jueves, 23 de febrero de 2023

CUANDO VERLAINE ERA EL REY (DESCONOCIDO) DE NUEVA YORK

Juan Manuel Bellver

The Objective, 12/02/2023

«Era angelical pero ligeramente demoníaco», retrataba Patti Smith en ‘The New Yorker’ a Tom Verlaine

«Iba a ver a Television cada vez que tocaban en el CBGB», recuerda Patti Smith. «Sobre todo para ver a Tom Verlaine, con sus ojos azules claros y su cuello de cisne. Inclinaba la cabeza, agarrando su Fender Jazzmaster, liberando nubes ondulantes, callejones extraños poblados de hombres diminutos, una matanza de cuervos y los gritos de pájaros azules corriendo a través de una réplica del espacio», cuenta la cantante y poetisa estadounidense en un artículo in memoriam publicado en el New Yorker.

El último sábado de enero falleció en Manhattan a los 73 años uno de los artistas más influyentes de la escena underground neoyorquina de los 70, coetáneo de Ramones, Blondie o Talking Heads, bandas pioneras del punk y la new wave con las cuales coincidió en el tiempo y se turnó en el mismo escenario del Bowery, sin tener demasiada cercanía musical.

«Tom Verlaine es un modelo para las nuevas generaciones de guitarristas con un gusto por la violencia punk y la melodía», lo había definido la revista Rolling Stone cuando lo situó en el número 90 de su top 100 de los mejores guitarristas de la historia. «La pureza de su sonido es única en el rock contemporáneo… Donde otros guitarristas liberan un amasijo de notas, Verlaine deja que un simple temblor haga todo el trabajo», había escrito sobre él en 1987.

En los últimos días, no han parado de publicarse obituarios, redactados muchas veces por gente que no le conoció, ni le vio actuar, ni siquiera vivió aquella época enloquecida en que Nueva York era una ciudad violenta y sucia, devastada por las drogas duras, en cuyo inquietante Lower East Side surgió el caldo de cultivo para el punk y otros movimientos alternativos. Y la mayoría de los artículos laudatorios repiten la misma cantinela, citando los homenajes en redes sociales de figuras como Michael Stipe (REM) o Thurston Moore (Sonic Youth).

«He perdido a un héroe», confesaba Stipe. «Bendito seas, Tom, y gracias por las canciones, las letras, la voz. Y más tarde las risas, la inspiración, las historias y la rigurosa creencia de que la música y el arte pueden alterar y cambiar la materia, las vidas, la experiencia. Me introdujiste en un mundo que puso mi vida patas arriba. Te estaré eternamente agradecido».

Lo cierto es que Television, el grupo que dio a conocer a Tom Verlaine entre la crítica y el público iniciado de aquellos días, era uno de los favoritos del cuarteto de Athens, que en sus giras de los 80 solían regalar en los bises una versión de See No Evil, el primer corte de Marquee Moon (1978),álbum de debut de los neoyorquinos considerado una de las obras maestras del rock. Al final, el fan terminó haciéndose amigo del maestro y hasta llegaron a colaborar en 1996, cuando Patti Smith decidió volver a los escenarios -tras un retiro artístico de 15 años en los que se dedicó a criar a sus hijos- y aquella gira de Gone Again recaló en el Doctor Music Festival, en los Pirineos, con Verlaine y Stipe como insignes miembros de la banda.

«Te echaré de menos, Tom. Descansa en paz», ha publicado por su parte el líder de Sonic Youth. ¿Qué ignota influencia musical habría ejercido el finado en la banda pionera del noise y el indie? Seguramente poca. Pero su relación era la de dos vecinos que vivían en la misma ciudad y se cruzaban habitualmente en Strand, la famosa librería de Broadway esquina con la calle 12, donde ambos eran asiduos de la sección de poesía.

¿Poesía hemos dicho? Por supuesto. ¡O acaso alguien cree que el apellido afrancesado le venía a Tom de familia! Nacido como Thomas Miller en Nueva Jersey y educado en Wilmington (Delaware), donde su padre se dedicaba a reparar aires acondicionados, nuestro hombre decidió adoptar el nombre artístico de Tom Verlaine, en homenaje al poeta simbolista francés Paul Verlaine del siglo XIX, cuando llegó a la Gran Manzana huyendo de la grisura del Medio Oeste. 

