martes, 17 de septiembre de 2024

“¿QUIERES TOCAR COMO ÉL? TE ROMPERÁS UNA MANO”: 20 AÑOS DE LA MUERTE DE JOHNNY RAMONE, EL GUITARRISTA QUE CAMBIÓ EL ROCK  

Jaime Lorite

El País, 15/09/2024



Célebre por su actitud malencarada o la mala relación con el cantante, al que quitó la novia, el músico fue el tercero de los Ramones en desaparecer en tres años. Aunque apenas firmó canciones, dirigió al grupo con mano de hierro

La segunda leyenda más extendida sobre el guitarrista Johnny Ramone (de nombre real John William Cummings, Nueva York, fallecido en 2004 a los 55 años) es que el Ku Klux Klan lo simbolizaba a él en una de las grandes canciones de su banda, The KKK Took My Baby Away. La tesis, que propagó el manager de los Ramones en el documental End Of The Century (2003), giraba en torno al terremoto vivido en el seno del grupo a principios de los ochenta, cuando Linda Daniele dejó a su novio, el vocalista Joey, para casarse con Johnny. Aunque las relaciones nunca se recondujeron, el conflicto no acabó con los Ramones. Johnny temía una espantada del cantante, pero, supuestamente, el agraviado se cobró su venganza por otra vía, mediante la letra de una canción donde se burlaba de la ideología derechista de su compañero –otro punto de fricción– y relataba la abducción de su amada por el grupo supremacista blanco.

La anécdota sigue repitiéndose, a pesar de que el batería Marky Ramone y el hermano de Joey, Mickey Leigh, la han desmentido. El triángulo sucedió, si bien, según ellos, en esa canción Joey hablaba de otra decepción previa: su romance frustrado con una mujer afroamericana cuyo paradero desconocía. Pero el mito que más persiguió y enervó durante toda su vida a Johnny Ramone fue el de la pobreza de la propuesta musical de los Ramones. “Bien pronto, algunos críticos que no sabían cómo denigrarnos nos etiquetaron como la banda de los tres acordes. Pero muchas de nuestras canciones, incluso de la última época, tienen más de tres acordes”, se defendía en su autobiografía póstuma, Commando (2012). Fallecido hace 20 años de un cáncer de próstata, Johnny fue el tercer miembro en morir en un corto período (Joey lo hizo en 2001 y Dee Dee, el bajista, en 2002) y apenas empezó a ver la fiebre de las camisetas y la increíble popularidad tardía de la banda, que entre 1974 y 1996 no fue comercialmente importante en EE UU.

Citado con frecuencia en listas de mejores guitarristas de la historia, para pasmo de los devotos del virtuosismo, Johnny Ramone desarrolló un estilo simple pero imbatible, basado en acordes con cejilla rasgados a velocidad frenética hacia abajo. A duras penas podía completar un solo, pero los más avezados antebrazos derechos también podrían verse en apuros siguiendo su técnica en directo. “No creo que hubiera un precedente. A los que creían que cualquier guitarrista decente podía tocar como Johnny, recuerdo que una vez un periodista les respondió: ‘¿Ah, sí? Inténtalo tú'. La mayoría se romperían una mano”, afirma, preguntado por ICON, el escritor y presentador de radio Carl Cafarelli, autor de Gabba Gabba Hey! A Conversation With The Ramones (2023), donde recopila una serie de entrevistas que realizó con el grupo en 1994, por su vigésimo aniversario. “Apuesto a que Eddie Van Halen no podría tocar así. ¡No durante una hora!”, ratificó el ingeniero de sonido Ed Stasium al periodista Jim Bessman en Ramones: An American Band (1993).

Cafarelli pone el ejemplo de Clem Burke, percusionista de Blondie, que entró en la banda en los ochenta y duró dos conciertos, aunque fuera, para el periodista musical, “un excelente batería”. “Una vez Johnny o Dee Dee dijeron que los Ramones tocaban al nivel de habilidad que tenían. Resulta que no era tan fácil”.

Nacido en una familia de inmigrantes en Estados Unidos en 1948 (su padre era irlandés y su madre, de origen polaco-ucraniano), Johnny Ramone es recordado, más allá de sus tensiones con Joey o sus posiciones ultraconservadoras, por haber forjado el sonido que marcó el punk estadounidense posterior, así como el rock alternativo, el noise o el thrash metal. También por la disciplina militar que impuso al grupo, cuya contundente puesta en escena diseñó junto al batería original, Tommy, analizando horas de grabaciones. Los avasalladores directos de la banda, que podía desplegar una treintena de canciones en poco más de 40 minutos, eran rigurosamente cronometrados, como confirmó Joe Strummer, líder de The Clash, en el documental de 2003, donde contaba que el guitarrista le iba actualizando sobre los descensos en su minutero.

