Aquí estamos otra vez. De los creadores de aquél post de Queen, una de las bandas de rock de estadio por antonomasia — hay que decirlo así, en plan histriónico — más odiadas dentro de la esfera del rock, llega otro post sobre The Cranberries, que en la redacción de esta casa generan reacciones pasionales por ambos lados, aunque no tan extremas como Queen. Tras el triste y prematuro fallecimiento de su vocalista, Dolores O’Riordan, a los 46 años, ha pasado lo previsible tras la muerte de cualquier estrella, el fenómeno de ascenso repentino de la popularidad allí donde nadie se imaginaba y los ya clásicos sustanciosos beneficios para todos.
A raíz del acontecimiento, como supongo pasó con Lou Reed, David Bowie, Prince y otros, siempre solemos caer en su discografía para recordar. La de The Cranberries era una a la que se podía recurrir sin problema de vez en cuando. Como mínimo a sus hits, puedes dejar sin problema una buena ristra de temas sonando uno tras otro. Porque The Cranberries fue ese grupo de hits dentro del pop rock que hoy se echa de menos. Un pop rock de calidad que tiene vida más allá de los grandes temas, que no son tan producto superficial como quienes se lo pueden llevar calentito en la radiofórmula y que están a años luz de la mediocridad de los intensitos del uuuuohh — no es el enlace debido, la magnificencia de Medium se llevó ese post al limbo — .
Lejos de productos prefabricados para el consumo rápido y fácil
Quizá tampoco hacía mucha falta trabajar el producto, pues The Cranberries vinieron al mundo con Island, garantía de éxito asegurado. Pero además, se trataba de un grupo de verdad, con letristas originales, vocalista de mucho poderío y tres buenos músicos. Junto a la infraestructura que puede ofrecer una multinacional como la inglesa, lo tenían todo a favor. Ahí quedan los resultados, vídeos que hoy llegan a las decenas de millones de reproducciones o cientos si hablamos de SU CANCIÓN — nada más y nada menos que más de 670 millones de reproducciones — . Eran otros tiempos, cuando en la radiofórmula podías encontrar pop rock creíble sin vergüenzas ajenas — o no tanto como ahora — , los tiempos de Alanis Morissette, de No Doubt o de The Cardigans. Siempre moviéndose entre la difusa línea del pop rock y aquello que se llamó ‘rock alternativo’ durante los 90s. Apuesta ganadora.
Temas bien trabajados para satisfacer a casi todos los públicos, aprovechando el rebufo grunge con la distorsión de ‘Zombie’ o caramelos pop que sonaron hasta en la sopa como ‘Just My Imagination’, ya a final de la década. Ambivalencia total y prácticamente un jitazo por single, que sin embargo no deberían empañar el empuje o la verdadera calidad de temas no tan descarados como este último. Y sin caer, o no tanto como el artisteo pop del mainstream, en las insoportables canciones facilonas de ruptura, baile o un extremo y sonrojante amor romántico que avergonzaría al mismísimo Paulo Coelho.
Los primeros años, especialmente rebosantes de talento
Si tocaba una romántica, pues tocaba, con su clásico ‘Linger’ del primer disco, tema por cual O’Riordan entró a formar parte de la banda. Pero un año después componía temas como la desnuda ‘No Need To Argue’, preparada para la exhibición de la sorprendente voz de la joven O’Riordan. Aún hiela la sangre. Un tema dentro del que es seguramente su mejor disco, con un arranque repleto de grandes canciones, hoy clásicos, que forman parte del imaginario colectivo. Ese ‘Ode To My Family’ que aún te desarma si te pilla en mal momento o ese ‘I Can’t Be With You’ y sobre todo ‘Ridiculous Thoughts’, con sus detalles de guiños a lo alternativo, son incontestables.
