[Algo menos conocidos que sus paisanos y amigos los Smash, recupero este texto sobre ellos de La Fonoteca para que las huestes metaleras sepan de dónde deriva lo suyo en este país.]
Si escuchas cualquier corte de su primer disco y te fijas en el nombre del grupo es fácil que pienses que acabas de descubrir un buen grupo anglosajón de la década de los 70. Pero lo cierto es que los componentes de The Storm son sevillanos por los cuatro costados. El nombre proviene de la muy libre traducción al inglés de su nombre original: Los Tormentos.
El grupo se forma en 1969 en el barrio de San Jerónimo y ensayaban en una vaquería de La Algaba. Sus componentes eran, y siguieron siendo hasta el final, los mellizos Diego Ruiz (batería) y Ángel Ruiz (guitarra), su primo Luis Genil (órgano) y José Torres (bajo). En los primeros años el papel de cantante era desempeñado por los distintos componentes para ir poco a poco decantándose Ángel Ruiz como voz principal.
Su aprendizaje consistió en tocar durante dos años en los pueblos de la periferia sevillana hasta que casi por carambola aparecen en un programa de TVE, que estaba dedicado a hermanos gemelos o mellizos en el mundo de la música. Ahí les vio el mánager, recién llegado a la capital hispalense, José Luis Fernández, de Córdoba, que trabajaba de relaciones públicas en la discoteca Don Felipe. Tras actuar en varias ciudades andaluzas, el mánager decide su traslado a Madrid. Actúan en lugares emblemáticos, como el JJ, y dan conciertos en Bilbao y en las salas Zeleste y Escala 2001, de Barcelona. Durante el verano de 1973 hacen bolos por toda España y se abren un hueco en el duro mercado del rock nacional.
En 1974 graban en los estudios Audiofilm, de Madrid, su primer LP “The Storm” (Basf, 1974), un magnífico disco muy bien acogido por la crítica del que se extraen dos singles. El éxito de aquellos discos en un determinado sector de público y su vitalidad en directo les vale para ser contratados como teloneros de Queen en sus actuaciones en nuestro país. En abril de 1976 parada y fonda, o lo que es lo mismo la maldita mili les alcanza. A finales de 1977 el grupo se reorganiza y se lanza de nuevo a la carretera, pateándose todo el territorio nacional, evolucionando su estilo hacia lo que ellos mismos definieron como rock afro-bético. En 1979 grabarán en los estudios Sonoland, de Madrid, su segundo y último LP: “El Día de la Tormenta” (Edigsa, 1980), aunque en esta ocasión no tuvo la repercusión que alcanzó el primer álbum del grupo.
Su estilo está muy cercano al hard rock de Deep Purple, con profusión de uso del órgano Hammond y los punteos de guitarra distorsionada. De hecho, en sus actuaciones en directo incluían varios temas de este grupo londinense, aunque en sus discos siempre utilizaron material compuesto por ellos mismos. Música dura, fuerte y sin concesiones a una mal entendida comercialidad. Hoy The Storm son reconocidos como pioneros del heavy español y su nombre, su trayectoria musical y el ser por encima de todo unos tipos legales y comprometidos con sus ideas musicales hacen de ellos un ejemplo para las nuevas generaciones del rock nacional.De forma esporádica han vuelto a reunir parte de la banda para comparecer en conciertos y festivales revival
Han dejado dos larga duración más grabados en 1975 y 1981 respectivamente, que nunca llegaron a ser editados. Hicieron sus últimas actuaciones en 1981. Desde entonces se ha especulado con un regreso que nunca ha llegado a cuajar. El teclista Luis Genil falleció en 2004 y sus compañeros se reunieron para ofrecer un histórico concierto en su memoria en el convento de San Jerónimo, el barrio que les vio nacer. Posteriormente, a partir de 2009 los hermanos Ruíz y José Torres acompañados por un nuevo teclista mantienen una cierta actividad, actuando regularmente por las provincias del sur andaluz.
Empiezan a sumarse más latas de cerveza sobre la mesa entre carcajadas y humo de cigarros cuando Carolina de Juan se pone de pie y coge la primera maqueta que “no se encuentra ni en Ebay” y que grabaron en agosto del 2012 cuando ni siquiera existía Morgan, la banda madrileña que, con su amor incondicional a la música de raíz norteamericana, se ha convertido en el último fenómeno musical en España. “Mira, la portada y todo lo hice yo a mano. Es un desastre total”, sostiene con una sonrisa cándida la cantante y compositora de Morgan, más conocida como Nina. En ese disco se incluía Be a Man, la primera canción que registró con el guitarrista Paco López y baterista Ekain Elorza y que ahora, con su desgarro soul al más puro estilo Amy Winehouse, forma parte de Air, el segundo álbum del grupo que se publica este viernes.
