jueves, 24 de octubre de 2024

JONI MITCHELL SALE DE LAS SOMBRAS: DE ‘PRINCESA MÁGICA’ A TÓTEM CULTURAL

Jordi Bianciotto

El Periódico, 19/10/2024

Salió de gira por última vez en 2000, y siete años después lanzó su álbum final, ‘Shine’, confesándose avergonzada de la evolución de la industria de la música. Hay una pureza en la mirada de Joni Mitchell a la creación artística que parece poco compatible con los usos y costumbres del ‘mainstream’ moderno. O así lo considera ella. Pero precisamente por eso, su producción y su aura resultan irresistibles a los ojos de un número creciente de admiradores modernos. 

Trovadores folk y narradores pop se confiesan subyugados por el sutil, pero severo arte poético y musical de esta autora-compositora canadiense un día adoptada por la comunidad bohemia-hippie de Laurel Canyon, que este fin de semana hará una doble aparición histórica, a punto de cumplir 81 años (el 7 de noviembre) y repuesta tras algunos reveses de la salud, con sendos conciertos en el Hollywood Bowl, de Los Ángeles. Un libro recién publicado en España, ‘Desde ambas caras’ (Libros del Kultrum, traducción de Elena y Cristina Vilallonga del volumen lanzado en inglés en 2014), brinda un retrato de la artista con muchos relieves, fruto de tres entrevistas realizadas en 1973, 1979 y 2012 por su amiga, creadora polifacética, Malka Marom. 

Volver a empezar

Se trata de una franca conversación en la que vemos a Joni Mitchell abierta a la cavilación sobre su obra y discutiendo ciertas ideas sobre su persona y su figura artística. Dispuesta a los juicios duros, tiene clavada la incomprensión percibida por sus álbumes más audaces (cuando se acercó a su manera al jazz, como “un nuevo afluente”) y rechaza el cliché que la presenta como “princesa mágica”. Sobrevivió a la polio a los nueve años y a un aneurisma a los 71 (cuando tuvo que aprender de nuevo a hablar y a andar), y lo último que desea es ser etiquetada como la damisela frágil y vulnerable que canta dulces canciones.

Roberta Joan Anderson, Joni Mitchell, es aquella artista que rechazó un millón de dólares por actuar en Las Vegas, aunque reconoce en el libro que luego se arrepintió. “Esa tontería de querer ser íntegra, como siempre, ¿sabes?”, ríe. La rara avis que dice no fiarse de las multitudes, y que cuando actuó en el festival la isla de Wight (1970) agradeció que fuera de noche, casi a oscuras, porque prefería no ver el paisaje humano. “Un público tan numeroso solo está ahí por el evento; o sea, lo que recibes es un caos, no un público cautivado”. 

Contra los elementos

Y en el fondo de su corazón, el gran trauma: una maternidad juvenil que no se vio capaz de gestionar y que derivó en la entrega en adopción de una niña (con la que se encontraría tres décadas después). “Soltera y desamparada”, se recuerda en el libro. “En aquella época, ese hecho era lo mismo que haber matado a alguien. Fue muy, pero que muy difícil. Me encontré con personas realmente crueles, la gente se portó muy mal conmigo”. Tampoco estuvo muy fino su posterior marido, Chuck Mitchell (de quien tomaría el apellido) que, según dice, la llamaba tonta por costumbre (ninguna novedad: para su propia madre, Joni siempre fue una vaga). 

Todo ello, en fin, configuró un mapa de heridas emocionales crucial para entender su entrega a las artes, a la pintura y a una noción de la canción a la que aplicó los principios impresionistas, explorando armonías inhabituales y arreglos que rehuían las convenciones y enfurecían a muchos músicos. ‘Both sides, now’, uno de sus clásicos, hablaba de ver la vida desde distintos ángulos. “Surgió de mi corazón roto, después de perder a mi hija”, confiesa a Malka Marom, quien guardó largamente, con gran lealtad, el secreto de aquella temprana maternidad, de la que la prensa se hizo eco en 1993 por un chivatazo (bien remunerado) de un excompañero de habitación de la cantautora. 

Los vientos son ahora favorables a Joni Mitchell. Figuras de la escena moderna como Taylor Swift, Lorde, Lana del Rey, Harry Styles o Phoebe Bridgers versionan y/o elogian las canciones de álbumes de cabecera como ‘Blue’ (1971) o ‘Court and spark’ (1974). Los Grammy le rindieron honores hace unos meses, y el cineasta Cameron Crowe anuncia un ‘biopic’ en cuyo guion lleva tres años trabajando codo a codo con ella, y cuyo papel central (en su versión madura) interpretará Meryl Streep. Y ella está dando la sorpresa reapareciendo (con cuentagotas) en los escenarios, arropada por cómplices como la cantante country Brandi Carlile, reponiéndose así de la enfermedad y disponiéndose a cortocircuitar de una vez por todas aquella percepción de Joni Mitchell como frágil poetisa del folk.

miércoles, 23 de octubre de 2024

THE JESUS AND MARY CHAIN, LOS HERMANOS QUE CONVIRTIERON EL RUIDO EN BELLEZA, HURGAN EN LAS HERIDAS QUE LES SEPARARON

Elena Cabrera

El Diario.es., 16/10/2024

El grupo que lo tuvo todo y lo perdió en las brumas del alcohol es autor de unas memorias tituladas 'Incomprendidos'

La autobiografía de William y Jim Reid, los hermanos que formaron The Jesus and Mary Chain, se titula Incomprendidos (Contra, trad. Ibon Errazkin), como la premonitoria canción de su primer disco, Never Understand, y el tema que compusieron 13 años después, Never Understood. “Creo que estoy pasado de moda”, canta Jim Reid en esta última. Y eso les pasó, un poco. Ahora ya no tanto

The Jesus and Mary Chain ha sido uno de los grupos más grandes de Escocia y del Reino Unido. Siempre descolocado, a contracorriente de lo popular, inyectó la belleza de las canciones sencillas en una maraña de confortable distorsión. Just Like Honey, de su primer disco, es su hit inconfundible no solo de mediados de los 80, cuando apareció, sino también de 2003, cuando Sofia Coppola la rescató para la inolvidable escena final de Lost In Translation.

La historia de este esencial grupo escocés comienza cuando el padre de los Reid recibe un finiquito al ser despedido de la fábrica a la que había entregado su vida. Les dio a cada uno de ellos 300 libras y, para su disgusto, los chavales se lo gastaron en un cuatro pistas Tascam, que para colmo fallaba todo el rato pero donde grabarían sus primeras maquetas, canciones que formarían parte de su mítico primer álbum Psychocandy (1985).

Antes de llegar a ese momento, en Incomprendidos hay ya cien páginas que zambullen al lector en la Escocia de los años 60 y 70. Glasgow, el fútbol, las casas de protección oficial, un lugar de las afueras llamado East Kilbride, las reuniones familiares con los adultos borrachos, las vacaciones que no se podían permitir o el día que llegó el primer tocadiscos a casa de los Reid y que supuso “el comienzo de la larga alianza musical”, entre William y Jim, dice este último.

The Jesus and Mary Chain se forma en 1983, cuando los hermanos se dan cuenta de que montar grupos por separado es absurdo. Se separan en 1999, con William abandonando una gira estadounidense tras una pelea en un coche. Se vuelven a juntar en 2007 y siguen sacando discos ahora, siendo Glasgow Eyes el último de ellos, de este mismo año.

De cómo estos dos hermanos que acababa uno las frases del otro terminan odiándose, es quizá el asunto por el que muchos fans se han lanzado a este libro, que en realidad es una transcripción, magistralmente editada, de muchísimas horas de entrevistas realizadas por el periodista Ben Thompson. Los hermanos no buscaron este libro sino que se dejaron convencer, no sin cierto esfuerzo.

Jim Reid contesta a la entrevista de elDiario.es por videollamada desde Nueva York. En EEUU vive su hermano mayor, William, pero Jim, que es el cantante, reside desde hace años en el campo de Inglaterra, en Devon. El fondo se muestra difuminado pero a veces entra en foco un trozo de sofá en lo que parece un salón impersonal en tonos claros, o un pequeño cojín al que Jim, con algo de barba canosa, se agarra para recomponer su postura mientras habla. Ha puesto el móvil en vertical y lo que sí aparece en primer plano, además de su rostro, con gafas de ver, es una camiseta a rayas negras y blancas, puro uniforme indie.

Es sabido que Jim Reid es terriblemente tímido, aunque un poco menos que su hermano, quien elude las entrevistas –en el libro dice, en referencia a los periodistas musicales: “No pienso hablar con esos gilipollas nunca más (...), la mayoría son gente muy pretenciosa, unos desgraciados”– y que solo se suelta si es para hablar de música. Incomprendidos es un libro en el que despliegan toda la sinceridad de la que son capaces –o de la que les permite la memoria– y donde no les importa que se evidencien las contradicciones. A pesar de todo esto, accedieron a realizar el libro y no les resultó difícil romper su privacidad. “Fue como una versión muy minuciosa de hacer entrevistas como esta. Fue agotador, porque fueron muchas pero era un territorio familiar”, admite.

“Al principio nos resistimos un poco porque para nosotros era como, ya sabes, es nuestra historia. Nosotros le preguntamos: ¿crees que alguien quiere saber esta mierda? Y él dijo, sí, por supuesto que querrán”, explica Jim Reid. “Primero probamos a ver si funcionaba. Hicimos las primeras entrevistas para ver si iba a ser demasiado doloroso repasar todos esos viejos recuerdos y… eh, estuvo bien. Fue bastante divertido pensar en la infancia y en el comienzo de la banda. Disfruté mucho de esas conversaciones. Se volvió un poco más doloroso cuando llegó el final del primer período, en los años 90, cuando nos separamos por un tiempo. Fue bastante difícil volver a ello”.

