Sweet & Dandy, 27/07/2017
Más que un estilo de música, el Northern Soul es una subcultura en la que tienen cabida el sonido Motown, pistas de baile hasta la bandera, dosis letales de anfetaminas y un look inclasificable ajeno a los principios más básicos de la estética, todo ello surgido en las urbes más decadentes del norte de una Inglaterra industrial en crisis en la que mods y skinheads habían quedado para el recuerdo.
Si esta receta suena disparatada, esperad a ir probando los ingredientes por separado. Que arranque la fiesta hasta la mañana!
El Northern Soul empieza a ser peculiar desde el propio nombre que lo designa, pues al contrario que otros estilos de música, no hace alusión al sitio en el que surgió, sino al lugar donde se escuchaba con más entusiasmo. Por este motivo, nuestro viaje comienza en el norte de Inglaterra a finales de los 60, cuando en los estertores de la burbuja mod surgió una escena diferenciada.
Aquellos chicos con parkas grandes y trajes de tres botones dejaron de ser el último grito a finales de aquella década, quizás cuando algunas de sus aportaciones se incorporaron al main stream y por lo tanto, dejaron de estar de moda. No sucedió lo mismo con la música que escuchaban, un soul afroamericano que había llegado a las radiofórmulas, pasando a ser conocido como sonido Motown. Tomado de la discográfica más relevante de música negra, el nombre hace referencia a la ciudad de Detroit, conocida como Mo’town, o ciudad del motor. Esta Motor Town apocopada producía no solo coches, sino una música pegadiza que cruzó el charco hasta el Reino Unido y de ahí al resto de Europa. Entonces eso equivalía a decir el mundo.
El Northern Soul nace en la periferia, ajeno a todo glamour. En la imagen, industrias cerámicas de Stoke-on-Trent, uno de los epicentros fabriles del soul norteño.
Jóvenes, agresivos y ansiosos de novedades, los mods iban a cien en moto y usaban anfetaminas para aguantar el ritmo de un hedonismo imaginario y exagerado (no hay evasión posible sin el recurso a las drogas). Alternativos y espídicos, su evolución natural tendió hacia tempos más rápidos y beats más sonoros. Algo distinto, en definitiva.
Permanecieron fieles al soul, pero no al que sonaba en las radios y clubes de moda, sino al de artistas menores y grabaciones que no habían llegado ni a ver la luz o lo habían hecho sin pena ni gloria. Era una producción underground que yacía olvidada en los almacenes de sellos mediocres, pero tras años cogiendo polvo, su status se disparó. Sin saber muy bien cómo, artistas de medio pelo que no recordaban ni sus canciones vieron perplejos como los jóvenes blancos de la Inglaterra más periférica le daban valor a sus discos. Escoria blanca escuchando a la escoria negra, cruda definición sociológica de toda una anomalía.
En esta marcha adelante, la estética también cambió. Bailar hasta la mañana con traje estrecho y chaqueta? El que lo diga y se quede a gusto es porque habla solo de oídas. Hacían falta movilidad y fresco, por eso los pantalones se acampanaron y aparecieron las camisetas de tiras. Mezclar registros no lleva al horror estético? Pues esto tan solo ha empezado: como calzado, zapatos de bowling o medio tacón, y talco en las suelas para bailar mejor (resbala y adorna las florituras).
En el fragor del baile, el sudor juega malas pasadas y daña la compostura, por eso llevar una muda es tan importante como la gasolina súper. Los bolsos de ir a los bolos permiten nadar y guardar la ropa, y el chicle ayuda a disimular los pasos en falso de las mandíbulas. Dos complementos leves pero importantes.
Alguien da más? Generalmente, el baile es sinónimo de cortejo, de simulacro de sexo y dominación. Pues no es el caso. Las causas antropológicas no valen nada, el sexo no es una prioridad. Empezando por la cuestión de género, había un predominio absoluto del masculino, lo que reduce las probabilidades. Podría ser un submundo-refugio para los gays? Sin ignorar su presencia, tampoco se hacen visibles. Si había sexo, tenía un rango colateral. Los baños del Wigan Casino no valen mucho por lo que callan.
El aspecto de los bailarines de Northern Soul se fue alejando completamente de la influencia mod. Adaptado a la moda boot boy de los años 70 y a las necesidades que marca baile, dio lugar a una mezcla muy peculiar.
Y qué decir de los templos, las catedrales del soul norteño? Si el gótico alcanza el clímax en la Isla de Francia, las salas de referencia de esta cultura se encuentran en la Inglaterra industrial del norte, donde la crisis ya conducía hacia la debacle. Por vez primera, no era la trendy Londres la que marcaba la pauta, sino la periferia grisácea de Manchester, Birmingham y otras urbes fabriles, o por decir mejor, de sus suburbios y ciudades satélite: Wigan, Wolverhampton, Stoke-on-Trent. A que hay que buscar en el mapa?