La gata Zilla –“su nombre viene de Godzilla”, explica Elorza, su dueño- se pasea por el salón de una casa del madrileño barrio de Anton Martín donde los miembros de Morgan, incluidos el teclista David Schulthess y el bajista Alejandro Ovejero, charlan con entusiasmo sobre la salida de un álbum que es un derroche de virtudes sonoras. Como ya hicieron en 2016 en su primer y alabado disco, North, la banda combina el folk-rock trepidante bajo las premisas primarias de The Band, estiradas con gracia hacia unos Wilco efusivos, con el soul, el góspel y el funk de alta cilindrada. Es una fascinante combinación de estilos originales pero, tras un año y medio de rodaje imparable de este grupo con la salida de su primer álbum de larga duración, guarda un sello personal. “Está bien que toquemos lo que toquemos sonemos a una banda, a nosotros”, dice López. “Desde un principio nos entendemos muy bien sin tener que decirnos nada. No hay nada forzado”, añade Nina.
Grabado entre octubre de 2017 y febrero de 2018 en los estudios Black Betty con la producción de José Nortes, que trabajó con Miguel Ríos, Ariel Rot o Quique González, Air supone la consolidación de Morgan como un grupo “más integrado”, según sus miembros, y con un abanico más colorido con la incorporación de Schulthess, que a las teclas recrea la alegría de Stevie Wonder en Another Road (Gettin’ Ready) o Flying Peacefully o se sumerge en un estilo más sureño en The Child o Marry You. “Creo que hay tanto cariño entre nosotros y a la música que se nota en las canciones”, confiesa Schulthess. “En este disco estaba algo más feliz. Tampoco es una fiesta pero es algo más optimista”, apunta Nina, quien lleva las canciones al estudio compuestas al piano y luego se tocan en directo mientras el resto incorpora ideas hasta quedarse con la toma con “más onda”.
Onda, precisamente, es lo que transmite Morgan, tanto entre ellos como en sus canciones, llevadas al directo con un ímpetu embriagador. Lo han demostrado en festivales como el Sonorama Ribera o el Mad Cool, donde tocaron en su primera edición como grupo emergente y volverán hacerlo este año, como en O Son do Camiño de Santiago de Compostela, en uno de los escenarios grandes como banda consolidada. También lo han hecho en salas de toda España, sumando ofertas de todas las discográficas españolas por contratarles y un público más numeroso y encantado con su propuesta diferente en la escena española, sujeta al indie. “Nos sorprende toda la gente que no deja de decirnos tras los conciertos que somos distintos a lo demás”, reconoce Nina con timidez.
Una buena prueba sucedió el pasado sábado de 10 de marzo en la sala El Sol de Madrid. El grupo ofreció un concierto privado para presentar Air. El jolgorio instrumental de la banda funcionaba bajo el impulso extraordinario de la voz de Nina, que muchos empezaron a conocerla por acompañar a Quique González en la canción Charo. González quedó tan prendado de ella que la pidió unirse a su banda y terminó por darla más protagonismo en su gira dejándola cantar De haberlo sabido, entre otras. Entendida como un instrumento más del acople sonoro del conjunto de Morgan, la garganta de esta chica de 27 años, hija de padres músicos que tocaba el piano ya de niña en casa, es un prodigio. Tal vez sea la voz más transcendental de la música española en el último cuarto de siglo. Esconde una luz cegadora cuando se desgarra en las alturas. Es una fuerza física, que empuja al oyente a sentirse vivo en su celebración o lamento. Sobre el escenario, Nina mueve las manos sin parar cuando canta y no toca el teclado. Se las frota nerviosa como intentando sacar más brillo a su canto en ascenso. O con ellas sostiene el aire, como a punto de explotar, tal que midiese el peso de las emociones que canta sin filtros. “Un concierto es una experiencia muy intensa. Para mí es un milagro que lo que tú sientas con la música pueda ser compartido con gente que no te conoce y te está escuchando. No hay palabras para definir lo que es esa conexión. Qué movida”, explica la cantante. Sus referentes son muchos, como Aretha Franklin y Etta James, a las que busca instintivamente en el lado más soul del grupo, pero también a Fiona Apple o Cat Power, a las que remite en su profunda ternura rota cuando canta en español Volver o Sargento de hierro, escuchadas por parte del público con lágrimas.