“Una de las lecciones que aprendí de ellos es que debes darle tu siguiente canción al público y dársela ahora. ¡La gente está ocupada!”, decía Strummer. “Johnny tenía una visión despiadada de cómo hacer las cosas. Apuesto a que era un jefe brutal, que gritaba en los ensayos. Era espectáculo en el mejor sentido y todo tenía que estar bien. Nos enseñaron a no hacer el tonto en el escenario”. En su autobiografía, Johnny Ramone confesaba que el motivo de que enlazaran una canción y otra a gran velocidad era más pedestre: en sus primeros conciertos, se peleaban discutiendo cuál querían tocar después, así que de corrido no había espacio para debates.

El amigo estupendo

El periodista argentino Marcelo Gobello coincide en el papel esencial de Johnny para que los Ramones existiesen tal y como los conocemos. “Fue quien manejó el destino de la banda, sobre todo tras la marcha de Tommy. Todos eran bastante difíciles de manejar, Joey con su trastorno obsesivo compulsivo, Dee Dee con las drogas, Marky con su alcoholismo… Con su mirada organizativa, fijó esa disciplina férrea y mantuvo a la banda fiel a sus principios”, explica a ICON. Gobello se ganó en la última década del grupo la confianza de sus miembros y fue quien recibió, tras un concierto en Mar del Plata en 1994, la exclusiva mundial de su disolución en boca de Johnny, historia que recoge en el libro Los Ramones: Demasiado duros para morir (2007, reeditado por BoyJah Publishing en 2023): “Me disponía a conversar con Marky cuando Johnny se acercó a mí, me saludó, y me dijo que estaba listo para una entrevista. Yo no salía de mi asombro, ya que Johnny era bastante reacio a ellas”.

“Él me buscó y me dijo: ‘te quiero contar algo’, ya lo tenía pensado de antes”, rememora Gobello. “Y me dijo que iba a ser su último año, que quería parar antes de dejar de ser buenos y no poder brindar a la gente todo lo que le estaban brindando. Quería retirarse como los boxeadores, en un momento alto, en vez de terminar en una decadencia. Me quedé triste, anonadado, pero fue un orgullo que me eligiera”. ¿Por qué cree que lo eligió? “Me manifestó que yo veía y entendía el sustrato de los Ramones, mucho más que una banda de tres acordes. Fueron más interesantes de lo que se piensa. En ellos estaban los sesenta, los Stooges, los Yardbirds… No se suele conectar a los Ramones con Led Zeppelin, pero Johnny sacó el célebre sonido de su Mosrite [guitarra vinculada a la música surf] imitando el riff de Jimmy Page en Communication Breakdown”.

Antes de su reconocimiento en Estados Unidos, Ramones vivió su momento Beatles en Argentina. “Se desató una locura, llenaban estadios varias noches seguidas”, dice Gobello. “Es más de estudio sociológico, pero aquí los rockeros aprecian mucho la autenticidad. La gente conectó porque veían que eran como ellos. Todo el mundo adoraba a los Ramones”.

Aunque el escritor latinoamericano tenía, en ese momento, más amistad con Joey que con Johnny, el cine de serie B fue clave para el deshielo. “Le gustaban las películas más cutres que te puedas imaginar. Yo le recomendé una llamada Sangre en el faro [1960], le encantó y conectamos a partir de ahí”. Tras retirarse, el guitarrista planeó dirigir películas de terror de bajo presupuesto, aunque nunca lo materializó, y trabó amistad con personajes como Rob Zombie o Nicolas Cage, que hizo finalizar el chiflado remake de The Wicker Man de 2006 con la dedicatoria “Para Johnny Ramone”.

Su libro Commando incluyó un apéndice titulado “Lo mejor de todos los tiempos según Johnny Ramone”, donde, además de listas de las películas de terror y ciencia ficción preferidas del músico, aparecían ordenados sus miembros del Partido Republicano favoritos (Ronald Reagan, al que describe como “mejor presidente de mi vida”, es el primero), jugadores de béisbol o libros de consulta sobre Elvis. En otra sección, evaluaba cada álbum de los Ramones: no ponía suspensos y, de 14, cinco le parecían sobresalientes.

