sábado, 15 de noviembre de 2025

CRACKER, LA FUERZA DE LA GRAN AMERICANA

Fernando Navarro

El País, 13/11/2025

Sus letras, acompañadas de esos guitarrazos y esa actitud, son como observar el paisaje norteamericano de las esquinas, las cafeterías y las estaciones de servicio en las que no repara nadie, al estilo de una cámara contemporánea de Robert Frank

Hay bandas que simbolizan algo casi más poderoso que ellas mismas. Una de ellas es Cracker, la formación estadounidense salida de Richmond, en el Estado de Virginia, y liderada por el cantante David Lowery y el guitarrista Johnny Hickman. Como uno de esos emblemas propios de la identidad norteamericana, el grupo representa el arquetipo de banda de rock alternativo al mejor nivel, un combo repleto de sangre yanqui con auténtica actitud de resistencia y lucha. Porque escuchar a Cracker es como conducir por una carretera ancha e infinita con el viento soplando en la dirección correcta y a la búsqueda de una identidad libre de ataduras laborales y quizá alguna estupidez vital.

Surgidos en los noventa de las cenizas de Camper Van Beethoven, otro interesantísimo grupo que bien merece todos los reconocimientos, Cracker es el gran proyecto de un tipo talentoso y con mirada nada complaciente como David Lowery, un compositor que describe la realidad -y la canta con esa voz rasposa- como si fueran fotografías de Robert Frank pasadas por un filtro contemporáneo. Sus letras, acompañadas de esos guitarrazos propios de una gran escuela de rock sureño, son como observar el paisaje norteamericano de las esquinas, las cafeterías y las estaciones de servicios en las que no repara nadie.

Cracker es una banda esencial de la conocida etiqueta de Americana. El término Americana empezó a existir a principios de los años noventa. La revista No Depression, que tomaba su nombre de una canción del grupo Uncle Tupelo y surgió en 1995, empezó a usarlo en algunas de sus reseñas y artículos con el fin de definir un género no escrito que venía desde la década anterior. Concretamente, venía de todo ese movimiento musical variopinto y excitante que en España se dio en llamar Nuevo Rock Americano, pero que en Estados Unidos tuvo términos dispares como alt-country, cow punks, roots rock, desert rock… Música de raíces, la conocida roots music en EE UU, con el nervio desenfrenado del rock. Folk, country o bluegrass pasados por el filtro eléctrico.

Desde que el término Americana existe, Cracker se han erigido como uno de los mejores puntales del mismo y, seguramente, sin ellos la Americana no habría dado el salto al reconocimiento de una forma tan evidente y rápida. Una etiqueta que parece pensada para ellos. La personalidad de la banda es tan fascinante que, por momentos, parece que juegan en más de un terreno. A veces, parecen folk-rock al más puro estilo Neil Young, otras se asemejan al rock sureño de Lynyrd Skynyrd, otras van en la línea de country alternativo de The Long Ryders o Green On Red y no pocas veces se ponen el traje clasicista de unos Flying Burrito Brothers. Una buena prueba de este cruce de sonidos se encuentra en el último disco publicado, Take You Down (2025), un directo que recoge distintas actuaciones desde principios de los noventa hasta hoy y que sirve de magnífica radiografía del grupo.

De alguna forma, hay en Cracker un orgullo herido de su propia visión de EE UU, un país siempre en contradicción, repleto de matices, con tantas miserias como pilares. En álbumes como Kerosene Hat, Greenland o Berkeley to Bakersfield se percibe esa sensación agridulce por una sociedad con fisuras. Con ímpetu o con melancolía, sus canciones se despliegan como si la mirada cinematográfica de Sean Baker fijándose en lo marginal se encontrase con el espíritu de Gram Parsons, tan divino como maldito.

Cracker está de gira por España. El grupo toca en Barcelona, Bilbao, Zaragoza, Vigo, Sevilla, Madrid y Valencia. Quizá sea la última oportunidad de verlos en directo por nuestro país. Gran momento para entender porqué Cracker es pura fuerza de la gran Americana, ese género no escrito y apasionante que ilustra a todo un ancho y diverso Estados Unidos.

viernes, 14 de noviembre de 2025

DRIVE-BY TRUCKERS: UN CLÁSICO AMPLIADO

Miquel Botella Armengou

Ciudad Criolla, 06/11/2025

El grupo norteamericano de southern rock relanza el próximo 14 de noviembre Decoration Day, uno de sus álbumes más celebrados, en una reedición remezclada y remasterizada. Y lo hace a lo grande, al acompañarla con un doble acústico en directo grabado en 2002.

Retrocedamos a 2001: el tercer trabajo de la banda de Georgia Drive-By Truckers (DBT a partir de ahora), el doble Southern Rock Opera, era un álbum conceptual inspirado en la historia de los Lynyrd Skynyrd. ¿Querías referencias directas? Pues toma referencias en toda la cara. 

