jueves, 24 de octubre de 2024

JONI MITCHELL SALE DE LAS SOMBRAS: DE ‘PRINCESA MÁGICA’ A TÓTEM CULTURAL

Jordi Bianciotto

El Periódico, 19/10/2024

Salió de gira por última vez en 2000, y siete años después lanzó su álbum final, ‘Shine’, confesándose avergonzada de la evolución de la industria de la música. Hay una pureza en la mirada de Joni Mitchell a la creación artística que parece poco compatible con los usos y costumbres del ‘mainstream’ moderno. O así lo considera ella. Pero precisamente por eso, su producción y su aura resultan irresistibles a los ojos de un número creciente de admiradores modernos. 

Trovadores folk y narradores pop se confiesan subyugados por el sutil, pero severo arte poético y musical de esta autora-compositora canadiense un día adoptada por la comunidad bohemia-hippie de Laurel Canyon, que este fin de semana hará una doble aparición histórica, a punto de cumplir 81 años (el 7 de noviembre) y repuesta tras algunos reveses de la salud, con sendos conciertos en el Hollywood Bowl, de Los Ángeles. Un libro recién publicado en España, ‘Desde ambas caras’ (Libros del Kultrum, traducción de Elena y Cristina Vilallonga del volumen lanzado en inglés en 2014), brinda un retrato de la artista con muchos relieves, fruto de tres entrevistas realizadas en 1973, 1979 y 2012 por su amiga, creadora polifacética, Malka Marom. 

Volver a empezar

Se trata de una franca conversación en la que vemos a Joni Mitchell abierta a la cavilación sobre su obra y discutiendo ciertas ideas sobre su persona y su figura artística. Dispuesta a los juicios duros, tiene clavada la incomprensión percibida por sus álbumes más audaces (cuando se acercó a su manera al jazz, como “un nuevo afluente”) y rechaza el cliché que la presenta como “princesa mágica”. Sobrevivió a la polio a los nueve años y a un aneurisma a los 71 (cuando tuvo que aprender de nuevo a hablar y a andar), y lo último que desea es ser etiquetada como la damisela frágil y vulnerable que canta dulces canciones.

Roberta Joan Anderson, Joni Mitchell, es aquella artista que rechazó un millón de dólares por actuar en Las Vegas, aunque reconoce en el libro que luego se arrepintió. “Esa tontería de querer ser íntegra, como siempre, ¿sabes?”, ríe. La rara avis que dice no fiarse de las multitudes, y que cuando actuó en el festival la isla de Wight (1970) agradeció que fuera de noche, casi a oscuras, porque prefería no ver el paisaje humano. “Un público tan numeroso solo está ahí por el evento; o sea, lo que recibes es un caos, no un público cautivado”. 

Contra los elementos

Y en el fondo de su corazón, el gran trauma: una maternidad juvenil que no se vio capaz de gestionar y que derivó en la entrega en adopción de una niña (con la que se encontraría tres décadas después). “Soltera y desamparada”, se recuerda en el libro. “En aquella época, ese hecho era lo mismo que haber matado a alguien. Fue muy, pero que muy difícil. Me encontré con personas realmente crueles, la gente se portó muy mal conmigo”. Tampoco estuvo muy fino su posterior marido, Chuck Mitchell (de quien tomaría el apellido) que, según dice, la llamaba tonta por costumbre (ninguna novedad: para su propia madre, Joni siempre fue una vaga). 

Todo ello, en fin, configuró un mapa de heridas emocionales crucial para entender su entrega a las artes, a la pintura y a una noción de la canción a la que aplicó los principios impresionistas, explorando armonías inhabituales y arreglos que rehuían las convenciones y enfurecían a muchos músicos. ‘Both sides, now’, uno de sus clásicos, hablaba de ver la vida desde distintos ángulos. “Surgió de mi corazón roto, después de perder a mi hija”, confiesa a Malka Marom, quien guardó largamente, con gran lealtad, el secreto de aquella temprana maternidad, de la que la prensa se hizo eco en 1993 por un chivatazo (bien remunerado) de un excompañero de habitación de la cantautora. 

Los vientos son ahora favorables a Joni Mitchell. Figuras de la escena moderna como Taylor Swift, Lorde, Lana del Rey, Harry Styles o Phoebe Bridgers versionan y/o elogian las canciones de álbumes de cabecera como ‘Blue’ (1971) o ‘Court and spark’ (1974). Los Grammy le rindieron honores hace unos meses, y el cineasta Cameron Crowe anuncia un ‘biopic’ en cuyo guion lleva tres años trabajando codo a codo con ella, y cuyo papel central (en su versión madura) interpretará Meryl Streep. Y ella está dando la sorpresa reapareciendo (con cuentagotas) en los escenarios, arropada por cómplices como la cantante country Brandi Carlile, reponiéndose así de la enfermedad y disponiéndose a cortocircuitar de una vez por todas aquella percepción de Joni Mitchell como frágil poetisa del folk.

miércoles, 23 de octubre de 2024

THE JESUS AND MARY CHAIN, LOS HERMANOS QUE CONVIRTIERON EL RUIDO EN BELLEZA, HURGAN EN LAS HERIDAS QUE LES SEPARARON

Elena Cabrera

El Diario.es., 16/10/2024

El grupo que lo tuvo todo y lo perdió en las brumas del alcohol es autor de unas memorias tituladas 'Incomprendidos'

