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viernes, 31 de enero de 2020

ROCK AUSTRALIANO, UNA ADICCIÓN DE LA QUE NO SE SALE

Álvaro Corazón Rural
Jot Down, diciembre 2019



Dos discos que me han llamado la atención este año tenían que ver con Australia. Uno es el que para mí es el mejor del año, dentro los géneros que me gustan, el último álbum don Bryan Estepa, Sometimes I Just Don’tKnow, que es filipino de nacimiento, pero ha crecido en las antípodas. El otro no es australiano, pero cuenta con uno, Dave Talon. Se trata de Poor Little Things, grupo radicado en Suiza. 

Estepa se mueve en terrenos muy pop y las cositas tiran para el hard rock fiestero. Sin embargo, ninguno de los dos se quita el olor a Australia, que es algo que se adhiere a la faceta melódica de las canciones y es muy reconocible. Quien mejor describió este espíritu —no se rían— fue Johnny Depp. Cuando el actor fue a rodar una de las entregas de la saga de piratas a Australia, tuvo graves problemas legales por no haber puesto a sus perros en cuarentena al entrar en el país. Le pudieron incluso caer diez años de cárcel. 

Para que no le engancharan los engranajes legales colaboró con la justicia grabando un vídeo en el que explicaba al mundo la importancia de la cuarentena de perros al entrar en este país. Es lo de menos, el caso es que parecía que le estaban apuntando con una pistola y decía todo lo que estaba obligado a decir, pero soltando alguna púa de forma pasivo-agresiva.  Así, pronunció una frase que lo clavaba. «Los australianos son muy cálidos, pero también muy directos». Y ni más ni menos, ese es el secreto de su música. Las melodías son irresistibles, te seducen y te envuelven, te acarician los pezones con la yema de los dedos humedecida, pero luego al coche le ponen un ladrillo en el acelerador y le pegan al tambor como en las galeras romanas. 

Dave Talon, antes de mudarse a Suiza, había estado en una de las formaciones tardías de Kings of the Sun. Un grupo de hard rock de los que hubo muchos en los años ochenta, pero que con tanta sobreabundancia en ese género, hasta los buenos eran mediocres. En su caso, su grupo era de clase media alta, pero a lo que más recuerda lo que ha grabado ahora es a The Angels, combo que en el mercado internacional iba con el nombre de Angels From Angel City o Angel City a secas por la cantidad de demandas que les podían caer de las dos docenas de Angels que ya había en los mercados allende de los mares de Oceanía. 




Angel City fueron el hermano pobre de AC/DC junto a Rose Tattoo. Incluso los segundos tuvieron un reconocimiento tardío cuando Guns N’ Roses hizo una versión de «Nice Boys» para su segundo disco, posiblemente la mejor de las cuatro canciones eléctricas que venían en la cara A. De Angel City, sin embargo, poco más ha trascendido pese a que han estado sacando discos hasta 2014. La cuestión es que, aunque compartiesen algunos esquemas rítmicos con AC/DC, Angel City tenía sensibilidad pop. Por eso sus canciones no te gustaban, las querías. Del grupo no eras fan, querías ser su amigo. Esa es la tónica con toda esa escena musical. 

Se repite, grupo por grupo, con la mayoría de artistas australianos. Aunque sean de garage, de power pop, de punk rock o de hard rock, en todos ellos hay ese patrón. El paradigma es quizá Radio Birdman. Ahora podrá parecer normal lo que hicieron, pero la fórmula de Stooges y Blue Öyster Cult al mismo tiempo era una marcianada. Un take-it-all de los cuatro puntos cardinales de los setenta, Stones, Doors, el hard rock elegante de BÖC y la nueva aberración traída por los Stooges, el punk, que cristalizó en el planeta precisamente en el año de su álbum de debut, Radios Appear. 

Cuando internet iba por RDSI y todo esto era campo, las menciones continuas a Radio Birdman me impacientaban. Pensaba que se trataba de un grupo desconocido más, muy ruidista y todo lo que tú quieras, lo típico que epata al melómano pedante. Cuando me puse el aludido elepé por primera vez mi actitud era de sarcasmo y de «a ver qué mierda es». 