Para que se entienda la importancia proporcional que le dan a cada momento de su historia, el hundimiento del barco de los Mary Chain, en 1999, llega en la página 250. A los 25 años siguientes se les dedica las 50 páginas finales.

Nunca se esforzaron mucho por ocultar que Jim no podía salir al escenario sin estar absolutamente alcoholizado. Ni tampoco que las pastillas, la cocaína (en el caso de Jim) y la marihuana (en el de William) eran tan parte de las giras –y de los periodos entre ellas– como sus pedales de distorsión. La bronca a finales del siglo pasado entre los hermanos también fue sonora y mediática. Pusieron un océano de por medio y dejaron de hablarse. Como se cuenta en el libro, las maniobras de su madre y sus colaboraciones en el disco de Sister Vanilla, –la hermana pequeña de ambos, Linda– fueron cosiendo la herida.

“La ruptura en 1998 fue muy dolorosa, pero de alguna manera lo hemos resuelto entre nosotros. Y esas heridas se han curado hace muchos años. Aún no es fácil. Quiero decir, cuando pienso en ese período de tiempo, sigue siendo un poco doloroso y es extraño pero en verdad no hablamos de ese período entre William y yo”, revela Jim. “Supongo que el motivo por el que no hablamos de eso es que las cosas funcionan bien tal y como son ahora. Y si comenzáramos a hablar sobre quién hizo qué o quién dijo qué, esas heridas podrían infectarse fácilmente de nuevo. Así que probablemente sea mejor que hablemos de eso solo en el libro. No estábamos juntos en la misma habitación cuando hicimos esas entrevistas. Así que, simplemente, dejémoslo así”, aclara.

“Todo el mundo pregunta eso de si el libro nos ha ayudado a entender mejor el pasado y la verdad es que no. Nos ha hecho traer ciertas partes del pasado a la superficie. No es que nos hayamos olvidado de esas cosas, pero a veces es bueno pensar en las razones por las que formamos la banda, o las personas que fuimos en nuestra infancia que hicieron que el grupo fuera lo que iba a ser. Pensar en eso un poco sí fue bueno para el progreso de la banda, y para mi relación con William”, ahonda.

Aunque la revista especializada NME tituló la crítica del último disco del grupo, Glasgow Eyes, con un “los hermanos Reid recuperan su mojo”, la puntuación que le dio al octavo álbum de los escoceses es de un tres sobre cinco: un aprobado raspado. En el libro, William dice que las mejores canciones se componen cuando eres joven. Ahora él tiene 64 y Jim, 62. “No estoy de acuerdo con eso”, contesta Jim Reid, en un tipo de desencuentro bastante habitual en el libro.

“Quiero decir, creo que muchas bandas pueden ser así, y yo tiendo a preferir los primeros períodos de producción de las bandas, pero no creo que tenga que ser así. Nosotros creo que estamos haciendo tan buena música a los 60 como la que hacíamos a los 20. Así que no tiene por qué ser así”, afirma. Para él, componer “no tiene nada de misterioso”. Es cuestión de coger la guitarra que espera en la esquina de la habitación, desarrollar una idea a medio elaborar y trabajar en ella hasta que toma forma de canción; “así de simple”, remata.

¡Más drogas!

Uno de los temas que William Reid revela en el libro es sobre la depresión que sufrió cuando era niño y que ahora puede entender de esa manera. Jim Reid es más reservado pero deja ver que no tuvo ninguna ayuda para entender o tratar su alcoholismo. Sencillamente, cuando se dio cuenta de que había ido demasiado lejos, dejó de beber. La primera vez que salió sobrio a un escenario fue en el festival Coachella en 2007. Scarlett Johansson, que había protagonizado la citada película de Sofia Coppola, salió al escenario a cantar con él Just Like Honey. “Por supuesto, cuando llegó el gran día, cada fibra de mi cuerpo suplicaba: ¡Bebida! ¡Bebida! ¡Drogas! ¡Más drogas!”, dice en el libro. “Pero esta vez conseguí ignorar los cantos de sirena. Salí al escenario obligándome a no pensar en todo lo que podía salir mal ni en lo desesperado que estaba por colocarme”, continúa.

“En nuestros tiempos, nadie hablaba de salud mental”, desarrolla en la entrevista. “Gente como [el cantante de Joy Division] Ian Curtis simplemente terminó colgando de una cuerda. Cuando piensas cómo pudo pasar, creo que fue porque la gente, supongo, no hablaba de cuáles eran sus problemas. Y supongo que es mejor ahora que todo el mundo habla de todo, tal vez demasiado”, añade. “Yo era terriblemente tímido y solo podía subir al escenario si me emborrachaba o tomaba drogas. Y eso se convirtió en un problema para mí porque me volví adicto a las drogas y al alcohol. Creo que hoy en día hay menos presión para la gente. Cuando yo era un niño, la gente solía glorificar todo eso [del rock’n’roll]. Era una locura que no creo que suceda tanto ahora. Y eso es una gran mejora, porque aunque yo solía tomar drogas y beber, lo hacía porque me estaba automedicando, porque no podía dejar de hacerlo, no porque Johnny Thunders lo hiciera”, explica.

Verdades y mentiras

Un tema que orbita alrededor del libro y que podría ser, de alguna manera, autorreferencial o metaliterario, es la propia escritura de ensayos y memorias de la historia de la música, una edad de oro de la que este libro forma parte. William Reid explica que le encantaba leer biografías de grupos hasta que se convirtió en objeto de una de ellas. A Jim le pasó algo parecido: “Cuando estás en una banda, el misterio se va”, señala. “Veo todo lo que sucede entre bambalinas y ya no me interesa tanto. Una vez que tienes un grupo piensas: oh, bueno, ¿y qué? Así que se estaban poniendo de los nervios entre ellos, ¿y qué?”, añade.

Bobby Gillespie, de Primal Scream, también vivía en East Kilbride (a 12 km de Glasgow) y fue el segundo batería de Jesus and Mary Chain, por lo que es también un personaje del libro. Gillespie escribió su propia biografía, Un chaval de barrio (Contra, trad. Ibon Errazkin), cuya lectura complementa de manera genial Incomprendidos. “Yo era su abanderado. Creía fervientemente en ellos. Eran auténticos outsiders, como yo”, escribe Gillespie. Este les consiguió su primer concierto y les contactó con Alan McGee, fundador del sello Creation –descubridor de Oasis– quien les editaría su primer single.

“Sí que leí el libro de Bobby, eso es diferente porque es mi amigo y quiero saber de él”, aclara Jim. “Quiero escuchar lo que piensa, lo que no le diría a todo el mundo. Es interesante. El libro que nunca leeré es el de Alan McGee. Así te lo digo: la razón por la que no he leído ese libro es porque sé que va a ser una obra de ficción. Cuando nosotros escribimos este libro, tratamos de hacerlo lo más veraz posible. Pero Alan McGee cree demasiado en su propio mito. Y todo es ficción construida con mucho, mucho cuidado. No es como es en realidad. Le conozco demasiado bien, y sé que se reinventa a sí mismo cada diez minutos, y sé que nunca podría contar la historia verdadera”, dice.

The Jesus and Mary Chain ha resucitado a tiempo para recoger una nueva ola de devoción por parte de gente muy joven que se siente muy influenciada por el estilo shoegaze y grupos como Ride, Slowdive o My Bloody Valentine.  “Políticamente, creo que podría ser un tiempo bastante similar. Creo que hay mucha gente que no está satisfecha con lo que está pasando a su alrededor”, dice Jim. Pero, por otro lado, le parece un tiempo radicalmente en el negocio de la música: “No sé cómo las bandas se las arreglan para sobrevivir. Hay que hacer algo con los sitios de streaming, las bandas tienen que cobrar por la música que hacen, y creo que es terrible que no lo hagan”.

martes, 17 de septiembre de 2024

“¿QUIERES TOCAR COMO ÉL? TE ROMPERÁS UNA MANO”: 20 AÑOS DE LA MUERTE DE JOHNNY RAMONE, EL GUITARRISTA QUE CAMBIÓ EL ROCK  

Jaime Lorite

El País, 15/09/2024



Célebre por su actitud malencarada o la mala relación con el cantante, al que quitó la novia, el músico fue el tercero de los Ramones en desaparecer en tres años. Aunque apenas firmó canciones, dirigió al grupo con mano de hierro

La segunda leyenda más extendida sobre el guitarrista Johnny Ramone (de nombre real John William Cummings, Nueva York, fallecido en 2004 a los 55 años) es que el Ku Klux Klan lo simbolizaba a él en una de las grandes canciones de su banda, The KKK Took My Baby Away. La tesis, que propagó el manager de los Ramones en el documental End Of The Century (2003), giraba en torno al terremoto vivido en el seno del grupo a principios de los ochenta, cuando Linda Daniele dejó a su novio, el vocalista Joey, para casarse con Johnny. Aunque las relaciones nunca se recondujeron, el conflicto no acabó con los Ramones. Johnny temía una espantada del cantante, pero, supuestamente, el agraviado se cobró su venganza por otra vía, mediante la letra de una canción donde se burlaba de la ideología derechista de su compañero –otro punto de fricción– y relataba la abducción de su amada por el grupo supremacista blanco.

La anécdota sigue repitiéndose, a pesar de que el batería Marky Ramone y el hermano de Joey, Mickey Leigh, la han desmentido. El triángulo sucedió, si bien, según ellos, en esa canción Joey hablaba de otra decepción previa: su romance frustrado con una mujer afroamericana cuyo paradero desconocía. Pero el mito que más persiguió y enervó durante toda su vida a Johnny Ramone fue el de la pobreza de la propuesta musical de los Ramones. “Bien pronto, algunos críticos que no sabían cómo denigrarnos nos etiquetaron como la banda de los tres acordes. Pero muchas de nuestras canciones, incluso de la última época, tienen más de tres acordes”, se defendía en su autobiografía póstuma, Commando (2012). Fallecido hace 20 años de un cáncer de próstata, Johnny fue el tercer miembro en morir en un corto período (Joey lo hizo en 2001 y Dee Dee, el bajista, en 2002) y apenas empezó a ver la fiebre de las camisetas y la increíble popularidad tardía de la banda, que entre 1974 y 1996 no fue comercialmente importante en EE UU.

