Jaime Lorite
El País, 14/12/2019
Es el año 1979. La conservadora Margaret Thatcher acaba de tomar posesión como primera ministra del Reino Unido. Desde Downing Street, la mujer conocida con el sobrenombre de La Dama de Hierro aplicará una agenda de privatizaciones y recortes sociales. Entre tanto, un desarrapado que arrastra acento medio escocés como herencia materna desfila por los escenarios del país con una pegatina del Frente Sandinista de Liberación en la guitarra y el mensaje: “Nicaragua, un pueblo en lucha”. Casi una evocación del “esta máquina mata fascistas” que lucía en su instrumento el legendario músico de folk Woodie Guthrie.
El desarrapado en cuestión, el cantante y guitarrista Joe Strummer (Ankara, Turquía, 1955–Somerset, Reino Unido, 2002), que ocasionalmente también osa lucir provocadoras camisetas del grupo armado alemán Fracción del Ejército Rojo, no pasa por su momento más boyante. Aunque la banda que lidera, The Clash, es uno de los pilares de la explosiva escena punk británica, dista mucho de gozar del éxito popular necesario para tener garantizada una subsistencia económica. Tampoco tiene pinta de que el propio movimiento vaya a sobrevivir comercialmente y Thatcher bien parece encarnar la representación material de su derrota.
En este desalentador ambiente, Strummer y los otros componentes de The Clash —el también guitarrista Mick Jones (Londres, 1955), el bajista Paul Simonon (Brixton, 1955) y el batería Topper Headon (Kent, 1955)— deciden conjurarse y apostar a doble o nada. Después de dos discos esenciales para el género, el epónimo The Clash (1977) y su sucesor Give ‘em enough rope (1978), la banda echará el resto con un álbum doble de 19 canciones mucho más allá de los límites de la etiqueta punk. Y con un lanzamiento en fechas idóneas para regalarlo a los seres queridos, como bromearía Jones, el guitarrista, en declaraciones a Trouser Press: “Es como nuestro recopilatorio de 20 grandes éxitos. Sabíamos que iba a salir en Navidad, así que lo hemos preparado para poder competir con los discos de 20 grandes éxitos del resto de grupos”.
El álbum, una mezcla elaborada e inimaginable de su característico rock combativo con la canción tradicional estadounidense, el reggae, el ska o las músicas del mundo, se convertirá en un éxito mundial que catapultará al grupo y le colocó entre los más influyentes del siglo XX. Se publicó hace hoy 40 años y lleva por título London calling.
El poso e influencia del tercer trabajo de The Clash abarca generaciones. Tom Morello, guitarrista del de Rage Against the Machine o Audioslave, dijo de él a la revista Classic Rock en 2016: “Una semana después de la primera escucha, escribí la primera canción política de mi vida. The Clash me empujaron a hacer música con contenido político y a tomar una postura ideológica”. Aunque es difícil saber si la banda decidió premeditadamente alejarse del estilo punk al considerarlo agotado, lo que resulta evidente escuchando London calling es que nunca estuvo sobre la mesa abandonar sus principios básicos, tal y como ellos los entendían. Esto es: rebeldía contra el statu quo, rechazo de todo dogmatismo, horizontalidad y, desde luego, inequívocos y contundentes planteamientos de izquierda.
En lo musical, de hecho, estaban emprendiendo un camino que también recorrerían otros compañeros suyos de generación; sin ir más lejos, John Lydon —antes conocido como Johnny Rotten—, exlíder de la otra gran banda emblemática del momento, Sex Pistols, exploraba también en ese momento fusiones de géneros con los innovadores Public Image Ltd. Así lo analiza Mick Jones, en declaraciones recogidas por la revista Long Live Vinyl: “El punk se estaba quedando más y más estrecho, como concentrado en una esquina. Pensamos que nosotros podíamos hacer cualquier tipo de música”. Era el tiempo del pospunk.
Por otra parte, también había algo de culminación. No en vano, The Clash venían de una gira por Estados Unidos donde habían elegido como compañeros de escenario a artistas tan aparentemente alejados de su sonido como Bo Diddley (pionero del rock and roll clásico), la leyenda de la música negra Screamin’ Jay Hawkins (que se presentaba en el escenaro metido en un ataúd) o la más lisérgica banda de rockabilly de la historia, The Cramps.