Pero, más allá de su sonido basado en tres guitarras y su aspecto grasiento y típicamente redneck, DBT representaban una realidad más compleja, con un puñado de canciones inteligentes y sombrías que reflejaban la experiencia de vivir y morir en el Sur profundo. 

Su siguiente disco, Decoration Day (2003), producido por David Barbe, fue una oportunidad excelente para que el quinteto —integrado entonces por Mike Cooley, Patterson Hood, Brad Morgan, Jason Isbell y Earl Hicks— ampliara sus horizontes. Aunque permanecían fieles a sus ideales, trascendían el legado de los Skynyrd en particular y del southern rock en general. 

De acuerdo, no faltaba el espíritu ruidoso y broncas sureño en temas como Careless, Do It Yourself y Hell No, I Ain’t Happy. Pero, amigo, eso no era todo: porque en la tradición del Sur también hay estampas más góticas y siniestras (solo hacía falta echar un vistazo a las ilustraciones de la carpeta y del libreto, obra de Wes Freed). 

Así, encontrábamos letras sobre crímenes y suicidios —When The Pin Hits The Shell, con el órgano del mítico Spooner Oldham—, incestos —el vals hillbilly The Deeper In, con la pedal steel de John Neff (uno de los fundadores de la banda, nada que ver con el colaborador de David Lynch)— y ambientes cargados en la preciosa balada Loaded Gun In The Closet.

En esa misma tradición sureña también tenían cabida las relaciones difíciles —Your Daddy Hates Me, algo así como un oscuro blues infernal— y los amores trágicos —Sounds Better In The Song, con un agradable sonido rural acústico, y My Sweet Anette, de nuevo con Neff—.

Más allá del country-rock épico a lo Scorchers de Sink Hole y el rock’n’roll stoniano de Marry Me, DBT dominaban las baladas y los apacibles medios tiempos de corte más acústico, en los que el violín de Scott Danborn (Centro-Matic) y la steel de Neff campaban a sus anchas, como Heathens y Outfit (una de las primeras canciones de Isbell con el grupo, además del tema titular).

El sello New West publicará el próximo 14 de noviembre la reedición remezclada de Decoration Day, remasterizada por el ingeniero Greg Calbi. Pero por algo se ha retitulado The Definitive Decoration Day, ya que la caja incluye, además, un álbum doble en directo, Heathens Live At Flicker Bar in Athens, GA June 20, 2002.

Se trata de un concierto acústico e íntimo grabado en la ciudad natal de la banda un año antes del lanzamiento de Decoration Day. Incluye versiones en vivo de la mayoría de los temas del álbum (algunos de ellos interpretados por primera vez), además de otros de su catálogo anterior.

Sobre esta reedición, Patterson Hood afirma: “‘Decoration Day’ es considerado por muchos (incluido yo) como la obra maestra de DBT, y esta es su versión definitiva, con un sonido mejor que nunca, una presentación ampliada del icónico artwork de Wes Freed y extensas notas interiores”.

En cuanto al álbum en directo que complementa la caja, añade: “Este es un hermoso documento de nuestra banda en un momento crucial y lleno de alegría. Me alegra muchísimo que exista y estamos encantados de presentártelo como parte de nuestra celebración de ‘Decoration Day’”.

La versión CD incluye tres discos y un libreto de 64 páginas con ilustraciones de Freed y fotos inéditas y un ensayo a cargo del biógrafo de DBT, Stephen Deusner. En formato de vinilo negro reúne cuatro álbumes y un libreto de 40 páginas, y aparecerá también en ediciones limitadas en LP de diversos colores.

No es la primera vez que DBT lanzan reediciones ampliadas de sus álbumes: en 2023 recuperaron The Dirty South (2004) con The Complete Dirty South, y en 2024 lo hicieron con Southern Rock Opera (2001) en Southern Rock Opera – Deluxe Edition, y también con American Band (2016) en American Band (Deluxe).


jueves, 13 de noviembre de 2025

MOLCHAT DOMA: “SIN EXPERIMENTACIÓN, TODO SE REPITE”

Juampa Barbero

Indie Hoy, 12/11/2025

Antes de su segunda presentación en Argentina, hablamos con Paul Kazlou sobre la identidad sonora de la banda bielorrusa.



Molchat Doma suena como una ciudad que respira en cámara lenta. Cada canción late entre concreto y neón, entre ecos que se repiten hasta volverse mantra. Desde Minsk, el trío bielorruso transformó la melancolía en una corriente eléctrica que viaja por el cuerpo. Lo oscuro se vuelve movimiento, y el movimiento, un trance que disuelve el pensamiento.

