domingo, 16 de junio de 2013

PINK FLOYD: SOÑANDO MÚSICA CON SYD BARRETT

John Cavanagh
Web de Rockdelux, 07/06/2013

Nick Mason (delante), Roger Waters, Richard Wright y Syd Barrett (detrás).

El debut de Pink Floyd no fue cualquier cosa. “The Piper At The Gates Of Dawn”(1967), afectado por los posteriores acontecimientos que lo sucedieron, primero la triste leyenda de Syd Barrett y después la elefantiásica trayectoria del grupo, quizá ha visto empequeñecer su resonancia, pero no su importancia y valía (por ejemplo, fue seleccionado por Rockdelux en el puesto 59 de los mejores álbumes del siglo XX). El periodista John Cavanagh se propuso explicar el legado de esta obra musical en el librillo “The Piper At The Gates Of Dawn” (2003; en España, 2013), título publicado por Libros Crudos que forma parte de la colección 33 1/3, especializada en analizar discos míticos de la historia del rock. Aquí te presentamos diversos fragmentos correspondientes a su primer capítulo.

“Esa luz que ves ha tardado treinta y seis años en llegar a la Tierra”, me dijo mi hermano mientras mirábamos la estrella Arturo, en una calurosa noche de julio de 1975. Me fijé en la estrella y quedé hipnotizado ante la idea de que la trayectoria de ese brillo anaranjado del espacio hubiera nacido hace tanto tiempo, o al menos así me lo parecía a mí con 10 años.

Volviendo al interior de nuestra casa, construida en la posguerra a las afueras de la ciudad más grande de Escocia, Glasgow, esa noche escuché algo en la radio que parecía tan remoto y de otro mundo como la propia estrella Arturo. Para aquellos que hayan crecido en la era del CD y la fácil accesibilidad a la música de cualquier tipo y época, debería explicar algo sobre 1975. Tiempo en el cual el destello del glam rock veía desvanecer su fulgor, 1975 fue seguramente el año de la más enconada división entre los compradores de singles y los compradores de álbumes. Novedades pop, tristes canciones de country y flojas imitaciones de música reggae colmaban el Top 40 y, si alguien sacaba algún single interesante (como intentaron Be Bop Deluxe y Brian Eno), la oportunidad de que llegara a algún sitio era prácticamente nula. Muchos “grupos de álbum” ni siquiera se molestaron en publicar singles. Me refiero a bandas como Led Zeppelin y, por supuesto, Pink Floyd. Por aquel entonces ya me encantaba el “Meddle”, uno de la primera docena de discos que tuve, pero lo que escuché aquella noche me transportó completamente a otro lugar. Aquello era algo que no había escuchado nunca antes, se llamaba “Astronomy Domine”.



“Al principio no buscábamos crear algo nuevo, simplemente ocurrió. Originariamente, empezamos como un grupo de rhythm'n'blues” (Roger Waters)

Para mí fue una revelación, un gran descubrimiento. Hacía un instante estaba contemplando las lejanas constelaciones y, de repente, estaba escuchando una voz como la de los astronautas del Apollo saludando al presidente desde la Luna, pero más remota todavía; una guitarra resoplando sin cesar, una abrumadora batería, un abrupto riff de bajo y una canción que mencionaba planetas y satélites, barriendo los alcances más elevados del infinito; luego fluía de forma descendiente hacia “las heladas aguas subterráneas” –“The icy waters underground”, extracto de “Astronomy Domine”–. ¿Y esto era Pink Floyd? No sonaba nada a “Dark Side Of The Moon”, eso estaba claro. Al finalizar, el pinchadiscos explicó que formaba parte de su primer disco, que Syd Barrett lideraba el grupo en aquella época y que ahora vivía en un sótano en Cambridge.

Mi imaginación empezó a volar. No estaba en Los Ángeles haciendo aburrida música AOR, ni tampoco era una estrella del rock muerta como Jimi Hendrix. Había titulado así el primer disco de Pink Floyd por un capítulo de “El viento en los sauces”, de Kenneth Grahame (¡uno de mis libros favoritos!) y ahora vivía en una guarida bajo tierra. ¿Era él la respuesta en clave rock al señor Badger, quien vivía en el corazón del bosque y prefería ver a otros antes que ser visto? Este tal Syd Barrett era un personaje claramente único y alguien sobre el que quería saber más. Al día siguiente, miré en la sección de Pink Floyd en Listen Records –una tienda donde una imagen de Zappa aparecía en las bolsas con un eslogan que decía ¡FRANCAMENTE BARATO! y encontré “The Piper At The Gates Of Dawn”. Era demasiado caro, pero vi que el disco recopilatorio “Relics” era más asequible y contenía la canción “See Emily Play”. Eso bastaría para empezar.

