Jaime Lorite
El País, 15/09/2024
Célebre por su actitud malencarada o la mala relación con el cantante, al que quitó la novia, el músico fue el tercero de los Ramones en desaparecer en tres años. Aunque apenas firmó canciones, dirigió al grupo con mano de hierro
La segunda leyenda más extendida sobre el guitarrista Johnny Ramone (de nombre real John William Cummings, Nueva York, fallecido en 2004 a los 55 años) es que el Ku Klux Klan lo simbolizaba a él en una de las grandes canciones de su banda, The KKK Took My Baby Away. La tesis, que propagó el manager de los Ramones en el documental End Of The Century (2003), giraba en torno al terremoto vivido en el seno del grupo a principios de los ochenta, cuando Linda Daniele dejó a su novio, el vocalista Joey, para casarse con Johnny. Aunque las relaciones nunca se recondujeron, el conflicto no acabó con los Ramones. Johnny temía una espantada del cantante, pero, supuestamente, el agraviado se cobró su venganza por otra vía, mediante la letra de una canción donde se burlaba de la ideología derechista de su compañero –otro punto de fricción– y relataba la abducción de su amada por el grupo supremacista blanco.
La anécdota sigue repitiéndose, a pesar de que el batería Marky Ramone y el hermano de Joey, Mickey Leigh, la han desmentido. El triángulo sucedió, si bien, según ellos, en esa canción Joey hablaba de otra decepción previa: su romance frustrado con una mujer afroamericana cuyo paradero desconocía. Pero el mito que más persiguió y enervó durante toda su vida a Johnny Ramone fue el de la pobreza de la propuesta musical de los Ramones. “Bien pronto, algunos críticos que no sabían cómo denigrarnos nos etiquetaron como la banda de los tres acordes. Pero muchas de nuestras canciones, incluso de la última época, tienen más de tres acordes”, se defendía en su autobiografía póstuma, Commando (2012). Fallecido hace 20 años de un cáncer de próstata, Johnny fue el tercer miembro en morir en un corto período (Joey lo hizo en 2001 y Dee Dee, el bajista, en 2002) y apenas empezó a ver la fiebre de las camisetas y la increíble popularidad tardía de la banda, que entre 1974 y 1996 no fue comercialmente importante en EE UU.
Citado con frecuencia en listas de mejores guitarristas de la historia, para pasmo de los devotos del virtuosismo, Johnny Ramone desarrolló un estilo simple pero imbatible, basado en acordes con cejilla rasgados a velocidad frenética hacia abajo. A duras penas podía completar un solo, pero los más avezados antebrazos derechos también podrían verse en apuros siguiendo su técnica en directo. “No creo que hubiera un precedente. A los que creían que cualquier guitarrista decente podía tocar como Johnny, recuerdo que una vez un periodista les respondió: ‘¿Ah, sí? Inténtalo tú'. La mayoría se romperían una mano”, afirma, preguntado por ICON, el escritor y presentador de radio Carl Cafarelli, autor de Gabba Gabba Hey! A Conversation With The Ramones (2023), donde recopila una serie de entrevistas que realizó con el grupo en 1994, por su vigésimo aniversario. “Apuesto a que Eddie Van Halen no podría tocar así. ¡No durante una hora!”, ratificó el ingeniero de sonido Ed Stasium al periodista Jim Bessman en Ramones: An American Band (1993).
Cafarelli pone el ejemplo de Clem Burke, percusionista de Blondie, que entró en la banda en los ochenta y duró dos conciertos, aunque fuera, para el periodista musical, “un excelente batería”. “Una vez Johnny o Dee Dee dijeron que los Ramones tocaban al nivel de habilidad que tenían. Resulta que no era tan fácil”.
