Ulises Fuente
La Razón, 13/01/2020
El miembro de Television, casi fundador del CBGB y alma del Nueva York de los 70 ha sido también paciente de una institución psiquiátrica, vagabundo, muerto y chapero. En ese orden. Lo cuenta en “Material inflamable”, sus apasionantes memorias que se editan ahora en castellano
Si decimos que las memorias de Richard Lloyd (Pittsburgh, 1951) son increíbles, lo decimos literalmente. No se trata de un juicio de valor, es que esta historia sería imposible de digerir en una novela, una serie o una película. Sin embargo, como el guitarrista de Television ha llamado memorias a lo que cuenta en “Material Inflamable” (Contra), haremos como se debe, desconfiar de la memoria, y dar por sentado que la mitad de lo que cuenta es mentira. Da igual. Sigue siendo una narración alucinante, irreal. “No sé si he vivido la misma vida 100 veces o si cada vez que me he despertado me he convertido en una persona nueva. He pasado muchos años dentro de mi cuerpo y también he conseguido salir de él”, dice Lloyd al teléfono desde Estados Unidos con voz cavernosa y lenta dicción.
Lloyd aprendió a vivir experimentando. Privándose a sí mismo de la vista, el habla o el oído, electrocutándose para sentirlo, consumiendo lo que estuviera a su alcance, jugando con la respiración como un yogui aficionado. Hasta que una vez decidió “experimentar” y arrojar el arsenal de pastillas legales de sus padres por el retrete y anunciar que se las había tomado para suicidarse. El resultado fue dramático: conoció las mieles del tratamiento psiquiátrico de los años sesenta y se volvió maníaco completamente cuando trataban de curarle exactamente la supuesta demencia.
Psicofármacos y tranquilizantes en vena, aislamiento, paredes acolchadas y electroshock fueron algunos de los “remedios” que le aplicaron. “Ese fue el principio de un historial psicótico que reaparecerá después cuando empiece a abusar de las drogas y de la falta de sueño”, rememora Lloyd sobre lo que tendría que haber sido el diagnóstico de su bipolaridad y en realidad fue un choque de crueldad. “Opté por la automedicación con las drogas que me eran conocidas: marihuana, hachís, barbitúricos e inhalantes”, que no hicieron sino aumentar su trastorno maníaco depresivo.
Las más alucinantes anécdotas
A la salida del manicomio su principal misión en la vida fue convertirse en guitarrista y en el camino sucederán las más alucinantes anécdotas, como recibir de Jimi Hendrix consejos para tocar la guitarra por persona interpuesta (su amigo Verlvert Turner) y tras encajar de los propios puños del autor de “Purple Haze” tres ganchos una noche que Lloyd trataba de insuflarle confianza. Según cuenta, después de que sucediera el ataque, Hendrix le esperó dentro de su Corvette estacionado en la calle para disculparse sollozando.
O la noche que se coló en el “backstage” de John Lee Hooker, quien también le dio una clase de punteo y que además le invitó a salir a tocar durante su concierto sin tener ni la menor idea de lo que estaba haciendo. Y cuando suministró hachís a Robert Plant, pero el joven Lloyd vomitó en el camerino y el resto de la noche el cantante se quedó sin costo. O sus encuentros con Keith Moon, Buddy Guy y su amistad con Keith Richards, todas, labradas antes siquiera de formar Television.
El autor atribuye estos encuentros a un “realismo mágico” de su pensamiento. “He contado estas historias tantas veces que por eso decidí escribir el libro, agrupando las anécdotas que duraban un par de páginas e hilándolas al final”, cuenta el guitarrista, que se siente “liberado de escribirlas. Ya no necesito recordarlas. Pero tengo tantas que no he contado como para escribir un segundo volumen”.
Asistió a Woodstock solo porque quería ver a Ravi Shankar. Después fue vagabundo, viajó a San Francisco y a Los Ángeles y, tras probar las relaciones homosexuales, se buscó la vida como chapero. En Los Ángeles y en Nueva York. Una vez, trabajando de prostituto cerca de la Librería Hollywood, le encañonaron. “Yo iba mucho con Dee Dee y creo que es al que más quería de todos los Ramones. Los dos habíamos trabajado de chaperos en la esquina de la 53 con la tercera, pero nunca nos cruzamos, así que fue divertido averiguar que teníamos aquello en común”, escribe en las notas del volumen.
Un club cutre
En Nueva York, cuando Television estaba en fase embrionaria, buscaban un lugar para tocar. Un club cutre acababa de abrir las puertas con el objetivo de programar country, blue grass y blues. El acrónimo de esos géneros es CBGB, y el día que su nuevo dueño, Hilly Krystal, estaba colocando el emblemático toldo con las nuevas (y un poco cutres) letras del nombre subido a una escalera, fue interrumpido por Lloyd y Terry Ork, máganer de Television.