Los Floyd estaban abriendo las puertas de la percepción musical.

“Relics”, “una extraña colección de antigüedades y curiosidades”, presumía de tener un par de impresionantes canciones del disco de debut de Pink Floyd: “Interstellar Overdrive” y “Bike”. Una vez me metí con ellas, tuve un mayor incentivo para hacerme con una copia del “Piper”. Estoy bastante seguro de que estos sonidos me hubieran impactado independientemente de cuándo los encontrara, pero había algo en el árido paisaje musical de mitad de los setenta que los hizo incluso más conmovedores. “Piper” ha servido como una forma de escapismo musical para mucha gente a lo largo del tiempo, y escaparme de 1975 fue la mayor de las bendiciones para mí.

“A veces nos dejábamos ir un poco y empezábamos a darle a la guitarra un poco más fuerte, sin prestar mucha atención a los acordes… Es un estilo libre”(Syd Barrett)

Con el tiempo supe más sobre Syd Barrett y caí en la cuenta de que su regreso a Cambridge fue en terribles circunstancias. Las historias sobre los difíciles últimos días de Syd con Pink Floyd, su estilo de vida y sus discos en solitario han sido contadas una y otra vez. Unas veces con el debido respeto al rigor y simpatía hacia el sujeto, y en otras ocasiones, por desgracia, con la urgencia de publicar un artículo llamativo por encima de cualquier otra consideración. Yo no soy periodista. Este hecho fue de utilidad a la hora de acercarme a aquellos que tantas veces habían sido víctimas de hambrientos gacetilleros. Gente como Duggie Fields, quien todavía vive en el piso que una vez compartió con Syd (su lugar de trabajo como artista es la habitación que aparece en la portada de “The Madcap Laughs”). Más de treinta años después de que Barrett dejara esa dirección, Duggie todavía se encuentra con inesperadas visitas en la puerta de su casa, gente que está buscando… ¿qué? ¿A un mito del rock’n’roll? ¿A un hombre llamado Roger Barrett, que no ha tenido nada que ver con la industria musical desde hace tantos años?

“The Piper At The Gates Of Dawn” es una maravillosa creación, a menudo vista a través del distorsionado prisma de los acontecimientos posteriores. Esto ha ensombrecido el logro de Pink Floyd en su disco de debut; una portentosa interpretación de la banda, un hito en la producción musical y todo ello bajo unas circunstancias mucho más alegres de las que esperaba encontrarme.

Cuando tenía, digamos, 14 años, me imaginaba que iba a Cambridge a conocer al señor Barrett y nos hacíamos amigos. Por supuesto, como muchos fans que tuvieron la misma idea, nunca lo hice y no me atraería la idea de molestarle ahora… Dejaré ese mal gusto a los periodistas que todavía llaman a su puerta y le sacan fotos a escondidas en las tiendas de su barrio o a través de la ventana de su casa.

Este no es otro libro sobre “el loco de Syd”. Este libro es, en cambio, un brindis a un tiempo en el que todo parecía posible, cuando los mundos y las fuerzas creativas convergieron, cuando un disco habló con una voz completamente nueva.

Dejaron de tocar blues y el papel de Syd 
fue fundamental para darle la vuelta al grupo.

“Al principio no buscábamos crear algo nuevo, simplemente ocurrió. Originariamente, empezamos como un grupo de rhythm'n'blues”, decía Roger Waters a un reportero de la Canadian Broadcasting Corporation (CBC) a finales de 1966, comienzos de 1967. Syd Barrett continuaba: “A veces nos dejábamos ir un poco y empezábamos a darle a la guitarra un poco más fuerte, sin prestar mucha atención a los acordes…”. Roger: “Dejó de ser una especie de rock académico de tercera división y comenzó a ser algo intuitivo”. Syd: “Es un estilo libre”.