Carl Cafarelli, que este año ha publicado The Greatest Record Ever Made! (Vol. 1), libro sobre las mejores canciones de la historia donde incluye Sheena Is A Punk Rocker y Blitzkrieg Bop, recuerda: “Se quedó impactado cuando le dije que me gustaba Something To Believe In [una rareza lenta de la banda]. Su respuesta fue: ‘¡¿Que te gusta qué?!’. Parecía alguien muy curioso y sorprendentemente agradable. Fue simpático conmigo. He oído relatos creíbles de lo difícil e irritable (o peor) que podía ser, pero no se corresponden con mi experiencia”. El periodista confirma que la hostilidad entre el músico y Joey era evidente, mientras Gobello, en las crónicas entre bastidores de su libro, describe que tenían camerinos distintos. Las tiranteces duraron hasta el final: en su última entrevista, para Rolling Stone, Johnny contó que no acudió al funeral de Joey pensando en que, a la inversa, tampoco querría que él fuese al suyo.

“Todas estas cosas me pesaban por nuestros fans, a los que imaginaba que no les haría gracia saber que los de su banda favorita se despreciaban”, lamentaba el guitarrista en su libro póstumo. Gobello contrapone: “Me pareció muy conmovedor cuando Johnny, ya con Joey enfermo, dijo que nunca volvería a subirse a un escenario con el nombre Ramones. Más allá de los problemas que tuvieran, Joey era su cantante. Y ambos amaban a los Ramones sobre todas las cosas”. Los dos fueron los únicos miembros constantes del grupo, desde su fundación en 1974, de la que ahora se cumple medio siglo, hasta su último concierto en 1996.

En un acceso amargo, Johnny Ramone le contó al periodista Charles M. Young en aquella charla final, publicada un mes después de su fallecimiento, que nunca disfrutó del proyecto de su vida: “Debería haber sido muy divertido. Pero no sé cuándo lo fue. No nos decíamos nada antes de los conciertos. Nos sentábamos y, cuando llegaba la hora, salíamos al escenario. Si todo iba como tenía que ir, me sentía bien. Si no, me molestaba. Sabía que algunos de nuestros discos no eran muy allá y eso me ponía enfermo. En nuestra última gira dudaba de que nos fueran a echar de menos. Creí que nos olvidarían”.

20 años después, la viuda de Johnny y el hermano de Joey han recogido las rencillas de sus difuntos y pelean en los tribunales por la marca Ramones. Marky, el superviviente de mayor duración (aunque no miembro original), continúa paseando su repertorio y cosechando polémicas, como la cancelación de un concierto en Italia por la presencia de una bandera de Palestina. Como una esencia a la que se regresa cuando se duda, Blink-182 se han disfrazado de ellos para su disco de reunión, Sum 41 ha contado con CJ Ramone (bajista de 1989 a 1996) para un videoclip de su despedida y grupos decanos como The Offspring rescatan versiones en sus giras actuales. La desaparición física de sus miembros y la perdurabilidad de su música prueba que los Ramones siempre fueron mucho más que su factor humano.

lunes, 16 de septiembre de 2024

THE JESUS AND MARY CHAIN, SUS PEORES ENEMIGOS

Ulises Fuente

La Razón, 15/09/2024

Fueron una de las bandas más influyentes de finales de los ochenta y en una biografía explican por qué nunca triunfaron masivamente: drogas y mucho mal genio

En la historia de la música hay grupos legendarios y los hay irrelevantes. Hay creadores únicos y otros sencillamente famosos. Pero hay muy pocos grupos tan influyentes y al mismo tiempo tan inadaptados como The Jesus And Mary Chain. El grupo de los hermanos Reid, fundamental para entender la deriva de la música indie de los 90, fue también la historia eterna de dos almas gemelas creativas que, después de tocar el cielo de la inspiración, llegan a detestarse y a pedir asiento en alcohólicos anónimos y la consulta de un psicólogo, respectivamente. De su punto álgido («Psychocandy») a su colapso (disolver la banda públicamente con una bronca sobre el escenario) apenas mediaron 13 años que repasan en la muy entretenida biografía («The Jesus & Mary Chain. Incomprendidos», Contra) que acaba de publicarse en castellano, apenas unos meses después de «Glasgow Eyes», su súltimo disco, tras reconciliarse en 2007.