«Era un tiempo en el que todo parecía posible», rememora Patti Smith en el texto de despedida a su amigo. Efectivamente Nueva York no podía estar peor, devastada por la delincuencia y la corrupción, y el Lower East Side donde aterrizó nuestro protagonista era un barrio lleno de locales y pisos abandonados, con alquileres a precio ridículo por la falta de habitabilidad de algunas viviendas. 

En un edificio de la calle Bowery que funcionaba como asilo de marginados, un extravagante empresario de nombre Hilly Kristal regentaba, desde 1973, un bar con escenario, bautizado como CBGB respondiendo a la idea inicial de programar actuaciones de música Country, Blue Grass y Blues (iniciales de CBGB). El lugar estaba medio en ruinas, la cocina parecía una pocilga y había que ser muy valiente para usar los baños del fondo. “Tener un club en aquel sitio, debajo de un albergue de indigentes, tenía sus ventajas. La renta era razonable. Además, los vecinos vestían de forma más extravagante que los músicos que venían al local y no parecía preocuparles el ruido de la música o los gritos de la gente”. Para redondear la jugada, el cierre del Mercer Arts Center en augusto de 1973 había dejado a la mayoría de los grupos nóveles neoyorquinos sin un lugar donde tocar en directo. Y así se forjan las leyendas…

En este caldo de cultivo de apartamentos ocupados, barras de mala muerte, camellos y putas por doquier que tan notablemente ha descrito la serie televisiva The Duce, Tom Verlaine se encontró con un viejo compañero de aulas, Richard Myers, al cual el patronímico artístico de Richard Hell le iba de maravilla por su carácter irascible y su tendencia a todos los excesos. Juntos, formaron The Neon Boys, que poco después se convertirían en Television. Pero pronto surgió el conflicto entre ambos. El indómito Richard, precursor en la estética del pelo corto con tijeras de esquilar y la ropa cogida con imperdibles que luego copiaría en Londres Malcolm McLaren, se fue a formar Richard Hell & The Voidoids, con quienes grabaría el icónico Blank Generation (1977), a base de «riffs discordantes, sonido áspero y violento, la banda sonora de una irascible insatisfacción que reclamaba paroxismo como suero básico», como la describió en cierta ocasión Antonio de Miguel.

En cuanto a Verlaine, aquel chico pálido y larguirucho que, en sus inicios, era más poeta que músico, pronto aprendió a componer melodías hipnóticas y a rasguear las seis cuerdas con un estilo propio inimitable, respaldado por Billy Ficca a la batería y Fred Smith al bajo -en sustitución de Hell-, a los que luego se unió Richard Lloyd como segundo guitarrista.

En 1974, se subieron varias veces al entarimado del CBGB con una propuesta estética y musical muy diferente del raka-raka imperante. Grabaron maquetas , con productores reputados como Brian Eno o Allen Lanier que no condujeron al ansiado contrato discográfico. Se auto editaron el single Little Johnny Jewel (1975), cuando los sellos independientes estaban aún en pañales, y terminaron logrando firmar por Elektra, donde publicarían el imprescindible Marquee Moon (1977).

Aquel sorprendente álbum de debut, caracterizado por el trenzado lírico de sus dos guitarras y unas estrofas enigmáticas, ha pasado a la historia por su influencia en bandas posteriores -desde REM hasta The Strokes- y, en la clasificación de los 500 mejores álbumes de todos los tiempos que la revista Rolling Stone efectuó en 2003 ocupa un honroso puesto 128.

«Apenas vendieron unos miles de discos, pero todo el que se compró uno tuvo ganas después de formar un grupo». Esta frase apócrifa atribuida al legado de la Velvet Underground se puede aplicar igualmente a Big Star y, en el caso que nos ocupa, a Marquee Moon, el elepé que Flea, a la sazón bajista de Red Hot Chili Peppers, afirma haber escuchado al menos mil veces. 

El primer corte, que da título al disco, es una auténtica joya de 10.38 minutos de duración -en contraste con los temas anfetamínicos de dos minutos de sus compañeros generacionales-, que arranca con una sucesión de acordes reconocibles para cualquier melómano y mezcla patrones repetitivos con sonoridades orientales, consiguiendo generar una especie de estado de trance, sobre el cual Verlaine entona con su voz aguda estrofas sobre oscuridad y rayos evocando “el beso de la muerte y el abrazo de la vida”. ¡Ahí es nada!