Escuché la versión clásica del disco, la que empieza con «TV Eye». Precisamente puede que sea la canción que más me gusta de Stooges, por lo que no me sorprendió especialmente por muy bien que esté ejecutada. El problema vino después, «Murder City Nights». Eso entraba en las frases hechas de demasiado rock para ser punk y demasiado punk para ser rock y la guitarra transitaba por otra dimensión. Era tan perfecto que parecía hecho en un laboratorio. En el momento antes de escucharlo, si hubiese podido solicitar un grupo a la carta, habría incluido precisamente todos los ingredientes que estaba escuchando en ese momento. A partir de ahí todo el disco me entró con vaselina y lo celebré con la fe del converso sin necesidad de ponerme excusas ni andarme con rodeos. Eso era lo mejor y punto.

La revolución en la mente siguió sin cesar a cada grupo de ese país que iba descubriendo. Australiano no daba pistas solo sobre un género y unos tics melódicos, sino que también suponía calidad. En lo concerniente a todos los grupos del siglo XX se cumplía: Celibate Rifles, Stems, Fun Things, Hoodoo Gurus, Screaming Tribesmen… ¿Cómo podía ser que todos fuesen buenos? Incluso buceando en los setenta pasaba lo mismo, Coloured Balls, Buffalo… Y Australia entre 1970 a 1990 solo tuvo entre diez y quince millones de habitantes. Fue un milagro. 

En España, en los pocos nichos que le dedican atención al rock es innegable que se presta la atención debida a lo australiano, el apostolado de la revista Ruta 66 ha llegado incluso a levantar sospechas. No en vano, aquí se publicó en 2016 El año que matamos a Skippy: Un recorrido por el high-energy, punk, garage y power pop australiano (editorial 66 rpm) de Manuel Beteta, un libro fuera de Australia que sirve como guía de referencia del rock australiano. 

En sus páginas, Beteta explicó que los grupos australianos de finales de los setenta y los ochenta tuvieron en común que tomaban el rock tal cual había quedado en los setenta, sin claudicar ante las nuevas producciones ochenteras, asumían los clásicos de Detroit, Stooges y MC5, pero también el power pop de Badfinger y Big Star, y teniendo en cuenta que ya todos conocían el punk, así dieron forma a su pequeño universo en los ochenta. El tesoro de la isla en un sentido literal. Para el autor, tras años de desafiar el duopolio británico/americano de las colecciones de discos de rock con referencias de las antípodas, el pináculo del éxtasis llegó con la gira española de Radio Birdman en 2006: 

[…] Salí aturdido, confortablemente abatido. Había sido una experiencia tan gratificante que no podía desperdiciar esos instantes tan placenteros yéndome a casa. Solo me apetecía andar sin rumbo fijo por la Gran Vía, muy vacía a esas altas horas de la madrugada, mientras las imágenes del concierto me golpeaban en bucle una y otra vez. Recuerdo que deseaba que la ciudad despertara y se pusiera cuanto antes en marcha porque me urgía la necesidad de contarlo.

Se refería a una lengua, si no muerta, si periclitada. Los años dorados del rock australiano fueron los ochenta y noventa. Luego hubo un cambio generacional con otras referencias que, aunque hundan sus raíces en este periodo muchas de ellas, es otra historia. Y así debe de ser, los estilos de música que no mueren son muy gloriosos, pero dan mucho mal. 

La pregunta es por qué Australia. El punto de partida, según este crítico, está en la aparición en junio de 1976 del primer single de los Saints, (I’m) Stranded y en octubre Burn my Eye de Radio Birdman. Dos hitos que supusieron un punto de inflexión: «La juventud abandonó el servilismo musical hacia Estados Unidos e Inglaterra y comenzó a desarrollar su propia identidad». La crítica que hizo Melody Maker no podía ser más acertada y desafortunada al mismo tiempo: «Metal-pop que no va a ninguna parte».

Los Birdman tuvieron que poner de su parte. Radios Appear se grabó en los estudios Trafalgar, que habían sido equipados para conseguir sacar el sonido de los grupos californianos de los setenta de soft-rock tipo Eagles. Sin embargo, ellos pusieron láminas de hierro corrugado en las paredes y entre los amplificadores para que los agudos fuesen más duros al haber más reverberación. Todo gracias a la ciencia infusa. Según admiten en la entrevista que incluye el libro: «Entonces no sabíamos ni una mierda sobre estudios, simplemente pensábamos que sabíamos». 