Los Reid se criaron en una casa de protección oficial de East Kilbride (Escocia), en el seno de una familia obrera en la que rápidamente se convirtieron en los raritos. Curiosos, lectores y avispados, esos dos listillos que citaban a Baudelaire encajaban regular en una familia de rudos escoceses, bebedores olímpicos y de mentalidad conservadora. Su padre, Jim, perdió el trabajo en plena reestructuración thatcheriana cuando cerró la fábrica Caterpillar para la que trabajaba. Los dos hermanos, en el paro, irritaban a sus padres cada vez que sostenían con aplomo que su plan vital –el único– era «ser estrellas de rock». William y Jim desarrollan el mismo gusto, exquisito, inspirado por The Velvet Underground y una intuición: ¿era posible sumar las guitarras más hirientes y chirriantes a las melodías pop de los sesenta?

La respuesta a esa pregunta es sí. Solo hacía falta el equipo adecuado, y ese llegó por casualidad. En un acto de generosidad, el padre de familia repartió a sus hijos una modesta pero notable cantidad de dinero con el fin de que hicieran despegar sus vidas o sacarse el carnet de conducir. Se arrepintió de inmediato cuando sus vástagos adquirieron un cuatro pistas malísimo y un pedal de «fuzz» ingobernable, que solo producía chirridos y acoples, tanto, que su dueño pensaba que estaba averiado y se lo dejó por diez libras. Hay momentos casuales en la historia de la música que desencadenan terremotos diez años después y aquel día dos placas tectónicas avisaron de algo. Los Reid, ambos tímidos patológicos, lanzaron una moneda al aire y el que perdió fue elegido como cantante. Jim: «La razón por la que acabamos creando The Jesus And Mary Chain tuvo que ver por igual con las cosas que odiábamos y las que amábamos. Hacia el 82-83 había una gran sensación de desencanto. Había un hilo que que recorría la mejor música popular –el blues, Elvis, Dylan, los Beatles, los Stones, Bowie, el glam, el punk y el postpunk– y ese hilo se había roto. La música que había en las listas y en el Top Of The Pops nos parecía detestable y nuestra misión, si es que teníamos una, era restaurar la música para que volviera a ser lo que había sido». Los hermanos se adoran y completan las frases del otro. También se sacuden, pero con deportividad. Empiezan a hacer canciones algo atípicas.

Influyeron a casi todo el «indie» y el «shoegaze» de los 90, pero nunca encajaron en nada

Los Mary Chain llaman la atención de Rough Trade, el sello independiente de Londres, pero, de forma más sorprendente, atraen a la multinacional Warner con un sonido francamente difícil de digerir. La primera reseña decía de ellos que sonaban «como una abeja atrapada en el hueco de un ascensor», una especie de accidente entre no saber tocar y tener un equipo disfuncional. Desde el principio, el odio con Warner fluye en ambas direcciones. Los Reid confiesan en estas memorias un carácter indigesto: impertinentes, socarrones, beodos y muy testarudos. Se niegan a tocar un ápice sus grabaciones pese a que los chacales de Warner les preguntan si el disco, «Psychocandy», es una broma. Nunca serán un grupo de éxito masivo, aunque lograron buenos resultados. Suficientes para ser vistos como traidores desde el «indie», acusación con la que tuvieron que cargar toda su carrera.

Un grupo alfa

Jim pasó 14 años saliendo borracho y/o drogado a todos los conciertos de The Jesus And Mary Chain para vencer los nervios. Escribe Michael Azerrad en «Nuestro grupo podría ser tu vida» (Contra) que «hay dos tipos de grupos: los alfa son esos que influyen a centenares de bandas, pero que pocas veces son perseguidos por chicas y logran pagar sus facturas, y los beta, que, copiando a los primeros, se llevan a las chicas y los millones. Los beta mencionan a los alfa, pero no como algo muy importante, y vaya si mienten. Los alfa y a veces los beta, pero pocas, mueren encharcados en alcohol». Este esquema no estuvo muy lejos de lo que le sucedió a los hermanos Reid, que jamás encajaron en ninguna parte y a punto estuvieron de terminar mal, muy mal.

Del indie fueron desterrados por aquel pecado original, aunque en realidad ellos sentaron las bases del sonido del indie estadounidense. Grupos como Sonic Youth, Dinosaur Jr o incluso Pixies se inspiraron en ellos. «No digo que esa generación hubiese sido moldeada por nosotros, pero cuando Nirvana se convirtió en el nuevo superventas, su sonido estaba más cerca de nosotros que del grupo que Warner quería que fuésemos. Se podría decir que esa abeja atrapada en el hueco del ascensor llevaba el polen del grunge en sus patitas», sostiene Jim Reid. Por supuesto, My Bloody Valentine, héroes del «indie» británico, construyeron su sonido sobre el mismo pedal exactamente que los Mary Chain, que fueron también clave en el surgimiento de la escena «shoegaze» (Ride, Slowdive) y apadrinaron a Blur antes de que fueran nadie. Sin embargo, nunca lograron encajar, entre otras cosas, porque fueron sus peores enemigos. Sus pésimas habilidades sociales y escaso esfuerzo comercial les condenaron a ser uno de esos grupos «para enterados» pero en el que nadie creyó ni apostó. Hasta que las relaciones entre ellos se agrietan y se agravan con las drogas.