Citado con frecuencia en listas de mejores guitarristas de la historia, para pasmo de los devotos del virtuosismo, Johnny Ramone desarrolló un estilo simple pero imbatible, basado en acordes con cejilla rasgados a velocidad frenética hacia abajo. A duras penas podía completar un solo, pero los más avezados antebrazos derechos también podrían verse en apuros siguiendo su técnica en directo. “No creo que hubiera un precedente. A los que creían que cualquier guitarrista decente podía tocar como Johnny, recuerdo que una vez un periodista les respondió: ‘¿Ah, sí? Inténtalo tú'. La mayoría se romperían una mano”, afirma, preguntado por ICON, el escritor y presentador de radio Carl Cafarelli, autor de Gabba Gabba Hey! A Conversation With The Ramones (2023), donde recopila una serie de entrevistas que realizó con el grupo en 1994, por su vigésimo aniversario. “Apuesto a que Eddie Van Halen no podría tocar así. ¡No durante una hora!”, ratificó el ingeniero de sonido Ed Stasium al periodista Jim Bessman en Ramones: An American Band (1993).

Cafarelli pone el ejemplo de Clem Burke, percusionista de Blondie, que entró en la banda en los ochenta y duró dos conciertos, aunque fuera, para el periodista musical, “un excelente batería”. “Una vez Johnny o Dee Dee dijeron que los Ramones tocaban al nivel de habilidad que tenían. Resulta que no era tan fácil”.

Nacido en una familia de inmigrantes en Estados Unidos en 1948 (su padre era irlandés y su madre, de origen polaco-ucraniano), Johnny Ramone es recordado, más allá de sus tensiones con Joey o sus posiciones ultraconservadoras, por haber forjado el sonido que marcó el punk estadounidense posterior, así como el rock alternativo, el noise o el thrash metal. También por la disciplina militar que impuso al grupo, cuya contundente puesta en escena diseñó junto al batería original, Tommy, analizando horas de grabaciones. Los avasalladores directos de la banda, que podía desplegar una treintena de canciones en poco más de 40 minutos, eran rigurosamente cronometrados, como confirmó Joe Strummer, líder de The Clash, en el documental de 2003, donde contaba que el guitarrista le iba actualizando sobre los descensos en su minutero.

“Una de las lecciones que aprendí de ellos es que debes darle tu siguiente canción al público y dársela ahora. ¡La gente está ocupada!”, decía Strummer. “Johnny tenía una visión despiadada de cómo hacer las cosas. Apuesto a que era un jefe brutal, que gritaba en los ensayos. Era espectáculo en el mejor sentido y todo tenía que estar bien. Nos enseñaron a no hacer el tonto en el escenario”. En su autobiografía, Johnny Ramone confesaba que el motivo de que enlazaran una canción y otra a gran velocidad era más pedestre: en sus primeros conciertos, se peleaban discutiendo cuál querían tocar después, así que de corrido no había espacio para debates.

El amigo estupendo

El periodista argentino Marcelo Gobello coincide en el papel esencial de Johnny para que los Ramones existiesen tal y como los conocemos. “Fue quien manejó el destino de la banda, sobre todo tras la marcha de Tommy. Todos eran bastante difíciles de manejar, Joey con su trastorno obsesivo compulsivo, Dee Dee con las drogas, Marky con su alcoholismo… Con su mirada organizativa, fijó esa disciplina férrea y mantuvo a la banda fiel a sus principios”, explica a ICON. Gobello se ganó en la última década del grupo la confianza de sus miembros y fue quien recibió, tras un concierto en Mar del Plata en 1994, la exclusiva mundial de su disolución en boca de Johnny, historia que recoge en el libro Los Ramones: Demasiado duros para morir (2007, reeditado por BoyJah Publishing en 2023): “Me disponía a conversar con Marky cuando Johnny se acercó a mí, me saludó, y me dijo que estaba listo para una entrevista. Yo no salía de mi asombro, ya que Johnny era bastante reacio a ellas”.

“Él me buscó y me dijo: ‘te quiero contar algo’, ya lo tenía pensado de antes”, rememora Gobello. “Y me dijo que iba a ser su último año, que quería parar antes de dejar de ser buenos y no poder brindar a la gente todo lo que le estaban brindando. Quería retirarse como los boxeadores, en un momento alto, en vez de terminar en una decadencia. Me quedé triste, anonadado, pero fue un orgullo que me eligiera”. ¿Por qué cree que lo eligió? “Me manifestó que yo veía y entendía el sustrato de los Ramones, mucho más que una banda de tres acordes. Fueron más interesantes de lo que se piensa. En ellos estaban los sesenta, los Stooges, los Yardbirds… No se suele conectar a los Ramones con Led Zeppelin, pero Johnny sacó el célebre sonido de su Mosrite [guitarra vinculada a la música surf] imitando el riff de Jimmy Page en Communication Breakdown”.

Antes de su reconocimiento en Estados Unidos, Ramones vivió su momento Beatles en Argentina. “Se desató una locura, llenaban estadios varias noches seguidas”, dice Gobello. “Es más de estudio sociológico, pero aquí los rockeros aprecian mucho la autenticidad. La gente conectó porque veían que eran como ellos. Todo el mundo adoraba a los Ramones”.

Aunque el escritor latinoamericano tenía, en ese momento, más amistad con Joey que con Johnny, el cine de serie B fue clave para el deshielo. “Le gustaban las películas más cutres que te puedas imaginar. Yo le recomendé una llamada Sangre en el faro [1960], le encantó y conectamos a partir de ahí”. Tras retirarse, el guitarrista planeó dirigir películas de terror de bajo presupuesto, aunque nunca lo materializó, y trabó amistad con personajes como Rob Zombie o Nicolas Cage, que hizo finalizar el chiflado remake de The Wicker Man de 2006 con la dedicatoria “Para Johnny Ramone”.

Su libro Commando incluyó un apéndice titulado “Lo mejor de todos los tiempos según Johnny Ramone”, donde, además de listas de las películas de terror y ciencia ficción preferidas del músico, aparecían ordenados sus miembros del Partido Republicano favoritos (Ronald Reagan, al que describe como “mejor presidente de mi vida”, es el primero), jugadores de béisbol o libros de consulta sobre Elvis. En otra sección, evaluaba cada álbum de los Ramones: no ponía suspensos y, de 14, cinco le parecían sobresalientes.

Carl Cafarelli, que este año ha publicado The Greatest Record Ever Made! (Vol. 1), libro sobre las mejores canciones de la historia donde incluye Sheena Is A Punk Rocker y Blitzkrieg Bop, recuerda: “Se quedó impactado cuando le dije que me gustaba Something To Believe In [una rareza lenta de la banda]. Su respuesta fue: ‘¡¿Que te gusta qué?!’. Parecía alguien muy curioso y sorprendentemente agradable. Fue simpático conmigo. He oído relatos creíbles de lo difícil e irritable (o peor) que podía ser, pero no se corresponden con mi experiencia”. El periodista confirma que la hostilidad entre el músico y Joey era evidente, mientras Gobello, en las crónicas entre bastidores de su libro, describe que tenían camerinos distintos. Las tiranteces duraron hasta el final: en su última entrevista, para Rolling Stone, Johnny contó que no acudió al funeral de Joey pensando en que, a la inversa, tampoco querría que él fuese al suyo.

“Todas estas cosas me pesaban por nuestros fans, a los que imaginaba que no les haría gracia saber que los de su banda favorita se despreciaban”, lamentaba el guitarrista en su libro póstumo. Gobello contrapone: “Me pareció muy conmovedor cuando Johnny, ya con Joey enfermo, dijo que nunca volvería a subirse a un escenario con el nombre Ramones. Más allá de los problemas que tuvieran, Joey era su cantante. Y ambos amaban a los Ramones sobre todas las cosas”. Los dos fueron los únicos miembros constantes del grupo, desde su fundación en 1974, de la que ahora se cumple medio siglo, hasta su último concierto en 1996.

En un acceso amargo, Johnny Ramone le contó al periodista Charles M. Young en aquella charla final, publicada un mes después de su fallecimiento, que nunca disfrutó del proyecto de su vida: “Debería haber sido muy divertido. Pero no sé cuándo lo fue. No nos decíamos nada antes de los conciertos. Nos sentábamos y, cuando llegaba la hora, salíamos al escenario. Si todo iba como tenía que ir, me sentía bien. Si no, me molestaba. Sabía que algunos de nuestros discos no eran muy allá y eso me ponía enfermo. En nuestra última gira dudaba de que nos fueran a echar de menos. Creí que nos olvidarían”.

20 años después, la viuda de Johnny y el hermano de Joey han recogido las rencillas de sus difuntos y pelean en los tribunales por la marca Ramones. Marky, el superviviente de mayor duración (aunque no miembro original), continúa paseando su repertorio y cosechando polémicas, como la cancelación de un concierto en Italia por la presencia de una bandera de Palestina. Como una esencia a la que se regresa cuando se duda, Blink-182 se han disfrazado de ellos para su disco de reunión, Sum 41 ha contado con CJ Ramone (bajista de 1989 a 1996) para un videoclip de su despedida y grupos decanos como The Offspring rescatan versiones en sus giras actuales. La desaparición física de sus miembros y la perdurabilidad de su música prueba que los Ramones siempre fueron mucho más que su factor humano.

lunes, 16 de septiembre de 2024

THE JESUS AND MARY CHAIN, SUS PEORES ENEMIGOS

Ulises Fuente

La Razón, 15/09/2024

Fueron una de las bandas más influyentes de finales de los ochenta y en una biografía explican por qué nunca triunfaron masivamente: drogas y mucho mal genio

En la historia de la música hay grupos legendarios y los hay irrelevantes. Hay creadores únicos y otros sencillamente famosos. Pero hay muy pocos grupos tan influyentes y al mismo tiempo tan inadaptados como The Jesus And Mary Chain. El grupo de los hermanos Reid, fundamental para entender la deriva de la música indie de los 90, fue también la historia eterna de dos almas gemelas creativas que, después de tocar el cielo de la inspiración, llegan a detestarse y a pedir asiento en alcohólicos anónimos y la consulta de un psicólogo, respectivamente. De su punto álgido («Psychocandy») a su colapso (disolver la banda públicamente con una bronca sobre el escenario) apenas mediaron 13 años que repasan en la muy entretenida biografía («The Jesus & Mary Chain. Incomprendidos», Contra) que acaba de publicarse en castellano, apenas unos meses después de «Glasgow Eyes», su súltimo disco, tras reconciliarse en 2007.

