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miércoles, 23 de julio de 2025

THURSTON MOORE, FUNDADOR DE SONIC YOUTH: “LOS ARTISTAS NO ALZAN LA VOZ POR MIEDO AL CONTROL FASCISTA QUE SE ESTÁ IMPONIENDO”

Jordi Sabaté

El Diario.es, 04/07/2025

El músico estadounidense, uno de los guitarristas más influyentes de la historia del rock, publica 'Sonic Life', un libro autobiográfico donde relata los años de la explosión de la escena musical de EEUU

Thurston Moore (Coral Gables, Florida, 25 de julio de 1958) es, sin duda, uno de los músicos de rock más influyentes del último cuarto del siglo XX y principios del XXI. De hecho, la revista Rolling Stone lo sitúa como uno de los 100 guitarristas más importantes de la historia del rock. Con la banda que creara en 1981 junto a su entonces pareja, Kim Gordon, y el guitarrista Lee Ranaldo, y a la que él bautizó como Sonic Youth, sentó las bases de movimientos musicales posteriores tan fundamentales como el indie rock o el grunge.

Su estilo, adscrito a la no wave y experimental, sucio, ruidoso, mestizo del hardcore de ambas costas y heredero del proto punk de formaciones setenteras como los Ramones, los New York Dolls o, sobre todo, los Stooges de Iggy Pop y los MC5 de Wayne Kramer y Fred “Sonic” Smith, fue como un taladro que reventó las costuras del rock clásico que habían apuntalado leyendas como Neil Young o Jimmy Page de Led Zeppelin. Gracias a Sonic Youth, y otros pioneros del noise rock como Dinosaur Jr, Pixies o Pavement, la música anglosajona tuvo a medidos de los noventa una nueva bocanada de oxígeno para sobrevivir al auge del pop electrónico y la música de baile.

Moore publica ahora una detallada y reveladora autobiografía bajo el título de Sonic Life (Contra Ediciones, 2025) en la que describe la vida del ambiente bohemio neoyorkino, y posteriormente angelino, desde finales de los setenta, cuando el punk y el hip hop se consolidan como los estilos hegemónicos de las calles de Manhattan y el Bronx.

Con gran precisión en el recuerdo, Moore explica casi paso por paso su periplo desde Connecticut hasta el Village neoyorkino, que a finales de los 70 era una de las zonas más degradadas y peligrosas de Estados Unidos. Detalla las duras condiciones de vida de la mayoría de artistas con los que se relacionaba –nombres como Arto Lindsay, John Lurie, Jim Jarmusch, Jean Michel Basquiat o Keith Haring– pero también el vigor y la vitalidad que tenía la escena del rock alternativo de aquellos años.

Con el mismo estilo de memoria casi fotográfica nos cuenta después el despegue de Sonic Youth y el contacto con la movida del hardcore en Los Ángeles y en Washington D.C., tratando a leyendas como Ian Mackaye (Fugazi) o Henry Rollings (Black Flag). Y finalmente, ya en los días en que Sonic Youth es una banda consagrada, Moore nos relata las giras con Iggy Pop o Neil Young, pero también con Nirvana, Soundgarden o Mudhoney, esencia del grunge de Seattle.

Su libro tiene un gran nivel de documentación, ¿llevó un diario durante todos estos años?

Pues la verdad es que no he llevado nunca un diario, pero sí he guardado mucho material de nuestros viajes que era en apariencia intrascendente, como billetes, facturas de hotel, tickets de sitios donde tocábamos y cosas así. Solía meterlo en cajas por giras o por el disco al que correspondía la actuación. Lee [Ranaldo] sí que llevaba un diario de todo a principios de los 80 y se los pedí prestados; me ayudaron mucho.

Luego he realizado una tarea de recopilación de información bastante ingente, acudiendo a bibliotecas aquí en Londres, donde llevo años residiendo, y fotocopiando ejemplares de antiguos diarios y revistas. Luego he metido toda la información en archivos por años y así he ido reconstruyendo para dotar de contexto a lo que recordaba. Tampoco he querido hacer algo con sumo detalle, como si fuera un historiador, pero sí que he querido que Sonic Life fuera una conversación coherente y fiel. La verdad es que me he tirado casi tres años para informarme, pero podría haber estado diez tranquilamente, porque son 30 años de carrera [risas].

Intuyo que si usted no hubiera sido músico, le habría gustado ser periodista musical o algo similar.

Ya lo creo. De hecho, en los pocos años que estudié en la universidad anduve metido en las revistas mi colegio universitario y escribía de mis ídolos de entonces, que eran Patty Smith, Lou Reed, Neil Young o Iggy Pop, algo que en los setenta sonaba muy raro porque no eran artistas de masas. Recuerdo que me ofrecieron escribir de deportes en lugar de hacerlo sobre esos bichos raros y me negué. Yo quería ser como Lester Bangs, periodista y músico a la vez. Y al final salté a la música.

Mucha gente puede pensar que Sonic Youth es un grupo de estrellas del rock a tenor de la fama que alcanzó, pero en el libro explica que su vida era bastante austera y los ingresos no eran grandes. ¿Es común esta situación en muchos músicos?

Así es. Nosotros en nuestros primeros diez años tuvimos que dormir en casas de amigos en las giras, comer canapés de los caterings y alternar la música con trabajos de mala muerte. Luego en los noventa llegamos a un punto que empezamos a vivir de Sonic Youth, pero vamos, nada de aviones, mansiones y todo eso. También he de reconocer que jamás lo pretendimos, siempre que pudimos evitamos a las discográficas majors [grandes] y el mainstream.

Pero fueron una de las primeras bandas alternativas en tener un vídeo en MTV...

Cierto, pero no fue una relación fluida o cordial; ellos nos consideraban áridos y nosotros a ellos un instrumento puramente comercial. Por ejemplo, el vídeo de la canción Cool Thing, del disco Goo, lo hicimos específicamente para que pudiera salir en MTV, pero se negaron a mostrarlo. Al final lo mostraron una o dos veces, y luego oímos que los directores dijeron: “No queremos mostrar este video. Esta banda es demasiado... Es demasiado rara, ¿sabes? Y hay algo en este video que no... no es nuestra estética”. Ahí terminó nuestra relación con MTV.

¿Qué siente al mirar atrás y ver que crearon un grupo de gran influencia en el rock indie de los 90 y la primera década del siglo XXI?

A decir verdad, me encanta esa sensación. Creo que si hay algo a lo que puedo aspirar en mi vida es a tener ese reconocimiento, ser influyente. Nosotros representamos una liberación total de expectativas. En la industria musical siempre nos presentamos como un desafío a la noción estandarizada de lo que puede ser la música pop o el rock, incluso en el contexto del punk rock o el post-punk.

Y creo que ejemplificamos este tipo de democracia creativa de cuatro o cinco personas en el escenario, trabajando de una manera que implicaba medidas poco ortodoxas y experimentaba con afinaciones, con la estructura de las canciones, con una presentación políticamente vocal, expresando el poder político de la alegría, el poder político del intelecto y abrazando la idea de la exclusividad pero también de la inclusividad.

Nos dimos cuenta de que, como grupo, ejemplificamos la idea de que se puede crear algo completamente único, a partir de las nociones atípicas de la cultura, pero respetando la tradición. Este respeto por la tradición y la aceptación de la experimentación dentro de ella son los factores que influyeron a Sonic Youth.

¿Cuáles son las bandas sobre las que cree que más ha influido Sonic Youth?

Creo que Radiohead tomó mucho de lo que hacíamos por aquel entonces, porque empezaron como una banda de pop bastante directa, con un toque grunge, pero pude ver que les interesaba más lo que hacía una banda como Sonic Youth con la música de guitarra experimental. Y lo incorporaron a aspectos de su sonido. Pero no éramos los únicos, también trabajamos simultáneamente con mucha gente que trabajaba en la misma línea, como Birthday Party, donde estaban Nick Cave y Rowland S. Howart, o los alemanes Einstürzende Neubauten, los Butthole Surfers y los Meat Puppets. También los Pixies pueden considerarse más o menos contemporáneos.

¿Y Nirvana?

Bueno, Nirvana eran amigos. Tocamos con ellos en varias giras cuando no eran conocidos, pero por edad, sin duda, les influenciamos. Recuerdo que después de que saliera Nevermind, estaban dando un concierto en Nueva York y Kurt se acercó a mí en los camerinos y me dijo: “Nuestro próximo disco será más como vosotros”. Fue algo genial. Es lo que te decía antes: si Kurt Cobain te dice esto es que lo que has hecho con Sonic Youth ha merecido la pena.

¿Podemos soñar con una futura reunión de Sonic Youth o es imposible?

Creo que no tengo tiempo para eso... [risas] Creo que Sonic Youth ha tenido una buena carrera, eso es seguro, pero de ahí a resucitarlo... No siento que tenga los minutos para ello porque estoy ocupado escribiendo y componiendo música nueva para la movida que hago ahora. Además, sería un asunto muy serio, llevaría un par de años más o menos levantar el proyecto y supondría alejarme de mi actual vida, cosa que no estoy dispuesto a hacer.

En los festivales como el Primavera Sound apenas tocan unas pocas bandas de rock de la escuela alternativa. ¿Ha muerto el rock?

Puedo decirte ahora mismo un montón de bandas jóvenes de rock, tal como lo entendemos, que merece la pena escuchar. El rock está en forma. Otra cosa es que me hables del mainstream que contrata ahora el Primavera Sound: grandes nombres, grandes escenarios, grandes montajes y una música que no deja de ser la que siempre incluye la MTV...

También hay que comprender que estos festivales tan grandes tienen que atraer una gran cantidad de gente para ser rentables; pagar los sueldos, pagar a los artistas, los transportes, etc. Es un negocio muy grande que precisa de nombres como Charlie XCX o Sabrina Carpenter porque hacen de imán. De lo contrario, no son viables. Pero, oye, si el Primavera quiere volver a tener la filosofía de sus inicios, que me llamen y les paso ahora mismo un mail con un centenar de bandas de rock de primer orden.

Enfatiza en Sonic Life la actitud de izquierdas y de protesta ante el mandato de Bush padre que se vivía en los 90 en el mundo del rock, en especial por la primera invasión de Irak. ¿Por qué hoy en día los músicos jóvenes ya no se meten en política?

Hoy los artistas tienen pavor a criticar en voz alta a los gobiernos por miedo a que les impidan actuar y les arrebaten su medio de vida. Sabrina Carpenter o Charli XCX no dicen nada en el escenario y es lógico. Es un miedo al control fascista que se está imponiendo en todos lados. Lo hemos visto recientemente con Kneecap, encausados por denunciar el genocidio cruel que Israel está llevando a cabo en Gaza.

