Hace más de 30 años se disolvía uno de las bandas de rock que más me influyeron a la hora de empezar a tocar la guitarra: The Long Ryders. En una época de predominio de electrónica chabacana para discotecas bandas como la de Sid Griffin o los Dream Syndicate eran como un oasis en el desierto. Creo que fue Pete Townshend quien dijo que antes de que acabara el siglo XX la guitarra terminaría siendo sustituida por los sintetizadores. Obviamente se equivocó. Con el final del milenio, de hecho, hubo un resurgir de este instrumento (incluso en su versión más primitiva, la guitarra acústica) y eso fue porque grupos como los del Paisley Underground empezaron a dar la vuelta a la situación allá por los años 80. Los Long Ryders fueron, por tanto, unos auténticos pioneros. Y ahora resulta que vuelven, después de tanto tiempo con un LP publicado el pasado mes de febrero que, si nos olvidamos del hecho de que las técnicas de grabación son ahora obviamente más sofisticadas, suena como si estuviéramos en aquel 1987 en el que se separaron.
Cuando empieza a sonar el primer corte del LP, "Greenville" (el título me recuerda a aquel añejo "Rockville" del Reckoning de REM), uno no puede más que sentirse retrotraído a la segunda mitad de los 80 cuando aún no había móviles ni Internet. Es el sonido de las cosas hechas a la antigua usanza, sin artificio, solo con sentimiento y auténtica veneración a la música. Guitarras cristalinas, estribillos pegadizos, coros evocadores. El tipo de canción para ponerla en tu coche y hacerte cientos de kilómetros. Algo más folky que rockero (más próximo a los Coal Porters, combo de bluegrass en el que ha militado Griffin durante años) es el segundo corte, "Fly Away". La influencia de los Byrds del Sweetheart of the Rodeo es patente y en él podemos apreciar en primer plano la mandolina de Sid Griffin, instrumento que tocaba con los Coal Porters. En cambio, "Molly Sometimes", nos lleva a esos temas atmosféricos y psicodélicos que solo los Long Ryders eran (y son) capaces de hacer; temas como "Ivory Tower" del Native Songs o Two Kinds of Love del State of Our Union. La misma atmósfera mágica, como si el tiempo no hubiera pasado. También debe mucho al folk-rock ácido "All Aboard", un tema con un sonido arquetípico del Nuevo Rock Americano de los 80: ecos western, ambientes psicodélicos y guitarras chirriantes al estilo cow punk. Equilibrado, incluso diría que perfecto en la proporción en la que usa los distintos ingredientes. "Gonna Make it Real", en cambio se inscribe en la faceta más pop de la banda algo más cercano a combos históricos del pop rock americano de raíces de los 70 como NRBQ o la Nitty Gritty Dirt Band. Es un tema muy radiable y de hecho Manolo Fernández lo ha puesto con insistencia en el programa de Radio 3 Toma Uno.
Pero la golosina pop del disco es "If You Wanna See Me Cry". Una balada folk pop deliciosa, totalmente acústica en la que Sid Griffin exprime de manera exquisita su pena. Uno de los momento más tiernos del disco. Y después de tanto lirismo doliente, los de Griffin colocan estratégicamente un trallazo de rock and roll, "What the Eagle See", tan enérgico como aquel histórico "Looking for Lewis and Clark". Y para los amantes de su faceta más country, heredada directamente de los Flying Burrito Bothers y Gram Parsons, el disco ofrece "California State Line", una de esas canciones de carretera y manta que narra un viaje desde Texas a California pasando por las vastas zonas desérticas del sur de los EE.UU. Toda una lección de geografía evocativa. Y, para recuperar el ánimo, a este tema le sucede una luminosa pieza de pop sesentero a lo Byrds/Buffalo Springfield llamada "The Sound". Y qué título más apropiado: el sonido es verdaderamente inmaculado lleno de guitarras de 12 cuerdas, steel pedals, armónicas, etc. Armonía preciosista en estado puro. Más sonido a lo Byrds lo encontramos en "Walls", otra canción pegadiza y 100% radiable. En definitiva, otra joya pop.