No tiene nada que ver con el sonido de estos grupos, pero es una polémica muy actual. La estética de Radio Birdman, con brazaletes rojos con el logotipo del grupo en negro sobre blanco, y la formación militar y uniformada con la que aparecían en las fotos, igual que hubiese ocurrido ahora no fue entendida por algunos sectores. Se les tachó de fascistas y, como prueba inequívoca, estaba su canción «New Race». En realidad, todo era una ironía que buscaba un himno juvenil, una canción de ruptura generacional que escenificaba el nuevo orden, la emancipación de los chavales del aburrido mundo viejuno de entonces, con esos elementos figurativos. Es decir, un parte de culo. 

Sin embargo, Rob Younger se arrepintió de haber llevado las letras e imaginería del grupo a temas militares: «Nuestro póster de la Blietzkrieg era un gran diseño, pero me hubiese gustado que nuestra estética de guerra hubiese acabado allí. Se hizo demasiado literal para mí, y se convirtió en un gran lastre en torno a la banda. He estado defendiéndome de preguntas sobre si era un nazi desde entonces». 

La realidad era más prosaica. Todo nacía en un vaso. Aquella escena surgió de los bares, donde borrachos ante una audiencia de borrachos todo vale. Así es como se forjaron estos grupos no solo en aquellos años, también los del siglo XXI. Los grupos australianos vienen en su inmensa mayoría del circuito de pubs y su música suele estar concebida para los directos, quizá por eso siempre se la describe, independientemente del género, como intensa y directa, porque tiene las urgencias de petar en el aquí y ahora, en el día de la semana que te toca a ti alegrar la borrachera a la parroquia. Un viernes, cuenta en el libro, podía haber media docena de conciertos programados para elegir. Había gran cantidad de oferta también porque, con la recesión de principios de los ochenta, muchos jóvenes no tenían nada mejor para ocupar el tiempo que coger una guitarra. Se juntó todo. 

Además, estos grupos tenían otras motivaciones. Las principales ciudades australianas están en la costa y es la cultura surf y la música surf la que más sobrevuela en sus composiciones. Por otro lado, al margen de todas las influencias estadounidenses y británicas imposibles de eludir, si algo tienen en común todos estos músicos cuando les entrevistan es que siempre citan a Easybeats, que fue el gran grupo de la isla en los sesenta y del que todos mamaron, más incluso que de los Rolling Stones. 

Danny McDonald subrayó en estas líneas que en esos riffs había también orgullo patrio: «Los años ochenta, y en cierta medida los noventa, fueron la época dorada de la música australiana, que también es coherente con la evolución de la cultura general australiana. La identidad australiana alcanzó su punto máximo en los años ochenta y durante un tiempo fue individual y única, lo que nos llevó a desarrollar orgullo y arrogancia. Ese sentido particular de la identidad se erosionó con el tiempo. Ahora los australianos están más interesados en la cultura de Estados Unidos e Inglaterra».

Incluso Dave Faulkner mostraba cierto resquemor hacia la metrópoli: «Desgraciadamente la prensa británica siempre se ha mostrado muy hostil con las bandas australianas, esa gente no parece olvidar que un día fuimos una de sus colonias, es como si los australianos no mereciéramos sus respetos», se quejó a Beteta. Por tener, hasta tuvieron sus propios Nirvana. Fue el caso de los Bored! y su Feed the Dog que allí marcó a una generación, aunque desde los postulados previos de unos Blue Cheer y unos Motörhead.

Pero ahí estaba España con los brazos abiertos. El underground de las antípodas penetró a la perfección en un país y en una época —ahora la gente es más estiradilla— donde el hedonismo y la diversión tenían tintes religiosos. Bob Susnjara confesó en estas páginas que alucinaron la primera vez que vinieron a España y veían que el público, la gente con la que bebían después de los bolos, sabía más de música australiana que los propios australianos: «Esa gira y todas las siguientes fueron como una larga fiesta. En Madrid, Malasaña nos voló la cabeza. ¡Tantos bares y tanta gente pinchando música tan buena! En cuanto se enteraban de que éramos australianos se ponían a pinchar música australiana». Cuando llegaron a Almansa, en Albacete, no podrían creer que en un bar, el Código de Barras, tuvieran carteles de Radio Birdman y de Trilobites, un grupo de los suburbios de Sidney.  