Y si esto pasa en el Reino Unido, ni te cuento en Estados Unidos... Entonces, si el resto de artistas ven que te pasa esto, es lógico que se asusten, porque viven de esto ellos y los que les rodean. Yo la verdad es que sigo diciendo lo que pienso en redes sociales, no me callo, pero claro, tengo a mi hija en Estados Unidos y si quiero ir a verla debo poder entrar. Y las noticias de que Trump mira los comentarios en redes de los estudiantes extranjeros me inquietan... Tal vez mañana sea yo el vetado, pero, por el momento, prefiero no callarme.

Para terminar, discrepo de sus memorias en la valoración que hace del disco LAMF de los Heartbreakers de Johnny Thunders, pero también le agradezco que mencione el War Pigs de Black Sabbath, porque para mí es la canción que define lo que será después el metal más alternativo.

Bueno [risas], Tienes razón en que LAMF es un disco que escuchado con perspectiva y sin la producción que le metieron, si escuchas las demos, tiene un aire mucho más interesante, con canciones muy notables. En cuando a War Pigs es cierto que es una canción importantísima e innovadora en su momento. Nosotros grabamos un cover en una cinta, pero no la llevamos al disco, no obstante solíamos tocarla en muchos conciertos. Recuerdo que la peña se quedaba alucinando, rollo: “¡Cómo podéis tocar esta mierda antigua!”. Pero a nosotros nos encantaba tocarla.

martes, 22 de julio de 2025

¿Y SI PAVEMENT FUERA EL GRUPO MUSICAL MÁS INFLUYENTE DEL MUNDO?

Nando Salvà

El Periódico, 07/06/2025

El cineasta Alex Ross Perry rinde homenaje al quinteto estadounidense, celebrado exponente del 'indie-rock' de los 90, con una película atípica que mezcla la reverencia y la parodia

Al principio de su metraje, el nuevo trabajo de Alex Ross Perry nos hace saber que va a hablar de "la banda musical más importante e influyente del mundo" a pesar de que su asunto no son ni los Beatles ni la Velvet Underground. No, el grupo protagonista de 'Pavements' -ya disponible en España a través de Filmin- no es sino Pavement, uno de los exponentes más icónicos del 'indie-rock' de la década de los 90, y un objeto de estudio de lo más improbable para una película. "Supongo que ahí radica parte de la gracia del proyecto", opina el director estadounidense.

Afirma que, cuando se le ofreció la posibilidad de rodar un largometraje sobre el quinteto, lo primero que hizo fue plantearse sus opciones. Podía, claro, hacer un documental sobre su historia, o uno que retratara los conciertos que la banda tenía previsto dar en 2022 tras reunirse de nuevo. También podía rodar un 'biopic', o montar un espectáculo musical basado en las canciones más significativas de su repertorio y filmar su proceso de creación. ¿Y por qué no contar la historia de un museo dedicado a la 'memorabilia' generada por Pavement? Finalmente, en lugar de escoger una de esas ideas, decidió usarlas todas. "Quería que 'Pavements' fuera tan absurda como las letras de sus canciones, y que tuviera su misma mezcla de ironía y sinceridad", explica Perry. “La idea era llegar a la verdad del grupo a través de falsedades, y a la autenticidad a través de la fabricación". El resultado es una obra tan jovialmente idiosincrásica y tan recelosa del éxito comercial como sus protagonistas.

Liderados por el cantante y compositor Stephen Malkmus, Pavement ayudaron a revolucionar lo que se conoce como el rock alternativo a través de cinco discos publicados entre 1992 y 1999, una discografía prácticamente perfecta que obtuvo elogios casi universales de la crítica y sirvió de base para numerosas giras y participaciones en los más grandes festivales; desde su separación, su estatura y popularidad no han hecho más que crecer. Cuando Perry empezó a trabajar en la película en 2020, la banda iba a dar dos conciertos aquel año en el marco del Primavera Sound para celebrar su 30º aniversario, pero entonces llegó la pandemia y aquel plan se canceló; es entonces, durante el confinamiento, que deserraolló su singular enfoque para 'Pavements'. También en aquella época, la banda se hizo extrañamente viral en TikTok gracias a 'Harness Your Hopes' -canción que iba a haberse incluido en el cuarto álbum del conjunto, 'Brighten the Corners' hasta que Malkmus decidió descartarla-, y eso no solo granjeó nuevos fans entre la generación Z sino que reavivó el amor que los padres de esa chavalada sienten por ellos.

Del 'indie' a 'Barbie'

Por eso, cuando finalmente volvieron a tocar juntos en 2022, Pavement curiosamente gozaban del reconocimiento más masivo de toda su carrera. "Cuando les hablé por primera vez del proyecto, llevaban 10 años sin verse y su intneción era dar dos únicos conciertos; cuando empezamos a rodar, en cambio, tenían casi 50 conciertos agendados", recuerda Perry, por su parte uno de los cineastas estadounidenses independientes más originales e infravalorados de los últimos 15 años. "En 2020, cuando pensé en ellas, ideas como un museo y un musical dedicados a Pavement sonaban mucho más descabelladas que dos años después". Entretanto, además, Malkmus apareció mencionado en 'Barbie' (2023), una anomalía que Perry incorpora en el metraje de 'Pavements'.

Lo cierto es que, a pesar de haberlos concebido como meros dispositivos argumentales de la nueva película, Perry efectivamente escribió y dirigió un musical -representado a lo largo de tres noches en Manhattan, en 2022- y también montó un museo 'pop-up' con una exhibición de objetos tanto reales como falsos vinculados con la carrera del grupo, como pedazos de entradas, fragmentos de letras de canciones escritos a mano y hasta un trozo de uña. El director, además, rodó fragmentos de una ficción biográfica de la película, supuestamente titulada 'Range Life' como uno de los temas más famosos del quinteto, y cuya inclusión en 'Pavements' funciona a modo de sátira del tipo de impulso artístico que hay detrás de 'biopics' como 'Bohemian Rhapsody' (2018) y 'A Complete Unknown' (2024). "Muchas de estas películas son francamente terribles, pero aun así se las toma en serio", lamenta Perry. "Usar actores para que imiten a otros artistas que en muchos casos siguen vivos me parece una estupidez".

Proyectiles de barro

El cuarto ingrediente narrativo de 'Pavements', decimos, es material de archivo real de la banda, compuesto de actuaciones, entrevistas televisivas y ensayos. A través de él la película recuerda que , tras la aclamación lograda por sus dos primeros elepés, 'Slanted and Enchanted' (1992) y 'Crooked Rain, Crooked Rain' (1994), el grupo generó un nivel de expectativas que, en buena medida por su propia actitud, nunca iban a ser capaces de cumplir. Su tercer disco, 'Wowee Zowee' fue recibido con escepticismo en 1995 -hoy es considerado una obra maestra- y ese mismo año, durante su actuación en el festival Lollapalooza, la banda fue víctima de un ataque con proyectiles de barro lanzados por el público que los obligó a abandonar el escenario; la ropa manchada que Malkmus vestía en esa actuación -imposible saber si es la verdadera o una réplica- es una de las atracciones del museo que aparece en 'Pavements'

Tanto el material de archivo como los creados 'ad hoc' para la ocasión se combinan en 'Pavements' de forma siempre intrépida y por momentos a través de la división de la pantalla en dos, tres o cuatro partes, y el resultado de ese proceso está tan lejos del típico documental musical como es posible imaginar. Como la banda a la que rinde tributo, la película destaca sobre todo por su negativa a respetar la tradición, y su voluntad de exhibir reverencia a Pavement a través de la irreverencia. Según Perry, "sería estupendo que la película contribuyera a estimular más innovación en los retratos cinematográficos de los artistas musicales".


martes, 11 de marzo de 2025

LAS TIERRAS OSCURAS DE THE JESUS AND MARY CHAIN

Grace Morales

Jot Down, marzo 2025



I’m going to the Darklands / To talk in rhyme / With my chaotic soul / As sure as life means nothing / And things end in nothing / And heaven I think is too close to hell / I want to move / I want to go…

Me voy a las tierras oscuras / Para hablar poéticamente / con mi alma caótica / tan seguro como que la vida no significa nada / y que todas las cosas terminan en nada / y creo que el paraíso está demasiado cerca del infierno / me quiero mudar / yo quiero ir…

(Darklands, 1987)

El comienzo de los ochenta fue el momento en que se empezaron a derrumbar las puertas —bastante agrietadas ya— de aquello que se había conocido en la industria del disco como «nueva música». Aquella producción comenzó a replegarse en el pasado y a pulir rápidamente discografías enteras de artistas ya semiolvidados para volver a lanzarlos. A esto contribuyeron de forma decisiva los festivales solidarios —recordemos el Live Aid y sus incontables explotaciones— y los conciertos multitudinarios en campos de fútbol. El rock, en general, estaba en horas bajísimas: las guitarras y demás instrumentos no sonaban, y los cantantes intentaban hacerse escuchar entre brillantes paredes de sintetizadores. Luego, sí, a finales de la década nacerían el grunge, el britpop, etcétera, pero parece ser que la gente, cuando se analizan estos movimientos, se olvida de un grupo que empezó en el 84, cuyos principios ideológicos, sonido y consecuencias son fundamentales para todo lo que vino después: The Jesus and Mary Chain. Casi nunca verás su nombre en antologías ni menciones que hablen de su influencia en grupos como Temples, por poner un ejemplo actual. Incluso My Bloody Valentine tiene más predicamento que ellos.

The Jesus and Mary Chain han sido un grupo con muy poca suerte. No solo a nivel personal y artístico, sino también a la hora de encajar su importancia en la historia del pop-rock. Para los críticos, no existen, y su influencia en los músicos coetáneos y posteriores parece ser igual a cero, algo que no es verdad. Es cierto que la personalidad de los hermanos Reid ha sido muy beligerante contra todos, especialmente contra la crítica musical, desde el principio hasta la actualidad, algo que no ha ayudado nada a mejorar su situación. En el libro biográfico Never Understood —titulado Incomprendidos en español, con la espléndida traducción de Ibon Errazkin y edición de Ed. Contra—, los hermanos Reid hablan de todo el mundo, dicen lo más grande de algunas personas, pero quien se lleva la palma es el conjunto de los escritores musicales. No sale bien parado ninguno. Ellos no son precisamente de esos grupos que han tenido el apoyo de un crítico que ha apostado por ellos desde sus comienzos y les ha seguido, no. Más bien, al contrario. La crítica les ha tratado siempre con displicencia. Al comienzo, esto se vio favorecido por la manía que ellos y su primer mánager, Alan McGee, fomentaron constantemente, porque eran unos bocazas integrales. McGee creía ser un nuevo Malcolm McLaren, y sus chicos, los Sex Pistols de los ochenta, cuando él lo único que sabía hacer bien era sus labores de mánager, pero no hablar ni posar, y ellos no eran más que unos palurdos —fuera de la maravilla de sus discos.

