jueves, 13 de noviembre de 2025

MOLCHAT DOMA: “SIN EXPERIMENTACIÓN, TODO SE REPITE”

Juampa Barbero

Indie Hoy, 12/11/2025

Antes de su segunda presentación en Argentina, hablamos con Paul Kazlou sobre la identidad sonora de la banda bielorrusa.



Molchat Doma suena como una ciudad que respira en cámara lenta. Cada canción late entre concreto y neón, entre ecos que se repiten hasta volverse mantra. Desde Minsk, el trío bielorruso transformó la melancolía en una corriente eléctrica que viaja por el cuerpo. Lo oscuro se vuelve movimiento, y el movimiento, un trance que disuelve el pensamiento.

Después del Konex en 2022, la banda prepara su regreso a Argentina. El 13 de noviembre, el C Art Media será el punto donde el sonido y la penumbra vuelvan a encontrarse. Paul Kazlou, bajista del grupo, lo resume con claridad: “El público argentino es muy intenso y genuino. Se conecta de inmediato con la música, tanto emocional como físicamente. Esa es una energía imposible de fingir, y se queda con vos después del show”.

Molchat Doma canta en ruso, pero su alcance es global. En Argentina, México, Japón, Inglaterra o Alemania, los cuerpos se mueven igual aunque las palabras no se comprendan. Para Paul, “es una de las cosas más sorprendentes y hermosas. La atmósfera, el tono, la emoción: todo eso transmite significado sin necesidad de traducción”. La cadencia de la voz, el pulso seco del bajo, el eco que rodea las melodías, todo se vuelve un idioma común donde la lógica afectiva reemplaza a la semántica.

Así, en los últimos años, Molchat Doma se volvió un punto de conexión entre Bielorrusia y el resto del mundo. Se habla de post punk, new wave, coldwave, darkwave y synth-pop, pero lo cierto es que su sonido viaja sin pasaporte. Paul lo resume sin pretensiones: “No nos molestan las etiquetas si ayudan a alguien a descubrir nuestra música. Nos atraen la sequedad, la simpleza y la tensión del post-punk, pero nunca quisimos ser una banda ‘típica’ del género. No tratamos de encajar: simplemente hacemos lo que se siente honesto, incluso si eso nos saca de las definiciones habituales”.

Desde su primer álbum, S krysh nashikh domov (Desde los techos de nuestras casas, 2017), su sonido ya parecía hablar desde un tiempo suspendido, un fantasma atrapado entre fábricas abandonadas y edificios soviéticos. La voz grave de Egor Shkutko narra un estado mental: el desencanto que puede ser tan bello como un amanecer reflejado en un charco de la tormenta de ayer.

La nostalgia suele ser el atajo más fácil para describirlos. Sin embargo, en su sonido no hay museo, sino movimiento. Paul explica que esa conexión con los años ochenta está más en el entorno que en la intención: “Simplemente crecimos rodeados de cosas —edificios, objetos, sonidos— que fueron moldeadas por los años 80, aunque ya fuera la década del 2000. Esa atmósfera está en nuestro trasfondo. Al mismo tiempo, vivimos en el presente y respondemos a lo que ocurre ahora. Así que la mezcla sucede de manera natural”. Cada sintetizador, cada textura de Mochalt Doma lleva impresa esa herencia soviética que se mezcla con la ansiedad contemporánea.

Su segundo álbum, Etazhi (2018), desencadenó la combustión. Guitarras frías, sintetizadores cortantes y letras que parecían extraídas de un diario en ruinas. El título —que significa “Pisos”— era una metáfora perfecta de su propio ascenso: una escalera invisible entre el anonimato y la devoción global. En cada canción se respiraba un tipo de soledad compartida, la misma que luego haría que miles de usuarios en TikTok bailaran, lloraran o filmaran paisajes nocturnos bajo el sonido de “Sudno (Boris Ryzhy)“.

Ese fue el momento en que Molchat Doma se volvió un fenómeno mundial sin proponérselo. Un fragmento de su melancolía terminó convertido en la banda sonora de millones de videos. No era un hit en el sentido tradicional: era una emoción codificada en otro idioma que, sin embargo, todos entendían. Internet tomó su oscuridad y la transformó en algo universal. De repente, eso sirvió para catapultar otros tracks arrasadores de la talla de “Toska”, “Kletka”, “Tancevat”, entre otros.

Cuando el mundo se detuvo durante la pandemia, Molchat Doma grabó Monument (2020), su tercer álbum. En esa pausa global, la banda encontró una nueva manera de escucharse. “Aprendimos que somos capaces de crear incluso en aislamiento e incertidumbre. Monument se grabó cuando el mundo estaba en pausa, y nosotros también lo sentimos internamente. Fue un momento de silencio y de desaceleración. Descubrimos que estábamos bien dentro de ese espacio de quietud”. El resultado fue un disco que encontró su equilibrio entre el acero y la piel.

