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domingo, 4 de diciembre de 2022

LAS MENTIRAS QUE DINAMITARON LA CARRERA DE THE DOORS

Carlos Marcos

El País, 04/12/2022

El guitarrista del cuarteto, Robby Krieger, edita un libro donde desmiente historias sobre el grupo, desbroza la personalidad de Jim Morrison y detalla la historia de una banda capital del rock

El episodio más infame de la historia de The Doors nunca ocurrió. Después de aquel recital de Miami de 1969 se cancelaron 15 de sus conciertos, dejaron de ganar un millón de dólares, sus canciones se vetaron en muchas emisoras estadounidenses y Jim Morrison, su líder, fue condenado a seis meses de prisión que esquivó con el pago de una fianza de 50.000 dólares. Su carrera estuvo marcada desde entonces y nunca se recuperaron. ¿Qué pasó en Miami? Se dijo que Morrison se había bajado la bragueta en aquel recital y simulado una masturbación; luego, corrió hacia donde estaba el guitarrista, se arrodilló y ejecutó movimientos que se interpretaron como si representase una felación. Hoy, ese guitarrista, Robby Krieger, asegura: “Sencillamente, nada de eso pasó”.

Krieger (Los Ángeles, California, 76 años) acaba de publicar un revelador libro donde desbroza sin contemplaciones la personalidad de Jim Morrison, desmiente historias sobre The Doors (algunas aparecidas en la película de Oliver Stone, The Doors), desvela su tardía afición a la heroína, analiza la agria pelea en los tribunales de los tres miembros del grupo por los derechos del nombre después de la muerte del cantante y detalla la historia de una banda imprescindible para construir la mitología del rock and roll. Y lo hace con continuas pinceladas de ironía. El hombre tranquilo de The Doors, el compositor de clásicos como Light My Fire, ha titulado sus memorias así: Entre la vida y la muerte. Set the Night On Fire. Tocando la guitarra con The Doors (Alianza Editorial).

“Espera, que no funciona la cámara”, dice Krieger mientras se le escucha manipular botoncitos. La entrevista es por videollamada. Está en su casa de Los Ángeles. “Ya, aquí estoy. Mira, me faltan dos dientes”. Y muestra su dentadura mellada. Sí, Krieger derrocha un gran sentido del humor. Dice que le hemos pillado en pleno proceso de cambiar algunas piezas de su dentadura. “Pero puedo hablar bien, ¿eh?”, remacha.

Krieger fue el último que entró en The Doors, meses después de que formaran la banda en Los Ángeles Jim Morrison (voz) y Ray Manzarek (teclados) y de que luego se incorporase John Densmore (batería). “Al principio no me gustaron nada. Luego me di cuenta de que eran tan diferentes a cualquier otra cosa que costaba adaptarse a su estilo”, señala Krieger, que llegó a tiempo para grabar y participar en la composición desde el primer disco, The Doors (1967).

No había nada igual en aquel Verano del Amor de 1967: una banda que explotaba la teatralidad en la puesta en escena, con un vuelo poético en las letras de Morrison, inclinada a la improvisación heredada del jazz y con tres grandes instrumentistas y un vocalista magnético. Y sin bajo en sus presentaciones en concierto (en las grabaciones sí contrataban a instrumentistas de las cuatro cuerdas): los sonidos graves los realizaba Manzarek con su órgano. Un grupo, también, condicionado por el huracanado comportamiento de su cantante.

“Al principio, cuando Jim y yo componíamos canciones juntos en la casa de mis padres, fue maravilloso, una época inolvidable. Experimentábamos con LSD y no había problemas. Pero luego Jim empezó a beber y entramos en un ambiente de locura”, explica. Buena parte del tiempo, Krieger, Manzarek y Densmore debían contener a su líder. Bajarlo a la tierra, despabilarlo, hacerle ver que era mortal. Convivían con un artista relevante, dotado para la poesía, con una gran voz y con una potente capacidad para transmitir. “Si estaba sobrio era la persona más agradable del mundo. El problema era cuando bebía, y lo hacía mucho. Se transformaba. Era el tipo más loco que he conocido, sin duda”, relata con una sonrisa.