Pero en discos como aquél hay cortes preciosos como ‘Daffodil Lament’ o ‘Dreaming My Dreams’ en los que es O’Riordan la que empuja al resto. Fuerza en su voz y en su personalidad, que solía desparramar en los directos. En el chorro de voz final de ‘Dreams’, en la rabia de ‘Salvation’ que hablaba sobre la drogadicción, en las virguerías vocales de ‘Ridiculous Thoughts’… Ella era el grupo, capaz de dejar muchas veces en segunda línea a la instrumentación por su poderío vocal. A menudo, acompañado por vocales con mucha musicalidad, preparando estribillos de orfebrería pop.
El toque distintivo del grupo: su vocalista
Dejó canciones en gran medida autobiográficas, pasando por letras de amor inocentes, pero también con versos sobre otras experiencias vitales no muy habituales dentro de la esfera de la radiofórmula como lo que puede significar la maternidad (‘Animal Instinct’), otras más liberadoras (‘Free to Decide’) — frente a ese amor posesivo que puebla la radio — o su oda a la familia, quizá también herencia de venir de una familia muy católica, como se refleja en su nombre. Algo que por otra parte, rápidamente olvidaba, rompiendo también con los tradicionalismos con su aspecto, a veces andrógino.
Su personalidad quedó bien grabada en sus canciones y en la memoria de muchos jóvenes. Supieron sobrevivir pasados y a finales de la década, aún con buenos singles de pop tan estupendos y redondos como ‘Time is Ticking Out’, muestra de la capacidad del grupo para seguir en la picota años después. Por supuesto, a veces se pasaron de frenada en algunas canciones, demasiado pretenciosas, pero son nimiedades como las de cualquier banda dentro de una carrera en la que se les recordará, al grupo y a ella, la principal letrista, por grandes canciones con letras sobre el IRA, Bosnia, Sarajevo, Chernobyl o el cinismo político internacional — temas esquivos para el pop de grandes ventas— o los sentimientos y actitudes arriba mencionadas.
Y sí, hay que despedirse con su canción, pero en el unplugged, para recordar una vez más su fuerza vocal. Un tema de sobra gastado y que se puede llegar a odiar por su popularidad. Son los daños colaterales de canciones que suponen un éxito tan masivo. Es el mismo hartazgo que al escuchar la de Nirvana, la de Oasis, la de Green Day, la de White Stripes — esta ya especialmente odiable — , aquello de Radiohead… Ley de vida. Canciones todas ellas para el recuerdo que quedan grabadas para siempre. The Cranberries están entre esos hitos. Gracias a Dolores O’Riordan.
Un paisaje nuevo, algo más de caos y de ruido y cierta experimentación emocional. Son algunas de las claves de la nueva colección de canciones de Calexico, “The thread thak keeps up”. Carlos H. Vázquez charla con Joey Burns y John Convertino.
Calexico ha cambiado Tucson por California en “The thread that keeps us” (ANTI-, 2018), la novena entrega de la banda de Joey Burns (voz y guitarra) y John Convertino (batería) que ha encontrado su hogar en Panoramic House: un lugar construido con la madera del astillero —ya desaparecido— The Phantom Ship.
El desplazamiento, la ansiedad en las ciudades y la experimentación emocional han sido la base de las mezclas, donde —dicen— hay un poco más de caos y ruido de lo que ya había habitualmente. Y aunque cambian de lugar, los pilares importantes en el estudio siguen siendo los mismos: Craig Schumacher, productor de confianza en “Feast of wire” (Quarterstick, 2003), “Carried to dust” (Quarterstick, 2008), “Algiers” (ANTI-, 2012) y “Edge of the sun” (ANTI-, 2015). Para Joey Burns, volver a California significa la adolescencia. Y para John Convertino, por otro lado, este nuevo disco expresa el sentimiento “de familia”. De alguna manera, “The thread that keeps us” ha traído ideas siamesas.
Un extintor de incendios, ¿es optimismo o una predicción?
Joey Burns: Yo creo que un extintor para incendios es optimismo, porque te da la capacidad o la posibilidad de rescatar algo o a alguien que está en peligro. Y está al lado de la puerta más cercana, cosa que nunca viene mal.
Y la música, ¿es optimismo o una predicción?
