jueves, 23 de octubre de 2025

ANA CURRA Y LOS 13 APÓSTOLES DE PARÁLISIS PERMANENTE

Ulises Fuente

La Razón, 19/10/2025

La artista se suma a bandas jóvenes para versionar los clásicos del grupo: «Me educaron para estar a la sombra de otros y mucha gente piensa que Eduardo hacia las canciones de Parálisis, pero era yo quien llevaba la batuta»

«Me encuentro bien, tío, estoy muy bien. Yo no soy una persona nostálgica, sino del aquí y el ahora. Me gusta estrujar la vida», dice Ana Curra sobre un momento de su vida en el que, lejos de pararse, acelera. Ana Isabel Fernández (San Lorenzo de El Escorial, 1958) revela tres proyectos a la vez: la reedición en vinilo de su clásico «Volver a las andadas», que estaba descatalogado, un tema nuevo de aire punk («Activista de la idiotez») del que será su nuevo trabajo y un proyecto muy ilusionante.

Se trata de «Ana Curra y los 13 apóstoles. La última cena de Parálisis Permanente», una revisión del legendario disco de Parálisis Permanente «El acto», en colaboración con hasta 13 artistas jóvenes que versionan los temas de un álbum que se ha convertido en un clásico en el que se ven reflejadas bandas cuatro décadas después. Bandas como Camellos, VVV Trippin’you o La Plata, que, desde una nueva manera de hacer post punk se identifican con aquel trabajo. Trece colaboraciones que se presentarán en directo el 23 de enero en el Teatro Eslava.

«Son gente joven consolidada en la pandemia que llegan después de darnos cuenta de que vivimos en un tiempo de absoluta fragilidad y donde la cabeza plantea una analogía con mi momento de post-punk, en la España de los ochenta. Creo hay cantidad de jóvenes que toman decisiones con gran inquietud e incertidumbre debido a muchas cuestiones como fue la pandemia pero, claro, también la precariedad, la vivienda o la imposibilidad de emanciparse. Y ellos eligen el post punk para expresarse como individuos de futuro improbable. Hay una analogía con mis tiempos», dice Ana Curra de un pasado marcado por la incertidumbre política, de una Transición que vivió un tenebroso golpe de estado. «Exactamente. Sin ser los mismos acontecimientos, porque estamos en otro momento de la historia y otro contexto, hay analogías. Se da la coincidencia: la mayoría de los chavales que salen en el disco empiezan en un grupo punk y reivindican la rebeldía de los tres acordes, pero evolucionan y desarrollan su personalidad. Lo mismo que nos pasó a nosotros».

Prueba del tiempo superada

La mirada de los grupos jóvenes sobre el disco entusiasma a Ana Curra. «La gente que se aleja de los jóvenes tiene problemas de adaptación. Lo más importante es estar cerca y escucharlos. Te contagian el entusiasmo por la vida. Es muy saludable. Además, son generaciones que se han apegado al trabajo de Parálisis Permanente», cuenta Ana Curra de una trayectoria brevísima, que se cerró con el fallecimiento de Eduardo Benavente en un accidente de tráfico junto a su compañera artística y pareja sentimental. «Creo que el disco ha pasado la prueba del tiempo. En su momento no fue apreciado, pero luego se ha puesto en su sitio en cuanto a valoración en la historia de la música de España. Es un disco relevante y respetado».

Fueron, como decíamos antes, tiempos difíciles. Especialmente para las mujeres. «Era una España casposa en ese sentido. Las mujeres que salíamos a la escena buscábamos un sueño, pero veníamos con una carga de educación machista. En mi caso, me encantaba estar de segundona en Alaska y los Pegamoides. Incluso en Parálisis Permanente. Hasta qué la vida me pone por narices delante y tengo que salir a defender las cosas yo sola. Pero estaba tan agustito de segundo plano», cuenta la artista sobre una educación «para estar ‘‘a la sombra de’’. Lo he reflexionado mucho con el tiempo. Era la forma en que te trataban: ‘‘qué mona, qué mona eres’’, pero nadie te preguntaba cómo has compuesto esta canción. En mi caso, todo el mundo daba por sentado que componía Eduardo, pero todas las letras son mías y la gente se piensa que era él quien escribía en Parálisis Permanente».

Ana Curra tenía estudios musicales de conservatorio. «Claro, las músicas también lo eran. Pero a nivel concepto, el disco, fui yo quien llevó la batuta y sin embargo he cargado toda la vida con que era la segunda. Bueno, era una manera en la que todos mirábamos a la mujer. Yo solo era la novia de Eduardo». Había sido educada en un colegio femenino de monjas. «Venía con esa educación castrante a cuestas y fue difícil, pero te vas despejando y buscándote a ti misma. Esto no es de un día para otro. Por suerte, hoy ninguna se plantea no estudiar o no seguir su sueño. Pero entonces estábamos supeditadas a los hombres».

Con la muerte de Eduardo, Ana Curra entró en un profundo duelo que nunca se permitió expresar o curar. «Estaba hundida, pero seguía, porque quería hacer música. Continué con Seres Vacíos yo sola. Hice un esfuerzo sobrehumano por superarme, pero ahí estaba la tristeza. Solo hacía canciones melancólicas», cuenta. Pero le llegó la propuesta de Hispavox para hacer un disco en solitario, «Volviendo a las andadas». «El objetivo era darle un color, un ímpetu, algo más de fuerza y la producción de Sergio Castillo ayudaba a salir de la cueva. Pero después de ese disco tuve que parar porque no podía más». Aquel trabajo, más luminoso, era una crónica de 1986. «España está de moda, pero las mañanas son de resaca», cantaba en su homenaje a Edith Piaf. «Veíamos lo que nos llegaba, Europa, la Otan, y había cosas que eran muy modernas pero que no nos convencían del todo».

También la llegada del Sida, clavo final en el ataúd de la Movida. «La gente tenía mucho miedo, porque no había información de protección ni campañas. A nuestro alrededor enfermaba todo el mundo, por la droga y el sexo. El sida fue otra pandemia y nos tocaba muy de cerca». Se acababa un periodo fértil y vibrante. «Esos que tratan de ridiculizar o menospreciar la Movida se equivocan. Fue una etapa floreciente en todas las artes y eso es indudable, es objetivo. Ahí está Radio Futura, Pedro Almodóvar, Pablo Pérez Mínguez, Alberto García Alix.... artistas que se lo ganaron a pulso». Se la acusa de frívola y de niños de papá. «En el tema de los ricos, ni entro, porque, aunque pueda haber casos que lo fueran, hay un montón que puedo poner que no lo eran en absoluto. Pero es que, si eran acomodados, ¿qué culpa tenían? ¿Eso les invalida a algo? Estar en una familia bien posicionada es lo de menos. En cuanto a la frivolidad, claro que la había. Éramos jóvenes y no vives las cosas con la amargura y la crispación que de adulto. Pero era una frivolidad irónica».

Eso es algo que Ana Curra acaba de redescubrir: «Si te relacionas con gente joven te das cuenta de que vuelven a vivirlo con más superficialidad, porque, si no, no se puede avanzar. No tienen la rabia, no hay esa visceralidad». Quizá ese sea el problema de analizar un movimiento juvenil como fue la Movida desde las amarguras de la madurez: que todo te parece mal. «Yo también echo de menos la juventud, claro. Pero no soy nostálgica. Soy de aquí y ahora». Y de lo que viene.

miércoles, 22 de octubre de 2025

VUELVO AL BOSQUE: JOHN FOGERTY ACABA DE PUBLICAR "LEGACY", UN DISCO EN EL QUE RECUPERA EL REPERTORIO DE CREEDENCE CLEARWATER REVIVAL

Por Martín E. Graziano

Página 12, 21/09/2025



Mientras muchos de sus contemporáneos venden su catálogo al mejor postor, Fogerty hizo la gran Taylor Swift y regrabó sus temas más clasicos. A los 80 años, cierra así una legendaria disputa con la discográfica original del grupo, que accedió a devolverle los derechos sobre sus propias canciones

Una deuda no se salda por uno: se salda por todos. En algún punto de los noventa, John Fogerty hizo un par de viajes por el río Mississippi. Canciones como “Proud Mary”, que no tocaba desde hacía décadas, le cantaban a la vida en los pantanos y los vapores. El tipo, sin embargo, jamás se había metido realmente en el Sur Profundo. Ahora necesitaba un ancla. Una tarde de muchísimo calor, inclinado frente a la tumba de Robert Johnson, se preguntó por las veintinueve canciones del mito. “Se apareció en mi cabeza la imagen de un abogado fumando un gran cigarro, sentado dentro de un edificio construido con el dinero del trabajo del muerto”, dice Fogerty. “Tuve una epifanía. Esa conversación silenciosa describía exactamente mi situación. Antes de yacer bajo la tierra como Robert, tenía que volver a tocar mis canciones”.

Finalmente, después de una dolorosa, absurda y larguísima batalla jurídica, Fogerty acaba de publicar Legacy: una suerte de álbum doble o triple donde el héroe de la clase trabajadora, con ochenta años y un pañuelo rojo anudado al cuello, recupera el repertorio de Creedence Clearwater Revival con la ayuda de sus hijos y su esposa. Parece un asunto estrictamente familiar. Sin embargo, apenas empiezan a sonar las versiones de temas como “Born on the Bayou”, el disco adquiere una trascendencia espiritual y colectiva y –sobre todo– ética. Así, en el preciso momento en el que buena parte de sus cófrades (Bob Dylan, Neil Young, etc.) venden su catálogo, Fogerty escala una gigantesca montaña de perjurios administrativos para clavar la bandera de la soberanía con su veterano rugido de puma.