Para Beteta, al final, lo que pasó entre ambos países fue básicamente un acto de fornicación: 

Es sabido que la característica conexión musical existente entre España y Australia es peculiar, de diversa índole y fructífera para ambos países. En nuestro país siempre se ha demandado punk, power-pop, garage y high-energy y durante un tiempo ni Estados Unidos ni el Reino Unido ofertaban suficientes bandas que aplacasen la sed de guitarras. Australia, sin embargo, sí supo ofrecer su mejor catálogo, grupos que siempre eran bien recibidos y con honores de leyenda. Muchos encontraron aquí el éxito y el reconocimiento que no encontraban en su tierra. Conocedores de esta particularidad, no tardó mucho en forjarse una relación especial entre Australia y España.

Hard-Ons, Dubrovniks, Meanies, Lime Spiders, New Christis, Cosmic Psychos, Hitmen, God… la lista es tan extensa y de tal nivel que justificaría una sola colección completa de discos única y exclusivamente dedicada a la isla. Parafraseando a Radio Birdman en su himno Do the Pop: «El camino, la verdad y la luz».

jueves, 7 de diciembre de 2017

THE SAINTS: PUNK DE LUJO DESDE LAS ANTÍPODAS

Carlos Gerona


“Era extraordinario poder ver a una banda tan anárquica y violenta”.
Nick Cave

The Saints es un grupo atípico. Desde la voz desgarrada y desgarradora de Chris Bailey al talento puro de Ed Kuepper, desde sus himnos punk a sus canciones más melódicas, tiernamente punks.

La banda fue la creación de los compañeros de escuela Chris Bailey, Ivor Hay y Ed Kuepper en la ciudad australiana de Brisbane allá por el año 1973, influenciados por el incendiario Rock´n Roll de Little Richard y similares. En la coctelera se agitaban bandas semilla de los primeros sonidos punks como The Stooges o MC5 junto a sudorosos covers de Del Shannon o Connie Francis entre otros. En 1974 cambiaron su nombre primerizo, Kid Galahad & The Eternals por el ya definitivo, The Saints. Tiempos acelerados, guitarras afiladas y una voz inclasificable fueron la tarjeta de visita de Bailey & Co. ante un público realmente hambriento que les adoraba. Ante la dificultad de conseguir bolos optaron por atrincherarse en su propia guarida, que llenaban en cada concierto, el 76 Club de Brisbane.

(I´m) Stranded, primer single Punk publicado fuera de los EE.UU en septiembre del 76

En 1976, en su propio sello, Fatal Records, publicaron el single (I´m) Stranded / No Time. Su éxito en el Reino Unido provocó el interés en forma de contrato por 3 discos de la mismísima EMI, tan querida por los Pistols, que acechaba el fenómeno en ciernes… En Febrero de 1977 se lanzó el LP (I´m) Stranded, con bastante éxito en Inglaterra y bastante ignorado en su tierra, pero que les llevó a telonear a los ACDC. Además del que dio título al álbum, sacaron otros dos singles, Erotic Neurotic y This Perfect Day, que llegó al nº 34 en listas y que, curiosamente, por fallo de EMI, generó más demanda que oferta, ya que no había discos para todos. Entre el 78 y el 79 lanzaron Eternally Yours y Prehistoric Sounds. En el segundo disco profundizaron en el sonido que le caracterizaba, incorporando secciones de viento a un punk enloquecedor y vibrante. Know your Product es el ejemplo perfecto de esto. Con Prehistoric Sounds, la banda se empezaba a romper, como siempre, por la lucha de egos entre Kuepper y Bailey, visibilizando la influencia hasta del jazz en sus canciones. EMI abandonó al grupo y mientras los derroteros de Bailey se decantaban por el pop-rock, Kuepper se intelectualizaba cada vez más hasta su abandono e la banda junto a Hay en 1979. Mientras Bailey se erigía en líder absoluto, Kuepper montaba los Laughing Clowns y Hay se incorporaba a los Hitmen.


A partir de aquí The Saints fueron moldeados de acuerdo al talento y carisma de Chris Bailey, con discos tan absolutamente fantásticos como Paralytic Tonight, Dublin Tomorrow , The Monkey Puzzle, Out in the jungle…where the things are so pleseant, All fools day o Prodigal Son. Bailey produciendo, con variopintas formaciones con gente del powerpop como The Innocents o The Jolt, invitados como Brian James, o tocando con miembros de The Sunnyboys o Birthday Party.