La autobiografía de William y Jim Reid, los hermanos que formaron The Jesus and Mary Chain, se titula Incomprendidos (Contra, trad. Ibon Errazkin), como la premonitoria canción de su primer disco, Never Understand, y el tema que compusieron 13 años después, Never Understood. “Creo que estoy pasado de moda”, canta Jim Reid en esta última. Y eso les pasó, un poco. Ahora ya no tanto

The Jesus and Mary Chain ha sido uno de los grupos más grandes de Escocia y del Reino Unido. Siempre descolocado, a contracorriente de lo popular, inyectó la belleza de las canciones sencillas en una maraña de confortable distorsión. Just Like Honey, de su primer disco, es su hit inconfundible no solo de mediados de los 80, cuando apareció, sino también de 2003, cuando Sofia Coppola la rescató para la inolvidable escena final de Lost In Translation.

La historia de este esencial grupo escocés comienza cuando el padre de los Reid recibe un finiquito al ser despedido de la fábrica a la que había entregado su vida. Les dio a cada uno de ellos 300 libras y, para su disgusto, los chavales se lo gastaron en un cuatro pistas Tascam, que para colmo fallaba todo el rato pero donde grabarían sus primeras maquetas, canciones que formarían parte de su mítico primer álbum Psychocandy (1985).

Antes de llegar a ese momento, en Incomprendidos hay ya cien páginas que zambullen al lector en la Escocia de los años 60 y 70. Glasgow, el fútbol, las casas de protección oficial, un lugar de las afueras llamado East Kilbride, las reuniones familiares con los adultos borrachos, las vacaciones que no se podían permitir o el día que llegó el primer tocadiscos a casa de los Reid y que supuso “el comienzo de la larga alianza musical”, entre William y Jim, dice este último.

The Jesus and Mary Chain se forma en 1983, cuando los hermanos se dan cuenta de que montar grupos por separado es absurdo. Se separan en 1999, con William abandonando una gira estadounidense tras una pelea en un coche. Se vuelven a juntar en 2007 y siguen sacando discos ahora, siendo Glasgow Eyes el último de ellos, de este mismo año.

De cómo estos dos hermanos que acababa uno las frases del otro terminan odiándose, es quizá el asunto por el que muchos fans se han lanzado a este libro, que en realidad es una transcripción, magistralmente editada, de muchísimas horas de entrevistas realizadas por el periodista Ben Thompson. Los hermanos no buscaron este libro sino que se dejaron convencer, no sin cierto esfuerzo.

Jim Reid contesta a la entrevista de elDiario.es por videollamada desde Nueva York. En EEUU vive su hermano mayor, William, pero Jim, que es el cantante, reside desde hace años en el campo de Inglaterra, en Devon. El fondo se muestra difuminado pero a veces entra en foco un trozo de sofá en lo que parece un salón impersonal en tonos claros, o un pequeño cojín al que Jim, con algo de barba canosa, se agarra para recomponer su postura mientras habla. Ha puesto el móvil en vertical y lo que sí aparece en primer plano, además de su rostro, con gafas de ver, es una camiseta a rayas negras y blancas, puro uniforme indie.

Es sabido que Jim Reid es terriblemente tímido, aunque un poco menos que su hermano, quien elude las entrevistas –en el libro dice, en referencia a los periodistas musicales: “No pienso hablar con esos gilipollas nunca más (...), la mayoría son gente muy pretenciosa, unos desgraciados”– y que solo se suelta si es para hablar de música. Incomprendidos es un libro en el que despliegan toda la sinceridad de la que son capaces –o de la que les permite la memoria– y donde no les importa que se evidencien las contradicciones. A pesar de todo esto, accedieron a realizar el libro y no les resultó difícil romper su privacidad. “Fue como una versión muy minuciosa de hacer entrevistas como esta. Fue agotador, porque fueron muchas pero era un territorio familiar”, admite.

“Al principio nos resistimos un poco porque para nosotros era como, ya sabes, es nuestra historia. Nosotros le preguntamos: ¿crees que alguien quiere saber esta mierda? Y él dijo, sí, por supuesto que querrán”, explica Jim Reid. “Primero probamos a ver si funcionaba. Hicimos las primeras entrevistas para ver si iba a ser demasiado doloroso repasar todos esos viejos recuerdos y… eh, estuvo bien. Fue bastante divertido pensar en la infancia y en el comienzo de la banda. Disfruté mucho de esas conversaciones. Se volvió un poco más doloroso cuando llegó el final del primer período, en los años 90, cuando nos separamos por un tiempo. Fue bastante difícil volver a ello”.

Para que se entienda la importancia proporcional que le dan a cada momento de su historia, el hundimiento del barco de los Mary Chain, en 1999, llega en la página 250. A los 25 años siguientes se les dedica las 50 páginas finales.

Nunca se esforzaron mucho por ocultar que Jim no podía salir al escenario sin estar absolutamente alcoholizado. Ni tampoco que las pastillas, la cocaína (en el caso de Jim) y la marihuana (en el de William) eran tan parte de las giras –y de los periodos entre ellas– como sus pedales de distorsión. La bronca a finales del siglo pasado entre los hermanos también fue sonora y mediática. Pusieron un océano de por medio y dejaron de hablarse. Como se cuenta en el libro, las maniobras de su madre y sus colaboraciones en el disco de Sister Vanilla, –la hermana pequeña de ambos, Linda– fueron cosiendo la herida.