Es una historia antigua. Con mucho pasillo e inocencia y avivadas. Promediando los sesenta, Creedence firmó contrato con Fantasy Records y salió al ruedo con el simple “Susie Q”. La jugada de Saul Zaentz, el dueño del sello, fue audaz: en términos contraculturales, la banda iba en la dirección contraria a su generación. En el preciso momento en que los Beatles sacaban “Revolution 9” y Pink Floyd descubría el espacio exterior, Fogerty componía rocanroles de dos minutos y medio sobre trabajar en barcos de curso fluvial. La apuesta salió redonda. En dos años y medio, sacaron seis discos geniales que se vendían como pan caliente. Hasta ahí todo más o menos bien.

Tras la disolución de la banda, Fogerty se metió rápidamente en los estudios para grabar una serie de clásicos del cancionero country. The Blue Ridge Rangers salió a las pistas sin su nombre en la portada y Fogerty no sólo acusó al sello de hacer un mal trabajo de difusión (lo que se dice, cajonearlo) sino que pidió la recisión del contrato. Zaentz se negó. Fogerty, que ya tenía entre manos un acuerdo con Geffen, renunció al publishing de todas las canciones compuestas bajo los contratos anteriores y escapó de Fantasy por la ventana.

“Me hubiera gustado ser mejor aconsejado cuando era joven”, dijo Fogerty, en una entrevista reciente con Alan Paul. “Cuando me di cuenta en lo que me había metido, era demasiado tarde. A veces miro hacia atrás y creo que, a la larga, ellos fueron increíblemente cortos de vista y hasta estúpidos: tenían a alguien con tanto talento y productividad bajo su ala y lo alienaron de tal manera que nunca más entraría en esa empresa, perdiéndose un montón de música para los siguientes treinta o cuarenta años. Básicamente, destruyeron el producto”.

Sobrevinieron tiempos aciagos. El debut recibió críticas buenas pero vendió poco y nada. Su sucesor, Hoodoo, directamente no se publicó. El tipo dejó de tocar el material de Creedence y acumuló un montón de resentimiento hasta que, a mediados de los ochenta, publicó Centerfield y volvió a sintonizar con el público. Reagan en la Casa Blanca. El alba del videoclip. En el repertorio, además, había dos dardos dirigidos al dueño de Fantasy: “Mr. Greed” y “Zanz Kant Danz”. La letra no era precisamente ambigua: “Zanz no puede bailar/ pero puede robarte todo el dinero/ Tené cuidado, amigo”.

El contrataque fue a dos bandas. Zaentz inició una demanda de 144 millones de dólares por difamación y planificó un maquiavélico juicio por plagio. Los abogados de Fantasy señalaron que “The Old Man Down The Road”, el tema que abría Centerfield, era copia de una canción propiedad del sello: “Run Through The Jungle”. “Pará pará pará”, diría Fantino. “¿Me estás diciendo que el sello lo acusó de plagiarse a sí mismo?” La escena de Fogerty tocando ambas canciones frente al jurado ha de ser una de las secuencias más dadaístas de la historia de la música popular. Será cuestión de esperar la biopic.

Unos años después, Fogerty se cruzó con Dylan en un festival. “Ey John”, le dijo Dylan, “si no tocás estas canciones el mundo va a pensar que ‘Proud Mary’ es de Tina Turner”. Lo dejó zumbando. “Fueron palabras muy provocativas”, recuerda. “Me metió la abeja en el bonete, por decirlo así”. Luego vino la epifanía sobre la tumba de Johnson y, en el 2004, Concord Records compró el sello Fantasy. Fogerty comenzó a recibir mejores regalías y, poco a poco, quedó en una posición financiera y estratégica más propicia para comprar su propio catálogo. Su viejo enemigo ya no estaba detrás del escritorio.

“Dadas las circunstancias únicas que rodean la relación de John con Fantasy, estamos más que encantados de llegar a un acuerdo”, escribió Bob Valentine, el presidente de Concord. Así, en enero de 2023, Fogerty adquirió los derechos mayoritarios de la obra de Creedence y abrió la botella de champagne. Llamó a su hija Kelsy (batería), llamó a sus hijos Shane y Tyler (guitarras, bajos, teclados y producción) y sacó del estuche su largamente perdida y recuperada guitarra Acme Rickenbacker. “Julia, mi esposa, tuvo una visión llena de goce y dicha”, dice. “En esa visión, yo volvía a grabar algunas de aquellas viejas canciones”. Y ahora, ¿quién podrá juzgarlo?

lunes, 22 de septiembre de 2025

DEBBIE HARRY, LA SONRISA MÁS MAGNÉTICA DE LA NEW WAVE

Javier Memba

Zenda Libros, 24/08/2025

Eso de llamar a Deborah Harry la “abuela del punk” puede llegar a ser tan gratuito como referirse a los Rolling Stones de las giras postpandemia como sus Majestades Satánicas. El quinteto de Richmond fue satánico en su álbum psicodélico de 1967 —Their Satanic Majesties Request— o en “Sympathy for the Devil”, tema incluido en el posterior Beggars Banquet (1968). Pero esos Rolling del Sixty Tour (2022) y el Hackney Diamonds Tour (2024), básicamente son una agrupación de ancianos que ha olvidado que el rock & roll, como el don poético, es un fulgor juvenil, amén de la música favorita del Diablo, junto al jazz y los blues del delta del Misisipi. Pues bien, venir a estas alturas de la historia etiquetando a Blondie, la banda de la que Debbie Harry fue lideresa, como una formación punk es algo que denota una ignorancia supina de la historia de la música joven del siglo XX por parte de quien así se expresa. Pero la ignorancia, es bien sabido, es muy atrevida.

Blondie fue una banda New Wave, es decir, de aquello que sucedió a la catarsis punk del 77. Como mucho, dicha Nueva Ola fue una adecuación del punk rock a las grandes audiencias. La radicalidad de aquellos punkis de los escupitajos, los calimochos, los imperdibles y las crestas, en la New Wave se tornó frivolidad, superficialidad aparente, mucho hedonismo… Y en una escena musical dominada por Talking Heads, B-52’s y, por supuesto, The Pretenders y el resto de las formaciones inglesas, no podemos decir que Blondie —siempre más cerca del pop que del rock— fuera la más destacada. Blondie, por encima incluso de sus grandes éxitos —”Heart of Glass”, del álbum Parallel Lines (1978)—, básicamente, era Deborah Harry. Dotada con la sonrisa más magnética de toda la Nueva Ola, amén de vocalista brillante, Debbie —para sus fans, amigos y admiradores— era todo un sex symbol de los primeros años 80. Con un pasado a sus espaldas como conejita en un club Playboy y fotos de ella desnuda circulando para solaz de los onanistas, la lideresa de Blondie era una suerte de Marilyn Monroe de la New Wave, una imagen que valía más que mil canciones.

Así las cosas, el cine no tardó en reparar en ella. Llevaba protagonizando los videos de Blondie desde 1974, pero a la pantalla de ficción propiamente dicha Debbie llegó en 1980. Fue en Union City, un neo noir canónico dirigido por Marcus Reichert —sobre un guion de Cornell Woolrich, ni más ni menos— que constituyó uno de los grandes éxitos de la programación de los Alphaville, aquel cenáculo del cine de autor en la cartelera madrileña, siempre presente en mi recuerdo. Primer y único filme de su realizador, Union City estaba ambientado en los años 50 y versaba sobre un contable obsesionado con averiguar quién le roba la leche por las mañanas, en tanto que su esposa, Lillian, el personaje recreado por Debbie, atendía a otras inquietudes mucho más complicadas.

El James M. Cain de El cartero siempre llama dos veces (1934) parecía gravitar en las secuencias de Reichert. Fotografiadas por Edward Lachman en un color tan frío que parecía blanco y negro, la música, como era previsible, corría a cargo de Blondie. Desde el cartel, con las maravillosas piernas de Debbie en primer término, Union City era todo un homenaje a la mujer que lo inspiraba. Pero al cabo fue como una de esas canciones que son un éxito una temporada y después nadie recuerda.

Si en la escena musical el debate se libraba en torno a la Nueva Ola, en lo que al audiovisual se refiere era el vídeo el que capitalizaba la discusión de la época. Casi 50 años después, aquellos recelos de Truffaut y tantos grandes cineastas de aquellos primeros 80, en la idea de que el nuevo procedimiento acabaría con el cine tal y como se había concebido hasta entonces, se me antojan muy semejantes a los que abrumaron a Chaplin y tantos otros grandes cineastas ante la llegada de la imagen parlante, presta a acabar con la silente. Frente a Truffaut, hubo otros, como Antonioni, que se mostraron entusiasmados ante el nuevo invento y no dudaron en experimentar con él.

David Cronenberg fusionó el video con “la nueva carne”, esa constante de la piel lacerada —y las extrañas llagas y protuberancias que se esconden bajo la epidermis de sus inquietantes personajes— que horada toda su filmografía. En Videodrome (1982), la cinta en la que tuvo lugar tan fabulosa mezcla, Cronenberg nos cuenta la experiencia del director de un canal privado de televisión, especializado en “porno blando y violencia dura”, con el que sus espectadores gustan irse a dormir. Max Renn (James Woods), el tipo en cuestión, se queda magnetizado por los videos snuff —grabaciones de tortura y asesinatos reales— que le llegan desde una supuesta emisora de Pittsburgh. Participando en una tertulia televisiva sobre el particular, conoce a Nicki Brand, una atractiva profesional de la comunicación, recreada por Deborah Harry. Mas en el fondo, tras esa mujer a la que parece haber seducido, late una auténtica masoquista que, apenas intiman, comienza a pedir a Max que le haga daño de diferentes formas. Le gusta ver Videodrome —el espacio televisivo al que alude el título— mientras él le clava alfileres en los lóbulos de las orejas. Y esto se queda en nada la noche en que ella le pide que le queme los senos con la brasa de un cigarrillo. Los dos fuman como se hacía antes, recuérdese que estamos en el año 82.

