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jueves, 16 de noviembre de 2023

KID CONGO POWERS: EL CHICANO QUEER QUE FORJÓ LA HISTORIA DEL ROCK A GUITARRAZOS

El Nacional.cat, 13/11/2023


Aprovechamos la visita de la leyenda del underground angelino para charlar con él de su salvaje y divertido libro de memorias

“¿Te cortarías un dedo para estar en nuestra banda?”, le preguntó Poison Ivy. Él lo meditó un instante. Era una petición extremada, sin duda, más teniendo en cuenta que pretendían que tocara la guitarra con ellos. Pero qué cojones, solo era un dedo. Tenía diez. Y lo mejor era… que sería uno de los Cramps, el grupo al cual le había dedicado una infinidad de fanzines, los padres del psychobilly, la pareja más cool del punk rock, su puñetera banda favorita del mundo mundial. El joven Brian Tristan, finalmente, respondió un temeroso pero sincero “creo que sí”. “Entonces, puedes ser de la banda”, dijo Ivy. Así de fácil. Sin prueba ni hostias. Los Cramps no querían músicos virtuosos, sino acólitos. Al final, ni siquiera le cortaron el dedo. Solo tuvo que renunciar a su libertad y cambiarse el nombre por el de Kid Congo Powers, extraído de una inscripción que Lux Interior leyó en una vela votiva de santería.

Si no eres un/a p*** enfermo/a de la música más subterránea que se ha facturado en los últimos 40 años (cosa que, si has llegado hasta aquí, no descarto), es probable que este mote de resonancias yorubas y hollywoodescas no te diga absolutamente nada. Y sin embargo, Kid Congo Powers (La Puente, California, 1959) ha formado parte esencial de, al menos, tres de las bandas más influyentes de la historia del rock contemporáneo: The Gun Club, Nick Cave and The Bad Seeds y los antedichos The Cramps (a quienes los más jóvenes han tenido la oportunidad de redescubrir gracias a la secuencia más memorable de Wednesday). No problemo. Para eso está el ‘Criaturas ocultas’, la presente columna. No hay de qué. Sin duda, a pesar de su carisma, ha permanecido siempre —o hasta hace poco— a la sombra del ego de los respectivos líderes de estas sectas musicales. Pero es que, además, la historiografía lo ha ignorado gracias a (como diría Maria-Mercè Marçal) tres dones que el guitarrista tiene que agradecer al azar: haber nacido chicano, de clase trabajadora y queer.

Ese vicio delicioso

Kid Congo Powers & The Pink Monkey Birds, la banda que capitanea desde hace poco más de una década, ha visitado recientemente nuestro país realizando dos escalas. La primera, en el Funtastic Drácula Carnival de Benidorm, donde además el artista presentó sus trepidantes, divertidas y conmovedoras memorias: Ese vicio delicioso (Liburuak, 2023). Este impresentable articulista llegó tarde y en un estado deleznable (aunque muy acorde con el título del libro) a la rueda de prensa. Por suerte, entre las conversaciones informales mantenidas, entre bambalinas, con el amigable músico y que el día siguiente nos fuimos a Barcelona para volver a disfrutar de su arrebatador directo en el Marula Café (de la mano del A Wamba Buluba Club y el Psycho Club), conseguí sacarle a esta leyenda viva del underground californiano la siguiente entrevista. Va por ustedes.

Articulista Impresentable (AI): Este es tu primer libro, pero antes que escritor (incluso antes que músico), fuiste presidente del Club de Fans No Oficial de Los Ramones y editor de fanzines. ¿Es este libro una suerte de fanzine de ti mismo, una forma de reivindicar tu destacado papel en la historia de la música?

Kid Congo Powers (KCP): Siempre me ha interesado escribir. Ya de pequeño me gustaba leer y las palabras me fascinaban. Necesitaba saber qué significaban. Así que, de manera natural, empecé a escribir críticas musicales para los periódicos de mi instituto para difundir los grupos que me gustaban. Cuando los fanzines punk se convirtieron en una herramienta de comunicación, decidí autopublicarme para poder ser leído por mucha gente con gustos parecidos a los míos. Crear comunidad. Esto hizo que escribir me fuera muy satisfactorio. Supongo que el libro sigue la misma trayectoria, ¡pero ha sido mucho más difícil escribir sobre mi propia vida!

