Crazy Minds, 26/06/2015
La compilación ‘G Stands for Go-Betweens’ aparecida a principios de[l año 2015] ‘pasa a limpio’ los inicios de The Go-Betweens recuperando todo el material de sus primeros singles y EPs, sus primeros tres discos y un par de notables directos junto a numerosísimas rarezas (unas 70) hasta mediados de los 80, un material bastante fuera de circulación hasta la fecha. Casi una década después de la muerte de Grant McLennan en 2006 a causa de un paro cardíaco cuando el grupo vivía una segunda juventud tras regresar en 2000, el otro líder del grupo, Robert Forster, se ha aplicado con esmero a rememorar aquellos tiempos de pioneros: la caja incorpora además de los discos un libro de memorias que hace las delicias de los fans por la cantidad de confesiones e historias que hila un Forster que se ha dedicado profesionalmente al periodismo musical en Australia, y eso se nota. Pero vayamos al principio…
Un pequeño repaso biográfico
Brisbane es cuna de talento musical. Una de las más populosas ciudades australianas encierra un gran número de bandas punk, rock y psicodélicas que ciertamente parecen moldear una escena musical desde los inicios del punk hasta mediados de los 80, un chorro incontenible de creatividad musical y radicalidad, en parte, gracias a estar en un lugar remoto y alejado de cualquier otro lugar que pueda irradiar influencias. Este aislamiento, sin duda, contribuyó a estimular la imaginación de un puñado de jóvenes que, reflejados, sobre todo en los Ramones volcaban su rabia interior contra el mundo y la autoridad. Los pioneros fueron The Saints, cuyos primeros trabajos son auténticos clásicos que siguen sonando vigentes, los padres del punk australiano, y su disco ‘Prehistoric Sounds’ (1979) es la quintaesencia de un sonido que pocos supieron llevar tan lejos e incluso descolocaron a los británicos tras haber desembarcado allí con un par de singles hípervitaminados como‘(I’m) Stranded’ y ‘This perfect day’, en la línea de sus compatriotas de Sydney Radio Birdman. De Brisbane también proceden The Riptides, un grupo más desconcertante que los Saints y que tiene concomitancias con bandas británicas de la época como The Stranglers, a caballo entre el punk y los sonidos típicamente ochenteros.
Pero en Brisbane no todo era punk sudoroso. También se consolidó en seguida una escena new wave y postpunk casi tan interesante o más que la liderada por The Saints y que acabó deviniendo rock alternativo. En ese escenario germinó una de las sociedades musicalmente más ricas del pop de todos los tiempos: The Go-Betweens. Aparecieron en 1977 tras la unión de dos cantantes y guitarristas -Robert Forster y Grant MacLennan-, en esa riquísima tradición ya clásica del rock que apareja apellidos inolvidables (des de Stoller&Lieber, pasando por Lennon&McCarney, Simon&Garfunkel o Jagger&Richards). Foster y MacLennan estrecharon lazos en la populosa universidad de Queensland, al calor de un campus que rezumaba inconformismo y que funcionaba como vector cultural e intelectual. Dos jóvenes con inquietudes artísticas y estéticas marcadamente influidos por grandes nombres del rock como David Bowie pero también atentos a la agitación punk local que había permitido a sus convecinos The Saints saltar a la fama o a bandas norteamericanas que estaban ofreciendo otro punto de vista musical como los Modern Lovers.
Su primera actuación tuvo lugar en un local mítico de Brisbane llamado Baroona Hall a principios de 1978 y, en ese momento, nadie podía ni imaginarse que pudieran llegar a componer música tan rotundamente buena como lo hicieron en bien poco tiempo. Y es que, enseguida, se les planteó la posibilidad de abandonar las antípodas rumbo a Gran Bretaña. Radicados en Escocia y a través de Postcard Records publicaron material apoyados en el batería de Orange Juice como tercer componente. Entre les brumas escocesa compartieron sello junto a luminarias como los citados Orange Juice de Edwyn Collins, Aztec Camera o Josef K.
Los Go-Betweens retornan a Brisbane en 1980 y tras probar con hasta ocho baterías diferentes entra en escena Lyndy Morrison (una celebridad local que lideraba el grupo de punk feminista Zero) y que se haría cargo de las baquetas hasta el final de los ochenta y que, a la sazón, mantuvo una relación sentimental con Robert Forster.
Nombres de mujer
Nombres de mujer
Pero volvamos atrás. A los inicios. Debutar en 1978 con un single con dos canciones de amor con nombre de mujer en el título ya fue toda una declaración de intenciones. La cara A, ‘Lee Remick’, la actriz pelirroja de ojos casi azul transparente; la cara B, ‘Karen’, una bibliotecaria que despierta instintos casi psicopáticos en el protagonista de la canción mientras le ayuda a encontrar los libros de Gide, Brecht o Joyce con pose de monja. Letras inteligentes, cultas, de las que te hacen sentirte un oyente privilegiado y que ya en sus inicios tenían el listón muy alto pese a la juventud de los componentes.