Su interés tampoco era flor de un día. Al menos Joe Strummer con su anterior formación, los protopunk The 101ers, ya se había atrevido en directo a versionar composiciones tan heterodoxas como el clásico popular negro Junco partner, Out of time (The Rolling Stones) o Gloria (Van Morrison). De hecho, en una de las páginas del libro The Clash (2008, Global Rythm Press), que recopila textos firmados por todos los miembros de la formación clásica, Strummer admitía haberse esforzado en “desaprender” lo que sabía sobre rock clásico cuando estalló el movimiento punk: “Fue como volver a la casilla de inicio, al año cero. Parte del punk consistía en desprenderte de todo lo que conocías antes. [...] Había que deshacerse de nuestra manera de tocar en un intento febril por crear algo nuevo”.
Para hacer explícito en London calling el nuevo hermanamiento entre la tradición estadounidense y los mismos punks que, solo dos años antes, habían compuesto un tema como I’m so bored with the USA (Estoy muy aburrido de Estados Unidos), se eligió una foto del bajista Paul Simonon haciendo trizas su instrumento, en una portada diseñada con la estética, colores y tipografía del disco debut de Elvis Presley.
Con ecos de opera rock, London calling evidentemente no es un álbum que presente una historia definida pero, sin duda, funciona como obra unitaria porque tiene un tema principal. Ese tema, como no podía ser de otra manera en su contexto social, es la derrota, y los protagonistas de las canciones son los perdedores.
Por las letras (mayoritariamente de Strummer, pero también con muy notables aportaciones de Mick Jones, como es el caso de Train in vain, y Paul Simonon, responsable de la icónica The guns of Brixton) circulan tipos marginales, bandidos y héroes callejeros: desde ese Jimmy Jazz al que busca la policía y del que nadie suelta prenda, hasta los rude boys (Rudie can’t fail), el nombre con el que se denominaba a los guetos de jóvenes de origen jamaicano que vivían en el Reino Unido y que frecuentemente eran víctimas de la xenofobia y el acoso policial.
El propio corte que abre el disco y le da título, London calling, es una referencia a los boletines radiofónicos (“Londres emitiendo…”) que se ofrecían durante los bombardeos alemanes a la capital del reino en 1940 y 1941, y se enmarca en un clima de razonable pánico nuclear tras el accidente en la central de Three Mile Island, en Pensilvania, a principios de año. En ese paisaje apocalíptico, la letra también menciona la brutalidad de los cuerpos de seguridad o incluso el riesgo de desborde del río Támesis que amenazaba con inundar el centro de Londres. En el verso “phony beatlemania has bitten the dust” (“el camelo de la beatlemanía ha mordido el polvo”), Strummer parece introducir el primer dardo envenenado de la función: la metáfora del fracaso de una generación que se había creído capaz de soñar con un mundo distinto y que, sin embargo, se estaba teniendo que resignar a contemplar su giro autoritario. La subcultura de los rude boys acabaría popularizándose con el ska, su particular manera de bailarlo y su relectura de las viejas ropas de gángsteres.
En el punk, sin embargo, la derrota siempre va asociada a la resistencia, por fútil que esta resulte. Las clases populares que tratan de salir adelante contra viento y marea protagonizan la emocionante y enérgica I’m not down, la historia de alguien a quien la vida ha golpeado de todas las maneras, pero sigue en pie; o, sobre todo, la melancólica Lost in the supermarket, una delicada composición donde Strummer, según reveló en una grabación hecha pública en el documental conmemorativo Making of London Calling: The Last Testament (2004), trató de dibujar la infancia de su compañero de banda Mick Jones, que creció en un piso bajo de las afueras de Londres junto a su madre y su abuela. Jones cantó la canción a petición de Strummer, que la definía como “un relato de superación”.
Mick Jones no fue la única persona cercana que sirvió de inspiración a Joe Strummer: el vocalista también tuvo tiempo de dedicar una canción encubierta a su productor, Guy Stevens: The right profile, posiblemente el corte más estrafalario del álbum, y aparentemente un tema que se burla de los conocidos problemas con el alcohol de Montgomery Clift. Stevens no solo tenía problemas igual de graves (de hecho, CBS prefería no contar con él y acabó cediendo por su amistad con Paul Simonon), sino que manejaba una disciplina de trabajo excéntrica: hay fotos de las sesiones en estudio donde se le ve tirando sillas para, en teoría, crear una atmósfera suficientemente tensa que diera a las canciones la fuerza que necesitaban. Johnny Green, uno de los asistentes de la banda, describía el poder de Stevens de la siguiente forma: “Su mundo estaba ardiendo y él quería avivar las llamas”.
Guy Stevens falleció solo dos años después de la grabación de London calling, por una sobredosis de fármacos. The Clash lanzó en 1982 una canción dedicada a su memoria, Midnight to Stevens.