AI: Tu juventud y adolescencia transcurrieron en los años 60 y 70. En aquella época, por lo que cuentas, ser descendiente de inmigrantes mexicanos, punkrocker y queer era una combinación equivalente a ser un friki total…

KCP: De pequeño siempre asocié a las estrellas del rock con un cierto aire de extravagancia. El primer disco que me compré fue de los Rolling Stones, el sencillo de Ruby Tuesday. En la portada, Keith Richard luce unas gafas de sol negras gigantescas, y eso me pareció tan guay y escandaloso que me lo compré por esa razón. Toda esa gente como Jimi Hendrix o Janis Joplin, vestidos con ropa de muchos colores y volantes y joyas eran exóticos y maravillosos. Y después, en los 70, cuando empezó el glam rock, con David Bowie, Lou Reed y T. Rex, me sentí realmente identificado con ellos porque eran andróginos y extravagantes en su estética, pero también en las temáticas de sus letras: cantaban sobre la decadencia y la desviación sexual, y hacían de aquello algo glamuroso. Y entonces llegó el punk rock y cambió las reglas de todo. Los que empezábamos a afirmar nuestra sexualidad en la adolescencia tardía nos encontramos, de golpe, en una tribu de outsiders que no se identificaban con nada. El único requisito era ir en contra del sistema.

AI: El título elegido para la traducción de tu libro al español dista mucho del original (Some New Kind of Kick: A Memoir, en un evidente guiño a los Cramps). De hecho, a raíz del título en castellano, has escrito una canción de tintes afrolatinos: Ese vicio peligroso. Las drogas ocupan un gran espacio a tus memorias.

KCP: Para mí, a la hora de elegir el título en español, el “vicio” podía ser la música o la aventura o la fantasía… Pero, por supuesto, las drogas también se me pasaron por la cabeza, porque parte de esta fantasía era creer en el “sexo, drogas y rock’n’roll” como una especie de religión o billete gratis para el autoabuso. Más tarde, supe que estaba enmascarando el dolor y el trauma, pero en aquel momento creí que estaba viajando a otro mundo. Romanticismo juvenil, supongo. Las drogas me llevaron a un callejón sin salida, y al final me di cuenta que no eran la mejor forma de vivir la vida apasionadamente.

AI: Has tocado en al menos tres de las bandas más decisivas de la historia del rock. ¿Qué te llevas de cada una de ellas?

KCP: Tocar en cada uno de estos grupos me enseñó algo: a ceñirme a mi propia visión artística y a mandar a mi musa, y a no abusar de esa musa comprometiéndote con nadie, ni siquiera conmigo mismo. Cada uno de los líderes de estas bandas tenía una visión muy fuerte de lo que quería hacer, y se agarraba a ella como a un clavo ardiendo. Y la defendieron para que no se alterara de ninguna manera. Y eso es lo más valioso que aprendí de cada uno de ellos.

AI: Tus memorias acaban en 1997. ¿Por qué decidiste dejarlas aquí?

KCP: Porque Jeffrey Lee Pierce murió y yo tuve que formar mis propias bandas, y eso significó un gran cambio en mi vida. Desde el momento en que nos conocimos y me pidió que estuviera en The Gun Club, hasta 1997, no nos separamos nunca. Tras la muerte de Jeffrey, sentí como una separación en el tiempo. Me he inspirado en el libro de Patty Smith Just Kids para narrar un pedazo específico de mi vida, muy marcado por la juventud, hasta la edad adulta.”

AI: ¿Y ahora que eres todo un superviviente que ha llegado a la adultez, eres feliz?

