La reedición de sus discos de los años 80 con el sello Island muestra la etapa más exultante, excéntrica y personal del genio estadounidense
Comenzaba el otoño de 1983 cuando a las tiendas llegó un disco de lo más extraño. El nombre, «Swordfishtrombones», ya era raro de por sí. La portada poseía ecos de aquella terrorífica rareza que fue la película de 1932 llamada «Freaks», de Tod Browning. Pero todo aquello no era ni con mucho lo más insospechado que había en aquel objeto. Lo verdaderamente peculiar estaba en la música. Tom Waits había completado su deconstrucción, una de las más salvajes de la historia de la música, para iniciar una etapa tan extravagante como memorable.
Personalmente supervisados por Tom Waits y su mujer, Kathleen Brennan, la obra para Island Records entre los años 1983 y 1993 ha sido remasterizada nuevamente a partir de las cintas originales y se reeditarán en vinilo y CD este otoño. Además de «Swordfishtrombones» se incluyen «Rain Dogs» (1985), «Frank’s Wild Years» (1987), «Bone Machine» (1992) y «The Black Rider». Una excelente excusa para recordar una de las reinvenciones musicales más inauditas de la historia de música.
¿Salvadora o Yoko Ono?
Lo cierto es que aquel Tom Waits de 1983 era muy diferente al de solo tres años atrás. Otro hombre, otro músico. Atrás habían quedado años salvajes marcados por el consumo irreflexivo de alcohol, resacas extenuantes y colillas sobre el piano de otro. También había quedado atrás Rickie Lee Jones, su novia de aquellos tiempos, una ruptura abrupta y desagradable que provocaría el odio eterno de la cantante hacia Waits. La extensa gira de «Blue Valentine», de 1978, había sido brutal en todos los aspectos y había provocado enormes erosiones en Waits. Su siguiente álbum, «Heartattack and Vine», parecía casi un grito de auxilio, pero no lo suficientemente sonoro. Entonces llegó una llamada de Francis Ford Coppola.
El imponente cineasta estaba preparando la película «Corazonada» y se le ocurrió que Tom Waits podía hacer la banda sonora y éste dijo sí. Fue una completa desintoxicación, en todos los sentidos. Se autoimpuso una disciplina en la que fichaba como cualquier otro empleado y trabajaba en las canciones con meticulosidad y pausa. Pero también ocurrió otra cosa todavía más decisiva tanto en lo personal como en lo profesional. Conoció a una empleada de Zoetrope llamada Kathleen Brennan que en pocos meses se convertiría no solo en su mujer, sino también en su nueva orientadora musical.
Poseedora de un enorme carácter, Brennan le introdujo en la música de Captain Beefheart, que se convertiría en su influencia más reconocible, y le animó a explorar otros sonidos más arriesgados y vanguardistas sin abandonar su viejo gusto por el blues más puro. Era lo que necesitaba un músico que había comenzado a sentir pavor ante la idea de encasillarse en un sonido, el del trovador melancólico aferrado a su piano, que consideraba (exageradamente) mainstream. Y fue adelante con todo.
«Ella hizo que se apartara de todo el mundo. No sé si fue por sus celos personales o por qué. No guardo resentimiento hacia ella porque creo de verdad que le salvó la vida. Es una mujer muy fuerte y encontró los puntos débiles de Tom. Ella proporcionó fuerza cuando él la necesitaba. No tengo ni idea de qué habría sido de él sin alguien que en cierto modo pudiera tomar en serio el rumbo de su vida», resumiría el productor Bones Howe. Para muchos, Breenan salvaría a Waits; para otros, sería su Yoko Ono. Sea como fuere, Waits se vio liberado de cadenas y decidido a iniciar un nuevo rumbo, la deconstrucción de su música hasta convertirla en vanguardia. No había reglas, salvo enterrar el pasado. Y creó una música llena de percusiones, sonidos chirriantes de guitarras, contrabajos, instrumentos imposibles y una voz estridente, salvaje y enormemente expresiva para cantar historias que solo un mago del lenguaje como era él podía escribir. El resultado sería «Swordfishtrombone».
Naturalmente, la industria no estaba preparada para un álbum semejante y Elektra renunció a publicarlo. Waits lo tomó como un cumplido y encontró en el modesto sello Island su nuevo refugio discográfico. Con su antigua casa resolvió el contrato de la manera habitual, con un rutinario grandes éxitos, y así culminó el portazo definitivo a su pasado. El vídeo de la maravillosa «In the neighborhood» mostraba a un Waits al frente de un circo de freaks desfilando a ritmo de vals en una canción que sonaba a himno. Lo curioso es que el público, mucho más maduro que la industria, sí estaba preparado para el nuevo sonido de Waits y su debut con Island fue un éxito. Seguro de haber encontrado un nuevo hogar, y alentado por su mujer, continuaría por el camino de la exploración añadiendo renovadas dosis de inspiración que se plasmarían en su siguiente álbum, «Rain dogs», una obra maestra y otra rareza absoluta. Era la perfección de su nuevo sonido con aportaciones impresionantes de guitarristas de la categoría de Marc Ribot, Robert Quine, Keith Richards o G.E. Smith. También entregó un vídeo sublime de una canción no menos memorable, «Downtown Train», que generó admiración y reconocimiento.