Después del Konex en 2022, la banda prepara su regreso a Argentina. El 13 de noviembre, el C Art Media será el punto donde el sonido y la penumbra vuelvan a encontrarse. Paul Kazlou, bajista del grupo, lo resume con claridad: “El público argentino es muy intenso y genuino. Se conecta de inmediato con la música, tanto emocional como físicamente. Esa es una energía imposible de fingir, y se queda con vos después del show”.

Molchat Doma canta en ruso, pero su alcance es global. En Argentina, México, Japón, Inglaterra o Alemania, los cuerpos se mueven igual aunque las palabras no se comprendan. Para Paul, “es una de las cosas más sorprendentes y hermosas. La atmósfera, el tono, la emoción: todo eso transmite significado sin necesidad de traducción”. La cadencia de la voz, el pulso seco del bajo, el eco que rodea las melodías, todo se vuelve un idioma común donde la lógica afectiva reemplaza a la semántica.

Así, en los últimos años, Molchat Doma se volvió un punto de conexión entre Bielorrusia y el resto del mundo. Se habla de post punk, new wave, coldwave, darkwave y synth-pop, pero lo cierto es que su sonido viaja sin pasaporte. Paul lo resume sin pretensiones: “No nos molestan las etiquetas si ayudan a alguien a descubrir nuestra música. Nos atraen la sequedad, la simpleza y la tensión del post-punk, pero nunca quisimos ser una banda ‘típica’ del género. No tratamos de encajar: simplemente hacemos lo que se siente honesto, incluso si eso nos saca de las definiciones habituales”.

Desde su primer álbum, S krysh nashikh domov (Desde los techos de nuestras casas, 2017), su sonido ya parecía hablar desde un tiempo suspendido, un fantasma atrapado entre fábricas abandonadas y edificios soviéticos. La voz grave de Egor Shkutko narra un estado mental: el desencanto que puede ser tan bello como un amanecer reflejado en un charco de la tormenta de ayer.

La nostalgia suele ser el atajo más fácil para describirlos. Sin embargo, en su sonido no hay museo, sino movimiento. Paul explica que esa conexión con los años ochenta está más en el entorno que en la intención: “Simplemente crecimos rodeados de cosas —edificios, objetos, sonidos— que fueron moldeadas por los años 80, aunque ya fuera la década del 2000. Esa atmósfera está en nuestro trasfondo. Al mismo tiempo, vivimos en el presente y respondemos a lo que ocurre ahora. Así que la mezcla sucede de manera natural”. Cada sintetizador, cada textura de Mochalt Doma lleva impresa esa herencia soviética que se mezcla con la ansiedad contemporánea.

Su segundo álbum, Etazhi (2018), desencadenó la combustión. Guitarras frías, sintetizadores cortantes y letras que parecían extraídas de un diario en ruinas. El título —que significa “Pisos”— era una metáfora perfecta de su propio ascenso: una escalera invisible entre el anonimato y la devoción global. En cada canción se respiraba un tipo de soledad compartida, la misma que luego haría que miles de usuarios en TikTok bailaran, lloraran o filmaran paisajes nocturnos bajo el sonido de “Sudno (Boris Ryzhy)“.

Ese fue el momento en que Molchat Doma se volvió un fenómeno mundial sin proponérselo. Un fragmento de su melancolía terminó convertido en la banda sonora de millones de videos. No era un hit en el sentido tradicional: era una emoción codificada en otro idioma que, sin embargo, todos entendían. Internet tomó su oscuridad y la transformó en algo universal. De repente, eso sirvió para catapultar otros tracks arrasadores de la talla de “Toska”, “Kletka”, “Tancevat”, entre otros.

Cuando el mundo se detuvo durante la pandemia, Molchat Doma grabó Monument (2020), su tercer álbum. En esa pausa global, la banda encontró una nueva manera de escucharse. “Aprendimos que somos capaces de crear incluso en aislamiento e incertidumbre. Monument se grabó cuando el mundo estaba en pausa, y nosotros también lo sentimos internamente. Fue un momento de silencio y de desaceleración. Descubrimos que estábamos bien dentro de ese espacio de quietud”. El resultado fue un disco que encontró su equilibrio entre el acero y la piel.

En las entrañas del grupo, la experimentación es vital. Paul lo aclara: “Sin experimentación, todo se repite”. En Molchat Doma, cada textura y pequeño ruido que se filtra forma parte de un plan que nunca se anuncia del todo. “Siempre estamos buscando nuevas formas —en la estructura, los arreglos, el diseño sonoro. A veces son pequeños detalles, otras veces cambios más grandes. Pero eso mantiene todo vivo”. La búsqueda no apunta al virtuosismo, sino al descubrimiento: encontrar nuevas maneras de tensionar el silencio, volver física una sensación.

