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miércoles, 26 de octubre de 2022

EDUARDO BENAVENTE: EL ÁNGEL CAÍDO DE LA MOVIDA

Ulises Fuente

La Razón, 26/10/2022

Ha quedado como el gran mito de la Movida y no solo por su muerte prematura, con 20 años: de su talento, actitud y universo creativo dejó una impronta en Alaska y los Pegamoides y en Parálisis Permanente.

De él ya se ha dicho muchas veces que fue una supernova, alguien que nació estrella del rock. Eduardo Benavente podría haber sido el Bowie español y la prueba es que lleva ya más tiempo muerto del que pudo vivir y no son pocos los que siguen recordando su aura, su impronta y su inteligencia. De su universo creativo, fecundo y particular, dejó una muestra indeleble en Alaska y los Pegamoides y en “El Acto”, el disco de Parálisis Permanente que apenas pudo tocar 4 veces en directo antes de fallecer prematuramente con 20 años. La desgracia le convirtió en mito y el infortunio nos privó de un enorme talento y de una actitud incomparable. En solo tres años se convirtió en uno de los símbolos de la Movida y el próximo domingo 30 de octubre, cuando habría cumplido 60, se le rinde un homenaje en la Sala El Sol de Madrid, donde se presentará también una biografía escrita por Pedro Munster y Aníbal J. Clar. Un libro («Eduardo Benavente. El genio detrás de la cortina», Dos Calaveras) que recoge detalles biográficos desconocidos.

En primer lugar, el libro proporciona valiosa información sobre su la infancia de Eduardo, un muchacho inquieto y con una capacidad lectora superior a sus compañeros. Se pasaba el día distraído y sacaba peores notas de las que podría. En 1974, con 11 años, se compra su primer disco, “Ger Yer Ya-Ya’s Out”, de los Rolling Stones. Poco a poco se le va cambiando el carácter. Es un poco más arisco y peleón. Comienzan las malas notas y la música le interesa cada vez más, hasta que repite curso y se mete en una pelea. El colegio amenaza con su expulsión y su madre le ingresa en un centro interno en El Escorial. El colegio está en el propio edificio del Monasterio y no hay más que visitarlo en invierno para sentir mil cuentos de terror. Ahí comienza a forjarse la querencia del joven Eduardo por lo siniestro. La biografía revela otro dato muy interesante, una lectura que le marcará para siempre y que un compañero no se atrevía a terminar. Le entrega a él “Otra vuelta de tuerca”, de Henry James, una historia que va más allá del un libro de fantasmas y de presencias sobrenaturales en un ambiente cerrado y angustioso. Es una narración psicológica con la sexualidad reprimida detrás de la cortina. Elementos todos estos que florecerán muchos años después, con Parálisis Permanente.

Los Benavente eran una familia de clase media, pero con posición desahogada. Vivían en Arturo Soria, en Madrid, una zona residencial. «No soy exactamente un chico de barrio y no me puedo poner a reivindicar lo que no soy, sin embargo un cincuenta por ciento de mis amigos sí lo son y tienen que buscarse la vida, pero para entenderme con ellos no necesito hablar ‘‘cheli’'», dirá el joven aspirante a cantante. El padre de Eduardo era chófer de vehículos de lujo o gran turismo, como se les conocía, y pasaba mucho tiempo fuera de casa. Era un hombre bueno con el que Eduardo siempre mantuvo una excelente relación. “Le llamaba cada mañana cuando salían de una ciudad para otra a dar un concierto: ‘’Papi, el concierto de anoche fue genial. Estamos aquí y salimos para allá’’. Nunca dejaba de llamarle”, dice Pedro Munster, autor del libro y quien tuvo la oportunidad de conocer a Eduardo una noche que estaba esperando, como el mayor fan de Alaska y los Pegamoides, a ver el segundo concierto que daban en el mismo día el grupo donde, en aquel momento, militaba Eduardo.

