viernes, 31 de marzo de 2023

JIM JARMUSCH: EL SILBATO DE UN TREN EN LA LEJANÍA

Ignacio Julià

Ex Rock Critic, 20/05/2023


La música ha sido materia esencial en la construcción de la filmografía del admirado o denostado cineasta cuyas películas son hitos a los que regresar para caer nuevamente absortos en su extraña normalidad. En este monólogo  —basado en hechos reales— exploramos su faceta musical, muy acorde con los fundamentos de Ruta66, revista que echaba a andar cuando Down by Law y Mystery Train nos fascinaron.

Primero, aclaremos algo, ¿vale? Por mucho que te empeñes, no tengo un pelo… bueno, una cana… de hipster. Recuerdo que, al principio de mi carrera, la gente murmuraba: “¡Dios mío!, viste ropa negra, se tiñe el pelo de blanco y hace películas en blanco y negro. ¡Vaya idiota pretencioso!”. Pero nada de eso era cierto. Mi cabello encaneció prematuramente, es hereditario. Visto de negro porque me molaban El Zorro y Johnny Cash. Pero llego a Nueva York y, zas, soy un puto hipster. Me parece gracioso, la verdad, porque desde joven supe que el modo en que te vistes refleja quien eres. Quizás me importase en Akron, Ohio, la ciudad industrial donde crecí y de la que siempre quise huir, pero no ahora. Simplemente, no cambié mi apariencia.

Mi enfoque en cuanto al tiempo es lacónico, otro topicazo. Sé que hablo un poco lento. Probablemente pienso un poco lentamente. Me gusta la música lenta. Me gustan las películas lentas. Esto es inherente a mi carácter. Godard dijo que todos los cineastas hacen la misma película una y otra vez. Probablemente sea cierto en mi caso. Pero estoy aquí para hablarte de música, ¿lo pillas? Todo el mundo sabe que la música es muy importante en mis películas. Las películas pasan frente a ti en su propio marco temporal, como una pieza musical. Es muy frustrante que la mayoría de filmes comerciales solo usen las mismas cinco partituras una y otra vez. Yo intento encontrar cosas que se integren en la película, pero a menudo no de una manera lógica. En Broken Flowers [2005], que tiene lugar en la América suburbial, usé mucha música de Mulatu Astatke. No puede funcionar, pensé, pero de algún modo lo hace.

Creo que la música es quizás la forma más pura de expresión humana. A lo mejor podría vivir si las películas nunca hubieran existido, pero no puedo imaginarme la vida sin música. Me encanta hacer cine porque tiene todas las demás formas, composición, fotografía, escritura, actuación, estilo, forma y color. Pero la música es quizás la más profunda. Tuve mucha suerte de que Neil Young aceptase crear la banda sonora para Dead Man [1996]. Su composición se convirtió en un personaje más de la película. Soy un gran fan de Wu-Tang Clan. Me gustó RZA desde el principio, sus temas y ritmos, y que sea tan único. Fui afortunado por su participación en Ghost Dog [1999]. Soy un gran fan de Wanda Jackson y siempre me gustó «Funnel of Love», que versionamos en Only Lovers Left Alive [2013]. Hace años, pude verla en el Continental Club de Austin, donde solía actuar Elvis. Estuvo genial…

Creo que la razón por la que uso músicos como actores se remonta a cuando empezaba a hacer cine. La mayoría de mis amigos eran músicos, no se dedicaban a ir filmando a la gente. Aunque, la verdad, entonces todo el mundo barajaba diversas forma de expresión. Pintar, películas, diseño gráfico, todo eso. Cuando hice Stranger than Paradise [1984], el protagonista, John Lurie, era amigo mío y también músico. Richard Edson fue el primer batería de Sonic Youth. Eszter Balint era cantante y violinista además de actriz, todavía lo es. Alcancé la mayoría de edad en el CBGB, vivía en un ambiente musical y esa es la razón de que aparezcan músicos en mis filmes. Tom Waits [Down by Law, 1986], Joe Strummer y, por supuesto, Screamin’ Jay Hawkins [Mystery Train, 1989]. En cuanto a la interpretación, hay músicos más teatrales que otros, pero algunos son capaces de ser actores muy interesantes.