“La ruptura en 1998 fue muy dolorosa, pero de alguna manera lo hemos resuelto entre nosotros. Y esas heridas se han curado hace muchos años. Aún no es fácil. Quiero decir, cuando pienso en ese período de tiempo, sigue siendo un poco doloroso y es extraño pero en verdad no hablamos de ese período entre William y yo”, revela Jim. “Supongo que el motivo por el que no hablamos de eso es que las cosas funcionan bien tal y como son ahora. Y si comenzáramos a hablar sobre quién hizo qué o quién dijo qué, esas heridas podrían infectarse fácilmente de nuevo. Así que probablemente sea mejor que hablemos de eso solo en el libro. No estábamos juntos en la misma habitación cuando hicimos esas entrevistas. Así que, simplemente, dejémoslo así”, aclara.

“Todo el mundo pregunta eso de si el libro nos ha ayudado a entender mejor el pasado y la verdad es que no. Nos ha hecho traer ciertas partes del pasado a la superficie. No es que nos hayamos olvidado de esas cosas, pero a veces es bueno pensar en las razones por las que formamos la banda, o las personas que fuimos en nuestra infancia que hicieron que el grupo fuera lo que iba a ser. Pensar en eso un poco sí fue bueno para el progreso de la banda, y para mi relación con William”, ahonda.

Aunque la revista especializada NME tituló la crítica del último disco del grupo, Glasgow Eyes, con un “los hermanos Reid recuperan su mojo”, la puntuación que le dio al octavo álbum de los escoceses es de un tres sobre cinco: un aprobado raspado. En el libro, William dice que las mejores canciones se componen cuando eres joven. Ahora él tiene 64 y Jim, 62. “No estoy de acuerdo con eso”, contesta Jim Reid, en un tipo de desencuentro bastante habitual en el libro.

“Quiero decir, creo que muchas bandas pueden ser así, y yo tiendo a preferir los primeros períodos de producción de las bandas, pero no creo que tenga que ser así. Nosotros creo que estamos haciendo tan buena música a los 60 como la que hacíamos a los 20. Así que no tiene por qué ser así”, afirma. Para él, componer “no tiene nada de misterioso”. Es cuestión de coger la guitarra que espera en la esquina de la habitación, desarrollar una idea a medio elaborar y trabajar en ella hasta que toma forma de canción; “así de simple”, remata.

¡Más drogas!

Uno de los temas que William Reid revela en el libro es sobre la depresión que sufrió cuando era niño y que ahora puede entender de esa manera. Jim Reid es más reservado pero deja ver que no tuvo ninguna ayuda para entender o tratar su alcoholismo. Sencillamente, cuando se dio cuenta de que había ido demasiado lejos, dejó de beber. La primera vez que salió sobrio a un escenario fue en el festival Coachella en 2007. Scarlett Johansson, que había protagonizado la citada película de Sofia Coppola, salió al escenario a cantar con él Just Like Honey. “Por supuesto, cuando llegó el gran día, cada fibra de mi cuerpo suplicaba: ¡Bebida! ¡Bebida! ¡Drogas! ¡Más drogas!”, dice en el libro. “Pero esta vez conseguí ignorar los cantos de sirena. Salí al escenario obligándome a no pensar en todo lo que podía salir mal ni en lo desesperado que estaba por colocarme”, continúa.

“En nuestros tiempos, nadie hablaba de salud mental”, desarrolla en la entrevista. “Gente como [el cantante de Joy Division] Ian Curtis simplemente terminó colgando de una cuerda. Cuando piensas cómo pudo pasar, creo que fue porque la gente, supongo, no hablaba de cuáles eran sus problemas. Y supongo que es mejor ahora que todo el mundo habla de todo, tal vez demasiado”, añade. “Yo era terriblemente tímido y solo podía subir al escenario si me emborrachaba o tomaba drogas. Y eso se convirtió en un problema para mí porque me volví adicto a las drogas y al alcohol. Creo que hoy en día hay menos presión para la gente. Cuando yo era un niño, la gente solía glorificar todo eso [del rock’n’roll]. Era una locura que no creo que suceda tanto ahora. Y eso es una gran mejora, porque aunque yo solía tomar drogas y beber, lo hacía porque me estaba automedicando, porque no podía dejar de hacerlo, no porque Johnny Thunders lo hiciera”, explica.

Verdades y mentiras

Un tema que orbita alrededor del libro y que podría ser, de alguna manera, autorreferencial o metaliterario, es la propia escritura de ensayos y memorias de la historia de la música, una edad de oro de la que este libro forma parte. William Reid explica que le encantaba leer biografías de grupos hasta que se convirtió en objeto de una de ellas. A Jim le pasó algo parecido: “Cuando estás en una banda, el misterio se va”, señala. “Veo todo lo que sucede entre bambalinas y ya no me interesa tanto. Una vez que tienes un grupo piensas: oh, bueno, ¿y qué? Así que se estaban poniendo de los nervios entre ellos, ¿y qué?”, añade.

