sábado, 28 de enero de 2023

CASI ME CORTO EL PELO

José Carlos Llop

The Objective, 28/01/2023



«En la música de David Crosby está la década gloriosa del folk-rock. Sin un ápice de nostalgia. Solo la alegría de escucharlo entonces y seguir haciéndolo ahora»

Más de medio siglo después del encuentro entre Marcel Proust y James Joyce en el Hotel Majestic de París, Bob Dylan y Leonard Cohen se encontraron en Les Deux Magots. Aquella tarde Dylan le dijo a Cohen que Hallelujah era para él una de las mejores canciones que se habían escrito nunca. Cohen contestó que le había costado años escribirla y que él, por su parte, sentía una gran admiración por su I and I. Dylan respondió como un resorte: «La escribí en un cuarto de hora». Naturalmente ambos mentían, pero la frase de cada uno de ellos revela algunos rasgos de su personalidad y la de Bob Dylan, sobre todo, su divismo de hombre solitario que cruza las tierras y los tiempos y así construye el que es: otra encarnación del Judío Errante, inmerso en y al margen de la Humanidad.

La pasada semana murió David Crosby y estuve viendo dos vídeos de The Byrds, grupo que fundó, interpretando con guitarras y bajo eléctricos, la canción de Bob Dylan Mr. Tambourine Man. Uno de esos vídeos era la versión oficial –1964, blanco y negro– y en él todos, también Crosby, son jovencísimos. El otro era de un concierto en directo –1990 – en el que los miembros de The Byrds, salvo el bajista, han envejecido considerablemente. David Crosby está muy gordo, el pelo blanco y el rostro hinchado: consecuencias de los trasplantes y medicación. Pero la satisfacción ante el público es de calidad superior. Una vez empezada la canción irrumpe en el escenario Bob Dylan, enmascarado tras sus gafas de sol. No lo duda: se dirige sólo a David Crosby y tocan y cantan mirándose con idéntico afecto y admiración: saben cuál es el origen de su mundo y lo comparten ahí donde los demás no estuvieron.

Hasta que Crosby se hace a un lado para que el cantante de The Byrds –Roger McGuinn, que hace los solos de Mr Tambourine Man como nadie– pueda acercarse a un Dylan, en principio distante con él, y canten a dos voces mientras Crosby rasguea su guitarra con rostro de felicidad. La felicidad de un reencuentro a través del tiempo y la felicidad de la inmortalidad de una canción que tiene una vida irrepetible detrás. Cuando la canción acaba, Dylan vuelve a buscar a Crosby –su rostro iluminado por la alegría– y ambos se golpean en brazos y hombros y Dylan lo mira de nuevo como quien mira a un hermano mayor al que admira y los ojos de Crosby lo dicen todo y nada es malo sino su contrario. La sociedad del espectáculo aún no estaba impregnada de narcisismo solipsista y en el respeto y la satisfacción de Dylan y Crosby está la década gloriosa del folk-rock y están la esencia profética del primero y dos maravillas del segundo: Déjà Vu, el disco de Crosby, Stills, Nash & Young, y el doble en directo 4Way Street o la Biblia que tantos disfrutamos una y otra vez allá por los 70. Y aquí no hay ni un ápice de nostalgia: sólo la alegría de escucharlo entonces y seguir haciéndolo ahora y la parábola que se tiende entre el tiempo de la temprana juventud y el de la vida adulta, cuando no se ha tirado todo por la borda.

He citado 4Way Street y he de decir que siempre fui de Neil Young: con el grupo fundado por Crosby y en solitario. Sigo siéndolo. Pero en todo este tiempo David Crosby ha estado ahí, como un gigante de cuento, bondadoso pese a su malhumor –recuerden su historia de amor con Joni Mitchell– y sus frases como sablazos de coracero de La Grande Armée. Él y sus canciones nos han acompañado durante cincuenta años, se dice pronto: empezando por Almost cut my hair, radiante en Déjà Vu, con su estética de tramperos en los bosques fronterizos con Canadá, y siguiendo por su Music is love, con el espíritu de los primeros hippies detrás y el magnífico título del LP: Si sólo pudiera recordar mi nombre…, para acabar –ojo al dato– con su gran afición por la música polifónica del XV y su natural influencia ahí donde en principio podría resultar lejana o ajena. Pues no: escuchen Orleans, por ejemplo, o I’d swear there was somebody here.

David Crosby ha muerto a los 81 años y al cumplir los 80 comentó que la muerte estaba cerca. No porque enfermara o la percibiera rondando. Si no, como dijo, «porque esto va así y ahora va a tocar morirse». Ella no ha tardado en presentarse, pero nada de lo dicho –y mucho más– podrá la muerte borrarlo nunca.

Creo que de momento volveré a dejarme las patillas.