viernes, 18 de octubre de 2019

WILCO: PORTENTOSO Y LIBERADOR TWEEDY

Laura Fernández 
El País, 16/10/2019

El nuevo álbum de la banda recibe una calificación de 9 sobre 10



Parece Jeff Tweedy con Wilco empeñado en extraerle a la tristeza hasta la última gota de belleza, una belleza de poderosa de americana casi siempre delicadamente rock, un alt country, o art rock, que aquí, en su disco número 11, suena equilibradamente desnudo, conciso y portentosamente liberador. Se abre, Ode to Joy, con un percusivo corte, Bright Leaves, queno solo es un intento de algún tipo de redención sino una manera de adentrarse en el universo de un álbum en el que cada canción se construye, en todas direcciones, desde un centro marcado por, sí, algún tipo de mantra (la suplicante Before Us explora la épica de aquel que lo ha perdido todo), que a veces son amenazantes sacudidas (Quiet Amplifier se abre a una digresión muy Being There, lejano pero esencial segundo álbum de la banda, y es, para Tweedy, el más “perfecto” experimento del álbum) y a veces explota en solos reconfortantemente musculosos (previo palmeo) como el que sitúa en el corazón de, por ejemplo, la perfecta pieza de cámara Hold Me Anyway o intenta grabarte a fuego en una juguetona, Citizens. 




Como en un western apocalíptico, el sonido se vicia y se condensa hasta estallar en el diálogo jam de We Were Lucky, el corte que da paso al luminoso (y ya nuevo clásico de la banda) Love Is Everywhere (Beware), con un saturado y preciosista riff tan altamente disfrutable como el pop excelentemente dibujado de Everyone Hides. Se diría que los de Chicago caminan siempre por tierra firme y que exploran, tímidamente, a cada nueva entrega, los límites de un sonido – un marcadísimo estilo, cada vez menos progresivo – al que van incorporando cada nuevo hallazgo como si de un pequeño tesoro se tratase. Aquí, lo incorporado, lo explorado, es la percusión, en todas sus variantes, y el resultado es, decíamos, un álbum, en cierto sentido, mántrico, contundente, árido, en el que la voz, aterciopeladamente rota de Tweedy, juega a expandir hacia una fragilidad, por momentos mantenida y a ratos derribada por los numerosos elementos de que se nutre cada canción, contenedores, todas ellas, de ideas – pianos encontrándose, coros alzándose – brillantes. Tweedy dice estar especialmente orgulloso de este disco, y no le falta razón.


Un álbum, aseguran, protesta, pero de una protesta íntima, como todo lo que, se diría, firma el de Chicago, y uno, en este caso, que crece a cada escucha pero que se sitúa, desde la primera, cercano a la cima más alta alcanzada por la banda hasta la fecha.