A lo largo del libro, los Reid se delatan en varias cosas que no habrían explicado de no ser tan bocazas. Por ejemplo, el endiablado acento de Glasgow del que, sin embargo, hacen gala. Eran especialistas en decir siempre lo más inoportuno y hacer lo más inadecuado, para escandalizar al público y enfadar a la crítica. Por no hablar de los conciertos/incidentes que daban al principio, fomentados tanto por ellos (puestas en escena cortísimas y caóticas, consistentes en un muro de acoples y chirridos) como por cierto sector del público que creyó que aquellos conciertos eran una simple excusa para ir a darse de bofetadas entre ellos o contra los propios músicos. Los Reid, en su cabeza, se imaginaban siendo como los Doors y se ponían a hacer versiones de cuarto de hora de sus temas, pero, claro, el respetable no era el de Los Ángeles de 1968, ni ellos tampoco los Doors. Además, iban siempre —digo bien, siempre— completamente borrachos, lo que les produjo más de un «problema» con los seguratas y miembros del público. En este libro de memorias se explican los detalles de esas primeras actuaciones, y son alucinantes. En cuanto a lo de ir borrachos, Jim Reid reconoce que durante los catorce años que duró su primera etapa, iba así en todos los conciertos. Y ustedes pueden reconocerlo también con solo ver alguno de sus vídeos. No es que fueran unos devotos del rock ‘n’ roll way of life, es que eran supertímidos, especialmente Jim, lo que intentaban suplir con enormes cantidades de alcohol. Y muchas más drogas, aunque ambas cosas no sirvieron demasiado bien para sus propósitos. Por ejemplo, lo de encontrarse con sus ídolos siempre salió mal. En el libro se cuentan todas las situaciones y son hilarantes, aunque producen vergüenza ajena.

Hijos de East Kilbride

La familia Reid vivía en una casa social, al lado del estadio del Celtic, pero todos los hombres de la familia eran del Rangers. Los hermanos también iban al fútbol cuando eran niños, y a William sí le gustaba, pero a Jim no. A ellos lo que les gustaba de verdad era Star Trek. La estancia en aquella casa no se prolongó mucho; con cinco años, Jim recuerda cómo dejaron de lavarle en el fregadero al trasladarse a unas torres de protección oficial en East Kilbride, que ya contaba con servicio en el piso y no uno comunal para todos los de la casa, como sucedía en el otro. Indico esto para señalar una cosa no baladí: los hermanos Reid vivieron su infancia y adolescencia en el Glasgow pobre, con una familia arraigada allí por generaciones. Al trasladarse a East Kilbride, su posición mejoró un poco, pero no mucho: el padre perdió el trabajo a los cuarenta y pico años, después de permanecer veinte años en la empresa. Eso supuso una gran pérdida para la familia, que se vio en el paro con tres hijos, una niña pequeña y dos adolescentes que habían abandonado sus trabajos para empezar a dedicarse a la música.

Allí, en la ciudad planificada de las rotondas, a nueve kilómetros de Glasgow, puede imaginarse el lector la reacción de los padres cuando se enteraron de esto. Aunque en realidad no les pilló por sorpresa, puesto que sus hijos ya llevaban años comportándose como dos bichos raros en aquel ambiente doméstico, el ambiente menos indicado para tal cosa. Haciendo uso de todo lo que había a su alrededor, es decir: los libros, los discos y los vídeos que guardaban en la biblioteca, las compras de discos en Londres cuando empezaron a trabajar, y, por encima de todo, la tele, los dos hermanos aprendieron los rudimentos de una cultura y un modo de vivir que estaba, no ya lejísimos, sino al margen por completo de lo que eran o tenían ellos. Los programas musicales sirvieron, como a otros cientos de músicos, de catalizadores de su incipiente talento. La madre los solía comparar con Frasier y su hermano Niles, acompañados de su perro, por aquello de que resultaban extravagantes, tenían un perro y lo más raro que conocía ella era a estos dos personajes célebres de la televisión.

Aquellas torres de East Kilbride no eran, como digo, un escaparate muy brillante de los sesenta. Se parecerían, más bien, a un paisaje de cualquier ciudad española, francesa o húngara por aquellas mismas fechas. Los swinging sixties funcionaban solo en ciudades muy concretas y estos dos no lo vieron más que en el cine y en la tele. Pensaban incluso, cuando eran críos, que Mick Jagger no existía de verdad, tan lejos les parecía todo aquello. En el 71 llegó a casa el primer tocadiscos, y esa fue la primera piedra en la unión de William y Jim para convertirse en el futuro en un grupo. Y también en una relación de hermanos muy malavenida desde el principio. Ellos lo achacan a haberse criado en una misma habitación, pero también sirvió para forjar una alianza musical inquebrantable. Escuchaban música juntos, la disfrutaban a la par, al tiempo que su gusto se iba moldeando. Sus primeras escuchas fueron de los Beatles, Rolling Stones, etcétera; después con el glam rock, el primer movimiento musical que les marcó. Bueno, a ellos y a una generación entera.

Mediante la grabación de su primera maqueta (realizada en un cuatro pistas que fue adquirido con el dinero que papá Reid, cuando recibió el exiguo finiquito de su empresa, les entregó), conocieron a otro raro de Glasgow, Bobby Gillespie, y lo ficharon para tocar la batería, aunque este no tenía la más mínima idea de tocar el instrumento. Ya tenían el grupo (Douglas Hart, un amigo de la pareja, al bajo) y, poco después, al mánager, Alan McGee, que conocieron a través de Bobby. Y la primera gira por Europa, acompañados de grupos del sello de McGee. Ya habían grabado con ellos su primer single, Upside Down, y estaban vendiendo copias a espuertas, algo que desbordó las oficinas de Creation, porque no estaban acostumbrados a tal éxito. Porque el indie implicaba y llevaba a gala el fracaso en las ventas, pero los Reid no eran así. Ellos se consideraban rockeros, querían triunfar, ser muy famosos, vender toneladas de discos y actuar en todo el mundo. No eran precisamente del tipo de artista indie, concentrado en sí mismo, mirándose los pies y renunciando a las grandes audiencias y también a las grandes ventas. Por no hablar de la imagen de los Reid, completamente opuesta a estos grupos, vestidos de cuero de la cabeza a los pies. Este choque con los músicos indies fue otro aldabonazo en la carrera para no comprenderse con nadie. Estaban a punto de firmar la ruptura absoluta —ellos así lo creyeron, los unos y los otros— con el mundo de la música alternativa.

Después de una reunión con Geoff Travis, el director de Rough Trade, salen con un contrato, pero no con Rough Trade, que hubiera sido lo lógico, sino con Blanco y Negro, una subsidiaria (vendida como indie, pero falsa, donde Travis tenía algunos intereses) de ¡Warner! A partir de aquí, The Jesus and Mary Chain serían considerados unos vendidos, un grupo oportunista y todo lo malo que se puede decir dentro del panorama indie donde nacen. Este contrato los rebajaría, siendo sojuzgados por los indies como artistas y músicos de segunda categoría y, de paso, por todos los demás. Ellos se dieron cuenta al momento de firmar del gravísimo error que habían cometido y, sobre todo, cuando fueron por primera vez a las oficinas y conocieron a sus jefes. «Chacales vestidos de Armani», así los define Jim, quien opina que lo mismo podían estar vendiendo discos que cualquier otra cosa, lo que fuera, para mantener su tren de vida. Definitivamente, esa Elektra que ellos añoraban, la que comercializó a Love y a los Doors, y que formaba parte de Warner Bros, hacía mucho tiempo que había desaparecido.

Psychocandy

El primer elepé resultó impresionante, una colección de canciones que no se había visto ni escuchado en mucho tiempo. Una obra maestra. A pesar de la decepción que tenían con su casa de discos, consiguieron un resultado espectacular y sorprendente. También fue mérito del productor elegido por los hermanos Reid, que no hizo ninguna gracia a los mandos de Warner: se trataba del ingeniero de sonido John Loder, integrante número nueve de los Crass y figura clave de un sonido y una actitud siempre orientada hacia los grupos y publicaciones alternativas. Este les dio manga ancha para desarrollar su sonido, sin cortapisas, además de orientarles en el uso de los instrumentos.

Psychocandy es un disco que te hace amarlo desde la primera escucha o, por el contrario, motiva que lo odies profundamente. Yo, desde la primera escucha en la radio y las miles de veces en mi casa —cara 1, cara 2, vuelta a la cara 1, etcétera—, lo amo incondicionalmente. Son las canciones inspiradísimas de William, con claras referencias al pasado más gozoso (desde los Beach Boys, los temas del Brill Building, los grupos de chicas de los sesenta, las canciones de los Rolling Stones y los Stooges, más las de The Velvet Underground), envueltas en un «muro de sonido» repleto de feedbacks, ruido blanco, chirridos y acoples. Todo ello combinado con los bonitos vocales de Jim. Es de lo mejor que salió en la década de los ochenta. Y lo cierto es que es un disco irrepetible y muy difícil de copiar.

Tanto es así que ni sus realizadores lo intentaron. Con un nuevo mánager —se quitaron de encima lo indie definitivamente— y un nuevo batería, John Moore (que tampoco sabía tocar, mientras Bobby Gillespie se fue a iniciar su carrera como vocalista de su grupo, Primal Scream), se pusieron a grabar el segundo disco, renunciando de manera consciente a todos y cada uno de los acoples y ruidos. Volverían a la retroalimentación en algunas canciones de discos posteriores, pero nunca se repitieron ni hicieron lo mismo. Este disco salió desnudo en ese sentido, y les quedó perfecto. Las canciones eran igual de buenas. Por eso, Darklands es un disco redondo. Querían que lo produjera Ian Broudie, pero al final tuvieron que quedarse con Bill Price, que no les molestó demasiado y, además, los Reid ya podían decir que el productor de Never Mind the Bollocks también había trabajado con ellos. Con este álbum lograron entrar en las listas y estuvieron en los primeros puestos con su primer single, «April Skies». Esta canción y «Happy When It Rains», la segunda elegida como single, se convirtieron instantáneamente en las dos preferidas de servidora durante el año 87. Y lo siguen siendo.

En aquella época, ya había un montón de grupos en la línea de The Jesus and Mary Chain, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos: el grunge había tomado las ondas, Sonic Youth llevaba ya una serie de discos usando el fuzz en muchas canciones, y My Bloody Valentine lo incorporaron fijo en su repertorio. Sin embargo, los Reid ya se veían arrinconados, incluso cuando salió Sidewalking, un single (maxi) que no pertenecía a ningún elepé y que, además de ser buenísimo, incluía una batería sampleada de Roxanne Shanté, la artista de hip hop. Hasta entonces, nadie había hecho esto en el mundo del rock británico. Pero no se lo reconocieron.