“Si no hubiese sido por Paco y Ekain, yo no estaría cantando. Ellos me dieron la confianza. Más importante que eso hay pocas cosas”, recuerda Nina. Paco también rememora cuando le enseñó a Ekain la primera canción que grabó Nina. Ambos se miraron y dijeron: “Hay que hacerle un disco a Nina”. Amigos de años atrás antes de formar el grupo, los dos la convencieron para que no se fuera a vivir a Holanda y formaran una banda a partir de esa maqueta de Be a Man. “Somos una banda”, sentencia Nina. “Lo único que queremos es que la música que nos salga nos flipe”, añade. El flipe se percibe.
La portada del cuarto número de 96 lágrimas, de 1982.
Imagen: El Sardinita. Vía Así se fundó Carnaby Street.
Cincuenta años después de la polémica que tuvo lugar durante la Guerra Civil en la revista Hora de España entre Ramón Gaya y Josep Renau sobre la pintura y el cartelismo, sobre lo emocionante y lo social, en el barrio madrileño de Malasaña se libró una nueva batalla sobre el significado y el valor del arte. En este caso entre unos grupos de música moderna que hablaban sin complejos de emociones y otros que defendían la intrascendencia del pop como pura diversión. En realidad dos caras de la misma moneda, la de la búsqueda de unas bocanadas de aire fresco de las que escapar del rock cabezón y de los cantautores abrasantes llenos de pelo de finales de los años setenta del siglo pasado.
Por el lado de los grupos divertidos, los ofensores, autoproclamados las Hornadas Irritantes gracias al ingenio de Patacho, guitarrista de Glutamato Ye-Yé, la alineación era la siguiente: principalmente los grupos Glutamato Ye-Yé y Sindicato Malone, a los que en distintos grados se sumaban Derribos Arias, Ciudad Jardín, Los Elegantes, Pelvis Turmix, Siniestro Total y los fanzines 96 lágrimas y La pluma eléctrica. En el bando de los ofendidos, llamados Babosos por los anteriores, la alineación era más clara, ya que el objetivo de los dardos fueron siempre Los Secretos y Mamá, añadiendo luego al listado según conviniera a Nacha Pop, Tótem y Los Modelos.
Prácticamente toda la prensa se puso del lado de las Hornadas Irritantes riéndoles la gracia y, aunque la gran mayoría de los grupos protagonistas se volatilizaron en un par de años, la terminología quedó grabada a sangre y fuego en el corazón de la Nueva Ola Madrileña, como se puede leer en Enrique Urquijo. Adiós tristeza (Rama Lama Music, 2005), la biografía que Miguel Ángel Bargueño escribió de Enrique Urquijo, donde el autor narra una escena digna de Nacho Canut pero protagonizada por el líder de Los Secretos quien, cuando le enseñaron en las oficinas de DRO la versión que de «Quiero beber hasta perder el control» habían hecho Fito y los Fitipaldis se levantó y, en vez de alegrarse, se encaró con el directivo de la disquera gritándole «¡Mira aquí los babosos! ¡Los babosos aquí seguimos!». Quince años después de la polémica al gran Enrique todavía le escocía el término. Hoy, pasados otra docena de años desde el desplante de Enrique, el rechazo a los Babosos sigue refulgente como el sol, estos grupos no se merecen el Olimpo y aunque el indie más recalcitrante acepte tan tranquilo a los Carpenters o a los Everly Brothers nunca podrá aceptar que Los Secretos son mucho más importantes que Parálisis Permanente, por todo. Pero sobre todo por sus canciones, por su primer elepé, que quizá tenga la mejor producción de toda la Movida madrileña, y es la mejor porque es la única que ha resistido fresca treinta y cinco años como lo hace la de cincuenta años de Pet Sounds, por compararlo con la obra más perfecta nunca grabada, con Dios. Siempre se aceptará que un cantante diga «We could be married and then we’d be happy» pero no «Si estás a mi lado me siento mejor».