Estupendas canciones quedan en el camino como Ghost Ships o Just like fire would donde continúan viéndose los eclécticos gustos de Chris Bailey, los vientos, esa voz… Su reconciliación con el público australiano se produjo en 1989 con su versión de los también australianos Easybeats de The music goes around my head. En 1990 Raven Records publicó una recopilación de éxitos de la banda, Songs of Salvation and Sin 1976-1988, de relativo éxito, y que sirvió para que Kuepper se quejara amargamente de la utilización que Bailey hacía del nombre de los Saints, reivindicando su repertorio de forma vintage con su nueva formación pseudopunk, The Aints. Mientras, Chris seguía su itinerancia por Europa en sellos independientes como Mushroom o New Rose. Francia y Holanda fueron paradas también en la caótica trayectoria de The Saints, captando para la causa músicos locales.

En 2007 hubo reunión de la formación original para una serie de conciertos en Brisbane y otras localidades australianas, y desde aquí, reuniones puntuales de Kuepper, Bailey y Hay en algún bolo por su tierra y poco más. Aunque Bailey ha sacado otro disco en 2012, King of the Sun, y en 2013 se le ha visto en directo con su actual formación en un club londinense. ¿Continuará? La experiencia de escuchar a los Saints se aprecia ahora. Son una banda que no suena trasnochada y fuera de lugar, al contrario, su sonido violento y tierno, desgarrador y melódico no pierde un ápice, gana en cada escucha nuevos admiradores…

DISCOGRAFÍA BÁSICA:

1977: (I´m) Stranded

1978: Eternally Yours

1978: Prehistoric Sounds

1980: The Monkey Puzzle

1982: I thought this was love, but this ain´t Casablanca (Out in the jungle…where the things are so pleseant)

1984: A little madness to be free

1986: All fools day

1988: Prodigal Son

1997: Howling

1998: Everybody knows the monkey

2002: Spit the Blues out

2005: Nothing is straight in my house

2006: Imperious delirium

2012: King of the sun

miércoles, 20 de septiembre de 2017

QUEREMOS TANTO A THE GO-BETWEENS

Crazy Minds, 26/06/2015


La compilación ‘G Stands for Go-Betweens’ aparecida a principios de[l año 2015] ‘pasa a limpio’ los inicios de The Go-Betweens recuperando todo el material de sus primeros singles y EPs, sus primeros tres discos y un par de notables directos junto a numerosísimas rarezas (unas 70) hasta mediados de los 80, un material bastante fuera de circulación hasta la fecha. Casi una década después de  la muerte de Grant McLennan en 2006 a causa de un paro cardíaco cuando el grupo vivía una segunda juventud tras regresar en 2000, el otro líder del grupo, Robert Forster, se ha aplicado con esmero a rememorar aquellos tiempos de pioneros: la caja incorpora además de los discos un libro de memorias que hace las delicias de los fans por la cantidad de confesiones e historias que hila un Forster que se ha dedicado profesionalmente al periodismo musical en Australia, y eso se nota. Pero vayamos al principio…

Un pequeño repaso biográfico

Brisbane es cuna de talento musical. Una de las más populosas ciudades australianas encierra un gran número de bandas punk, rock y psicodélicas que ciertamente parecen moldear una escena musical desde los inicios del punk hasta mediados de los 80, un chorro incontenible de creatividad musical y radicalidad, en parte, gracias a estar en un lugar remoto y alejado de cualquier otro lugar que pueda irradiar influencias. Este aislamiento, sin duda, contribuyó a estimular la imaginación de un puñado de jóvenes que, reflejados, sobre todo en los Ramones volcaban su rabia interior contra el mundo y la autoridad. Los pioneros fueron The Saints, cuyos primeros trabajos son auténticos clásicos que siguen sonando vigentes, los padres del punk australiano, y su disco ‘Prehistoric Sounds’ (1979) es la quintaesencia de un sonido que pocos supieron llevar tan lejos e incluso descolocaron a los británicos tras haber desembarcado allí con un par de singles hípervitaminados como‘(I’m) Stranded’ y ‘This perfect day’, en la línea de sus compatriotas de Sydney Radio Birdman. De Brisbane también proceden The Riptides, un grupo más desconcertante que los Saints y que tiene concomitancias con bandas británicas de la época como The Stranglers, a caballo entre el punk y los sonidos típicamente ochenteros.