El penúltimo corte del disco, es ocupado por un tema que todo un homenaje a The Band y al country rock de los 70. Los guiños a ese eterno "I Shall Be Relased" son más que evidentes y nos recuerda a otro de las grandes bandas que han influenciado a Griffin y a su banda. Y para terminar (no se podría haber cerrado el disco mejor), la canción que da título al LP, "Psychedelic Country Soul", una orgía de sonidos de folk, blues y psicodelia orientalizante sobre un ritmo bailable que es un perfecto resumen de la síntesis de estilos que ha sido la música de Long Ryders, una música que he resistido perfectamente el paso del tiempo. Y es que treinta y tres años, para una banda de este calibre, no son nada.
Cuando empieza a sonar el primer corte del LP, "Greenville" (el título me recuerda a aquel añejo "Rockville" del Reckoning de REM), uno no puede más que sentirse retrotraído a la segunda mitad de los 80 cuando aún no había móviles ni Internet. Es el sonido de las cosas hechas a la antigua usanza, sin artificio, solo con sentimiento y auténtica veneración a la música. Guitarras cristalinas, estribillos pegadizos, coros evocadores. El tipo de canción para ponerla en tu coche y hacerte cientos de kilómetros. Algo más folky que rockero (más próximo a los Coal Porters, combo de bluegrass en el que ha militado Griffin durante años) es el segundo corte, "Fly Away". La influencia de los Byrds del Sweetheart of the Rodeo es patente y en él podemos apreciar en primer plano la mandolina de Sid Griffin, instrumento que tocaba con los Coal Porters. En cambio, "Molly Sometimes", nos lleva a esos temas atmosféricos y psicodélicos que solo los Long Ryders eran (y son) capaces de hacer; temas como "Ivory Tower" del Native Songs o Two Kinds of Love del State of Our Union. La misma atmósfera mágica, como si el tiempo no hubiera pasado. También debe mucho al folk-rock ácido "All Aboard", un tema con un sonido arquetípico del Nuevo Rock Americano de los 80: ecos western, ambientes psicodélicos y guitarras chirriantes al estilo cow punk. Equilibrado, incluso diría que perfecto en la proporción en la que usa los distintos ingredientes. "Gonna Make it Real", en cambio se inscribe en la faceta más pop de la banda algo más cercano a combos históricos del pop rock americano de raíces de los 70 como NRBQ o la Nitty Gritty Dirt Band. Es un tema muy radiable y de hecho Manolo Fernández lo ha puesto con insistencia en el programa de Radio 3 Toma Uno.
Pero la golosina pop del disco es "If You Wanna See Me Cry". Una balada folk pop deliciosa, totalmente acústica en la que Sid Griffin exprime de manera exquisita su pena. Uno de los momento más tiernos del disco. Y después de tanto lirismo doliente, los de Griffin colocan estratégicamente un trallazo de rock and roll, "What the Eagle See", tan enérgico como aquel histórico "Looking for Lewis and Clark". Y para los amantes de su faceta más country, heredada directamente de los Flying Burrito Bothers y Gram Parsons, el disco ofrece "California State Line", una de esas canciones de carretera y manta que narra un viaje desde Texas a California pasando por las vastas zonas desérticas del sur de los EE.UU. Toda una lección de geografía evocativa. Y, para recuperar el ánimo, a este tema le sucede una luminosa pieza de pop sesentero a lo Byrds/Buffalo Springfield llamada "The Sound". Y qué título más apropiado: el sonido es verdaderamente inmaculado lleno de guitarras de 12 cuerdas, steel pedals, armónicas, etc. Armonía preciosista en estado puro. Más sonido a lo Byrds lo encontramos en "Walls", otra canción pegadiza y 100% radiable. En definitiva, otra joya pop.
El penúltimo corte del disco, es ocupado por un tema que todo un homenaje a The Band y al country rock de los 70. Los guiños a ese eterno "I Shall Be Relased" son más que evidentes y nos recuerda a otro de las grandes bandas que han influenciado a Griffin y a su banda. Y para terminar (no se podría haber cerrado el disco mejor), la canción que da título al LP, "Psychedelic Country Soul", una orgía de sonidos de folk, blues y psicodelia orientalizante sobre un ritmo bailable que es un perfecto resumen de la síntesis de estilos que ha sido la música de Long Ryders, una música que he resistido perfectamente el paso del tiempo. Y es que treinta y tres años, para una banda de este calibre, no son nada.