F. Navarro
El País, 14/03/2018
Empiezan a sumarse más latas de cerveza sobre la mesa entre carcajadas y humo de cigarros cuando Carolina de Juan se pone de pie y coge la primera maqueta que “no se encuentra ni en Ebay” y que grabaron en agosto del 2012 cuando ni siquiera existía Morgan, la banda madrileña que, con su amor incondicional a la música de raíz norteamericana, se ha convertido en el último fenómeno musical en España. “Mira, la portada y todo lo hice yo a mano. Es un desastre total”, sostiene con una sonrisa cándida la cantante y compositora de Morgan, más conocida como Nina. En ese disco se incluía Be a Man, la primera canción que registró con el guitarrista Paco López y baterista Ekain Elorza y que ahora, con su desgarro soul al más puro estilo Amy Winehouse, forma parte de Air, el segundo álbum del grupo que se publica este viernes.
La gata Zilla –“su nombre viene de Godzilla”, explica Elorza, su dueño- se pasea por el salón de una casa del madrileño barrio de Anton Martín donde los miembros de Morgan, incluidos el teclista David Schulthess y el bajista Alejandro Ovejero, charlan con entusiasmo sobre la salida de un álbum que es un derroche de virtudes sonoras. Como ya hicieron en 2016 en su primer y alabado disco, North, la banda combina el folk-rock trepidante bajo las premisas primarias de The Band, estiradas con gracia hacia unos Wilco efusivos, con el soul, el góspel y el funk de alta cilindrada. Es una fascinante combinación de estilos originales pero, tras un año y medio de rodaje imparable de este grupo con la salida de su primer álbum de larga duración, guarda un sello personal. “Está bien que toquemos lo que toquemos sonemos a una banda, a nosotros”, dice López. “Desde un principio nos entendemos muy bien sin tener que decirnos nada. No hay nada forzado”, añade Nina.
Grabado entre octubre de 2017 y febrero de 2018 en los estudios Black Betty con la producción de José Nortes, que trabajó con Miguel Ríos, Ariel Rot o Quique González, Air supone la consolidación de Morgan como un grupo “más integrado”, según sus miembros, y con un abanico más colorido con la incorporación de Schulthess, que a las teclas recrea la alegría de Stevie Wonder en Another Road (Gettin’ Ready) o Flying Peacefully o se sumerge en un estilo más sureño en The Child o Marry You. “Creo que hay tanto cariño entre nosotros y a la música que se nota en las canciones”, confiesa Schulthess. “En este disco estaba algo más feliz. Tampoco es una fiesta pero es algo más optimista”, apunta Nina, quien lleva las canciones al estudio compuestas al piano y luego se tocan en directo mientras el resto incorpora ideas hasta quedarse con la toma con “más onda”.
Onda, precisamente, es lo que transmite Morgan, tanto entre ellos como en sus canciones, llevadas al directo con un ímpetu embriagador. Lo han demostrado en festivales como el Sonorama Ribera o el Mad Cool, donde tocaron en su primera edición como grupo emergente y volverán hacerlo este año, como en O Son do Camiño de Santiago de Compostela, en uno de los escenarios grandes como banda consolidada. También lo han hecho en salas de toda España, sumando ofertas de todas las discográficas españolas por contratarles y un público más numeroso y encantado con su propuesta diferente en la escena española, sujeta al indie. “Nos sorprende toda la gente que no deja de decirnos tras los conciertos que somos distintos a lo demás”, reconoce Nina con timidez.
Una buena prueba sucedió el pasado sábado de 10 de marzo en la sala El Sol de Madrid. El grupo ofreció un concierto privado para presentar Air. El jolgorio instrumental de la banda funcionaba bajo el impulso extraordinario de la voz de Nina, que muchos empezaron a conocerla por acompañar a Quique González en la canción Charo. González quedó tan prendado de ella que la pidió unirse a su banda y terminó por darla más protagonismo en su gira dejándola cantar De haberlo sabido, entre otras. Entendida como un instrumento más del acople sonoro del conjunto de Morgan, la garganta de esta chica de 27 años, hija de padres músicos que tocaba el piano ya de niña en casa, es un prodigio. Tal vez sea la voz más transcendental de la música española en el último cuarto de siglo. Esconde una luz cegadora cuando se desgarra en las alturas. Es una fuerza física, que empuja al oyente a sentirse vivo en su celebración o lamento. Sobre el escenario, Nina mueve las manos sin parar cuando canta y no toca el teclado. Se las frota nerviosa como intentando sacar más brillo a su canto en ascenso. O con ellas sostiene el aire, como a punto de explotar, tal que midiese el peso de las emociones que canta sin filtros. “Un concierto es una experiencia muy intensa. Para mí es un milagro que lo que tú sientas con la música pueda ser compartido con gente que no te conoce y te está escuchando. No hay palabras para definir lo que es esa conexión. Qué movida”, explica la cantante. Sus referentes son muchos, como Aretha Franklin y Etta James, a las que busca instintivamente en el lado más soul del grupo, pero también a Fiona Apple o Cat Power, a las que remite en su profunda ternura rota cuando canta en español Volver o Sargento de hierro, escuchadas por parte del público con lágrimas.
“Si no hubiese sido por Paco y Ekain, yo no estaría cantando. Ellos me dieron la confianza. Más importante que eso hay pocas cosas”, recuerda Nina. Paco también rememora cuando le enseñó a Ekain la primera canción que grabó Nina. Ambos se miraron y dijeron: “Hay que hacerle un disco a Nina”. Amigos de años atrás antes de formar el grupo, los dos la convencieron para que no se fuera a vivir a Holanda y formaran una banda a partir de esa maqueta de Be a Man. “Somos una banda”, sentencia Nina. “Lo único que queremos es que la música que nos salga nos flipe”, añade. El flipe se percibe.