Emilio Ramón
Crónica Sonora, 21/06/2021
Si les digo que esta crónica habla sobre Eskew Reeder Jr., es probable que no se les venga a la cabeza ninguna figura ni ninguna canción reconocida. Pero si les hablo de Esquerita… probablemente tampoco. Esquerita -el pseudónimo más conocido entre los tantos que usó Eskew Reeder Jr.- es uno de esos ilustres desconocidos, de los grandes olvidados e ignorados de la historia del rock. Un talento que pudo haber llegado a ser tan grande como el de Little Richard -a quien le enseñó a tocar rock and roll en el piano-, pero que, por distintas circunstancias, terminó siendo no más que un nombre marginal y pintoresco en la fauna salvaje del rock and roll de la vieja escuela, una reina sin trono, un genio que terminó limpiando parabrisas en Brooklyn, muerto de SIDA y enterrado en una tumba sin nombre.
Eskew Reeder Jr. nació en Greenville, Carolina del Sur, en 1938 (aunque algunas versiones dicen que fue en 1935). Cuenta la leyenda que a los cinco años ya tocaba el piano en la casa de su vecina-profesora, una tal señora Willis, y que, mientras estaba ahí, escuchaba las clases de ópera de las dos hijas de su maestra, desarrollando así su gusto por los aullidos en falsete, tal como después lo haría Little Richard, quien a su vez ejercería una influencia enorme en la manera de cantar de otros portentos, como Paul McCartney. Al respecto, Esquerita declaró en una entrevista con Kicks Magazine en 1983, que cuando conoció a Richard, este “aún no usaba falsete, simplemente cantaba”, dando a entender que el intérprete de Tutti Frutti se habría “inspirado” en él al momento de incorporar a sus canciones los característicos aullidos, una de las marcas de fábrica del mítico Ricardito. Y es que resulta inevitable hablar de Esquerita sin referirse a Little Richard. El parecido entre ambos es evidente, y no solo en lo musical. En primer lugar, ambos eran músicos afrodescendientes y abiertamente homosexuales, surgidos en los años cincuenta en las áreas más conservadoras de Estados Unidos, y pioneros del incipiente rock and roll, ese sonido frenético que conmocionaba a la sociedad de entonces. Y, por si todo esto no fuera suficiente como para espantar a los puritanos y conservadores, Esquerita tenía predilección por el maquillaje sobrecargado, la joyería llamativa, el travestismo, con unos lentes enormes de fantasía y un peinado tupé tan alto que llegó a circular el rumor bastante difundido que se trataba en realidad de dos pelucas, una sobre otra.
En su biografía autorizada, The Life and Times of Little Richard: The Quasar of Rock (1984), el mismísimo Richard recuerda su primer contacto con un adolescente Eskew Reeder Jr. en 1953, en una estación de autobuses de Georgia. Richard tenía entonces poco más de veinte años y su carrera no iba más allá de tocar en lugares mal pagados para un público al que la segregación racial condenaba a reunirse en sus propios ambientes. “Él estaba con una predicadora llamada Sister Rosa Shaw, que vendía panes bendecidos, con la que tocaba el piano -recuerda Richard en el libro-. Tenía las manos más grandes que haya visto jamás. Eran el doble de grandes que las mías. Así que ambos subimos a mi casa y él se puso a tocar ‘One Mint Julep’, de The Clovers al piano. Yo le dije: Oye, ¿cómo consigues hacer eso? Y él me respondió: Yo te enseño. Y ahí fue cuando comencé a tocar. Aprendí mucho sobre fraseo. Para mí ha sido uno de los grandes pianistas de todos los tiempos y eso incluye a Jerry Lee Lewis, Stevie Wonder o cualquier otro que yo haya escuchado”. Y ojo, que Little Richard no era de los que iba por la vida regalando cumplidos a cualquiera, más bien todo lo contrario. Sin embargo, donde el músico de Georgia era inflexible, era en la influencia de Esquerita sobre su peinado: por ningún motivo estaba dispuesto a aceptar que su legendario tupé estuviera influenciado por el de Esquerita. Es más, cuando su biógrafo le envió la primera versión del libro, donde lo insinuaba, Richard hizo detener las imprentas y exigió de inmediato que se corrigiera esa afrenta a su cabellera.
Lo que sí es una verdad indiscutible es que entre ambos hubo una relación cercana, de influencia mutua, tan así que es difícil saber hasta qué punto Esquerita influyó en Little Richard y viceversa. Algunos periodistas incluso quisieron indagar si entre ambos hubo algo más que amistad y colaboración musical. Richards no lo afirmó ni lo negó, pero aseguró: “él estaba loco por mí”.
Pero pasó el tiempo y, para 1957, solo uno de ellos había llegado a la cima mundial, mientras que el otro aún no lograba ni siquiera grabar un single como solista. Y cuando parecía que Esquerita nunca saldría de su lugar de músico de acompañamiento, apareció el ex-Blue Cap (el grupo de Gene Vincent) Paul Peek, quien lo llevó a los estudios de grabación como pianista de sesión y quedó impresionado con el talento del pianista, tanto, que juntos compusieron el single “The Rock-around”. Paul Peek le recomendó a Capitol Records que grabaron algunos singles de Esquerita, singles que se transformarían en algunos de los más salvajes de los 50’, como “Rockin´ the joint», de 1958 (lo más cercano a un hit que logró en su carrera), o «Hey Miss Lucy», de 1959. Vale decir que para estas canciones, Capitol le contrató a músicos de acompañamiento de primer nivel, como un joven Jimmy Hendrix, y los Jordanaires, coristas de Elvis Presley. Estos singles fueron recopilados en un álbum titulado simplemente Esquerita! (1959), su único LP oficial en vida. Pero la recepción no fue la que el músico esperaba, ni tampoco el sello, que decidió no seguir invirtiendo en él y despedirlo.