Joey Burns: Más bien preguntaría si la música es optimista o pesimista. Diría que la música es siempre optimista, incluso si es negativa, crítica o si expresa ira, porque es una buena vía de escape, una liberación.
¿Cómo se componen las canciones bonitas?
John Convertino: Bueno, eso depende de tus sentimientos. Siento tirar de cliché, pero la belleza se encuentra en el ojo de quien la mira; algo que puede resultarte bello a ti puede que no lo sea para mí. Lo que queríamos en este disco era buscar el contraste y ser capaces de expresar los sentimientos descarnados del día a día, pero también ser directos y expresar amor. Ese es el hilo conductor. Para mí, el título del disco (“The thread that keeps us”) es un paso positivo hacia delante que intenta transmitir el sentimiento de “la familia”.
¿’The town & Miss Lorraine’ tiene ese sentimiento de familia?
Joey Burns: Es una historia de inocencia y curiosidad. Volver a California —para grabar— me hizo recordar la época en la que crecí en la costa del sur de California; a menudo bajaba por los acantilados al océano y me pasaba las horas viendo flotar trozos de madera de barcos, barcazas, restos de lanchas o incluso pellejos de animales que se habían despeñado. Imaginaba qué historias podía haber detrás de todas esos fragmentos.
¿Como la madera de Panoramic House, que son fragmentos del astillero The Phantom Ship?
Joey Burns: Bueno, yo estaba hablando de mi infancia y lo que supuso para mí volver a California a grabar en Panoramic House. Imaginaba el océano, la playa y cómo sería tener de nuevo 16 años para caminar por allí. El resultado era una realidad casi surrealista. Estaba en mi proceso de creación: pensaba en despertarme allí y en cómo sería encontrarse con el traje de un marinero o un capitán para abrigarme con él. Por un lado estaba mar adentro, pero por otro tenía el deseo de volver a la ciudad, a cualquier ciudad, y encontrar un amor, enamorarme, o que sentirme intimidado por una vecina como Miss Lorraine. Ella significa miles de cosas y todo es real. Quería interpretar la historia a través de personajes diferentes y ser otra persona en la canción.
¿Cómo se ve la vida cuando uno amanece cerca del océano?
Joey Burns: ¡De maravilla! Pero lo echo tanto de menos… Crecí muy cerca del Océano Pacífico y ahora vivo en Tucson, Arizona, donde hay ausencia total de agua. Está el río Santa Cruz, pero no tiene agua, así que es una especie de río fantasma y el paisaje parece el fondo del océano… pero sin océano. Cuando vives allí, tienes la sensación de que solía haber agua hace millones de millones de años. Al menos se alimenta la curiosidad y la imaginación.
“She doesn’t want a Romeo, just someone she can trust with an ear to the ground” (“Ella no busca un Romeo, solo alguien en quien poder confiar con un oído pegado al suelo”), dices en ‘End of the world with you’. Joey, tenía entendido que no te gustaban las canciones de amor…
Joey Burns: (Risas) Me enamoré. ¡Las cosas cambian!
¿Por qué?
Joey Burns: Porque somos humanos, yo soy como tú, tú eres como yo…
La guitarra de ‘End of the world with you’ me recuerda a ‘Heroes’ (David Bowie). Quizás puede ser un poco U2, pero pienso más en Bowie cuando la oigo.
John Convertino: Eso fue cosa de Martin Wenk, nuestro guitarrista. Cuando vino a grabar su parte, creo que se creció para la ocasión. Todos nosotros nosotros hemos crecido y cambiado mucho durante los años que llevamos tocando juntos. Lo que estamos escuchando en su manera de tocar es una madurez de creatividad que no habíamos escuchado antes. Es posible que eso esté relacionado con el hecho de que ahora mismo está enamorado también. Cuando oí esos acordes del ‘Heroes’ de David Bowie y el fantasma que había dentro de ellos, me lancé, porque es uno de mis artistas favoritos (yo también oigo algo de U2). ¿Sabes?, creo que Joey, Scott Colberg (bajista) y yo mismo, cuando grabamos las pistas originales, solo pensábamos en pasarlo bien con la idea de estar tocando en una banda que cobra por hora y tiene presente sus héroes. La canción surgió de una manera increíble, solo requirió algo de edición, unos retoques brillantes por parte de Jairo [Zavala] y Martin y, por supuesto, de una gran letra. Después, gracias a la batería, todo encajó perfectamente.