Los Reid se criaron en una casa de protección oficial de East Kilbride (Escocia), en el seno de una familia obrera en la que rápidamente se convirtieron en los raritos. Curiosos, lectores y avispados, esos dos listillos que citaban a Baudelaire encajaban regular en una familia de rudos escoceses, bebedores olímpicos y de mentalidad conservadora. Su padre, Jim, perdió el trabajo en plena reestructuración thatcheriana cuando cerró la fábrica Caterpillar para la que trabajaba. Los dos hermanos, en el paro, irritaban a sus padres cada vez que sostenían con aplomo que su plan vital –el único– era «ser estrellas de rock». William y Jim desarrollan el mismo gusto, exquisito, inspirado por The Velvet Underground y una intuición: ¿era posible sumar las guitarras más hirientes y chirriantes a las melodías pop de los sesenta?

La respuesta a esa pregunta es sí. Solo hacía falta el equipo adecuado, y ese llegó por casualidad. En un acto de generosidad, el padre de familia repartió a sus hijos una modesta pero notable cantidad de dinero con el fin de que hicieran despegar sus vidas o sacarse el carnet de conducir. Se arrepintió de inmediato cuando sus vástagos adquirieron un cuatro pistas malísimo y un pedal de «fuzz» ingobernable, que solo producía chirridos y acoples, tanto, que su dueño pensaba que estaba averiado y se lo dejó por diez libras. Hay momentos casuales en la historia de la música que desencadenan terremotos diez años después y aquel día dos placas tectónicas avisaron de algo. Los Reid, ambos tímidos patológicos, lanzaron una moneda al aire y el que perdió fue elegido como cantante. Jim: «La razón por la que acabamos creando The Jesus And Mary Chain tuvo que ver por igual con las cosas que odiábamos y las que amábamos. Hacia el 82-83 había una gran sensación de desencanto. Había un hilo que que recorría la mejor música popular –el blues, Elvis, Dylan, los Beatles, los Stones, Bowie, el glam, el punk y el postpunk– y ese hilo se había roto. La música que había en las listas y en el Top Of The Pops nos parecía detestable y nuestra misión, si es que teníamos una, era restaurar la música para que volviera a ser lo que había sido». Los hermanos se adoran y completan las frases del otro. También se sacuden, pero con deportividad. Empiezan a hacer canciones algo atípicas.

Influyeron a casi todo el «indie» y el «shoegaze» de los 90, pero nunca encajaron en nada

Los Mary Chain llaman la atención de Rough Trade, el sello independiente de Londres, pero, de forma más sorprendente, atraen a la multinacional Warner con un sonido francamente difícil de digerir. La primera reseña decía de ellos que sonaban «como una abeja atrapada en el hueco de un ascensor», una especie de accidente entre no saber tocar y tener un equipo disfuncional. Desde el principio, el odio con Warner fluye en ambas direcciones. Los Reid confiesan en estas memorias un carácter indigesto: impertinentes, socarrones, beodos y muy testarudos. Se niegan a tocar un ápice sus grabaciones pese a que los chacales de Warner les preguntan si el disco, «Psychocandy», es una broma. Nunca serán un grupo de éxito masivo, aunque lograron buenos resultados. Suficientes para ser vistos como traidores desde el «indie», acusación con la que tuvieron que cargar toda su carrera.

Un grupo alfa

Jim pasó 14 años saliendo borracho y/o drogado a todos los conciertos de The Jesus And Mary Chain para vencer los nervios. Escribe Michael Azerrad en «Nuestro grupo podría ser tu vida» (Contra) que «hay dos tipos de grupos: los alfa son esos que influyen a centenares de bandas, pero que pocas veces son perseguidos por chicas y logran pagar sus facturas, y los beta, que, copiando a los primeros, se llevan a las chicas y los millones. Los beta mencionan a los alfa, pero no como algo muy importante, y vaya si mienten. Los alfa y a veces los beta, pero pocas, mueren encharcados en alcohol». Este esquema no estuvo muy lejos de lo que le sucedió a los hermanos Reid, que jamás encajaron en ninguna parte y a punto estuvieron de terminar mal, muy mal.

Del indie fueron desterrados por aquel pecado original, aunque en realidad ellos sentaron las bases del sonido del indie estadounidense. Grupos como Sonic Youth, Dinosaur Jr o incluso Pixies se inspiraron en ellos. «No digo que esa generación hubiese sido moldeada por nosotros, pero cuando Nirvana se convirtió en el nuevo superventas, su sonido estaba más cerca de nosotros que del grupo que Warner quería que fuésemos. Se podría decir que esa abeja atrapada en el hueco del ascensor llevaba el polen del grunge en sus patitas», sostiene Jim Reid. Por supuesto, My Bloody Valentine, héroes del «indie» británico, construyeron su sonido sobre el mismo pedal exactamente que los Mary Chain, que fueron también clave en el surgimiento de la escena «shoegaze» (Ride, Slowdive) y apadrinaron a Blur antes de que fueran nadie. Sin embargo, nunca lograron encajar, entre otras cosas, porque fueron sus peores enemigos. Sus pésimas habilidades sociales y escaso esfuerzo comercial les condenaron a ser uno de esos grupos «para enterados» pero en el que nadie creyó ni apostó. Hasta que las relaciones entre ellos se agrietan y se agravan con las drogas.

Impertinentes, socarrones, muy beodos y testarudos: así eran (y son) los hermanos Reid

Los dos hermanos reconstruyen su historia en el libro (con la ayuda del periodista Ben Thompson) en el libro con recuerdos impresos en tipografías diferentes. Pero la narración no es divergente hasta que las cosas empiezan a torcerse. Se ofendían mutuamente, como siempre, pero consumían muchísimas drogas, uno, cocaína y el otro, marihuana: «y así no había forma de comunicarnos. Aquello se había roto», dice William. «La coca te dice: ‘‘Adelante, tú eres el mejor, puedes con él, sigue atacando...’’. Mientras que la hierba te hace darle vueltas a todo hasta que acabas paranoico y al final no peleas porque tienes la cabeza llena de pensamientos».

La relación entre los Reid fue deteriorándose por una canica de celos que se convierte en una enorme bola. (William Reid): «Cuando Oasis pegaron el pelotazo, era como si Liam y Noel fueran el ‘‘remake’’ hollywoodiense de nuestra pequeña peli ‘‘indie’’ sobre una rivalidad entre hermanos que, como mucho, tuvo buenas críticas en Sundance. Recuerdo que leí hace años una entrevista con Noel en la que decía: ‘‘Cuando estábamos de gira, después de actuar todo el mundo se va a un club y yo subo a mi habitación a componer’’. Pensé: ‘‘Joder, así fue mi vida en los noventa’’. El hermano mayor, el empollón, componiendo canciones en el cuarto mientras el pequeño está en el bar diciendo: ‘‘Sí, nena, soy el cantante, venga, vamos’’». Aunque la norma en la música es que las bandas terminen mal, lo cierto es que entre hermanos (los Davies, los Fogerty, los Robinson, los Gallagher...) la probabilidad de desastre es mayor. «Con un hermano sabes exactamente qué teclas tocar si quieres que todo salte por los aires», dice Jim.

Ambos pierden el control con las sustancias, el cariño mutuo y la ilusión por la música. Terminan a un paso del frenopático. Se separaron, en directo, durante una actuación en Los Ángeles en 1998. La madre y la hermana pequeña de los Reid lograron que volviesen a hablarse y en 2007 reaparecieron. Desde entonces han publicado dos discos, ven la música de otra manera y se toman la vida mejor.

domingo, 15 de septiembre de 2024

LOS SONICS:¿QUÉ ES ESE POLVO BLANCO QUE ECHAS EN MI COMIDA?

Octavio Gómez Milián

20 minutos, 11/09/2024



Un recuerdo amantes del garage, la guitarra baja y las gargantas desgañitadas de los perturbados. Los Sonics están en la ciudad: Licántropos sonoros que llevan en el rock desde siempre, arando las venas de la escena americana de los sesenta a base de guitarras fuzz y salvajismo. Ellos abrieron las puertas del sanatorio para toda una pléyade de descartes sociales. El "Iwanna" de Los Ramones, las baterías de los primeros Nirvana, las cuchillas sobre el pecho de Johnny Thunders. Allí está todo.

Una obra maestra: Here are the sonics, del año 1965 y cincuenta años después This is the sonics. Cinco décadas de protopunk y hammond humeantes nos contemplan. Son clásicos, son canon, sus el aroma del pantano, la brillantina en el pelo, son la pistola de Jerry Lee Lewis, son el Flamin y son el Groovie. Son los que vuelven hambrientos de madrugada. No digáis que no os lo advertimos.

Recetario básico:

Cinderella: Las historias hermosas nunca suceden después de las doce. Cuando ella se mueve parece transparente como el cristal y si te acercas demasiado la pincharás con tu aguja. A veces pienso que me confundo de cuento.