Nacido en una familia de inmigrantes en Estados Unidos en 1948 (su padre era irlandés y su madre, de origen polaco-ucraniano), Johnny Ramone es recordado, más allá de sus tensiones con Joey o sus posiciones ultraconservadoras, por haber forjado el sonido que marcó el punk estadounidense posterior, así como el rock alternativo, el noise o el thrash metal. También por la disciplina militar que impuso al grupo, cuya contundente puesta en escena diseñó junto al batería original, Tommy, analizando horas de grabaciones. Los avasalladores directos de la banda, que podía desplegar una treintena de canciones en poco más de 40 minutos, eran rigurosamente cronometrados, como confirmó Joe Strummer, líder de The Clash, en el documental de 2003, donde contaba que el guitarrista le iba actualizando sobre los descensos en su minutero.
“Una de las lecciones que aprendí de ellos es que debes darle tu siguiente canción al público y dársela ahora. ¡La gente está ocupada!”, decía Strummer. “Johnny tenía una visión despiadada de cómo hacer las cosas. Apuesto a que era un jefe brutal, que gritaba en los ensayos. Era espectáculo en el mejor sentido y todo tenía que estar bien. Nos enseñaron a no hacer el tonto en el escenario”. En su autobiografía, Johnny Ramone confesaba que el motivo de que enlazaran una canción y otra a gran velocidad era más pedestre: en sus primeros conciertos, se peleaban discutiendo cuál querían tocar después, así que de corrido no había espacio para debates.
El amigo estupendo
El periodista argentino Marcelo Gobello coincide en el papel esencial de Johnny para que los Ramones existiesen tal y como los conocemos. “Fue quien manejó el destino de la banda, sobre todo tras la marcha de Tommy. Todos eran bastante difíciles de manejar, Joey con su trastorno obsesivo compulsivo, Dee Dee con las drogas, Marky con su alcoholismo… Con su mirada organizativa, fijó esa disciplina férrea y mantuvo a la banda fiel a sus principios”, explica a ICON. Gobello se ganó en la última década del grupo la confianza de sus miembros y fue quien recibió, tras un concierto en Mar del Plata en 1994, la exclusiva mundial de su disolución en boca de Johnny, historia que recoge en el libro Los Ramones: Demasiado duros para morir (2007, reeditado por BoyJah Publishing en 2023): “Me disponía a conversar con Marky cuando Johnny se acercó a mí, me saludó, y me dijo que estaba listo para una entrevista. Yo no salía de mi asombro, ya que Johnny era bastante reacio a ellas”.
“Él me buscó y me dijo: ‘te quiero contar algo’, ya lo tenía pensado de antes”, rememora Gobello. “Y me dijo que iba a ser su último año, que quería parar antes de dejar de ser buenos y no poder brindar a la gente todo lo que le estaban brindando. Quería retirarse como los boxeadores, en un momento alto, en vez de terminar en una decadencia. Me quedé triste, anonadado, pero fue un orgullo que me eligiera”. ¿Por qué cree que lo eligió? “Me manifestó que yo veía y entendía el sustrato de los Ramones, mucho más que una banda de tres acordes. Fueron más interesantes de lo que se piensa. En ellos estaban los sesenta, los Stooges, los Yardbirds… No se suele conectar a los Ramones con Led Zeppelin, pero Johnny sacó el célebre sonido de su Mosrite [guitarra vinculada a la música surf] imitando el riff de Jimmy Page en Communication Breakdown”.
Antes de su reconocimiento en Estados Unidos, Ramones vivió su momento Beatles en Argentina. “Se desató una locura, llenaban estadios varias noches seguidas”, dice Gobello. “Es más de estudio sociológico, pero aquí los rockeros aprecian mucho la autenticidad. La gente conectó porque veían que eran como ellos. Todo el mundo adoraba a los Ramones”.