Eduardo se tomó muy mal que su madre le matriculase en el internado. Allí se concentra plenamente en la música y desarrolla aún más su capacidad de observar y captar las cosas para digerirlo hacia su mundo interior. El centro se anunciaba con “una línea de disciplina austera. El colegio no es un cuartel, sino un espacio de disciplina humanizada”, decían como autodescripción. Bueno, ya saben lo que se dice: excusatio non petita... En todo caso, los métodos educativos de hace medio siglo le pondrían los pelos de punta al AMPA más disciplinado de 2022. Así que aquello fue una “mili” para Eduardo, le curtió. “Su inteligencia simplemente capturaba y analizaba lo que podía ser interesante para su propio provecho y obviaba lo demás. Y eso fue siempre así en su vida. Él se ponía una meta y la conseguía, y luego otra, y otra más. Dejaba a un lado lo que no pudiera valerle para conseguir su objetivo. Ese le hizo ser selectivo y muy voraz con todo aquello que le podía hacer crecer intelectualmente y ser más fuerte”, dicen sus biógrafos en el libro, que ha recurrido a testimonios nunca antes recogidos.

Internado en el colegio, no podía dejar de pensar en la música. Poco antes de ser enviado allí había empezado a trastear con unos amigos, en un local que alquilaban por 500 pesetas con los instrumentos incluidos. Eduardo cantaba; su amigo Toti tocaba la guitarra; Luis Bolín, la batería; y otro muchacho, de nombre Nacho Cano, la guitarra. Se llamaban Prisma y nunca actuaron de cara al público, salvo una vez: en la primera fiesta del PCE, el 15 de octubre de 1977 en la Casa de Campo de Madrid. Con 15 años, terminado octavo de EGB, no piensa seguir estudiando. Es 1978 y Eduardo asegura que “se ha codeado con todos los pijos de Madrid” y por eso se zambulle en la escena musical local. Va a conciertos solo. De Burning, Coz, Tequila, Ramoncín...

Ya sin nacho Cano pero sí con Toti a la batería, Rafa Gutiérrez a la guitarra, Carlos Sabrafén también guitarra y Emilio Estecha al bajo, forman Plástico. Hicieron tres maquetas y unos pocos conciertos sin demasiada suerte. Una de aquellas grabaciones, con 13 cortes, fue fantásticamente rescatada por Subterfuge en 2014, aunque ahora está descatalogada. El caso es que hemos llegado a 1978 y Madrid arde. Lugares como el mítico Drugstore de la calle Fuencarral, 101. Un amplísimo espacio de comercios, tiendas de discos, librerías, boutiques y pastelerías que en algunos casos abrían 24 horas y por donde pasaron desde Iván Zulueta a Paco Umbral. Burning le dedicó una canción, “Las chicas del drugstore” y Eduardo lo visitaba como epicentro de una Malasaña en el filo de volverse mítica. La vida bullía frenética y en cada esquina estaba sucediendo algo. Nos asomamos a ocho años frenéticos de la vida de Eduardo y de una ciudad. Unos años que marcan su auge y decadencia y que son, casualidad o no, los de la vida de Eduardo Benavente. Una de esas cosas que pasaron rápido en el Madrid de la Movida fue Kaka de Luxe, que se convirtieron en Alaska y los Pegamoides con el tiempo suficiente de convertirse en míticos y en referencia del espíritu de la época. Pero, de nuevo, dan paso a Alaska y Los Pegamoides, donde, poco antes de grabar su primer EP, Eduardo Benavente asalta el puesto vacante de batería. Había aprendido a tocar el instrumento en una par de tardes que le robó a su gran amigo Toti, al que ocultó las razones de ese súbito aprendizaje. Todo iba rápido e incluso el romance entre Eduardo y Alaska duró lo que tarda en pasar una Semana Santa.