Inexplicablemente, la juventud obrera de todo el país se desplazaba a estos centros minoritarios que fueron protagonistas durante un día, si acaso una temporada. En todo caso, glorias efímeras, como decía Warhol. Podríamos citar muchos sitios, pero en un mundo reduccionista acostumbrado a los rankings, nos quedaremos con una tríada imprescindible, un podio con orden más cronológico que de importancia objetiva, algo que francamente, no se podría medir. El caso es que hubo clubes souleros que se fueron cediendo el cetro honorífico a medida que no cumplían las normas y plazos que iba imponiendo la ley. Efectivamente, el cierre de estos templos de referencia fue tan prosaico como administrativo. No hubo clichés wagnerianos en la caída de aquellas salas de fiestas.
Empecemos la lista en Manchester y su Twisted Wheel, primera meca de mods y souleros de todo tipo que se citaban en fiestas con música y baile durante toda la noche. Es cierto, también con drogas, pero ya no hay más trucos en la chistera. Allí se iba a bailar. Mantuvo el tipo entre 1963 y 1971, cuando las ordenanzas municipales lo condenaron al ostracismo. Un local mítico tumbado por causas ramplonas.
El cetro lo recogió el Golden Torch, situado en un sitio llamado Tunstall, suburbio gregario de una ciudad de reparto como Stoke-on-Trent, a medio camino entre Birmingham y el Manchester de mil fábricas. Siempre eclipsada, primero en el plano urbano, luego en el aspecto festivo, The Torch, como era más conocida, estuvo a la sombra del Twisted salvo en su último año, cuando el rival del norte ya había apagado la música. Fue un colofón efímero con un final parecido: la propia antorcha se apagó para siempre al año siguiente y por iguales motivos. Aún era 1972.
Como a rey muerto, rey puesto, las salas que programaban all-nighters, fiestas de baile hasta el nuevo día, contaron con un escenario nuevo que terminó por eclipsarlos a todos. Se abrió en 1973 en el suburbio industrial de Wigan, pegado a la capital mancuniana que había tenido sus años de gloria. Eso era agua pasada, ahora marcaba la pauta el Wigan Casino, el más célebre dentro y fuera de la cultura del soul, tan conocido que sus playlists se repiten a pies juntillas como hadizes que perpetúan la tradición. Aquí la liturgia alcanza el grado supremo, con fechas, nombres y hechos que se recuerdan a modo de mantra.
Los templos del Northern Soul eran salas de fiestas de barrio que alcanzaron un sorpresivo impacto. A la izquierda, el mítico Wigan Casino, la última de estas salas de referencia y quizás por ello, la más recordada. A la derecha, interior del Twisted Wheel de Manchester, el sitio donde empezó todo.
Fue el 6 de diciembre de 1981, los mods habían vuelto con el revival, pero era distinto, había una generación de por medio. Como en un cuento, todo habría acabado por la mañana. Estaba marcado para las 8, por eso los temas finales se guardan en la memoria. Un tridente de nuevo, tres temas antes del fin, los 3 before 8 que se pronuncian con nombre propio. Por suerte, aún hubo un bis para aplacar la histeria, que inesperadamente, se convirtió en el tema por excelencia. De los que bailaban, de mods renacidos, de la cultura del Northern Soul. Sonó «Do I love you» de Frank Wilson y tras abrirse las puertas, afuera ya era de día. Si esto rompió algún hechizo no lo sabemos, pero sí formuló uno nuevo, el que hizo de esta cultura un clásico que vive hasta nuestros días.
Quizás no tuviese nada de mítico en su momento, irse por la mañana a casa tras una fiesta tan solo deja resaca y puede que un cierto pesar, un buen recuerdo en el mejor de los casos. Pero a cuarenta años vista, el legado de aquellos años es imborrable, por más que el patrón estético haya sido olvidado (a propósito) por los historicistas.
Que queda de todo ello? La música, inolvidable, que nunca ha dejado de estar ahí. Y de propina, dos iconos intemporales que valen su peso en oro.
Primero, un nombre para citarlos a todos: Northern Soul, creado por Dave Godin, un periodista y dueño de la tienda de discos de Covent Garden «Soul City», templo de la modernidad a menor escala del que salían discos americanos para toda Inglaterra. Para sorpresa de Dave y los suyos, los chicos del norte que visitaban Londres pasaban completamente de sus consejos, de los que daba la radio y de todos los charts. Ellos querían un soul tan crudo como sus barrios, nada de éxito y sí underground. Godín apartaba los discos que encajaban en tal subtipo y le decía a sus empleados: no les mostréis novedades, dadles el Northern Soul que les gusta.
Y ellos lo consumían día tras día hasta llegar el sábado, cuando los templos soulísticos daban fiestas all-nighter donde podían mostrar su razón de ser.
Esto es lo sucedido, queda para otro día saber porqué, por qué los chicos de clase obrera de la Inglaterra norteña no consumían lo que decía la industria, por que crearon tendencias propias contracorriente. Fue rebeldía a secas? Baile estridente para olvidar?
Quizás otro icono de esta cultura nos dé una pista. Es un emblema simple, en blanco y negro, un diseño sin florituras. El puño cerrado de los Panteras Negras anuncia que se resistirá frente a lo que sea. Son minoría, quizás batallas perdidas frente a los poderosos y el main stream. En ese contexto crítico, ya solo queda apelar a la fe y conservarla ante viento y marea.