Su siguiente elepé lo sacaron casi sin que se enterara su casa de discos, que los había dejado por imposibles y con la mínima promoción. Tanto es así que a Warner se le pasó renovar su contrato con ellos, y cuando se dieron cuenta, fue en favor de los Reid, que ya eran más famosos y tenían más catálogo, sobre todo de cara al público americano. El elepé Barbed Wire Kisses (B-Sides and More) se hizo con un prensado irrisorio. Warner, como siempre, solícita. Pero es muy bueno, una vuelta a los ruidos de Psychocandy, con unas canciones preciosas, además de variadas versiones que solían tocar en directo. Es el disco que todo el mundo escoge cuando va a hablar de ellos, como si no tuvieran más. Pero buenísimo, afirmo.

El siguiente disco fue una pequeña decepción para mí, aunque supuso para ellos, en medio de una gira mundial, el billete para llegar a muchos oídos y hacerse un poco famosos, sobre todo en Estados Unidos. Automatic fue un trabajo con buenas canciones, pero grabadas de manera demasiado rockera, incluso las letras pecaban de esto mismo. En el libro casi ni lo mencionan, no sé si porque se les olvidó o porque no querían recordarlo.

El éxito de Automatic hizo que sus mánagers los pusieran a hacer directos por todo el mundo, y que las malas relaciones entre uno y otro hermano empezaran a llegar al límite. Para complicar aún más las cosas, tuvieron que echar al bajista y contratar a Ben Lurie. También obligaron a su casa de discos a disponer parte del presupuesto de su siguiente disco para montar un estudio de grabación, algo que molestó profundamente a los «chicos de Armani», ya que con ello tenían menos control sobre el grupo. El resultado fue Honey’s Dead, que nació acompañado de las lamentaciones de los fans por el título (que les parecía una repetición) y por la algarada que organizó la canción que lo abría, «Reverence»:

I wanna die just like Jesus Christ / I wanna die on a bed of spikes / I wanna die come see Paradise / I wanna die just like Jesus Christ.

Quiero morir como Jesucristo / quiero morir en una cama de clavos / quiero morir, voy a ver el paraíso / quiero morir como Jesucristo.

Cuando en realidad no era una canción de odio ni nada parecido. Pero la gente, ya se sabe, lo tomó por la vía tremenda, especialmente en Estados Unidos. Este disco tiene muchas y grandes canciones, y aunque sigue la línea rockera de Automatic, se nota que está más pensado, es más brillante en los arreglos, más The Jesus and Mary Chain en sus comienzos. Tener el estudio fue determinante, y es un disco precioso.

El que vino a continuación fue también precioso de verdad, aunque se hizo en unas condiciones opuestas. Salió tarde, en 1994, después del año que se habían pasado haciendo bolos y haber empezado a grabarlo en 1993. Es un disco acústico, lleno de maravillas, que grabaron bajo la alta influencia de diversas drogas y alcohol. Tiene un título que viene ni pintado: Stoned and Dethroned (Drogado y destronado). Cuenta con artistas invitados de relumbrón, como Hope Sandoval, la cantante de los californianos Mazzy Star, que por entonces estaba saliendo con William, y Shane MacGowan, la estrella de los Pogues, de quien en el libro se cuentan unas anécdotas tronchantes a propósito de la grabación. Tiene canciones maravillosas, como el single «Sometimes Always», «She» o «God Help Me», y una cualidad nerviosa que recorre todo el disco, lo cual lo hace fascinante.

Pasaron dos años hasta que hubo nuevo disco, y Munki fue el título. Fue grabado en condiciones aún peores que el anterior, con drogas y alcohol en lo más alto. Y una relación fraternal que ya era directamente infernal. Algunas de las composiciones ayudaron a empeorar las cosas. «I Hate Rock’n’Roll» era la canción que salió como single y presentación del elepé. Una composición de William en la que protestaba y se reía —de buenas maneras— del negocio del rock y el trato que les habían dado. Con un poco de retroalimentación y bastante amenaza en su planteamiento, aunque William la canta con su tono habitual. Lo que sucede es que Jim, a su vez, compuso «I Love Rock’n’Roll», con la misma intención, pero bastante peor, a mi modo de ver. Para William fue un ataque frontal, ya no solo contra él, sino contra sus canciones, que era lo último que estaba por tolerar.

Lo único bueno de este disco es la colaboración de Linda, la hermana pequeña de los Reid, que canta en un corte. Su participación ayudó a que sus dos hermanos no se mataran en el estudio de grabación, aunque, para calmar las aguas y evitar que mamá Reid pusiera el grito en el cielo, cambiaron el título del tema del muy obvio «Suck My Coke» al más poético «Moe Tucker». Pero las cosas se iban a poner peor. Cuando oyeron en Warner el disco, les dijeron que se buscaran otra casa, porque ellos no iban a publicarlo nunca. De forma sorpresiva, Alan McGee fue el primero que se ofreció a sacarlo —otra vez— en Creation Records, que ya no era el sello indie en el cual empezaron, sino «una cosa hinchada y deformada» (William dixit) de sí misma, ahora dentro de Sony.

Jim reconoce que esta etapa fue la más triste del grupo, aunque iba tan ciego que no se enteró hasta mucho tiempo después. Supuso el fin del grupo. Sobre eso, sí que se acuerda. Fue en Los Ángeles, y todo vino por una bronca monumental el día anterior, a bordo de una furgoneta, donde los hermanos pelearon —totalmente puestos— por conducirla. Después, William anunció que dejaba el grupo, pero tocaría la siguiente noche. Esa noche, en House of Blues, el público pudo ver cómo Jim Reid, completamente fuera de sí, se echaba encima de su hermano y le insultaba de todas las maneras posibles. El problema es que estaban en el escenario.

La reconciliación

Pasaron varios años —cuatro— en los que los hermanos Reid estuvieron sin verse y sin hablarse. Durante ese impasse, Jim montó un grupo en plan amigos llamado Freeheat, en su carrera de fondo contra el alcoholismo y los estupefacientes. No estaba mal. Mientras tanto, William, en su propia carrera de fondo contra el alcoholismo y los traumas psicológicos, se mudó definitivamente a Estados Unidos, en concreto a Redondo Beach, California, con su primera mujer y su primer hijo.

Fue la hermana pequeña quien comenzó a unir a sus hermanos con la grabación de un disco suyo en el que participaron ambos. Se llegaron a ver y a trabajar juntos. No hubo conversación ni disculpas, simplemente empezaron a componer y tocar juntos. También ayudó a este nivel de entendimiento la llegada de una cantidad significativa de dinero para los hermanos, proveniente de un anuncio de Chevrolet que se promocionaba con «Happy When It Rains».

Comenzó una oleada de entusiasmo por la música del grupo y una demanda de volver a verlos en directo. Ellos rechazaron la idea al principio, pero la llamada del festival Coachella para tocar en abril de 2007 con un más que generoso presupuesto les motivó a enterrar el hacha de guerra. Desde entonces, han estado actuando por todo el mundo, sus canciones apareciendo en películas y grabando discos (Damage and Joy salió en 2014 y Glasgow Eyes en 2024).

El libro biográfico es la constatación de que, algunas veces, ser rockero no es sinónimo de idiota o algo similar, sino que es una especie de carrera hacia la locura si te pasas de rosca. También demuestra que se puede ser humilde, reconocer tus errores sin parecer un ingenuo y, además, encontrar una salida decente para hacerte mayor tocando por los escenarios. Sin necesidad de llegar a ser un rollingstone o un artista de crucero o disco-bar. Con todos mis respetos para unos y para otros.

miércoles, 23 de octubre de 2024

THE JESUS AND MARY CHAIN, LOS HERMANOS QUE CONVIRTIERON EL RUIDO EN BELLEZA, HURGAN EN LAS HERIDAS QUE LES SEPARARON

Elena Cabrera

El Diario.es., 16/10/2024

El grupo que lo tuvo todo y lo perdió en las brumas del alcohol es autor de unas memorias tituladas 'Incomprendidos'

La autobiografía de William y Jim Reid, los hermanos que formaron The Jesus and Mary Chain, se titula Incomprendidos (Contra, trad. Ibon Errazkin), como la premonitoria canción de su primer disco, Never Understand, y el tema que compusieron 13 años después, Never Understood. “Creo que estoy pasado de moda”, canta Jim Reid en esta última. Y eso les pasó, un poco. Ahora ya no tanto

The Jesus and Mary Chain ha sido uno de los grupos más grandes de Escocia y del Reino Unido. Siempre descolocado, a contracorriente de lo popular, inyectó la belleza de las canciones sencillas en una maraña de confortable distorsión. Just Like Honey, de su primer disco, es su hit inconfundible no solo de mediados de los 80, cuando apareció, sino también de 2003, cuando Sofia Coppola la rescató para la inolvidable escena final de Lost In Translation.

La historia de este esencial grupo escocés comienza cuando el padre de los Reid recibe un finiquito al ser despedido de la fábrica a la que había entregado su vida. Les dio a cada uno de ellos 300 libras y, para su disgusto, los chavales se lo gastaron en un cuatro pistas Tascam, que para colmo fallaba todo el rato pero donde grabarían sus primeras maquetas, canciones que formarían parte de su mítico primer álbum Psychocandy (1985).

Antes de llegar a ese momento, en Incomprendidos hay ya cien páginas que zambullen al lector en la Escocia de los años 60 y 70. Glasgow, el fútbol, las casas de protección oficial, un lugar de las afueras llamado East Kilbride, las reuniones familiares con los adultos borrachos, las vacaciones que no se podían permitir o el día que llegó el primer tocadiscos a casa de los Reid y que supuso “el comienzo de la larga alianza musical”, entre William y Jim, dice este último.

The Jesus and Mary Chain se forma en 1983, cuando los hermanos se dan cuenta de que montar grupos por separado es absurdo. Se separan en 1999, con William abandonando una gira estadounidense tras una pelea en un coche. Se vuelven a juntar en 2007 y siguen sacando discos ahora, siendo Glasgow Eyes el último de ellos, de este mismo año.

De cómo estos dos hermanos que acababa uno las frases del otro terminan odiándose, es quizá el asunto por el que muchos fans se han lanzado a este libro, que en realidad es una transcripción, magistralmente editada, de muchísimas horas de entrevistas realizadas por el periodista Ben Thompson. Los hermanos no buscaron este libro sino que se dejaron convencer, no sin cierto esfuerzo.

Jim Reid contesta a la entrevista de elDiario.es por videollamada desde Nueva York. En EEUU vive su hermano mayor, William, pero Jim, que es el cantante, reside desde hace años en el campo de Inglaterra, en Devon. El fondo se muestra difuminado pero a veces entra en foco un trozo de sofá en lo que parece un salón impersonal en tonos claros, o un pequeño cojín al que Jim, con algo de barba canosa, se agarra para recomponer su postura mientras habla. Ha puesto el móvil en vertical y lo que sí aparece en primer plano, además de su rostro, con gafas de ver, es una camiseta a rayas negras y blancas, puro uniforme indie.