Bobby Gillespie, de Primal Scream, también vivía en East Kilbride (a 12 km de Glasgow) y fue el segundo batería de Jesus and Mary Chain, por lo que es también un personaje del libro. Gillespie escribió su propia biografía, Un chaval de barrio (Contra, trad. Ibon Errazkin), cuya lectura complementa de manera genial Incomprendidos. “Yo era su abanderado. Creía fervientemente en ellos. Eran auténticos outsiders, como yo”, escribe Gillespie. Este les consiguió su primer concierto y les contactó con Alan McGee, fundador del sello Creation –descubridor de Oasis– quien les editaría su primer single.

“Sí que leí el libro de Bobby, eso es diferente porque es mi amigo y quiero saber de él”, aclara Jim. “Quiero escuchar lo que piensa, lo que no le diría a todo el mundo. Es interesante. El libro que nunca leeré es el de Alan McGee. Así te lo digo: la razón por la que no he leído ese libro es porque sé que va a ser una obra de ficción. Cuando nosotros escribimos este libro, tratamos de hacerlo lo más veraz posible. Pero Alan McGee cree demasiado en su propio mito. Y todo es ficción construida con mucho, mucho cuidado. No es como es en realidad. Le conozco demasiado bien, y sé que se reinventa a sí mismo cada diez minutos, y sé que nunca podría contar la historia verdadera”, dice.

The Jesus and Mary Chain ha resucitado a tiempo para recoger una nueva ola de devoción por parte de gente muy joven que se siente muy influenciada por el estilo shoegaze y grupos como Ride, Slowdive o My Bloody Valentine.  “Políticamente, creo que podría ser un tiempo bastante similar. Creo que hay mucha gente que no está satisfecha con lo que está pasando a su alrededor”, dice Jim. Pero, por otro lado, le parece un tiempo radicalmente en el negocio de la música: “No sé cómo las bandas se las arreglan para sobrevivir. Hay que hacer algo con los sitios de streaming, las bandas tienen que cobrar por la música que hacen, y creo que es terrible que no lo hagan”.

martes, 17 de septiembre de 2024

“¿QUIERES TOCAR COMO ÉL? TE ROMPERÁS UNA MANO”: 20 AÑOS DE LA MUERTE DE JOHNNY RAMONE, EL GUITARRISTA QUE CAMBIÓ EL ROCK  

Jaime Lorite

El País, 15/09/2024



Célebre por su actitud malencarada o la mala relación con el cantante, al que quitó la novia, el músico fue el tercero de los Ramones en desaparecer en tres años. Aunque apenas firmó canciones, dirigió al grupo con mano de hierro

La segunda leyenda más extendida sobre el guitarrista Johnny Ramone (de nombre real John William Cummings, Nueva York, fallecido en 2004 a los 55 años) es que el Ku Klux Klan lo simbolizaba a él en una de las grandes canciones de su banda, The KKK Took My Baby Away. La tesis, que propagó el manager de los Ramones en el documental End Of The Century (2003), giraba en torno al terremoto vivido en el seno del grupo a principios de los ochenta, cuando Linda Daniele dejó a su novio, el vocalista Joey, para casarse con Johnny. Aunque las relaciones nunca se recondujeron, el conflicto no acabó con los Ramones. Johnny temía una espantada del cantante, pero, supuestamente, el agraviado se cobró su venganza por otra vía, mediante la letra de una canción donde se burlaba de la ideología derechista de su compañero –otro punto de fricción– y relataba la abducción de su amada por el grupo supremacista blanco.

La anécdota sigue repitiéndose, a pesar de que el batería Marky Ramone y el hermano de Joey, Mickey Leigh, la han desmentido. El triángulo sucedió, si bien, según ellos, en esa canción Joey hablaba de otra decepción previa: su romance frustrado con una mujer afroamericana cuyo paradero desconocía. Pero el mito que más persiguió y enervó durante toda su vida a Johnny Ramone fue el de la pobreza de la propuesta musical de los Ramones. “Bien pronto, algunos críticos que no sabían cómo denigrarnos nos etiquetaron como la banda de los tres acordes. Pero muchas de nuestras canciones, incluso de la última época, tienen más de tres acordes”, se defendía en su autobiografía póstuma, Commando (2012). Fallecido hace 20 años de un cáncer de próstata, Johnny fue el tercer miembro en morir en un corto período (Joey lo hizo en 2001 y Dee Dee, el bajista, en 2002) y apenas empezó a ver la fiebre de las camisetas y la increíble popularidad tardía de la banda, que entre 1974 y 1996 no fue comercialmente importante en EE UU.

Citado con frecuencia en listas de mejores guitarristas de la historia, para pasmo de los devotos del virtuosismo, Johnny Ramone desarrolló un estilo simple pero imbatible, basado en acordes con cejilla rasgados a velocidad frenética hacia abajo. A duras penas podía completar un solo, pero los más avezados antebrazos derechos también podrían verse en apuros siguiendo su técnica en directo. “No creo que hubiera un precedente. A los que creían que cualquier guitarrista decente podía tocar como Johnny, recuerdo que una vez un periodista les respondió: ‘¿Ah, sí? Inténtalo tú'. La mayoría se romperían una mano”, afirma, preguntado por ICON, el escritor y presentador de radio Carl Cafarelli, autor de Gabba Gabba Hey! A Conversation With The Ramones (2023), donde recopila una serie de entrevistas que realizó con el grupo en 1994, por su vigésimo aniversario. “Apuesto a que Eddie Van Halen no podría tocar así. ¡No durante una hora!”, ratificó el ingeniero de sonido Ed Stasium al periodista Jim Bessman en Ramones: An American Band (1993).