Pero quizás lo que convierte al álbum en una obra maestra es el nítido diálogo que plantea entre sus mensajes políticos y el sonido de las canciones. London calling tiene una vocación aglutinadora e internacionalista, algo que se plasma por igual en la asimilación de culturas musicales heterogéneas y en el recurso a temáticas como la de Spanish bombs, que recoge el testigo romántico de los brigadistas extranjeros que viajaron a España a defender la democracia y la República en la Guerra Civil. Escrita en un registro próximo a lo observacional, la canción entrelaza pasajes del conflicto, como el asesinato del poeta Federico García Lorca a manos de los franquistas, con el amor condenado al fracaso entre una mujer y un miliciano foráneo que se despide chapurreando un castellano torpe: “Yo te quiero y finito, yo te acuerda, oh, mi corasón”.
Algo parecido sucede en el himno Clampdown, dedicado a los jóvenes rebeldes que luchan contra el orden establecido, y que incluye un guiño a los movimientos socialistas emergentes en ese momento en Latinoamérica: la mención en español a los “presidentes” malvados que buscan restringir derechos civiles.
London calling fue incluido como uno de los diez mejores álbumes de todo el mundo (sexto puesto) en las dos votaciones organizadas por la revista estadounidense Rolling Stone en 2003 y 2012, en las que participaron cerca de 300 artistas, periodistas y profesionales de la industria. Según el agregador sueco Acclaimed Music, la mayor base de datos de críticas musicales, se trata también del octavo disco más valorado de todos los tiempos y el primero de una banda de punk-rock. Ha vendido dos millones de ejemplares.
London calling también granjeó a The Clash el respeto de muchos que les habían despreciado, como fue el caso del crítico Charles Shaar Murray, de New Musical Express, a quien no le quedó más remedio que desdecirse de las palabras que había pronunciado tres años antes sobre el grupo: “Son una banda de garaje y deberían volver allí cuanto antes, preferiblemente con la puerta cerrada y los motores encendidos”.
También su tardía fecha de publicación motivó polémicas bibliográficas: que se editara un 14 de diciembre de 1979 dejó obsoletas muchas listas de los mejores álbumes de los 70 que estaban difundiendo, con precipitación, las cabeceras musicales. Otras, como Rolling Stone, directamente llegaron a nombrarlo mejor álbum de la siguiente década al tomar como referencia su lanzamiento en enero de 1980 en Estados Unidos. Cabe señalar que, según el Diccionario Panhispánico de Dudas, una década comienza con un año acabado en 1 y termina con otro acabado en 0, de modo que en 1980 seguía, técnicamente, siendo un disco de los 70.
Beatrice Behlen, comisaria de la exposición conmemorativa sobre London calling que el Museo de Londres acoge actualmente hasta abril de 2020, dice a ICON hoy del disco: “Muchas cosas continúan destacando, desde la amplitud de los estilos musicales que confluyeron en su sonido hasta cómo las letras reflejaban una serie de temas de la historia de la ciudad que tienen resonancia en la actualidad, además de la estrecha relación que mantuvieron la banda y sus colaboradores”, en referencia a los partidos de fútbol que el grupo jugaba contra los técnicos del estudio en los descansos de las grabaciones, para desconectar. Entre los objetos de la exposición no llega a estar el balón con que se disputaban esos encuentros, pero sí el desventurado bajo de Paul Simonon de la famosa portada.
The Clash lograron mantener un gran nivel de ventas en los siguientes trabajos: si bien Sandinista! (1980) no ha tenido las mismas cifras con el tiempo, en su momento se vendió igual de bien que London calling, y en 1982 Combat rock (que traía clásicos instantáneos de la banda como Should I stay or should I go o Rock the casbah) fue un éxito aún mayor.
Tras ese último disco, el batería Topper Headon fue expulsado de la banda por Strummer debido a su adicción a la heroína, y le seguiría Mick Jones. Los músicos lograron retomar la amistad y en 2002 el guitarrista accedió a volver a interpretar en un concierto varios temas de The Clash junto al grupo de Strummer, The Mescaleros. No hubo tiempo para plantear nada más: en diciembre de ese año, Joe Strummer murió repentinamente a consecuencia de una enfermedad del corazón no diagnosticada.
El discurso de London calling, sin embargo, continúa activo como el primer día. Ya no vivimos instalados en el pánico nuclear de entonces, pero sí en la crisis climática. El partido de Margaret Thatcher ha conseguido esta semana, con Boris Johnson a la cabeza, su mayor resultado electoral desde… los tiempos de Margaret Thatcher. Los inmigrantes vuelven a estar en el centro de la diana en Reino Unido.
Durante años, The Clash representaron la alternativa social y comprometida frente al nihilismo destructivo y orgullosamente superficial de Sex Pistols. Pero 40 años después, parece pertinente preguntarse: ¿y si realmente no había futuro?