Psycho: Nena, tú me vuelves loco cada día. Estoy loco por ti. Demencia incontenida, pérdida de razón, aullidos a la luna, punteos de guitarra. Nena, ya no me reconozco frente al espejo, en realidad he reventado el espejo con mis palillos. Solo soy un psicópata.

Dirty Robber: Colección de favoritas de Lux Interior y Poison Ivy. Versión de The Wailers pasada por el túrmix sonoro de Los Sonics. No hay original si la tuya sabe mejor.

Hard way: Una gema escondida entre las grabaciones de Los Kinks a finales de los setenta. Los chicos de la escuela han caído en desgracia y es momento de levantarse y aullar. Seguro que esta nunca se la has oído tocar en directo.

The witch: Como en una banda sonora de la Hammer, el pantano se ha quedado a medio montar, la luna llena cuelga del techo con un hilo finísimo, el fuego hace borbotear la marmita ¿Habrá bebedizo para todos? Pregúntale a la bruja, está a punto de llegar.

Have love, will travel: Ricardo estaba enamorado de Luisita. Todas las noches, al volver del trabajo, paraba bajo su ventana y gritaba: Louie, Louie. Y los chicos de Los Sonics querían saber más sobre aquella historia de amor. Jim Belushi subido a una banqueta hace una versión empapada de bourbon. Echa de menos a su hermano.

Keep a knockin: 93 segundos y un saxofón. Cuentan que Little Richards tenía que subirse sobre el piano para dar la entrada a los metales. Estaba Enrique Guzmán, estaban los Teen Tops, a este lado del Ebro los Vibrants... y todos crecimos fervientes y devotos de esta religión que busca continuamente puertas a las que golpear. 93 segundos y un saxofón. Aunque toques no te dejo entrar.

Strychnine: ¿Qué se puede decir de una canción que han versioneado The Cramps, Flaming Lips y The Fall? Que es venenosa y que además le puso nombre al mejor fanzine de este país, Estricnina. Rafa Cervera y Ana Curra ¿Te acuerdas qué cantaba Eduardo Benavente? ¿Qué es ese polvo blanco que echas en mi comida?

Si fuiste de los que te gastaste 10 pavos en comprarte por correo la camiseta del Boom de Los Sonics en Munster Records tu momento ha llegado. Búscala en el fondo del cajón o pregúntale a tu mujer que ha hecho con ella. Si no la ha convertido en trapos comprueba a ver si te entra. Si solo quedan retazos es momento de usar las tijeras... y el pegamento.

lunes, 2 de septiembre de 2024

LUIS MARTÍN (LOBOS NEGROS): “SANTANA SE PENSÓ QUE LE IBA A REGALAR MI GUITARRA DE CERÁMICA. ¡PERO TÍO, SI ESTÁS FORRADO!”

Jaime Lorite

El País, 28/08/2024


La banda ‘rockabilly’ de Talavera celebra cuatro décadas de carrera. Su polifacético líder, que entre otras cosas ha creado una guitarra muy especial, recuerda cuatro décadas de anécdotas

En Nueva Orleans (EE UU) hay cerámica de Talavera. El conjunto de placas, instalado en 1957, recuerda los nombres que las calles de la ciudad tuvieron siglos atrás. Cuna del jazz y el rhythm & blues, el legado cultural de Nueva Orleans también llega a todos los lugares del mundo y, para completar la correspondencia, eso incluye Talavera. El sonido pantanoso de la banda Lobos Negros, nacida en la ciudad castellanomanchega, continúa activo a 40 años de su fundación, si bien su cantante, guitarrista y único miembro fijo durante toda la trayectoria, Luis Martín (Talavera de la Reina, 62 años), habla como si estuviesen empezando: “Cada vez tenemos más fans, sacamos mejores discos y viajamos más. Vamos subiendo poco a poco, porque lo que sube rápido luego baja rápido”. La celebración de sus cuatro décadas viene con disco nuevo, La Ruta de la Plata (llamado así porque se grabó en parte en el Puerto de Santa María, y publicado por Rated-X, su sello independiente), previsto para septiembre, y una gira que incluye fechas en Latinoamérica para 2025.

“Para estar 40 años en la música es necesario mantener la ilusión por encima de todo, porque me gusta el rock & roll y para mí es imposible bajarme de este tren”, explica Martín, que es, entre otros, titulado en Sociología, actor, inventor de la primera guitarra de cerámica electroacústica del mundo y cinturón marrón de kárate (se examina del negro a principios del año que viene, dice). En Talavera fue pionero fundando una pandilla de rockers, Los Rockadillos, y, tras varios proyectos frustrados, logró en 1984 poner en marcha Lobos Negros, con la desaprobación de su padre, uno de los dueños de la destacada sombrerería local Cándido Martín. “Me decía, ‘¿Te he estado pagando seis años de carrera para esto? ¡Ese pendiente quítatelo ya!’. Luego le llevaba los billetes de lo que había ganado en una noche para que los contase y viera lo bien que me iba. Al final se enorgulleció, era muy conservador, pero también muy cariñoso y buena persona”.

Aunque el rockabilly pueda parecer una apuesta más romántica que comercial, el músico apela al contexto de la Movida Madrileña, donde el tirón de conciertos y discos permitía convivir a bandas de diversas corrientes por los muchos tipos distintos de público que coexistían. “Éramos varios en España haciendo rockabilly, como Los Coyotes, Mario Tenia y Los Solitarios, Mississippi o un poco Mermelada al principio. Un día en Texas, de Parálisis Permanente, es prácticamente una canción de rockabilly”, apunta. “En nuestro caso, lo que hacíamos era psychobilly, más acelerado, con letras de películas de terror. A mí me molaban mucho los Meteors y los Cramps, que hacían eso mismo”. Martín reivindica un gusto musicalmente omnívoro como clave para formar un grupo: “Si solo tienes lechuga y cebolla para mezclar, pues haces una ensalada de cebolla. Pero cuando has escuchado 30.000 discos diferentes, tienes 30.000 ingredientes para elegir tu mezcla”.

En el artista parece darse un equilibrio entre, por un lado, un melómano de conocimiento enciclopédico y, por otro, un aficionado a los mitos y a formar parte de ellos, con Lobos Negros como hijo bastardo. Por ejemplo, se le iluminan los ojos solo con mencionar la anécdota de un conocido suyo que echó una partida de billar con John Lennon en el edificio Dakota, porque “eso es como decirle a un sacerdote que un colega tuyo estuvo con Jesucristo el otro día”. “El llegar de Talavera a Madrid y conectar con gente así, que había ido a Woodstock o había visto a Bob Dylan... eso te va entrando y hace que quieras estar ahí”, ratifica. “Un domingo me acuerdo de que llegó Eduardo Benavente [cantante de Parálisis Permanente, fallecido en 1983] y nos puso los dientes largos a Víctor Aparicio [de Los Coyotes] y a mí, porque venía de Inglaterra, se había comprado ropa y había visto a los Stray Cats. Él fue el primero que nos habló de los Clash”.

Perseverante en las relaciones públicas y emprendedor apasionado, Luis Martín afirma que vive de la música, los derechos de autor y los conciertos, además de trabajos puntuales para la SGAE, proyectos culturales y múltiples figuraciones en series y películas. Menciona con frecuencia su amistad desde los noventa con el cineasta Álex de la Iglesia, en cuyas producciones los cameos de Martín son una especie de chiste interno, desde que apareció tocando el arpa de boca en 800 balas (2002) o caracterizado de Elvis en Crimen ferpecto (2004). En la serie Plutón BRB Nero (2008) actuó recurrentemente e incluso aportó una canción, mientras en 30 monedas (2020) De la Iglesia introdujo otra visible referencia a Lobos Negros. Para un grupo que, según Martín, mete en una sala “como muchísimo a 300 o 400 personas”, el rastro de Lobos Negros llega lejos: han tocado en lugares tan remotos como Estonia y cuentan con ciertos seguidores en Alemania, donde sus discos se vendieron por mediación del dueño de Mental Disorder Records, sello teutón de rockabilly.

Martín recuerda con cariño las alocadas fiestas de presentación de los números del fanzine, un espíritu de serie B burlesque que importó a los conciertos de Lobos Negros, con desigual resultado. “Hicimos un show instrumental a lo Link Wray. Yo llevaba una guadaña de cartón pegada en el mástil de la guitarra y un artista, Ismael Ballesteros, echaba fuego por la boca, como representando una lucha del bien contra el mal”, rememora. “Hasta que tocamos en un bar de Talavera que se llamaba The Beat, muy pequeño. No podía echar tanto fuego porque quemaba a la gente, así que lo echó para arriba y se le prendió la cabeza. El que nos alquilaba el equipo llevaba una cazadora de cuero, se la quitó y pudo apagarle rápido, afortunadamente”. El vídeo del suceso, ocurrido en 1996, llegó a aparecer en el programa Impacto TV, de Antena 3. “No fue grave, como si se hubiera hecho un lifting, se le quedó como el culito de un niño. Le dije ‘Ismael, cabrón, al final vas a coger un lanzallamas y montar una clínica de esteticién’. Se le cayó la piel vieja, se dio cremas y le quedó mejor todavía”.

El rock de la cárcel

Las referencias a Talavera por parte de Lobos Negros son constantes a lo largo de su discografía. A 116 km de Talavera, Bronca en Talavera o Cuando la humedad del Tajo nos condiciona son algunos de los títulos que la sazonan. Acorde a la conformación de una mitología local y personal, Lobos Negros publicó en 2014 Soy el hombre de la guitarra de cerámica, canción instrumental grabada con la guitarra en cuestión, patentada por él y creada por el ceramista Manuel Carrillo y el lutier Carlos Sabrafén. La idea nació de Víctor Aparicio, diseñador de la portada de un libro de Luis Martín, Aquellos primeros pasos del pop y rock en Talavera de la Reina (2002). “Pensamos, ¿qué caracteriza al rock? La guitarra eléctrica. ¿Y qué caracteriza a Talavera? La cerámica. Así que él pintó una guitarra de cerámica. Se me encendió la bombilla, porque me preguntaba cómo sonaría eso”.