Es sabido que Jim Reid es terriblemente tímido, aunque un poco menos que su hermano, quien elude las entrevistas –en el libro dice, en referencia a los periodistas musicales: “No pienso hablar con esos gilipollas nunca más (...), la mayoría son gente muy pretenciosa, unos desgraciados”– y que solo se suelta si es para hablar de música. Incomprendidos es un libro en el que despliegan toda la sinceridad de la que son capaces –o de la que les permite la memoria– y donde no les importa que se evidencien las contradicciones. A pesar de todo esto, accedieron a realizar el libro y no les resultó difícil romper su privacidad. “Fue como una versión muy minuciosa de hacer entrevistas como esta. Fue agotador, porque fueron muchas pero era un territorio familiar”, admite.

“Al principio nos resistimos un poco porque para nosotros era como, ya sabes, es nuestra historia. Nosotros le preguntamos: ¿crees que alguien quiere saber esta mierda? Y él dijo, sí, por supuesto que querrán”, explica Jim Reid. “Primero probamos a ver si funcionaba. Hicimos las primeras entrevistas para ver si iba a ser demasiado doloroso repasar todos esos viejos recuerdos y… eh, estuvo bien. Fue bastante divertido pensar en la infancia y en el comienzo de la banda. Disfruté mucho de esas conversaciones. Se volvió un poco más doloroso cuando llegó el final del primer período, en los años 90, cuando nos separamos por un tiempo. Fue bastante difícil volver a ello”.

Para que se entienda la importancia proporcional que le dan a cada momento de su historia, el hundimiento del barco de los Mary Chain, en 1999, llega en la página 250. A los 25 años siguientes se les dedica las 50 páginas finales.

Nunca se esforzaron mucho por ocultar que Jim no podía salir al escenario sin estar absolutamente alcoholizado. Ni tampoco que las pastillas, la cocaína (en el caso de Jim) y la marihuana (en el de William) eran tan parte de las giras –y de los periodos entre ellas– como sus pedales de distorsión. La bronca a finales del siglo pasado entre los hermanos también fue sonora y mediática. Pusieron un océano de por medio y dejaron de hablarse. Como se cuenta en el libro, las maniobras de su madre y sus colaboraciones en el disco de Sister Vanilla, –la hermana pequeña de ambos, Linda– fueron cosiendo la herida.

“La ruptura en 1998 fue muy dolorosa, pero de alguna manera lo hemos resuelto entre nosotros. Y esas heridas se han curado hace muchos años. Aún no es fácil. Quiero decir, cuando pienso en ese período de tiempo, sigue siendo un poco doloroso y es extraño pero en verdad no hablamos de ese período entre William y yo”, revela Jim. “Supongo que el motivo por el que no hablamos de eso es que las cosas funcionan bien tal y como son ahora. Y si comenzáramos a hablar sobre quién hizo qué o quién dijo qué, esas heridas podrían infectarse fácilmente de nuevo. Así que probablemente sea mejor que hablemos de eso solo en el libro. No estábamos juntos en la misma habitación cuando hicimos esas entrevistas. Así que, simplemente, dejémoslo así”, aclara.

“Todo el mundo pregunta eso de si el libro nos ha ayudado a entender mejor el pasado y la verdad es que no. Nos ha hecho traer ciertas partes del pasado a la superficie. No es que nos hayamos olvidado de esas cosas, pero a veces es bueno pensar en las razones por las que formamos la banda, o las personas que fuimos en nuestra infancia que hicieron que el grupo fuera lo que iba a ser. Pensar en eso un poco sí fue bueno para el progreso de la banda, y para mi relación con William”, ahonda.

Aunque la revista especializada NME tituló la crítica del último disco del grupo, Glasgow Eyes, con un “los hermanos Reid recuperan su mojo”, la puntuación que le dio al octavo álbum de los escoceses es de un tres sobre cinco: un aprobado raspado. En el libro, William dice que las mejores canciones se componen cuando eres joven. Ahora él tiene 64 y Jim, 62. “No estoy de acuerdo con eso”, contesta Jim Reid, en un tipo de desencuentro bastante habitual en el libro.

“Quiero decir, creo que muchas bandas pueden ser así, y yo tiendo a preferir los primeros períodos de producción de las bandas, pero no creo que tenga que ser así. Nosotros creo que estamos haciendo tan buena música a los 60 como la que hacíamos a los 20. Así que no tiene por qué ser así”, afirma. Para él, componer “no tiene nada de misterioso”. Es cuestión de coger la guitarra que espera en la esquina de la habitación, desarrollar una idea a medio elaborar y trabajar en ella hasta que toma forma de canción; “así de simple”, remata.

¡Más drogas!

Uno de los temas que William Reid revela en el libro es sobre la depresión que sufrió cuando era niño y que ahora puede entender de esa manera. Jim Reid es más reservado pero deja ver que no tuvo ninguna ayuda para entender o tratar su alcoholismo. Sencillamente, cuando se dio cuenta de que había ido demasiado lejos, dejó de beber. La primera vez que salió sobrio a un escenario fue en el festival Coachella en 2007. Scarlett Johansson, que había protagonizado la citada película de Sofia Coppola, salió al escenario a cantar con él Just Like Honey. “Por supuesto, cuando llegó el gran día, cada fibra de mi cuerpo suplicaba: ¡Bebida! ¡Bebida! ¡Drogas! ¡Más drogas!”, dice en el libro. “Pero esta vez conseguí ignorar los cantos de sirena. Salí al escenario obligándome a no pensar en todo lo que podía salir mal ni en lo desesperado que estaba por colocarme”, continúa.

“En nuestros tiempos, nadie hablaba de salud mental”, desarrolla en la entrevista. “Gente como [el cantante de Joy Division] Ian Curtis simplemente terminó colgando de una cuerda. Cuando piensas cómo pudo pasar, creo que fue porque la gente, supongo, no hablaba de cuáles eran sus problemas. Y supongo que es mejor ahora que todo el mundo habla de todo, tal vez demasiado”, añade. “Yo era terriblemente tímido y solo podía subir al escenario si me emborrachaba o tomaba drogas. Y eso se convirtió en un problema para mí porque me volví adicto a las drogas y al alcohol. Creo que hoy en día hay menos presión para la gente. Cuando yo era un niño, la gente solía glorificar todo eso [del rock’n’roll]. Era una locura que no creo que suceda tanto ahora. Y eso es una gran mejora, porque aunque yo solía tomar drogas y beber, lo hacía porque me estaba automedicando, porque no podía dejar de hacerlo, no porque Johnny Thunders lo hiciera”, explica.

Verdades y mentiras

Un tema que orbita alrededor del libro y que podría ser, de alguna manera, autorreferencial o metaliterario, es la propia escritura de ensayos y memorias de la historia de la música, una edad de oro de la que este libro forma parte. William Reid explica que le encantaba leer biografías de grupos hasta que se convirtió en objeto de una de ellas. A Jim le pasó algo parecido: “Cuando estás en una banda, el misterio se va”, señala. “Veo todo lo que sucede entre bambalinas y ya no me interesa tanto. Una vez que tienes un grupo piensas: oh, bueno, ¿y qué? Así que se estaban poniendo de los nervios entre ellos, ¿y qué?”, añade.

Bobby Gillespie, de Primal Scream, también vivía en East Kilbride (a 12 km de Glasgow) y fue el segundo batería de Jesus and Mary Chain, por lo que es también un personaje del libro. Gillespie escribió su propia biografía, Un chaval de barrio (Contra, trad. Ibon Errazkin), cuya lectura complementa de manera genial Incomprendidos. “Yo era su abanderado. Creía fervientemente en ellos. Eran auténticos outsiders, como yo”, escribe Gillespie. Este les consiguió su primer concierto y les contactó con Alan McGee, fundador del sello Creation –descubridor de Oasis– quien les editaría su primer single.

“Sí que leí el libro de Bobby, eso es diferente porque es mi amigo y quiero saber de él”, aclara Jim. “Quiero escuchar lo que piensa, lo que no le diría a todo el mundo. Es interesante. El libro que nunca leeré es el de Alan McGee. Así te lo digo: la razón por la que no he leído ese libro es porque sé que va a ser una obra de ficción. Cuando nosotros escribimos este libro, tratamos de hacerlo lo más veraz posible. Pero Alan McGee cree demasiado en su propio mito. Y todo es ficción construida con mucho, mucho cuidado. No es como es en realidad. Le conozco demasiado bien, y sé que se reinventa a sí mismo cada diez minutos, y sé que nunca podría contar la historia verdadera”, dice.

The Jesus and Mary Chain ha resucitado a tiempo para recoger una nueva ola de devoción por parte de gente muy joven que se siente muy influenciada por el estilo shoegaze y grupos como Ride, Slowdive o My Bloody Valentine.  “Políticamente, creo que podría ser un tiempo bastante similar. Creo que hay mucha gente que no está satisfecha con lo que está pasando a su alrededor”, dice Jim. Pero, por otro lado, le parece un tiempo radicalmente en el negocio de la música: “No sé cómo las bandas se las arreglan para sobrevivir. Hay que hacer algo con los sitios de streaming, las bandas tienen que cobrar por la música que hacen, y creo que es terrible que no lo hagan”.

lunes, 16 de septiembre de 2024

THE JESUS AND MARY CHAIN, SUS PEORES ENEMIGOS

Ulises Fuente

La Razón, 15/09/2024

Fueron una de las bandas más influyentes de finales de los ochenta y en una biografía explican por qué nunca triunfaron masivamente: drogas y mucho mal genio

En la historia de la música hay grupos legendarios y los hay irrelevantes. Hay creadores únicos y otros sencillamente famosos. Pero hay muy pocos grupos tan influyentes y al mismo tiempo tan inadaptados como The Jesus And Mary Chain. El grupo de los hermanos Reid, fundamental para entender la deriva de la música indie de los 90, fue también la historia eterna de dos almas gemelas creativas que, después de tocar el cielo de la inspiración, llegan a detestarse y a pedir asiento en alcohólicos anónimos y la consulta de un psicólogo, respectivamente. De su punto álgido («Psychocandy») a su colapso (disolver la banda públicamente con una bronca sobre el escenario) apenas mediaron 13 años que repasan en la muy entretenida biografía («The Jesus & Mary Chain. Incomprendidos», Contra) que acaba de publicarse en castellano, apenas unos meses después de «Glasgow Eyes», su súltimo disco, tras reconciliarse en 2007.

Los Reid se criaron en una casa de protección oficial de East Kilbride (Escocia), en el seno de una familia obrera en la que rápidamente se convirtieron en los raritos. Curiosos, lectores y avispados, esos dos listillos que citaban a Baudelaire encajaban regular en una familia de rudos escoceses, bebedores olímpicos y de mentalidad conservadora. Su padre, Jim, perdió el trabajo en plena reestructuración thatcheriana cuando cerró la fábrica Caterpillar para la que trabajaba. Los dos hermanos, en el paro, irritaban a sus padres cada vez que sostenían con aplomo que su plan vital –el único– era «ser estrellas de rock». William y Jim desarrollan el mismo gusto, exquisito, inspirado por The Velvet Underground y una intuición: ¿era posible sumar las guitarras más hirientes y chirriantes a las melodías pop de los sesenta?