Krystal se negó cuatro veces a que tocasen allí aduciendo que “nada de rock”. Solo country y blues. Finalmente, porque podían ser muy pesados, les concedió el domingo para hacer su ruido, pero les pidió ayuda con el fin de decidir dónde colocar el escenario. Hasta ese punto estará Lloyd implicado con el local y con los cimientos de la escena punk-rock de la ciudad. Pronto pasará a ser quien programe las actuaciones de la sala, como las primeras de Talking Heads o los Ramones, entre muchas.
“Hay quien ha insinuado que el éxito del CBGB y de Television fue una mera cuestión de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado, y eso me irrita porque están banalizando mi nivel de implicación, del que apenas saben nada”, dice Lloyd, que no está cansado de hablar de ello: “Es como haber vivido una guerra. Forma parte de ti. Y se puede decir que soy un superviviente”.
Había una mezcla de elementos única. Una combinación perfecta de artistas, ganas y falta de prejuicios. Aunque hablando de químicas, la que había en Television no era precisamente buena. Tom Verlaine, líder “de facto” del grupo, se muestra, en el relato de Lloyd, arrogante (trata de firmar él solo como Television y quedarse con el nombre del grupo) y repugnante (viste como un indigente y lo lleva todo en bolsas de plástico) a partes iguales.
La banda se disolvió en 1978 y se volvió a reunir de 1992 a 2007. Lloyd cuenta que, justo antes de fundar a los Sex Pistols, Malcolm McLaren se ofreció a ser el mánager del grupo, que vestían camisetas desgarradas sujetas por imperdibles. Según dice, fue de ellos de quien copió la vestimenta para su futuro grupo en Inglaterra. “Nos podría haber hecho millonarios –se lamenta–. Pero Tom Verlaine dijo que no”.
Un yonqui olímpico
En los años venideros, y tras la corta trayectoria de Television, el guitarrista se convirtió en un yonqui olímpico. Todas, insistimos, todas las drogas legales e ilegales pasaron por el filtro de ese organismo. “Sí, bueno, todas hasta que me desenganché en 1983, claro. Por eso no he probado nunca el éxtasis, por ejemplo”, ironiza con un punto de lamento el músico.
Compartió las mejores sustancias con Keith Richards, drogas químicamente puras que separaban el alma de su cuerpo. Después de un número indeterminado de horas y de gramos, ambos caían desplomados como carcasas boqueantes. Y también está la vieja historia de tratar de desengancharse de la aguja con un cóctel de pastillas. “He tenido unas cuantas sobredosis”, confiesa en el libro, y relata haberse despertado en el hospital después de un rato muerto.
Quedan fuera de estas líneas un millón de anécdotas a cual más inverosímil que conforman unas memorias alucinantes. Pero con algo de tragicomedia, claro: “De más joven, vivía en la extrema pobreza y tenía una enfermedad mental. Era neurótico y a veces psicótico. Me di cuenta de que estaba esperando que una mujer me salvara (…). Era una réplica de unos problemas de abandono que nunca superé”, reconoce.
Al teléfono, desde el presente, Lloyd sabe, como los budistas, que el sufrimiento es inevitable. ¿Y cuál es la causa? “La identificación –dice despacio–. Con mi guitarra, por ejemplo, con el libro que he escrito, con mis gafas, con mi teléfono, con Richard Lloyd. Todo es un teatro. Yo interpreto el papel de Richard y tú haces el tuyo. Hay que explorar qué significa estar vivo, ¿quién soy? ¿qué se supone que debo hacer? Son buenas preguntas a las que hay que enfrentarse, y... bueno, yo lo he hecho escribiendo”. Pues esta es la historia de un tipo que se empujó a sí mismo constantemente contra el límite.
Lou Reed lo intentó copiar
Aunque su contribución como creador a la historia de la música haya podido ser relevante pero modesta, sin él no habrían sucedido las cosas igual. Su papel fue determinante en la formación de una escena, la de Nueva York, que hizo historia. En las memorias cuentan cómo a Television les dan el chivatazo de que Lou Reed (The Velvet Underground) va a ir a su concierto con una grabadora para robarles algunas ideas. Antes de empezar, Lloyd le confronta: “Lou, no puedes grabarnos sin permiso”. Él niega que tenga una grabadora, pero se la descubren. Dice que no tiene cinta, aunque la lleva. “Nos la tienes que dar. Luego te la devolveremos”. Sea la anécdota cierta (no hay por qué dudarlo) o inventada, es deliciosa. Lloyd no siente nostalgia. “En absoluto. Pienso que el CBGB simplemente cerró y está bien. Aquello se terminó y llegó otra cosa. Los tiempos cambian y echarlo de menos sería un sufrimiento gratuito, sería convertirme en preso de esos recuerdos, identificarme con ello y ser eso, ser pasado. Mucha gente viene y me dice que es una gran pena que se haya terminado, pero yo no siento la menor tristeza ni melancolía. Así se escribe la música popular”.