En cuanto al sonido y al track list, creo que es como las tres partes de una película: principio, desarrollo y final. La primera parte me parece más rock (‘Voices in the field’); la segunda me resulta más experimental (‘Under de wheels’); y la última es más relajante y acústica (‘Girl in the forest’). Aunque pienso que ‘Dead in the water’ podría estar en la primera parte.
Joey Burns: Es genial. Creo que alguien más ha llegado a esa misma conclusión (antes lo hablábamos con otro periodista). Lo cierto es que la sensación de historia y continuidad es muy importante. Cuando tú me cuentas tu historia, de alguna manera me llevas a un lugar o a una perspectiva personal, pero también me obliga a escucharte, porque no solo me estás dando información o unos hechos. Si estoy enfadado y quiero escribir con un sentimiento de protesta, tú me lo cuentas a través de una historia que me introduce más profundamente en esa sensación de viaje, de aventura, o de introspección y perspectiva tan importante sobre la historia y sus personajes. Creo que eso es lo que más necesitamos. Y me siento mucho más cómodo haciéndolo así; como músico, como compositor y como padre. Ayuda a verbalizar y a transportar mucho más.
Tengo la impresión de que este álbum es como una banda sonora.
Joey Burns: Todo lo es. Creo que la música es sinónimo de banda sonora porque evoca y te brinda un estado de ánimo, te da movimiento, ritmo, sentimientos y te traslada a un lugar exactamente igual al que te puede transportar una banda sonora.
‘Unconditional waltz’ es un tema instrumental, como ‘Spinball’ o, más o menos, ‘Thrown to the wild’. ¿Cuál es la razón para hacer canciones instrumentales?
John Convertino: Para disfrutar de una historia con continuidad. Y como también has comentado, hay un principio, una trama y un desenlace, así que a veces hay que dar aire. Es como cuando estás leyendo un buen libro y llegas al final de un capítulo y de repente llegas a un espacio en blanco. Eso es lo que necesitas para poder empezar el siguiente capítulo. No hay nada que me diga lo que tengo que pensar o descifrar, es solo un estado de ánimo, por eso pusimos estos temas ahí.
‘Flores y tamales’, con Jairo Zavala, es una canción distinta, pero me recuerda a ‘Cumbia de donde’, del disco “Edge of the sun”.
Joey Burns: Absolutamente. Es un ritmo latino y nuestra versión de la cumbia, en la cual nos hemos estado introduciendo desde hace muchos años. La historia de esta canción, en realidad, parte de una música que escribí inicialmente para una película documental (“Circo”). La tenía ahí y pensé que podía funcionar bien para la banda y para nuestro disco, así que grabamos la idea tal cual vino. Era una idea muy sencilla, muy fácil, y cuando Jairo llegó, dijo: “¿Sabéis?, tengo una letra que puede funcionar muy bien con esto”. Así que lo intentamos. Una vez que escuchamos la letra, nos sentimos tan bien y tan completos que todo lo que vino fue muy fácil. Es algo precioso. Me encanta el sentimiento que hay en esta canción, y más viniendo de los Estados Unidos. Y siendo este disco una especie de reflexión del hogar y haciendo un recuento de lo que está ocurriendo; viendo las ciudades, a la gente, la dirección, y algunos de los aspectos negativos de estos extremos, diría que es precioso tener una canción como ‘Music box’ o ‘Flores y tamales’ porque, de alguna manera, enfatizan con la importancia de ser directo y con poder compartirlo.
¿Cómo es trabajar con Jairo Zavala?