Impertinentes, socarrones, muy beodos y testarudos: así eran (y son) los hermanos Reid

Los dos hermanos reconstruyen su historia en el libro (con la ayuda del periodista Ben Thompson) en el libro con recuerdos impresos en tipografías diferentes. Pero la narración no es divergente hasta que las cosas empiezan a torcerse. Se ofendían mutuamente, como siempre, pero consumían muchísimas drogas, uno, cocaína y el otro, marihuana: «y así no había forma de comunicarnos. Aquello se había roto», dice William. «La coca te dice: ‘‘Adelante, tú eres el mejor, puedes con él, sigue atacando...’’. Mientras que la hierba te hace darle vueltas a todo hasta que acabas paranoico y al final no peleas porque tienes la cabeza llena de pensamientos».

La relación entre los Reid fue deteriorándose por una canica de celos que se convierte en una enorme bola. (William Reid): «Cuando Oasis pegaron el pelotazo, era como si Liam y Noel fueran el ‘‘remake’’ hollywoodiense de nuestra pequeña peli ‘‘indie’’ sobre una rivalidad entre hermanos que, como mucho, tuvo buenas críticas en Sundance. Recuerdo que leí hace años una entrevista con Noel en la que decía: ‘‘Cuando estábamos de gira, después de actuar todo el mundo se va a un club y yo subo a mi habitación a componer’’. Pensé: ‘‘Joder, así fue mi vida en los noventa’’. El hermano mayor, el empollón, componiendo canciones en el cuarto mientras el pequeño está en el bar diciendo: ‘‘Sí, nena, soy el cantante, venga, vamos’’». Aunque la norma en la música es que las bandas terminen mal, lo cierto es que entre hermanos (los Davies, los Fogerty, los Robinson, los Gallagher...) la probabilidad de desastre es mayor. «Con un hermano sabes exactamente qué teclas tocar si quieres que todo salte por los aires», dice Jim.

Ambos pierden el control con las sustancias, el cariño mutuo y la ilusión por la música. Terminan a un paso del frenopático. Se separaron, en directo, durante una actuación en Los Ángeles en 1998. La madre y la hermana pequeña de los Reid lograron que volviesen a hablarse y en 2007 reaparecieron. Desde entonces han publicado dos discos, ven la música de otra manera y se toman la vida mejor.

domingo, 15 de septiembre de 2024

LOS SONICS:¿QUÉ ES ESE POLVO BLANCO QUE ECHAS EN MI COMIDA?

Octavio Gómez Milián

20 minutos, 11/09/2024



Un recuerdo amantes del garage, la guitarra baja y las gargantas desgañitadas de los perturbados. Los Sonics están en la ciudad: Licántropos sonoros que llevan en el rock desde siempre, arando las venas de la escena americana de los sesenta a base de guitarras fuzz y salvajismo. Ellos abrieron las puertas del sanatorio para toda una pléyade de descartes sociales. El "Iwanna" de Los Ramones, las baterías de los primeros Nirvana, las cuchillas sobre el pecho de Johnny Thunders. Allí está todo.

Una obra maestra: Here are the sonics, del año 1965 y cincuenta años después This is the sonics. Cinco décadas de protopunk y hammond humeantes nos contemplan. Son clásicos, son canon, sus el aroma del pantano, la brillantina en el pelo, son la pistola de Jerry Lee Lewis, son el Flamin y son el Groovie. Son los que vuelven hambrientos de madrugada. No digáis que no os lo advertimos.

Recetario básico:

Cinderella: Las historias hermosas nunca suceden después de las doce. Cuando ella se mueve parece transparente como el cristal y si te acercas demasiado la pincharás con tu aguja. A veces pienso que me confundo de cuento.

Psycho: Nena, tú me vuelves loco cada día. Estoy loco por ti. Demencia incontenida, pérdida de razón, aullidos a la luna, punteos de guitarra. Nena, ya no me reconozco frente al espejo, en realidad he reventado el espejo con mis palillos. Solo soy un psicópata.