Cafarelli pone el ejemplo de Clem Burke, percusionista de Blondie, que entró en la banda en los ochenta y duró dos conciertos, aunque fuera, para el periodista musical, “un excelente batería”. “Una vez Johnny o Dee Dee dijeron que los Ramones tocaban al nivel de habilidad que tenían. Resulta que no era tan fácil”.

Nacido en una familia de inmigrantes en Estados Unidos en 1948 (su padre era irlandés y su madre, de origen polaco-ucraniano), Johnny Ramone es recordado, más allá de sus tensiones con Joey o sus posiciones ultraconservadoras, por haber forjado el sonido que marcó el punk estadounidense posterior, así como el rock alternativo, el noise o el thrash metal. También por la disciplina militar que impuso al grupo, cuya contundente puesta en escena diseñó junto al batería original, Tommy, analizando horas de grabaciones. Los avasalladores directos de la banda, que podía desplegar una treintena de canciones en poco más de 40 minutos, eran rigurosamente cronometrados, como confirmó Joe Strummer, líder de The Clash, en el documental de 2003, donde contaba que el guitarrista le iba actualizando sobre los descensos en su minutero.

“Una de las lecciones que aprendí de ellos es que debes darle tu siguiente canción al público y dársela ahora. ¡La gente está ocupada!”, decía Strummer. “Johnny tenía una visión despiadada de cómo hacer las cosas. Apuesto a que era un jefe brutal, que gritaba en los ensayos. Era espectáculo en el mejor sentido y todo tenía que estar bien. Nos enseñaron a no hacer el tonto en el escenario”. En su autobiografía, Johnny Ramone confesaba que el motivo de que enlazaran una canción y otra a gran velocidad era más pedestre: en sus primeros conciertos, se peleaban discutiendo cuál querían tocar después, así que de corrido no había espacio para debates.

El amigo estupendo

El periodista argentino Marcelo Gobello coincide en el papel esencial de Johnny para que los Ramones existiesen tal y como los conocemos. “Fue quien manejó el destino de la banda, sobre todo tras la marcha de Tommy. Todos eran bastante difíciles de manejar, Joey con su trastorno obsesivo compulsivo, Dee Dee con las drogas, Marky con su alcoholismo… Con su mirada organizativa, fijó esa disciplina férrea y mantuvo a la banda fiel a sus principios”, explica a ICON. Gobello se ganó en la última década del grupo la confianza de sus miembros y fue quien recibió, tras un concierto en Mar del Plata en 1994, la exclusiva mundial de su disolución en boca de Johnny, historia que recoge en el libro Los Ramones: Demasiado duros para morir (2007, reeditado por BoyJah Publishing en 2023): “Me disponía a conversar con Marky cuando Johnny se acercó a mí, me saludó, y me dijo que estaba listo para una entrevista. Yo no salía de mi asombro, ya que Johnny era bastante reacio a ellas”.

“Él me buscó y me dijo: ‘te quiero contar algo’, ya lo tenía pensado de antes”, rememora Gobello. “Y me dijo que iba a ser su último año, que quería parar antes de dejar de ser buenos y no poder brindar a la gente todo lo que le estaban brindando. Quería retirarse como los boxeadores, en un momento alto, en vez de terminar en una decadencia. Me quedé triste, anonadado, pero fue un orgullo que me eligiera”. ¿Por qué cree que lo eligió? “Me manifestó que yo veía y entendía el sustrato de los Ramones, mucho más que una banda de tres acordes. Fueron más interesantes de lo que se piensa. En ellos estaban los sesenta, los Stooges, los Yardbirds… No se suele conectar a los Ramones con Led Zeppelin, pero Johnny sacó el célebre sonido de su Mosrite [guitarra vinculada a la música surf] imitando el riff de Jimmy Page en Communication Breakdown”.

Antes de su reconocimiento en Estados Unidos, Ramones vivió su momento Beatles en Argentina. “Se desató una locura, llenaban estadios varias noches seguidas”, dice Gobello. “Es más de estudio sociológico, pero aquí los rockeros aprecian mucho la autenticidad. La gente conectó porque veían que eran como ellos. Todo el mundo adoraba a los Ramones”.

Aunque el escritor latinoamericano tenía, en ese momento, más amistad con Joey que con Johnny, el cine de serie B fue clave para el deshielo. “Le gustaban las películas más cutres que te puedas imaginar. Yo le recomendé una llamada Sangre en el faro [1960], le encantó y conectamos a partir de ahí”. Tras retirarse, el guitarrista planeó dirigir películas de terror de bajo presupuesto, aunque nunca lo materializó, y trabó amistad con personajes como Rob Zombie o Nicolas Cage, que hizo finalizar el chiflado remake de The Wicker Man de 2006 con la dedicatoria “Para Johnny Ramone”.

Su libro Commando incluyó un apéndice titulado “Lo mejor de todos los tiempos según Johnny Ramone”, donde, además de listas de las películas de terror y ciencia ficción preferidas del músico, aparecían ordenados sus miembros del Partido Republicano favoritos (Ronald Reagan, al que describe como “mejor presidente de mi vida”, es el primero), jugadores de béisbol o libros de consulta sobre Elvis. En otra sección, evaluaba cada álbum de los Ramones: no ponía suspensos y, de 14, cinco le parecían sobresalientes.

