistir. Y solamente algunos grupos como los Dug Dugs y La Revolución de Emiliano Zapata, lograron salvarse de la maldición que se vivió en aquellos años.

El cierre de Three Souls In My Mind en Avándaro fue simbólico. De hecho fue su cantante, Alejandro Lora, quien posteriormente, a mitad de los 80, decidió desbandar al grupo para formar El Tri, sin duda el rockero más longevo y prolífico de México, se convertiría en el representante del «hoyo» que no era otra cosa que un sitio improvisado donde se llevaban a cabo conciertos, por lo general a muy bajo precio y donde la mayoría de los asistentes eran de clase trabajadora que tenían en el aguardiente, el tequila más barato, la mota y el resistol 5000, sus venenos favoritos. Son estos años los que en cierta medida forjan la trayectoria de Lora, quien escribe canciones desde esa perspectiva, desde la esquina de un chavo marginado y perseguido que encuentra en el rock un medio de expresión y de denuncia ante su desfavorecida situación social. Algunos de los grupos que subsisten en aquellos años de la misma manera que el Three Souls In My Mind son Enigma, comandados por Sergio Acuario –luego convertido en el ensayista y escritor Sergio González Rodríguez–, Náhuatl, Zigzag, Decibel, Toncho Pilatos y un joven Guillermo Briseño, de quien puede decirse que es junto a Lora, otro de los eslabones que unen a la generación de rockeros de los 70 con aquellos que aparecerían a mitad de los 80 y que le darían un nuevo auge al rock en México.

LA «CAPITAL DEL ROCK»

Quizás por encontrarse en el interior del país, menos vigilada que la capital, la ciudad de Guadalajara fue semillero de grupos de rock durante los setenta. Pero a diferencia de los contestatarios chilangos que usaban dicho estilo musical como un instrumento de denuncia, los tapatíos seguían muy de cerca los intereses de los rockeros estadounidenses o ingleses que en ese entonces tenían al virtuosismo instrumental como una de sus prioridades. En ese sentido, la generación de grupos de rock surgida en Guadalajara en los primeros años de los 70, fue lo más interesante que nos aconteció en esos términos al país. Grupos como 39.4, La Fachada de Piedra, pero sobre todo La Revolución de Emiliano Zapata, hicieron muy buena música que incluso logró tener impacto a nivel internacional, como es el caso de canciones como Nasty Sex y Ciudad perdida, de «La Revo» que lograron colarse con éxito considerable en la radio nacional, sonaron en países como Estados Unidos, Alemania en algunos de América Latina, ganándose la oportunidad de editar un disco.



Fue precisamente La Revolución, que presentaba a un guitarrista de lujo: Javier Martín del Campo, el grupo que pudo evolucionar musicalmente y que planteó nuevos caminos para el rock en México, pero que en su afán por parecer extranjeros, le robó la personalidad que éste había ya ganado en años anteriores, aunque cambalacheó su ingenuidad por una nueva malicia mucho más verosímil e interesante líricamente. Su transformación en 1976 en grupo de cumbia, es elocuente acerca de lo complicado que fue para un grupo de rock sobrevivir en el México de entonces.

Mención especial merece también Toncho Pilatos (Alfredo Guerrero Sánchez), cabeza del quinteto del mismo nombre. Un loco que instintivamente combinó elementos del folclore mexicano con el rock, adelantándose a su tiempo, y que indistintamente cantaba y componía en español e inglés. Falleció en 1993 de cirrosis hepática.

Sin embargo, en el contexto del rock mundial, los 70 fueron años en que grandes grupos asaltaron la escena: Credence Clearwater Revival, The Doors, el mismo Hendrix, el Dylan más luminoso, el Bowie menos conformista, Led Zeppelin, y un Lennon y un McCartney haciendo cosas por su lado. Poco tenían para competir los rockeros aztecas más encumbrados frente al desarrollo que tenían los consagrados, los mismos que copaban los espacios radiofónicos y las estanterías de las tiendas de discos.


LA LITERATURA DE LA ONDA

Lo más interesante del contagio del rock en México durante los 70, más que vivirse de lleno en la música, subsistió en la literatura, concretamente en un movimiento conocido como «literatura de la onda» que conformaron escritores como José Agustín, Gustavo Sainz, Juan Tovar y el descarrilado Parménides García Saldaña cuyos excesos lo llevarían a una muerte prematura.

