domingo, 5 de noviembre de 2023

JOHNNY CASH, LA OSCURIDAD A MIS ESPALDAS

Mark Stielper

El Confidencial, 05/11/2023 

El Confidencial publica un adelanto del libro 'Johnny Cash: la vida en letras' (Libros del Kultrum), que repasa cómo la vida y las composiciones del cantante reivindicaban el mundo de los desheredados

La voz de Johnny Cash imperó, resonó y hechizó a lo largo de medio siglo. Resultaba identificable de inmediato, imponente y persuasiva. Apelaba a nuestros ideales más nobles y los cielos vastos. Convocaba nuestros mejores instintos. Hablaba por “los pobres y los derrotados”, los olvidados y marginados. Caminó con los condenados, y si tropezaba y caía, invocaba la gracia de Dios y volvía a levantarse. 

Era la encarnación de la humanidad, con todo el sufrimiento y la dicha que conlleva nuestra condición mortal. Cash contó su historia y la de muchos otros en canciones, en prosa y en verso. A través de la música, entretuvo y enseñó, rio y lloró, aulló y susurró, rezó y maldijo. Tanto si la inspiración venía de experiencias reales o eran fruto de su fértil imaginación, Johnny “fue” todas aquellas personas sobre las que cantó, “visitó” todos esos lugares, sufrió con los desdichados, exultó junto a los piadosos. Acompañó a los oyentes en los vuelos de su fantasía y por la cruda realidad, sin dejar que olvidáramos la nobleza de la humanidad ni las severas lecciones de la historia. Observó atentamente la fuerza y la fragilidad de la vida en este mundo y las expectativas y la gloria del que está por venir.

Hablaba con la autoridad de alguien que ha sido testigo, y en sus canciones compartimos con él esa experiencia. Nadie se puede creer de verdad que le disparó a un hombre en Reno solo para verle morir (¿o sí?). Pero todos nosotros hemos oído alguna vez aquel silbato solitario. ¿Quién no aspiró a portarse bien? ¿Anheló un amor que nos consumiera por entero? ¿Quién no ha querido tener a una persona a quien decirle “Te sigo queriendo esta noche”? ¿Quién no ha echado terriblemente de menos a alguien? ¿Cuántos podían escuchar a Johnny implorar "Nos veremos en el Cielo" y no sufrir en lo más hondo de su ser, sabiendo que esas mismas palabras están grabadas en la tumba de su hermano Jack Cash?

Visitó Vietnam, sintió el horror de las bombas sacudiendo la tierra y el alma, vio sobrecogido cómo perdíamos a los mejores, los más dotados, e imploró paz. Acudió a Wounded Knee, un oprobio en el alma del país, y contó su historia. Afirmó su fe visitando el enclave del primer milagro en Caná, Galilea. En los últimos días, ya moribundo, se resistía a ceder con reflexiones cáusticas contra el final inminente. Izaba la bandera por la mañana, levantaba los brazos para alabar al Señor, agitaba el puño contra las injusticias. Y respiró la brisa sureña. Amor, pérdida, risa, orgullo, determinación.

Sabía, efectivamente, de lo que hablaba. Había estado en todas partes. Su música nos entretenía y encandilaba. Su vida nos asombró y admiró. Pero fueron sus palabras las que hablaban a nuestros corazones. John R. Cash, hijo de Kingsland, de Dyess, del Cielo y el Mundo, fue ante todo un cantautor. Su sólida vigencia reside en los relatos, mensajes, emociones, alertas, imperfecciones y aspiraciones que conforman la vida humana. 

Con una vida rebosante de logros increíbles y de catástrofes devastadoras, Cash fue un cronista incisivo, a la vez que protagonista, de dicha experiencia en todas sus incontables facetas. A largo de esa existencia heroica, elaboró un canon artístico soberbio, un conocimiento que veneraba la fe, celebraba el amor, loaba la compasión y honraba el pasado sin dejarse cegar por él. De los muchos legados de Johnny Cash, la composición de canciones es el más perdurable. Este libro celebra sus palabras, que nos cuentan su vida. 

Su consagración se produjo por accidente, o coincidencia. O puede que fuera otra cosa. El 17 de abril de 1970, Johnny dio un concierto en la Casa Blanca por invitación de los señores Nixon y como parte de una serie de actos —An Evening at the White House— que pretendían celebrar la cultura estadounidense. Resultó que aquel mismo día el país entero estaba pendiente de la tragedia que parecía amenazar a la misión espacial Apollo 13, que había sufrido una explosión a bordo (“Houston, tenemos un problema”), causando desperfectos en la nave y poniendo las vidas de los tripulantes en peligro. 

Después de cuatro días interminables, en la mañana del día 17, los tripulantes regresaron sanos y salvo a la Tierra, provocando una inmensa sensación de alivio colectiva. Aquella noche, un presidente eufórico por el regreso de los astronautas se dirigió a la nación desde la sala Este y afirmó que aquel era “uno de los días más importantes de la historia de los Estados Unidos”. El comandante en jefe encomió “la valentía, el temple... el carácter y el ingenio” de todos los implicados: “En América —dijo— tenemos gente que cumple con su cometido”. Luego, homenajeó a su “distinguido invitado” con estas palabras: “Me parece de lo más oportuno [...] que Johnny Cash esté aquí esta noche, porque encaja… Nació en Arkansas y vive en Tennessee, pero pertenece al país entero”. 

Era la primera vez que se asociaba a Johnny de manera tan personal con un gran acontecimiento nacional. Los comentarios del presidente Nixon hallaron eco en sus sucesores a lo largo de las tres décadas sucesivas. En total, Johnny conoció a siete máximos mandatarios del país: Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush I, el paisano de Arkansas Clinton, y Bush II, que le premiaría con la Medalla Nacional de las Artes en el año 2002. 

Johnny Cash no dejaría de cantar a lo largo de su vida sobre la dicha estadounidense, aun siendo consciente de las vidas que pendían de un hilo y de lo fácil que era caer de donde estaba él a donde había estado. Otros no fueron tan afortunados, no tuvieron voz ni se les dio una oportunidad. Y se negó a olvidarlos. Como dijo Bono, de U2: “Johnny no le cantaba a los condenados; cantaba con ellos, y a veces daba la impresión de que prefería su compañía”. 

No solo cantó en las cárceles, también visitó a los presos, a menudo se sentaba allí y jugaba a cartas con ellos. Respaldó los refugios de mujeres, hizo galas benéficas para los nativos americanos, donaciones a muchas organizaciones benéficas y organizaciones civiles, financió la construcción de hospitales y orfanatos. También protagonizó actos de filantropía de los que nadie tuvo jamás noticia. Después de leer un artículo en la prensa, Johnny entregó dinero al hospital Vanderbilt, en Nashville, con que pagar una máquina para la disfunción renal que salvó la vida de un hombre negro al que no conocía.

Le indignaba sobremanera la injusticia contra los desposeídos. “Debería atormentar la conciencia de todos, sobre todo de los que tienen más y deberían entenderlo”, dijo. Sus canciones decían algo que no temía compartir, independientemente del escenario donde las cantara.