Las etiquetas que se usaban en aquella época para catalogar a los grupos en ocasiones rozan lo descabellado, con divisiones imposibles, aunque imaginamos que hoy poca diferencia habrá para un oyente finlandés de veinte años que escuche «La balada de Karen Quinlan» y «Ligarse a Vicky», o la «Vicky» de Alaska y los Pegamoides, para él serán lo mismo. ¿Quién sería aquella Vicky protagonista estelar de dos canciones fundamentales de la época? O a lo mejor hubo dos Vickys, al igual que en la vida de la chica a la que están dedicadas estas líneas hubo dos Anas; pudo haber tres, pero en vez de la tercera hay una brujita ideal, su calco absoluto, que es capaz como ella de convencerte de cualquier cosa con la varita mágica de su sonrisa. Una primera etiqueta nos la da Fernando Márquez «el Zurdo», quien en su seminal Música Moderna (Ediciones Nuevo Sendero, 1981; con reedición de Discos Walden y LaFonoteca, 2013), antes de la acuñación del término baboso, coloca a Los Secretos, Nacha Pop y Mamá en el índice del libro dentro de la sección «Los llamados grupos sanos», aunque también coloque bajo ese mismo epígrafe a Los Elegantes y a Ejecutivos Agresivos, grupo este último en el que militaba Poch, meses más tarde uno de los puntales de las Hornadas Irritantes con su propio grupo Derribos Arias. Siguiendo el camino de buenos chicos trazado por el Zurdo podemos poner la frase de Ricardo Aldarondo en su crítica al disco Los Secretos aparecida en el número especial sobre «Los 100 mejores discos españoles del siglo XX» que sacó la revista ROCKDELUX en 2004 para celebrar su veinte aniversario, donde dice que «Los Secretos eran sentimiento a flor de piel, melancolía de chicos buenos sin vergüenza de serlo» y, por qué no, la retranca de Loquillo cuando el roquero barcelonés dice que «para ligar con una chica de aquella época tenía que hablarle de Nacha Pop», según cuenta Álex Fernández de Castro en su libro Nacha Pop. Magia y precisión (Editorial Milenio, 2002). La otra etiqueta común a los babosos, bastante más extraña que la de chicos buenos, que viendo sus fotos parece bastante razonable, es la de hippies, aunque con distinta graduación; mientras el Zurdo habla refiriéndose a Mamá, Los Secretos y Chokes como de la quinta «hippy-country», Diego Silva en su clásico El Pop Español (Teorema, 1984) habla de ellos como «hippy-progres» en la ficha dedicada a Glutamato Ye-Yé al decir que el grupo de Iñaki «venía a refrescar los ambientes musicales, cargando contra todos los “babosos” (entiéndase antiguos hippy-progres y derivados)». A la contra, Aldarondo comenta del primer elepé de Los Secretos que este «contiene una docena de canciones que en aquel momento, en una España aún afianzada en el hippismo, la progresía y el sinfonismo, sonaban reveladoras» dejando ver que lo que hacía el grupo madrileño era ofrecer una alternativa al hippismo y los progres. En fin, no hay quien se entere, así que para acabar de liarla podemos ver la crónica de un concierto de Tótem del desubicado Álvaro Pombo publicada en 1980 por El País, en la que del grupo de los hermanos Peñacoba al escritor le interesa «particularmente la mezcla de un vigoroso, alegre sentido del ritmo aplicado a temas musicales clásicos. Eran “variaciones” (diferencias, a la manera utilizada en jazz)». Es cierto que Tótem era el único grupo que sabía leer una partitura, que en las maquetas de Tos —primer nombre de Los Secretos— hay una raquítica versión del «Don’t Cry No Tears» del hippy de Neil Young y que el bueno de Pombo no se enteraba de nada.
Si los babosos eran buenos, los irritantes además de graciosetes tenían a la fuerza que ser chicos malos, pero viendo la portada de uno de los números del fanzine irritante 96 lágrimas uno se da perfecta cuenta del increíble cutrerío e ingenuidad que tenían todos en aquellos años. En ese número, el periodista Miguel Ángel Arenas habla con los punkarras de PVP y le pone este bochornoso titular a la entrevista «PVP, un grupo guay del Paraguay». Pero qué podía hacer si el título completo del fanzine era 96 lágrimas, revista de marcha, colega. Espectacular. De todos modos no hay que cargar las tintas sobre Miguel Ángel Arenas por ese titular ya que también tiene en su haber la mejor frase de y sobre la Movida, frase aparecida en un número de 1984 de Rock Espezial: «En 1979 los grupos tocaban muy mal, pero eran todos muy divertidos; en 1984 todos los nuevos grupos tocan muy bien, pero son muy aburridos». Esta es la definición definitiva de la Nueva Ola.