¿Y cómo suena? “Hicimos dos prototipos. La primera era un poco más tosca, más dura y en esa el sonido era más blues. La segunda es delgadita y suena muy brillante, muy Mark Knopfler. Es toda de cerámica, hueca por dentro, como una vasija de cerámica cerrada”. La guitarra, adquirida por el Ayuntamiento de Talavera de la Reina, se encuentra actualmente expuesta en el Centro Social Polivalente La Milagrosa. Martín, no obstante, aspira a seguir perfeccionando el instrumento, puesto que es muy frágil: “El proyecto está parado porque necesitamos encontrar un elemento que la endurezca sin perder el sonido, carbono, grafito o algo así. Porque la gente se echa atrás. Pero Carlos Santana la quiso. Solamente te digo eso”. Tras pedirle detalles, la historia adquiere considerables matices. Cuenta que un músico español le encargó una personalizada con sus iniciales, C.S., pero a última hora le plantó. “Dije, ¿C.S.? ¡C.S. puede ser Carlos Santana! Así que contacté a una agencia de management suya, les interesó, pero cuando les dije que había que pagar 2.400 euros ya no me contestaron más. Se pensarían que se la íbamos a regalar para hacer promoción, que era lo suyo, pero tío, estamos empezando, ¡y tú estás forrado!”.

En 2019, Martín impartió clases de música en la cárcel de Valdemoro, dentro del programa SGAE Actúa, para ayudar a personas en riesgo de exclusión social. Se integró allí en un grupo formado por presidiarios, Cal Viva: “En dos horas semanales teníamos para intimar, me contaban su vida. Cuando tocábamos se relajaban, se olvidaban de todo, me decían que para ellos era la libertad”. La experiencia fue tan gratificante que el músico repetirá proyecto en otoño y, además, presentará el 5 de octubre en el centro penitenciario su disco, que incluye una canción dedicada a los reclusos, Dos horas de libertad. El álbum, en el que acompañan a Luis el batería Ricardo Virtanen –que acumula 35 años en la banda, con suplencias de por medio– y el bajista David Merino, su última incorporación, también será presentado en la sala Rockville de Madrid el 19 de octubre.

El líder de Lobos Negros se encuentra preparando un nuevo documental, que se sumará al que previamente le dedicó Aure Roces, El hijo del sombrerero (2008), conducido por el periodista Diego A. Manrique. Preguntado por otro músico de Talavera más mediático y que igualmente tuvo película hace poco, Luixy Toledo, Martín confiesa mantener amistad con él. “Cuando hice el libro del rock en Talavera, le tuve que buscar, porque en los sesenta él era cantante de Los Aracaris”, cuenta sobre el polifacético artista, que adquirió notoriedad tras acusar a Michael Jackson de plagiarle Thriller y aparecer en los noventa en platós como el de Crónicas marcianas, hablando de la vida en Marte. “Dice cosas de ciencia ficción, pero lo de Michael Jackson yo lo veo factible. Que no significa que sea verdad”, opina. “Vino a Talavera un grupo de góspel americano y luego tocaron Los Aracaris. En el góspel había un tío que, según él, luego fue corista de Michael Jackson. Lo último que me contó es que los herederos le habían ingresado 50 millones de pesetas en un banco filipino que no conoce ni san Pedro, porque la mujer de Luixy es filipina”. Como muchos en la industria, Luis sabe que los éxitos pueden ser relativos, pero los mitos y las leyendas no.


viernes, 16 de agosto de 2024

THE RAVEONETTES: LA AMÉRICA DE ENSUEÑO

Miquel Botella Armengou

Ciudad Criolla, 29/08/2024



El dúo danés acaba de publicar el álbum The Raveonettes Sing…, una colección de versiones de artistas muy diversos llevadas a su terreno. Es una buena ocasión para recuperar la entrevista que les hice en 2005 con motivo de la edición de su segundo largo, Pretty In Black, y su paso por el festival BAM.

The Raveonettes forman una pareja bastante peculiar: él, Sune Rose Wagner (voz, guitarra), es un tipo moreno desgarbado aficionado a vestir de negro, y ella, Sharin Foo (voz, bajo, guitarra), una impresionante rubia de aspecto algo gélido. 

Con un nombre que mezcla a dos de sus referentes –las Ronettes y el Rave On de Buddy Holly–, siempre han provocado desconcierto. Su paso por el BAM de 2005 fue despachado por El País con un “hicieron canciones de pop ochentero”. Días después, el mismo periódico los calificaba como “los nuevos Roxette”. Sin comentarios.

Nada que ver con la realidad. Sus principales influencias siempre han sido la gran producción y el sentido melódico de los grupos femeninos de los sesenta protegidos per Phil Spector, y la distorsión de The Velvet Underground y sus herederos de la escena neoyorquina.

Con el EP Whip It On (2002) y el álbum Chain Gang Of Love (2003) dejaron claras sus intenciones, con canciones garajeras y una imagen basada en las películas de serie B de Roger Corman, donde el rock’n’ roll y las chicas eran el camino a la perdición.

En 2005, con motivo de la presentación de Pretty In Black (2005) en el marco del festival BAM –cuando este aún programaba conciertos decentes–, tuve la oportunidad de charlar con ellos. La cita: un chiringuito moderno de Diagonal Mar al mediodía (aunque para proteger su tez blanca se hizo en el interior de un hotel).

Con este trabajo, los Raveonettes dieron un salto. Para Sune, fue como pasar del blanco y negro al Tecnicolor, al dejar atrás la rígida estructura de las canciones de tres minutos y tres acordes en si bemol menor características de sus primeros discos: “Estábamos cansados de todo eso y queríamos probar algo nuevo, hacer algo normal. Si solo sigues las reglas, al final no hay reglas”.

¿Por eso la distorsión ha desaparecido y el sonido es más claro? (Sune): Sí, no queríamos hacer el mismo álbum otra vez. Era fácil quitar la distorsión y obtener así un sonido completamente diferente. Ahora estamos abiertos a todo tipo de cosas. (Sharin): No ha sido algo que hayamos pensado en concreto, ha sido más un proceso, una progresión natural, el camino hacia el que hemos evolucionado. 

¿Es la presencia de la voz más importante en este disco? (Sune): Siempre lo ha sido. Es parte de nuestro sonido.

Tiene un efecto especial de vinilo gastado… (Sune): Sí, es algo que nos gusta hacer. Utilizamos mucho este tipo de efectos, especialmente en nuestros discos anteriores.

Otra canción es Twilight, con esa línea de guitarra como una referencia a la sintonía de The Twilight Zone (Dimensión desconocida)… (Sune): Sí, por eso se titula “Twilight” (risas). Además, me encanta la ciencia ficción de los cincuenta.

También hay una versión del My Boyfriend’s Back del grupo femenino The Angels, que me recuerda a lo que hicieron los británicos The Flying Lizards con el Then He Kissed Me de The Crystals en su álbum Top Ten (1984). (Sune): ¿Quiénes? No los conozco. 

Lo digo porque mezcláis la programación con un sentimiento retro. En cierta forma, es un planteamiento similar. (Sune): Es porque nos pidieron que lo hiciéramos para un juego de ordenador, por eso tiene esa parte electrónica, ese sonido “nic nic”. Si no, tal vez lo habríamos hecho distinto, estoy seguro.

Algunas canciones suenan como verdaderos clásicos, como Here Comes Mary, que se diría escrita por Buddy Holly o The Everly Brothers… (Sune): Sí, nos gusta ese tipo de viejas canciones, ese estilo de componer. Es de donde venimos.

Os fascinan los sonidos de los cincuenta y los sesenta. ¿Por qué esas décadas? (Sune): Porque las canciones eran brillantes, es la única razón. (Sharin): No se trata solo de mirar atrás con nostalgia, sino de aportar un toque moderno.

Al utilizar clichés de esa época (incluso en las letras, con referencias a la bomba atómica en Uncertain Times, con el aire épico de las producciones de Phil Spector, o las chicas que salen con miembros de bandas en Love in a Trashcan, un baile irresistible que merece coreografía propia), ¿intentáis ser respetuosos o críticos? (Sune): Es algo totalmente respetuoso y serio. Es la música con la que crecí, la que escucho, la que amo. No me gustan muchas bandas actuales, siempre he preferido la música antigua.

Rick Miller, el líder de Southern Culture On The Skids, habla de las “mutaciones culturales”. ¿Consideráis vuestra música como eso? (Sune): Es lo que querríamos hacer. No sé si necesariamente lo hemos conseguido aún. Lo hacemos mejor cada vez. Pero todavía no lo hemos logrado: creo que en este disco estamos más cerca, pero es algo muy difícil.

Utilizáis los sonidos americanos desde una perspectiva idealista. Algo parecido a lo que hace David Lynch con su peculiar mirada sobre la América profunda… (Sune): Sí, es así, un mundo de ensueño. Algo que probablemente nunca estuvo ahí, pero que está en tu mente, porque es como quieres verlo, como lo percibes. Y eso es lo que hacemos también, porque somos europeos. He viajado por los Estados Unidos durante diez años y lo he visto todo. Pero, aun así, mis canciones no describen exactamente lo que pasa, tienen muchos elementos de experiencias personales, pero contadas de una forma más davidlynchiana, porque es más interesante para mí.

En vuestro disco hay un fuerte sabor a americana, incluso con baladas country como If I Was Young o Somewhere in Texas. Es curioso que sonéis más americanos que los propios yanquis. (Sune): No sé por qué será (risas). Deberías preguntarles a las bandas americanas por qué no tienen ese sabor.