KCP: ¡Estoy muy contento de estar aquí hablando contigo, gracias! Hago mi propia música y trabajo con músicos que me encantan, haciendo todo tipo de proyectos diferentes. Tengo una buena vida en casa, junto a mi pareja y un par de gatos increíbles. Eso me hace feliz.


lunes, 2 de octubre de 2023

JEFFREY LEE PIERCE: RETRATO DEL ARTISTA EN EL INFIERNO

Eloy Pérez

Ruta 66, febrero 2018

Músicos malditos. Músicos de culto. Músicos a los que sólo conocen cuatro gatos. La atracción por esos artistas cuyos innegables méritos artísticos no reciben la merecida respuesta del público siempre ha estado ahí. El gusto por escarbar en discografías subterráneas y descubrir pequeños tesoros semienterrados es inherente al aficionado al rock menos acomodado.

Decir Jeffrey Lee Pierce es decir The Gun Club. Compositor, cantante, guitarrista, frontman y (torturada) alma mater de la banda, de SU banda, que por la misma pasaran dos docenas de miembros, algunos de tanto renombre como Kid Congo Powers, Terry Graham o Patricia Morrison no quita para que Gun Club siempre fuera Pierce, y viceversa.

Pero la trayectoria del grupo nunca fue del todo fácil. El estilo de vida y las adicciones del cantante hicieron de la historia de The Gun Club una carrera de obstáculos, especialmente en su segunda mitad. Tras formarse en Los Angeles en 1980, parieron tres magníficas obras con un sonido particularísimo, personal en extremo, que amalgamaba un sentido del blues primigenio y pantanoso con un concepto del (post) punk, el rockabilly y el country a través del inmenso talento e idéntico carisma de Pierce. Fire of Love (1981), Miami (1982) y The Las Vegas Story (1984) todavía sorprenden a día de hoy por su genio, su temperamento y su carácter único. Discos que entusiasmaron a la plana mayor de la crítica en su momento, que influenciaron a docenas de otros artistas, pero que se situaban en cierta tierra de nadie respecto a su propia época. Congo Powers lo resumía de este modo tiempo después: “The Gun Club profundizó en la música de raíces. La Creedence, The Band y Dr John llevaron a Jeffrey hasta Charley Patton y Tommy Johnson. Se obsesionó con el blues de uno y dos acordes. También hubo otras influencias: el free jazz, la literatura (Lowry, Burroughs). Éramos intelectuales y narcisistas. Demasiado arty para la gente del rock, demasiado rock para la peña arty, demasiado locos para el público blues y demasiado americanos para el punk. Teníamos amigos en la escena, podíamos tocar con los Blasters o con X, pero no éramos una banda a la que pudieras abrazar y achuchar”. No, no lo eran, desde luego.

Tras numerosas giras (incluyendo un periplo australiano en 1983 para el que contaron con nada menos que Spencer P. Jones como guitarrista –y compañero de copas- tras la deserción de la mitad del grupo), diversos cambios de personal y odiseas varias, a finales de 1984, tras un tour europeo, la banda se disuelve y Pierce se instala en Londres junto a su novia de entonces, Romi Mori. Residiendo en la capital británica se rodea de varios músicos locales, algunos en la órbita de The Cure y Siouxsie And The Banshees (Andy Anderson, Murray Mitchell), y a principios de 1985, en pocas semanas, da forma al que será su primer disco en solitario. El resultado, Wildweed, se convierte casi de inmediato en una obra de culto. Sin distanciarse en lo lírico de sus temas acostumbrados –muerte, asesinatos, libertinaje, dolor físico y emocional, amor y sexo chungos…-, tampoco lo hace del sonido de su banda, al menos en demasía.

