Abraham Rivera
Con 25 años de actividad ininterrumpida, Gruta 77 sigue siendo una rara avis en la noche madrileña. Una sala de conciertos única en su especie que, desde que abrió, solo ha hecho una cosa: ofrecer algunos de los mejores directos de los diferentes estilos que ha ayudado a difundir y consolidar. Un proyecto que, además, tiene como objetivo sostener las variadas y heterogéneas escenas del rock que circulan por Madrid.
Al frente está el Indio, 56 años, músico, programador, pinchadiscos y, sobre todo, militante del rock and roll. "Gruta 77 es una sala muy peculiar", destaca el madrileño, primero criado en Chamberí y desde hace un tiempo en Carabanchel, donde se ubica el Gruta, en la zona de Oporto. "Es una sala que programa por sí misma. Aunque somos promotora, y ocasionalmente programamos en otras salas de Madrid también. En todo caso, nos hemos dedicado a los estilos del rock and roll más olvidados y más de tribu urbana, rockera, digamos".
Esa elección, como le gusta decir, tiene un precio. "Es una escena muy minoritaria. Y según pasa el tiempo, más minoritaria, porque no se regenera a nivel de edad", admite, a pesar de que también insiste en que marca el carácter. "Es una sala que jamás ha estado de moda, ni va a estarlo, pero que tiene un público fiel, estable, posiblemente de los más estables de la escena madrileña. Porque en muy pocos sitios se programa lo que nosotros programamos". Veinticinco años después, Gruta 77 sigue siendo eso: una sala que no se ha rendido ni a las inercias del negocio ni a la comodidad del calendario.
De la hostelería al templo del rock underground
El origen del Gruta está ligado a la biografía del propio Indio. "Yo vengo laboralmente del mundo de la hostelería y también del mundo del rock and roll, siempre compaginando ambas cosas", recuerda de unos inicios que sitúa en los noventa, cuando tocó en bandas como El Enjambre o Tarzán, y desde ese doble pie —barra y escenario— fue conociendo la escena madrileña, las carencias, las giras que no pasaban por la ciudad...
"Siempre quisimos, en Madrid, montar una sala de conciertos", cuenta. El detonante, en todo caso, llegó por casualidad. Un grupo inversor, procedente del sector inmobiliario, pensó que podía ser una buena idea invertir "en juventud". El Indio actuó como persona en la escena, como un agente dinamizador cuyo principal interés estaba en el movimiento de grupos. También en la necesidad no solo de salas, sino de locales de ensayo. De ahí nace un proyecto de locales, y ahí aprovecha para desarrollar la idea que finalmente se establecerá como la mejor y definitiva. "En ese proyecto, junto a las salas de ensayo, evidentemente meto la sala de conciertos. Y así es como empieza todo".
El contexto tampoco va a ser sencillo. A finales de los noventa, muchas giras underground internacionales se saltaban Madrid, no tanto por falta de espacios, como por una ausencia de promotoras dispuestas a arriesgar. "No había promotores que compraran esos conciertos", comenta. El Gruta 77 cubrió ese hueco. Los inicios, sin embargo, fueron sorprendentemente fluidos. El Indio ya conocía a buena parte de las promotoras afines y a muchas bandas nacionales. “En verdad resultó bastante sencillo, porque las promotoras más cercanas ideológicamente a los estilos de rock and roll que queríamos trabajar ya las conocía y luego tenía contacto directo con muchas bandas a nivel nacional”, cuenta. Lo internacional llegó de la mano de esas promotoras, y el objetivo quedó claro desde el principio: “La intención era, en cuanto pudiéramos, programar los siete días de la semana. Eso nos costó menos de un año”.
Desde ese momento, la sala se propuso demostrar que en Madrid podía existir una escena sostenible de conciertos a diario, con una lógica muy clara. "Entre semana igual perdías algo, o simplemente cubrías, pero los beneficios de los fines de semana eran suficientemente amplios como para sostener esas pérdidas", comenta.
Una sala para las tribus del rock
La programación del Gruta 77 se entiende casi como un mapa cronológico de la historia del rock. Arranca en los años 50, con el rock and roll de raíz, el rockabilly y el swing. Sigue con los 60: "Bandas de garaje, bandas de beat, bandas de rocksteady jamaicano, de soul. La música surf de los 60". Y continúa con los 70, el punk rock de primera generación, los inicios del hardcore, el rhythm and blues, el country.
Ese trabajo sobre escenas minoritarias ha permitido que, pese al aforo de 300 personas, el Gruta 77 haya sido capaz de acoger a referentes de casi todos esos estilos. "Al tratar estas músicas minoritarias, a pesar de nuestra capacidad, hemos podido tener a las principales figuras de cada uno de esos géneros. Da igual que fueran japoneses, australianos, americanos, suecos", resume de una forma de trabajar que les ha convertido en los más auténticos de Madrid, haciéndose un hueco por derecho propio entre las mejores salas de España por ese trato cercano y único que irradian.
Por estilos, el Indio va desgranando recuerdos. En los sonidos de los 50, poder haber tenido a Sleepy LaBeef o Robert Gordon, o a la gran banda de neo swing de la costa oeste, Royal Crown Revue. En el surf, un hito absoluto: "Hemos tenido al rey de la música surf, a Dick Dale, en tres ocasiones antes de que falleciera. Ahora trabajamos con su hijo". Y la referencia obligada: Los Coronas, "una de las mejores bandas de surf a nivel mundial", que utilizaron Gruta 77 como su casa durante años.