Pero en Brisbane no todo era punk sudoroso. También se consolidó en seguida una escena new wave y postpunk casi tan interesante o más que la liderada por The Saints y que acabó deviniendo rock alternativo. En ese escenario germinó una de las sociedades musicalmente más ricas del pop de todos los tiempos: The Go-Betweens. Aparecieron en 1977 tras la unión de dos cantantes y guitarristas -Robert Forster y Grant MacLennan-, en esa riquísima tradición ya clásica del rock que apareja apellidos inolvidables (des de Stoller&Lieber, pasando por Lennon&McCarney, Simon&Garfunkel o Jagger&Richards). Foster y MacLennan estrecharon lazos en la populosa universidad de Queensland, al calor de un campus que rezumaba inconformismo y que funcionaba como vector cultural e intelectual. Dos jóvenes con inquietudes artísticas y estéticas marcadamente influidos por grandes nombres del rock como David Bowie pero también atentos a la agitación punk local que había permitido a sus convecinos The Saints saltar a la fama o a bandas norteamericanas que estaban ofreciendo otro punto de vista musical como los Modern Lovers.

Su primera actuación tuvo lugar en un local mítico de Brisbane llamado Baroona Hall a principios de 1978 y, en ese momento, nadie podía ni imaginarse que pudieran llegar a componer música tan rotundamente buena como lo hicieron en bien poco tiempo. Y es que, enseguida, se les planteó la posibilidad de abandonar las antípodas rumbo a Gran Bretaña. Radicados en Escocia y a través de Postcard Records publicaron material apoyados en el batería de Orange Juice como tercer componente. Entre les brumas escocesa compartieron sello junto a luminarias como los citados Orange Juice de Edwyn Collins, Aztec Camera o Josef K.

Los Go-Betweens retornan a Brisbane en 1980 y tras probar con hasta ocho baterías diferentes entra en escena Lyndy Morrison (una celebridad local que lideraba el grupo de punk feminista Zero) y que se haría cargo de las baquetas hasta el final de los ochenta y que, a la sazón, mantuvo una relación sentimental con Robert Forster.



Nombres de mujer

Pero volvamos atrás. A los inicios. Debutar en 1978 con un single con dos canciones de amor con nombre de mujer en el título ya fue toda una declaración de intenciones. La cara A, ‘Lee Remick’, la actriz pelirroja de ojos casi azul transparente; la cara B, ‘Karen’, una bibliotecaria que despierta instintos casi psicopáticos en el protagonista de la canción mientras le ayuda a encontrar los libros de Gide, Brecht o Joyce con pose de monja. Letras inteligentes, cultas, de las que te hacen sentirte un oyente privilegiado y que ya en sus inicios tenían el listón muy alto pese a la juventud de los componentes.

Después llegaron un par de sencillos más de naturaleza similar al debut y que les situaban  en la línea oscura que va de Velvet Underground, pasando por Television y, por supuesto, Talking Heads, Wire, The Feelies o Modern Lovers. Ellos no lo sabían, buscaban el éxito, pero estaban plantando la semilla del ‘indie’. Incluso el primer material editado en su álbum de debut ‘Send me a lullaby’ aporta cierto tenebrismo musical que los emparente al afterpunk y a propuestas como las de Joy Division.



De ese primer disco sobresale ‘Eight pictures’, una siniestra historia de un individuo devorado por los celos que acaba fotografiando los escarceos de su novia con otros hombres y, como se recrea en alguna versión en directo contenida en la caja, la cámara de fotos era una Kodak Instant, un auténtico símbolo de ese tiempo que también permitía perpetrar ‘selfies’. ‘Eight pictures’ es new wave – como unos REM del principio- pero también es noise –cuando Sonic Youth todavía iban en pantalón corto-. Una pieza que se abre camino casi monótona, repetitiva en sus acordes perezosos, casi dadaísta hasta que se abre en canal con un inesperado solo de batería que la hace inolvidable. En definitiva, una pátina nuevaolera que también se aprecia en la espasmódica ‘It could be anyone’ donde colisionan buena parte de los sonidos más osados de la década empezando por la Velvet y acabando por el afterpunk. ‘Send me a lullaby’ es un monumento al artrock gracias a un trío rezumando poderío y bravura y ese toque sentimental que eran incapaces de quitarse de encima.