“No hay nada real fuera de nuestra percepción de la realidad”, sostiene Brian O’Blivion (Jack Creley), una suerte de gurú catódico que, en realidad, ya no existe. Fue un tipo que dejó grabadas horas y horas de televisión para ser adorado por sus seguidores. La propia Niki no existe, es una alucinación creada por Videodrome basada en la imagen de una víctima de un video snuff, utilizada para seducir a Max e introducirlo en Videodrome, que de puertas a afuera es una empresa dedicada a la fabricación de gafas de bajo coste para el Tercer Mundo y sistemas de misiles para la OTAN. Sin embargo, de puertas adentro Videodrome es un espacio televisivo cuya señal causa las alucinaciones.

Es tanta la densidad del delirio de Cronenberg que, cuando se habla de los comienzos de la filmografía de Deborah Harry, suele pensarse en Videodrome. A raíz de aquella colaboración se convirtió en una reina del underground neoyorquino. Ya que estamos con el símil de los Rolling, tras Videodrome la vocalista de Blondie pasó a ser una suerte de Susanita, la Little Susie de “Dead Flowers”, la más hermosa canción del Sticky Fingers, el álbum de los de Richmond de 1971. Ese retrato de Debbie, original de Andy Warhol —hallado el año pasado en Delaware, entre otros diez archivos digitales, fechados todos ellos en el año 85—, fue el resultado de las noches memorables que el actriz y el artista pasaron juntos en Studio 54, el club señero de la Nueva York de aquellos años.

Convertida en todo un icono de los 80, la actriz siempre fue especialmente sensible al cine independiente. Para John Waters —uno de los cultivadores más destacados de esa pantalla al margen—, fue la Velma de Hairspray (1988), el musical sobre el rock & roll y la integración racial en el Baltimore de los años 60, hoy todo un clásico de la pantalla estadounidense ajena a Hollywood. Aquella Velma fue la primera madre a la que dio vida la actriz y cantante, ya que nunca ha dejado su actividad como vocalista tanto en las reuniones esporádicas de Blondie —separados por primera vez en el 82— como ella sola.

Madonna, Cindy Lauper o la banda de rock alternativo No Doubt se han reconocido en la estela de Deborah Harry. Corría 2003 cuando Isabel Coixet confió a la mal llamada abuela punk otra de sus famosas madres, la de Ann (Sarah Polley) en Mi vida sin mí. Qué lejos quedan del mito erótico que Debbie fue en los primeros 80 todas aquellas procreadoras que interpreta desde que dejó de ser la sonrisa más magnética de la Nueva Ola.

domingo, 21 de septiembre de 2025

CARLOS H. VÁZQUEZ: “GABINETE CALIGARI CANTABAN ALGO MUY ESPAÑOL, MUY CASTIZO, MUY CAÑÍ”

Beatriz Eduarte
Zendra Libros, 16/09/2025


Dice Germán Pose en el Prólogo de Cómo perdimos Madrid (Ed. Sílex), que la historia de Gabinete Caligari representa un viaje de sol y de sombra, aunque también podría decirse que la banda formada por Jaime Urrutia, Fernando “Ferni” Presas y Eduardo “Edi” Clavo responde a una travesía universal, cíclica y existencial. Y es que el libro escrito por el colega y compañero de esta casa, Carlos H. Vázquez, es una suerte de aventura: de carretera, música y giras; de ascenso a los cielos y caída a los infiernos. Un recorrido que nos lleva del nacimiento a la muerte, pasando por una tierna y amable infancia que, como sabemos, no dura eternamente. Tarde o temprano, y antes de alcanzar la madurez, le llega el turno a la adolescencia —la última forma de inocencia— para que, después, todo se desvanezca y desaparezca. De ese modo funciona el ciclo de la vida, donde hay subidas y bajadas, como dice Carlos en un momento dado; donde el movimiento oscila, avanza y nunca para. Porque si paramos, si no provocamos ni nos provocamos, entonces corremos el riesgo de estancarnos. Y esto es algo que un grupo como Gabinete Caligari, tan castizo, tan madrileño, tan nuestro, tenía claro: romper, provocar, hacerse un hueco en el panorama nacional y musical; encontrar una identidad, la suya, y entrar, por la puerta grande, a formar parte de la idiosincrasia no sólo de una ciudad, sino también de un país, siendo fieles a una cultura, una estética y una manera de contar lo que pasaba.

Todo disco, como toda historia personal, tiene su cara A y su cara B. Todo su principio y su final, porque todo lo que vive también muere alguna vez. Por eso, entre un proceso y otro, conviene seguir el consejo que Jaime daba a quienes empezaban: “Chavales, sin miedo. Aprovechad el momento”, porque el tiempo pasa y todo acaba. Y así, cuando nos toque recordar, además de preguntarnos “¿con todo lo que fuimos, cómo hemos llegado hasta aquí?”, también podamos decir “yo lo viví, yo estuve allí”.

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—Me gustaría abrir esta entrevista con una frase que Jaime Urrutia solía decir antes de subirse al escenario y es: “Acabemos con esto cuanto antes”. ¿Por qué crees que empezó a emplearla?

—Porque en el caso de Gabinete (Caligari), Jaime estaba pasando complicaciones con su grupo, como bien sabes. Y claro, supongo que era un dolor tanto para él como para cualquier músico de rock que se va, o cualquier artista que se separa de su banda, o está con alguien muy incómodo, y es que hacer conciertos le resulta un calvario. Pero hay que hacerlo, porque hay contratos y hay conciertos por hacer, y lo primero que te nace es decir: “Acabemos con esto cuanto antes”. Y vas al siguiente y haces lo mismo, y así todo el rato, y es algo que nos pasa a todos. A nosotros, en la vida en general, vamos a un sitio y es un marrón, si es algo de trabajo o no, o si es algo familiar y estás ahí que no quieres estar y dices: “Acabemos con esto cuanto antes”. Como esta frase de “cuanto antes empieces, antes acabas”. Es como: “Tengo que hacerlo, me lo voy a quitar de encima ya, porque sé que después me voy a quedar a gusto”. Y es una cosa que no tienes que dejar pasar, porque si no, se te hace bola y se enquista. En el caso de los Gabinete, pues yo creo que Jaime estaba haciendo un esfuerzo para cumplir lo que tenía que hacer. Pero pasa con muchísimos grupos. Pienso, por ejemplo, en Héroes del Silencio y el tramo final de la gira de Avalancha (el último disco que sacaron). Tuvo que ser complicado porque, joder, cuando hicieron una de las últimas reuniones en Tijuana, discutieron (el famoso momento del decálogo de Enrique Bunbury), y ahí se separó el grupo, ¡pero es que les quedaban 80 conciertos más! 80 conciertos que tienes que hacer por lo que te queda de Latinoamérica y luego por España. Y es mucha convivencia, muchos conciertos, y todo esto en una furgoneta en silencio, del mal rollo que había. En Gabinete pasaría algo muy parecido, porque al final es el ciclo natural de los grupos: el que se separen, que haya mal rollo. Hay mal rollo con tu pareja, con los amigos, ¿cómo no lo va a haber con un grupo de músicos que a lo mejor llevan siendo amigos, como en el caso de los Gabinete, desde que eran adolescentes? Al final hay mucha convivencia, y es normal que cada uno acabe evolucionando hacia una forma de música diferente con el tiempo, pero bueno, es ley de vida en los grupos, ¿no? Esto siempre pasa. Luego está la opción de acabamos para siempre y se disuelve el grupo, o lo dejamos aparcado y lo retomamos en algún momento en el que se nos empiece a reivindicar, o seguimos haciendo discos, y aunque pasemos una travesía en el desierto, pues bueno, seguimos ahí, pero llegará un momento en el que tendremos muchas más tablas, nos reivindicarán y nosotros sabremos que hemos estado haciendo mucho trabajo. Por lo que son tres o cuatro opciones que ya coge cada grupo. Pero es lo más normal todo esto.

—Acerca de “la travesía en el desierto” que comentas… eso es precisamente lo que mencionas en el libro y te dice Enrique (Bunbury). Que él confiaba en ello y veía la posibilidad de que (Gabinete Caligari) pasara por esa travesía para luego renacer con otro éxito, como hicieron en sus primeros años, ¿no? La pena es que no se llegó a ello.

—Gabinete, casi al final de su carrera —aunque aún les quedaban unos años—, volvieron a hacer esto de Sombras Negras, que era un concierto, como dirían los cursis, back to basics, como vuelta a los inicios, vestidos de negro, que es como iban al principio. Y eso estaba guay, porque de alguna manera yo creo que les hizo ver cuál era la razón por la que hicieron todo eso. Pero bueno, si hubieran aguantado, igual hubieran hecho muchos discos muy buenos. El primer disco en solitario de Jaime Urrutia, Patente de Corso, tiene canciones de la época de Gabinete Caligari, como “Castillos en el aire”, por ejemplo, aunque hay algunas más, y ese disco es buenísimo. Para mí y para mucha gente a la que le preguntes, consideran que es uno de los mejores discos del rock nacional, y había canciones de Gabinete. Quiero decir que Jaime Urrutia al final es la voz de Gabinete, y la música que hace es como la de Gabinete: rock and roll, con algún toque diferente, pero básicamente rock and roll, y podrían haber encajado. Entonces, ¿cómo hubiera sido Gabinete Caligari en el 2000, haciendo un disco como Patente de Corso, por ejemplo? Pues hubiera sido la bomba. Hubiese sido un discazo tremendo. De haber seguido juntos, pues igual hubieran estado un tiempo de travesía por el desierto, y luego hubieran pegado un pelotazo en el momento en el que el rock era muy necesario, porque de repente estaba Operación Triunfo, empezaban las radiofórmulas a pegar más fuerte, y empezaba a entrar la música pachanguera y latina. Y ese momento en los 2000 (que es maravilloso) es en el que Calamaro está con Alta sociedad y Honestidad brutal; el “Loco” (Loquillo) con Cuero español, y luego con Feo, fuerte y formal; Bunbury con Flamingos; Jaime con Patente de Corso… Se habían juntado muchas cosas ahí para reivindicar el rock nacional, y que músicos como Germán Vilella, el batería de Los Rodríguez, tocara con Jaime, o estuviera Guille Martín de guitarra —un clásico del rock nacional que ha tocado con todo el mundo—… Yo que sé, hay mucha magia en esa época, y me hubiese gustado que los Gabinete hubieran participado en esa magia, vaya.