Los demás periodistas, sin importarles la música que hacía cada grupo, prácticamente apoyaron al unísono a las Hornadas Irritantes, hasta periodistas como Juan de Pablos, que en principio uno pondría sin dudar codo con codo en la barricada de la brigada llorona, como diez años después de la polémica califica insistiendo en la gracia a Los Secretos, Los Modelos y Mamá Diego Antonio Manrique en la respuesta a la encuesta de José Luis Gallero en su fundamental Solo se vive una vez. Esplendor y ruina de la movida madrileña (Árdora, 1991). Juan de Pablos, él sí un poco arrepentido, comenta en el libro sobre Enrique Urquijo que «Me dejé llevar por esa corriente, al fin y al cabo era el último berrido. Las Hornadas Irritantes hicieron escuela y Mamá y Los Secretos pagaron el pato, quedaron bastante eclipsados, fue un palo gordo». Diego Silva en su libro llega más lejos todavía en su desprecio hacia los grupos babosos y no les dedica ficha ni a Los Secretos ni a Mamá dentro de la sección del índice «La primera generación», solamente a Nacha Pop, dando en cambio cancha a grupos hoy tan borrosos como Distrito 5 o Último Resorte. También es cierto que hubo críticas a Glutamato Ye-Yé, que para mí son algo más que un grupo gracioso ya que cuentan con media docena de clásicos indispensables de aquellos años; por ejemplo, Pedro Calvo en Diario 16 (1984) tras hablar de lo que enganchan las canciones del grupo acaba el párrafo con un demoledor «con estas historias Glutamato Ye-Yé logra renovar el cargado arsenal de himnos excursionistas, canciones de la mili y coplas de borrachería »mientras que un año antes Olmo en El correo español-El pueblo vasco en su crítica al single «Comamos cereales» machaca sin misericordia al grupo diciendo que «ya veremos quién se acuerda dentro de cuarenta años de “Comamos cereales”», que es la misma pregunta que se plantea Javier Urquijo en el libro sobre su hermano, cuando con mucha razón dice «Éramos blandos, ¿y qué? ¿Son blandos los Byrds? ¿Quién queda de las Hornadas Irritantes? Tararéame alguna canción de alguno de esos grupos», como si se le hubiera metido dentro el espíritu del alcalde de Madrid que pasará a la historia por rehabilitar todo el casco histórico de la ciudad, José María Álvarez del Manzano, quien sentenció a la Nueva Ola sin tener ni idea de lo que hablaba en una entrevista en La Vanguardia en el año 91: «Yo no recuerdo un solo libro, un solo cuadro, un solo disco; nada, de la Movida no ha quedado nada».
Varios años después, ya con perspectiva aunque claramente desde el bando melódico, se podían por fin leer textos más reposados sobre aquellos grupos. En la Guía Esencial de la Nueva Ola Española, editada por el sello Rock Indiana en 1994, de Mamá se comenta que «las melodías que Granados se sacaba de la manga bordean la perfección en su intento de redondear una canción pop; incluso las letras, repletas de tópicos adolescentes, tienen un magnetismo y una personalidad muy particulares», y en la de Los Secretos que siendo «denostados por muchos en sus comienzos —fueron objetivo prioritario de las hornadas irritantes como ejemplo arquetípico de grupo baboso—, Los Secretos han logrado sin embargo ganarse el respeto de la mayoría gracias a una carrera coherente y sólida y, sobre todo, cuajada de buenas canciones». La verdad salía a la luz. Sin embargo la misma guía roza lo cruel en su valoración de Sindicato Malone al decir que en su breve existencia «les dio tiempo a grabar alguna buena canción, sin otra pretensión, eso sí, que servir de banda sonora a una buena juerga».
Podemos cerrar este texto resumiendo en la voz de Aldarondo todo lo dicho anteriormente: «Los Secretos tuvieron huevos para ser como eran: mientras Glutamato Ye-Yé, Derribos Arias, Alaska o Loquillo se protegían con la ironía o el surrealismo». De todos modos al final la sangre no llegó al río y la broma se fue olvidando, José María Granados tras disolver Mamá formó con Patacho, grupos como La Banda del Otro Lado y Buenas Vibraciones, y componentes de Los Elegantes tocaron con Los Secretos en multitud de ocasiones. Y fuera de la trifulca que tantas páginas rellenó en su momento han quedado un montón de canciones clave en la historia de la música española, canciones compuestas en unos años veloces de los que muchos salieron mal parados pero que durante aquellos días tenían un objetivo principal, que no era otro que ligarse a Vicky, y que tan bien explicó un lúcido Antonio Vega en una de sus mejores composiciones para Nacha Pop: «Salir, tocar, para verte sonreír, coger al vuelo el sentido de vivir».