Siendo niño, aprendí a tocar el trombón. En casa había un piano y lo tocaba, pero nunca me dieron clases. No fue hasta tener los veinte que comencé a tocar en serio. En aquella época parecía que todos hacían música. A finales de los setenta, solía ver anuncios en el East Village que decían: “Todos aquí están en una banda”. En cierto modo era verdad. Hice mucha música en ese período, y luego estuve unos veinte años sin tocar. No sé por qué, la verdad. El cine me atrapó. Pero los tiempos de Max’s Kansas City y CBGB fueron increíblemente importantes para mí. Siguen en mi ADN. Esa idea de que cualquiera podía montar una banda y expresarse. No tienes que matricularte en Juilliard, ni hacer música que sea comercialmente viable. Haz algo porque lo sientes, no por tu trayectoria profesional o para ser un experto. Es lo que finalmente hice en mi primera película Permanent Vacation [1979]. Esa estética punk-rock y los inicios de la cultura hip-hop siguen muy arraigados en mí.

Estuve en una banda a principios de los ochenta, The Del-Byzanteens, con James Nares, que es cineasta y pintor. Era el baterista. Philippe Hagen era el bajista, Phil Kline tocaba la guitarra y cantaba. Yo tocaba los teclados y hacía coros. Ahora toco la guitarra eléctrica. La primera que tuve fue Hagstrom, una copia roja de una Strat que conseguí en una casa de empeños en la Novena Avenida. Yo no tenía pasta; era más barata que cualquier Fender. Y no vas a creerte la guitarra que me tiene obsesionado desde hace años. Una Gibson de 1905, estilo Robert Johnson. Me la regaló Jack White cuando estuve una semana en Nashville rodando el primer video de los Raconteurs. En las horas muertas me quedaba en la sala de música de Jack y cada vez que él volvía a casa me encontraba tocándola. El día que acabamos el rodaje me la regaló. No podía aceptarla, pero me aseguró que tenía dos: “Te gusta tanto, quiero que te la lleves a casa”.

Aquello señaló un nuevo comienzo musical para mí. Añoraba expresarme a través de la música porque es algo muy inmediato, mientras que hacer una película lleva mucho tiempo. La música es muy poderosa, transforma tu conciencia y te lleva a alguna parte. Solía pasarme cuando veía a Television en vivo, una música exultante que me elevaba a otra dimensión. Era como si una especie de ángeles oscuros se llevaran tu espíritu de paseo. He visto a Merle Haggard tocar en vivo, teloneando a Dylan, y también fue muy emocionante. Me di cuenta de que Dylan desearía ser Merle Haggard, pero Merle Haggard nunca querría ser Dylan. Por su vida y las expectativas de la gente, ya sabes. Estoy seguro de que a Bob le gustaría ser Merle y hacer sus cosas sin esa presión.

Patti Smith y Televisión fueron increíblemente inspiradores. Decían: “Oye, somos músicos de rock’n’roll porque decimos que lo somos, y esto es lo que vamos a expresar”. Es algo que me sigue conmoviendo. Todavía admiro a los Ramones, el modo en que Joey estaba enamorado de Ronnie Spector y cómo eso se tradujo en su música me parece hermoso. Esas bandas significaron mucho para mí. Pero también me interesaban la vanguardia y el jazz; Ornette Coleman y Albert Ayler, ese tipo de cosas. Cuando aquella escena del CBGB se expandió a un rock que no se basaba en el blues, vi claramente que se podían evitar los clichés y las expectativas. Músicos como Glenn Branca y la gente que usaba ese tipo de instrumentación. Vi a Theoretical Girls y pensé: “Hostias, realmente podemos ir a donde queramos, es realmente emocionante”.

