Rafael Narbona
RDL, 15/04/2016
Coleman Hawkins transformó el saxofón en un instrumento solista, asumiendo el desafío de componer e interpretar una pieza sin ningún acompañamiento. Necesitó doce horas de ensayo para grabar la versión definitiva de Picasso, una obra donde el saxo tenor divagaba algo más de cuatro minutos, con una inspiración y unos matices inauditos. John Coltrane fue más lejos y se atrevió a realizar solos de media hora. Después de escuchar el saxo de Hawkins y Coltrane, se disipa cualquier duda sobre la importancia de un instrumento que en sus orígenes desempeñaba un modesto papel en el vodevil o en bandas militares como sustituto del trombón.
Apodado «Trane», John Coltrane nació en Hamlet (Carolina del Norte) el 23 de septiembre de 1923. Nieto de sacerdotes metodistas, se familiarizó muy pronto con la música y los himnos religiosos. Su padre era sastre y, en su tiempo libre, tocaba diferentes instrumentos de cuerda. Su madre había realizado estudios superiores. Cantaba y tocaba el piano, pero una viudez prematura no le dejó otra alternativa que trabajar como criada. Después de servir en la Marina, el joven Coltrane se unió como saxo tenor a la big band de Dizzy Gillespie en 1949. Algo más tarde tocaría con Johnny Hodges y en 1955 lo contrataría Miles Davis para componer un famoso quinteto, que marcaría un hito en la historia del jazz.
Coltrane empieza a desarrollar su personalidad musical en esa formación legendaria. Participa en la grabación de Kind of Blue (1959), un milagro irrepetible que se grabó en condiciones deliberadamente atípicas. Miles Davis dejó casi todo en manos de la improvisación. Los músicos llegaron al estudio con simples bocetos de líneas de escalas y melodías. El pianista Bill Evans ha reconocido que acudieron bastante desorientados, confiando en el genio de Davis, que había ideado el original procedimiento. Comenzaron a tocar, sin otra guía que su propia intuición. Los resultados fueron espectaculares. No es cierto que Kind of Blue se grabara en una única toma. En realidad, sólo se aceptó como versión definitiva la primera interpretación de «Flamenco Sketches». No es poco.
En 1957, John Coltrane se incorpora al cuarteto de Thelonious Monk, donde prosigue su evolución hacia un estilo propio y definido, basado en armonías experimentales. En 1960 crea su propio cuarteto, por el que desfilan varios músicos, hasta estabilizarse con el pianista McCoy Tyner, el bajista Steve Kuhn y el batería Elvin Jones. Por fin graba su primer disco como líder solista: My Favorite Things (1960). La obra marca el comienzo de una relación fructífera con el sello Atlantic. El tema que da nombre al álbum es una canción popular alterada por un fraseo que intercala diferentes exposiciones de una melodía. A partir de un material sencillo y pegadizo, Coltrane logra ejecutar un tema de largo recorrido. Es su segundo éxito individual. El primero fue desengancharse de la heroína. Miles Davis lo había despedido, acusándolo de borracho, yonqui y sablista. Sus adicciones no se habían inmiscuido en la calidad de su trabajo musical, pero le habían restado credibilidad personal. Avergonzado, Coltrane se encerró en una habitación en la casa de su tía y superó el síndrome de abstinencia sin ninguna clase de ayuda médica o psicológica. Posteriormente evocaría esa vivencia en términos religiosos y morales: «Durante el año 1957 experimenté, por la gracia de Dios, un despertar espiritual que me condujo a una vida más rica, plena y productiva».
Sin el lastre del alcohol y la heroína, publica Blue Train (1957) y Giant Steps (1959), dos trabajos que enseguida adquirieron el reconocimiento de la crítica especializada. La secuencia armónica del tema «Giant Steps» refleja una enorme plasticidad, donde confluyen la intuición, el ingenio y el virtuosismo. El saxo tenor muestra toda su expresividad, describiendo insólitas piruetas y temerarias improvisaciones. El álbum Giant Steps contiene toda la grandeza del hard bop: influencia del blues, el góspel, improvisaciones, progresiones complejas, movimientos abruptos. Por otro lado, Blue Train es el primer álbum de solos de Coltrane, que escogió cuidadosamente los músicos (un sexteto) y compuso todos los temas, salvo uno («I’m Old Fashioned»), demostrando una enorme fluidez para moverse entre el blues y el hard bop. El blues era un estilo que le resultaba muy cercano, pues había pasado sus primeros años de carrera profesional en modestas bandas de rhythm and blues. El hard bop era su apuesta por el futuro del jazz, cada vez más libre y menos sujeto a cánones y convencionalismos. Blue Train es uno de los discos más representativos de esta corriente del jazz, que incluye una posición política de ruptura con el swing, un estilo conformista donde no se aprecia el sufrimiento de la población afroamericana. Conviene recordar que, en los años sesenta, la segregación racial era un muro casi infranqueable en Estados Unidos. En sus orígenes, el hard bop sólo encontró acomodo en locales nocturnos alejados de los grandes circuitos comerciales.