Rápida, muy rápida fue también la pelea de Eduardo y Ramoncín. Según sus biógrafos, una noche Alaska y los Pegamoides actúan en El Sol y, al cantar la canción de Paraíso (donde Alaska y Carlos Berlanga había militado) “Se Una Chica De Hoy”, cantan el verso “Sid Vicious ha muerto y a Ramoncín ya lo van a disecar” y, en ese momento, el cantante de Vallecas, que se encontraba entre el público, arroja un vaso contra el grupo yendo a dar en plena batería. “Eduardo se lanza sobre él como si tuviera muelles en los zapatos y comienza una pelea y un barullo de personas. Alaska y Ana Curra se enganchan con la novia de Ramoncín, Diana Polakov, y llegan a las manos. En medio de todo aquel estropicio de golpes y gritos, Ramoncín y Eduardo se van a los servicios y pasados tan solo unos pocos segundos salen tan amigos y charlando tranquilamente. Alaska y Ana se quedan perplejas, pero eso refleja también la personalidad de Eduardo, capaz de embarcar a uno en una aventura para después cambiar de opinión de repente y dejarte con un palmo de narices”, recogen en el libro.

Poco a poco, Eduardo va ganando protagonismo interno en un grupo que ya tiene dos cabezas con muchas ideas, las de Carlos Berlanga y Nacho Canut, a los que hay que sumar a la jovencísima Alaska, en plena formación musical pero cada vez con más ideas. El giro del sonido hacia lo oscuro lo propicia el recién llegado, que ha estado en Inglaterra tras una breve relación con una de las Mo-Dettes, June Miles-Kingston, de la que se enamora en Madrid y quien le regalaría una muñequera de Sid Vicious de la que no se separó nunca. Berlanga se va viendo cada vez más en minoría frente a las nuevas ideas de Eduardo, que seducen a Nacho y a Alaska. Y, entonces, el azar quiere que todo vuelva a cambiar de golpe. El 26 de septiembre de 1980, en un concierto histórico, el de los Ramones en la Plaza De Toros de Vistalegre, Nacho se rompe una pierna durante una carga policial. Su hermano tiene que llevarle a la universidad en coche, pero, en lugar de ir a clase, Nacho insiste en ir a pasar las mañanas a los locales de Tablada donde coinciden con Eduardo. Esas jornadas serán el embrión de Parálisis Permanente.

La crisis en Alaska y los Pegamoides se acrecienta tras un incidente en la sede de Hispavox, cuando Nacho y Eduardo se niegan a dar la mano al director de la compañía e intercambian palabras subidas de tono. Carlos Berlanga se enfada mucho con ellos por su actitud y por suponer una amenaza para el grupo y pone como condición para continuar que se expulse a Eduardo Benavente. Según revelan sus biógrafos “de hecho, Hispavox renovará el contrato sólo de Alaska, Carlos y Ana, quedando Nacho y Eduardo como músicos de sesión”.

La crisis en los Pegamoides hace aflorar el miedo a la disolución y Nacho Canut bromea con sus estado de escayola perpetua en la pierna. ¿Se va a quedar paralítico? “Con parálisis permanente”, ríe Canut. El nuevo grupo se pone en marcha y hasta dan algún concierto de rodaje, mientras en los Pegamoides las cosas se arreglan. Firman la paz y Carlos acepta a Eduardo. Sin embargo, algo ha cambiado: el rosa da paso al negro para siempre. El giro del sonido hacia lo oscuro lo ha propiciado Benavente, que solía pasearse con una gorra de plato como la que vestían los nazis y que en pocos años acabaría subvertida del todo formando parte del vestuario gay. En el año 81, para promocionar un EP, el grupo se realiza una sesión fotográfica a cargo de Gorka Dúo en el Cementerio De La Almudena, en varias localizaciones dentro del recinto y en una en especial: las tumbas de los aviadores de la Legión Cóndor, unidad militar de la Alemania Nazi que combatió en la Guerra Civil Española. Ya en aquel momento, Eduardo Benavente solía ir con una gorra de plato al estilo Tercer Reich, aunque Pedro Munster precisa que es “por provocar, como hicieron también Gabinete Caligari, por ejemplo... en absoluto por convencimiento ideológico, nada más lejos”.