Fue increíble, te lo aseguro, aquella renuncia a tocar simplemente rock basado en el blues. “Bueno, veamos qué más puede suceder aquí”, pensé. Me apasiona la guitarra eléctrica, pero por mucho que tenga como ídolos a Link Wray y Ron Asheton, ya no estoy interesado en ese rock basado en el blues. Me di cuenta finalmente de que tengo una extraña aversión a escuchar los breaks de guitarra en una canción. Lo he oído un millón de putas veces, paso de esa mierda repetitiva. Necesito escuchar algo más. He llegado a un punto en el que no solo lo ignoro, sino que lo evito. Pero atravieso distintas fases, así que no sé bien qué me estoy diciendo.

Ya no soy tan joven, está claro. He pasado gran parte de mi vida coleccionando discos y luego, desafortunadamente, CDs, y todavía tengo casetes. Un día, mirando mi colección de vinilos, me dije: “En lo que me queda de vida ya no voy a tener tiempo de volver a escucharlos todos”. Luego están las cosas nuevas que anhelas descubrir; resulta abrumador, imposible estar al día. Un tema hip-hop será un éxito durante un mes como máximo y luego lo siguiente y lo siguiente. No puedo seguir ese ritmo. Pero me encanta despertarme cada mañana y pensar: “A ver qué gran pieza de música o película podría descubrir hoy”. Me inspira tener esas infinitas posibilidades. En cierto modo, Only Lovers Left Alive trata sobre eso y, bueno, me criticaron por elitista. Al haber vivido cientos de años, los vampiros protagonistas acumulan conocimientos y lo asimilan todo con increíble rapidez. Y, sin embargo, todavía están interesados ​​en aprender cosas nuevas.

Como todo fan, soy indulgente en mis escuchas. Ayer pasé un gran día con John Cage, pero tal vez hoy escuche Miami de The Gun Club. Y, si es el cumpleaños de Ghostface Killah, tengo que escuchar sus temas. Puedo ponerme algo de música clásica oscura o algo de stoner-metal, Neurosis, Royal Trux o lo que sea. Creo que la música es la forma de expresión más hermosa. Me encantan las películas porque, en cierto modo, se parecen a los sueños. Pueden aprovechar la falta de lógica de los sueños. Y ser muy conservadoras en términos de narrativa e historias, una tradición muy hermosa. Y también pueden ser como un sueño porque hay imágenes, tienen su propio ritmo, sonidos. Pero la música es tan pura. Habla su propio idioma. Una forma totalmente inmediata de comunicarse e interactuar. Recuerdo que trabajé en una película durante dos años y por la noche quedaba con Tom Waits. Se sentaba al piano y tocaba algo hermoso… que se evaporaba en el aire. ¡Estaba aquí y ya no está! Es increíble, sucede en el momento.

Me apasionó trabajar con The Stooges, rodar una película sobre su música [Gimme Danger, 2016]. The Stooges son como mi sangre. También los MC5 y la música negra, lo que se llamaba R&B y luego soul. Todos ellos son mis héroes. Y Crazy Horse también. Me refiero a que me gusta toda la música de Neil Young, pero Crazy Horse me interpelan profundamente. Su faceta salvaje. Neil es muy intuitivo, y yo también lo soy. Aprendí mucho estando a su lado. Recuerdo que, durante el rodaje de Year of the Horse [1997], me dijo: “Nunca pensamos en lo que estamos haciendo. Eso lo arruinaría todo…”. No se trata de pensar, sino de sentir. La belleza de Crazy Horse está en la imperfección de la sección de ritmo. Ralph Molina y Billy Talbot no son músicos metronómicos. Hay una elasticidad muy dinámica, lo que los hace geniales. A Neil eso le encanta. Si mencionabas un metrónomo, Poncho seguramente te sacaba una pistola.