En sus libros, la obsesión por el rock es rasgo distintivo de sus personajes, por lo general jóvenes de clase media que corren aventuras en una ciudad de México que empieza a trazar los síntomas de una urbe al filo del caos de fin de siglo. En los setenta, Agustín ya había publicado novelas como La tumba y De perfil.

1970 es el año en que Parménides, narrador muy cercano a Lora, saca a la luz su colección de relatos El rey criollo, medular en el entendimiento de la apropiación clandestina que el joven mexicano hacía de la estética rocanrolera. En el libro, el escritor antecede a cada uno de sus relatos traducciones al español de varias letras de los Rolling Stones. Más tarde aparecerían En la ruta de la onda (1972), también de Parménides, y Las jiras (1973), de Federico Arana. En otras palabras, el rock en México durante gran parte de los años 70 fue una experiencia visceral de los sectores más desprovistos del país, observada con romanticismo por algunos jóvenes de clase media que oponían a un intelectualismo repetitivo y solemne, su incondicional militancia a la música eléctrica.

EL DECLIVE DE LA DÉCADA

El hecho de que Mr. Loco, un grupo que llevaba en sus filas algunos ex miembros de Los Locos del Ritmo hubiera ganado el Festival de Música Pop en Japón con su canción Lucky Man, hizo creer que pronto vendría un resurgimiento del rock en el país. Pero nada sucedió. El grupo se tiró a girar fuera de México y a su regreso se topó con la misma realidad de antes: un país donde la chabacana balada pop dominaba todo y donde el rock volvía a pegarse al prejuicio de que solamente podía respirar si se cantaba en inglés.



Había un problema más en lo que a la permisión del rock en el país por parte de las autoridades se refiere: los mexicanos adolecían de cultura para enfrentarse a espectáculos masivos relacionados con la música. Condición que fue causante de que tanto la visita de Chicago al Auditorio Nacional en 1976, terminara en un motín. Y que el segundo de los dos conciertos que dio Joe Cocker en el Toreo en 1978, solamente pudo durar cuarenta minutos.

Pretextos suficientes para debatir sobre el tema y continuar obstaculizando el paso de dicho estilo musical que en otros países como Argentina se daba de manera natural.

UNA NUEVA GENERACIÓN

Finalmente la empecinada supervivencia del rock en México consiguió nuevos frutos a finales de la dácada de los 70, cuando aparecieron bandas y personajes que serían protagonistas de la escena mexicana. Es un momento en el que las clases medias comienzan a involucrarse, desde su perspectiva, llamando la atención de algunos empresarios que fundan disqueras independientes para firmar bandas e intentar colarlas en el prejuicioso mundillo musical.

Este es el año en que aparecen cantautores como Rafael Catana, responsable de iniciar una corriente de rock urbano electroacústico que pronto va a generar un movimiento conocido como «los rupestres». Sombrero Verde –que con los años se convertiría en Maná–, es una de las nuevas agrupaciones provenientes de Guadalajara, igual que Kenny y Los Eléctricos. Aparecen agrupaciones mucho más ambiciosas y solventes musicalmente como los tecnificados Chac Mool, de donde surge Jorge Reyes. Mientras aún sobreviven los Dug Dugs, arquetipos de la era hippie en México, quienes por cierto abren a Deep Purple en su visita al país, y ya aparecen propuestas más frescas como la de Dangerous Rhythm, el proyecto de Piro, posteriormente en Ritmo Peligroso; visionarios como Paco Gruexxo quien de nuevo escribe letras en español; metaleros como Cristal y Acero, y seguidores del punk como Rebel D’ Punk.

El rock mexicano está cerca de una nueva era, pero su popularidad no llegará sino hasta la segunda mitad de los 80, cuando las generaciones más que oponer ideas, empezaron a confiar en el trabajo de sus predecesores, y a sentir una solidaridad con los grupos de otros países que también experimentaban con el rock cantado en castellano.

Ser «rocanrolero mexicano» a lo largo y ancho de los 70 fue generalmente una causa perdida que se atrevieron a asumir a fondo pocos músicos en el país.