En Parálisis, que ya ha debutado formalmente, Eduardo asume el papel de vocalista porque su hermano se va a la mili. Primero de forma timorata, pero poco a poco se convierte en un verdadero “frontman”. En el grupo encuentra una vía para expresarse plenamente y llevar más allá las ideas que ya ha introducido en los Pegamoides. Sufrieron constantes agresiones: los heavies lanzaron una lata de cerveza llena de arena a Carlos Berlanga que le alcanzó en la cabeza; a Eduardo, además del incidente con Ramoncín, los punkis le arrojaron una tarta con una clara acusación de “pastelosos”. También insultaban a Alaska y a Ana Curra por sus atuendos con el insulto menos imaginativo concebible, por no hablar de monedazos e increpaciones cada vez que (sin ofender) visitaban lugares ajenos a esa estética de la modernidad.

Es en Parálisis donde desarrolla todo su potencial como compositor y cantante. En el grupo encuentra una vía para expresarse plenamente y llevar más allá las ideas que ya ha introducido en los Pegamoides. Es 1982 y los de Alaska arrasan con «Bailando». Giran sin descanso. El desgaste les llevará a disolverse en el año de su mayor éxito y transformarse en Dinarama. Mientras, Eduardo graba el primer disco de Parálisis Permanente, sin Nacho Canut. Le llaman para hacer la mili y Eduardo va, pero ya conoce la estrategia de los tiempos del internado en El Escorial. “Dejó de comer y pasaba mucho tiempo sentado sin hacer nada. Los mandos se dieron cuenta rápidamente del deterioro que estaba experimentando y terminaron por enviarle a la planta de psiquiatría del Hospital Militar Gómez Ulla. Allí él siguió el plan que tenía en la cabeza a rajatabla. Trató de hacerse pasar por loco. Comía poco, tenía la mirada perdida, pasaba las jornadas sin hacer nada. Los médicos le daban su medicación, pero él se las arreglaba para no tragársela y cuando no le veía nadie se deshacía de las pastilla. Le terminaron por dar provisionalmente inútil para el servicio”, cuentan los biógrafos. Y entonces se publica «El acto», que condensa su universo creativo, gótico y sexual, con el que ha pasado a la historia. Como casi todo lo que pasó durante la Movida, las cosas suceden rápido y sin sentido: cuando Parálisis Permanente acaba de despegar, un accidente de coche en 1983 acabó con la vida de Eduardo. Tenía solo 20 años.

Una pelea rápida con Ramoncín

Las cosas pasaban muy rápidamente en la Movida. Incluso las peleas. Según sus biógrafos, una noche Alaska y los Pegamoides actúan en El Sol y, al cantar la canción de Paraíso (donde Alaska y Carlos Berlanga había militado) «Sé Una Chica De Hoy», dicen el verso «Sid Vicious ha muerto y a Ramoncín ya lo van a disecar» y, en ese momento, el cantante de Vallecas, que se encontraba entre el público, arroja un vaso contra el grupo que impacta en el batería. «Eduardo se lanza sobre él como si tuviera muelles en los zapatos y comienza una pelea y un barullo de personas. Alaska y Ana Curra se enganchan con la novia de Ramoncín, Diana Polakov, y llegan a las manos. En medio de todo aquel estropicio de golpes y gritos, Ramoncín y Eduardo se van a los servicios y pasados tan solo unos pocos segundos salen tan amigos y charlando tranquilamente». Para el grupo era muy frecuente: los heavies les lanzaban de todo. Los punkis, también: una vez, uno coló una tarta y se la estrelló en la cara a Eduardo. Ellos siempre contestaban haciendo lo suyo como si nada pasara.