Krieger casi siempre se posicionaba a la izquierda del cantante, tocando, sin púa, con una mezcla de pureza y rebeldía rockera. Era el único que estaba de pie en el escenario junto a Morrison. El teclista y el batería interpretaban sentados. Así que debía estar atento al impredecible comportamiento del cantante, muchas veces violento, provocado por el efecto del alcohol. Las actuaciones de The Doors se convirtieron en un imán para las trifulcas. Los espectadores se aficionaron a arrancar las butacas y lanzarlas a la tarima, había invasiones del escenario promovidas por el propio Morrison y muchas veces la policía tomaba el escenario para detener el concierto y llevarse a alguno detenido.

Pero aquel 1 de marzo de 1969 en Miami ni siquiera hubo lanzamiento de sillas porque los promotores las habían quitado. “De hecho, nos despedimos de los policías con absoluta tranquilidad. Jim dijo algún ‘jódete’ desde el escenario, como en todos los conciertos desde hacía tres años. Pero todo fue más o menos normal. Y, de repente, copábamos los titulares de los periódicos”, apunta Krieger. Se emitió una orden de búsqueda contra Morrison. Se le acusaba de exhibicionismo y uso de lenguaje ofensivo en público. El cantante se entregó a la policía. “El juicio que se celebró después nos persiguió durante toda nuestra carrera. Por primera vez Jim sufrió las consecuencias de sus actos. Y, encima, fue la única vez en la que las consecuencias fueron completamente injustas”, asume el guitarrista.

El detector de mentiras de Krieger se detiene en la película de Oliver Stone, The Doors, de 1991, protagonizada, “brillantemente”, por Val Kilmer. Afirma que Stone presenta a un Morrison borracho y engreído. “No digo que no bebiera y que a veces no fuera insoportable, pero no iba todo el día con una botella en la mano. Era una persona tímida y divertida. Y cuando se pasaba de la raya lo asumía al día siguiente y se sentía mal. Tenía un carácter que hacía que te sintieras su mejor amigo”. Más cosas: el cantante aparece en el filme como un mujeriego, pero su novia, Pamela Courson, era igual de “hombreriega”, señala el guitarrista. Tampoco el público bailó desnudo y prendió hogueras en los conciertos de The Doors, aunque el cineasta lo mostró así. Resume Krieger: “La película logró resucitar el interés del público por el grupo, pero también alejó a muchos fans potenciales porque vieron a Jim como un borracho capullo y superficial. Y no era así”.

Jim Morrison y su novia, Pamela Courson, en 1969 en Hollywood Hills, Los Ángeles.

Fuera de la película, otra historia que ha calado es que Morrison se retiró con su novia a París porque estaba desencantado con la música y quería dedicarse a la poesía. Tampoco le convence a Krieger: “Él donde se sentía realizado era en el escenario. Hasta en París no pudo resistirse a participar en conciertos con un grupo local. Jim tenía sus demonios, pero los exorcizaba en el escenario”. Surge un momento terrible en el libro, cuando el autor asume cierta felicidad por la muerte del cantante. “Bueno, felicidad no es la palabra. Yo diría alivio. Es como si finalmente hubiera conseguido lo que quería. Jim hablaba siempre de conocer lo que sucedía después de la muerte. Y realmente creo que eso es lo que quería. Así que estaba aliviado por él”, apunta.

A pesar de comenzar su libro por un capítulo descacharrante titulado El peor peinado del rock (“siempre me las he tenido que ver con mis rizos encrespados”), el libro de Krieger afronta temas ásperos y, en ocasiones, sórdidos. Como cuando se explaya contando su caída en la heroína en la treintena y siendo padre. “Todos mis ídolos habían consumido heroína, gente como John Coltrane, Miles Davis o Jimi Hendrix. Algunos de mis amigos también empezaron. Y yo dije, estúpidamente: ‘Venga, probémoslo’. Nunca lo tenía que haber hecho porque no trae nada bueno”, asume hoy.