—Mencionas en la Introducción del libro, En privado hacia casa, que la primera vez que entrevistaste a Jaime Urrutia fue en julio del 2011, y ya han pasado catorce años. ¿Cómo definirías tu relación con Jaime, cómo ha evolucionado a lo largo de estos años?

—Pues hombre, en confianza, evidentemente, ha evolucionado mucho más. En formas, Jaime siempre así, es Jaime. Me acuerdo del primer día que quedamos, en el Vips que hay enfrente de Las ventas. Me citó a una hora rara, por la tarde, creo que era como a las seis o las siete de la tarde, no recuerdo bien. Lo que sí sé es que era a en punto, y yo era y sigo siendo muy fan de Gabinete Caligari. Por entonces yo estaba “empezando”, ya llevaba un tiempo haciendo entrevistas, pero no a ese nivel. Entonces claro, hacer a Jaime Urrutia… Te puedes imaginar: me había preparado muy bien la entrevista, quedó súper larga y tal, y bueno, el caso es que fui allí, puntual, y justo aparece Jaime con sus gafas de sol y se señala el reloj y dice (imita la voz de Jaime Urrutia): “Muy bien, muy puntual”. Aunque he de decir que antes hubo un encuentro previo haciendo un documental de Bunbury. El docu salió en 2011, pero se hizo en 2009-2010, y en ese documental se hicieron varias entrevistas, una de ellas a Jaime Urrutia. Ésta no la hice yo, sino un compañero, Juan Carlos, pero yo estaba por ahí porque venía de hacer más entrevistas con ellos, y me quedé. El caso es que me encargué de ir a buscar a Jaime Urrutia en taxi cuando llegó, y ese fue mi primer encuentro más “personal” con Jaime. El segundo sería el que te he contado del Vips, una entrevista que le gustó porque quedó muy guay, yo me la había currado mucho, mucho dato, era muy fan, como digo, y estuvo muy bien. Desde ahí, empezamos a hacer una entrevista cada año, año y medio o así, y luego ya se convirtió en algo que consistía en quedar para comer (aunque realmente íbamos a hacer una entrevista: lo de comer era la excusa, porque así la entrevista quedaba más distendida). Me acuerdo también de un día que Jaime me llamó para hablar de música porque tenía unas dudas de no sé qué disco porque estaba leyendo no sé qué libro, y quedamos para comer. Otras veces he estado en un medio y le he invitado a venir para hacer una entrevista. No sé, siempre hemos tenido este trato habitual y ahora, actualmente, pues ya quedamos directamente para comer, sin excusa, porque vivimos muy cerca. Antes vivíamos cerca, pero ahora está a nada, a diez minutos de mi casa. Y respondiendo a tu pregunta, pues podría resumirse en que nuestra relación ha evolucionado en eso, hasta el punto de ser casi vecinos.

—Llamarlo relación paterno-filial sería demasiado, ¿no?

—Igual es demasiado, pero bueno, hay una relación de persona joven que admira a un señor que lleva haciendo rock and roll desde mucho antes de que él naciera. Entonces… un padre musical sí, eso desde luego.

—Vamos a dar un salto en el tiempo. Concretamente a La noche de los cuchillos largos, como la titulas en el libro, y aquel 23 de julio de 1981, el primer concierto de Gabinete en el Rock-Ola, donde Jaime presentó al grupo diciendo: “Somos Gabinete Caligari y somos fascistas”. Narras muy bien el impacto que supuso esa frase e incluso la estética militar, nazi, un poco agresiva, controvertida, un poco punk. ¿Cómo hubieses reaccionado tú de haber estado presente ese día? Porque alguno entre el público no dudó en decir: “Como pille a este tío le parto la cara”.

—A ver, la respuesta corta, para empezar, es que me habría encantado estar ahí y no me hubiese importado lo que dijera, porque hubiese entendido por qué lo decía. Pero claro, tendría que haber vivido la dictadura, y luego la Movida, para saber el significado real que tendría esa frase dicha en ese momento. Ahora, con el tiempo, esa frase… Bueno, también te digo, di tú ahora esa frase. Si la dices ahora, sin que se hubiera dicho en aquel entonces, es decir, que el momento del Rock-Ola fuera ahora, con todo lo que hay… Imagínate la que les podría caer. Pero a mí, ya te digo, no me hubiera importado. Hubiese dicho: “Guay, el punk”. Porque yo, siendo como soy, y me conozco, sé que en esa época hubiera pensado así. Pero insisto, habría que tener en cuenta lo que has vivido antes. De haber vivido la dictadura, a lo mejor esa frase te resulta, más que ofensiva, doliente. Pero personalmente hubiese dicho: “Pues ole tus huevos”. Esto es el punk. Esto lo vienen haciendo en Inglaterra, y es una forma de provocar y de llamar la atención, y en el libro lo cuentan varias personas. Era el punk, y se hacía así. Ramoncín salía a provocar también con el ojo pintado cantando “Marica de terciopelo”, o dedicándole la actuación aquella en Dos por dos a los presos que estaban en las cárceles (a los presos políticos, quiero decir). Pues es que eso es el punk, amigo, y si no estás dispuesto a ello, pues igual acuéstate, pero eso era provocación. De lo contrario ¿cómo llamabas la atención? Ahora, por ejemplo, se hace diferente, ahora se provoca de otras maneras, pero en aquel entonces la manera de provocar era política, porque los jóvenes tenían algo que decir.

—Y eso no te hubiese condicionado para ser fan o no fan de Gabinete.

—No, pero por la actitud que tenían, y no porque diga: “Ah, pues si ellos dicen que son fascistas, yo me lo voy a creer y yo voy a ser fascista”. No. Es que yo creo que la gente se lo lleva a su terreno. O sea, no lo entienden ni irónicamente ni para provocar, sino que se lo toman al pie de la letra. Y no. El provocar tiene ese punto de picar, de llamar la atención, pero no de ofender tanto. La gente se lo toma todo como una ofensa ahora mismo. Y en el caso de los Gabinete, es verdad que fue un sambenito para ellos durante mucho tiempo. Pero bueno, es que lo hacían ellos como lo hacían otros en España, y muchos otros en Inglaterra. Ilegales rompía las guitarras, y luego Jorge (de Ilegales) te podía pegar una hostia si le caías un poco torcido. Así era como se vivía el punk y como se vivía el rock de entonces. A veces nos creemos que la Movida Madrileña era todo… a parte de la heroína y todo eso, que afectó a mucha gente, pero la Movida no era sólo Movida. Se daba mucha música en otras partes de España e incluso en zonas “más rurales”. En zonas del extrarradio había mucho rock y heavy e influencias que venían de Inglaterra, que a lo mejor eran oscuras, pero venían del heavy o del rock más pesado, del hard rock, o de Led Zeppelin o de Black Sabbath. Había tanta influencia del rock que todos, de alguna manera, tenían que llamar la atención. Unos lo hacían en contra del sistema, otros lo hacían en contra de las nucleares, otros en contra de la guerra, y otros eran irónicos y otros eran más provocadores. Pues bienvenido sea, es que si no… Si no provocamos no avanzamos, y creo que actualmente es difícil decirlo, porque te cae la del pulpo y ya veremos si te cae alguna demanda. Pero si hay un grupo que lo dice de forma irónica, para provocar, pues ole tus huevos. Y si encima conozco a esos grupos, por ejemplo en el caso de los tres Gabinete, que conozco a los tres personalmente, ¡es que no son fascistas! Lo que pasa también con la palabra “fascista”, que ya es otro tema, es que tiene muchas connotaciones ahora mismo. Pero el provocar, hay que seguir provocando, porque si no, nos quedamos aplatanados, y en esa época había que sobrevivir y provocar, y eran tiempos duros.

—¿Puede ser que la provocación sea entonces, si no sinónimo, al menos sí alimento de la buena estrella que, como decía Alberto Urrutia, tenían tanto Jaime como su padre? Quiero decir, Alberto afirma que a pesar de todo lo que pasó Gabinete, Jaime siempre ha tenido buena estrella, e hilándolo con lo que comentabas respecto a la provocación, ¿podría darse en algunos casos que dicha provocación sirviera para mantener esa buena estrella con la que ya se nace?

—Hombre, pero porque hay un talento ahí, y si hay talento hay buena estrella. Toda persona que se dedica a crear algo tiene un talento, y es verdad que la gente que compone, que escribe, rueda una película, un guión, toda la gente que crea algo desde cero, creo que tiene una sensibilidad muy especial de alguna manera. Unos más que otros. Jaime, en su caso, es que tiene una sensibilidad especial y es una persona muy sensible. Por eso creo que se defendía con su rictus, con su forma de ser dura, como los otros Gabinete, que tienen esa imagen de duros. Jaime en el libro lo dice: “Me creí la imagen de chicos duros que queríamos transmitir”. Y es que eran duros, pero también sensibles. Aute, por ejemplo, solía referirse a Jaime como “el hermano pequeño de Lou Reed”. Pito (Cubillas) lo define muy bien también, una vez que Jaime estaba un poco depre porque estaban poniendo en la radio un tema del momento y no ponían tantos temas de Gabinete, y le decía Pito: “Ya, pero bueno, el vuestro también está sonando y está funcionando muy bien”. Pero nada, seguía alicaído. Por eso Pito dice que Jaime es de esas personas a las que hay que levantar.

—“Levantar el ego”, concretamente. Lo tenía aquí apuntado. Según Pito, Jaime “es una persona que necesita muchísimo a alguien que le empuje hacia arriba, que le levante el ego”. Más adelante quería preguntarte acerca del ego de los artistas, pero ya que lo sacas, Pito lo menciona en la última etapa del grupo, en el capítulo de Gabinetissimo, cuando ya la relación con Edi (Eduardo Clavo) y Ferni (Fernando Presas) estaba cada vez más fría y Jaime más desencantado.