Joey Burns: Es increíblemente sencillo. Y como en todo, Jairo viene de su experiencia y con un tremendo entusiasmo. Creo que encajamos por mil razones, porque venimos de backgrounds muy diferentes, pero también creo que es precisamente por eso mismo, porque venimos de entornos tan diversos que hace que nuestra colaboración sea tan interesante y excitante.
John Convertino: Creo que algo que nos une enormemente con Jairo es que es un hombre de familia de verdad. Ama a su familia, y ahora todos en la banda tenemos nuestras propias familias. La familia es como un pequeño microcosmos dentro del mundo y lo único que queremos todos es mantenerlo unido, por eso, a veces, somos tan exigentes. Están los momentos donde es realmente difícil, así como los momentos increíblemente gloriosos también. Pero el hilo principal dentro de la familia es el amor, y Jairo es amor, y te das cuenta de ello cuando está lejos de su familia, aunque está en contacto constante con ellos. Aparte de que es un gran músico, por supuesto.
¿Conocéis Aluche, su barrio?
John Convertino: ¡Desde luego! Hemos estado un par de veces. Nos abrió su casa, que es como abrirnos el corazón, y él y su mujer cocinaron para nosotros. Luego nos llevaron a unos increíbles bares de tapas. Incluso fuimos a un mercado a hacer la compra; pasamos por la panadería, por la carnicería, la pescadería… Para nosotros es algo maravilloso, porque no tenemos eso en Estados Unidos. Allí, normalmente, compras en una gran superficie. Aluche es, de algún un modo, como un pueblo. Tiene que ser genial vivir allí.
‘Flores y tamales’ es una canción diferente, como ‘Another space’ o ‘Under the wheels’, mucho más funky. Pero ‘Another space’ me recuerda a ‘Crystal frontier’ y a la historia del astronauta Mark E. Kelly y su mujer Gabrielle Giffords, excongresista que fue tiroteada en 2011. ¿Cuál es la historia de las canciones experimentales?
Joey Burns: La historia va de estar abierto. Lo más importante es mostrar variedad y estar abierto a diferentes clases de música y estilos. Eso dice mucho de tu potencial como persona. Sobre ‘Another space’, yo quería escribir una canción que tuviera que ver con viajar en el tiempo. Tenemos un concepto sobre lo que es el tiempo, pero también existen otras teorías sobre lo que el tiempo puede ser para una banda que, en muchos sentidos, parece que tiene nostalgia o melancolía. Yo quise escribir una canción que mostrara todas esas perspectivas diferentes sobre el tiempo. Por eso, la parte más importante de esa canción es el ritmo, hasta que se rompe y te quedas colgando en el espacio y el tiempo con ese susurro del solo de trompeta de Jacob Valezuela que, de alguna manera, te recuerda a la importancia de la voz en una canción. Tallamos la canción hasta que dimos con los arreglos y descubrimos que lo más importante era que saliéramos de ella. Hay un contraste en el estilo frente al estilo de ‘Music box’, ‘Under the wheels’ o ‘End of the world with you’. El contraste de estilos en este disco es un reflejo de quienes somos y hacia donde vamos. Sienta muy bien. Se puede notar como sería interpretada en vivo, se siente casi como la dinámica de los conciertos en directo.
¿Cuál es la diferencia que hay, para vosotros, entre el universo y el océano?
Joey Burns: Creo que la diferencia entre el universo y el océano está en que el océano es un gran ejemplo de cómo opera el universo, es todo olas y energía. Todos nos vemos a nosotros mismos y nos preguntamos: “¿Qué va a ocurrir cuando muera? ¿Qué va a ocurrir con mi energía? ¿Se quedará aquí o la reabsorberá el universo y acabaré en los rincones del espacio o directamente desaparecerá en la nada? Y si mi espíritu va al cielo, ¿será capaz de conectar con otros espíritus?”. Son todas preguntas importantes, pero creo que el océano nos recuerda que vamos y venimos y que la energía está siempre presente. Si se transforma en vibración y se convierte en nube, pasando a ser parte de la actividad de una tormenta para volver al agua hasta que comienza de nuevo el ciclo. Puedes llover y volver a caer al océano, es cíclico, todo es cíclico en nuestra existencia.
