Jaime Cristóbal
jenesaispop, 14/01/2023
Después del debut de The Stooges en 1969, a la compañía Elektra Records no le importó demasiado el relativo fracaso comercial y crítico del disco. Ahora parece imposible, pero eran otros tiempos y las discográficas importantes podían mantener en plantilla a grupos sin éxito durante dos, tres, cuatro álbumes, mientras creyeran que tenían potencial. Iggy Pop es el ejemplo perfecto de por qué ese planteamiento fue tan beneficioso -mientras fue sostenible- para la cultura pop. Su supervivencia artística -con y sin Stooges -durante décadas, sin llegar a generar nunca una gran fortuna para la industria, daría como fruto unas cuantas obras de arte de las cuales estamos ante la primera.
La fe en los Stooges de Jac Holzman (el jefazo de Elektra) le llevó a enviarles a grabar ‘Fun House’ a Los Ángeles, a los lujosos estudios del sello situados en una casa de estilo colonial español con jardín, mientras la banda se alojaba en un motel en el que coincidieron casualmente con Andy Warhol y su troupe, de visita en la ciudad.
Los Stooges traían los deberes hechos: después de un debut que no recogía al 100% la energía y peligro de la banda en directo (a pesar de contener los clásicos indiscutibles ‘No Fun’ y ‘I Wanna Be Your Dog’), estaban decididos a construir una colección de canciones más agresivas, que compusieron en su casa-comuna de Ann Arbor, Michigan, en los meses anteriores, de forma bastante disciplinada para su fama de salvajes. Igualmente se portaron bien durante las sesiones de grabación en mayo de 1970, si descontamos el tripi que se comía Iggy en secreto cada día justo antes de empezar a grabar (“por responsabilidad con el grupo, para irradiar ‘vibe’ y transmitirles credibilidad”, según él).
Su productor, Don Gallucci de los Kingsmen, entendió enseguida por dónde debían ir los tiros: no sólo accedió a que el grupo trajera todo su equipo de directo para la grabación (algo esencial, ya que llevaban meses tocando las canciones nuevas sin parar en sus conciertos) sino que coincidió con ellos en que las primeras sesiones -registradas de modo convencional, con cada miembro grabando separado por paneles- sonaban a mierda. Así que decidieron reenfocar todo el asunto y montar todo el tinglado de directo de la banda, monitores incluidos, y grabar básicamente un directo en el estudio, con el volumen a todo trapo y sin importarles ese anatema de los ingenieros de sonido que es el “leakage” (es decir, cuando el sonido de más de un instrumento se cuela por cada micrófono y no se logra una perfecta separación de cada pista).
Lo hicieron a razón de una canción por día, repitiéndola hasta lograr la toma más chula, y con otro enfoque minimalista esencial para entender el poder fascinante de este disco: no se dobló ningún instrumento, no hay prácticamente guitarras ni otros elementos añadidos posteriormente. Estamos básicamente ante un directo de los Stooges grabado a todo lujo (Iggy: “en un estudio a años luz del cagarro de Times Square, en un primer piso encima de una sex shop, donde grabamos el primero; esta era una sala que podíamos llenar con nuestra intensa energía”).
El resultado es algo que desde finales de los 70 ha aparecido de manera constante en los primeros puestos de las listas de “mejores discos de rock de la historia”. Y esto es así es porque ‘Fun House’ trasciende el carácter de clásico arqueológico de la mayoría de esos discos, que suenan fascinantes pero también a artefactos de otra era. Y es que la influencia de esta extraña pócima confeccionada en los 60 pero que no suena para nada vieja empezó a notarse en los albores del punk y sigue vigente en muchos discos grabados hace pocos meses. Pero luego hablaremos de eso. La cuestión es que -igual que la Velvet Underground- The Stooges vienen de los 60 pero no suenan a los 60, sino al futuro, incluso hoy. Y eso empieza con ‘Fun House’.
El asalto sónico se abre con dos canciones con cierta estructura pero que no escatiman en el factor mazazo: tanto ‘Down on the Street’ (con su ritmo remolón pero implacable, imparable) como ‘Dirt’ (más rápida y con un impactante riff de tres acordes fuzztásticos) tienen estrofa y estribillo, primarias, crudas, pero ordenadas. Desde el mismo comienzo se aprecia un paso de gigante: fuera los ritmos un poco funk de ‘I Wanna Be Your Dog’ y ‘No Fun’, adiós a la voz de niño de Iggy, no más canciones basadas en mantras indios.
Las vagas estructuras del comienzo se pulverizan cuando llega ‘TV Eye’: nos encontramos ante un riff sobre un solo acorde que se repite hipnótica, obsesivamente, a ritmo de Motown multivitaminado y sin estribillo conocido (más allá de unos interludios de gritos y gruñidos). Es entonces cuando empiezas a darte cuenta de que esto no es exactamente hard rock, ni psicodelia. Es rock and roll con ribetes de música vanguardista, pero muy diferente de las exploraciones arty de Reed & Cale, y desde luego nada intelectualizado, abandonando sus brevísimas letras al impresionismo de la mínima expresión: “¿Has visto a esa pava? Tiene su ojo televisivo puesto en mí”.