Dirty Robber: Colección de favoritas de Lux Interior y Poison Ivy. Versión de The Wailers pasada por el túrmix sonoro de Los Sonics. No hay original si la tuya sabe mejor.

Hard way: Una gema escondida entre las grabaciones de Los Kinks a finales de los setenta. Los chicos de la escuela han caído en desgracia y es momento de levantarse y aullar. Seguro que esta nunca se la has oído tocar en directo.

The witch: Como en una banda sonora de la Hammer, el pantano se ha quedado a medio montar, la luna llena cuelga del techo con un hilo finísimo, el fuego hace borbotear la marmita ¿Habrá bebedizo para todos? Pregúntale a la bruja, está a punto de llegar.

Have love, will travel: Ricardo estaba enamorado de Luisita. Todas las noches, al volver del trabajo, paraba bajo su ventana y gritaba: Louie, Louie. Y los chicos de Los Sonics querían saber más sobre aquella historia de amor. Jim Belushi subido a una banqueta hace una versión empapada de bourbon. Echa de menos a su hermano.

Keep a knockin: 93 segundos y un saxofón. Cuentan que Little Richards tenía que subirse sobre el piano para dar la entrada a los metales. Estaba Enrique Guzmán, estaban los Teen Tops, a este lado del Ebro los Vibrants... y todos crecimos fervientes y devotos de esta religión que busca continuamente puertas a las que golpear. 93 segundos y un saxofón. Aunque toques no te dejo entrar.

Strychnine: ¿Qué se puede decir de una canción que han versioneado The Cramps, Flaming Lips y The Fall? Que es venenosa y que además le puso nombre al mejor fanzine de este país, Estricnina. Rafa Cervera y Ana Curra ¿Te acuerdas qué cantaba Eduardo Benavente? ¿Qué es ese polvo blanco que echas en mi comida?

Si fuiste de los que te gastaste 10 pavos en comprarte por correo la camiseta del Boom de Los Sonics en Munster Records tu momento ha llegado. Búscala en el fondo del cajón o pregúntale a tu mujer que ha hecho con ella. Si no la ha convertido en trapos comprueba a ver si te entra. Si solo quedan retazos es momento de usar las tijeras... y el pegamento.

lunes, 2 de septiembre de 2024

LUIS MARTÍN (LOBOS NEGROS): “SANTANA SE PENSÓ QUE LE IBA A REGALAR MI GUITARRA DE CERÁMICA. ¡PERO TÍO, SI ESTÁS FORRADO!”

Jaime Lorite

El País, 28/08/2024


La banda ‘rockabilly’ de Talavera celebra cuatro décadas de carrera. Su polifacético líder, que entre otras cosas ha creado una guitarra muy especial, recuerda cuatro décadas de anécdotas

En Nueva Orleans (EE UU) hay cerámica de Talavera. El conjunto de placas, instalado en 1957, recuerda los nombres que las calles de la ciudad tuvieron siglos atrás. Cuna del jazz y el rhythm & blues, el legado cultural de Nueva Orleans también llega a todos los lugares del mundo y, para completar la correspondencia, eso incluye Talavera. El sonido pantanoso de la banda Lobos Negros, nacida en la ciudad castellanomanchega, continúa activo a 40 años de su fundación, si bien su cantante, guitarrista y único miembro fijo durante toda la trayectoria, Luis Martín (Talavera de la Reina, 62 años), habla como si estuviesen empezando: “Cada vez tenemos más fans, sacamos mejores discos y viajamos más. Vamos subiendo poco a poco, porque lo que sube rápido luego baja rápido”. La celebración de sus cuatro décadas viene con disco nuevo, La Ruta de la Plata (llamado así porque se grabó en parte en el Puerto de Santa María, y publicado por Rated-X, su sello independiente), previsto para septiembre, y una gira que incluye fechas en Latinoamérica para 2025.

“Para estar 40 años en la música es necesario mantener la ilusión por encima de todo, porque me gusta el rock & roll y para mí es imposible bajarme de este tren”, explica Martín, que es, entre otros, titulado en Sociología, actor, inventor de la primera guitarra de cerámica electroacústica del mundo y cinturón marrón de kárate (se examina del negro a principios del año que viene, dice). En Talavera fue pionero fundando una pandilla de rockers, Los Rockadillos, y, tras varios proyectos frustrados, logró en 1984 poner en marcha Lobos Negros, con la desaprobación de su padre, uno de los dueños de la destacada sombrerería local Cándido Martín. “Me decía, ‘¿Te he estado pagando seis años de carrera para esto? ¡Ese pendiente quítatelo ya!’. Luego le llevaba los billetes de lo que había ganado en una noche para que los contase y viera lo bien que me iba. Al final se enorgulleció, era muy conservador, pero también muy cariñoso y buena persona”.