sábado, 4 de diciembre de 2021

EDUARDO BENAVENTE, LA CARISMÁTICA ESTRELLA DE ROCK QUE PUDO SER EL BOWIE ESPAÑOL

Alex Ander

The Objective,  02/11/2021

‘Parálisis Permanente’, la banda liderada por Eduardo Benavente, conquistaría al público español, pero asustaría también a las discográficas tradicionales, que consideraban su propuesta demasiado oscura para atreverse a grabarles un disco


La cantante Alaska afirmó en una ocasión que quien fuera su colega Eduardo Benavente «era una estrella vocacional y sabía lo que valía». Desde luego, la gran pasión del malogrado madrileño fue siempre la música. Según su propia versión, se compró su primer disco —Get Yer Ya-Ya’s Out!, también conocido como el directo ‘del burrito’ de los Rolling Stones— a los once años, una edad a la que era ya un tipo simpático, risueño y rebelde. «Estuve estudiando interno en El Escorial, y allí conocí a todos los pijos de Madrid. Conocí a Nacho [Cano] porque me habían dicho que tenía una guitarra, nos fuimos a ver una película de Led Zeppelin juntos, después fuimos a su casa y me tocó la de Escalera al cielo en la guitarra. Yo le ofrecí hacer un grupo, él aceptó y fuimos a unos locales que hay en Antón Martín», comentaría luego el artista en una entrevista.

Así fue justamente como, a finales de los setenta, nació su primer grupo, Prisma, un experimento musical donde su colega de infancia Toti Árboles tocaba la batería, el excomponente de Mecano hacía lo propio con la guitarra y Benavente ejercía como cantante. Pero aquello duró muy poco, porque este último aspiraba a convertirse en una estrella del rock y quería hacer versiones de los Stones, mientras que Nacho insistía en versionar a Supertramp. 

En aquella época, Benavente era delgaducho, llevaba el pelo largo y vestía pantalones de campana y zapatos italianos. Como muchos otros jóvenes madrileños, frecuentaba la zona de pubs de Argüelles, donde un buen día conoció a sus admirados Tequila, que le presentaron a Rafa Gutiérrez —hermano del bajista de la banda de rock—, con quien Benavente se puso de acuerdo para formar un nuevo grupo al que ambos bautizarían con el nombre de Plástico. «Todavía no sabía tocar nada, solo cantaba y no intervenía en las composiciones. Pero en el año que estuve en Plástico aprendí un poquito a tocar la batería», comentaría más tarde Benavente —que también montó luego otro grupo efímero llamado Los Escaparates—.

Ahora bien, su carrera adquirió otra dimensión después de que, a principios de 1980, superase con éxito una prueba para convertirse en el nuevo batería de Alaska y los Pegamoides —todo un símbolo de la escena punk rock de la España de entonces—, que al poco publicaron su primer single con Hispavox (Horror en el Hipermercado). «Cuando entré en Alaska se me abrió el apetito de tocar instrumentos. Primero fue la batería, luego empecé a tocar el bajo, después me dejaron una guitarra y me pasé todas unas Navidades tocándola con un distorsionador», le contaría luego a un periodista Benavente, del que Carlos Berlanga comentó una vez que «poseía las condiciones de un músico nato, capaz de tocar cualquier instrumento».

El madrileño fue ganando progresivamente relevancia dentro de Pegamoides, que pegaron el pelotazo en varios países con el single Bailando. Tanto es así que el muchacho pasó de ejercer únicamente como batería de la banda a empezar también a componer algunos de sus temas y a tocar la guitarra. «Carlos [Berlanga] era el que traía las canciones y Nacho [Canut] se encargaba de las letras», diría luego Benavente. «Al principio, no interveníamos, porque era como meterse en su vida privada, en su terreno. De hecho, cuando el resto del grupo empezamos a componer no les gustó. Tuvimos problemas y nos llegamos a separar en las navidades del 81 y, cuando volvimos a unirnos, el asunto cambió. Los que menos papel teníamos en un principio comenzamos a tener más voz y posibilidad de componer».