Sus conciertos eran igualmente apabullantes, auténticas experiencias visuales y sonoras. Mientras otros coetáneos se entregaban a las grandes giras, estadios, juegos de luces, muñecas hinchables, fuegos artificiales y repertorio desasosegadamente nostálgico, Waits se metía en teatros para proponer un insólito espectáculo en el que mezclaba circo, cabaret, danza tribal y ese blues deconstruido que ya era parte de su nuevo sello. Este era Tom Waits: lo nunca visto, lo nunca escuchado.
Este hombre se convertiría en el oasis dentro del desierto que sería la década de los 80 para la inmensa mayoría de sus colegas. Gente como Bob Dylan, Neil Young, Rolling Stones, Lou Reed, Eric Clapton y muchos más habían sucumbido a la desubicación, la confusión y el conformismo. Sabían de dónde venían, pero no hacia dónde iban. Dejaron el trabajo, hacer discos, en manos de otros. Vivían del nombre principalmente. No es lo que ocurrió con Waits.
Lejos de adocenarse y repetirse, su propuesta se haría todavía más radical con el paso de los discos, como demostraría con «Frank’s Wild Years», «Bone Machine» y hasta llegar a otra de esas obras inclasificables como sería «The Black Rider», donde colaboró con el director teatral Robert Wilson y el héroe de la generación beat William Burroughs. Su imagen también se haría frecuente en el cine trabajando con directores tan prestigiosos como Jim Jarmusch, Robert Altman o el propio Coppola. Sus seguidores se dividirían entre el Waits del piano y el Waits del megáfono, pero a él le daría igual. Había protagonizado una de las gestas más impresionantes de la historia de la música. Una reconversión absoluta eligiendo el camino más difícil: la vanguardia. Una deconstrucción a la altura de su genio que significaría su salvación y redención, tanto personal como musical. Un auténtico héroe.
Tom Waits dijo que le gustaban las melodías bellas que le contaban cosas terribles y parte de su carrera, principalmente la primera y buena porción de sus maravillosas baladas, se puede explicar así.
Se escucha una voz que parece salir de una garganta que estuviera tragando cristales, acompañada por un piano borracho, cantando melodías dignas de un Cole Porter con letras sobre putas de Minneápolis, fantasmas del sábado noche, cerveza caliente, mujeres frías, hígados devastados y corazones rotos.
Tom Waits es considerado una leyenda es porque supo dejar atrás el personaje de esa primera época, el crooner de barra de bar, básicamente el protagonista del “One More For My Baby” de Sinatra pero en plan vagabundo, quitándole todo el 'glamour' de la Voz, y reinventarse como bluesman experimental, con un poso teatral y cabaretero, a partir de “Swordfishtrombones”.
Y es que la norma dicta que los artistas y bandas comienzan siendo más rompedores y luego se van atemperando, así es normal que primero llegue “The Velvet Underground & Nico” y “White Light / White Heat” y luego aparezcan “The Velvet Underground” o “Loaded”, o “Horses” y “Radio Ethiopia” den paso a “Easter” y “Wave”, lo que no es normal es comenzar con un disco en el que etiqueten como 'nuevo Dylan', aunque también podrían haberlo hecho como 'Sinatra errante', y diez años después entregues un disco marciano en el que se mezclan los aullidos de Howlin' Wolf con las asimetrías del “Trout Mask Replica” de Captain Beefheart. Pero es que Tom Waits se sale, y mucho, de las normas.
Para el momento en el que sacó su debut, los cantautores etiquetados como nuevo Dylan eran multitud, Bruce Springsteen, Jackson Browne, John Prine, Loudon Wainwright... pero lo que les separaba de ellos era que Waits podía hacer canciones que cantaran los Eagles o Rod Stewart pero su principal influencia venía más de la mano de Cole Porter y George Gershwin que de los Beatles o el propio Dylan. Además Waits desconfiaba de la palabra poeta, "cuando alguien me dice que va a leerme un poema, se me ocurren múltiples cosas que preferiría hacer", lo suyo estaba más en línea con el realismo sucio de Kerouac, Carver o Bukowski.
Pianos borrachos y vals con Matilda
Aun así “Closing Time”, su disco de debut, es una de sus obras más clásicas, conteniendo tres de las canciones más redondas de su carrera "Ol' '55", "I Hope That I Don't Fall in Love with You" y "Martha". Pero el disco más representativo de esta primera etapa es "Small Change", una obra en la que se mezclan esas baladas demoledoras con bellas melodías y terribles historias, con esos coqueteos jazzy, con contrabajo en primer plano y solos de saxofón como en “Step Right Up” o “The One That Got Away”. Pero la especialidad de la casa es la balada con un piano que ha estado bebiendo, aunque posiblemente no tanto como el cantante, a pesar del título de una de sus canciones, en concreto esa maravilla llamada “The Piano Has Been Drinking (Not Me)” que puede que sea la perfecta representación de su personaje, alguien tan ligada a su imagen que, a pesar de haber dejado de beber hace muchos años, la gente le sigue imaginando vaciando una botellas tras otra de Jack Daniels junto a un cenicero rebosante de colillas, aunque Waits también dejó tiempo atrás la nicotina.