Tal vez porque el americana, más que un estilo geográfico, es un estado mental. (Sune): No hay una definición exacta de lo que es América, realmente. Es más un mundo de ensueño, algo que quieres que sea. A veces somos muy ortodoxos, como en “Ode To L.A.” –de nuevo con sonido Spector y con la colaboración de su ex, Ronnie Spector–, porque nos gusta la ciudad, su gente… Pero la mayoría de veces es más como la América que nos gustaría que fuera. (Sharin): Tienes razón en eso de que es más un estado mental que algo geográfico: son las novelas pulp, las películas…

En la cara B del single Ode To L.A., precisamente, hacéis una versión del I’m So Lonely I Could Cry de Hank Williams. ¿Por qué esa canción? (Sune): Nos gusta mucho Hank Williams.

Hablemos de los colaboradores en Pretty In Black: ¿por qué Ronnie Spector (legendaria líder de The Ronettes), Martin Rev (del grupo electro-punk Suicide) y Moe Tucker (percusionista de la Velvet Underground)? (Sune): Porque son personas que nos inspiraron a hacer música. Si no les hubiéramos escuchado probablemente no hubiéramos estado interesados en dedicarnos a esto. Era como rendirles un tributo.

¿Cómo os sentisteis al trabajar con algunos de vuestros héroes? (Sune): Fantástico, maravilloso. Son tres personajes diferentes, pero realmente interesantes. (Sharin): Ronnie Spector era muy carismática, como una diva.

¿Hay alguien más con quien os gustaría colaborar en el futuro? (Sune): No, no he pensado sobre ello. (Sharin): Hay mucha gente interesante. Esta vez fue algo divertido, pero a lo mejor no volvemos a hacerlo.

Vuestro coproductor, Richard Gottehrer –también se encargó del anterior Chain Gang Of Love–, ha trabajado con Link Wray, Robert Gordon, y coescribió I’m On Fire para Jerry Lee Lewis. ¿Os ha influido de alguna forma? (Sune): También es el autor de “My Boyfriend’s Back” (número 1 en 1963) y de “I Want Candy” (The Strangeloves). No, no nos influye. Trabajamos con él porque es muy buen amigo nuestro. No lo utilizamos como un productor normal, viene cuando las canciones ya están escritas. Tenemos buenas charlas con él y bebemos buen vino. Se asegura de que seamos puntuales.

Tras Pretty In Black, y además de varios EP, The Raveonettes han publicado los largos Lust Lust Lust (2007), In and Out of Control (2009), Raven in the Grave (2011), Observator (2012), Pe’ahi (2014) y 2016 Atomized (2017).

En otro orden de cosas, en 2023 se lanzó The Raveonettes Presents: Rip It Off, en el que MØ, Brimheim, The Brian Jonestown Massacre, Dave Gahan & Kurt Uenala, trentemøller feat. DíSA, The Black Angels, PRISMA y Glasvegas recreaban las canciones del EP Whip It On.

El trabajo más reciente de la pareja danesa –aparecido durante este mes de julio– es The Raveonettes Sing… (2024), un álbum de versiones de “canciones que nos inspiraron a empezar la banda”, según han declarado.

En él recrean a su manera temas popularizados por The Paris Sisters (I Love How You Love Me), The Cramps (Goo Goo Muck), Duane Eddy (The Girl on Death Row), The Everly Brothers (All I Have to Do Is Dream) y The Shirelles (Will You Love Me Tomorrow).

La lista sigue con The Velvet Underground (Venus in Furs), Buddy Holly (Wishing), Gram Parsons (Return of the Grievous Angel), Vince Taylor vía Johnny Kid & The Pirates (Shakin’ All Over) y The Shangri-Las (Leader of the Pack). Y en los bonus tracks, The Who (The Kids Are Alright) y The Doors (The End).

domingo, 21 de julio de 2024

NASHVILLE, LA CIUDAD IMPREVISIBLE QUE ES MUCHO MÁS QUE ‘COUNTRY’

 Noelia Ferreiro

El País, 19/07/2024


La herencia más genuina de lo americano desfila por la capital del Estado de Tennessee, indisociable de los ‘honky tonks’, el pollo picante y el encanto sureño. Una metrópoli que, además de la música, sabe cultivar como ninguna otra el arte del buen vivir

“Hello, I’m Johnny Cash”. Aquella mañana de invierno, la prisión de Folsom amaneció con un concierto improvisado ante sus más de 2.000 convictos. Corría el 13 de enero de 1968 y con aquel show nacía un álbum en directo que no solo se convertiría en uno de los más vendidos de la historia del country, sino que, además, sería encumbrado por la revista Rolling Stone como uno de los mejores discos de todos los tiempos. Nadie como el hombre de negro personifica mejor el alma de Nashville, la ciudad en la que murió y que es la cuna de este género tan genuinamente americano. Aquí donde la noche hierve en los honky tonks entre botas puntiagudas de cuero y sombreros de cowboy, un museo honra su memoria, junto a la de otros miles de músicos que llegaron un buen día sin nada más que una guitarra y un sueño.

Muchas décadas después, la capital del Estado de Tennessee sigue siendo el séptimo cielo para los peregrinos de estos ritmos nacidos al calor del whisky. Y más ahora que Beyoncé ha sorprendido a sus fans con un inesperado giro hacia el country en su álbum Cowboy Carter, y que la misma Taylor Swift, antes de alzarse al trono del pop, se atrevió a revitalizar este estilo que parecía pasado de moda.

Broadway es el epicentro de estos garitos con música en vivo, que son carne de neón y madrugada. La agitada calle en la que todo pasa, incluidas las jam sessions en las que, de pronto, puede estar tocando una leyenda del mañana. Así ha sido siempre en esta ciudad imprevisible recostada sobre el río Cumberland a la que se viene a revivir mitos. Como los que descansan en The Country Music Hall of Fame, donde, además de comprender el papel de Nashville en el mapa melómano del mundo, se puede admirar uno de los 200 Cadillac que llegó a comprar Elvis Presley: una joya, nunca mejor dicho, con el salpicadero bañado en oro.

A pocos pasos, el Ryman Auditorium, al que se conoce como Mother Church of Country Music, se jacta de haber acogido espectáculos en los locos años veinte, con protagonistas como Katharine Hepburn, Charlie Chaplin o Mae West. Fue aquí donde tuvo lugar el Grand Ole Opry, la transmisión semanal de radio por la que pasaron las estrellas del country entre 1943 y 1974. Más recientes son las actuaciones de Bob Dylan o Ringo Starr, que hasta ha celebrado algún cumpleaños sobre este célebre escenario.

Visitar Nashville pasa por conocer alguno de los sellos discográficos que se suceden en la Music Row, el distrito en el que se concentran las oficinas de la industria musical. Legendario como ninguno es RCA Studio B, donde Elvis grabó más de 200 canciones y donde cuentan que Dolly Parton llegó tan nerviosa a registrar las suyas que chocó su coche contra la fachada. Una visita guiada, mientras suenan los hits salidos de este estudio como Only the Lonely, de Roy Orbison, o I Will Always Love You, de la propia Parton (aunque fue popularizado después por Whitney Houston), transportan a momentos que hicieron historia.

Puestos a seguir con la mitomanía, hay que recorrer Printers Alley, el famoso callejón del centro, entre las avenidas Tercera y Cuarta. Este pasaje en el que en tiempos de la ley seca se hacía la vista gorda con el consumo de alcohol, centralizó la vida nocturna en la década de los cuarenta, propiciando el lanzamiento de sus carreras a Chet Atkins o Jimi Hendrix. Pero antes ya tenía una historia curiosa: era el lugar donde residía la industria editorial con dos periódicos y hasta 10 imprentas. Hoy, claro, solo quedan los bares.

The Bluebird Cafe, otro de los locales épicos situado en las afueras (cualquiera que se defienda con un instrumento puede presentar sus canciones ante cazatalentos ocultos entre el público), es una parada interesante antes de concluir la ruta rítmica en un centro que va más allá del country: el Museo Nacional de la Música Afroamericana. Una delicia de visita en la que a reliquias impagables (como la trompeta de Louis ­Armstrong o uno de los Grammy de Ella Fitzgerald) se suma la tecnología interactiva para brindar un paseo por esa música negra que ha compuesto la banda sonora de Estados Unidos. Cuatro siglos de historia y de cultura, desde los cantos espirituales de los esclavos hasta el hip hop, pasando por el blues, el jazz, el góspel y el rhythm and blues.

Pero aunque cueste creerlo, Nashville es mucho más que la Music City, el merecido apodo por el que se la conoce. Aunque su cometido principal es cumplir con las expectativas, bajo su eterno sonido respira una ciudad segura y próspera, con oportunidades laborales y un coste de vida asequible. “Atrae a mucha gente joven y eso se nota en su energía y su creatividad”, resume Matt Bodiford, mánager y relaciones públicas de la oficina de turismo. Y lo que salta a la vista es que sabe cultivar el arte del buen vivir, como mandan los cánones que componen el estilo de vida sureño.

La gastronomía, otra protagonista

Esa inclinación al disfrute se aprecia en la fiebre por abrir cervecerías artesanales, cafés con encanto y tiendas de moda alternativa. Incluso en esa capacidad para transformar, muy en la onda de Berlín, almacenes abandonados en espacios para la cultura. Pero, sobre todo, en una afición a la gastronomía difícil de encontrar en otros puntos del país.

Más allá de las barbacoas típicas de la región y de lo que llaman los meat-and-three (establecimientos de carne con tres acompañamientos), ningún viaje a Nashville estaría completo sin probar el hot chicken o pollo frito picante, cuyo origen, cuentan, está en una esposa despechada. Al parecer, quiso castigar a su parrandero marido con una dosis extra de chile y tanto gustó este experimento que acabó abriendo un restaurante especializado. Realidad o ficción, lo cierto es que hay un lugar donde lo sirven delicioso: Assembly Food Hall, una suerte de gastromercado con más de 30 puestos de comida (de tacos mexicanos a phos vietnamitas) y con el rooftop más grande de la ciudad para acoger eventos y fiestas. Si, por el contrario, se busca una experiencia más íntima y sofisticada, el lugar será Black Rabbit, con una cocina de corte mediterránea acompañada de ricos cócteles.