«Verlaine toca la guitarra con un estilo desgarrador e hipnótico, como una sucesión de pesadillas, y canta todos sus versos como un pollo al que están estrangulando», opinó entonces el crítico Ken Tucker. Por supuesto, Marquee Moon no tuvo ningún éxito en su momento. Simplemente, se había adelantado a su tiempo.

Tuvieron mejor acogida su segunda entrega, el flojo Adventure (1978), pero la magia ya se estaba agotando y ambos guitarristas querían volar por su cuenta. Tras la disolución, Roir Tapes publicó en formato cassette el directo The Blow-Up (1982), testimonio de sus excepcionales conciertos. Y no volvieron a reconciliarse hasta diez años después, lanzando un disco homónimo que les permitió volver a salir de gira y reafirmar su estatus de grupo de culto, con ventas escasas y excelentes críticas.

En cuanto a aquel estilo guitarrero, afilado pero melódico, descrito una vez por Patti Smith como «miles de pájaros azules aullando», que alguno periodistas sesudos han relacionado con el saxo de John Coltrane o la versatilidad de Eric Dolphy, en realidad todo es más simple y hasta naif.

«Muchos piensan que nuestro sonido de guitarras fue el producto de algo mágico», explicaba Verlaine en una entrevista con Santiago Delucchi de la revista Los Inrockuptibles. «Pero es más bien, como decía Edison, un 1% de inspiración y 99% de transpiración. Es sobre todo trabajo, arreglos muy estudiamos, piensa que ensayábamos cinco días a la semana. Cuando nos tocó ir a grabar al estudio, tocar el set-list completo de nuestros recitales un par de veces y luego corregimos alguna pista. Eso bastó. Lo más curioso es que la mayoría de los primeros discos de los grupos neoyorquinos de nuestra generación, véase el Horses de Patti Smith o el debut de los Ramones, se hicieron así: en un par de tardes, quizá porque no había presupuesto para más».

¿Y la tontería de los pájaros azules? Nuestro protagonista lo aclara: «Salió de una de las primeras canciones que escribí cuando aún era un chaval. Se llamaba Bluebird y estaba basada en un tema country de Hank Williams con pocos cambios de acordes. Lo tocábamos en los primeros días de Television hasta que nos cansamos porque era muy simple. Patti lo escuchó y a ella le fascinó. De ahí viene este dicho suyo».

Tom y Patti fueron algo más que amigos durante aquellos años inocentes y atolondrados. Él puso los guitarreos en el primer single de ella, Hey Joe, y también toca en la canción Break it up de Horses. Más tarde, se le puede escuchar en discos de la poetisa underground como Gone again y Gung Ho. 

Para entonces, ya nadie se acordaba de su nombre, a pesar de haber firmado algunos trabajos en solitario bastante notables, destacando Dreamtime. Poco importó que David Bowie le reivindicase con una versión de su Kingdom Come, en el que para mí es su último gran album, Scary Monsters. Ni que el propio Verlaine participase en los discos de jóvenes admiradores como Luna (Penthouse) o Violent Femmes (Hotel Last Resort). NI que el malogrado Jeff Buckley grabase con él las primeras maquetas de su segundo -y póstumo- elepé. Para la historia, quedará siempre como el líder de Television y el creador de Marquee Moon: un bicho raro, discreto y talentoso, en la era más salvaje de Nueva York, que no se sabe cómo llegó a conquistar a los frikis que poblaban el CBGB. 

«Nuestra relación con el punk fue algo desafortunada», recordaba. «Por un lado, los fans del punk se sentían decepcionados cuando nos venían a ver… Decían: ‘¡Esto no es punk!’. Y, por otro lado, la gente a la que no le gustaba esa música no venía a nuestros conciertos porque creía que hacíamos punk». 

«Era angelical pero ligeramente demoníaco», le retrataba Patti Smith en The New Yorker. «A veces parecía soñador y lejano y, de repente, se echaba a reír a carcajadas, como un personaje de dibujos animados con la gracia de un derviche… Poseía el don infantil de transformar una gota de agua en un poema. Al no tener descendencia, en sus últimos días, agradeció el amor que recibió de mi hija, Jesse, y mi hijo, Jackson». Con él se va una época de Manhattan que nunca volverá y un pedazo de nuestra juventud.