Kiko Amat
La Escuela Moderna, 25/09/2008
A los punks de 1976 les encantaba la dialéctica del Año Cero polpotiano, una retórica faltona (Muerte al rock) que, aunque celebrable, era bastante de boquilla. Al igual que lo de coserse esvásticas, iba más de molestar a unos cuantos vejetes que de afiliación. Robin Crutchfield, de DNA, declararía que “La No Wave era una reacción contra la música punk de ingleses como los Sex Pistols y todo ese rock de tres acordes cuyas actitudes pueden haber sido punk, pero cuyas raíces musicales vienen de los riffs de Chuck Berry de los 50’s”. Si obviamos a Subway Sect, Wire y pocos más, un rápido vistazo a los grupos de punk rock más relevantes muestra sus coordenadas: Ramones (Ronettes, Beach Boys), Sex Pistols (Small Faces, Who) o Damned (MC5, Stooges). Acelerados, anfetaminados, más autosuficientes; pero, al fin y el cabo, el mismo sonido. Y no hay nada malo en ello. Sólo que pone en tela de juicio la verosimilitud de su rechazo a la tradición.
La No Wave neoyorquina, por otro lado, sí es una ruptura. Para algunos, éste es el verdadero punk. En el New York de 1979, un puñado de grupos de nombre marciano (DNA, Mars, James Chance & The Contortions, Teenage Jesus & The Jerks) representaron una verdadera herejía, un ultrajante desaire a la tradición rock. Para empezar, sus influencias: el free jazz de Albert Ayler, la experimentación de La Monte Young, el blues desmoronao de Captain Beefheart, el ambientalismo incómodo de Can o Faust. De los grupos recientes, sólo parecían aceptar a Stooges, Voidoids y, muy especialmente, a Suicide. El dúo neoyorquino de electrónica rockabíllica, con su look futurista, actitud de “No queremos entretener a la gente”, desprecio por las convenciones del rock y sonido amenazante serían considerados, con razón, los padrinos de la No Wave.
Contraportada del mítico recopilatorio No New York
El recopilatorio No New York de 1979, recopilado por Brian Eno, pondría a algunos de aquellos extremistas en el mapa. Tanto DNA (el trío de Arto Lindsay) como Mars reestructuraron la canción pop, ignorando acordes, dejando el esqueleto o inundándolo de ruido. Los Contortions de James Chance mezclaban James Brown y free jazz con tupés en crecimiento y aullidos acuchillantes. ¿Y Teenage Jesus & The Jerks? La temática torturada, imagen criminal y sonido nuclear del grupo de Lydia Lunch no eran precisamente para bailar-pegados-es-bailar. Y había más: las fenomenales UT, ni un sólo acorde convencional. Las tribales punk-funkeras Bush Tetras. Los breves Theoretical Girls, de donde emergería el experimentalista Glenn Branca. Y, naciendo de los coletazos finales del asunto, los padres del indie: Sonic Youth.
La No Wave era un movimiento sin mandamientos. Sus cohesiones eran la amistad, la colaboración mutua y el entorno urbano, pero también un nihilismo, rechazo a pasado/futuro, voluntad autodestructiva y completo desinterés en el “éxito” que se antojaban honestos. Mucha gente se hace suya esa herencia, pero poca lo merece. El músico Adrián de Alfonso (de los barceloneses Veracruz, pero también de Bèstia Ferida, que cuenta en sus filas con Mark Cunningham, de Mars) comenta al respecto: “Ahora mismo hay infinidad de grupos que hacen ruido, pero curiosamente son muy pocos lo que siguen el camino abierto por Mars, DNA y compañía. (...) Paradójicamente, del componente bailable y espasmódico que muchos de aquellos grupos tenían, sí se ha sacado bastante provecho en los últimos años, aunque entonces tendríamos que fijarnos en ese supuesto pop independiente que se nos dispara desde bares, discotecas e ipods varios. Un pop al que ni se le ocurre heredar el carácter amenazante que primaba entonces, eso por descontado... No vaya a ser que alguien salga malherido”. De Alfonso menciona a Weasel Walter, Old Time Relinjun, Erase Errata, Get Hustle y Lightning Bolt como merecedores de la corona de espinas de la No Wave. Y, para los que prefieran exhumar a sus pioneros, ahí está el fantástico libro de Marc Masters No Wave documentando todo el fenómeno con gran lujo visual y verbal.