Morrison murió el 3 de julio de 1971 en París a los 27 años mientras estaba con su novia, Pamela Courson. El informe oficial dijo que la causa fue un ataque al corazón, pero siempre existieron sospechas de que fue por una sobredosis de heroína: no se hizo la autopsia. Muchos seguidores no les perdonan a los tres haber seguido cuando desapareció el líder. Editaron dos discos con las voces de Krieger y Manzarek. “Hoy parece una decisión ridícula, pero entonces tenía cierta lógica. No teníamos elección: no sabíamos hacer otra cosa y habíamos firmado un contrato para sacar dos discos más. Hay algunas canciones de esos trabajos [Oher Voices, 1971, y Full Circle, 1972] de las que me siento orgulloso. Igual deberíamos haber contratado a un cantante, pero también se nos hubiesen echado encima: ¡reemplazar a Jim Morrison, cómo han podido hacer eso!”. Años más tarde ya sí buscaron a un vocalista, Ian Astbury, de The Cult, pero por aquel entonces, principios de los 2000, ya no se podían llamar The Doors porque el batería, Densmore, no quiso participar y les llevó a juicio. Ganó y Manzarek y Krieger estuvieron girando con nombres como The Doors of the 21st Century. Pamela Courson murió de una sobredosis en 1974, también con 27 años.

Krieger es un fanático del flamenco. “Mi guitarrista favorito de flamenco es Sabicas. Le vi tocar un par de veces y me impresionó. Tenía unos dedos pequeños y rechonchos. No entiendo cómo podía tocar tan bien con ellos”. A pesar de pasar por adicciones, un cáncer y una dentadura mellada, Krieger sigue tocando en clubes casi todas las semanas. En los próximos meses editará dos discos con la Robby Krieger Band, uno de reggae y otro de jazz.

Krieger tiene un hijo y en la habitación de al lado donde está hablando con este periódico se encuentra su mujer, exnovia de Jim Morrison en los sesenta y con la que lleva nada menos que 50 años. Jim Morrison, siempre Jim Morrison. Manzarek nunca asumió su muerte y afirmó que estaba vivo (no se vieron imágenes del cadáver). Con su retranca innata, Krieger se despide: “Bueno, la verdad es que nunca he visto a nadie que se parezca a Jim. Pero sigo pendiente por si acaso”.

lunes, 5 de julio de 2021

EL MISTERIOSO FINAL DE JIM MORRISON: LA TRAGEDIA GRIEGA DEL ROCK

Ulises Fuente

La Razón, 01/07/2021

El líder de The Doors, de cuya muerte se cumplen 50 años, fue, antes que una estrella de la música, un gran escritor: un libro le rinde justicia poética.

Frente a los clichés, más allá del poderío sexual o de la esotérica imagen del Rey Lagarto, hay un Jim Morrison auténtico y profundo, más real. Detrás de esa apariencia o máscara existe un literato, un poeta de alta graduación que fue engullido por el personaje público y por la maldición de los suicidas. Porque una muerte sobrevenida a los 27 años es un baldón tan oscuro como quitarse la vida, y a Morrison, de cuyo final se cumplen 50 años, se le adeuda un reconocimiento como autor de algunas de las letras -y versos, aunque encuadernados como poesía- más destacadas de la literatura americana de la segunda mitad del pasado siglo. Su altura literaria y sus ideas sobre la dimensión escénica de la música popular quizá no hayan sido reconocidas convenientemente, pero las llevó tan hasta las últimas consecuencias que Morrison creía que el rock era deudor de la tragedia griega y convirtió su propia vida en la encarnación de Dioniso. ¿Y qué mayor vena literaria cabe que dejar una muerte tan incierta? “Muchos años más tarde, la gente todavía se pregunta: ¿está realmente muerto Jim Morrison? Y ¿cómo murió?”, se cuestiona a su vez Alberto Manzano, poeta, traductor de canciones y autor de “Jim Morrison. Cuando la música acabe apaga las luces” (Libros Cúpula), un libro que trata de hacerle justicia, poética al menos, a un artista total. “Poca gente se interesa por saber lo que dicen los grandes poetas del rock en su obra”.