Carismático y con ganas de comerse el mundo, Benavente —que en el verano de 1981 comenzó a salir con su compañera de grupo Ana Curra— se empapó del tenebrismo presente en la escena del rock gótico londinense (dominada entonces por bandas como Bauhaus, The Cure, Siouxsie and the Banshees) durante varios viajes realizados a Inglaterra para comprar ropa, vídeos y discos de sus grupos preferidos. Aquello le llevó a montar un grupo paralelo llamado Parálisis Permanente junto a su hermano Javier, su colega Nacho Canut y el hermano de este último, Johnny. Una banda que, con una estética oscura y un sonido que reflejaba claramente las tendencias del post-punk británico, conquistaría al público español, pero asustaría también a las discográficas tradicionales, que consideraban su propuesta demasiado oscura para atreverse a grabarles un disco.

«Eduardo, al que Hispavox (la compañía de Alaska y los Pegamoides) había rescindido el contrato, pasaba mucho de las discográficas al uso y tenía muy claro editar el primer disco de Parálisis de forma independiente», explica a THE OBJECTIVE Jaime Urrutia. «Por eso, nos convenció a Gabinete Caligari para compartir un EP de cuatro canciones [Autosuficiencia] entre los dos grupos. Un amigo suyo y un hermano mío pusieron el dinero, y el disco se grabó en octubre de 1981 con el sello Tres Cipreses que creamos para la ocasión (gestionado legalmente por la marca Tic-Tac). Al dejar su hermano Javier el grupo, me llamó a mí».

Aunque solo llegaron a grabar un LP, Pegamoides triunfaba en las listas de discos españolas, y hasta recibieron una oferta para actuar en Nueva York. Sin embargo, las desavenencias entre Carlos Berlanga y Benavente llevaron al primero a marcharse del grupo tras la intensa gira nacional llevada a cabo en el verano de 1982. A finales de ese mismo año, Berlanga puso en marcha Dynarama (luego Alaska y Dinarama) y Nacho Canut, que decidió seguir la estela de su buen amigo, abandonó Parálisis Permanente para unirse a aquel nuevo proyecto musical. Fue entonces cuando Rafa Balmaseda tomó el relevo del valenciano al frente del bajo, y las posibilidades de sonido de Parálisis Permanente aumentaron notablemente. Por otro lado, Eduardo se convirtió en el vocalista de la banda, colocándose en el primer plano, como tanto le gustaba. Además, el grupo fichó a Antonio Morales (como guitarrista) y a Toti Árboles (como baterista), lo que hizo que Eduardo se encontrase cada vez más suelto en directo. 

La banda de post-punk había grabado en julio de 1982 el que sería el único LP de su carrera, El acto, de la mano de Tres Cipreses. Este trabajo de música dura contenía trece canciones que hablan de temas como el sexo, la muerte o las drogas, y se convirtió en el elepé independiente más vendido en España. «Las canciones de este LP son excelentes —incluida la emocionante versión de Heroes, que ha sido adaptada con valor e imaginación—, la instrumentación atrevida y original, con una guitarra que vuela continuamente en rasposas descargas melódicas, batería grabada con relieve solemne y esos toques, encantadores y accidentales, del teclado de Ana Pegamoide. El conjunto, coronado por una soberbia portada, despide vibraciones morbosamente eléctricas, nerviosamente efectivas», escribiría luego el crítico musical Ignacio Julia.