Pero sobre todo, la energía es diferente, más animal. Es punk antes del punk, un espíritu que en aquel momento llevaba ausente de la música popular blanca desde el rockabilly de los años 50. Como Iggy explica clarísimamente en la excelente ‘Gimme Danger’ (disponible en España en Filmin), trabajar en Chicago como baterista de diversos bluesmen le hizo entender que a diferencia de los blancos, los músicos negros seguían en contacto con su niño interior. Y decidió que su cometido sería tratar de recuperar ese espíritu libre y desinhibido al hacer su música. Es quizá la mejor explicación del impacto de The Stooges, de la energía que desencadenaron en las siguientes generaciones. Ver las imágenes al comienzo del documental de Iggy en directo haciendo precisamente ‘TV Eye’ con su collar rojo de perro y guantes plateados de vedette, retorciéndose en el escenario y saltando al público, es ver el punk antes de que el punk existiera.
La cara A culmina admirablemente con la amenazante ‘Dirt’. Nihilismo (“he sido basura, pero me da igual / Me han hecho daño, pero me da igual”) sobre un riff en este caso de bajo, y una secuencia de acordes descendente, reptante. Es una de las obras maestras del disco, y conforma una trilogía perfecta junto a ‘TV Eye’ y ‘Loose’.
La cara B se limita a tres canciones: ’1970’ cabalga sobre un implacable ritmo a lo Bo Diddley de repetición excitante y mecánica, con la guitarra de Asheton de nuevo en su inconfundible registro de tono grueso (al haber empezado como bajista, siempre ponía cuerdas gordísimas en la guitarra para sentirse más cómodo, y eso dotaba a su estilo de ese timbre tan reconocible). Pero justo al final del tema hay una importante novedad: en esta segunda parte la banda añade improvisaciones vanguardistas gracias al saxofón estilo free jazz de Steven McKay, que ya no abandona el “escenario” junto a Iggy en todo el resto del álbum. Cuando llega la canción ‘Fun House’ el primitivismo rock de los Stooges combina a las mil maravillas con ese punto “avant-garde”, que a Iggy especialmente le interesaba mucho porque en Ann Arbor había una floreciente escena de música experimental.
Durante más de siete minutos Pop gruñe y canta versos estilo blues (“llamando desde la casa de la diversión con mi canción / Hemos estado separados, cariño, demasiado tiempo”), con el saxofón y las guitarras de lanzallamas de Ron Asheton improvisando por detrás. La transición a ‘L.A. Blues’ es casi imperceptible, en una pieza de forma libre, sin ritmo, notación o riffs reconocibles, una pieza que en directo denominaban simplemente “The Freak Out”. Hay quien considera este corte de cierre la primera obra maestra del art-rock, o del noise, y hay quien no la aguanta. También se puede argüir que las composiciones de esta cara son inferiores, o incluso que la incorporación del saxo de jazz no está precisamente entre las innovaciones de ‘Fun House’ que cuajarían en las siguientes décadas. Lo que es incuestionable es que la energía creciente y amenazante de la primera parte del disco explosiona gloriosamente en esta segunda, y es la onda expansiva de esa deflagración la que todavía titila cuarenta años después, cual residuo radioactivo.
Porque es fácilmente defendible afirmar que la influencia de los Stooges en la historia de la música ha sido todavía mayor que la de la Velvet Underground: se podía detectar ya sin dificultad en el partes del glam (los New York Dolls con su irreverencia y guitarras duras), evidentemente en Bowie, pero también en el pre-punk electrónico (ver a los Stooges en directo en NY inspiró a Alan Vega a formar Suicide), en el pub rock anfetamínico de Wilko Johnson, en todo el punk estadounidense (de los Ramones a Blondie o Television), en el británico (las guitarras y actitud de los Sex Pistols) o hasta en el psychobilly (Lux Interior como frontman y vocalista debe tanto al rockabilly de los 50 como a Iggy gruñendo en el micrófono con el torso al aire).
Ya en los 80, su hechizo se seguía percibiendo en el hardcore (Henry Rollins, fan absoluto), el post-punk (Iggy era el vocalista favorito Siouxsie Sioux), en el art pop de Sonic Youth (que hacían covers de los Stooges), en la neosicodelia de Spacemen 3, en las guitarras más pesadas de Johnny Marr (fan confeso de los Stooges), en el rock australiano (de The Birthday Party y sus versiones de ‘Loose’ hasta las guitarras enfermizas de The Scientists), evidentemente en todo el grunge (‘Raw Power’ era el álbum favorito de Kurt Cobain), en el noise pop (J Mascis, fanático también), en la parte más furiosa del riot grrrl (Bikini Kill via Joan Jett), en áreas del Brit Pop (Supergrass y Oasis mencionando a los Stooges como inspiradores de sus riffs de guitarra), o incluso el neo-garage de los White Stripes (la introduccion en el punk rock de Jack White fue a través de ellos).
Y hasta en los últimos años se podría citar una infinidad de artistas influidos por ellos: desde Wayne Coyne diciendo que “los Stooges son parte de mi ADN” a las fans absolutas que son Jehnny Beth de Savages o Karen O de Yeah Yeah Yeahs ( “Dirt” me enseñó que el dolor y el placer se consumen mejor crudos”), hasta llegar a la contundente energía guitarrística y de actitud de los recientes Fontaines D.C.