Carl Cafarelli, que este año ha publicado The Greatest Record Ever Made! (Vol. 1), libro sobre las mejores canciones de la historia donde incluye Sheena Is A Punk Rocker y Blitzkrieg Bop, recuerda: “Se quedó impactado cuando le dije que me gustaba Something To Believe In [una rareza lenta de la banda]. Su respuesta fue: ‘¡¿Que te gusta qué?!’. Parecía alguien muy curioso y sorprendentemente agradable. Fue simpático conmigo. He oído relatos creíbles de lo difícil e irritable (o peor) que podía ser, pero no se corresponden con mi experiencia”. El periodista confirma que la hostilidad entre el músico y Joey era evidente, mientras Gobello, en las crónicas entre bastidores de su libro, describe que tenían camerinos distintos. Las tiranteces duraron hasta el final: en su última entrevista, para Rolling Stone, Johnny contó que no acudió al funeral de Joey pensando en que, a la inversa, tampoco querría que él fuese al suyo.

“Todas estas cosas me pesaban por nuestros fans, a los que imaginaba que no les haría gracia saber que los de su banda favorita se despreciaban”, lamentaba el guitarrista en su libro póstumo. Gobello contrapone: “Me pareció muy conmovedor cuando Johnny, ya con Joey enfermo, dijo que nunca volvería a subirse a un escenario con el nombre Ramones. Más allá de los problemas que tuvieran, Joey era su cantante. Y ambos amaban a los Ramones sobre todas las cosas”. Los dos fueron los únicos miembros constantes del grupo, desde su fundación en 1974, de la que ahora se cumple medio siglo, hasta su último concierto en 1996.

En un acceso amargo, Johnny Ramone le contó al periodista Charles M. Young en aquella charla final, publicada un mes después de su fallecimiento, que nunca disfrutó del proyecto de su vida: “Debería haber sido muy divertido. Pero no sé cuándo lo fue. No nos decíamos nada antes de los conciertos. Nos sentábamos y, cuando llegaba la hora, salíamos al escenario. Si todo iba como tenía que ir, me sentía bien. Si no, me molestaba. Sabía que algunos de nuestros discos no eran muy allá y eso me ponía enfermo. En nuestra última gira dudaba de que nos fueran a echar de menos. Creí que nos olvidarían”.

20 años después, la viuda de Johnny y el hermano de Joey han recogido las rencillas de sus difuntos y pelean en los tribunales por la marca Ramones. Marky, el superviviente de mayor duración (aunque no miembro original), continúa paseando su repertorio y cosechando polémicas, como la cancelación de un concierto en Italia por la presencia de una bandera de Palestina. Como una esencia a la que se regresa cuando se duda, Blink-182 se han disfrazado de ellos para su disco de reunión, Sum 41 ha contado con CJ Ramone (bajista de 1989 a 1996) para un videoclip de su despedida y grupos decanos como The Offspring rescatan versiones en sus giras actuales. La desaparición física de sus miembros y la perdurabilidad de su música prueba que los Ramones siempre fueron mucho más que su factor humano.

lunes, 16 de septiembre de 2024

THE JESUS AND MARY CHAIN, SUS PEORES ENEMIGOS

Ulises Fuente

La Razón, 15/09/2024

Fueron una de las bandas más influyentes de finales de los ochenta y en una biografía explican por qué nunca triunfaron masivamente: drogas y mucho mal genio

En la historia de la música hay grupos legendarios y los hay irrelevantes. Hay creadores únicos y otros sencillamente famosos. Pero hay muy pocos grupos tan influyentes y al mismo tiempo tan inadaptados como The Jesus And Mary Chain. El grupo de los hermanos Reid, fundamental para entender la deriva de la música indie de los 90, fue también la historia eterna de dos almas gemelas creativas que, después de tocar el cielo de la inspiración, llegan a detestarse y a pedir asiento en alcohólicos anónimos y la consulta de un psicólogo, respectivamente. De su punto álgido («Psychocandy») a su colapso (disolver la banda públicamente con una bronca sobre el escenario) apenas mediaron 13 años que repasan en la muy entretenida biografía («The Jesus & Mary Chain. Incomprendidos», Contra) que acaba de publicarse en castellano, apenas unos meses después de «Glasgow Eyes», su súltimo disco, tras reconciliarse en 2007.

Los Reid se criaron en una casa de protección oficial de East Kilbride (Escocia), en el seno de una familia obrera en la que rápidamente se convirtieron en los raritos. Curiosos, lectores y avispados, esos dos listillos que citaban a Baudelaire encajaban regular en una familia de rudos escoceses, bebedores olímpicos y de mentalidad conservadora. Su padre, Jim, perdió el trabajo en plena reestructuración thatcheriana cuando cerró la fábrica Caterpillar para la que trabajaba. Los dos hermanos, en el paro, irritaban a sus padres cada vez que sostenían con aplomo que su plan vital –el único– era «ser estrellas de rock». William y Jim desarrollan el mismo gusto, exquisito, inspirado por The Velvet Underground y una intuición: ¿era posible sumar las guitarras más hirientes y chirriantes a las melodías pop de los sesenta?