Aunque el rockabilly pueda parecer una apuesta más romántica que comercial, el músico apela al contexto de la Movida Madrileña, donde el tirón de conciertos y discos permitía convivir a bandas de diversas corrientes por los muchos tipos distintos de público que coexistían. “Éramos varios en España haciendo rockabilly, como Los Coyotes, Mario Tenia y Los Solitarios, Mississippi o un poco Mermelada al principio. Un día en Texas, de Parálisis Permanente, es prácticamente una canción de rockabilly”, apunta. “En nuestro caso, lo que hacíamos era psychobilly, más acelerado, con letras de películas de terror. A mí me molaban mucho los Meteors y los Cramps, que hacían eso mismo”. Martín reivindica un gusto musicalmente omnívoro como clave para formar un grupo: “Si solo tienes lechuga y cebolla para mezclar, pues haces una ensalada de cebolla. Pero cuando has escuchado 30.000 discos diferentes, tienes 30.000 ingredientes para elegir tu mezcla”.

En el artista parece darse un equilibrio entre, por un lado, un melómano de conocimiento enciclopédico y, por otro, un aficionado a los mitos y a formar parte de ellos, con Lobos Negros como hijo bastardo. Por ejemplo, se le iluminan los ojos solo con mencionar la anécdota de un conocido suyo que echó una partida de billar con John Lennon en el edificio Dakota, porque “eso es como decirle a un sacerdote que un colega tuyo estuvo con Jesucristo el otro día”. “El llegar de Talavera a Madrid y conectar con gente así, que había ido a Woodstock o había visto a Bob Dylan... eso te va entrando y hace que quieras estar ahí”, ratifica. “Un domingo me acuerdo de que llegó Eduardo Benavente [cantante de Parálisis Permanente, fallecido en 1983] y nos puso los dientes largos a Víctor Aparicio [de Los Coyotes] y a mí, porque venía de Inglaterra, se había comprado ropa y había visto a los Stray Cats. Él fue el primero que nos habló de los Clash”.

Perseverante en las relaciones públicas y emprendedor apasionado, Luis Martín afirma que vive de la música, los derechos de autor y los conciertos, además de trabajos puntuales para la SGAE, proyectos culturales y múltiples figuraciones en series y películas. Menciona con frecuencia su amistad desde los noventa con el cineasta Álex de la Iglesia, en cuyas producciones los cameos de Martín son una especie de chiste interno, desde que apareció tocando el arpa de boca en 800 balas (2002) o caracterizado de Elvis en Crimen ferpecto (2004). En la serie Plutón BRB Nero (2008) actuó recurrentemente e incluso aportó una canción, mientras en 30 monedas (2020) De la Iglesia introdujo otra visible referencia a Lobos Negros. Para un grupo que, según Martín, mete en una sala “como muchísimo a 300 o 400 personas”, el rastro de Lobos Negros llega lejos: han tocado en lugares tan remotos como Estonia y cuentan con ciertos seguidores en Alemania, donde sus discos se vendieron por mediación del dueño de Mental Disorder Records, sello teutón de rockabilly.

Martín recuerda con cariño las alocadas fiestas de presentación de los números del fanzine, un espíritu de serie B burlesque que importó a los conciertos de Lobos Negros, con desigual resultado. “Hicimos un show instrumental a lo Link Wray. Yo llevaba una guadaña de cartón pegada en el mástil de la guitarra y un artista, Ismael Ballesteros, echaba fuego por la boca, como representando una lucha del bien contra el mal”, rememora. “Hasta que tocamos en un bar de Talavera que se llamaba The Beat, muy pequeño. No podía echar tanto fuego porque quemaba a la gente, así que lo echó para arriba y se le prendió la cabeza. El que nos alquilaba el equipo llevaba una cazadora de cuero, se la quitó y pudo apagarle rápido, afortunadamente”. El vídeo del suceso, ocurrido en 1996, llegó a aparecer en el programa Impacto TV, de Antena 3. “No fue grave, como si se hubiera hecho un lifting, se le quedó como el culito de un niño. Le dije ‘Ismael, cabrón, al final vas a coger un lanzallamas y montar una clínica de esteticién’. Se le cayó la piel vieja, se dio cremas y le quedó mejor todavía”.