El disco Esquerita! es pieza obligada para cualquier melómano que se precie. Disco subvalorado hasta la médula, incorpora la línea rocanrolera más tradicional en temas como “Hole in my heart” o “Crazy feelings”, con las típicas introducciones en piano que Little Richard transformaría en sello personal, pero también temas más cercanos al estilo de Fats Domino, otros más bluseros, como “She left me crying” -es imposible oírla sin recordar al clásico “Trouble” de Presley- e influencias del gospel que tanto escuchó en su infancia. Llama la atención -además de los repetidos aullidos en falsete- el sonido del piano, muy presente y crudo, casi como si estuviéramos escuchándolo en el living de nuestra casa, incluso ciertas notas falsas que, lejos de quitarle valor al disco, lo hacen más sincero, oscuro y espontáneo.
Tras su despido de Capitol, Esquerita siguió lanzando singles esporádicamente y actuando como músico de sesión -trabajó, cómo no, como sesionista de Little Richard en la re-grabación de Good Golly Miss Molly-, pero su vida bohemia y sus conflictos con la autoridad comenzaron a escaparse de sus manos, cayendo detenido numerosas veces por peleas y desórdenes. En una de aquellas peleas llegó a perder un ojo (sus eternas y coloridas gafas futuristas siguieron ocultando al ojo faltante) e incluso pasó una temporada en la cárcel, aunque se ignora las causas. Cuenta la leyenda -sorprende cuántas cosas sobre este artista permanecen en el radio del “mito urbano”- que la causa de su reclusión fue por haber asesinado al hombre que le arrebató el ojo. ¿Verdad o leyenda? No lo sabemos, y quizás nunca lo sabremos.
A principios de los setenta desaparece del mapa y su biografía se vuelve un misterio, para luego reaparecer a mediados de esa década en Brooklyn, tocando el piano en salas de ambiente gay, con el nombre de “The Fabulash”, mientras sobrevive en hoteles baratos. En los años siguientes, de vez en cuando, Esquerita aparecía por la escena, alternando estas presentaciones con años completos de silencio. A veces era sorprendido por algún viejo rocanrolero en un tugurio marginal -siempre con algún pseudónimo distinto- aporreando el piano a su manera, siempre conservando su frenético estilo y su hiperbólica apariencia, aunque los vicios y la calle le estaban pasando la cuenta. Las noches en estos clubes, además de rock and roll, solían estar inundadas de sexo sin protección, prostitución, tráfico y consumo de drogas, lo que sumado a la aparición meteórica y desastrosa del SIDA, convirtieron la vida del músico una verdadera ruleta rusa.
Tras varios años desaparecido, en 1983 regresa a Nueva York para ofrecer una serie de actuaciones en un local llamado Tramps. Es allí donde conoce a Miriam Linna, la primera baterista de The Cramps, y a su marido, Billy Miller, fundadores de la mítica banda de garage The A-Bones y creadores del fundamental sello Norton Records, que a partir de 1986 reeditaría el LP y todos los singles de Esquerita; es más, la admiración por el música es tal, que el logo de Norton Records es precisamente la cara de Esquerita: “En ese momento a muy poca gente le interesaba Esquerita -explica Miriam Linna en una entrevista-, mientras que para nosotros fue lo más importante que sucedió ese año. Fue algo muy loco. Obviamente él no había ensayado nada, pero en cuanto vio que tenía una pequeña base de fans en la sala, sus shows se volvieron incendiarios”. Para Linna, Esquerita ha sido uno de los “progenitores” del rock and roll, un personaje a la altura de Chuck Berry, Bo Diddley o Jerry Lee Lewis. “Su influencia ha sido inmensa. Esa es la razón de que tengamos una imagen suya en el logo de Norton. Fue un adelantado para su época. Para mí es uno de los artistas más infravalorados de todos los tiempos”.
Pero nada hizo cambiar la suerte maldita del músico. Su vida siguió moviéndose entre el reconocimiento y el desprecio, entre las luces del escenario y la oscuridad de las celdas, entre el ritmo del rock and roll y la muerte susurrándole al oído. Para mediados de los ‘80 hay varios que aseguran haberlo visto trabajando en un estacionamiento e incluso limpiando parabrisas a cambio de unas monedas en Brooklyn. En 1985 le diagnosticaron VIH en estado avanzado y, el 23 de octubre de 1986, falleció por complicaciones relacionadas con el SIDA. Paradójicamente, ese mismo año, se realizaba la primera ceremonia de admisión del Rock and Roll Hall of Fame y Little Richard fue uno de los diez artistas que se incluyeron en el Salón aquella noche.
Para cerrar, dejo aquí unas palabras que dio en una entrevista José Luís Martín, autor del libro Leyendas Urbanas del Rock, donde dedica un capítulo al malogrado músico: “Esquerita esconde un submundo de lumpen extraordinario, marcado por el segregacionismo en Estados Unidos y la homofobia hipócrita de todos sus estamentos. Él y Richard se autoalimentaron y es muy complicado saber quién fue primero, la gallina o el huevo, pero para mí, es mucho más fascinante la vida de Esquerita que la de Richard (…) Es curioso que, mientras escribía el capítulo de Esquerita, falleció Richard Wayne Penniman, Little Richard, y pude comprobar cómo en diferentes redes sociales, blogs y webs musicales, tanto nacionales como internacionales, pusieron fotos de Esquerita para ilustrar la muerte de Richard. Eso documenta perfectamente el despiste que existe entre los dos personajes, en el cual el primero siempre salió perdiendo”.