La respuesta a esa pregunta es sí. Solo hacía falta el equipo adecuado, y ese llegó por casualidad. En un acto de generosidad, el padre de familia repartió a sus hijos una modesta pero notable cantidad de dinero con el fin de que hicieran despegar sus vidas o sacarse el carnet de conducir. Se arrepintió de inmediato cuando sus vástagos adquirieron un cuatro pistas malísimo y un pedal de «fuzz» ingobernable, que solo producía chirridos y acoples, tanto, que su dueño pensaba que estaba averiado y se lo dejó por diez libras. Hay momentos casuales en la historia de la música que desencadenan terremotos diez años después y aquel día dos placas tectónicas avisaron de algo. Los Reid, ambos tímidos patológicos, lanzaron una moneda al aire y el que perdió fue elegido como cantante. Jim: «La razón por la que acabamos creando The Jesus And Mary Chain tuvo que ver por igual con las cosas que odiábamos y las que amábamos. Hacia el 82-83 había una gran sensación de desencanto. Había un hilo que que recorría la mejor música popular –el blues, Elvis, Dylan, los Beatles, los Stones, Bowie, el glam, el punk y el postpunk– y ese hilo se había roto. La música que había en las listas y en el Top Of The Pops nos parecía detestable y nuestra misión, si es que teníamos una, era restaurar la música para que volviera a ser lo que había sido». Los hermanos se adoran y completan las frases del otro. También se sacuden, pero con deportividad. Empiezan a hacer canciones algo atípicas.

Influyeron a casi todo el «indie» y el «shoegaze» de los 90, pero nunca encajaron en nada

Los Mary Chain llaman la atención de Rough Trade, el sello independiente de Londres, pero, de forma más sorprendente, atraen a la multinacional Warner con un sonido francamente difícil de digerir. La primera reseña decía de ellos que sonaban «como una abeja atrapada en el hueco de un ascensor», una especie de accidente entre no saber tocar y tener un equipo disfuncional. Desde el principio, el odio con Warner fluye en ambas direcciones. Los Reid confiesan en estas memorias un carácter indigesto: impertinentes, socarrones, beodos y muy testarudos. Se niegan a tocar un ápice sus grabaciones pese a que los chacales de Warner les preguntan si el disco, «Psychocandy», es una broma. Nunca serán un grupo de éxito masivo, aunque lograron buenos resultados. Suficientes para ser vistos como traidores desde el «indie», acusación con la que tuvieron que cargar toda su carrera.

Un grupo alfa

Jim pasó 14 años saliendo borracho y/o drogado a todos los conciertos de The Jesus And Mary Chain para vencer los nervios. Escribe Michael Azerrad en «Nuestro grupo podría ser tu vida» (Contra) que «hay dos tipos de grupos: los alfa son esos que influyen a centenares de bandas, pero que pocas veces son perseguidos por chicas y logran pagar sus facturas, y los beta, que, copiando a los primeros, se llevan a las chicas y los millones. Los beta mencionan a los alfa, pero no como algo muy importante, y vaya si mienten. Los alfa y a veces los beta, pero pocas, mueren encharcados en alcohol». Este esquema no estuvo muy lejos de lo que le sucedió a los hermanos Reid, que jamás encajaron en ninguna parte y a punto estuvieron de terminar mal, muy mal.

Del indie fueron desterrados por aquel pecado original, aunque en realidad ellos sentaron las bases del sonido del indie estadounidense. Grupos como Sonic Youth, Dinosaur Jr o incluso Pixies se inspiraron en ellos. «No digo que esa generación hubiese sido moldeada por nosotros, pero cuando Nirvana se convirtió en el nuevo superventas, su sonido estaba más cerca de nosotros que del grupo que Warner quería que fuésemos. Se podría decir que esa abeja atrapada en el hueco del ascensor llevaba el polen del grunge en sus patitas», sostiene Jim Reid. Por supuesto, My Bloody Valentine, héroes del «indie» británico, construyeron su sonido sobre el mismo pedal exactamente que los Mary Chain, que fueron también clave en el surgimiento de la escena «shoegaze» (Ride, Slowdive) y apadrinaron a Blur antes de que fueran nadie. Sin embargo, nunca lograron encajar, entre otras cosas, porque fueron sus peores enemigos. Sus pésimas habilidades sociales y escaso esfuerzo comercial les condenaron a ser uno de esos grupos «para enterados» pero en el que nadie creyó ni apostó. Hasta que las relaciones entre ellos se agrietan y se agravan con las drogas.

Impertinentes, socarrones, muy beodos y testarudos: así eran (y son) los hermanos Reid

Los dos hermanos reconstruyen su historia en el libro (con la ayuda del periodista Ben Thompson) en el libro con recuerdos impresos en tipografías diferentes. Pero la narración no es divergente hasta que las cosas empiezan a torcerse. Se ofendían mutuamente, como siempre, pero consumían muchísimas drogas, uno, cocaína y el otro, marihuana: «y así no había forma de comunicarnos. Aquello se había roto», dice William. «La coca te dice: ‘‘Adelante, tú eres el mejor, puedes con él, sigue atacando...’’. Mientras que la hierba te hace darle vueltas a todo hasta que acabas paranoico y al final no peleas porque tienes la cabeza llena de pensamientos».

La relación entre los Reid fue deteriorándose por una canica de celos que se convierte en una enorme bola. (William Reid): «Cuando Oasis pegaron el pelotazo, era como si Liam y Noel fueran el ‘‘remake’’ hollywoodiense de nuestra pequeña peli ‘‘indie’’ sobre una rivalidad entre hermanos que, como mucho, tuvo buenas críticas en Sundance. Recuerdo que leí hace años una entrevista con Noel en la que decía: ‘‘Cuando estábamos de gira, después de actuar todo el mundo se va a un club y yo subo a mi habitación a componer’’. Pensé: ‘‘Joder, así fue mi vida en los noventa’’. El hermano mayor, el empollón, componiendo canciones en el cuarto mientras el pequeño está en el bar diciendo: ‘‘Sí, nena, soy el cantante, venga, vamos’’». Aunque la norma en la música es que las bandas terminen mal, lo cierto es que entre hermanos (los Davies, los Fogerty, los Robinson, los Gallagher...) la probabilidad de desastre es mayor. «Con un hermano sabes exactamente qué teclas tocar si quieres que todo salte por los aires», dice Jim.

Ambos pierden el control con las sustancias, el cariño mutuo y la ilusión por la música. Terminan a un paso del frenopático. Se separaron, en directo, durante una actuación en Los Ángeles en 1998. La madre y la hermana pequeña de los Reid lograron que volviesen a hablarse y en 2007 reaparecieron. Desde entonces han publicado dos discos, ven la música de otra manera y se toman la vida mejor.

viernes, 16 de agosto de 2024

THE RAVEONETTES: LA AMÉRICA DE ENSUEÑO

Miquel Botella Armengou

Ciudad Criolla, 29/08/2024



El dúo danés acaba de publicar el álbum The Raveonettes Sing…, una colección de versiones de artistas muy diversos llevadas a su terreno. Es una buena ocasión para recuperar la entrevista que les hice en 2005 con motivo de la edición de su segundo largo, Pretty In Black, y su paso por el festival BAM.

The Raveonettes forman una pareja bastante peculiar: él, Sune Rose Wagner (voz, guitarra), es un tipo moreno desgarbado aficionado a vestir de negro, y ella, Sharin Foo (voz, bajo, guitarra), una impresionante rubia de aspecto algo gélido. 

Con un nombre que mezcla a dos de sus referentes –las Ronettes y el Rave On de Buddy Holly–, siempre han provocado desconcierto. Su paso por el BAM de 2005 fue despachado por El País con un “hicieron canciones de pop ochentero”. Días después, el mismo periódico los calificaba como “los nuevos Roxette”. Sin comentarios.

Nada que ver con la realidad. Sus principales influencias siempre han sido la gran producción y el sentido melódico de los grupos femeninos de los sesenta protegidos per Phil Spector, y la distorsión de The Velvet Underground y sus herederos de la escena neoyorquina.

Con el EP Whip It On (2002) y el álbum Chain Gang Of Love (2003) dejaron claras sus intenciones, con canciones garajeras y una imagen basada en las películas de serie B de Roger Corman, donde el rock’n’ roll y las chicas eran el camino a la perdición.

En 2005, con motivo de la presentación de Pretty In Black (2005) en el marco del festival BAM –cuando este aún programaba conciertos decentes–, tuve la oportunidad de charlar con ellos. La cita: un chiringuito moderno de Diagonal Mar al mediodía (aunque para proteger su tez blanca se hizo en el interior de un hotel).

Con este trabajo, los Raveonettes dieron un salto. Para Sune, fue como pasar del blanco y negro al Tecnicolor, al dejar atrás la rígida estructura de las canciones de tres minutos y tres acordes en si bemol menor características de sus primeros discos: “Estábamos cansados de todo eso y queríamos probar algo nuevo, hacer algo normal. Si solo sigues las reglas, al final no hay reglas”.

¿Por eso la distorsión ha desaparecido y el sonido es más claro? (Sune): Sí, no queríamos hacer el mismo álbum otra vez. Era fácil quitar la distorsión y obtener así un sonido completamente diferente. Ahora estamos abiertos a todo tipo de cosas. (Sharin): No ha sido algo que hayamos pensado en concreto, ha sido más un proceso, una progresión natural, el camino hacia el que hemos evolucionado. 

¿Es la presencia de la voz más importante en este disco? (Sune): Siempre lo ha sido. Es parte de nuestro sonido.

Tiene un efecto especial de vinilo gastado… (Sune): Sí, es algo que nos gusta hacer. Utilizamos mucho este tipo de efectos, especialmente en nuestros discos anteriores.

Otra canción es Twilight, con esa línea de guitarra como una referencia a la sintonía de The Twilight Zone (Dimensión desconocida)… (Sune): Sí, por eso se titula “Twilight” (risas). Además, me encanta la ciencia ficción de los cincuenta.

También hay una versión del My Boyfriend’s Back del grupo femenino The Angels, que me recuerda a lo que hicieron los británicos The Flying Lizards con el Then He Kissed Me de The Crystals en su álbum Top Ten (1984). (Sune): ¿Quiénes? No los conozco. 

Lo digo porque mezcláis la programación con un sentimiento retro. En cierta forma, es un planteamiento similar. (Sune): Es porque nos pidieron que lo hiciéramos para un juego de ordenador, por eso tiene esa parte electrónica, ese sonido “nic nic”. Si no, tal vez lo habríamos hecho distinto, estoy seguro.

Algunas canciones suenan como verdaderos clásicos, como Here Comes Mary, que se diría escrita por Buddy Holly o The Everly Brothers… (Sune): Sí, nos gusta ese tipo de viejas canciones, ese estilo de componer. Es de donde venimos.