Squatters en Londres

En 1982 se trasladan a Londres, su centro de operaciones ya durante toda la década. Al principio –tiempos míticos- compartiendo un squat (casa okupada) en Fulham con los miembros de Birthday Party y su compatriota Nick Cave. Llegó el segundo álbum, ‘Before Hollywood’, mucho más brillante y melódico que el debut y con canciones de ambos compositores complementándose en fondo y forma. Mirando cara a  cara a bandas como REM o The Smiths, The Go-Betweens firmaron clásicos como ‘That Way’, una obra maestra de cuatro minutos que muestra la realidad del grupo sin trampa ni cartón: “En busca de una nueva voz/ has quemado todas tus letras/ y volaste a una nueva ciudad”. También está ‘Cattle and Cane’ considerada décadas después una de las más grandes canciones australianas de la historia. La leyenda dice que fue compuesta en el ‘squad’ que ocupaban con la guitarra de Nick Cave mientras éste volaba subido a la grupa del ‘caballo’.

Sus álbumes jamás aguantaron más de dos semanas en las listas de ventas británicas. Nunca tuvieron un número 1 pese a publicar singles magistrales como ‘Cattle and Cane’  pero siguen siendo lo que en argot literario se llama ‘long sellers’. Escuchas sus discos de los 80 y te preguntas por qué triunfaban otros y ellos no eran ídolos. De hecho, esta reflexión fue un mantra que los acompañó durante toda la década de los 80 alabados por la crítica y por muchas otras bandas pero sin conseguir el favor del gran público.



Drenándote la piscina

Su tercer álbum los arrima definitivamente al pop y fija su patente de estilo, ya sí totalmente reconocible. ‘Spring Hill Fair’ (1984) cierra una trilogía musical en la cima de su creatividad y los 10 cortes que contiene son sencillamente geniales. Entre la celebérrima pieza que lo abre -‘Bachelor Kisses’- hasta la rítmica que lo cierra -‘Man O’ Sand to Girl O’ Sea’- ofrece lo mejor de los Go-Betweens. En la memoria de quien firma estas líneas permanecen inmutables casi todas las canciones de ‘Spring Hill Fair’ con mención especial a ‘Draining the pool for you’, una historia de atracción fatal entre una estrella cinematográfica a punto de marchitarse y el responsable de mantenimiento de su piscina con los típicos giros narrativos del grupo, siempre tan literarios y vívidos. El binomio Forster/McLennan consigue la perfecta simbiosis ayudados por una producción recia pero pop y repleta de músicos colaboradores que embellecieron unas piezas ya de por sí excelsas.

Esta caja de luxe publicada por Domino en enero [de 2015] es un primer volumen que recupera un centenar de piezas de los primeros siete años de vida de la banda y es previsible que en un futuro pueda recuperarse el segundo tramo de los 80 hasta la disolución del grupo con sus tres trabajos siguientes ‘Liberty Belle and the Black Diamond Express’ (1986), ‘Tallulah’ (1987),  ‘16 lovers lane’ (1988) y multitud de singles y otras rarezas.

McLennan y Forster urdieron en los 90 interesantísimas carreras en solitario apostando más por la faceta cantautoril para regresar en 2000  como The Go-Betweens con gran fuerza y editar tres discos más que sobresalientes hasta 2006, año del fallecimiento de McLennan.

Conocerlos es amarlos.



miércoles, 13 de enero de 2016

ROBERT FORSTER: "NUNCA HE SIDO MÁS POPULAR DE LO QUE SOY AHORA" (Entrevista)

Carlos Pérez de Zirza
Mondo Sonoro, 08/01/2016


El que fuera una de las dos mitades de The Go-Betweens nos visita de nuevo en unos días, el 13 de enero en Madrid (El Sol) y el 14 en Barcelona (La [2] de Apolo). La excusa es la presentación del solvente “Songs To Play” (Tapete, 2015), el sexto álbum a su nombre, y uno de los más heterodoxos de su carrera, con el que se desmarca del cariz elegíaco que predominaba en “The Evangelist” (Yep Roc, 2007), su anterior entrega, ensombrecida por el fallecimiento de quien fuera su compañero, Grant McLennan.

El intercambio de preguntas y respuestas se celebra a través del correo electrónico, y seguramente por el cansancio, el desinterés que provoca la rutina promocional o las prisas (vayan ustedes a saber), el de Brisbane responde de forma casi telegráfica, incluso directamente obviando algunas preguntas, que se quedaron sin ninguna contestación. Seguramente sus canciones, y la forma de traducirlas al escenario, expliquen bastantes más cosas acerca de un músico que ya conversó con este medio hace unos meses, justo cuando su nueva colección de canciones vio la luz.