Wildweed se abre con una terna de temas absolutamente demoledora: «Love And Desperation», «Sex Killer» y «Cleopatra Dreams On», y pasa entre otras por baladas crepusculares -«From Temptation To You»-, rockabilly vacilón -«Hey Juana»- y punk acelerado marca de la casa en el propio tema que titula el álbum, para terminar con «The Midnight Promise», un opus de siete minutos que corta el aliento, una catedral armónica de una belleza insólita que cierra un disco inspiradísimo. Un disco por el que sobrevuela el espíritu del after punk en comunión con la new wave, con guitarras à la Verlaine y otras que firmarían encantados los primeros R.E.M., y ciertos toques de pop ochentero del que Pierce nunca renegó, sino todo lo contrario. De hecho una de sus musas siempre fue Debbie Harry, y ambos se profesaban mutua admiración desde que Pierce hubiera sido, ojo al dato, presidente del club de fans de Blondie en Los Angeles. Comentaba al respecto Spencer P. Jones, en cierta ocasión, que la melena teñida de rubio de Pierce estaba obviamente inspirada en la de Harry, y que el cantante llevaba siempre en la cartera un papel doblado – y que era de sus posesiones más preciadas- en el que, con preciosa caligrafía, la cantante de Blondie le explicaba qué proporción de tinte y otros productos eran los adecuados.

Anécdotas capilares aparte, el elepé en su versión original incluyó un siete pulgadas con cuatro temas más, cuatro trabajos de recitado en los que Pierce se transmuta en Burroughs por unos instantes. «Open The Door Osiris», «The Fertility Goddess» , «Portrait Of The Artist In Hell» y «Chris And Maggie Meet Blind Willy McTell At a James Brown Concert» epilogan el trabajo cual sermones de un predicador tras una misa, cuatro escenas imprevistas tras los créditos que, lejos de romper la unidad del álbum, lo dotan de una coherencia interna aún mayor. Por supuesto, en posteriores reediciones en CD estos cuatro temas entrarían ya en el track list definitivo. Es este un periodo de relativa sobriedad en la vida de Pierce, un oasis en la vida de excesos y falta de salud que lo acabaría llevando a la tumba demasiado pronto. Centrado en el trabajo en estudio, pasan pocos meses antes de que aparezca la segunda referencia a su nombre. Flamingo, un mini álbum de doce pulgadas con seis temas, tres por cara, es un cajón de sastre en el que cabe un poco de todo, y no todo bueno. Un correcto tema de inicio –«Get Away»- y una interesante cover pasada de rosca del «Fire» de Hendrix dejan paso a una segunda y absurda versión electrónica del tema, con una caja de ritmos molesta hasta lo irritante y un (innecesario) remix de «Love and Desperation», para cerrar la cara B con una pura improvisación jazzística, dividida en dos partes. Un disco de esos que compras para decir que lo tienes todo del interfecto, pero poco más.

Entre todo ese ritmo de trabajo, nuestro hombre tiene incluso tiempo de pasarse por los estudios Woodworm en Oxfordshire, en medio de la campiña inglesa. Allí, en una antigua iglesia baptista reconvertida en estudio de grabación, se encuentran Jeremy Gluck, Nikki Sudden, Rowland S. Howard, Epic Soundtracks y otros forajidos, dando forma a lo que sería I Knew Buffalo Bill, una pequeña obra maestra a la que Pierce aportará guitarras en unos pocos temas.

Tras una gira promocionando Wildweed, para la que cuenta con Romi a la segunda guitarra, Dean Dennis al bajo y Nick Sanderson (a los que algunos recordarán tras los tambores en Clock DVA y –fugazmente- en The Jesus and Mary Chain) como batería, unas cuantas actuaciones de spoken word en 1986 y una gira americana salpicada de calamidades, vuelve a casa y reactiva The Gun Club. Powers se reengancha a media jornada (por aquel entonces formaba parte de los Bad Seeds de Nick Cave) y la banda regresa al año siguiente con Mother Juno, otro gran trabajo al que seguiría Pastoral Hide and Seek (1990) y Dininity (1991), ambos ya con Powers a tiempo completo.

A finales de 1991 viaja a Holanda y forma equipo con su amigo y colaborador Tony Chmelik y el batería de Gun Club en aquel momento, Simon Fish, para exorcizar de manera definitiva sus demonios bluesies y grabar el que a la postre será su último disco en solitario. Bajo los alter egos de Ramblin’ Jeffrey Lee, Cypress Grove y Willie Love entregarán al sello New Rose un trabajo que es puro sonido del Delta, un tributo en forma de siete versiones de oscuros clásicos del blues (Robert Wilkins, Otis Hicks, Frankie Lee Sims, Chester Burnett…) más dos temas propios a través de los cuales Pierce paga su deuda con la música que siempre le cautivó y que no desmerecen junto al resto. En realidad tanto «Stranger in my Heart» como sobre todo la larga, hipnótica, magnífica «Go Tell the Mountain» demuestran que no sólo había asimilado por completo las enseñanzas de los viejos bluesmen, sino que era capaz de destilarlas y producir por sí mismo piezas a la altura.