El rock de la cárcel

Las referencias a Talavera por parte de Lobos Negros son constantes a lo largo de su discografía. A 116 km de Talavera, Bronca en Talavera o Cuando la humedad del Tajo nos condiciona son algunos de los títulos que la sazonan. Acorde a la conformación de una mitología local y personal, Lobos Negros publicó en 2014 Soy el hombre de la guitarra de cerámica, canción instrumental grabada con la guitarra en cuestión, patentada por él y creada por el ceramista Manuel Carrillo y el lutier Carlos Sabrafén. La idea nació de Víctor Aparicio, diseñador de la portada de un libro de Luis Martín, Aquellos primeros pasos del pop y rock en Talavera de la Reina (2002). “Pensamos, ¿qué caracteriza al rock? La guitarra eléctrica. ¿Y qué caracteriza a Talavera? La cerámica. Así que él pintó una guitarra de cerámica. Se me encendió la bombilla, porque me preguntaba cómo sonaría eso”.

¿Y cómo suena? “Hicimos dos prototipos. La primera era un poco más tosca, más dura y en esa el sonido era más blues. La segunda es delgadita y suena muy brillante, muy Mark Knopfler. Es toda de cerámica, hueca por dentro, como una vasija de cerámica cerrada”. La guitarra, adquirida por el Ayuntamiento de Talavera de la Reina, se encuentra actualmente expuesta en el Centro Social Polivalente La Milagrosa. Martín, no obstante, aspira a seguir perfeccionando el instrumento, puesto que es muy frágil: “El proyecto está parado porque necesitamos encontrar un elemento que la endurezca sin perder el sonido, carbono, grafito o algo así. Porque la gente se echa atrás. Pero Carlos Santana la quiso. Solamente te digo eso”. Tras pedirle detalles, la historia adquiere considerables matices. Cuenta que un músico español le encargó una personalizada con sus iniciales, C.S., pero a última hora le plantó. “Dije, ¿C.S.? ¡C.S. puede ser Carlos Santana! Así que contacté a una agencia de management suya, les interesó, pero cuando les dije que había que pagar 2.400 euros ya no me contestaron más. Se pensarían que se la íbamos a regalar para hacer promoción, que era lo suyo, pero tío, estamos empezando, ¡y tú estás forrado!”.

En 2019, Martín impartió clases de música en la cárcel de Valdemoro, dentro del programa SGAE Actúa, para ayudar a personas en riesgo de exclusión social. Se integró allí en un grupo formado por presidiarios, Cal Viva: “En dos horas semanales teníamos para intimar, me contaban su vida. Cuando tocábamos se relajaban, se olvidaban de todo, me decían que para ellos era la libertad”. La experiencia fue tan gratificante que el músico repetirá proyecto en otoño y, además, presentará el 5 de octubre en el centro penitenciario su disco, que incluye una canción dedicada a los reclusos, Dos horas de libertad. El álbum, en el que acompañan a Luis el batería Ricardo Virtanen –que acumula 35 años en la banda, con suplencias de por medio– y el bajista David Merino, su última incorporación, también será presentado en la sala Rockville de Madrid el 19 de octubre.

El líder de Lobos Negros se encuentra preparando un nuevo documental, que se sumará al que previamente le dedicó Aure Roces, El hijo del sombrerero (2008), conducido por el periodista Diego A. Manrique. Preguntado por otro músico de Talavera más mediático y que igualmente tuvo película hace poco, Luixy Toledo, Martín confiesa mantener amistad con él. “Cuando hice el libro del rock en Talavera, le tuve que buscar, porque en los sesenta él era cantante de Los Aracaris”, cuenta sobre el polifacético artista, que adquirió notoriedad tras acusar a Michael Jackson de plagiarle Thriller y aparecer en los noventa en platós como el de Crónicas marcianas, hablando de la vida en Marte. “Dice cosas de ciencia ficción, pero lo de Michael Jackson yo lo veo factible. Que no significa que sea verdad”, opina. “Vino a Talavera un grupo de góspel americano y luego tocaron Los Aracaris. En el góspel había un tío que, según él, luego fue corista de Michael Jackson. Lo último que me contó es que los herederos le habían ingresado 50 millones de pesetas en un banco filipino que no conoce ni san Pedro, porque la mujer de Luixy es filipina”. Como muchos en la industria, Luis sabe que los éxitos pueden ser relativos, pero los mitos y las leyendas no.