Noelia Ferreiro
El País, 19/07/2024
La herencia más genuina de lo americano desfila por la capital del Estado de Tennessee, indisociable de los ‘honky tonks’, el pollo picante y el encanto sureño. Una metrópoli que, además de la música, sabe cultivar como ninguna otra el arte del buen vivir
“Hello, I’m Johnny Cash”. Aquella mañana de invierno, la prisión de Folsom amaneció con un concierto improvisado ante sus más de 2.000 convictos. Corría el 13 de enero de 1968 y con aquel show nacía un álbum en directo que no solo se convertiría en uno de los más vendidos de la historia del country, sino que, además, sería encumbrado por la revista Rolling Stone como uno de los mejores discos de todos los tiempos. Nadie como el hombre de negro personifica mejor el alma de Nashville, la ciudad en la que murió y que es la cuna de este género tan genuinamente americano. Aquí donde la noche hierve en los honky tonks entre botas puntiagudas de cuero y sombreros de cowboy, un museo honra su memoria, junto a la de otros miles de músicos que llegaron un buen día sin nada más que una guitarra y un sueño.
Muchas décadas después, la capital del Estado de Tennessee sigue siendo el séptimo cielo para los peregrinos de estos ritmos nacidos al calor del whisky. Y más ahora que Beyoncé ha sorprendido a sus fans con un inesperado giro hacia el country en su álbum Cowboy Carter, y que la misma Taylor Swift, antes de alzarse al trono del pop, se atrevió a revitalizar este estilo que parecía pasado de moda.
Broadway es el epicentro de estos garitos con música en vivo, que son carne de neón y madrugada. La agitada calle en la que todo pasa, incluidas las jam sessions en las que, de pronto, puede estar tocando una leyenda del mañana. Así ha sido siempre en esta ciudad imprevisible recostada sobre el río Cumberland a la que se viene a revivir mitos. Como los que descansan en The Country Music Hall of Fame, donde, además de comprender el papel de Nashville en el mapa melómano del mundo, se puede admirar uno de los 200 Cadillac que llegó a comprar Elvis Presley: una joya, nunca mejor dicho, con el salpicadero bañado en oro.
A pocos pasos, el Ryman Auditorium, al que se conoce como Mother Church of Country Music, se jacta de haber acogido espectáculos en los locos años veinte, con protagonistas como Katharine Hepburn, Charlie Chaplin o Mae West. Fue aquí donde tuvo lugar el Grand Ole Opry, la transmisión semanal de radio por la que pasaron las estrellas del country entre 1943 y 1974. Más recientes son las actuaciones de Bob Dylan o Ringo Starr, que hasta ha celebrado algún cumpleaños sobre este célebre escenario.
Visitar Nashville pasa por conocer alguno de los sellos discográficos que se suceden en la Music Row, el distrito en el que se concentran las oficinas de la industria musical. Legendario como ninguno es RCA Studio B, donde Elvis grabó más de 200 canciones y donde cuentan que Dolly Parton llegó tan nerviosa a registrar las suyas que chocó su coche contra la fachada. Una visita guiada, mientras suenan los hits salidos de este estudio como Only the Lonely, de Roy Orbison, o I Will Always Love You, de la propia Parton (aunque fue popularizado después por Whitney Houston), transportan a momentos que hicieron historia.
Puestos a seguir con la mitomanía, hay que recorrer Printers Alley, el famoso callejón del centro, entre las avenidas Tercera y Cuarta. Este pasaje en el que en tiempos de la ley seca se hacía la vista gorda con el consumo de alcohol, centralizó la vida nocturna en la década de los cuarenta, propiciando el lanzamiento de sus carreras a Chet Atkins o Jimi Hendrix. Pero antes ya tenía una historia curiosa: era el lugar donde residía la industria editorial con dos periódicos y hasta 10 imprentas. Hoy, claro, solo quedan los bares.
The Bluebird Cafe, otro de los locales épicos situado en las afueras (cualquiera que se defienda con un instrumento puede presentar sus canciones ante cazatalentos ocultos entre el público), es una parada interesante antes de concluir la ruta rítmica en un centro que va más allá del country: el Museo Nacional de la Música Afroamericana. Una delicia de visita en la que a reliquias impagables (como la trompeta de Louis Armstrong o uno de los Grammy de Ella Fitzgerald) se suma la tecnología interactiva para brindar un paseo por esa música negra que ha compuesto la banda sonora de Estados Unidos. Cuatro siglos de historia y de cultura, desde los cantos espirituales de los esclavos hasta el hip hop, pasando por el blues, el jazz, el góspel y el rhythm and blues.
Pero aunque cueste creerlo, Nashville es mucho más que la Music City, el merecido apodo por el que se la conoce. Aunque su cometido principal es cumplir con las expectativas, bajo su eterno sonido respira una ciudad segura y próspera, con oportunidades laborales y un coste de vida asequible. “Atrae a mucha gente joven y eso se nota en su energía y su creatividad”, resume Matt Bodiford, mánager y relaciones públicas de la oficina de turismo. Y lo que salta a la vista es que sabe cultivar el arte del buen vivir, como mandan los cánones que componen el estilo de vida sureño.
La gastronomía, otra protagonista
Esa inclinación al disfrute se aprecia en la fiebre por abrir cervecerías artesanales, cafés con encanto y tiendas de moda alternativa. Incluso en esa capacidad para transformar, muy en la onda de Berlín, almacenes abandonados en espacios para la cultura. Pero, sobre todo, en una afición a la gastronomía difícil de encontrar en otros puntos del país.
Más allá de las barbacoas típicas de la región y de lo que llaman los meat-and-three (establecimientos de carne con tres acompañamientos), ningún viaje a Nashville estaría completo sin probar el hot chicken o pollo frito picante, cuyo origen, cuentan, está en una esposa despechada. Al parecer, quiso castigar a su parrandero marido con una dosis extra de chile y tanto gustó este experimento que acabó abriendo un restaurante especializado. Realidad o ficción, lo cierto es que hay un lugar donde lo sirven delicioso: Assembly Food Hall, una suerte de gastromercado con más de 30 puestos de comida (de tacos mexicanos a phos vietnamitas) y con el rooftop más grande de la ciudad para acoger eventos y fiestas. Si, por el contrario, se busca una experiencia más íntima y sofisticada, el lugar será Black Rabbit, con una cocina de corte mediterránea acompañada de ricos cócteles.
A todo ello se suma otro Nashville que permite escapar del asfalto y la nocturnidad para respirar aire puro. Es el que aguarda en los Cheekwood Estate & Gardens, 12 jardines temáticos en los que empacharse de paz, y, muy especialmente, en el Centennial Park, donde se erige una delirante réplica del Partenón de Atenas. Aquí un código QR en cada árbol dirige hacia unos vídeos en los que músicos locales cantan a la especie en cuestión. Esta iniciativa, que sirve para que los visitantes conozcan la vegetación que tapiza el pulmón de la ciudad, lleva por nombre If Trees Could Sing (si los árboles pudieran cantar). Lo que le faltaba a la Music City.