Algunos expertos musicales cuentan que, tras aquel verano, los conciertos se incrementaron y la banda se consolidó como grupo de culto de la nueva ola. El vocalista de Parálisis Permanente acumulaba seguidores, y su tupida cabellera causaba furor entre la chavalería, que comenzó a imitar su peinado. «Eduardo era un tipo que tenía muchísimo carisma en el escenario, lo puedo asegurar porque toqué con Parálisis solo una vez en el Rock-Ola, y me di cuenta de cómo atraía a todos los punkies que abarrotaban la sala. Sin embargo, fuera de él, era un chaval de barrio muy normal y simpático al que le encantaba tomarse unas cañas y jugar al futbolín con sus amigos», explica Urrutia.

A principios de 1983, Parálisis Permanente grabó el que sería su último single, y participó en el programa piloto de La edad de oro, un nuevo espacio conducido por Paloma Chamorro. En marzo de ese año, Benavente concedió una entrevista a Heraldo de Aragón para hablar de su buen momento profesional. «Una multinacional no puede ofrecer nunca lo que puede ofrecer un sello independiente. Y es que, además, con lo de las compañías grandes estamos totalmente escocidos. Nos han timado, estafado, robado… Son unos mafiosos», respondió cuando sus entrevistadores le preguntaron si no le seducía la idea de salir del marco de las independientes.

Por desgracia, la vida de todos los integrantes de Parálisis Permanente se truncó el 14 de mayo. Aquel sábado, sobre las cinco de la tarde, Ana Curra, Toti y Benavente viajaban en un Seat Ronda conducido por la primera desde León —donde habían actuado la noche anterior— a Zaragoza —donde debían realizar un bolo esa noche—. Una tormenta de agua y viento les sorprendió de pronto, y se produjo un reventón en una rueda del coche. Curra perdió entonces el control del volante, y el vehículo se salió de la carretera en una curva y dio varias vueltas de campana a la altura de la localidad riojana de Alfaro. Curra se fracturó la clavícula y sufrió varias contusiones, y Toti solo resultó herido leve. En cambio, Benavente, que viajaba en el asiento del copiloto, se llevó la peor parte, pues salió disparado a través del parabrisas del vehículo y se fracturó las cervicales —muriendo prácticamente en el acto—.

Rafa Balmaseda recuerda que, en el momento del accidente, Antonio Moreno (guitarrista) y Pito (representante del grupo) se encontraban en la plaza de toros de Zaragoza, esperando a sus compañeros para preparar la actuación. Cuando Pito recibió la fatídica noticia por teléfono, los tres se apresuraron a ir a la policlínica de Calahorra, donde ingresaron los accidentados. «Curra estaba en una habitación, y Toti en otra. A Edu le vi posteriormente, en el tanatorio. Allí [en el hospital], los médicos nos aconsejaron no verle. Fue patético. Antonio, Pito y yo estábamos flipando», comenta.

La súbita muerte de Benavente, que apenas tenía veinte años, truncó una de las carreras más memorables y lo convirtió en un mito. «Siempre me quedaré con la duda de qué hubiera sido de la carrera de Eduardo en el devenir del tiempo», apunta Urrutia, «pero está claro que con solo veinte años llegó a ser una estrella del rock debido a una clarividencia y un inconformismo poco frecuentes… me recordaba a algunos de los artistas más transgresores de la época, como David Bowie».

La noticia consternó a los fans de Benavente y le rompió el corazón a sus compañeros de grupo, que terminaron disolviéndose tras la publicación del disco póstumo Nacidos para dominar / Sangre. «Creo que dejamos unas noventa actuaciones pendientes», apostilla Balmaseda, que siguió actuando junto a Ana Curra con Los Seres Vacíos, un grupo paralelo que la madrileña había creado un año antes con la ayuda de su novio y compañero. «Yo sé que Edu era Parálisis Permanente. Fíjate tú que el difunto Germán Coppini, del que éramos colegas, se ofreció a ser cantante y yo le dije que no, que Eduardo ya se había ido y que nos había dejado todo lo mejor. Nadie podría sustituir a Eduardo nunca».