—Claro, es que para una persona tan sensible que percibe la realidad de una manera más intensa, tiene que ser muy duro. En general para la gente lo es. El pasar de estar viviendo aquí (arriba) a vivir aquí (abajo) es duro, en general, para todos. Pero claro, Gabinete tiene una carrera ascendente desde que empieza hasta que llega a su culmen de popularidad, que es con Privado, en el 89-90, y el éxito comercial total con “La culpa fue del chachachá”, la imitación de Martes y Trece… Todo eso hace que Gabinete esté en un punto tan máximo de popularidad en España, que, claro, ¿luego qué vas a hacer? Porque la gente espera otra culpa fue del chachachá, comercialmente hablando. Pero tú eres artista, tienes una sensibilidad y te gusta escribir tus canciones y evolucionar, y ahí empiezan un poco las cosas de: “Bueno, vamos a tirar por aquí musicalmente, vamos a tirar por allá…”. Y sucede lo que siempre sucede al final, que los caminos se van distanciando porque no quieres repetir ese éxito. El “morir de éxito”, a veces lo llaman, ¿no? Pasa con todos los grupos. Algunos salen mejores que otros, otros salen sin despeinarse, y otros se estrellan estrepitosamente. Pero Gabinete continuó con Cien mil vueltas, grabado en Londres con Phil Manzanera, y eso era como decir: “Ha funcionado muy bien Privado, pues con el siguiente vamos a poner toda la carne en el asador”. Pero el disco bajó en ventas y, a partir de ahí, vino el descenso del grupo. Es que es lógico. Vamos, creo que es lógico. Con Jaime pasó algo parecido cuando publicó Patente de Corso. El disco es tan bueno, tan bueno, tan bueno, que lo que viniera después iba a ser complicado de superar. Complicado, eh, no imposible. Pero claro, con los Gabinete en ese punto tan alto de su carrera, en el que todo el mundo los conocía porque sólo había una tele… Joder, al final, ¿qué haces después? Y si a la sensibilidad que tienes, le sumas que vas viendo que los escenarios cada vez son menores, que tienes menos ventas, que la gente sólo te recuerda por la caricatura de Martes y Trece, que te reconocen por eso y no tanto por tu música, que sólo se acuerdan de ti por una canción… Que te digan “¿qué haces, que no estás haciendo nada?”, cuando en realidad has sacado discos pero la gente no te sigue tanto porque has decidido hacer carrera en solitario, que las cosas técnicas son peores, que dejas de viajar, dejas de estar en hoteles de cinco estrellas y pasas a estar en hoteles de tres, tienes menos ingresos, etc. Joder, pues si para cualquiera de los mortales eso es un dolor, imagínate para alguien que es más sensible que la media.

—Pero ahí también depende de cómo consideres o concibas el éxito, ¿no? Es decir, hay gente que prefiere sacar un buen tema o un buen libro, tener un gran éxito y ya, que ir encadenando poco a poco, no grandes éxitos, pero sí proyectos más pequeños. En el caso de Jaime, él no sólo tiene sensibilidad, sino que es compositor, es letrista. Componer para él es algo innato, ¿no? Y luego, que también tiene mucha ambición. A lo mejor cualquier otro en su lugar hubiese dicho: “Oye, como hemos tenido tanto éxito con “La culpa fue del chachachá”, pues estiremos un poco más el chicle. Sigamos por esta línea, con este estilo”. Pero Jaime, queda evidente en el libro, no es de esos, y el éxito para él significaba otra cosa.

—El éxito es que es un poco mentiroso porque, en general, tú lo percibes de una manera diferente a como lo percibe la gente. Porque claro, el éxito, entiendo que la gente lo relaciona con tener dinero, vivir muy bien, ser millonario, que todo el mundo te conozca, pero una cosa es ser famoso y otra cosa es ser popular. En el caso de Gabinete son populares. En la época de Privado eran famosos porque estaban en todos lados, pero Gabinete al fin y al cabo son populares, porque los conoce todo dios, pero sin que sea una caricatura como cuando son famosos. No sé si me explico. Pasa con grupos que, como dices, cogen esa fórmula. Les funciona una canción y en el siguiente disco meten una parecida, o meten la misma pero a dúo con no sé quién (ya estas son cosas del mercado discográfico). Sin embargo, me alegro de que Gabinete no siguieran estirando el chicle con “La culpa fue del chachachá” ni que siguieran ese camino, a pesar de que comercialmente no iba a ser igual. Es que, a lo que voy, cuando te va bien con una cosa y has pegado el pelotazo, dices: “¡Hostia!, si lo estiro, ¿hasta dónde lo estiro?”. Porque puede estar muy bien, pero yo creo que es pan para hoy y hambre para mañana. O puedes hacer lo contrario, seguir con tu camino —que te va bien—, porque has llegado hasta aquí gracias a lo que has hecho anteriormente y no ha sido de la noche a la mañana. Así que sigues haciendo tu movida. Pero también te digo que habrá momentos, como pasa con todo, en el que estés abajo, luego estés otra vez arriba, luego abajo, y es normal, es lógico. Porque además las modas vienen y van, sobre todo en la música, y en general la vida, pero más en la música, y lo que hoy mola pues mañana no, hasta que lo revindica alguien y mola otra vez. Si sigues tu camino, pues habrá gente a la que le dejes de gustar, y gente nueva a la que quizás le gustes, y vas renovando generaciones, que también está muy bien. Pero ya te digo, también depende de cómo concibas el éxito. Jaime yo creo que lo concibe de una manera que le permita vivir tranquilo de sus canciones. Eso ahora. Habría que ver cómo era antes, y cómo concebía el éxito cuando tenía treinta años, o veinte.

—Cuando estaba en la cresta casi.

—Claro, es que estás viviendo una cosa que sí, que te reconocen todos, pero, pichichi, estás ganando un pastizal tremendo, estás siendo una estrella, haces unos conciertos de la hostia, entonces, ¿ese es el éxito para ti? Pues hombre, a lo mejor el éxito que tienes hoy es un poco diferente al que vas a tener mañana. Es que depende de muchos factores, y yo no soy músico, no puedo sentirlo así, pero puedo percibirlo con algunos músicos con los que he tratado a lo largo de todo este tiempo y sé que el éxito, tu forma de entenderlo y de percibirlo, cambia con el tiempo.

—Continuando un poco con el carácter y la personalidad de Jaime, ¿crees que la educación que recibió en casa, de corte más tradicional, más conservadora, acabó influyendo en la presentación transgresora de Gabinete? Sobre todo a la hora de identificarse y de presentarse como artista.

—Sí, como también influyó la época porque, a ver, en su casa no había artistas, aunque es verdad que su madre tocaba el piano y demás, pero había mucho ambiente taurino. Jaime es que es un chaval muy pequeño, muy pequeño, cuando él descubre a los Rolling Stones y cuando llegan los primeros discos a casa gracias a su hermano mayor. Todo eso hace que, claro, como decíamos antes, veníamos de una época en que la Semana Santa era la ley. No podías hacer ruido ni poner música. Entonces, claro, vives eso, y tampoco lo quieres para ti, porque eres un chaval y quieres un poco de [chasquea los dedos], pues divertirte, evidentemente, y lo antiguo te parece, aunque tengas una educación tan tradicional, un aburrimiento, porque eres un crío y, naturalmente, por mucha educación que tengas, tú lo que quieres en Semana Santa, que tienes vacaciones, es jugar, no que tu abuela te diga: “Shh, ¡niños! Shh, ¡que está el Señor de cuerpo presente!”. Pues no. Pero aun así recibes una educación que te sirve para otras cosas. Entonces, sí, claro, por supuesto que influye esa educación de Jaime en cómo es él. La educación, y lo que vino después gracias a su padre y la forma de ser de éste, el que fuera crítico taurino, que Jaime le mecanografiaba las crónicas, que le gustara escribir y traducir desde pequeño las letras de Dylan, o se matriculara en filología semítica, todo eso viene también porque Jaime tiene una curiosidad y una inquietud que no la tiene todo el mundo. Y si además tienes un talento, y tienes oído y gusto por tocar, pues al final te acabas convirtiendo en un artista, claro que sí. En un músico. En el caso de Jaime yo creo que se le juntaron muchas educaciones: la que recibió por los Haro Ibars, la que recibió por su padre, por las amistades, por el ambiente en España… Se juntaron varios factores, como digo, y la suma de aquello lo convirtió en lo que fue y sigue siendo.

—¿Y cómo definirías tú personalmente que es la mejor manera de aunar la tradición con el rock and roll?