Aunque el escritor latinoamericano tenía, en ese momento, más amistad con Joey que con Johnny, el cine de serie B fue clave para el deshielo. “Le gustaban las películas más cutres que te puedas imaginar. Yo le recomendé una llamada Sangre en el faro [1960], le encantó y conectamos a partir de ahí”. Tras retirarse, el guitarrista planeó dirigir películas de terror de bajo presupuesto, aunque nunca lo materializó, y trabó amistad con personajes como Rob Zombie o Nicolas Cage, que hizo finalizar el chiflado remake de The Wicker Man de 2006 con la dedicatoria “Para Johnny Ramone”.
Su libro Commando incluyó un apéndice titulado “Lo mejor de todos los tiempos según Johnny Ramone”, donde, además de listas de las películas de terror y ciencia ficción preferidas del músico, aparecían ordenados sus miembros del Partido Republicano favoritos (Ronald Reagan, al que describe como “mejor presidente de mi vida”, es el primero), jugadores de béisbol o libros de consulta sobre Elvis. En otra sección, evaluaba cada álbum de los Ramones: no ponía suspensos y, de 14, cinco le parecían sobresalientes.
Carl Cafarelli, que este año ha publicado The Greatest Record Ever Made! (Vol. 1), libro sobre las mejores canciones de la historia donde incluye Sheena Is A Punk Rocker y Blitzkrieg Bop, recuerda: “Se quedó impactado cuando le dije que me gustaba Something To Believe In [una rareza lenta de la banda]. Su respuesta fue: ‘¡¿Que te gusta qué?!’. Parecía alguien muy curioso y sorprendentemente agradable. Fue simpático conmigo. He oído relatos creíbles de lo difícil e irritable (o peor) que podía ser, pero no se corresponden con mi experiencia”. El periodista confirma que la hostilidad entre el músico y Joey era evidente, mientras Gobello, en las crónicas entre bastidores de su libro, describe que tenían camerinos distintos. Las tiranteces duraron hasta el final: en su última entrevista, para Rolling Stone, Johnny contó que no acudió al funeral de Joey pensando en que, a la inversa, tampoco querría que él fuese al suyo.
“Todas estas cosas me pesaban por nuestros fans, a los que imaginaba que no les haría gracia saber que los de su banda favorita se despreciaban”, lamentaba el guitarrista en su libro póstumo. Gobello contrapone: “Me pareció muy conmovedor cuando Johnny, ya con Joey enfermo, dijo que nunca volvería a subirse a un escenario con el nombre Ramones. Más allá de los problemas que tuvieran, Joey era su cantante. Y ambos amaban a los Ramones sobre todas las cosas”. Los dos fueron los únicos miembros constantes del grupo, desde su fundación en 1974, de la que ahora se cumple medio siglo, hasta su último concierto en 1996.
En un acceso amargo, Johnny Ramone le contó al periodista Charles M. Young en aquella charla final, publicada un mes después de su fallecimiento, que nunca disfrutó del proyecto de su vida: “Debería haber sido muy divertido. Pero no sé cuándo lo fue. No nos decíamos nada antes de los conciertos. Nos sentábamos y, cuando llegaba la hora, salíamos al escenario. Si todo iba como tenía que ir, me sentía bien. Si no, me molestaba. Sabía que algunos de nuestros discos no eran muy allá y eso me ponía enfermo. En nuestra última gira dudaba de que nos fueran a echar de menos. Creí que nos olvidarían”.
20 años después, la viuda de Johnny y el hermano de Joey han recogido las rencillas de sus difuntos y pelean en los tribunales por la marca Ramones. Marky, el superviviente de mayor duración (aunque no miembro original), continúa paseando su repertorio y cosechando polémicas, como la cancelación de un concierto en Italia por la presencia de una bandera de Palestina. Como una esencia a la que se regresa cuando se duda, Blink-182 se han disfrazado de ellos para su disco de reunión, Sum 41 ha contado con CJ Ramone (bajista de 1989 a 1996) para un videoclip de su despedida y grupos decanos como The Offspring rescatan versiones en sus giras actuales. La desaparición física de sus miembros y la perdurabilidad de su música prueba que los Ramones siempre fueron mucho más que su factor humano.