lunes, 15 de julio de 2013

THE FEELIES, NERVIO PERPETUO

Ricardo Aldarondo y Quim Casas

Los Feelies reaparecieron discográficamente con “Here Before”(2011), otro disco que se suma a su corta pero intensa producción a lo largo de más de tres décadas. El sonido Feelies es vibrante y contagioso, la pura esencia del rock sin aditivos ni colorantes. Son una institución respetada por diversas generaciones de músicos y apasionados fans de la música. En esta Revisión previa a su regreso, publicada en 2008, cuando los Feelies habían vuelto a tocar en directo después de casi dos décadas desaparecidos, Ricardo Aldarondo y Quim Casas repasaron los valores inmarchitables del grupo de New Jesey, que siguen siendo los mismos de siempre: simples pero directos.

Dave Weckerman, Stanley Demeski, 
Bill Million, Brenda Sauter y Glenn Mercer.

The Feelies se dieron a conocer con “Crazy Rhythms” (Stiff, 1980) como una bendita anomalía: en el cruce de oleadas que se sucedían a codazos (el punk, la new wave, el tecno incipiente, el post-punk industrial, el pop frívolo y colorista), la banda que comandaban Glenn Mercer y Bill Million desde hacía cuatro años (después de haber coincidido por primera vez en Outkids) resultaba tan novedosa como retroactiva. Su sonido nervioso y de urbano sabor neoyorquino, aunque con la marginalidad de quien ha nacido en Haledon (Nueva Jersey), atraía por su primitivismo, pero también por la sabia asunción de las enseñanzas de The Velvet Underground y The Modern Lovers y por sus destellos de refinamiento guitarrero a lo Television. El perfecto diálogo de las cuerdas de Mercer y Million remitía a muy distintas influencias sin casarse con ninguna tendencia. Esos elementos, más las baterías frenéticas de Anton Fier y el ímpetu percusivo aportado espontáneamente por el resto de miembros de la banda, dieron al debut de The Feelies una luminosidad que aún perdura.

Veintiocho años después, la dislocada y muy inconstante trayectoria de The Feelies –nombre extraído de las películas que prefiguran una realidad virtual en la novela de Aldous Huxley “Un mundo feliz” (1932)– ha renacido con el anuncio de su vuelta a los escenarios este verano, que ha reunido al núcleo de la banda, el que funcionó a partir de 1983 y se consolidó públicamente en 1986. Porque tras una primera etapa con Anton Fier a la batería y Keith de Nunzio al bajo, The Feelies se reinventaron a mediados de los ochenta con menos fiereza juvenil y una constatable madurez, recuperando como percusionista a Dave Wackerman, batería primigenio de la banda, y con la incorporación del batería Stanley Demeski y la bajista Brenda Sauter. Si el regreso del quinteto es uno de los más justificados de 2008 es porque ellos siempre mantuvieron una actitud casi amateur, con largos lapsos entre un disco y otro, y con solo cuatro álbumes en una década: “Crazy Rhythms”, “The Good Earth” (Coyote, 1986), “Only Life” (A&M, 1988) y “Time For A Witness” (A&M, 1991). Ese es todo el legado de The Feelies, aunque ha sido ampliamente multiplicado por proyectos paralelos. Así que este tiempo muerto de quince años puede tomarse como algo natural en su intermitente recorrido. De momento no anuncian nuevo disco.

Feelies en la época de "Only Life". Foto: Todd Eberle

Desde el comienzo, la banda fue el paradigma de grupo de culto que hoy sigue siendo: el guitarrista de R.E.M. Peter Buck les produjo el segundo álbum; el director Jonathan Demme los incluyó en 1986 en su película “Algo salvaje”; o nombres de la vanguardia que aparecían en los agradecimientos del primer disco, como Carla Bley y Michael Mantler, certificaban la exquisitez de una propuesta que aparecía natural, desprejuiciada y simple. Tan modesta como la voz siempre en segundo plano de Glenn Mercer. Ellos, a su vez, gozaban reconociendo y recomendando sus influencias. En directo y en las caras B de los singles proliferaron las elocuentes versiones de The Beatles, The Rolling Stones, The Velvet Underground, Neil Young, The Monkees y Jonathan Richman.


La “autenticidad” estaba de moda a mediados de los ochenta en el entorno del entonces llamado rock americano. Pero The Feelies, a veces cercanos a esa etiqueta, carecían de la pomposidad que acompañó a esa corriente guitarrera, R.E.M. incluidos. Las guitarras de sonido sostenido y elegantemente distorsionado de Million hacían maravillas sobre los intensos y veloces riffs de Mercer, como en el tema “Deep Fascination”, incluido en “Only Life”, un tercer álbum que encontró el equilibrio perfecto entre la espontaneidad del primero y la sofisticación con raíces del segundo.