Han pasado siete años desde la edición de tu último álbum, “The Evangelist”. ¿Por qué te ha costado tanto tiempo entregar su continuación?

Quería dejar que el tiempo pasara. En principio iban a ser cinco años, pero han acabado siendo siete. Son cosas que ocurren en la vida, sobre todo cuando tienes más de cincuenta años.

Las canciones del disco son muy directas, como si estuvieran también pensadas para ser tocadas en directo, con poco más que una guitarra acústica. ¿Buscabas esa frescura cuando las compusiste?

Así es, exactamente. Muchas de las canciones de “The Evangelist” eran muy difíciles de tocar en directo, no podía llevarlas al escenario. Y estas las escribí con la idea de tocarlas en directo.

Suena también como un trabajo muy optimista, nada que ver con el tono sombrío de “The Evangelist”…

Sí, lo es. Soy una persona optimista. El anterior álbum, con la muerte de Grant (McLennan) sobrevolando, fue difícil y especial. Y estaba pensado exactamente para ese momento.

Hay canciones como “Love Is Where It Is”, que tienen aires de bossa nova, mientras que “Disaster Motion” remite a la rítmica seca y repetitiva de The Velvet Underground. ¿Dirías que es la colección de canciones más versátil de las seis que has editado a tu nombre?

Sí, lo es, y en cierto modo remite a la época en la que comenzamos The Go-Betweens, a finales de los 70. Había mucha variedad en las canciones que escribía entonces, y me encantaban The Velvet Underground. La rueda ha girado de nuevo a aquellos tiempos.

Has grabado el álbum con Scott Bromley y Luke McDonald, músicos mucho más jóvenes que tú, procedentes de The John Steel Singers, la banda de Brisbane a la que produjiste. ¿Qué es lo que te atrajo de ellos y qué crees que aportan a tu música?

Son la clase de multiinstrumentalistas con quienes nunca había trabajado antes, y lo que me gusta de ellos es que tienen mucho talento pero también aprecian mis canciones y mi estilo, así que todo cuadra.

Este es tu primer álbum con Tapete Records, el sello en el que militan Lloyd Cole, Hurricane #1 o The Lilac Time, todos ellos artistas veteranos y con crédito, como es tu caso, aunque gozaran de más popularidad en las décadas de los 80 o de los 90. ¿Cómo entraste en contacto con ellos? ¿Fue la primera opción que barajaste para editar el disco?

Tapete son una estupenda compañía de discos, y fueron ellos los que contactaron conmigo. Debo añadir, en todo caso, que nunca he sido más popular de lo que soy ahora.



¿Dirías que, a estas alturas de tu carrera, se te puede considerar un clásico, tal y como muchos de tus seguidores te consideran?

(Sin respuesta)


En cualquier caso, ¿cómo te sientes -asumiendo que has formado parte de una banda que podría calificarse de culto- sabiendo que el legado de The Go-Betweens ha sido tremendamente influyente sobre muchas bandas por todo el mundo? ¿Crees que eso compensa de alguna manera aquella ausencia de repercusión, que supone alguna clase de justicia poética?

(Sin respuesta)

Trabajaste en la selección de canciones de la caja de The Go-Betweens, “G Stands For Go-Betweens Volume One” (Domino, 2014). Mirando hacia atrás, y aún sabiendo que las simplificaciones no sirven para mostrar la realidad en toda su complejidad -sobre todo cuando hablamos de un binomio de compositores- ¿cómo te sientes ante la visión, muy común, de que tú eras la parte más literaria, compleja e incluso sesuda del grupo, mientras que Grant ofrecía la vertiente más pop y soleada?

(Sin respuesta)

Has estado también trabajando como crítico musical en la publicación The Monthly, en Australia. ¿Cómo te sientes estando al otro lado? ¿Te resultó fácil dar tu opinión sobre el trabajo de otros colegas de profesión, y tener que evaluarles?

Sí, creo que estoy en plenitud de mis capacidades y me alegra hacer otras cosas al margen de escribir canciones, como el periodismo, producir discos o escribir libros. Es importante para mi el intentar cosas nuevas. Esa es la forma de crecer como artista.