Ramblin’ Jeffrey Lee & Cypress Grove With Willie Love (1992) en definitiva es una obra única, un homenaje en toda regla al blues acústico de antes de la guerra bajo cuyas notas uno puede entrever fantasmas de soldados confederados, lamentos en campos de algodón y ceremonias vudú junto al río en noches sin luna de la mano de una voz que, en palabras (de nuevo) de Spencer P. Jones “nadie tenía. Ni antes ni después de él. De otro mundo sería una buena descripción. Alcanzaba una nota y la aullaba con un vibrato natural que era similar a ser torturado o quemado o electrocutado o una combinación de ambos. De la misma manera que la guitarra de Rowland Howard sonaba como un caballo en un granero en llamas, la voz de Jeffrey tenía un cierto componente de horror”.

Al año siguiente The Gun Club publicaría su último trabajo, Lucky Jim, daría sus últimos coletazos en directo y Pierce –tras alternar un tiempo con Nick Cave durante la grabación de Let Love In– encararía su recta final con la salud cada vez más perjudicada. En mayo de 1994 rompe con Romi y su consumo de alcohol y drogas se dispara aún más. Instalado en Los Angeles, visita el famoso Viper Room a diario hasta que unos meses después se traslada a casa de su padre en Salt Lake City, en un último intento por rehabilitarse. Allí escribe, a petición de Henry Rollins, lo que acabaría siendo su autobiografía, Go Tell The Mountain. Los amigos que hablaron con él en sus últimos días (Nick Cave, Congo Powers, Mark Lanegan…) lo recuerdan ora sereno y tranquilo, ora inestable y casi desquiciado. Su organismo estaba a punto de colapsar. Hasta que su hígado –diagnosticado de cirrosis años atrás- dijo basta y, tras caer en coma, murió de una hemorragia cerebral el 31 de marzo, con tan sólo 37 años.

Del material póstumo (Gun Club aparte) no hay mucho que decir, y las pocas referencias se centran en su faceta blues. Así, Six String Sermon ‎(2009), editado por Bang! en una tirada limitada a mil copias, recoge grabaciones primerizas de la época anterior a Fire Of Love, con la mirada puesta en el Mississippi. Otro tanto ofrecen tanto Anarchic Blues – Live In Slovenia 1994 (2011), documentando un show en Ljubljana emitido por una radio local en directo, como el bootleg Live Acoustic Blues 1993-1994.

Para profundizar aún más en la figura de Pierce se puede echar un vistazo al documental Ghost on the Highway: Portrait of Jeffrey Lee Pierce (2006), aunque no está de más advertir a priori que se basa exclusivamente en declaraciones de músicos y conocidos suyos, y la música brilla por su ausencia. Lo que sí vale la pena agenciarse, o al menos consultar, son los tres volúmenes de las Jeffrey Lee Pierce Sessions Project. Editadas en cd y en doble LP, la idea nació de Cypress Grove el cual encontró en su casa unas viejas casetes con maquetas grabadas por él y Pierce tiempo atrás. Demos, canciones en el chasis… nada que pudiera editarse como tal, hasta que se le ocurrió contactar con Mark Lanegan para, de algún modo, regrabar a partir de ese material, creando un work in progress ante el cual se mostraron interesados en participar docenas de artistas. Phast Phreddie, un músico y periodista de los años de la explosión punk en L.A. colaboró también aportando unas cintas caseras con grabaciones pre-Gun Club y el resultado fue de lo más estimulante. En We Are Only Riders (2009), The Journey Is Long ‎(2012) y Axels & Sockets (2014) encontramos a gente como Nick Cave, David Eugene Edwards, Lydia Lunch, Jim Jones, Mick Harvey, Debbie Harry, Iggy Pop, Steve Wynn, Tex Perkins, Tav Falco, Bertrand Cantat, Hugo Race, James Johnston, Primal Scream o Slim Cessna’s Auto Club entre muchos otros rindiendo tributo a Pierce a través de su propio trabajo, de sus propias ideas en borrador. El mejor homenaje, sincero y auténtico, para un artista irrepetible.