Después llegaron un par de sencillos más de naturaleza similar al debut y que les situaban en la línea oscura que va de Velvet Underground, pasando por Television y, por supuesto, Talking Heads, Wire, The Feelies o Modern Lovers. Ellos no lo sabían, buscaban el éxito, pero estaban plantando la semilla del ‘indie’. Incluso el primer material editado en su álbum de debut ‘Send me a lullaby’ aporta cierto tenebrismo musical que los emparente al afterpunk y a propuestas como las de Joy Division.
De ese primer disco sobresale ‘Eight pictures’, una siniestra historia de un individuo devorado por los celos que acaba fotografiando los escarceos de su novia con otros hombres y, como se recrea en alguna versión en directo contenida en la caja, la cámara de fotos era una Kodak Instant, un auténtico símbolo de ese tiempo que también permitía perpetrar ‘selfies’. ‘Eight pictures’ es new wave – como unos REM del principio- pero también es noise –cuando Sonic Youth todavía iban en pantalón corto-. Una pieza que se abre camino casi monótona, repetitiva en sus acordes perezosos, casi dadaísta hasta que se abre en canal con un inesperado solo de batería que la hace inolvidable. En definitiva, una pátina nuevaolera que también se aprecia en la espasmódica ‘It could be anyone’ donde colisionan buena parte de los sonidos más osados de la década empezando por la Velvet y acabando por el afterpunk. ‘Send me a lullaby’ es un monumento al artrock gracias a un trío rezumando poderío y bravura y ese toque sentimental que eran incapaces de quitarse de encima.
Squatters en Londres
En 1982 se trasladan a Londres, su centro de operaciones ya durante toda la década. Al principio –tiempos míticos- compartiendo un squat (casa okupada) en Fulham con los miembros de Birthday Party y su compatriota Nick Cave. Llegó el segundo álbum, ‘Before Hollywood’, mucho más brillante y melódico que el debut y con canciones de ambos compositores complementándose en fondo y forma. Mirando cara a cara a bandas como REM o The Smiths, The Go-Betweens firmaron clásicos como ‘That Way’, una obra maestra de cuatro minutos que muestra la realidad del grupo sin trampa ni cartón: “En busca de una nueva voz/ has quemado todas tus letras/ y volaste a una nueva ciudad”. También está ‘Cattle and Cane’ considerada décadas después una de las más grandes canciones australianas de la historia. La leyenda dice que fue compuesta en el ‘squad’ que ocupaban con la guitarra de Nick Cave mientras éste volaba subido a la grupa del ‘caballo’.
Sus álbumes jamás aguantaron más de dos semanas en las listas de ventas británicas. Nunca tuvieron un número 1 pese a publicar singles magistrales como ‘Cattle and Cane’ pero siguen siendo lo que en argot literario se llama ‘long sellers’. Escuchas sus discos de los 80 y te preguntas por qué triunfaban otros y ellos no eran ídolos. De hecho, esta reflexión fue un mantra que los acompañó durante toda la década de los 80 alabados por la crítica y por muchas otras bandas pero sin conseguir el favor del gran público.
Drenándote la piscina
Drenándote la piscina
Su tercer álbum los arrima definitivamente al pop y fija su patente de estilo, ya sí totalmente reconocible. ‘Spring Hill Fair’ (1984) cierra una trilogía musical en la cima de su creatividad y los 10 cortes que contiene son sencillamente geniales. Entre la celebérrima pieza que lo abre -‘Bachelor Kisses’- hasta la rítmica que lo cierra -‘Man O’ Sand to Girl O’ Sea’- ofrece lo mejor de los Go-Betweens. En la memoria de quien firma estas líneas permanecen inmutables casi todas las canciones de ‘Spring Hill Fair’ con mención especial a ‘Draining the pool for you’, una historia de atracción fatal entre una estrella cinematográfica a punto de marchitarse y el responsable de mantenimiento de su piscina con los típicos giros narrativos del grupo, siempre tan literarios y vívidos. El binomio Forster/McLennan consigue la perfecta simbiosis ayudados por una producción recia pero pop y repleta de músicos colaboradores que embellecieron unas piezas ya de por sí excelsas.
Esta caja de luxe publicada por Domino en enero [de 2015] es un primer volumen que recupera un centenar de piezas de los primeros siete años de vida de la banda y es previsible que en un futuro pueda recuperarse el segundo tramo de los 80 hasta la disolución del grupo con sus tres trabajos siguientes ‘Liberty Belle and the Black Diamond Express’ (1986), ‘Tallulah’ (1987), ‘16 lovers lane’ (1988) y multitud de singles y otras rarezas.
McLennan y Forster urdieron en los 90 interesantísimas carreras en solitario apostando más por la faceta cantautoril para regresar en 2000 como The Go-Betweens con gran fuerza y editar tres discos más que sobresalientes hasta 2006, año del fallecimiento de McLennan.