Álvaro Alonso
ABC, 20/04/2015
A Warren Zevon le detectaron un cáncer en 2002 cuando por insistencia de su dentista fue a hacerse un chequeo. Era irreversible. Zevon, que contaba 55 años de edad, decide entonces reunirse con un puñado de amigos y grabar un último disco. Era su voluntad.
De aquellas sesiones, en las que se juntaron de nuevo grandes músicos como el baterista Jim Keltner, el guitarra Mike Campbell o David Lindley salieron 11 brillantes canciones firmadas, a excepción del “Knockin´on Heaven´s Door” de Dylan, por Warren Zevon y Jorge Calderón. Fueron las últimas canciones de Zevon. Unos meses después, a finales de agosto, este disco póstumo titulado The Wind es publicado en todo el mundo. Y como estaba anunciado, Warren Zevon muere solo diez días después, el 7 de septiembre de 2003. Por suerte, aquellas sesiones pudieron ser filmadas por Nick Read. Se ve en ellas a un Zevon en claro deterioro físico ansioso porque el tiempo no acabe devorando el proyecto.
Haciendo uso de la ironía y el humor negro característico de Warren, su ex-mujer Crystal Zevon publica cuatro años después un libro de recuerdos con aquella máxima que había hecho famoso a ese “moralista disfrazado de cínico” que tal vez fue Warren Zevon en una de las tremendas canciones de su debut de 1976: “Descansaré cuando esté muerto”. Cuenta Crystal del autor de “Werewolves of London” en su biografía I’ll Sleep When I’m Dead: the Dirty Life and Times of Warren Zevon algunos secretos de la vida conyugal que no dejan a Zevon en buen lugar: “Warren tenía toneladas de carisma, pero cuando no quería que se le acercara la gente, convertía todo ese carisma en su contrario”. Fue durante largas temporadas un padre ausente. Su hijo Ariel lo recuerda con reproche: “No tenía lenguaje para hablar con los niños. De adolescente, me sentía rabioso de que no estuviera allí”. Cuando bebía se volvía errático, violento, ausente, imposible.
Warren Zevon no fue un dechado de virtudes, algo tristemente común cuando uno bucea en las biografías del rock & roll. Y no solo, también en el cine, la literatura o el arte en general. Pero este mismo Zevon, autodestructivo y errático se convirtió en un personaje de culto a través de unas canciones de rock enérgico y delicado, la mayor parte compuestas a partir del piano y donde se cuidaba hasta la obsesión meticulosa las letras, auténticos relatos cortos literarios. Porque como veremos, lo que Zevon quiso siempre ser es escritor. Y lo fue, a través del formato de los tres cuatro minutos de las canciones de rock.
Aunque no tuvo el favor masivo del público, Warren Zevon fue reverenciado por sus contemporáneos: Jackson Browne, Bruce Springsteen, Ry Cooder, Emmilou Harris, Don Henley, Tom Petty, todos quisieron tocar con él en su último álbum The Wind. No hacía ni un año que había vuelto a componer con fuerza y en 2002 había publicado My Ride´s Here, a la postre su penúltimo disco. Cuando murió, sus amigos músicos decidieron homenajearle con un disco tributo. En una entrevista en el show de David Letterman, Zevon, que ya conocía su sentencia, contestó al presentador ante la pregunta de cómo se sentía: “Ahora por fin voy a poder disfrutar de cada sándwich”. Ese era el aguijón satírico de Zevon, capaz de reírse hasta de la guadaña que caía sobre él. Y así titularon el disco tributo de 2004 “Enjoy Every Sandwich”, con versiones de Lindley, Dylan, Henley, Springsteen, Steve Earle, Wallflowers (el grupo entonces de Jacob Dylan), Billy Bob Thornton y sus muy cercanos Jackson Browne y Jorge Calderón, este último junto a Jennifer Warnes. Se colaba incluso una versión de los Pixies del “Ain´t that pretty at all”.
