sábado, 15 de octubre de 2016

BOB DYLAN: LOS TIEMPOS HAN CAMBIADO

Óscar García Blesa
Efe Eme, 14/10/16

El Nobel de Literatura que cae en manos de Bob Dylan hace historia. Por primera vez un músico de rock logra tal reconocimiento, y lo hace el gran escritor de canciones del realismo norteamericano. Por Óscar García Blesa.




Los tiempos han cambiado. Llegan nuevos vientos a Estocolmo. Casi nadie conocía a Sara Danius (secretaria permanente de la Academia sueca), pero mucho me temo que a partir de hoy los amantes de la música recordarán que fue quien anunció, el jueves 13 de octubre de 2016, que Bob Dylan era el ganador del Nobel de Literatura. El autor de canciones que capturaron el espíritu de la libertad, rebeldía e independencia es desde hoy Premio Nobel de literatura. Como Saramago, Cela, Neruda, Hemingway, Camus o Steinbeck. Casi nada.

El inesperado anuncio que premia por primera vez la obra de un músico “por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción” supone el último gran triunfo del de Minnesota, ese hombre acostumbrado a un inquietante estado de medio enfado, restarse importancia y tendencia a dejarse ver más bien poco más allá de la gira interminable que le mantiene ocupado desde finales de los años ochenta.

El Nobel, además de reforzar la increíble obra de un escritor de historias extraordinario (que también), es una inyección de vitaminas para todos esos cantautores anónimos que con menor o mayor éxito cada noche hacen camino con una guitarra en miles de pequeños clubes repartidos por todo el mundo. Casi todos reverencian sus canciones y hoy celebraran el premio seguramente más que el propio galardonado.

La pluma rebelde

Huelga enumerar aquí los hitos de un curriculum vitae escrutado haya el infinito. Nacido en Duluth (Minnesota) en 1941, su fervor por la pluma rebelde y transgresora de Woody Guthrie le llevó hasta Nueva York con el sano objetivo de cambiar el modelo tradicional del cantautor oxidado. Todo lo nuevo y lo bueno asociado a esos tipos tristones recitando sus composiciones se lo debemos a Bob Dylan. Ese mismo Dylan al que los Beatles beatificaban, al que Springsteen idolatra, tan grande y americano como el mismísimo Elvis Presley.

En los años sesenta fue capaz de rodearse de la “intelligentsia” del momento, se despachaba entre el surrealismo de Rimbaud y la efervescencia Beat de Kerouac o Ginsberg y componía la realidad estadounidense con un crudo color de verdad inédito. El Everest creativo lo alcanzaría con ‘Like a Rolling Stone’, himno indiscutible de los USA de los sesenta.

Integrado en el seno de una familia judía de clase media, Dylan reinterpreta el concepto de música folk desde que tiene apenas 20 años. Y lo hace abordándolo desde múltiples perspectivas, viajando del country rock al blues, aterrizando incluso en el pop comercial de los Beatles o The Rolling Stones. En el camino ha sido capaz de enfurecer a los integristas de cada género, pero a la larga siempre ha salido victorioso. No en vano lo últimos años lo hace enfundado en un disfraz de crooner. No es Sinatra, pero este Dylan juega siempre con cartas marcadas.

Dylan es responsable de algunos de los álbumes más grandes de la historia. Basta con nombrar “Highway 61 revisited” y “Blonde on blonde” para entender el tamaño de sus hazañas. Pero ojo: Dylan también es propietario de algún que otro patinazo. Siendo uno de los más grandes, sus descuidos también han sido proporcionales.

La posibilidad de que Dylan se hiciera con el gran galardón de las letras no es nueva. Que se lo pregunten a Murakami, eterno aspirante a llevarse la gloria y los ocho millones de Coronas Suecas (unos 900.000 euros al cambio, más o menos) con los que está dotado el premio. Cada vez que resonaba el nombre de Bob aparecían otros autores con más galones en el territorio literario. Siendo músico, ganar el Nobel de Literatura resultaba sencillamente improbable.

Su ascendente en la cultura popular del Siglo XX con o sin Premio Nobel es incuestionable. Posiblemente nos encontremos ante el poeta más mediático de la historia (entendiendo aquí la figura del poeta global, alguien capaz de conectar con millones de personas al mismo tiempo). Su capacidad para liderar el movimiento antibelicista en los albores de la guerra de Vietnam en la década de los sesenta armado de canciones bien podrían haberle valido en su día otro Nobel algo más pacifico.




El poeta de la realidad norteamericana

Bucear en profundidad en el cancionero dylaniano es tarea titánica. Su legado como autor de pequeñas historias de la realidad norteamericana del último medio siglo es inabarcable. Promovido como moderno juglar, el de Minnesota influye a ambos lados del Atlántico. Su cancionero es realmente emocionante, incluso aquellas canciones que fueron escritas hace más de cincuenta años siguen resultando fascinantes.

Después de conseguir un puñado de Grammys, un Oscar de Hollywood, el Premio Pulitzer y hasta el Principe de Asturias, el Nobel de Literatura eleva la figura de Dylan a cotas casi divinas. Puede que con este premio su figura de viejo cascarrabias mute en otra más amable, una más cercana que aproxime canciones como ‘Blowin’ in the wind’ o ‘The times they are A-changin’’ a nuevas generaciones. Más allá de las pasiones propias de melómanos encendidos, lo que hace de este premio algo excitante será la oportunidad de poder leer y escuchar su obra al mismo tiempo. Las escuelas no tendrán más remedio que estudiar ‘Knockin on heavens door’, y eso mola.

Como apunte mercantil, con toda seguridad estas Navidades viviremos una avalancha de títulos con Dylan como protagonista, un desembarco que hará más amable el tradicional empacho de las fiestas. Por tener, el de Duluth tiene hasta un disco de Navidad (“Christmas in the heart”), así que esto no ha hecho más que empezar. “Dylan escribe poesía para los oídos” ha dicho la secretaria. Y no seré yo quién le quite la razón. Los tiempos han cambiado: llegan nuevos vientos a Estocolmo.