En las entrañas del grupo, la experimentación es vital. Paul lo aclara: “Sin experimentación, todo se repite”. En Molchat Doma, cada textura y pequeño ruido que se filtra forma parte de un plan que nunca se anuncia del todo. “Siempre estamos buscando nuevas formas —en la estructura, los arreglos, el diseño sonoro. A veces son pequeños detalles, otras veces cambios más grandes. Pero eso mantiene todo vivo”. La búsqueda no apunta al virtuosismo, sino al descubrimiento: encontrar nuevas maneras de tensionar el silencio, volver física una sensación.

La evolución no pasa por abandonar la crudeza, sino por darle dirección, como se ve en su último dsco Belaya Pelosa (2024). “En nuestros primeros álbumes todo era intuitivo, simplemente probábamos cosas. En Belaya Polosa tuvimos más herramientas y experiencia. Sabíamos cómo conseguir el sonido que queríamos y no nos daba miedo profundizar. Los experimentos se volvieron más deliberados y texturales”.

Capaz en parte es por el cambio de escenario. La banda viajó a Los Ángeles para trabajar en su último disco: “Nos dio la sensación de que todo era posible. Nos dio un nuevo enfoque, nos sentimos un poco más valientes, un poco más libres”. Fue la primera vez que la banda trabajó en un estudio profesional completamente equipado, lo que permitió que el sonido adquiera cuerpo, densidad y profundidad. Pero hubo una cosa que para Paul no cambió en absoluto: “la honestidad: el deseo de ser nosotros mismos”.

Cuando se le pregunta cómo les gustaría que Belaya Polosa sea recordado dentro de veinte años, responde con la serenidad de quien no busca trascender: “como un punto de inflexión, un disco en el que abrimos un nuevo espacio sin perdernos a nosotros mismos, en el que dimos un paso adelante, no por cambiar, sino porque se sentía necesario. Ojalá dentro de veinte años siga sintiéndose vivo”. Hay algo casi cinematográfico en esa idea de avanzar sin abandonar la sombra que te trajo hasta el presente.

Esa dimensión visual no es casual. Las portadas de Molchat Doma —edificios gigantes, geometrías grises, cielos de neón apagado— son parte inseparable del sonido. “La arquitectura no es solo un fondo: es una forma de espacio emocional. A menudo pensamos la música en términos espaciales: vacío, concreto, eco. La ciudad, especialmente en los contextos postsoviéticos, moldea una sensación del tiempo y del silencio, y eso se filtra en el sonido”. Su estética brutalista encuentra la belleza en la dureza, en la simetría que sostiene la melancolía. 

Y si hablamos de cine, Paul siente que Andréi Tarkovski resuena con la sensibilidad estética de Molchat Doma, por la lentitud del tiempo y sus imágenes: “La gente suele asociarnos con Stalker, y no nos molesta. También nos gusta Wim Wenders, especialmente sus momentos urbanos. En general, nos atraen las películas donde el silencio habla más fuerte que el diálogo”. No sorprende: su música parece filmada en plano secuencia, como si buscara ahondar en lo que no se mueve. Ahí, donde otros llenarían el espacio con palabras, Molchat Doma elige dejarlo ser.

“El ritmo no está para hacer las cosas alegres, sino para que no se congelen. Buscamos un tempo en el que puedas avanzar mientras seguís mirando hacia adentro”, dice Paul.En esa tensión entre quietud y movimiento, la banda encuentra su identidad. Tiene sentido que el trip-hop aparezca como una influencia clave: “Te permite ser lento y tenso al mismo tiempo. Hay espacio, pausas, textura. Se siente más como soñar que como estar despierto, y eso le da profundidad emocional”. 

Belaya Polosa aparece como un punto de encuentro entre tiempos y texturas. “La idea de encontrar algo nuevo en el pasado y conectarlo con el futuro. Estábamos reflexionando sobre el cambio, el crecimiento, la adaptación. Puede sonar abstracto, pero todas son emociones muy personales para nosotros”. Su música siempre pareció provenir de un lugar intermedio: entre el hielo y el calor, entre lo urbano y lo espiritual, entre la nostalgia y la reconstrucción. Esa tensión se escucha en “Son”, donde el sueño late con un pulso eléctrico; en el track homónimo, que avanza como una línea blanca en medio de la penumbra; y en “Zimnyaya”, ese cierre que condensa todo el frío en una sola inhalación.

En 2025, Molchat Doma amplió el mapa sonoro de Belaya Polosa con una edición especial que reúne nueve remixes. Lejos de funcionar como simples reinterpretaciones, estas versiones operan como espejos distorsionados del original. Overseer, Juno Reactor, The Bug y otros productores desarman la arquitectura del disco para construir nuevas texturas. “Un remix se siente como si alguien abriera un costado de tu canción que vos no habías explorado”, dice Paul. ”A veces incluso resulta un poco inquietante ver cuán diferente puede sonar algo que hiciste en manos de otra persona”. 

Esa mirada revela una relación viva con el material propio —el reconocimiento de que una canción no termina cuando se publica, sino cuando otro la mira y la transforma. “La música está viva: deja de ser ‘tuya’ una vez que sale al mundo. Y si ayuda a alguien, ya sea para detenerse y respirar o para moverse y bailar, entonces está cumpliendo su función”.