Si bien The Feelies habían debutado en disco sorpresivamente en un sello británico y nuevaolero, Stiff, luego intentaron la conquista de su propio país con una amplia gira para presentar “The Good Earth”, publicado por un pequeño sello estadounidense, Coyote, y dando después el salto a la multinacional A&M con “Only Life”, que los llevó a Europa en 1989. Aquel año demostraron que su profesionalidad y precisión no estaban reñidas con el más espontáneo y sincero disfrute: en su concierto en el Bataclan de París, por ejemplo, dedicaron cuatro bises a versiones ajenas hasta conceder finalmente su mítico “Fa Cé-La”. Algo parecido pasó en un concierto de Filadelfia en agosto de 1988, en la que fue otra buena oportunidad para cazarlos en directo.

Como suele pasar, irse a una multinacional no les dio mayor difusión internacional. Tampoco la ayuda de su amigo Jonathan Demme. “Nuestra participación en 'Algo salvaje' no apareció en el disco de la banda sonora porque no le interesábamos nada a la compañía”, recordaba Mercer. Sin embargo, Demme continuó llamándolos para sus soundtracks: “Too Far Gone” (del tercer álbum) y “Slow Down” (del segundo) fueron incluidas en los discos de “Casada con todos” (1988) y “La verdad sobre Charlie” (2000), respectivamente. A pesar de ello, y de empujones como el que les dio Rick Moody al dedicarles un bellísimo recuerdo en el prólogo que escribió en 1996 para su novela “Días en Garden Gate”, The Feelies continuaron y continúan siendo un placer para minorías.





TRES DISCOS RECOMENDADOS


“Crazy Rhythms” (Stiff, 1980)



“The Boy With The Perpetual Nervousness” era un comienzo tan definitorio como insólito: unas percusiones apenas audibles que dan paso a un frenesí rítmico impulsado por timbales a la carrera con la urgencia psicótica de los primeros Talking Heads o Devo. La coreable “Fa Cé-La” y la más veloz “Forces At Work” certificaban que la electricidad de The Velvet Underground alumbraba una nueva fábrica de pop inconformista. Punteos enganchados en pocas notas, estribillos entre la gravedad de “Original Love” y el descaro a lo Lou Reed de “Crazy Rhythms”, y una versión de “Everybody’s Got Something To Hide (Except Me And My Monkey)” de The Beatles (complemento del “Satisfaction” stoniano perpetrado por Devo) conforman un disco único que  empieza y termina en sí mismo. La edición en CD incluye un cover de la stoniana “Paint It Black”.


“The Good Earth” (Coyote, 1986)



El regreso del grupo, esperado, fue lírico, pero sin dejar para nada de lado la especificidad eléctrica y rítmica de la formación (aunque hicieron menos ruido que con “Crazy Rhythms”). Se trata de un álbum con unas raíces más folk, también más cercano a la americana, con una ajustada coproducción de Peter Buck. La batería de Demeski suena obligatoriamente distinta a la de Fier, más seca, pero ahí están el lirismo característico de las guitarras en “The High Road”, la remodelación del género country en “The Last Roundup”, ese ritmo primitivo que lo envuelve todo en los pasajes iniciales de “Two Rooms” y en la parte final de “Slipping (Into Something)”, la voz siempre como un susurro de Mercer –que canta bajo y se graba igual–, contrastada con los coros abiertamente pop, y las mesuradas aportaciones de la bajista Brenda Sauter con el violín.


“Only Life” (A&M, 1988)



El bajo de Brenda Sauter, dentro de su sencillez, toma un protagonismo melódico notable en unas canciones más claras, directas e inspiradas. El título del tema inicial, “It’s Only Life”, parece resumir una identidad carente de poses, artificios o pretensiones, más allá de hacer buenas y convincentes canciones. En este tercer trabajo las hay, una tras otra. Extrayendo mil matices de la composición hecha con tres acordes, y con una guitarra solista de Bill Million cada vez más refinada y certera, desfilan por su tracklist la melódica (y algo deudora de R.E.M., o viceversa, según se mire) “Higher Ground”, una dulce “For Awhile” con un fabuloso acelerón en la parte final, las veloces “The Undertow” y “Too Far Gone” y una versión de “What Goes On” de The Velvet Underground que no necesita ninguna justificación. Con estos elementos, debería haber sido su disco comercial.


Y SU MEJOR CANCIÓN: “Fa Cé-La” (1979)



De las ocho estrofas que contiene esta canción, incluida en “Crazy Rhythms” (1980), la mitad consisten en repetir “everything is alright”. Un mensaje escueto, intrascendente, algo dadaísta, expresado en dos minutos y cero segundos: “Fa Cé-La”, sin más significados. Un “aquí estamos” telegráfico que se apoya en una batería reducida a bombo y caja multiplicada, con percusiones que amplifican el frenesí de la guitarra y el nerviosismo tan característico de los ritmos implantados por The Feelies. Glenn Mercer muestra la rabia propia de un tímido entre guitarras ululantes que sobrevuelan la canción y llevan la inmediatez (y la insensatez) del pop a su expresión más esencial, con autoproducción maquetera. Un microhimno vitamínico y feliciano que puede verse como una influencia directa para los temas más breves e iconoclastas de los Pixies.