—La mejor manera es como lo define Antonio Bartrina, de Malevaje, cuando compara el rock-toreo, con el tango y el rock, pero porque había roquetas, gente con tupé, rockabilly y tal, rockers, que se interesaban por el tango, y eso a veces choca. Pero es que si te fijas en ellas, las letras del tango son duras. Yo he entrevistado a muchos tangueros y me dicen eso, que las letras del tango son duras. O sea, que si la transformas en rock and roll, se convierte en rock and roll o en rock duro, porque las letras de la época hablaban de amores muy apasionados. Entendidos en otra época pueden ser incluso machistas, y no digo que los tangos sean machistas, ojo, aunque hay gente que lo percibe así y dice: “Hostias, son muy duras contra la mujer”. Pero bueno, el caso es que son letras duras. Y Antonio Bartrina explica muy bien cómo se van adaptando unas corrientes musicales a otras. Gabinete Caligari lo hizo primero con las castañuelas, y luego con el saxo de Santiago Ulises Montero, añadiéndole ese rollo taurino de pasodoble. Entonces, claro, reivindicar lo antiguo, que estaba siendo un poco denostado en la Movida, por los modernos precisamente, porque olía a rancio, olía a dictadura, y aplicarlo a lo que estaba de moda y ya de paso reivindicar tu raíz, requería bemoles. Porque al final, por mucho que estuviéramos escuchando a The Cure, a Siouxsie and the Banshees y demás, ¡tío, eres de Ventas! Eres del barrio de Ventas. Que guay, que sí, que traes discos de Londres y escuchas lo que suena en el Rock-Ola, pero eres de Ventas. Y a mí me molan muchos grupos auténticos que no tienen complejo en revindicar lo que es suyo. No en hacer patria del país, ¿eh? No es un término político. Es un término artístico que a veces está denostado porque se hace cierta reivindicación de la cultura popular. Pero bueno, claro, la cultura popular nuestra es que, aunque no te guste, también son los toros y el fútbol, como la “Canción del pollino” que cantan Gabinete Caligari. Es que somos así. Somos un poco Torrente, un poco Chencho, a veces somos un poco Benito Lopera y otras un poco Ortega y Gasset. Los españoles somos muchos y tenemos todos nuestra idiosincrasia. Nos quedamos con lo bueno y nos quedamos con lo malo; exageramos una cosa, exageramos la otra, pero es nuestra cultura, y eso Gabinete yo creo que lo hizo muy bien, y Antonio lo explica todavía mejor.

—Pero fíjate que es curioso cómo al final ese tipo de evolución de nuevas corrientes, o nuevas músicas, que van incorporando algunos artistas en su carrera, siempre funciona cuando conectan con las raíces. Cuanto más ahondan en lo arraigado de nuestra cultura, cuanto más remueven las entrañas, es cuando han sacado, si no los mejores discos, al menos sí de los mejores porque ha llegado al público y éste ha respondido llenando estadios y comprando los discos. Musicalmente pienso en lo que han podido hacer Sílvia Pérez Cruz, Rosalía o C. Tangana, por ejemplo. Que en su momento supieron buscar y rebuscar en esas raíces para después incorporarlo a su propio estilo, más moderno, adaptándose a los tiempos y a su tiempo.

—Y tuvieron polémicas. Es que claro, como la raíz es algo considerado tan puro, porque es el germen, de ahí nace todo, te vas a encontrar con mucha gente talibana, fundamentalista, que dice que si no puede modificarse el Génesis, que si…

—Le pasó a Enrique Morente con Omega, sin ir más lejos…

—Le pasó a Enrique Morente, como le pasó también a Camarón con La leyenda del tiempo, o a Dylan cuando se electrificó. Es que ha pasado siempre. Entonces, ser un flamenco como Camarón, que venía haciendo flamenco puro y de repente hacer un disco con bajo eléctrico, con un sitar, con poemas de Lorca… ¡Mal! Un músico que nunca ha tocado blues y de repente se interesa un poco por el blues… ¡Mal! Mal, porque al final tocas la raíz. En el caso de Camarón, cuando le preguntaban sobre eso, él decía que la pureza siempre la llevaba dentro. Que él podía hacer una cosa u otra, pero la pureza estaba dentro. Y es así, es lo que yo creo. Cuando se toca la raíz, y en la música, en el rock sobre todo, siempre pasa. Por ejemplo, te hablo del rock and roll básico de los años 50. Ese rock pecaba un poco de alejar a la gente, de ser un poco snob, que es a lo que voy. Y respondiendo a tu pregunta, eso hizo también que mucha gente no tuviera interés por ciertas corrientes musicales porque no formaban parte de su círculo o de su gremio más estrecho, y decían: “Tú no puedes formar parte de esto, porque no lo vas a entender”. Y pasa con el arte, pasa con el teatro, que hay quien lo ve refinado, o lo ven muy lejano… Y claro, ¿qué pasa? Que en el contexto de Gabinete ya se daban esas situaciones cuando llega la Movida Madrileña, y hay grupos que no son considerados tan Movida. Entonces, sí, escandalizar a los padres molaba porque era una forma de escandalizar a la autoridad, pero llegar a ellos, llegar a la abuela (a la que quieres un poco más, a veces), pues te reconcilia un poco con tus raíces, ¿no? Así que yo creo que, en ese sentido, los Gabinete pensaron: “Vamos a acercar todo esto”. De hecho, empezaron a adquirir ese sonido cuando fueron a la mili y vieron que allí lo que se escuchaba no era lo del Rock-Ola.

—Eran Los Chunguitos, Los Chichos…

—Claro, pero porque allí había gente que no era de Madrid, sino que era de provincias y de pueblos muy pequeños, y tienes un choque de realidad y te das cuenta de lo que hay. Entonces mezclas tus influencias oscuras, que a lo mejor te habían alejado de esta gente que escuchaba a Los Chunguitos o a Los Chichos, con lo “nuevo” que estás oyendo y descubriendo, y el resultado es un batiburrillo maravilloso en el que estás juntando lo mejor de dos mundos, pero sin dejar de ser tú. Sin perder tu identidad.

—Como hicieron en “Sangre española”, ¿no? Y como dice Alberto (Urrutia) en el capítulo Que Dios reparta suerte, que esa canción le indicó a Gabinete el camino a seguir como grupo; que, gracias a ella, “fueron hacia las raíces”. A “encontrar la identidad propia en lugar de asimilar la ajena”.

—Y no siendo un tipo británico, no imitando un símbolo. O sea, no siendo un Robert Smith hablando de toros con música taurina. No, porque no es lo mismo. Entonces, hay que aprovechar eso. Y Jaime y los tres Gabinetes, por la estética que tenían, esa estética de las patillas de hacha, las camisas de chorreras, las camisas con el cuello subido, los lunares, la forma tan chulesca que tenían de ser… Tío, qué guay, ¿cómo no te vas a identificar con esa gente? Es que es el casticismo puro. Uno de Madrid Madrid, de estos chulapos chulapos, pues hombre, claro que sí. O sea, si entonas chotis, o pasodobles, o te gusta la Zarzuela de alguna manera, Gabinete Caligari o te encantan o te espantan. Pero es que son nuestro cartel de Mahou. No iba a decir marca, pero bueno, son nuestra cerveza. Y la cosa es que ellos lo dicen. Jaime lo canta en “Tócala, Uli”: “una caña de Mahou y una de rabo de toro”. Es que esa estética, esa forma de ser tan de verdad, era lo que hacía que Gabinete Caligari fueran tuyos. Y pasaba lo mismo con “Al calor del amor en un bar” también. Ellos cantaban algo muy español, muy castizo, muy cañí. Y ahora que se está reivindicando un poco la taberna antigua y la estética esta, pues es la cosa que los Gabinete hubieran reivindicando si hubiesen seguido tocando. Esa cosa es lo que ahora te recuerda porque formas parte del recuerdo de la gente. Al final es cultura popular, que es por lo que tú cantabas.

—Como dice Bunbury en el libro respecto a la música y la estética, porque “la música es lo importante”, “la estética tiene que apoyarla y no al revés”. Gabinete Caligari, en ese sentido, siempre fue fiel a sí mismo, ¿no?

—Porque en el caso de Gabinete vino la música antes que la estética. Y porque, volviendo a lo de antes, la ropa era una forma de identificarte y de expresarte. Lo que escuchas te influye. Cuando eres joven eres una esponja, y claro, ves que de repente uno tiene fotos en el estudio de su tío que son de temática militar, otro puede conseguir ropa militar, y estamos escuchando a estos otros que tienen este rollo… Gabinete lo que hizo es lo que dice Enrique: la estética se apoyó en su música, no era impostada. Porque te los crees. Tú ves a Edi con la camisa de chorreras abiertas, enseñando el pecho, un pecho lobo, las gafas Ray-Ban, las patillas, la forma de hablar… Te lo crees, no es impostado. Otra cosa es que vengas aquí de Keith Richards y vengas tocando como él, y acabes diciendo “ya, pero no”. Tú lo que eres es un imitador de Keith Richards. Es una estética impostada, es postureo. Gabinete no. Con Gabinete tú ves el videoclip de “La culpa fue del chachachá” y te los crees. Por eso llegó a tanta gente, porque te los creías. Porque es que son así. Y como diría Zabala de la Serna “se torea como se es” y la estética, en el caso de Gabinete, es totalmente lo que dice Enrique, apoyaba la música que hacían. La estética, si acabó evolucionando, lo hizo con ellos.

—¿Consideras que Jaime, Edi y Ferni estaban destinados a estar juntos? Porque la manera en la que se conocieron, por medio de un tablón de anuncios en la facultad de filología por la que pululaban los tres, separados pero juntos a la vez, parecía indicar eso mismo, que estos tres puntos iban, tarde o temprano, a confluir.

—Sí, pero porque también estaban en un entorno que era propicio. Muchos músicos, el Loco, Ramoncín, etcétera, etcétera, llegaron a otros músicos a través de tablones de anuncios, porque no existían las redes sociales y porque las redes sociales eran eso. Cuando te mueves en ese ambiente, hombre, no sé si destinado a estar con esas personas, pero seguro, seguro, que con alguien del entorno iban a hacer algo, porque todos tenían curiosidad. Todos querían hacer cosas. Al final lo que es curioso es la sucesión de acontecimientos vista con el tiempo. Por ejemplo, cuando le venden el bajo a Nacho Canut , pero no sabían quién era Nacho Canut porque esa noche debutaba en el M&M. Pues son cosas que van sucediendo porque, claro, lo ves ahora, y dices: “Ah, hostia, que este grupo se estaba fundando en este momento, o aquel estaba haciendo esto otro con ese otro”. Y en caso de Gabinete, a ver, el tablón, la cafetería… pues al final se juntan estas cosas misteriosas que da la química entre dos personas, o tres, o cuatro, y forman un grupo y funciona. Magia.


—Respecto a la época que estamos hablando, tanto el entorno como el contexto fueron propicios a su manera, porque de ahí, sin ir más lejos, salió la Movida y salió también la Nueva Ola. Unos eran de una corriente, otros de otra, pero todos estaban entremezclados a la hora de contar cosas; de crear un nuevo estilo o una nueva forma de hacer música, ¿verdad?