Lo que estaba haciendo Pink Floyd en directo fue una evolución única para un grupo que había empezado tocando versiones de rhythm'n'blues. Dos canciones grabadas en 1965 y ampliamente circuladas entre los fans de Floyd ilustran su sonido inicial con la guitarra solista de Bob Klose. “Lucy Leave” es una composición original, con una potente voz de Syd Barrett; la otra es la vieja canción de Slim Harpo, “I’m A King Bee”, la cual fue versionada por los Rolling Stones. Bob apareció en “Crazy Diamond”, un documental de la BBC dedicado a Syd Barrett en 2001 donde recordaba: “Escuchas las primeras cosas y piensas que ‘pueden ser los Stones…’, y reconoces la voz de Syd, pero todavía no es el sonido de Pink Floyd. Hizo falta que yo me fuera del grupo para conseguirlo. Ya sabes, ese fue un paso bastante importante”.



“Si estás improvisando un número de jazz y es una canción de dieciséis compases, te ciñes a estribillos de dieciséis compases y solos de dieciséis compases, mientras que nosotros empezamos y puede que toquemos tres vueltas de algo que dura diecisiete compases y medio, y la cosa empieza y acaba cuando sea, ¡cuatrocientos veintitrés compases después o cuatro compases después!”(Roger Waters)

Parece que la transformación de Pink Floyd tuvo motivos más prácticos. Bob Klose era, en términos convencionales, el músico más habilidoso de la formación. Sin él, era difícil ejecutar un repertorio de estándares para los directos. Había cantidad de grupos de rhythm'n'blues mejores que ellos, así que la competencia era muy dura. Storm Thorgerson fue uno de esos chicos de Cambridge que se mudaron a Londres para estudiar arte. Me dijo: “En el Marquee les habían contratado para tocar un set más largo que todo su repertorio. Para poder cobrar tuvieron que alargar el show, y por eso estiraban sus canciones con una especie de improvisación, algo que se hizo muy popular, y al final atrajeron a más gente. Dejaron de tocar blues y el papel de Syd fue fundamental para darle la vuelta al grupo”.

Son muy escasas las entrevistas de la época en las que Pink Floyd hablaran sobre su música, pero en la de la CBC describieron su enfoque. Primero, Syd: “En términos de construcción, es casi como el jazz, donde empiezas con un riff y luego improvisas sobre eso…”. Roger interrumpe: “Lo que lo diferencia del jazz es que, si estás improvisando un número de jazz y es una canción de dieciséis compases, te ciñes a estribillos de dieciséis compases y solos de dieciséis compases, mientras que nosotros empezamos y puede que toquemos tres vueltas de algo que dura diecisiete compases y medio, y la cosa empieza y acaba cuando sea, ¡puede que sea cuatrocientos veintitrés compases después o puede que sea cuatro compases después!”.

El repertorio del concierto de la Free School del 14 de octubre de 1966 acaba con “Astronomy Domine” e incluye “The Gnome”, “Interstellar Overdrive”, “Stethoscope”, “Matilda Mother” y “Pow R. Toc H.”, seis de los once títulos que acabarían en “The Piper At The Gates Of Dawn”. “Lucy Leave” todavía estaba por ahí y un par de canciones de Bo Diddley fue el único material ajeno que tocaron aquella noche.

La impresión que dejó en la escritora Jenny Fabian la experiencia de los Floyd en directo fue intensa: “La primera vez me impactaron menos que más adelante, cuando iba de ácido. Fue en el All Saints Hall y fue como ‘¡Vaaaya! Qué raros son y qué aspecto más interesante tienen’”. A medida que los eventos de la Free School se volvieron más concurridos, Hoppy sabía que era hora de subir un escalón: “Joe Boyd me dijo: ‘Si encuentro un local, ¿por qué no nos llevamos esto al oeste y abrimos un club?’. Así fue como empezó el UFO y, por supuesto, los primeros en tocar allí fueron Pink Floyd”. La noche de estreno del UFO (pronunciado U-fo, en lugar de U.F.O., por los enteradillos) fue dos días antes de las navidades de 1966, en la sala de baile del sótano de The Blarney, un pub irlandés en Tottenham Court Road. Jenny Fabian recuerda: “Las historias del UFO están grabadas para siempre en mi cabeza. Caftanes, amebas… ¡Maravilloso! No había nada mejor que perder la cabeza en el UFO”.

Alargaban el show, y estiraban sus canciones con una 
especie de improvisación, algo que se hizo muy popular.