Creció leyendo y odiando a su padre, militar, por sus ausencias. Cuando tenía cuatro años, presencian un accidente de tráfico de una camioneta cargada de indios obreros. Toda la carretera está llena de indios moribundos esparcidos. Cuando el coche se aleja, el pequeño siente cómo de uno de aquellos cadáveres salta un espíritu y entra en su cuerpo y le posee, o, al menos, así lo contará después. Morrison tiene un gran sueño, que es ser poeta, escritor o, en su defecto, director de cine. Compartió clase con Francis Ford Coppola, en la UCLA, en el año 1964, donde conoce a sus compañeros de banda con los que diserta sobre cuestiones filosóficas y literarias. Compiten para ver quién sabe más de Nietsche. Hasta que un día, su amigo Ray Manzarek le pide ayuda. Él y su grupo van a tocar a una fiesta y uno de sus músicos no puede asistir. Si no son cinco, no cobran. Así que le pide que vaya y que toque una guitarra desenchufada. Esa noche, Jim descubre dos cosas: es el dinero más fácil que ha ganado en su vida y también una de sus mejores experiencias sobrio.

Ascetas vs. dionisíacos

El poeta universitario era un verdadero “vagabundo del dharma”, en palabras de Kerouac. “Dormía poco y comía menos, salvo para engullir ácido”, escribe Manzano. Influido por “Las puertas de la percepción” de Aldous Huxley, “tragaba tabletas de ácido como si fueran cacahuetes, terrones de LSD y bolsas de hierba procedentes de México”. Jim consume también amobarbital, un barbitúrico de propiedades hipnótico-sedantes que distorsiona la percepción sensorial. Y el nombre de su nuevo grupo está escrito en ácido: The Doors alude a la percepción y lo desconocido, es el puro “zeitgeist” de la época. Sin embargo, el fin último de Morrison como poeta y rockero era liberar a la gente que escuchase sus letras. Pero nunca desde la ingenuidad “flower power” del hippismo más fatuo, sino como una invitación a presenciar el lado oscuro y la negrura para escapar de ella. Frente al interés de su amigo Manzarek por la meditación trascendental y las prácticas espirituales, él “creía que la verdadera senda eran las drogas y el chamanismo. Uno era un asceta practicante y el otro se revolvía en lo dionisíaco”. Escribía conjuros que sonaban a canciones. “Es una poesía esotérica, con cierto ocultismo, y conviene que seas una persona iniciada antes que nada -dice Manzano en conversación telefónica-. Es muy hábil escondiendo cosas en las palabras y conectando la belleza con una verdad recóndita.

A pesar de haberse criado en diferentes estados del país, el líder de los Doors se considera angelino y lo es genuinamente. Su obra literaria tiene más sentido si se vive en una ciudad de centenares de kilómetros cuadrados en la que se extienden las mismas calles, esquinas, gasolineras, McDonald’s, aceras bajo el implacable sol, indistinguibles unas de otras, tan escasamente humana. Una ciudad en el límite de la realidad y de la habitabilidad. Perfecta para concebir esas canciones preñadas de visiones de muerte y locura, de sexo y vísceras. “Para Morrison, a un nivel metafórico, Los Ángeles era una película sin final en la que todos los actores son también espectadores, en la que cualquier realidad es también un artificio (…). Una película que le fascinaba con horror”, escribe Manzano.

La formación de Jim, Ray Manzarek, John Densmore y Robby Krieger se va haciendo sólida. Se abren camino en el Whiskey a Go Go, con su lenguaje obsceno y los movimientos aún más provocadores del cantante, que pronto convoca una legión femenina de culto a su personalidad. Todo el mundo dice que está loco. “En su perfecta representación de Dioniso (…), Morrison seducía físicamente mientras rapsodiaba, pero su encanto estaba articulado a una vena intelectual, enigmática, imprevisible, que dejaba al público patidifuso. Era puro teatro musical, teatro poético del bueno”. El otro gran ídolo del músico era Antonin Artaud y su teatro de la crueldad.