Lo de Dead Man surgió porque estábamos rodando en Arizona y fuimos todo el equipo a un concierto de Crazy Horse. Era la gira de Sleeps with Angels y, tras el concierto, pude entrar a saludarle. Me presenté y le conté que estábamos rodando una película. “¿Estarías interesado en hacer la banda sonora?”, le pregunté. Me miro y soltó: “Nunca hago planes”. Al final de la noche, estaba subiendo a su autobús, se giró y me dijo que le mandase el montaje en bruto y que prometía que me diría algo en cuestión de días. Se lo mandé al cabo de unos meses y, dos días después, me llamó: “Oye, voy a hacerlo, me ha gustado mucho la película, ¿puedes volar hasta mi rancho y pasar aquí unos días para discutirlo?”.

Volé a California, me vinieron a recoger al aeropuerto y dormí un par de noches allí. Neil tenía la idea de grabar la música con Dave Grohl y Krist Novoselic, lo que me parecía interesante. Entonces le hablé de que Eric Clapton, que no es santo de mi devoción, había grabado un hermoso solo de guitarra para la película de Stephen Frears The Hit. Al día siguiente me dice: “He estado pensando en lo que dijiste. ¿Qué te parecería si la música fuese solo guitarra eléctrica?”. Y tocó algunas ideas que tenía, pequeñas progresiones de acordes. Le dije que era un buen enfoque si así lo sentía. Lo grabamos en vivo en un gran almacén de San Francisco con una unidad móvil. Repetimos la película durante dos días, unas tres veces, mientras él iba tocando. Acojonante.

Con SQÜRL, que somos Carter Logan, Shane Stoneback y yo, a veces Jozef Wissem, soy solo uno de los creadores. Esto resulta muy liberador. Carter y yo creamos una partitura electrónica con sintetizadores para Paterson [2016]. Y hemos interpretado bandas sonoras en vivo con los filmes de Man Ray, el cineasta surrealista de los años veinte. Hicimos una pequeña gira por Estados Unidos.

La música me ofrece algo muy diferente al cine. La música vibra con ondas sonoras. Es muy misteriosa e interactiva para quienes la crean, aunque sea una sola persona la que reacciona con un instrumento o su voz. Además, nunca he sido un cineasta profesional; suelo decir que soy un aficionado, no trabajo en Hollywood. Todavía más cuando se trata de música. Me han dado una o dos clases de guitarra en toda mi vida. El sintetizador que toco no tiene secuencia ni memoria, así que nunca sé qué va a hacer exactamente. Me gusta que la música sea impredecible. No practico. Intento tocar cada día, solo para que salgan cosas interesantes. Me encanta la capacidad de la guitarra eléctrica para hacer ruido mediante la retroalimentación. Soy bastante bueno controlando eso, intuyendo cómo reaccionarán el amplificador y el instrumento por la distancia entre el altavoz y las pastillas. Me chifla el feedback.

Me gusta la idea de Miles Davis de que a veces es lo que no tocas lo que adquiere mayor resonancia. Estoy muy atento al sonido en mis películas y he tenido la suerte de trabajar con Bob Hein durante años, un diseñador de sonido increíble. Discutimos los detalles de todo lo que guarda relación con el sonido. Oyes pasar una motocicleta a lo lejos y dices: “Vale, ¿dónde estamos? ¿Queremos que sea una Harley o una Suzuki 400? ¿Qué tipo de motor quieres que sea?’’. Todo eso se acumula en tu conciencia. Los vuelvo un poco locos con los sonidos de los pájaros desde que vivo parte del año en las Catskills. Me he convertido en un aficionado a la observación de las aves de aquel entorno natural. Aunque no seas consciente, esos sonidos contribuyen al efecto general. Si escuchas un tren en la lejanía, es posible que no lo registres con exactitud, pero afectará el estado de ánimo de la escena. El sonido es el cincuenta por ciento de una película. 

Texto: Ignacio Julià. Publicado en Ruta66 #400, febrero de 2022.