Apropiado para un club ubicado una vieja sala baile, el público dejó de ser estático; como recuerda Duggie Fields: “La primera persona que vi bailar con ellos fue en el All Saints Hall. Había proyecciones y efectos visuales y la gente estaba tumbada, excepto una persona que estaba bailando sola y ¡era impresionante! En el UFO la gente bailaba, fue simple evolución”. Como dijo Syd Barrett al reportero de la CBC, “Tocamos para que la gente baile… no parece que bailen mucho ahora, pero esa es la idea inicial. Así que tocamos alto y tocamos con guitarras eléctricas, y usamos todo el volumen y todos los efectos que se pueden conseguir”. Roger Waters añadía: “Pero ahora estamos intentando desarrollar esto con el uso de la luz”. Jenny Fabian: “Tocaban música para nuestros bailes, que estaban constantemente cambiando. Igual había un ritmo muy fuerte que golpeaba, con esos pitidos cósmicos por encima, y de repente cambiaba a otra cosa. Si vas de ácido te dejas llevar por la música y gradualmente el ritmo te inunda desde dentro, y realmente se nos metía en el cuerpo y asumía el control. Todo el mundo bailaba, por supuesto muchos estaban tirados en el suelo. Había gente flotando con la música y gente bailando muy bien. Podía hacer cualquier cosa cuando escuchaba su música”.



“Tocamos para que la gente baile… no parece que bailen mucho ahora, pero esa es la idea inicial. Así que tocamos alto y tocamos con guitarras eléctricas, y usamos todo el volumen y todos los efectos que se pueden conseguir” (Syd Barrett)

El puñado de eventos del UFO cristalizó en una escena de creatividad intercultural, donde Pink Floyd aparecían junto a Soft Machine, películas de Marilyn Monroe o AMM. Aparte del UFO, el circuito de clubes era vibrante: echando un vistazo a la agenda de conciertos de Pink Floyd a principios de 1967, les encontramos apareciendo varias veces junto a Cream, The Who, Alexis Corner, bailarinas de danza del vientre y… Tuppence, la bailarina de televisión. Al margen de la música, la incursión de escritores beat propició que Pink Floyd pudieran compartir cartel con, por ejemplo, el poeta escocés Alex Trocchi. Esto fue motivado por un recital de poesía en el Albert Hall en 1965 y los esfuerzos de gente como Hoppy y Barry Miles por publicar estos librepensamientos. Jenny Fabian: “La escena de Londres estaba llena de pensamiento underground y hedonismo. La gente dice ahora que fue una época en la que teníamos todas estas ideas sobre la paz y el amor, pero también había anarquía. Los Floyd nos alimentaban de eso. Estaban abriendo las puertas de la percepción musical y sentíamos que nos pertenecían. Había otra gente… estaba Dylan, pero quedaba muy lejos y era una especie de dios, los Beatles habían evolucionado pero ya no tocaban en directo. Así que los Floyd eran como la personificación de nuestra conciencia local. Era como si siempre hubieran estado ahí… Poetas del cosmos”.

Pink Floyd habían cogido tanto impulso con sus directos que el interés de las compañías discográficas fue inevitable. Tanto el grupo como sus mánagers eran fans de artistas del sello americano Elektra, fundado en los años cincuenta por el entusiasta del folk y pionero de la industria Jac Holzman, que se había ramificado recientemente fuera de la oficina central de Nueva York para contratar a algunos de los más excitantes artistas que estaban floreciendo en la costa oeste. Peter Jenner: “Tuvimos una audición con Jac Holzman y nos rechazó. Tocamos una muestra de nuestro repertorio por la tarde en el Marquee y la cosa no le convenció. Él venía del folk y creo que aquello era demasiado ruidoso y extraño para él. Si piensas en la gente que contrataba, Arthur Lee y Love, eran canciones normales y tal; y The Doors era un grupo al que podía sentirse cercano, sin embargo luego tuvo problemas en ese sentido con los Stooges y MC5 cuando David Anderle los fichó. No supo manejar bien aquella historia. Pero, en fin, pusimos toda la carne en el asador. ¡Tocamos una improvisación de diez minutos! Y lo más probable es que estuviéramos tocando desafinados. Seguro que pensó: ‘Nunca conseguiré que pongan a este grupo en la radio en América”...