Claro que ese personaje todavía era difícil de separar de su propia persona en esta época, como en la mejor canción de este periodo, “Tom Traubert's Blues (Four Sheets to the Wind in Copenhagen)”, una maravillosa balada de piano, con un cuidado arreglo de cuerdas, cortesía de Jerry Yester ex de Lovin' Spoonful, con una de sus mejores letras: "no quiero tu simpatía, los fugitivos dicen que las calles no son para soñadores, los cazadores de homicidas y los fantasmas que venden recuerdos quieren un pedazo de la acción de cualquier precio para bailar un vals con Matilda". Una canción a la que describió, en su manera antipoética, como "ésta va sobre vomitar en un país extranjero".
Aquí también aparece otra de sus canciones más representativas de esa primera etapa, “Bad Liver And A Broken Heart”, donde comenzaba citando el “As Time Goes By” de “Casablanca” y entre eso, un título que se ajustaba al 100% al personaje creado y ese aullido roto tan característico (que apenas se había notado en los primeros discos), daba a “Small Change” el título de disco más representativo de esta primera etapa.
Pero el título de mejor obra de este periodo se lo tendrían que repartir su debut, “Closing Time”, y “Blue Valentine”, la maravilla que sacó en 1978, donde ya se podía contemplar el inicio del bluesman desquiciado y cabaretero de la mítica trilogía de los 80, porque si a canciones como “Romeo Is Bleeding” le quitabas la instrumentación clásica y le añadías alguno de los instrumentos inventados de esa época te queda una canción que podría haber aparecido en “Swordfishtrombones” o “Rain Dogs”. Eso sí, su temática detectivesca y su fuerte swing también se adaptan a la perfección a esta época. Y es que los detectivos privados, la novela y el cine negro siempre han sido grandes fuentes de inspiración de Waits, con la jazzy “Whistlin' Past the Graveyard” sonando como una perfecta banda sonora para un 'noir' chandleresco. Ya saben lo que dijo el interesado, "tienes que ser un buen detective privado para ser un buen compositor".
Avenidas de Kentucky y corazonadas
Eso sí, en “Blue Valentine” tampoco faltan las baladas al piano (borracho) tan típicas de esta primera etapa, siendo la mejor la descarnada "Christmas Card From A Hooker in Minneapolis", cuyo título ya dice mucho más que la letra completa de muchas canciones. Desde el momento en el que Waits suelta eso de "Charlie estoy embarazada..." uno no puede sino meterse totalmente en esta historia contada por uno de los mejores contadores de historias que dio la música popular de la segunda mitad del Siglo XX. No se le queda atrás la devastadora “Kentucky Avenue”, una de las canciones más autobiográficas de su carrera. La canción titular va por el mismo camino, aunque cambia el piano por unos preciosos arpegios de guitarra que, junto a un bajo, son el único acompañamiento de una voz que se retuerce y duele. Y luego está la mejor versión que ha hecho nunca Tom Waits, nada más y nada menos que del "Somewhere" de “West Side Story”, con su voz de serrín sonando totalmente adecuada sobre un maravilloso arreglo de cuerdas y una melodía pensadas para voces mucho más angelicales que la suya.
Pero el cambio de década supuso un verdadero terremoto en su carrera, Waits había decidido alejarse del personaje y la música por la que era conocido, pero justamente en ese momento recibió una llamada de Francis Ford Coppola para que compusiera la banda sonora de la película que estaba realizando, “Corazonada”. El director quería al Waits de “Small Change”, algo que suponía un pequeño paso atrás pero, siendo el director de “El Padrino” y “Apocalypse Now”, Waits aceptó. Fue él quien le introdujo en la Ópera, al parecer Waits no había escuchado nunca “Nessun Dorma” y cuando Coppola se enteró le agarró del brazo lo llevó a su cocina, donde tenía un jukebox, se la puso y se marchó, dejándole a solas con el poderío del aria de Puccini.
Trombones y peces de espada
Mientras trabajaba en la banda sonora, comenzó a grabar un nuevo disco que ya vislumbraba nuevos horizontes sonoros, se trataba de “Heartattack and Vine”, donde cambiaba al piano por la guitarra y buscaba un sonido más R&B, allí estaba la mítica “Jersey Girl” que Bruce Springsteen introduciría a una nueva audiencia, para un artista que seguía siendo de culto. Pero fue en el rodaje de “Corazonada" donde se produjo el gran cambio en su carrera y su vida, pues fue allí donde conoció a Kathleen Brennan, que trabajaba como analista de guiones para Coppola y se convertiría en su mujer y compañera en el proceso de componer canciones para el resto de su carrera.
El caso es que lo suyo fue un flechazo de película y en unas pocas semanas ya estaban casados, puede que porque, además de todo lo demás, compartían un humor totalmente parecido, como en esa entrevista en televisión en la que le preguntan a Brennan por cómo conoció a Waits y ella le responde totalmente seria que era monja y que Waits se quedó dormido en misa y ella le despertó, ante el estupor del entrevistador y las risas de Waits.
Fue Brennan también la que le introdujo en la música de Captain Beefheart y le dio un giro mucho más experimental y vanguardista a su carrera. Siendo la principal impulsora del disco que lo cambió todo, “Swordfishtrombones”. Puede que “Rain Dogs” sea mi disco favorito y la gran obra maestra de la carrera de Waits pero es esta obra de 1983 la más importante de la misma, tanto es así que ésta se divide en antes de “Swordfishtrombones” y después del mismo.
