Rafa Cervera
Valencia Plaza, 30/06/2024
Sin los artistas que, con más o menos intención, deformaron su aspecto convencional o la empujaron a seguir caminos temerarios, la música pop habría sido de otra mamera. Nico, Suicide, Can, Yoko Ono, Captain Beefheart, Cabaret Voltaire, Einsturzende Neubauten. Que cada cual piense en su instigador favorito. Yo recuerdo hoy a sobre James Chance, fallecido el pasado 18 de junio, agente fundamental para que cierta música saliera disparada en una dirección imprevista. En estos casos, las consecuencias del impacto eran inimaginables. Podían tardar años en manifestarse y también podían dejar su rastro en sitios tan impensables entonces como València. En 1978, Chance lideraba los Contortions, un grupo neoyorquino que fusionaba el punk y la música negra para dar forma a la versión sonora de una explosión nuclear. Sus canciones abrían No New York, álbum que, lo mismo que los debuts de Velvet Underground, The Stooges o Suicide, fue decisivo desde el primer instante de su existencia, lo único que necesitaba para ser reconocido como tal era tiempo. No New York constaba de canciones grabadas por cuatro nuevas bandas neoyorquinas cuya tosquedad superaba con creces a cualquier grupo punk de 1977. El gancho publicitario de aquel disco consistía en que las cuatro bandas habían sido producidas por el insigne Brian Eno. Más que salvajismo, lo que había en aquella música era indiferencia hacia el pasado y desdén por el futuro. Estaban ahí para hacer añicos las normas que definían al rock y a la música pop. Su éxito consistía en aliarse con el caos, abusar del ruido, destrozar las paredes y los cimientos de eso que solemos llamar canción. Ese era el espíritu del movimiento al que representaban, la no wave, tan escéptico y fulminante que contó con muy pocos representantes reales. Los que quedaron para la posteridad fueron los cuatro de No New York: Teenage Jesus & The Jerks, Mars, DNA y, por supuesto Contortions.
Ninguna de aquellas cuatro bandas tenía la más mínima posibilidad de sobrevivir a su propia furia, a su visión cáustica de la creación. Dependiendo de quien la escuchara, su música podía resultar intolerable y eso es algo que persiste con los años. Mars, DNA y Teenage Jesus no son grupos que un dj pueda colocar en una sesión. No son bandas para sonar en una fiesta, tampoco en la radio. Ahí reside el poder de las bandas consideradas las entrañas de la llamada no wave. Lo que sí había en No New York era algunas estrellas. Lydia Lunch, Arto Lindsay y James Chance, que de todos ellos parecía el único interesado en acceder a un público más amplio. Era un saxofonista frenético, que cuenta entre sus logros el haber fusionado el free jazz con el impulso del punk y el ansia por desestructurar el rock. A partir de 1978, una nueva generación de artistas y grupos de rock dejaron de sonar como tal. Se impregnaron de música caribeña, de sonidos electrónicos e industriales o de funk. A esa mutación radical se la llamó postpunk. Chance fue uno de sus pioneros. El nihilismo de su actitud –sus directos se hicieron populares por sus enfrentamientos con el público- facilitaba otras transgresiones. James Chance les dijo a los blanquitos de la nueva ola, a los intelectuales de los garitos neoyorquinos, que el funky y la música discotequera molaban tanto como cualquier cosa que sonara en el CBGB. Nadie generó semejante cruce de energías como aquellos Contortions que operaron por Nueva York entre 1978 y 1979. Una agrupación perfecta de músicos que se compenetraban perfectamente. Pat Place, Jody Harris, Don Christensen, Adele Bertei y George Scott fueron para James Chance lo que la Magic Band para Captain Beefheart, las piezas perfectas para sublimar el arte de la imperfección. Aquel acto de rebeldía terminó configurando un pilar para la música que años después, a sellos como DFA, Output y Gomma.
He dicho que Chance era una estrella en ciernes. Lo peliagudo de su estilo contrastaba con la cuidada imagen. Entre las camisetas rotas y el cuero, él se vestía como un músico de big band de los años cuarenta, traje y corbata, a veces con esmoquin. Era brutal y elegante a la vez. En 1979, el empresario que confió en su talento, Michael Zilkha, le propuso grabar un álbum de música discotequera. Los Contortions pasaron a llamarse James White & The Blacks y Off White fue el resultado de aquel experimento. Música de baile que jamás sonó en ninguna discoteca convencional. August Darnell, artífice de Kid Creole & The Coconuts y productor que funcionaba como el Phil Spector del sello ZE Records, remezcló “Contort Yourself” y le añadió ritmo, en un intento de acercar la canción a las pistas de baile. De Chance se dice que es el padre del punk funk, afirmación tan cierta como merecida, pero sobre todo, fue un personaje subversivo, demasiado radical para llegar al gran público. Chris Stein, que junto a Debbie Harry aprovechaba el éxito de Blondie para dar a conocer a sus amigos del underground, le produjo en 1981 el álbum Sax Maniac para su sello Animal Records. No hubo suerte. La muerte ese mismo año de Anya Phillips, mánager y pareja de Chance, se lo puso todavía más difícil. Su carrera se apagó.
Durante los noventa, Henry Rollins reeditó sus discos clave y los Red Hot Chili Peppers reconocieron lo mucho que su estilo le debía al neoyorquino. El renacer llegó con los primeros años del nuevo y la revisión de corrientes como el punk funk y el disco not disco –etiqueta que proviene del título de un recopilatorio de ZE que sintetizaba perfectamente el espíritu del sello, música de baile que a veces era imposible bailar, música experimental que a veces también era divertida-. Desde entonces, su nombre se empezó a mencionar con más insistencia. LCD Soundsystem, Jon Spencer y Franz Ferdinand, que llegaron a invitarle a tocar con ellos en una aparición televisiva de 2018, también reivindicaron la importancia que su estilo pionero tuvo en su música. La remezcla de “Contort Yourslef” sonó en clubes, en desfiles de moda, apareció en discos con sesiones de djs. A raíz de la noticia de su muerte, las reacciones de los medios musicales angloparlantes han puesto de manifiesto la gran importancia de James Chance. En España, las menciones han sido más discretas, sobre todo en las redes sociales, pobladas por usuarios que suelen deshacerse en elogios cada vez que un músico se va al otro mundo. James Chance es importante si conoces la intrahistoria de la música pop. Para los que en su momento la estudiamos viviéndola y podemos contarla aunque no existiera Google. A mí James Chance me quitó los prejuicios de un guantazo. Su versión de “Don’t Stop Till You Get Enough” de Michael Jackson, hecha en 1980, cuando el original aún era un éxito, me abrió los ojos a muchas cosas. La furia desatada de su saxo, la contundente carnalidad de Buy y Off White. Aquel “Contort Yourself” que me chillaban en mi cara adolescente que me olvidara del futuro y de intentar ser el más listo de la clase. Jamás fui el más listo de la clase. Por eso le estoy tan agradecido a James Chance.