La respuesta a esa pregunta es sí. Solo hacía falta el equipo adecuado, y ese llegó por casualidad. En un acto de generosidad, el padre de familia repartió a sus hijos una modesta pero notable cantidad de dinero con el fin de que hicieran despegar sus vidas o sacarse el carnet de conducir. Se arrepintió de inmediato cuando sus vástagos adquirieron un cuatro pistas malísimo y un pedal de «fuzz» ingobernable, que solo producía chirridos y acoples, tanto, que su dueño pensaba que estaba averiado y se lo dejó por diez libras. Hay momentos casuales en la historia de la música que desencadenan terremotos diez años después y aquel día dos placas tectónicas avisaron de algo. Los Reid, ambos tímidos patológicos, lanzaron una moneda al aire y el que perdió fue elegido como cantante. Jim: «La razón por la que acabamos creando The Jesus And Mary Chain tuvo que ver por igual con las cosas que odiábamos y las que amábamos. Hacia el 82-83 había una gran sensación de desencanto. Había un hilo que que recorría la mejor música popular –el blues, Elvis, Dylan, los Beatles, los Stones, Bowie, el glam, el punk y el postpunk– y ese hilo se había roto. La música que había en las listas y en el Top Of The Pops nos parecía detestable y nuestra misión, si es que teníamos una, era restaurar la música para que volviera a ser lo que había sido». Los hermanos se adoran y completan las frases del otro. También se sacuden, pero con deportividad. Empiezan a hacer canciones algo atípicas.

Influyeron a casi todo el «indie» y el «shoegaze» de los 90, pero nunca encajaron en nada

Los Mary Chain llaman la atención de Rough Trade, el sello independiente de Londres, pero, de forma más sorprendente, atraen a la multinacional Warner con un sonido francamente difícil de digerir. La primera reseña decía de ellos que sonaban «como una abeja atrapada en el hueco de un ascensor», una especie de accidente entre no saber tocar y tener un equipo disfuncional. Desde el principio, el odio con Warner fluye en ambas direcciones. Los Reid confiesan en estas memorias un carácter indigesto: impertinentes, socarrones, beodos y muy testarudos. Se niegan a tocar un ápice sus grabaciones pese a que los chacales de Warner les preguntan si el disco, «Psychocandy», es una broma. Nunca serán un grupo de éxito masivo, aunque lograron buenos resultados. Suficientes para ser vistos como traidores desde el «indie», acusación con la que tuvieron que cargar toda su carrera.

Un grupo alfa

Jim pasó 14 años saliendo borracho y/o drogado a todos los conciertos de The Jesus And Mary Chain para vencer los nervios. Escribe Michael Azerrad en «Nuestro grupo podría ser tu vida» (Contra) que «hay dos tipos de grupos: los alfa son esos que influyen a centenares de bandas, pero que pocas veces son perseguidos por chicas y logran pagar sus facturas, y los beta, que, copiando a los primeros, se llevan a las chicas y los millones. Los beta mencionan a los alfa, pero no como algo muy importante, y vaya si mienten. Los alfa y a veces los beta, pero pocas, mueren encharcados en alcohol». Este esquema no estuvo muy lejos de lo que le sucedió a los hermanos Reid, que jamás encajaron en ninguna parte y a punto estuvieron de terminar mal, muy mal.

Del indie fueron desterrados por aquel pecado original, aunque en realidad ellos sentaron las bases del sonido del indie estadounidense. Grupos como Sonic Youth, Dinosaur Jr o incluso Pixies se inspiraron en ellos. «No digo que esa generación hubiese sido moldeada por nosotros, pero cuando Nirvana se convirtió en el nuevo superventas, su sonido estaba más cerca de nosotros que del grupo que Warner quería que fuésemos. Se podría decir que esa abeja atrapada en el hueco del ascensor llevaba el polen del grunge en sus patitas», sostiene Jim Reid. Por supuesto, My Bloody Valentine, héroes del «indie» británico, construyeron su sonido sobre el mismo pedal exactamente que los Mary Chain, que fueron también clave en el surgimiento de la escena «shoegaze» (Ride, Slowdive) y apadrinaron a Blur antes de que fueran nadie. Sin embargo, nunca lograron encajar, entre otras cosas, porque fueron sus peores enemigos. Sus pésimas habilidades sociales y escaso esfuerzo comercial les condenaron a ser uno de esos grupos «para enterados» pero en el que nadie creyó ni apostó. Hasta que las relaciones entre ellos se agrietan y se agravan con las drogas.

Impertinentes, socarrones, muy beodos y testarudos: así eran (y son) los hermanos Reid

Los dos hermanos reconstruyen su historia en el libro (con la ayuda del periodista Ben Thompson) en el libro con recuerdos impresos en tipografías diferentes. Pero la narración no es divergente hasta que las cosas empiezan a torcerse. Se ofendían mutuamente, como siempre, pero consumían muchísimas drogas, uno, cocaína y el otro, marihuana: «y así no había forma de comunicarnos. Aquello se había roto», dice William. «La coca te dice: ‘‘Adelante, tú eres el mejor, puedes con él, sigue atacando...’’. Mientras que la hierba te hace darle vueltas a todo hasta que acabas paranoico y al final no peleas porque tienes la cabeza llena de pensamientos».