Allí una de las canciones que más sobresalían era “Johnsburg, Illinois”, un sentido homenaje a la mujer que se convertiría en la madre de sus hijos y en su más importante colaboradora habitual, Brennan. El pueblo del título es el lugar del que procede y, por una vez, Waits se contradice y entrega una bella melodía en la que no se dicen cosas terribles, sino otras como éstas: "ella es mi único y verdadero amor, es en todo lo que pienso... Mira aquí en mi cartera, ésa es ella".
A partir de aquí, Waits se abriría a un sonido mucho más experimental, apareciendo instrumentos mucho menos comunes, algunos de ellos inventados, siguiendo la estela de Harry Patch, y estilos tan variados como el blues, el tango, la música de cabaret o composiciones que parecen salidas del Tin Pan Alley pero interpretadas por un cavernícola.
Amores ciegos y perro de lluvia
Luego llegaría el gran disco de su carrera, “Rain Dogs”, donde a las innovaciones de “Swordfishtrombones” se unen a la mejor colección de canciones de su carrera (“Time”, “Hang Down Your Head”, “Jockey Full of Bourbon”, “Rain Dogs”, “Blind Love”, “Downtown Train” o “Anywhere I Lay My Head”) y un par de invitados muy especiales. Por un lado Marc Ribot, cuya disonante guitarra, desde el inicio con “Singapore”, pasa a formar parte del ADN de la música de Waits dando verdaderas lecciones como en la espectacular “Jockey Full Of Bourbon"· o en el solo de “Hang Down Your Head”, la primera de las canciones que firmaron juntos Waits y Brennan.
Por el otro, el mismísimo Keith Richards, guitarrista de una de las pocas bandas de rock que le influyeron en su juventud, en un tipo que siempre prefirió la música de los 20 o los 30, ya fueran Lightnin’ Hopkins, Hoagy Carmichael o Kurt Veil, a las bandas de rock de su juventud. Pero Waits siempre tuvo un sitio en su corazón para los Rolling Stones y ha señalado varias veces a su “Exile On Main Street” como uno de sus discos favoritos de todos los tiempos, tomando la forma de cantar en falsete de Jagger en “I Just Want To See His Face” como una de sus nuevas inspiraciones para esta época, sobre todo ahora que, después de dejar el tabaco, era capaz de hacerlo. El caso es que Richards se dejaba notar en la ‘bluesera’ “Big Black Mariah” y en esa maravilla country que es “Blind Love”, uno de los grandes tesoros de su cancionero en el que Su Satánica Majestad intercambiaba ‘licks’ con Robert Quine y le hacía coros a Waits.
La década se cerraría con el disco que cerraba la brillante trilogía sobre el personaje de Frank, “Frank’s Wild Years”, el más teatral de todos, un disco/espectáculo a medio camino entre el teatro, el vodevil y la ópera, al que Kathleen Brennan bautizó como “un Operachi Romantico”. Es el menos valorado de los tres pero sigue rayando a un nivel espectacular, conteniendo algunos ejemplos del Waits más emocionante en canciones como “Cold, Cold Ground” o “Innocent When You Dream”, además del bluesman cavernoso de “Way Down In The Hole”, la canción que se convertiría en la sintonía de, hechos no opiniones, la mejor serie de todos los tiempos, “The Wire”.
Huérfanos de Waits
En los 90 llegarían otros dos discos fundamentales, “Bone Machine” y “Mule Variations”. El primero es uno de los discos más pesimistas y siniestros de Waits hasta la fecha, aunque el paisaje sonoro es tan hermoso como lúgubre. También es una de sus obras más cohesionadas y grotescas, con fuertes percusiones y un sonido más sucio y agresivo, como bien ejemplifica la directa “Goin' Out West”. El segundo, que llegó en 1999, es otro de los grandes discos de la carrera de Waits. Tras un parón de seis años y con un nuevo cambio de sello de por medio, el cantante había decidido buscar un nuevo enfoque para sus canciones, optando por un estilo de escritura más conciso y directo, el resultado es uno de los discos más accesibles de su carrera, resultando perfecto para iniciarse en los recovecos de su obra, con especial énfasis en el blues pantanoso y el góspel, sin olvidarse de esos maravillosos medios tiempos como “Hold On” o “House Where Nobody Lives”.
Los dos discos más interesantes que ha publicado en el Siglo XXI son “Orphans: Brawlers, Bawlers & Bastards” y el último, hasta la fecha, “Bad As Me”. El primero es un triple con canciones que han aparecido en otros sitios, como bandas sonoras o discos tributo a lo largo de varios años (en concreto de 1984 a 2005), que se dividen en tres categorías, “Brawlers”, la parte más orientada al rock y al blues, “Bawlers”, la parte dedicada a los medios tiempos a la que Waits estuvo a punto de titular como "Cállate y cómete tus baladas", y, por último, “Bastards”, la más experimental, en la que da rienda suelta a su parte más literaria y de 'spoken word'. Es increíble pero, a pesar de su condición de cajón de sastre Waits logra darle una gran coherencia a los tres discos, resultando en uno de sus trabajos más satisfactorios, con gemas como “LowDown”, uno de los momentos más rock y excitantes de toda su carrera, lo más parecido que ha sonado a su querido Keith, con una crujiente guitarra slide, o la preciosa “Long Way Home”, que compuso en 2002 para la película “Big Bad Love”.