Desde su posición como líder de un prestigioso cuarteto, Coltrane trabajó para acentuar el protagonismo del saxo tenor. Cada vez más imaginativo y con una mayor soltura técnica, improvisa sobre secuencias de acordes prefijados. Su forma de tocar es una manera de tantear las posibilidades de su instrumento, estableciendo un diálogo entre la improvisación y la estructura que bordea la autodestrucción. Coltrane no piensa en términos de corcheas, sino que se plantea cómo encajar las notas en un compás antes de que comience el siguiente. En cierto sentido, recuerda a Charlie Parker, que en el famoso cuento de Julio Cortázar («El perseguidor») exclama: «Eso ya lo toqué mañana». Al igual que «Bird», Coltrane se debate con los límites del lenguaje musical y conceptual. Lo imposible sólo es una barrera lógica y el arte nace de un impulso irracional. El arte nunca es conformista y el artista siempre buscará el más allá en el dominio de la creación y la expresión.
A Love Supreme (1964), una suite dividida en cuatros partes, es un testimonio de la fe de Coltrane y de su potencial creativo, ya en la onda del free jazz y el jazz modal. Algunos la consideran su obra maestra. Es un álbum que recuerda a De Profundis de Oscar Wilde y que refleja una evolución cada vez más acusada hacia una música nada excluyente, donde se aceptan influencias de todos los estilos. A lo largo de su carrera, Coltrane recogió aspectos del flamenco («Olé Coltrane»), los ritmos africanos («Dahomey Dance») y la música india («Aisha»). Algunos consideraron que en sus últimos años (hizo su primera gira por Europa en 1961) se excedía en su afán innovador, desfigurando la música hasta convertirla en un caos ininteligible. Sin embargo, la perspectiva del tiempo impide sostener esta valoración. Coltrane es una de las figuras más brillantes del jazz, una música que nunca cesa de reinventarse, rehuyendo cualquier forma de estancamiento.
Coltrane nunca permaneció al margen de los acontecimientos. Tal vez su inconformismo tiene raíces genéticas. Los esclavos que se vendieron en Carolina del Norte procedían de Virginia y casi todos habían pasado por las manos de propietarios que se habían desembarazado de ellos por su carácter rebelde y conflictivo. El crítico Frank Kofsky entrevistó a Coltrane y le preguntó qué opinaba sobre Malcolm X: «Lo he escuchado hablar en público –contestó el saxofonista–. Y me impresionó mucho». En la misma entrevista, Coltrane se opuso a la guerra de Vietnam y atribuyó a la música una dimensión moral: «Para mí, la música es una expresión de ideales elevados. Entre esos ideales se encuentra la fraternidad. Si existiera fraternidad entre los hombres, no habría pobreza ni guerra».
El 17 de julio de 1967 se produjo el esperado desenlace de un cáncer de hígado que precipitó un deterioro visible en algunas de sus últimas fotografías. Murió en el Huntington Hospital de Long Island (Nueva York). Sólo tenía cuarenta y un años y se despidió del mundo sin poder realizar su sueño de visitar África, la nueva Jerusalén de los afroamericanos. Coltrane fue un innovador, con un gran sentido del riesgo, pero sus investigaciones nunca lo alejaron del sentido primordial de la música como lenguaje universal: «No es necesario que se entienda, la reacción emocional es lo único que importa». La música nunca dejará de evolucionar, pues no es un lenguaje estático, sino algo profundamente dinámico, que no conoce límites: «Siempre hay que imaginar nuevos sonidos, nuevos sentimientos que transmitir. Y siempre está la necesidad de mantener lo más refinados posible esos sentimientos y sonidos, de manera que podamos ver realmente lo que hemos descubierto en su estado puro, ver lo que realmente somos y poder transmitirlo».
Coltrane habría repudiado un análisis estrictamente formal de su legado: «Mi música es la expresión espiritual de lo que soy, mi fe, mi conocimiento, mi ser. Creo que la mayoría de los músicos están interesados en la verdad». Se ha especulado que intuía la proximidad de la muerte y que ese presentimiento lo empujó hacia posturas cada vez más arriesgadas en lo formal y más consistentes en el terreno moral y político. Es imposible saberlo, pero declaró que pretendía ser recordado como «una fuerza del bien». Indudablemente lo consiguió. Escuchar su música nos ayuda a recordar que el ser humano a veces se rompe por dentro para alumbrar belleza y hacernos temblar como un niño que contempla por primera vez el brillo de un saxofón en la oscuridad.