En la biografía de Crystal Zevon de 2007 I’ll Sleep When I’m Dead: the Dirty Life and Times of Warren Zevon Bruce Springsteen, que había en 1980 coescrito con Zevon “Jeannie Needs a Shooter”, confiesa su admiración: “Zevon era capaz de escribir algo que tuviera verdadero significado, siendo a la vez ingenioso. Yo siempre envidié esa parte de su habilidad y talento”. También David Crosby: “Él fue y sigue siendo uno de mis cantautores favoritos. Él veía las realidad con mirada inquisitiva, capaz de captar la humanidad de las cosas”.
El perfil de Warren Zevon que traza Crystal se completa con el testimonio de sus otros amigos, los escritores. “Ahora me arrepiento de no haber colaborado en alguna canción o historia”, dice el novelista de misterio Stephen King, amigo del cantante. Otro de los amigos escritores de Zevon fue Hunter S. Thompson, aquel legendario autor contracultural famoso, sobre todo, por su libro sobre los “Hell Angels“, con los que anduvo conviviendo durante todo un año investigando sobre su modo de vida. A Thompson se le considera el creador del estilo “gonzo”, una forma de periodismo que abusa a conciencia de la primera persona.
Thompson y Zevon se vieron enseguida conectados por un sentido despiadado de la sátira y de la vida al límite y un mismo prisma de humor negro para filtrar la realidad. Según Carl Hiaasen, “Warren estaba muy cerca de Thompson, y sus trabajos parecían tener un flujo de energía en paralelo”. “Pero Warren -prosigue- tenía una escritura más propia, y era más disciplinado que Hunter. Era meticuloso. Incluso cuando era joven, Warren agonizaba sobre sus letras“. Unas letras incisivas, como los versos burlescos de “Detox Mansion”, “Lawyers, Guns and Money” o por supuesto “Werewolves of London”.
La cara sarcástica es la más conocida de Warren Zevon. Iain Ellis, en su libro Rebels with attitude: subversive rock humorists (Soft Skull Press, 2008) eligió a Zevon, junto a Randy Newman, los Modern Lovers, Talking Heads o Gill Scott-Heron como baluartes de este fenómeno en su tercer capítulo, “The Seventies: Radical Cynicism”. Pero el caso Warren Zevon es algo más complejo. Con el tiempo está siendo redescubierto como uno de los compositores más densos y profundos del rock americano de todos los tiempos. Bob Dylan consideraba a Zevon como un compositor único, capaz de incorporar tres canciones en el vientre de una sola, como en “Desperados Under The Eaves”. Hiaasen coincide con Dylan en que es “una de las más elegantes y refinadas canciones de rock jamás escritas”; o “Boom Boom Mancini”, en palabras de Stephen King “una de las apreciaciones más acertadas que se han escrito sobre el mundo del boxeo”. Para su hijo Jordan, también músico, “con los años mi padre fue componiendo de manera más inteligente, con una sabiduría cada vez mayor, menos alocada. Pero nunca perdió ese humor negro que le caracterizaba”. En palabras de Stephen King “sus álbumes son densos, repletos de historias e imágenes brillantes”.
Canciones como “Roland the Headless Thompson Gunner”, que más que una canción de cuatro minutos parece encerrar un mundo de visiones épicas narradas como si estuviéramos frente a una pantalla de cine. Lo mismo ocurre con “Veracruz”, una historia de rebeldes mexicanos del siglo diecinueve donde Jorge Calderón canta en español unas estrofas que se quedan grabadas en la memoria. Aunque el genio de Zevon se expresa con mayor fuerza en la capacidad para afrontar con ironía las rupturas y los desencuentros sentimentales: “French Inhaler” fue escrita pensando en Marilyn Livingston, la madre de Jordan. Una historia de amor convertido en un campo agostado.
Crystal recuerda en su biografía que Warren “siempre fantaseaba con ser novelista y es la razón por la que tenía tantos amigos novelistas”. Le gustaba hablar de música pero lo que realmente le gustaba era hablar de escritores. En sus letras abundan las referencias filosóficas, a Norman Mailer, a Byron. Incluso “tuvo una fase Thomas Mann -recuerda Hiaasen-, en la cual estaba casi insoportable, pero incluso en aquellas conversaciones él se las ingeniaba para hacerme reír”.