El 21 de octubre de 2011 apareció el 17º disco de su discografía, “Bad As Me”, uno de los discos más salvajes y feroces de su discografía, impropio de un hombre de 62 años que suena más amenazador que nunca en la descarnada “Hell Broke Luce”, nuevamente con la angular guitarra de Ribot. También vuelve Keith para ese homenaje a sí mismo y a su compañero Jagger que es “Satisfied”, aunque Waits tampoco se olvida de esas bellas melodías sobre trágicas historias como en la genial “Back In The Crowd”.
Desde entonces no ha habido más discos, aunque sí puntuales colaboraciones, Waits se ha olvidado en la última década de sacar discos pero no de seguir apareciendo en películas y series de televisión, como con los Hermanos Coen en “La balada de Buster Scruggs”. En breve le veremos en “Licorice Pizza”, junto a Danielle Haim de protagonista y dirigido por Paul Thomas Anderson, añadiendo otra muesca más a la lista de míticos relaizadores para los que ha trabajado,como Coppola, Jarmusch, los Coen, Terry Gilliam o Robert Alman. Pero, a pesar de ello, si Tom Waits es una leyenda no es por su más que aceptable curriculum audiovisual sino por su inmaculada carrera musical, con 17 notables discos. Se cumplen 10 años desde el último de ellos pero todos sus seguidores seguimos esperando con ansia el 18º disco de este tipo que ya no bebe, ni fuma, ni se acurruca en las barras de los peores tugurios de Los Ángeles… aunque seguro que su piano lo sigue haciendo por él.
Vamos a ver… ¿Cuántas tortillas salen de un huevo de avestruz? Unas catorce. Un montón de tortillas, lo sé, y pese a ello debo decir que he congeniado con la mayoría de avestruces que he conocido. Te parecerá una gilipollez, pero esa es la clase de cosas que me interesan.
¿Qué animal tiene el cerebro de mayor tamaño en relación con su cuerpo? Las hormigas, lo juro. ¿Y el pene más grande en proporción a su cuerpo? No, no, no… malpensado. El percebe. Atención: hay más insectos en una milla cuadrada de tierra que humanos en todo el planeta. Piénsalo, imagina que piden votar, sacarse el carné de conducir o algo por el estilo. Un topo puede cavar un túnel de cien metros de longitud en una noche; un saltamontes saltar sobre obstáculos de quinientas veces su estatura… ¿Sabes a qué huele la Luna? No, no huele a queso, huele a fuegos artificiales. Me lo dijo Neil Armstrong: «Huele a fuegos artificiales, tío». Y tiene mucho sentido, llevamos siglos disparándole a la Luna con ellos. Mi lista de la compra siempre incluye fuegos artificiales y pañales, es todo lo que necesitamos. La vida es lo que sucede entre los fuegos artificiales y los pañales.
Estuve hace tiempo en Oklahoma, y debo decirte que allí es todo muy raro, tienen unas leyes extrañísimas. No puedes lavar el coche los domingos si llevas ropa interior de lana, especialmente si llevas un corte de pelo raro. El corte de pelo siempre es un problema. Otra cosa es que está estrictamente prohibido mascar tabaco. Y no se puede fotografiar a un conejo en días laborables, solo los fines de semana. Otra más: no puedes comer en un establecimiento que esté en llamas; lo que limitó bastante nuestras opciones gastronómicas, la verdad. Ah, y no se puede emborrachar a un pez en su pecera, al parecer tenían muchos problemas con eso, y tampoco puedes darle a fumar un cigarrillo a un mono. Pero lo que más me asombra de Oklahoma es que tendrás serios problemas si besas a un extraño, ¿vale? Piénsalo, puedes ir a la cárcel por besar a un desconocido. Me refiero a que todos lo somos en cierto momento, ¿cómo iba a continuar el mundo si alguien no besa a un extraño?, ¿eh?
¿Sabes en lo que de verdad soy bueno? Ni como cantante, ni como autor de canciones, naaaa… En hechos extraños e insólitos como los antes mencionados. Los voy apuntando en una libreta que siempre llevo conmigo a todas partes, pues nunca se sabe. Soy incapaz de leer un libro hasta el final, pero voy tomando aperitivos de información. El origen del pan negro de centeno, por ejemplo. El caballo de Napoleón se alimentaba con el mejor pan de su glorioso ejército. Los soldados palidecían de envidia, los pobres. Como es natural, aspiraban a alimentarse tan bien como el caballo de Napoleón. Y este comía pan negro de centeno. ¿El empleo más peligroso? Trabajador sanitario. ¿Sabías que hay treinta y cinco millones de glándulas digestivas en el estómago humano? Si te pides un club sándwich, vas a necesitar todas esas glándulas, aviso.