En el power pop, nombres como Paul Collins o The Zeros. En el punk del 77, no se queda corto al afirmar: “Te puedo decir que por aquí han pasado todos”. Por ejemplo, todos los miembros de Ramones que han seguido activos han desfilado por el Gruta; también Glen Matlock, bajista original de Sex Pistols, y bandas británicas como Stiff Little Fingers, que volvieron a tocar en una sala pequeña después de muchos años.
En el terreno del ska y las músicas jamaicanas, la nómina es impresionante: "Laurel Aitken, Derrick Morgan, Rico Rodríguez, The Slackers, The Selecter, Bad Manners". "Yo creo que todas las mejores bandas internacionales del estilo, exceptuando Madness, que no caben, las hemos tenido en Gruta". El hardcore también ha tenido su espacio, con bandas como Poison Idea o nombres clave de la escena de Nueva York, Washington o Boston. "En el nivel de hardcore yo creo que todos los grandes han estado en el Gruta antes o después".
Madrid, Carabanchel y las bandas que sostienen la escena
Si la dimensión internacional es importante, la madrileña es esencial. "Para nosotros el rock de Madrid es fundamental y cuidar la escena madrileña ha sido nuestro mayor empeño", explica el Indio, que incide como el espacio también trata de ayudar a que las bandas se profesionalicen, además de asumir que no todas llegarán lejos, aunque tengan talento.
Recuerda grupos que pasaron por el Gruta en sus primeras etapas y luego tuvieron carreras enormes, como Pereza o Sidecars. Y menciona otros proyectos que, a su juicio, merecían más suerte: Dwomo, La Vaca Azul, Sobrinus, Le Punk. "Hubo una quinta muy interesante de bandas haciendo cosas distintas que no llegaron y por calidad deberían haberlo conseguido".
Sin embargo, por encima de todo, reivindica a las bandas veteranas, formadas por músicos de más de 50 años: “Son bandas a las que hay que apoyar y además forman parte del público que viene a los conciertos luego”. Nombres como Macarrones o Rojo Omega, que se acercan o superan los 25 años de trayectoria, siguen sacando discos, componiendo, girando por pequeñas salas del Estado sin haber tocado jamás fuera de España. “Esas bandas son parte de nosotros. Igual que no nos hemos cansado de programar, ellos no se han cansado de tocar”.
La conexión con la red de locales de ensayo de Carabanchel también les hace un espacio diferente. En las tres plantas superiores del Gruta 77 ensayan grupos que, periódicamente, bajan al escenario de la sala. "Carabanchel es el distrito de España con más músicos ensayando: cerca de 3.000 músicos semanales ensayan allí". Nueve locales legalizados, hermanados y asociados, que nutren y alimentan la escena.
A nivel asociativo, Gruta es socia fundadora de Carabanchel Distrito Cultural, que agrupa iniciativas artísticas, vecinales y culturales. El objetivo: visibilizar el potencial del barrio y presionar para que las instituciones protejan los espacios culturales frente a la especulación.
Diciembre, Ramones y un fin de año muy Gruta
El presente de la sala pasa por ser realistas, sin dejar de ser combativos a su manera. "Las costumbres de los madrileños se han aburguesado", reflexiona mientras recuerda como aquel logro inicial, tener abierta la sala todos los días, hoy se ha quedado en una media de tres conciertos semanales, una cifra difícil de aumentar con la situación del sector. Su diagnóstico sobre la supuesta "moda" de la música en directo resulta ilustrativa y tajante: “La gente cree que la música en directo está de moda y es una mentira enorme. Lo que está de moda es ir a festivales de música. Las cosas que se hacen en un festival de música no son las cosas que se hacen en una sala de conciertos”, detalla, a la vez que desgrana la diferencia. "En una sala de conciertos la gente está en silencio, escuchando las bandas, aplaudiéndolas, interesándose por ellas, comprándoles los discos, charlando con los músicos… eso se está perdiendo".
Pese a todo, diciembre mantiene la esencia del Gruta 77. Entre las fechas destacadas de este final de año, el Indio subraya dos hitos. El Especial Anual Ramones, una tradición invencible: "Es una fiesta que llevamos haciendo todos los años desde que abrimos, 30 de diciembre seguidos. A los que acude gente de toda Europa. Es una noche de fans de los Ramones, escuchando a los Ramones todos juntos”.
El otro es la Nochevieja en modo aperitivo. "Lo que hacemos es conciertos a la hora del mediodía. Hacemos un aperitivo desde las dos de la tarde, cuando la gente se escapa del trabajo. Siempre en clave de humor, con bandas muy divertidas", señala. Este año, el cartel lo forman El Señor que Te Molesta y Artemio Nebraska, fieles al tono festivo del Gruta.
Por último, pero no menos representativo de lo que es la actitud y el buen hacer del Gruta, el Indio comenta que después de cada concierto, la cabina queda en sus manos. "Creo que serán 6.500 pinchadas o así", apunta. Todo en analógico: vinilo y CD. "Cada concierto en Gruta es como que está el after party garantizado. Que cuando terminen los conciertos, se pidan otra cerveza y abran las orejas". En 25 años, Gruta 77 no ha cambiado de rumbo. Ha cambiado, más bien, de generación. Y sigue, en Carabanchel, como un recordatorio incómodo de que aún existe otra manera de entender la música en directo.