Warren Zevon había nacido en 1947 en Chicago, hijo de una mujer mormona y de un emigrante ruso judío que se ganaba la vida dentro del hampa como gangster. Se mudan a California, y es allí donde aprende el joven Warren los rudimentos de la música clásica. Los padres se separan y vive con su madre y su nueva pareja, un hombre que lo ridiculiza siempre que tiene ocasión. Rabioso, Warren se va de casa y busca a su padre, “un hombre que posiblemente había matado gente, pero que siempre estuvo ahí para su hijo”, confiesa Crystal en un momento emocionante del libro. “La inestabilidad de su juventud -prosigue Crystal- le afectó mucho en su vida posterior. En su vida posterior como adulto nunca consiguió estar satisfecho: siempre quería más, más alcohol, más sexo, más mujeres. Siempre había una parte de él que ansiaba la estabilidad, pero enseguida huía rápidamente de ella. Puedes escuchar la historia completa en sus canciones”.
Tras acompañar en sus primeros años como músico profesional a los Everly Brothers, la carrera de Zevon se dispara cuando conoce a Jackson Browne, su mentor y luego su amigo. Le presenta a David Geffen, que no tarda ni un minuto en darse cuenta de que no iba a ganar ni un dólar con este artista. Pero la fe de Jackson Browne en el talento de Zevon es total, hasta el punto de poner él mismo el dinero necesario para que entre a grabar sus canciones. Junto a Browne publica Zevon sus dos grandes primeros discos, Warren Zevon en 1976 y Excitable Boy de 1978 para Elektra/Asylum. Browne consigue aglutinar en torno al proyecto a un puñado de músicos excepcionales que hoy sorprende todavía: Lindsay Buckingham y Stevie Nicks, de Fleetwood Mac, una jovencísima Bonnie Raitt, el guitarrista Waddy Wachtel, David Lindley, el saxo de Bobby Keyes, Glenn Frey y Don Henley y la armónica de Phil Everly. En Excitable Boy se incorpora el bajista de Fleetwood Mac, John McVie. Para la grabación de “Werewolves of London” se incorpora a la batería el tercero en discordia: Mick Fleetwood. Mientras, Warren toca el piano, aúlla y canta sin contemplaciones.
Jackson Browne recuerda en I´ll Sleep When I´m Dead su difícil relación en aquel tiempo: “mi papel como benefactor se cobró su peaje en nuestra amistad”. La relación se hizo muy difícil por el creciente alcoholismo de Zevon. Cuando nació Ariel, Zevon prometió dejarlo, pero la promesa duró unas pocas semanas. Cuando bebía, Warren se ponía violento con Crystal. Ocho años más tarde, Crystal lo dejó. Comenzó a jugar con armas de fuego, y ya no aguantó más. En las páginas de su biografía, Crystal hace balance, ahora que ya no está: “Cuando pienso en Warren ahora, pienso en los buenos tiempos, porque todos nosotros obtuvimos mucho de él”.
En 1986 se declara completamente curado de su adicción. Como contrapartida, aparecen otros transtornos unidos a una dependencia con el sexo que le lleva a andar siempre acompañado de alguna mujer en un desfile que parece no tener fin. Sigue publicando discos, algunos mediocres, hasta Sentimental Hygiene de 1987, donde se incluye “Reconsider me”, Detox Mansion” y “Boom Boom Mancini”.
Poco a poco Warren fue serenando sus demonios interiores y por los años en los que Ariel entra en la universidad comienzan a quedar con más frecuencia y a entablar conversaciones en torno a la literatura y la filosofía que los reconcilia y los une en una adorable relación, en un redescubrimiento mutuo que llega hasta el final de sus días. En 1995 publica el que se considera uno de sus mejores discos, más lúcidos y serenos, titulado Mutineer, con aquella canción de idéntico título que encandiló a Bob Dylan.
Su hijo Jordan reconoce que “Warren tenía un lado oscuro, pero también tenía luz. Era un hombre complejo”. Jordan participó en las grabaciones de The Wind, el disco póstumo de su padre, donde entre otras se incluye la estremecedora “Keep me in your Heart”, firmada junto a Jorge Calderón. Fue uno de sus discos más aplaudidos, aunque Warren ya no pudo verlo.