Uh, verás, también me gusta recolectar trastos. Soy asiduo a los vertederos, y cuando vuelvo al hogar familiar con algún cachivache tengo que decirle a mi señora esposa, ay, que es un regalo de un amigo. No sé, bueno, verás… me gusta coleccionar objetos singulares: el recipiente de chile con carne que me ofreció Tammy Wynette, un anuncio de cigarrillos de un periódico de hace cien años, una caja llena de esqueletos de aves, direcciones para las fiestas caseras que organizaba Dean Martin, un titular en un viejo periódico de Texas que dice «frascos de whisky hallados en el césped del reverendo», un botón de la chaqueta deportiva de Frank Sinatra, un retrato de Fat Joe que pintó mi hijo Casey, y una antigua factura telefónica de Huddie Ledbetter. Pero, si me estás leyendo, sospecho que querrás algunos datos verificables. Mira, normalmente lo paso mal hablando directamente de las cosas, pero ahí van…
Nací en Los Ángeles siendo yo muy pequeño. Vine al mundo en el asiento trasero de un taxi amarillo que se detuvo en el aparcamiento del Hospital Murphy. Tuve que pagar un dólar con ochenta y cinco centavos para salir de allí. Todavía no me habían puesto unos pantalones y, además, resultó que me había dejado el monedero en los otros pantalones. Aquel día había muerto el legendario Leadbelly, y me gusta pensar que nos cruzamos en el pasillo.
Mi padre era profesor de español, así que vivimos un poco por todas partes, en Whittier, Pomona, La Verne, North Hollywood, Silver Lake, zonas metropolitanas alrededor de Los Ángeles. Tenía yo diez años cuando pasamos cinco meses en una granja de pollos en la Baja California. Pasé mucho tiempo en México, aunque ahora casi nunca voy. Solíamos bajar hasta allí con mi papá a que nos cortaran el pelo, y él aprovechaba para entrar en los bares y pimplarse unos tragos. Yo me sentaba junto a él, en uno de los taburetes, y tomaba un refresco.
A los dieciocho años, en Tijuana, una prostituta enana escaló un taburete y se me sentó en el regazo. Estuve bebiendo con ella durante una hora. Fue algo memorable. Me transformó por completo. Tierno, muy tierno. No me la llevé a una habitación, solo se quedó sentada en mi regazo. Siendo adolescente iba por allí buscando bronca. Era un lugar de tal abandono y anarquía que parecía el poblado de un wéstern, como retroceder doscientos años: las calles embarradas, las campanas de la iglesia, las cabras, el fango, las señales tórridas, chillonas. Para mí aquello era verdaderamente como el país de las maravillas, y me cambió para siempre.
Crecí en San Diego, allí fui al instituto. Durante mis años escolares tuve un montón de empleos. No había mucho que me interesase en la escuela, estaba todo el tiempo metiéndome en líos, así que dejé los estudios. He dado muchas vueltas desde entonces. He dormido con tigres y leones, y con Marilyn Monroe. Me he emborrachado con Louis Armstrong, he echado los dados en Las Vegas, he estado en el Derby de Kentucky, he visto jugar a los Brooklyn Dodgers en Ebbets Field, y le enseñé al bateador Mickey Mantle todo lo que sabe.
No recuerdo cuándo empecé a escribir. Muy pronto empecé a rellenar formularios y papeles. Primero el apellido, luego el nombre, sexo… «ocasionalmente», ese tipo de cosas. Más tarde escribía cartas, cumplimentaba formularios, garabateaba en las paredes de los lavabos. Vi algunos grafitis estupendos en un bar de Cincinnati. No, fue en St. Louis, en un lugar llamado The Dark Side of the Moon. Era un club, ni siquiera sé si seguirá allí. En cualquier caso, el grafiti decía: «El amor es ciego; Dios es amor; Ray Charles es ciego; en consecuencia, Ray Charles debe ser Dios». ¡Supe inmediatamente que me encontraba en una población con universidad! Que las luces estaban encendidas y había alguien en casa, ya me entiendes, y… así que… pero… ¿de qué te hablaba?
Ah, bueno, de que pasé unos primeros años problemáticos, pero no terribles. Nada grave. La hora punta del tráfico en la Harbor Freeway a cuarenta y pico grados, sin aire acondicionado en tu coche. Tienes cigarrillos, pero no cerillas. Sufres de hemorroides, necesitas afeitarte y… eso sí puede ser terrible.
¿Quieres un parte genealógico? Ahí va. Todos los psicópatas y los alcohólicos están en la familia de mi padre; en la de mi madre tenemos a ministros de la Iglesia. Así he salido yo, qué se le va a hacer. Casarme con Kathleen fue genial. He aprendido mucho de ella. Es católica irlandesa, con todo ese oscuro bosque viviendo en su interior. Me empuja a lugares a los que yo no iría, y diría que me ha animado a llevar a cabo muchas de las cosas que intento hacer. ¿Y los críos? Casey y Sullivan. Y mi niña, Kellesimone. Creativamente eran asombrosos. El modo en que dibujaban de pequeños, ya sabes. Se salían de la hoja de papel y seguían por las paredes. Yo desearía tener esa amplitud de miras. Crecieron y ahora me echan una mano; es un negocio familiar. Si fuera granjero, les tendría ahí fuera con un tractor; si fuese bailarín de ballet, les haría llevar tutús. Soy su papá, ahí se acaba todo. No son fans míos. Tus hijos no son tus fans, son tus hijos. El truco consiste en mantener una carrera y al mismo tiempo una familia. Es como tener dos perros que se odian y sacarlos a pasear cada noche.
