José Martín S
marilians.com, 23/09/2020
Doc Pomus es una de las grandes figuras olvidadas de la música popular del pasado siglo. En 2012, un documental estadounidense rescató su vida y recordó parte de sus más de 1000 creaciones musicales que popularizaron otros. “AKA Doc Pomus” de William Hechter muestra la fascinación del compositor (su nombre real era Jerry Felder) por el blues desde temprana edad. Hijo de una familia judía de clase media que vivió en Nueva York, de niño padeció la polio, lo que le obligó a desplazarse en silla de ruedas. Antes de cumplir 20 años, ya hacía sus pinitos cantando en clubes de la zona Noreste norteamericana. Los asistentes a sus directos se sorprendían al ver en escena a ese peculiar “blanco con muletas cantando blues en locales de Harlem”. Comenzaba a propagarse la leyenda y las peticiones de colaboración en cascada. Para Joe Turner compuso “Chains of Love”, un clásico del blues sobre el desamor con instantes desgarradores como el de “These chains of blues gonna haunt me until the day I die”, “Young blood” para The Coasters que supuso uno de sus primeros número uno en ventas, o “Lonely Avenue” para Ray Charles. Hill and Range Songs, la discográfica que publicaba a Elvis, lo contrató como letrista junto al pianista Mort Shuman. Desde el edificio Brill, el centro neurálgico de composición de canciones pop situado en Broadway, el tándem artístico formado por Pomus y Shuman demostraron una capacidad innata para desarrollar hits populares que arraigaban en el imaginario de la juventud de la época ansiosa de nuevos referentes musicales. En dicho edificio, Pomus conocería al conflictivo titán de la producción Phil Spector, al que define en el documental como un hombre de “talento extraordinario y un guitarrista excepcional”. Para entonces, Pomus en colaboración o en solitario había cosechado una ristra ingente de éxitos para el sello Atlantic Records como “This Magic Moment”, “Save the Last Dance for Me” o, para Elvis Presley, “A Mess of Blues” y “Viva Las Vegas”.
En febrero de 1964, los Beatles aterrizaban en el aeropuerto JFK de Nueva York ante miles de admiradores: un terremoto que sacudió los cimientos musicales del país como lo acababa de hacer en Reino Unido. Emergía una nueva hornada de músicos-autores como Bob Dylan o los propios Beatles, que además de interpretar eran responsables de la composición de sus temas por lo que prescindían de letristas y de arreglistas externos. El matrimonio artístico entre Mort Shuman y Doc Pomus, y el sentimental entre el segundo y su mujer, la actriz Willi Burke, comenzaba a resquebrajarse. Pomus dejaba de lado su carrera y probaba suerte en las timbas de póquer. La secuelas de su enfermedad, además, empeoraban tras una caída en la calle. Hasta mediados de los setenta, y a pesar de que algunos artistas comenzaron a reivindicar su figura y realizaron nuevas versiones de sus clásicos, Pomus no fue consciente de su transcendencia para la composición musical del pasado siglo. Animado por esta legión de seguidores, decide volver a los estudios de grabación y trabaja para músicos como Dr John o Willy DeVille. Fue un leve renacer en el que, hasta Bob Dylan, que de alguna manera había contribuido a acabar con la escudería de la vieja escuela de creadores de temas populares de los cincuenta a la que Pomus pertenecía, alabó el influjo poético de algunos de sus temas.
En marzo de 1991, Pomus fallecía dejando un formidable legado que se tradujo esa misma década en “Till the night is gone: A Tribute to Doc Pomus”, un recopilatorio de versiones de sus clásicos publicado en 1995. Allí, Bob Dylan le homenajeaba con “Boogie woogie country girl”, Shawn Colvin ralentizaba el clasicón “Viva Las Vegas” llevándolo a territorios vaqueros, Los Lobos intensificaban el punch blues de “Lonely Avenue”, el genio de los Beach Boys, Brian Wilson, añadía soniquetes con eco y color al “Sweets for my sweet” y, quizá lo más sorprendente, la apropiación por parte de Lou Reed, hasta dejarla casi irreconocible, de “This magic moment”. Un recopilatorio que hizo justicia al talento de Doc Pomus que nunca pudo escuchar pero que seguramente habría sido de su agrado.