A todo ello se suma otro Nashville que permite escapar del asfalto y la nocturnidad para respirar aire puro. Es el que aguarda en los Cheekwood Estate & Gardens, 12 jardines temáticos en los que empacharse de paz, y, muy especialmente, en el Centennial Park, donde se erige una delirante réplica del Partenón de Atenas. Aquí un código QR en cada árbol dirige hacia unos vídeos en los que músicos locales cantan a la especie en cuestión. Esta iniciativa, que sirve para que los visitantes conozcan la vegetación que tapiza el pulmón de la ciudad, lleva por nombre If Trees Could Sing (si los árboles pudieran cantar). Lo que le faltaba a la Music City.


sábado, 20 de julio de 2024

EXPLORANDO LA BANDA DE CULTO R.E.M: ¿QUÉ HACE QUE SUS CANCIONES SEAN CLÁSICOS?

Francisco Hernández Ramos

El Sol de México, 11/0/2024



La banda se convirtió en el primer acto de extracción alternativa inducido al Salón de la Fama de los Compositores, al lado de artistas de la talla de Lennon y McCartney o Elton John y Bernie Taupin

Hace unos 45 años, cuatro estudiantes universitarios de las facultades de Arte y Derecho de la Universidad de Georgia, juntaron sus destinos para crear una de las propuestas artísticas más importantes e influyentes de finales del siglo 20. La música de esta banda llegó para sumarse a una escena totalmente desconocida para la mayoría de los habitantes del planeta Tierra de inicios de los años ochenta.

Sin embargo, en menos de una década esa misma escena se apoderó del inconsciente colectivo de los jóvenes de la llamada Generación X. Su influencia se percibe con fuerza hasta nuestros días. Se llama rock alternativo, y es la clasificación más amplia que existe para catalogar una extremadamente gran gama de estilos dentro del mismo rock and roll.

Aquella propuesta artística se llamó al principio Twisted Kite, pero su nombre definitivo es sinónimo de leyenda en nuestros días: R.E.M.

Cuatro décadas y media después de su aparición, la banda fue inducida al Salón de la Fama de los Compositores, convirtiéndose en los primeros artistas alternativos en ser considerados para formar parte de un selecto grupo de figuras transgeneracionales con nombres y repertorios impresionantes como las duplas Lennon y McCartney; Elton John y Bernie Taupin; Rodgers y Hammerstein; Carol King y Gerry Goffin, o compositores en trabajo individual como Bob Dylan, David Bowie, Jon Bon Jovi, Paul Simon, Henry Ravel, Bob Marley, Henri Mancini o Linda Perry, además de agrupaciones como Steely Dan (también inducidos este año), Queen, The Isley Brothers o The Bee Gees.

La inducción de R.E.M. al Salón de la Fama de los Compositores, creado en 1969 en Estados Unidos, es el resultado de una carrera que duró 31 años, entre 1980 y 2011, la cuál tiene entre sus logros ser una de las de mayores ventas en la historia de la música grabada de un acto de rock alternativo.

Y por supuesto, es un reconocimiento a esa escena mencionada, donde las disqueras independientes, las radios universitarias y los pequeños lugares para tocar, que trabajaron a contracorriente del mainstream de su época, para desarrollar todo un movimiento que revitalizó al rock and roll en una era de estancamiento artístico, y que en su discurso narrativo inicial pretendía la manifestación de inconformidad juvenil.

El 13 de julio pasado, luego de 13 años fuera del radar de los grandes medios, R.E.M. se presentó de nuevo con sus cuatro miembros originales para tocar juntos “Losing my Religion”, uno de sus sencillos más exitosos, y quizá su himno por antonomasia.

De pronto, la atención de los fans y los medios musicales se posó en esta breve presentación en el Hotel Marriott Marquis, de Nueva York, donde se llevó a cabo la ceremonia de inducción de la banda. Previo a ello, su hostess, que fue el cantante country Jason Isbell, tocó “It's the End of the World as We Know It (and I Feel Fine)”.

Son muchos los sentimientos que giran alrededor de este suceso: Emotividad, nostalgia y sobre todo mucha expectación. Para los fans de la banda, la brevísima reunión de todos sus integrantes originales es una señal de esperanza para pensar en el regreso del grupo, cuando menos a los escenarios. Para la industria fonográfica y los medios, puede ser la víspera de una oportunidad de negocio, como muchas que se han manifestado gracias a la nostalgia de los fanáticos, o quizá las necesidades monetarias de muchos artistas que incluso han optado por la venta de sus catálogos a las grandes transnacionales de la música.

Para R.E.M., esta reunión es una más que se ha dado gracias a las circunstancias. Antes de su ceremonia inductiva, a mediados de junio, los cuatro de Athens, Michael Stipe, Mike Mills, Peter Buck y Bill Berry atendieron una entrevista para CBS Mornings, la primera en tres décadas, desde la promoción de su álbum Monster, donde todo el grupo estuvo presente.

En dicha entrevista la banda no dice que regresarán a las giras o al estudio para grabar material nuevo. “Cuando un cometa pase”, dijeron a manera de broma. Pero Bill Berry, quien tuvo que abandonar el grupo en 1997 por un problema de salud que lo dejó fuera de su gira europea dos años antes, reconoció de manera muy emotiva que estaría dispuesto a regresar.

La trayectoria de R.E.M. es un ejemplo muy peculiar de constancia, resistencia ante el mainstream y originalidad. Por una década, el grupo fue en ascenso lento pero constante, sobre todo en Estados Unidos, que en los años ochenta aún no se veía contagiada de manera masiva por el modern rock, primer mote que la prensa estadounidense le puso al rock alternativo.

A pesar del reconocimiento de la crítica, publicaciones como la revista Rolling Stone nombró disco de 1983 al primer álbum del grupo, Murmur, aunque ni siquiera había logrado convertirse en Disco de Oro en el mercado estadounidense.

Y aquí podríamos citar algunos ejemplos más parecidos a este fenómeno: los Red Hot Chilli Peppers, Sonic Youth, Jane 's Addiction y The B52s, agrupaciones populares en el underground y en las sublistas especializadas de Billboard pero que aún no alcanzaban el reconocimiento de las masas.

Su ascenso a las grandes ligas

El inicio del éxito mayor para el grupo llegó con su quinto álbum -el primero producido por Scott Litt, quien había trabajado con artistas como Katrina and the Waves- Document de 1987, de donde se extrae su primer single en el Top Ten, “The One I Love”.

Desde ese punto, la banda se convirtió en un absoluto éxito mundial: Su siguiente disco, Green, fue citado por Kurt Cobain como una de sus más grandes influencias; Out of Time de 1991; Automatic for the People, de 1992 y Monster de 1995 fueron discos multiplatino que tuvieron al grupo trabajando sin parar con giras interminables y con sencillos que ahora son absolutos clásicos, como “Everybody Hurts”, “Shinny Happy People”, “Man on the Moon”, “Bang & Blame”, “Stand” y “Orange Crush”, por citar sólo algunos temas que se convirtieron en figuras centrales del ascenso del rock alternativo de los primeros años 90, junto con Nirvana, con quienes tuvieron una relación muy cercana.

De hecho se sabe que el disco que estaba sonando cuando Kurt Cobain se suicidó era Automatic for the People, álbum que admiraba debido a que consideró que los de Athens continuaban siendo auténticos a pesar de estar inmersos en la industria masiva del entretenimiento.

Por cierto, en las semanas previas a la muerte de Cobain, ambas agrupaciones habían explorado la posibilidad de trabajar en conjunto en algún proyecto.

A mediados de los noventa Michael Stip y compañía le abrieron la puerta de los Estados Unidos a Radiohead; renegociaron la continuidad de su contrato con Warner Brothers Records por casi 100 millones de dólares anticipados, y hasta consiguieron colaborar con Patti Smith, una de sus mayores heroínas.

Sin embargo, al final del siglo 20 e inicios del 21, la fama del grupo en los Estados Unidos fue mermada por varias situaciones ajenas a su desarrollo artístico, como la caída de la popularidad del rock alternativo entre una nueva generación, los millennials; la pérdida de su baterista original, Bill Berry, y el desgaste natural que se da entre los miembros de los grupos luego de muchos años juntos fueron algunos de los factores que llevaron al conjunto a su desintegración en 2011.

Simplemente al presentar Collapse into Now, su quinceavo disco, Michael Stipe sugirió dejar por un rato al grupo, a lo que Peter Buck respondió “¿y si ese rato fuera para siempre?”, cuestión que secundaron Mike Mills y Stipe.

Su última presentación oficial ocurrió como parte de la gira del disco Accelerate, precisamente en el Auditorio Nacional de nuestro país, el 18 de noviembre de 2008. Después de ello sólo dieron algunas presentaciones muy esporádicas.

¿Habrá regreso a los escenarios?

Con estos antecedentes, es inevitable pensar en la posibilidad de que R. E.M. esté mandando señales de un reencuentro. Varias bandas que han tenido largas pausas o separaciones hicieron lo mismo antes de volver de manera triunfal, entre ellas Blur, The Rolling Stones e incluso Talking Heads, quienes bajo la batuta de A24 han retornado con el pretexto de la remasterización de Stop Making Sense, su película documental, y del disco tributo a la banda, Everyone's Getting Involved: A Tribute to Talking Heads’ Stop Making Sense.

En el caso de R.E.M., una reunión para salir de gira es una posibilidad que millones de fans desean que se convierta en realidad. Las posibilidades del mercado parecen estar dadas, aunque por otro lado, si eso ocurriera, sería una contradicción para aquello que Kurt Cobain admiraba tanto de la banda: su autenticidad y resistencia ante el mainstream. Sólo el tiempo dirá de qué lado cae la moneda.