En lo referente a Kathleen, no me casé con una mujer, sino con una enorme colección de discos. Bueno, a ella le gusta decir que se casó con un mulo, no con un hombre. Kathleen vivía en un convento, iba para monja. La conocí cuando la dejaron salir en Nochevieja para acudir a una fiesta. ¡Dejó al Señor por mí! Llevaba diez miserables años buscándola. Mi vida se asentó con ella, nos fuimos a vivir al campo, me mantenía alejado de los bares, pero curiosamente mi trabajo se hacía cada vez más inquietante. A mí es que me gustan las melodías hermosas que cuentan cosas horribles. Mi esposa dice que mis canciones se dividen en dos categorías: Damas de la Guadaña o Grandiosas Lloronas. Verás, a todos nos gusta la música, pero lo que realmente queremos es gustarle nosotros a la música, pues no es otra cosa que un idioma. Y, claro, hay personas que son lingüistas y hablan seis idiomas con fluidez, pueden hacer contratos en chino y contar chistes en húngaro.
Me interesan las palabras. Me encantan las palabras. Cada palabra tiene un sonido musical particular que se puede usar o no. Por ejemplo «espátula», esa es una buena palabra. Suena a nombre de banda. Probablemente sea el nombre de una banda. Adoro esos libros de referencia que me enseñan palabras, los diccionarios de slang o el Dictionary of Superstition, el Phrase and Fable, el Book of Knowledge, tochos en los que rastrear palabras con musicalidad propia. A veces eso es todo lo que buscas. O creas sonidos que no sean necesariamente palabras. Son solo sonidos, pero tienen una bonita forma. Se acrecientan en un extremo y luego descienden hasta una punta que se riza. Las palabras, ya lo he dicho, son lo que me gusta realmente, las amo, siempre ando buscándolas, siempre intentando escribirlas, siempre tratando de escribir algo. El lenguaje evoluciona continuamente. Me encanta el slang de las prisiones y la jerga de las calles.
La araña macho toca música, ¿a que no tenías ni idea? Después de tejer cuatro hebras de su red, se aparta a un lado, levanta una pata y las rasguea. Esto atrae a la araña hembra. ¿Qué acorde tocará? Siento curiosidad por ese acorde. Así compongo música. Es como la escritura automática. ¿No te gustaría entrar en una habitación oscura con un trozo de papel y un lápiz y simplemente dibujar círculos y acabar escribiendo la gran novela americana? Para mí grabar un disco es como fotografiar fantasmas. ¿Sabes a lo que me refiero? Es como llevar un perro rabioso a una fiesta de cumpleaños. Todos tratamos de reconciliar esas cosas en la música, nuestras distintas facetas. Está todo en mi interior: me encanta la melodía, pero también me gustan la disonancia y el ruido de una fábrica. Pero la melodía es una gran porción de mi vida, sí. Se trata de encontrar un modo de encajar todas esas facetas para así poder juntarlas en un disco.
Es agradable pensar que, cuando haces música y la lanzas al exterior, alguien va a recogerla. ¿Y quién sabe cuándo o dónde? Escucho cosas que tienen cincuenta años, y más antiguas que eso, y las asimilo. Y así estás de algún modo comulgando y fraternizando con personas a las que aún no conoces, que a lo mejor algún día se llevarán tu disco a casa… ya sabes, regentan una pequeña tienda de ropa interior femenina en Magnolia… lo pondrán en el tocadiscos y lo fundirán con los sonidos que escuchan en sus mentes. ¡Qué agradable sensación formar parte del desmembramiento del tiempo lineal!
En mi caso, crear una mitología sobre los demás y crear una cierta cantidad de mitología sobre uno mismo es algo compulsivo. Lo iluminas todo con tu propia luz, y si tomas agua de un río, ya no es un río, es agua en una lata. Te iluminas a ti mismo y, al estar en escena, cosa que como bien sabes detesto profundamente, también escondes mucho de ti mismo. Lo mismo ocurre con las canciones extraídas de una cierta experiencia. Se trata de una cuidadosa operación. Es como cuando cuentas una historia. Lo que en ella eliges ignorar también forma parte de la misma. Es una dislocada crisis de identidad masiva. Es «la oscura, cálida, narcótica noche americana», como escribí en mi fantasiosa primera biografía promocional, allá por 1973.
Las manos lo son casi todo en la música, como en la medicina. Todo procedimiento médico requiere de dos manos. Y lo mismo ocurre, en la mayoría de casos, con la música. Me refiero a que no encontrarás muchas piezas escritas para pianistas con un solo brazo. Hay mucha inteligencia en las manos. Cuando coges una pala, las manos saben lo que deben hacer. Lo mismo es cierto de sentarse al piano; es como si tus manos, al cabo de un tiempo, se acogieran a ciertas estructuras y voces. Pienso que es bueno sorprenderse a uno mismo en ocasiones. Esto me recuerda a un amigo que es pintor y lleva gafas. Se va al bosque, se quita las gafas y dibuja, ya sabes, porque así todo se ve distinto.