martes, 21 de marzo de 2017

AL SCORCH. "CIRCLE ROUND THE SIGNS" (2016). Cow-punk de fabricación casera.


Recuerdo que cuando yo era adolescente en el mundillo del rock se decía que en pocos años las guitarras eléctricas iban a ser sustituidas por sintetizadores. Y había quien se imaginaba que por el año 2000 los músicos serían androides que apretarían botones. Pues ahora estamos en 2017 y nada hay más alejado de la realidad. No solo no han desaparecido las guitarras eléctricas sino que en muchos casos han sido sustituidas por guitarras acústicas y ¡a veces incluso por banjos! 

Quien crea que exagero que mire con atención los vídeos musicales de las cadenas comerciales (incluso los más horteras) en un bar de barrio o, mejor aún, que se  agencie el último disco de un joven músico de Chicago, llamado Al Scorch. Scorch que ya había firmado un trabajo en 2011 junto con la Country Soul Assamble es un banjista/guitarrista acústico que ha revitalizado la fórmula de punk + folk que ya pusieron en práctica gente como los Violent Femmes (por cierto también del Midwest americano). Y el resultado no puede ser más divertido y fresco.

Abre el disco "Pennsylvania Turnpike" que es como una estampida de búfalos borrachos, un tema con un banjo y un violín maníacos. Un poco más de dos minutos de tema pero lo suficiente para llevar el corazón del oyente al límite de velocidad. Con aires fronterizos (el acordeón le da un toque entre tex-mex y cajun) "Lost At Sea" juega más con los cambios de ritmo pero también tiene momentos de acelerones gracias a ese banjo tocado al estilo clawhammer que echa humo en manos de Al Scorch.



Con "Everbody Out" Al le da un aire más swing y más sureño a su sonido. A ello contribuye el sonido de los vientos que nos llevan directamente a la desembocadura del Missipssippi, a Nueva Orleans, la ciudad madre de la música de raíces norteamericanas. Para este tema por cierto, Scorch se rascó el boslillo y grabó un vídeo clip que es cuanto menos curioso. Tiene un comienzo más calmado "Insomnia", pero engaña porque el banjista de Chicago mete el turbo cuando uno menos se lo espera y mezcla así la influencia jazzy y bluesy con el folk irlandés más zopenco para detonar otra carga de profundidad de folk-punk.



Uno de los cortes más destacables es el que sigue, de título "Lonesome Low", una memorable balada que recuerda a ratos a los sureños Old Crow Medicine Show aunque con algo más de ironía en las letras. Por su parte, "Want One" es otra estampida de folk del Midwest cuesta abajo y sin frenos. Menos mal que con ese precioso remanso de paz llamado "City Lullaby" se puede uno relajar y escuchar uno de los puntos álgidos del disco.



Pero este insolente jovenzuelo tampoco se olvida de la tradición y así tiene el exquisito gusto de versionar al gran Woody Guthrie, en concreto su "Slipknot" un alegato contra la pena de muerte y el garrulismo de la América profunda. Y esta también encajado en el disco que se diría que el tema es del propio Scorch, quien nos deja otra vez reponer fuerzas con otra deliciosa balada folk-pop, "Poverty Draft", que para mí que tiene algo de sus paisanos Wilco. En este tema por cierto, Al coge la guitarra y deja el banjo. Y para terminar, como una patada en los mismísimos, Scorch nos descerraja "Love After Death" y uno no puede dejar de pensar en gente como Gun Club o Blood On The Saddle.



Y como el licor de fabricación casera de los Apalaches este disco deja una exquisita resaca, una resaca que te hace volver por más.