Os fascinan los sonidos de los cincuenta y los sesenta. ¿Por qué esas décadas? (Sune): Porque las canciones eran brillantes, es la única razón. (Sharin): No se trata solo de mirar atrás con nostalgia, sino de aportar un toque moderno.

Al utilizar clichés de esa época (incluso en las letras, con referencias a la bomba atómica en Uncertain Times, con el aire épico de las producciones de Phil Spector, o las chicas que salen con miembros de bandas en Love in a Trashcan, un baile irresistible que merece coreografía propia), ¿intentáis ser respetuosos o críticos? (Sune): Es algo totalmente respetuoso y serio. Es la música con la que crecí, la que escucho, la que amo. No me gustan muchas bandas actuales, siempre he preferido la música antigua.

Rick Miller, el líder de Southern Culture On The Skids, habla de las “mutaciones culturales”. ¿Consideráis vuestra música como eso? (Sune): Es lo que querríamos hacer. No sé si necesariamente lo hemos conseguido aún. Lo hacemos mejor cada vez. Pero todavía no lo hemos logrado: creo que en este disco estamos más cerca, pero es algo muy difícil.

Utilizáis los sonidos americanos desde una perspectiva idealista. Algo parecido a lo que hace David Lynch con su peculiar mirada sobre la América profunda… (Sune): Sí, es así, un mundo de ensueño. Algo que probablemente nunca estuvo ahí, pero que está en tu mente, porque es como quieres verlo, como lo percibes. Y eso es lo que hacemos también, porque somos europeos. He viajado por los Estados Unidos durante diez años y lo he visto todo. Pero, aun así, mis canciones no describen exactamente lo que pasa, tienen muchos elementos de experiencias personales, pero contadas de una forma más davidlynchiana, porque es más interesante para mí.

En vuestro disco hay un fuerte sabor a americana, incluso con baladas country como If I Was Young o Somewhere in Texas. Es curioso que sonéis más americanos que los propios yanquis. (Sune): No sé por qué será (risas). Deberías preguntarles a las bandas americanas por qué no tienen ese sabor.

Tal vez porque el americana, más que un estilo geográfico, es un estado mental. (Sune): No hay una definición exacta de lo que es América, realmente. Es más un mundo de ensueño, algo que quieres que sea. A veces somos muy ortodoxos, como en “Ode To L.A.” –de nuevo con sonido Spector y con la colaboración de su ex, Ronnie Spector–, porque nos gusta la ciudad, su gente… Pero la mayoría de veces es más como la América que nos gustaría que fuera. (Sharin): Tienes razón en eso de que es más un estado mental que algo geográfico: son las novelas pulp, las películas…

En la cara B del single Ode To L.A., precisamente, hacéis una versión del I’m So Lonely I Could Cry de Hank Williams. ¿Por qué esa canción? (Sune): Nos gusta mucho Hank Williams.

Hablemos de los colaboradores en Pretty In Black: ¿por qué Ronnie Spector (legendaria líder de The Ronettes), Martin Rev (del grupo electro-punk Suicide) y Moe Tucker (percusionista de la Velvet Underground)? (Sune): Porque son personas que nos inspiraron a hacer música. Si no les hubiéramos escuchado probablemente no hubiéramos estado interesados en dedicarnos a esto. Era como rendirles un tributo.

¿Cómo os sentisteis al trabajar con algunos de vuestros héroes? (Sune): Fantástico, maravilloso. Son tres personajes diferentes, pero realmente interesantes. (Sharin): Ronnie Spector era muy carismática, como una diva.

¿Hay alguien más con quien os gustaría colaborar en el futuro? (Sune): No, no he pensado sobre ello. (Sharin): Hay mucha gente interesante. Esta vez fue algo divertido, pero a lo mejor no volvemos a hacerlo.

Vuestro coproductor, Richard Gottehrer –también se encargó del anterior Chain Gang Of Love–, ha trabajado con Link Wray, Robert Gordon, y coescribió I’m On Fire para Jerry Lee Lewis. ¿Os ha influido de alguna forma? (Sune): También es el autor de “My Boyfriend’s Back” (número 1 en 1963) y de “I Want Candy” (The Strangeloves). No, no nos influye. Trabajamos con él porque es muy buen amigo nuestro. No lo utilizamos como un productor normal, viene cuando las canciones ya están escritas. Tenemos buenas charlas con él y bebemos buen vino. Se asegura de que seamos puntuales.

Tras Pretty In Black, y además de varios EP, The Raveonettes han publicado los largos Lust Lust Lust (2007), In and Out of Control (2009), Raven in the Grave (2011), Observator (2012), Pe’ahi (2014) y 2016 Atomized (2017).

En otro orden de cosas, en 2023 se lanzó The Raveonettes Presents: Rip It Off, en el que MØ, Brimheim, The Brian Jonestown Massacre, Dave Gahan & Kurt Uenala, trentemøller feat. DíSA, The Black Angels, PRISMA y Glasvegas recreaban las canciones del EP Whip It On.

El trabajo más reciente de la pareja danesa –aparecido durante este mes de julio– es The Raveonettes Sing… (2024), un álbum de versiones de “canciones que nos inspiraron a empezar la banda”, según han declarado.

En él recrean a su manera temas popularizados por The Paris Sisters (I Love How You Love Me), The Cramps (Goo Goo Muck), Duane Eddy (The Girl on Death Row), The Everly Brothers (All I Have to Do Is Dream) y The Shirelles (Will You Love Me Tomorrow).

La lista sigue con The Velvet Underground (Venus in Furs), Buddy Holly (Wishing), Gram Parsons (Return of the Grievous Angel), Vince Taylor vía Johnny Kid & The Pirates (Shakin’ All Over) y The Shangri-Las (Leader of the Pack). Y en los bonus tracks, The Who (The Kids Are Alright) y The Doors (The End).

lunes, 16 de marzo de 2015

KING TUFF. "KING TUFF" (2012). Noise pop de alto octanaje

Tras permanecer en barbecho la pasada década, el noise-pop, cuyo cénit creativo tuvo lugar durante los 90, vuelve revitalizado de la mano de gente como King Tuff. King Tuff es el nombre tras el cual se parapeta un tipo melenudo natural de Vermont, EE.UU., que responde al nombre de Kyle Thomas, y su banda. Thomas además está muy bien relacionado en el mundillo alternativo a través del sello Sub Pop, que es quién le edita los discos, y ha colaborado nada menos que con J. Mascis de Dinosaur Jr., una de las bandas seminales del género en los 90. Ahí es nada.


El disco que he elegido para comentar es el segundo de la banda, que es un disco autotitulado del año 2012. Y lo he elegido porque creo que la mezcla entre melodía y distorsión es la perfecta. El comienzo del LP no puede ser más prometedor: un trallazo de garaje-pop que pilla al oyente desprevenido. Los crudos acordes de guitarra a lo White Stripes casan a la perfección con una suerte riffs estratosféricos a lo Television o a lo True West. Como reza su título, "Anthem", es todo un himno garajero de alto octanaje. Para recuperarnos del embate de la Gibson SG de Thomas se nos ofrece una jovial pieza de power pop de aire algo ramoniano titulada sin rodeo alguno "Alone & Stone". La vena powerpopera y pegadiza se prolonga con "Keep On Movin'" que tiene un contagioso aire nuevaolero. Y en estas que llega una joya de delicado pop, "Unusual World", en que la distorsión calla para dar paso a los teclados, las acústicas y las panderetas.

Pero lo mejor está aún por llegar. Y me refiero a "Bad Thing", probablemente la cima del LP, un tema en el que la deuda con Dinosaur Jr., con Sebadoh y el mejor noise-pop de los 90 es innegable. Hacía mucho que no escuchaba un bombazo tan pleno de melodía y de distorsión. Y además el tema tiene un divertido video-clip en el que se rinde homenaje al terror de serie B. Sencillamente genial. Pero ahí no acaba la cosa. Le sigue otra joya llamada "Losers Wall"; ésta es algo más lenta y tiene un aire chulesco y callejero a lo New York Dolls o The Stooges (no por causalidad la voz de Thomas se parece a la de Iggy Pop en su mejor época). Y qué decir de ese fuzztone rompe tímpanos. Sublime.



El resto de temas no llega a brillar tanto como estas dos últimas composiciones pero aún así hay cosas muy interesantes. Por ejemplo, ese "Baby Just Break" con su aire psychobilly y western que recuerda a los Cramps y, sobre todo, a los grandísimos Gun Club (esos punteos incandescentes parecen salidos de los dedos del mismo Kid Congo Powers). O esa otra joya de pop meloso y pegadizo llamada "Swamp Of Love". Vuelven la distorsión al servicio de las buenas canciones. Ya era hora.


domingo, 21 de julio de 2013

THE JESUS AND MARY CHAIN: BESOS DE ALAMBRE DE ESPINO

Javier Becerra
Ruta 66 nº 211, noviembre 2005




En "Lost In Translation" Sofia Coppola los rescató con una de las más bellas escenas del cine de los últimos años. Ese "Just Like Honey" recordó cómo aquellos insolentes y siniestros muchachos de Glasgow quebararon los 80 a golpes de ruido y miel con el fundamental "Psychocandy", el primer paso de una discografía repleta de joyas. ¡Ojo! que han ganado y mucho con el tiempo.

En 1984 Duran Duran y Spandau Ballet no solo encarnaban el horterismo musical y estético en grado sumo, sino que viajaban en limusina neo-romántica por las carreteras de las listas de éxitos y el estrellato.  ¿El punk?, bien gracias, bonito recuerdo constatando que todo volvía a estar igual de mal. O peor. Era como para volver a enfadarse... y así fue. Unos cuantos metros bajo tierra Alan McGee, el jefe del mítico sello Creation, obnubilado ante el descubrimiento de unos mozalbetes llamados The Jesus And Mary Chain, decidió editar su particular bomba-lapa. "Upside down", devastador primer single que supuso el primer paso de un grupo con una misión: ponerlo todo patas arriba sin remisión. Tras aquella polémica momenclatura de reminiscencias religiosas, el cantante Jim Reid, su hermano William a la guitarra, el bajista Douglas Hart y el jovencísimo Bobby Gillespie (actual líder de Primal Scream) aporreando la batería empujaban a Suicide y Stooges dentro de los barrotes del "White Light/White Heat" y los empapaban de melodías surf. El mensaje, inserto dentro de un chorro de feedback, era claro: "con cada sonido que oigo me vuelvo loco/no me importa". Y el efecto, devastador. Nihilismo provocación y (auto)destrucción, o lo que es lo mismo, aprehender el espíritu primigenio del rock'n'roll, envuelto en actitud punk y tamizado por la oscura violencia de Joy Division. 