—Mira, en Andalucía, por ejemplo, en los 60-70, se dio un fenómeno muy interesante, que fue la explosión del rock andaluz y del rock en general debido a las bases americanas que traían discos. Piensa incluso que era una época todavía franquista, tardofranquista, cuando los grupos andaluces como Smash, luego Triana, por ejemplo, antes de formarse, coincidían en locales y tocaban unos con otros. Estaba el grupo Gong, y estaban por ahí ya los García-Pelayo y se estaba formando un caldo de cultivo maravilloso para que luego saliera Triana, Smash o, con el tiempo, Medina Azahara. Estaba Tabletom por ahí también, estaba el rock progresivo… Se estaba juntando un poco de todo y la gente quería contar lo suyo, a su estilo, porque venían de una época de opresión, o de miseria y habían vivido cosas, que es lo importante cuando escribes, y cada uno quiso hacerlo a su manera. En Madrid, con la Movida, empezaron a formarse grupos porque la gente tenía esa necesidad de componer y de expresar. Pero es que en Galicia pasó tres cuartos de lo mismo, y en Cataluña en general, en Barcelona, pasó igual, sólo que con una mirada más cosmopolita, más europea, considero. En Zaragoza también. En todos lados había gente diciendo cosas. Otra cuestión es dónde se focalizara más o menos, porque es cierto que somos un país muy centralizado en Madrid, y un poco en Barcelona, pero en España ya se habían dado descubrimientos explosivos de querer contar y probar desde mucho antes de la Movida. La Movida es un movimiento, sí, pero movimiento hubo en todos lados. Y a veces, en algunos casos, resultaba una ensalada de hostias, pero estaba bien porque se acababan mezclando, de un modo u otro, diferentes culturas. A mí, personalmente, esa me parece una época maravillosa en el contexto de que todos tenían algo que decir.

—En Profesional a su servicio mencionas el papel de Paco Bragado, a quien Jaime consideraba su “abrigo de visón”, porque gracias a él salía protegido al escenario, rodeado de luces. En el capítulo destaca la pasión y el compromiso para con el oficio, y en el caso de Paco, ese estudiar los escenarios o el revisar los vídeos después de una gala para corregir lo que fallaba en las siguientes. Quiero pensar que el papel de los técnicos o diseñadores de luces no se ha devaluado, ni mucho menos, pero a veces falta, en esta época, esa profesionalidad tan arraigada que, entre otros, tenía Paco.

—Yo creo eso, pero también hay que decir que profesionales buenos ha habido siempre. Lo malo es que en aquel entonces no había tantos medios técnicos. Requerían mucho desembolso, el presupuesto era alto y las condiciones del sitio donde ibas a tocar también influían. Luego es verdad que la implicación de las bandas con el equipo de luces no era tan estrecha como la que podía haber con el de sonido. A lo mejor muchas bandas con que tuvieran luces les valía, pero con el sonido no. Con el sonido tenía que estar todo bien, perfecto. Paco Bragado en el libro cuenta eso, que cuando entró en la gira previa a la de Camino Soria (creo que era), según dónde iban a tocar, se estudiaba el escenario y también cómo montaba las ilusiones visuales de la gira de Privado: las cortinas, el momento en el que aparecían tocando… Ese momento es… ¡Me hubiera encantado vivir eso! Yo lo he vivido con muchos artistas, pero con Gabinete me hubiese encantado estar en ese concierto de Cartagena que menciono en el libro, y ver ahí a Edi girando con la batería aunque al final no pudiera ser. Porque toda esa puesta en escena hacía que tu show tuviera un valor añadido. Ya no era sólo lo estético, o lo musical; ya no era ir a ver al grupo, sino que era todo lo que se movía detrás. Porque ese gran grupo que estabas viendo en la tele, en el caso de Gabinete en la época de Privado, la época cumbre (comercialmente hablando), era en la que más gente iba a verles. Tocaban en sitios más grandes, en pabellones, y el escenario por tanto tenía que estar a la altura. Tú ibas a ver a los Gabinete Caligari porque los habías visto en la tele con “La culpa fue del chachachá” y querías ver un escenario de la hostia. Y eso mola. Y eso requiere que inviertas en profesionales que están creciendo a la vez que un mercado y una industria que se está adaptando a los nuevos tiempos. Y creo que, aunque actualmente se le da mucha importancia a los músicos y a los técnicos en los conciertos, este es un mundo que debería conocerse más. Porque hay mucha gente detrás que está trabajando de manera minuciosa desde la noche anterior para que todo esté perfecto al día siguiente. Y pasa otra cosa: en el directo es donde se muestra cómo es un grupo. La pena con Gabinete es que nunca llegaron a grabar un gran disco en directo, y yo creo que con eso hubieran demostrado cómo eran, cómo sonaban, e igual les hubiera hecho justicia para paliar un poco el daño que estaba haciendo “La culpa fue del chachachá”, así como la imitación de Martes y Trece.

—Pero ¿por qué les afectó aquella imitación de Millán? ¿Por qué Edi considera en el libro que aquello fue el comienzo del fin de Gabinete?

—Pues porque después de eso, lo que te decía al principio, llegas a un punto en el que ya te están caricaturizando. Y vale, tienes tanta personalidad que eres imitable. No eres indiferente, eso está muy bien, pero también en España tenemos esta cosa de alzar a alguien mucho y luego bajarlo, lo vemos constantemente en la prensa deportiva. A los Gabinete les pasó que llegó un momento en que se llevaban hostia tras hostia. Y como eran así, muy suyos, también había gente que estaba deseando que cayeran.

—¿Qué final crees que se merecía Gabinete?

—Creo que Gabinete se merecía, más que un final, un mejor reconocimiento. Sé que en Warner están tratando muy bien su material y su legado. Y yo creo que eso le va a hacer justicia a Gabinete porque, si te das cuenta en el libro, casi al final de su carrera ya las discográficas pasaban un poco de ellos por el cambio de música, de modas y por las nuevas generaciones, que estaban también a otra vaina. En esa época, las bandas que se formaron en los 70-80 empezaron a separarse porque ya habían cumplido un ciclo, o porque estaban hasta los huevos los unos de los otros… y todo eso al final estaba influyendo en que las discográficas buscasen nuevos artistas desechando lo anterior, que esto también es algo que hacemos mucho. Parece que somos incapaces de vivir con lo anterior. Tenemos que eliminarlo y continuar con lo nuevo. Pues no, porque con lo anterior no vas a evitar que cometas errores, pero te enseñará varias cosas. Y a lo que voy, es que muchas bandas fueron denostadas no sólo por parte de las discográficas, sino también por parte de la prensa, incluso del público, y es una pena, porque dieron tanto que el hecho de acabar así fue muy injusto (aparte de las razones personales que hubiera entre ellos).

—¿Y cuál dirías que es la cara A y la cara B tanto de Jaime Urrutia como de Gabinete Caligari?

—Pues mira, empezando por el final de tu pregunta, de Gabinete Caligari lo hemos comentado a lo largo de la entrevista, si Camino Soria fue la máxima expresión del éxito de Gabinete, Privado fue el otro lado, la cara B de una banda que empezaba a descarrilar. Empieza la decadencia, lo vulnerable, y se empieza a ver esa cosa que decía Pito cuando Jaime parecía más deprimido. En la historia de Jaime la cara A diría que es el principio, cuando hablo del padre, de Julio de Urrutia Echániz y de los inicios de Jaime. Y la cara B sería el capítulo de Amor de madre, donde voy a lo universal, a lo que nos conecta a todos: la madre. Me parecía que el tono tenía que ser un poco diferente, porque además habíamos hablado del padre de Jaime, que era un tipo duro, y más adelante llegamos ahí, a la madre, a Carmen, y quería darle un poco más de ternura pero sin recrearme. Me gustó mucho escribirlo, aunque lo sentí muy doloroso también por todo lo que pasó Carmen, y pasan muchas madres, que al final vives las circunstancias como te llegan y después de todas las penurias que has pasado, de repente, llegas al final de tu vida y tienes que lidiar con un cáncer mientras ves a tu hijo triunfar en la tele, con que tu marido tiene Alzheimer, con que empiezas a ser más dependiente, con que no quieres que tus hijos (los que quedan en casa) se vayan, y les dejas 500 pesetas y un paquete de tabaco encima de la mesa de noche para que retrasen su marcha, pero aun así comprendes que, en algún momento, tienen que irse… y entonces, claro, esa parte final marca la vida y la muerte. La vida y la muerte en general, pero también marca cómo la época musical de Gabinete va decayendo. Y me parecía muy bonito escribirlo de esa manera: el cantar y dedicarle una canción a tu madre, como es “Amor de madre”, después de haber sido el tipo chulo, con una estética dura… Ahí se le ve toda la vulnerabilidad a Jaime. A partir de ahí, viene otra época de Gabinete Caligari y, sobre todo, de Jaime Urrutia.

—Ya acabando, como nos estamos centrando en el final de Gabinete, en el libro no queda muy claro cuál es el motivo exacto de la separación.

—Es que al final se juntaron muchas cosas. Jaime ya estaba pensando en que quería hacer una carrera en solitario, los gustos musicales de cada uno ya eran diferentes, se juntaron muchos factores y el detonante de todo fue, sobre todo, el cansancio. Hay un día que llega y es la gota que colma el vaso, y hasta aquí hemos llegado. Porque lo piensas en frío, lo piensas en caliente y el final siempre es lo mismo: dejarlo. Hay gente que lo razona y dice “ya veremos”, y otra gente que dice “hasta aquí”.

—A lo largo del libro los tres miembros (Jaime, Ferni y Edi) reconocen varias veces que siempre han sido una banda muy autocrítica, personal y profesionalmente, aun cuando el grupo estaba ya roto y cada uno tirara por su camino. Y es bonito comprobar cómo los tres coinciden en esa autocrítica pese los problemas, pese a la separación y pese al tiempo transcurrido.