La relación entre los Reid fue deteriorándose por una canica de celos que se convierte en una enorme bola. (William Reid): «Cuando Oasis pegaron el pelotazo, era como si Liam y Noel fueran el ‘‘remake’’ hollywoodiense de nuestra pequeña peli ‘‘indie’’ sobre una rivalidad entre hermanos que, como mucho, tuvo buenas críticas en Sundance. Recuerdo que leí hace años una entrevista con Noel en la que decía: ‘‘Cuando estábamos de gira, después de actuar todo el mundo se va a un club y yo subo a mi habitación a componer’’. Pensé: ‘‘Joder, así fue mi vida en los noventa’’. El hermano mayor, el empollón, componiendo canciones en el cuarto mientras el pequeño está en el bar diciendo: ‘‘Sí, nena, soy el cantante, venga, vamos’’». Aunque la norma en la música es que las bandas terminen mal, lo cierto es que entre hermanos (los Davies, los Fogerty, los Robinson, los Gallagher...) la probabilidad de desastre es mayor. «Con un hermano sabes exactamente qué teclas tocar si quieres que todo salte por los aires», dice Jim.

Ambos pierden el control con las sustancias, el cariño mutuo y la ilusión por la música. Terminan a un paso del frenopático. Se separaron, en directo, durante una actuación en Los Ángeles en 1998. La madre y la hermana pequeña de los Reid lograron que volviesen a hablarse y en 2007 reaparecieron. Desde entonces han publicado dos discos, ven la música de otra manera y se toman la vida mejor.

domingo, 15 de septiembre de 2024

LOS SONICS:¿QUÉ ES ESE POLVO BLANCO QUE ECHAS EN MI COMIDA?

Octavio Gómez Milián

20 minutos, 11/09/2024



Un recuerdo amantes del garage, la guitarra baja y las gargantas desgañitadas de los perturbados. Los Sonics están en la ciudad: Licántropos sonoros que llevan en el rock desde siempre, arando las venas de la escena americana de los sesenta a base de guitarras fuzz y salvajismo. Ellos abrieron las puertas del sanatorio para toda una pléyade de descartes sociales. El "Iwanna" de Los Ramones, las baterías de los primeros Nirvana, las cuchillas sobre el pecho de Johnny Thunders. Allí está todo.

Una obra maestra: Here are the sonics, del año 1965 y cincuenta años después This is the sonics. Cinco décadas de protopunk y hammond humeantes nos contemplan. Son clásicos, son canon, sus el aroma del pantano, la brillantina en el pelo, son la pistola de Jerry Lee Lewis, son el Flamin y son el Groovie. Son los que vuelven hambrientos de madrugada. No digáis que no os lo advertimos.

Recetario básico:

Cinderella: Las historias hermosas nunca suceden después de las doce. Cuando ella se mueve parece transparente como el cristal y si te acercas demasiado la pincharás con tu aguja. A veces pienso que me confundo de cuento.

Psycho: Nena, tú me vuelves loco cada día. Estoy loco por ti. Demencia incontenida, pérdida de razón, aullidos a la luna, punteos de guitarra. Nena, ya no me reconozco frente al espejo, en realidad he reventado el espejo con mis palillos. Solo soy un psicópata.

Dirty Robber: Colección de favoritas de Lux Interior y Poison Ivy. Versión de The Wailers pasada por el túrmix sonoro de Los Sonics. No hay original si la tuya sabe mejor.

Hard way: Una gema escondida entre las grabaciones de Los Kinks a finales de los setenta. Los chicos de la escuela han caído en desgracia y es momento de levantarse y aullar. Seguro que esta nunca se la has oído tocar en directo.

The witch: Como en una banda sonora de la Hammer, el pantano se ha quedado a medio montar, la luna llena cuelga del techo con un hilo finísimo, el fuego hace borbotear la marmita ¿Habrá bebedizo para todos? Pregúntale a la bruja, está a punto de llegar.

Have love, will travel: Ricardo estaba enamorado de Luisita. Todas las noches, al volver del trabajo, paraba bajo su ventana y gritaba: Louie, Louie. Y los chicos de Los Sonics querían saber más sobre aquella historia de amor. Jim Belushi subido a una banqueta hace una versión empapada de bourbon. Echa de menos a su hermano.

Keep a knockin: 93 segundos y un saxofón. Cuentan que Little Richards tenía que subirse sobre el piano para dar la entrada a los metales. Estaba Enrique Guzmán, estaban los Teen Tops, a este lado del Ebro los Vibrants... y todos crecimos fervientes y devotos de esta religión que busca continuamente puertas a las que golpear. 93 segundos y un saxofón. Aunque toques no te dejo entrar.

Strychnine: ¿Qué se puede decir de una canción que han versioneado The Cramps, Flaming Lips y The Fall? Que es venenosa y que además le puso nombre al mejor fanzine de este país, Estricnina. Rafa Cervera y Ana Curra ¿Te acuerdas qué cantaba Eduardo Benavente? ¿Qué es ese polvo blanco que echas en mi comida?

Si fuiste de los que te gastaste 10 pavos en comprarte por correo la camiseta del Boom de Los Sonics en Munster Records tu momento ha llegado. Búscala en el fondo del cajón o pregúntale a tu mujer que ha hecho con ella. Si no la ha convertido en trapos comprueba a ver si te entra. Si solo quedan retazos es momento de usar las tijeras... y el pegamento.