Un chamán en escena

Declamaba, salmodiaba, improvisaba y manejaba a las audiencias como un chamán, alternando los gritos demenciales con un silencio absoluto hasta casi hacer perder los nervios a sus seguidores, para ver hasta cuánto son capaces de aguantar. Hasta cuatro minutos llegó a estar callado en una ocasión, con los músicos quietos y el público escuchando sus latidos a punto del ataque de nervios. Morrison lo hacía para jugar con ellos, para sacarles de quicio, para negarles lo que querían, el éxtasis, el espectáculo. Así lo describía el Rey Lagarto: “Es el mismo rito que celebraban los antiguos. Los Doors respondemos a la misma necesidad humana que la tragedia griega. A veces me gusta considerar la historia del rock & roll exactamente igual al origen del drama griego que comenzó en la época de la trilla y que, originalmente, no eran más que un grupo de adoradores que cantaban”. Él fue la línea que unía a Nietzsche y la tragedia con el teatro rock de Artaud. La poesía, el teatro y la música unidos en ofrenda a Dioniso. Ah, y el sexo, claro. La presencia de un adán demoníaco de un magnetismo absoluto.

Tanto era de excesivo que les echaron del Whiskey por sus blasfemias. Y eso que, cuando no estaban los Doors, el local no debía parecerse a una parroquia de jesuitas precisamente. Sin embargo, escuchar el “father, I want to kill you / mother, I want to fuck you” de “The End” antes de que se hiciera famosa debía parecerle obra de un desviado incluso a los más crápulas nocturnos. En esa canción, influida por el psicoanálisis freudiano, daba rienda suelta a su resentimiento infantil con el almirante Morrison, su padre. Lo que no sabía el dueño del bar es que tres días antes de darles la patada en el culo, The Doors habían firmado su primer contrato con Elektra. En ese momento despegó a carrera de la banda, que pasó al estrellato absoluto con el primer disco. Cobraban 35.000 dólares por tocar y no admitían aforos inferiores a 10.000 personas. Sin embargo, las grandes exigencias de la industria, los contratos, las giras y el acoso policial que sufre el grupo, conocido por su público con tendencia al motín, les desgastan. Morrison prefiere sus poemarios, está harto de todo.

Hastiado, puede, pero su final no estaba en el guión. Fue en París, en extrañas circunstancias. “Yo tengo mi opinión, claro -dice Manzano-. Si te paras a pensar seriamente en el misterio de que solo Pamela vio el cadáver junto con el médico que firmó el acta de defunción, con graves errores, por cierto, crea cierta duda o intriga. De hecho, al médico nadie le ha podido localizar después para hablar con él. Según el acta muere de un paro cardiaco, pero eso le pasa a todo el mundo que se muere. Lo normal es que haya algo que lo provoque, que es lo que no está claro. Pamela llama a la oficina 24 horas después y le entierran cuatro gatos en París. ¿Qué vergüenza había para hacerlo así si supuestamente era una sobredosis cuando hacía poco había pasado con Janis Joplin y Jimi Hendrix? ¿qué vergüenza había? Además, Morrison no era heroinómano, su compañera Pamela, sí. Pero él tenía pánico a las agujas”, explica Manzano, que tira de fantasía: “Yo siempre he creído porque me encanta jugar con la imaginación, que fue una película que se montó. Que quiso desaparecer del mundo. Estaba harto de los Doors, del mainstream, del negocio. De las obligaciones contractuales. Era demasiada presión. Y creo que vive en un pueblo pesquero, en una costa de África escribiendo sus poemas de forma anónima y que está de puta madre. Lejos del mundanal ruido. Pero ¿quién lo sabe? Me gusta especular, sobre todo cuando hay tanta base en torno a la gran duda”. Sería el mayor montaje de la historia, algo que encaja perfectamente con su personalidad. Manzano ríe. “¿Verdad? Pocas personas como él hubiesen sido capaces de semejante circo”.