Con "Upside Down" el himen del rock se volvía a romper. Había que celebrarlo y unos Jesus ciegos de estridente autosuficiencia, optaron por alzar el volumen lo más posible. La prensa especializada se deshace en elogios con ellos: fichan por la subsidiaria de WEA, Blanco y Negro, y, tras una programada serie de singles posteriormente recogidos en el álbum, alumbran el estratosférico "Psychocandy" (Blanco y Negro, 1985). La polaridad se repite: Stooges y Velvet Underground por un lado, Phil Spector y Brian Wilson por el otro. Ambos sintetizados en catorce cápsulas anfetamínicas que expulsan toda la gama de pulsiones que recorre el cuerpo durante esa conflictiva adolescencia en la que uno quiere gritar, provocar, romper cristales, esconderse... Pero no sabe muy bien por qué, más allá de la angustia, el vacío y hastío que se anidan en el interior. TJ&MC, absorbiendo la esencia de esos entrecruzados sentimientos y mediante una exquisita cultura musical, buscaron la vía de escape más pop y ruidosa posible, volcándola en un disco en el que confluyen el azúcar y el papel de lija a partes iguales. Unas veces observando primorosas melodías desde una borrosa lente rayada ("Just Like Honey", "Taste Like Cindy"), otras apelando directamente al nervio, la orgía de acoples y la virulencia ("The Living End", "Never Understand", "My Little Underground"), "Psychocandy" se revela como una obra maestra indiscutible y el grupo, con una serie de caóticos e incendiarios conciertos (en los que tocaban de espaldas y apenas rebasaban los veinte minutos) no hacen más que alimentar la leyenda convirtiéndose en el grupo de culto por excelencia de las islas. Desde "Never Mind The Bollocks" nada con estribillos y melodías había sonado con tanto peligro, violencia y perversión y, al tiempo, tan vulnerable y cercano.


Dos años después aparece "Darklands" (Blanco y Negro, 1987) y con él un giro radical en la carrera del grupo. Si muchos vieron en "Psychocandy" el "White Light/White Heat" de los 80, ahora las comparaciones apuntan directamente al tercer disco de Velvet Underground, al tiempo que se alude inevitablemente a Joy Division y The Cure. Ya desde las primeras líneas de la inaugural "Darklands" ("Voy hacia las tierras oscuras / a hablar en verso con mi alma caótica") queda claro que el romanticismo, la introspección y la oscuridad dominará este cambio de rumbo. Desechando casi por completo la rabia predecesora (apenas visible en "Fall" y "Down On Me" ), "Darklands" nos presenta a unos Jesus resacosos del estruendo y colmando de belleza oscura y melancólica la homónima "Darklands", "Cherry Came Too" o la preciosa "About You". De igual modo ofrecen hits de la talla de "Happy When It Rains" o "April Skies", aparte de los mejores textos de toda su carrera lleno de impactantes imágenes como la que titula este artículo. Escrito desde un dolorido y deprimido corazón, que se debate entre el amor y la muerte, que buscando el cielo llega al infierno y se deja empapar de gotas de lluvia, "Darklands" es uno de esos discos que en la adolescencia musican temores e inseguridades con el pestillo puesto para, luego, acompañarle a uno toda la vida.



Antes de grabar el siguiente álbum, TJ&MC recopilan singles, caras B y rarezas en el imprescindible "Barbed Wire Kisses" (Blanco y Negro, 1988). Más allá el fetiche completista esta recopilación se revela como un brillantísimo catálogo de un grupo en estado de gracia total, que igual se radicaliza (aún) más allá del noise ("Head", "Hit"), como se embriaga en la facilidad indie-pop ("Psychocandy", "Don't Ever Change") o sorprende con particularísimas e irreverentes versiones ("Surfin' USA", "Who Do You Love?"). En él se incluye un tema nuevo, "Sidewalking", instantáneamente convertido en clásico de la banda y delator adelanto de un futuro inmediato que se plasmaría en "Automatic" (Blanco y Negro, 1989), su tercer elepé. 


En "Automatic"surgen unos renovados Jesus regodeándose y explotando muchos de los hallazgos de "Sidewalking". La dicción chulesca y desafiante de Jim Reid se empasta con riffs infalibles mientras el uso de las programaciones varia sustancialmente la estética del grupo, mostrándose más sintéticos, luminosos y accesibles que nunca, gracias a la intervención del ingeniero de sonido Alan Moulder. Lastrado por cierta monotonía y sensación de autoplagio, "Automatic", aun así, se preseta como un notable e influyente trabajo, posiblemente el que más acentúa el lado "roll" de toda la trayectoria del grupo. Un espíritu que, sin desdeñar el arrojo melódico de "Here Comes Alice", el clima esquizoide de "Gimme Hell" o la plácida "Crazy",  descansa fundamentalmente en temas como "Blues For A Gun", "Coast To Coast" o "Head On" mezcla perfecta de aceite guitarrero y rudas bases electrónicas dando vía libre para que el rock'n'roll se infiltre en la pista de baile. 



Continuando la senda de las programaciones, TJ&MC perfeccionan la alianza con Moulder, mediante el magnífico single "Rollercoaster", y dos años después regresan pletóricos con el soberbio "Honey's Dead" (Blanco y Negro, 1992). Las polémicas alusiones del single "Reverence" ("quiero morir como Jesucristo / quiero morir como JFK") los sitúan otra vez en el punto de mira de los guardianes de la moral y el orden, pero más allá de la provocación (¿infantil?, ¿gratuita? ¿vacía?) inherente al grupo desde sus inicios, "Reverence" es todo un latigazo de electricidad que remite al espíritu agresivo, oscuro y redentor de los Stooges y, sin duda, una de sus composiciones más memorables. Es la entrada de un capítulo que, lejos de suponer un salto evolutivo, parece sintetizar todo el pasado de la banda. El noise-pop de "Psychocandy", la belleza abatida de "Darklands" y el vigor electro-rock de "Automatic" se conjugan en un híbrido, denso e hipnótico, que contiene incontestables cumbres como "Cathfire", "Far Gone And Out" o "I Can't Get Enough". Con él visitan por primera vez nuestro país y las crónicas lo sitúan entre los mejores conciertos del año, mientras el adolescente autor de estas líneas lo flipa en la retransmisión que de sus conciertos en Madrid ofreciera Radio 3 en su día.




Tras lanzar un nuevo recopilatorio ("The Sound Of Speed", la continuación de "Barbed Wire Kisses", aunque con un resultado bastante más discreto) nos situamos ya en 1994, annus horribilis parra la vacas sagradas del pop británico. Si puntales como Primal Scream, Ride o Stone Roses ofrecían entregas muy por debajo de su media y el relevo en el star-system se servía a la baja mediante el sobre-inflado globo del brit-pop, TJ&MC en sintonía coyuntural editan el endeble "Stoned And Dethroned" (Blanco y Negro, 1994). Inicialmente planteado en formato acústico y con colaboraciones de relumbrón, al final se queda en semi-acústico y el cameo más esperado, Bod Dylan, rechaza la invitación. Sí aceptan la pérfida Hope Sandoval (Mazzy Star) para la preciosa "Sometimes Always", posiblemente el mejor corte del disco, y Shane MacGowan (The Pogues) en "God Help Me". Del mismo modo que sucedió con los fiascos de las bandas antes citadas, "Stoned And Dethroned" es el típico caso de "disco que no estaría mal si fuera de cualquier otro grupo", pero dentro de la trayectoria de TJ&MC aun hoy suena adocenado, insulso y falto de inspiración. Y lo peor: su defensa sobre los escenarios españoles (en 1996, dentro de los primerizos Festimad y FIB respectivamente, donde muchos los veíamos por primera vez) empezaba a destilar un ligero olor de grupo dinosaurio, a años luz de la portentosa comparecencia del 92 y las grabaciones piratas que sus fans guardábamos como oro en paño.



Pero, desgraciadamente, en este sentido las cosas siempre podrían empeorar y dos años después, de nuevo en el escenario del FIB, TJ&MC escenificaron su defunción pública de una manera francamente bochornosa. Para el recuerdo de mis pesadillas particulares quedará aquel William Reid completamente borracho provocando una de las mayores dosis de vergüenza ajena que uno como fan tuvo que padecer en su vida. El motivo del mencionado esperpento era la presentación del discreto "Munki" (Sub Pop, 1998), agarrándose al deja vu por un lado y buscando fallidas vías de madurez por otro, para finalmente descender considerablemente su nivel hasta evaporar casi por cierto. Aun así dejan en su legado singles tan respetables como la pareja "I Love Rock'n'Roll" y "I Hate Rock'n'Roll" o ese revolcón por la oscuridad del rock'n'roll clásico de "Cracking Up", junto a homenajes y bromas como "Moe Tucker" o "Supertramp" y torpes intentos de enlazar la épica a su sonido como "Man On The Moon". Afortunadamente tardaron poco en disolverse.


Finiquitada su historia, ya en la década presente, se han editado varios discos de especial interés. Para no iniciados es más que recomendable la "21 Singles 1984-1998" (Warner, 2002), idílica para hacerse una panorámica global del grupo y constatar que, aparte de aventajados e imaginativos arquitectos sonoros, fueron unos de los mejores surtidores de canciones del último rock británico. Por otro lado la sensacional "The Complete John Peele Sessions" (Strange Fruit, 2000) -un impresionante documento que recoge vibrantes tomas en directo del repertorio de sus primeros trabajos- como "Live In Concert" (Strange Fruit, 2003)-ídem de la segunda etapa, inferior pero igualmente interesante- deberían de figurar en la discografía del fan que quiera ver y sentir las aristas de una banda esencial en cualquier lectura de la historia del rock. Esencial. Hmmm... dichosa palabra. Decía sobre el pop el periodista Nick Cohn en el mitifico libro "Awopbopaloomopalopbamboom" que "ha hecho caricaturas gigantes de la ambición, de la violencia, del amor y del inconformismo que han resultado ser las ficciones más poderosas y más precisas de este tiempo". Palabras éstas referidas a los estandartes de su momento de redacción (Stones, Kinks, The Who...), pero perfectamente aplicables a la percepción que de los protagonistas de estas líneas tenemos algunos de estos jovenzuelos que preferimos a Primal Screm sobre Zen Guerrilla. Y es que los Jesus And Mary Chain han significado, sí, "eso": el "joder, qué subidón", el "joder, qué bajón", el "joderos todos" y el "qué jodido estoy" comprimidos en rutilantes espejos musicales en los que mirarse de continuo, cuando las hormonas se hallan en óptimo punto de cocción. Espejos que el paso del tiempo no ha hecho sino situarlos en la misma lista de los Suicide, Who, Joy Division, Sex Pistols, Stones, Soinic Youth, etc., ese lugar donde no se discute si Pleasure Beach son mejores que White Stripes, porque un simple acorde de PJ Harvey los empequeñece hasta lo invisible e irrelevante. Sí, allá donde Jesus & Mary Chain ocupan ya plaza segura, y en el que Zen Guerrilla, pese a unas virtudes que nadie pone en duda, mucho me temo que nunca estarán. Lo siento, la tenía en la recámara de mi (cada vez más devaluada) arrogancia juvenil.