La evolución no pasa por abandonar la crudeza, sino por darle dirección, como se ve en su último dsco Belaya Pelosa (2024). “En nuestros primeros álbumes todo era intuitivo, simplemente probábamos cosas. En Belaya Polosa tuvimos más herramientas y experiencia. Sabíamos cómo conseguir el sonido que queríamos y no nos daba miedo profundizar. Los experimentos se volvieron más deliberados y texturales”.

Capaz en parte es por el cambio de escenario. La banda viajó a Los Ángeles para trabajar en su último disco: “Nos dio la sensación de que todo era posible. Nos dio un nuevo enfoque, nos sentimos un poco más valientes, un poco más libres”. Fue la primera vez que la banda trabajó en un estudio profesional completamente equipado, lo que permitió que el sonido adquiera cuerpo, densidad y profundidad. Pero hubo una cosa que para Paul no cambió en absoluto: “la honestidad: el deseo de ser nosotros mismos”.

Cuando se le pregunta cómo les gustaría que Belaya Polosa sea recordado dentro de veinte años, responde con la serenidad de quien no busca trascender: “como un punto de inflexión, un disco en el que abrimos un nuevo espacio sin perdernos a nosotros mismos, en el que dimos un paso adelante, no por cambiar, sino porque se sentía necesario. Ojalá dentro de veinte años siga sintiéndose vivo”. Hay algo casi cinematográfico en esa idea de avanzar sin abandonar la sombra que te trajo hasta el presente.

Esa dimensión visual no es casual. Las portadas de Molchat Doma —edificios gigantes, geometrías grises, cielos de neón apagado— son parte inseparable del sonido. “La arquitectura no es solo un fondo: es una forma de espacio emocional. A menudo pensamos la música en términos espaciales: vacío, concreto, eco. La ciudad, especialmente en los contextos postsoviéticos, moldea una sensación del tiempo y del silencio, y eso se filtra en el sonido”. Su estética brutalista encuentra la belleza en la dureza, en la simetría que sostiene la melancolía. 

Y si hablamos de cine, Paul siente que Andréi Tarkovski resuena con la sensibilidad estética de Molchat Doma, por la lentitud del tiempo y sus imágenes: “La gente suele asociarnos con Stalker, y no nos molesta. También nos gusta Wim Wenders, especialmente sus momentos urbanos. En general, nos atraen las películas donde el silencio habla más fuerte que el diálogo”. No sorprende: su música parece filmada en plano secuencia, como si buscara ahondar en lo que no se mueve. Ahí, donde otros llenarían el espacio con palabras, Molchat Doma elige dejarlo ser.

“El ritmo no está para hacer las cosas alegres, sino para que no se congelen. Buscamos un tempo en el que puedas avanzar mientras seguís mirando hacia adentro”, dice Paul.En esa tensión entre quietud y movimiento, la banda encuentra su identidad. Tiene sentido que el trip-hop aparezca como una influencia clave: “Te permite ser lento y tenso al mismo tiempo. Hay espacio, pausas, textura. Se siente más como soñar que como estar despierto, y eso le da profundidad emocional”. 

Belaya Polosa aparece como un punto de encuentro entre tiempos y texturas. “La idea de encontrar algo nuevo en el pasado y conectarlo con el futuro. Estábamos reflexionando sobre el cambio, el crecimiento, la adaptación. Puede sonar abstracto, pero todas son emociones muy personales para nosotros”. Su música siempre pareció provenir de un lugar intermedio: entre el hielo y el calor, entre lo urbano y lo espiritual, entre la nostalgia y la reconstrucción. Esa tensión se escucha en “Son”, donde el sueño late con un pulso eléctrico; en el track homónimo, que avanza como una línea blanca en medio de la penumbra; y en “Zimnyaya”, ese cierre que condensa todo el frío en una sola inhalación.

En 2025, Molchat Doma amplió el mapa sonoro de Belaya Polosa con una edición especial que reúne nueve remixes. Lejos de funcionar como simples reinterpretaciones, estas versiones operan como espejos distorsionados del original. Overseer, Juno Reactor, The Bug y otros productores desarman la arquitectura del disco para construir nuevas texturas. “Un remix se siente como si alguien abriera un costado de tu canción que vos no habías explorado”, dice Paul. ”A veces incluso resulta un poco inquietante ver cuán diferente puede sonar algo que hiciste en manos de otra persona”. 

Esa mirada revela una relación viva con el material propio —el reconocimiento de que una canción no termina cuando se publica, sino cuando otro la mira y la transforma. “La música está viva: deja de ser ‘tuya’ una vez que sale al mundo. Y si ayuda a alguien, ya sea para detenerse y respirar o para moverse y bailar, entonces está cumpliendo su función”.