Usas la palabra «yo» o «mí» en una canción, para contar una historia disparatada, y la gente te dice, «Dios mío, ¿es eso autobiográfico?». Los novelistas no son intérpretes. ¡Los novelistas son unos gallinas! No, no, bueno, no sé exactamente lo que son. Es un trabajo solitario. La gente solo tiene lo que tú le proporcionas para seguir adelante con sus vidas. Es todo espectáculo. Esa es la belleza del mundo del espectáculo, el único negocio en el que puedes hacer carrera después de muerto. Pensamos en términos de escenario y bastidores. Es esa mentalidad del mirón. «¿Qué estará ocurriendo ahí detrás?», susurras. «¿Se estará poniendo medias y un liguero? ¿Qué ocurre ahí detrás? ¿Quién ha pedido la botella de Yukon Jack? Yo no he sido». La mayoría de nosotros tenemos una perspectiva limitada sobre los demás. Sabes tres o cuatro cosas de alguien, las juntas y te montas tu película.
Acumulo influencias irreconciliables, lo sé bien, y pienso que eso es lo que a veces sale a flote en mis discos. Mira, al final me quedo con lo cubano y lo chino, pero nunca llega a convertirse en chino-cubano. ¡Caramba! He llegado casi a aceptarlo, que albergo distintas facetas. Me gustan Thelonious Monk y George Gershwin, Harper Lee y Charles Bukowski, Randy Newman y Frank Sinatra, Jack Kerouac y Eugene O’Neill, Rajmáninov y los Contortions. Que así sea. ¡Pégame un tiro! De otro modo llega un punto en que te sientes como si fueses por ahí vistiendo bermudas y un gorro de baño, botas de pesca y una corbata. Como suelo decirles a mis músicos: tócala como si tu pelo estuviese en llamas. Tócala como si fuese el bar mitzvá de un enano.
Las noticias son bastante notables por aquí, los periódicos locales, digo, te inspiran canciones. Hace un par de semanas un hombre murió atragantado con una biblia de bolsillo. Una biblia de doscientas ochenta y siete páginas. Sentía que había sido poseído por el demonio y quiso tragarse la biblia. Y se asfixió. Las cosas que hace la gente. ¡Gracias a Dios que existen los periódicos, o no sabríamos de lo que somos capaces! Arrestaron a un hombre por llevar veintiuna palomas rellenando sus pantalones. Llevaba uno de esos pantalones holgados, y fue a un parque, se metió una paloma en los pantalones y le gustó la sensación. Se dijo, «No hago daño a nadie». ¡Las asociaciones animalistas se le echaron encima y fue detenido por la policía! En una población cercana a donde vivo, al norte de San Francisco, un tipo se desmayó mientras atracaba un banco con una pistola de juguete. Resultó que se había dejado las llaves del coche encerradas dentro. De todos modos, no hubiese podido escapar. Blandía esa pequeña pistola de plástico, delirante ante el mostrador.
Un poco de elegancia arrabalera nunca está de más, es lo que pienso. Sigo sin pagar más de seis dólares por un traje. Cuando salí por vez primera de gira, era muy supersticioso; llevaba en escena los mismos trajes hasta que los gastaba. A menudo partíamos a primera hora de la mañana. Detestaba todo el ritual de vestirme, por lo que muchas veces me tiraba en la cama vestido con mi traje y mis zapatos, listo para levantarme en cualquier momento. Me cubría con la sábana y dormía vestido, lo hice durante años. Dejé de hacerlo al casarme. A Kathleen no le gusta nada, ya sabes. Siempre que se va un par de días, me pongo un traje y me meto en la cama, pero a su regreso ella siempre se da cuenta. Ay…
Soy la clase de tipo capaz de venderte el agujero del culo de una rata como si fuese un anillo de compromiso. De hecho, estuve pensando en abrir un nightclub: la entrada sería gratuita y, bueno, la máquina expendedora de cigarrillos estaría estropeada, nadie hablaría inglés, y no conseguirías que te cambiasen un dólar. Mientras estás allí alguien se está llevando a tu esposa y robándote el coche, y un enorme luchador de sumo quiere romperte el pescuezo. Todas las chicas padecen una enfermedad venérea y, en realidad, son travestis. La banda la forman seis borrachos a los que se ha elegido al azar y proporcionado instrumentos electrónicos. Es un club para gente que no sabe cómo pasarlo realmente mal. No se ha de pagar entrada. No te cobran nada por entrar, pero has de apoquinar cien dólares para salir.
He aprendido mucho desde que estoy en el negocio, lo reconozco. La mayoría de cosas importantes las aprendí los últimos diez años. Claro que llevo sobrio tanto tiempo que ya ni me acuerdo de a qué sabe el licor. Veamos, ¿qué he aprendido? Que como nación somos adictos a los cigarrillos y a la ropa interior. Y que cada vez se hace más difícil encontrar una taza de café malo.
Me encanta la frase «Quiero saber lo mismo que todo el mundo desea saber: ¿cómo acabará esto?». ¿Qué será? ¿Un infarto en una sala de baile? ¿Un huevo tragado por el conducto equivocado? ¿Una bala perdida que llega desde un conflicto a dos millas de distancia, rebota en un poste, atraviesa el parabrisas y agujerea tu frente como un diamante? ¿Quién sabe? Fíjate en Robert Mitchum. Murió mientras dormía. Eso está bastante bien para un tipo como Robert Mitchum.
Una última confesión: llevo un águila tatuada en el pecho. Solo que en este cuerpo más parece un petirrojo. En mi mente soy un rumor, una leyenda de mi época; soy un tumor en mi propia mente. Lo sé, lo sé, yo estaba destinado a ser una institución nacional o a ser encerrado en una.