—Es que es una cosa muy interesante lo que has dicho… Yo entrevisté tanto a Ferni y a Edi juntos, y a Jaime aparte, como luego a cada uno por separado, y al final hay cosas en las que coinciden siempre. Una de ellas era la autocrítica. Claro, ellos eran una banda muy seria. Muy rígida, muy hermética. ¿Cómo no van a ser autocríticos si eran tan serios y recelosos con lo suyo? Y lo cuenta Pito, que tenían una forma de ser muy diferente. Al final todos tenían una vida muy asentada, o más o menos asentada. Jaime por eso estaba un poco más desencantado y desilusionado, y porque cuando eres mayor no te pasan las mismas cosas que te pasaban con treinta ni con veinte. Ya no vas a escribir las mismas letras que escribías antes, por eso quieres probar algo diferente. Y mira, hay una cosa que me contó una vez Josele Santiago en una entrevista: “Te metes a los quince en una furgoneta, y sales a los cincuenta sin saber qué coño ha pasado”. Es el mejor ejemplo para resumir todo esto. Acabar una carrera…Evidentemente, entre los tres Gabinetes hay coincidencias, y más en algo tan básico como la autocrítica, que eso te da esperanzas de que, bueno, hay una base que todavía sigue latente. Pero es eso, es lo que dice Josele: O sea, al final, vas con tu base, con tus normas, tus líneas rojas, tu música…vas por ahí cuando eres un chaval, sales a los cincuenta sin saber qué coño ha pasado, pero te llevas mal con estos tíos; has hecho este dinero, pero ahora sales peor de salud… No sabes qué ha pasado. Y todo eso termina. Termina una banda que habías formado con los colegas de la universidad, y llega un momento en el que Esteso es tu telonero. Te pones a pensar y dices, ¿qué coño ha pasado para llegar aquí? Con todo lo que hemos hecho, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Y hostia, ¡claro que haces autocrítica de eso! ¿Cómo hemos llegado hasta aquí, cómo perdimos Madrid, que es el contexto? Eso es lo que vemos ahora cuando vas por la calle, cómo hemos perdido Madrid, que se parece a cualquier ciudad europea. Y cualquier ciudad europea se parece a otra ciudad europea. Todas se parecen mucho, en ciertos rasgos, porque todo está unificándose, entonces claro, al final, sales de la furgoneta y te preguntas: ¿cómo hemos perdido esto?

—Y cómo lo hemos perdido cuando hemos intentado no perder la identidad, que es lo que intenta Gabinete, que nunca la perdió y la intentó mantener a toda costa. Con buenas canciones, con malas canciones, con mejores arreglos, con peores arreglos, pero se mantuvieron.

—Sí, en su caso, pues lo enlazo con el principio: tenían que haberse esperado un poco, porque hubieran hecho grandes cosas después y me hubiese gustado escuchar un disco de ellos al nivel de Patente de Corso.

—¿Podemos decir que nunca es tarde para que eso suceda?

—Nunca es tarde, no. Y aunque no graben, porque entiendo que es un proceso doloroso volverte a encontrar, a ensayar y todo eso, Jaime Urrutia merece un último disco muy grande. Muy grande. Muy a la altura de la que es su figura y de la de Gabinete Caligari, y hombre, si se juntan y cantan algo, pues ya es la hostia. Pero poquito a poco, y que aún queda ese disco de Jaime Urrutia que ojalá, espero, salga pronto.

viernes, 8 de agosto de 2025

FUE LA VOZ DEL PUNK EN LOS AÑOS 70, LLENÓ ESTADIOS Y HOY VIAJA EN TREN PARA TOCAR CON SU BANDA

Infobae, 29/07/2025

John Lydon, exlíder de los Sex Pistols, reniega del glamour de la industria musical y usa el ferrocarril para recorrer Europa con Public Image Ltd. Lejos de las giras millonarias, vive con lo justo, evita la nostalgia y mantiene viva su rebeldía desde escenarios pequeños

Mientras los miembros originales de Sex Pistols decidieron regresar a los escenarios, John Lydon, ex-vocalista de la banda, contempla la situación con distancia. En simultáneo, recorre Europa junto a Public Image Ltd (PiL), su nueva banda. Una escena en una estación de tren de Milán, donde Lydon espera el tren en compañía de sus músicos, refleja su alejamiento consciente de los estereotipos de celebridad y su arraigo en lo cotidiano. Esa vida itinerante y sencilla define la manera en que el legendario cantante enfrenta su madurez artística.

John Lydon expresó abiertamente su malestar por la decisión de los miembros restantes de Sex Pistols de reactivar la banda con el cantante Frank Carter en el rol protagónico. “Cuando me enteré de que los Sex Pistols iban a hacer una gira este año sin mí me cabreó. Me molestó. Simplemente pensé: ‘Van a acabar absolutamente con todo lo bueno de los Pistols, eliminando el sentido y el propósito de todo’. No escribí esas palabras a la ligera”, declaró el músico a agencia de noticias PA.

Las declaraciones de Lydon revelan heridas abiertas y posiciones difíciles de reconciliar. Según detalló The Independent, el artista se muestra convencido de que sus excompañeros trivializan el pasado y desvirtúan el mensaje original del grupo. “Están intentando trivializar todo el espectáculo para salirse con la suya con su karaoke, pero a largo plazo creo que se verá quién tiene valor y quién no. Nunca he vendido mi alma para ganar un dólar. Es el católico que hay en mí, esa culpa con la que no quiero tropezar”, agregó Lydon, quien mantiene una postura ética y artística bien definida.

En contraste, la actividad de Public Image Ltd refleja una manera diferente de vivir la veteranía en el mundo de la música. Mientras el nuevo show de Sex Pistols recurre a grandes recintos y apuestas mediáticas, Lydon y sus compañeros recorren el continente con una puesta escénica sincera y un espíritu cercano al público.

En la red social X, John Lydon compartió una foto desde una estación de tren en Milán junto a los miembros de Public Image Ltd (PiL), acompañada del texto: “Aviones, trenes y automóviles, pero PiL sigue camino de Génova….”

Su gira durante el verano boreal incluye paradas en Reino Unido, Alemania, Francia, España e Italia, con planes para presentarse luego en Polonia, República Checa e Irlanda. Con cada concierto, Lydon desafía las expectativas tradicionales sobre el retiro y la pasión por el escenario. Los viajes en tren subrayan esa elección por la normalidad y la autenticidad, lejos del glamour impuesto por el mercado musical.

A la polémica por la reunión de Sex Pistols se suma la ruptura personal entre Lydon y sus excompañeros. El vocalista descartó la posibilidad de una reconciliación. En conversación con la agencia PA, sentenció: “Nunca, no después de lo que considero sus malas acciones. Dejaré que se regodeen en las expectativas ‘woke’ de Disney”.

Según informó The Independent, la relación se deterioró durante la disputa legal por el uso de temas de la banda en la serie “Pistol” de Disney+. A juicio de Lydon, ese episodio marcó un quiebre definitivo al considerar que “han matado el contenido o, al menos, lo han intentado, y han convertido todo en un acto infantil y sin sentido”.

Históricamente, la distancia creativa entre Lydon y sus antiguos socios fue profunda. El vocalista compartió que escribió la canción “Religion” durante su etapa en Sex Pistols, pero la banda rechazó explorar nuevos géneros. “Realmente quería experimentar con los Pistols. Escribí Religion, famosa en PiL, mientras estaba en ellos, pero lamentablemente no quisieron acercarse. Era frustrante. No es culpa suya carecer de talento y no ser capaces de evolucionar”, comentó Lydon.

Tras el final de los Pistols, PiL emergió como una de las formaciones más influyentes del post-punk. La banda abarca registros muy diversos y ya lleva publicados diez discos de estudio, con uno más en preparación. La gira actual de PiL, bautizada “This Is Not The Last Tour”, alude al clásico del grupo “This Is Not a Love Song” y busca evidenciar que el retiro no está entre los planes de Lydon.

“Me comparo con el conejito de Duracell. Pienso seguir así”, aseguró. En lo personal, el año pasado enfrentó pérdidas irreparables: su esposa Nora Forster falleció tras una larga lucha contra el Alzheimer y también perdió al jefe de seguridad de la banda, John ‘Rambo’ Stevens. El músico admitió haber atravesado un período de profunda tristeza, sólo mitigado por el vínculo con el público en su gira de charlas “I Could Be Wrong, I Could Be Right”. Este contacto lo ayudó a recuperarse y tomar fuerzas para continuar sobre el escenario.

Sobre sus gustos musicales actuales, Lydon reveló su admiración por Lady Gaga y elogió sus producciones más recientes. Aunque mantiene un vínculo reservado con la radio y la música contemporánea, reconoció el valor del espectáculo ajeno y la importancia de explorar diferentes estilos. Nunca se ha sentido atrapado por los límites del punk y suele citar su aprecio por el álbum Aqualung de Jethro Tull, grupo asociado al rock progresivo. “Para mí la variedad es la clave. Escucho cualquier cosa que me parezca interesante o fascinante. Si uno no explora, sólo imita un género y termina metiéndose en una caja. Yo no trabajo con cajas”, señaló.

La figura de Lydon, lejos de encarnar el arquetipo del exrockero nostálgico, proyecta la imagen de un artista que, casi siete décadas después de su nacimiento, se mantiene activo y alineado con sus convicciones más profundas. Su postura ante la industria y frente a la herencia de Sex Pistols ofrece una mirada singular sobre el paso del tiempo en el mundo del rock. Mientras el debate por la autenticidad y el valor de las reuniones de bandas emblemáticas sin sus integrantes originales sigue abierto, Lydon sigue recorriendo Europa, subiendo y bajando de trenes, escribiendo el capítulo más reciente de una carrera forjada a base de rebeldía y constancia.