¿A dónde va la música cuando empieza el silencio?
Joey Burns: El silencio es la mejor música de todas.
¿El silencio es música?
Joey Burns: Sí, pero el silencio es superimportante y ahora más que nunca, porque hay tanta palabrería, tanta actividad, tanto ruido… ¿Conoces la expresión “space is the place”? Alguien dijo que lo importante no es cuántas notas sabes tocar, si no aquellas que escoges tocar y cómo las expresas. Y según las expreses, tendrás más o menos lugar para el espacio y el silencio.
John Convertino: Bueno, yo siempre pienso en el artista minimalista Donal Judd, que su arte se basaba en gigantes rectángulos de hormigón. El vivía en Nueva York, pero allí no había espacio para desarrollar su arte, así que se fue al oeste de Texas y compró una ciudad. ¡Fue capaz de comprar una ciudad entera llamada Marfa para instalar todo su arte de manera permanente! Él creía en este concepto de instalación artística permanente en lugar de plantarlo en un museo para luego ser retirado. A través de esos preciosos bloques de hormigón creó algo de la nada. Es realmente bonito ver ese arte enfrentado al cielo claro de Texas; las formas perfectas te recuerdan al comienzo de los tiempos, cuando no había nada y luego se creó todo. Necesitamos el silencio, ese principio, para tener un balance limpio antes de empezar a crear algo.
Con una voz dulce pero dolida, la cantante tiene el pundonor de las mejores voces del country-rock
Actualmente, la música norteamericana está llena de grandes propuestas. En el sendero del country-rock, esa carretera impulsada allá por los sesenta por pioneros como The Byrds o The Flying Burrito Brothers, destaca la gran cantidad de nombres femeninos que protagonizan con sus álbumes esta época. Mujeres de admirable carácter artístico, capaces de tumbarte con sus canciones de carretera y supervivencia.
En la trayectoria de este blog han sido muchas las voces femeninas que se han reivindicado en el country-rock actual, un territorio tradicionalmente masculino que ha evolucionado gracias a la incorporación de la visión femenina. Mujeres pioneras y determinantes como Loretta Lynn, Patsy Cline, Wanda Jackson, Emmylou Harris, Dolly Parton o Linda Ronstadt rompieron barreras hasta llegar a nuestros días en los que han sobresalido cantantes y compositoras como Lydia Loveless, Eilen Jewell, Sara Watkins, Julia Jacklin, Sara Jarosz o Lori McKenna. De hecho, en la lista de los 20 mejores discos del año para La Ruta Norteamericana en 2017, entraron tres mujeres que responden a este perfil, por su labor mejorando con su obra el legado del country-rock. Fueron Nikki Lane, Tift Merritt y Margo Price.
No lo hizo Jaime Wyatt, pero podría haberlo hecho sin problemas tras la publicación el año pasado del notable Felony Blues. Wyatt es todo pundonor. Su música guarda el sabor de las mejores cosechas y desprende al mismo tiempo un aire embriagador. Cierto que no inventa la pólvora, pero esta artista tiene munición. Dispara directa al corazón.
Cuenta su biografía que a los 17 años obtuvo su primer contrato discográfico y, tras fracasar en el comienzo de su carrera, se metió en el consumo de drogas y altercados públicos que le llevaron a la cárcel. También que se obsesionó con la música de Merle Haggard y Johnny Cash durante esos años de plomo.
Hay algo en Felony Blues que refleja ese espíritu errante y de superviviente. Esconde una conciencia de la vida a contracorriente, como peleando contra el mundo y contra sí misma. Con una voz dulce pero dolida, Wyatt canta con hondura, sin aspavientos, con cierto lamento. El mejor ejemplo es el corte que cierra el disco, Misery and Gin. No es el único. Hay otras canciones igual de contundentes como Your Loving Saves Me o Wasco.
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[Jaime Wyatt, ya está confirmado, estará junto a Steve Earle en el Huercasa Country Festival de este año, en el mes de julio.]