miércoles, 20 de julio de 2022

JOHNNY THUNDERS, EL POETA MALDITO DEL PUNK QUE NACIÓ PARA PERDER

Lucas Méndez Chico-Álvarez

El Independiente, 15/07/22 

Existen en la historia del rock apenas unos pocos músicos a los que somos capaces de reconocer de manera casi instintiva cuando escuchamos los primeros acordes de su guitarra. Chuck Berry, Eric Clapton, Keith Richards o Jimmy Page son algunos de los nombres que figuran en esta lista de leyendas escrita con letras de oro en la biblia del rock & roll. Con una ortografía más sucia y desgarbada, pero idéntica legitimidad para pertenecer a esta nómina de estrellas, aparece el nombre de John Anthony Genzale (15 de julio de 1952), más conocido como Johnny Thunders.

Thunders es el gran poeta maldito del punk. La electricidad rabiosa de su guitarra marcó el camino para la proliferación de grupos como los Sex Pistols (Steve Jones reconoció directamente haber copiado su estilo), los Clash o los Ramones, entre muchos otros. Tanto él, como los grupos a los que perteneció, tienen gran parte de culpa en la recuperación setentera de los sonidos más crudos del rhythm & blues y el rock & roll clásico.

Pieza clave para la formación de la escena punk en Londres y en su natal Nueva York, participó en la fundación de los míticos New York Dolls o los Heartbreakers. Hedonista y extravagante, excesivo y provocador, su tendencia al libertinaje, el caos y, sobre todo, su adicción a las drogas provocaron que las grandes discográficas lo evitasen a pesar de su tirón entre un público joven que vio en Thunders un Keith Richards del underground.

Las giras eran toda una incertidumbre tratándose de Johnny, lo mismo acababa insultando a los asistentes a sus conciertos, olvidándose estrofas, deambulando por el escenario sin apenas conocimiento; como podía ofrecer dos horas y media de espectáculo pasando de un vibrante y arrollador estado de éxtasis, a encontrar un momento de intimidad acústica y dejar maravillados a los fans.

En 1986 el público madrileño dio cuenta de la lotería que suponía ir a un actuación suya. Apareció en el escenario, colocado, ofreciendo en la extinta sala Astoria un decepcionante espectáculo recogido en la crónica de Santiago Alcanda para El País.



«Johnny Thunders, pasado de rosca en su actuación en la sala Astoria, no se cree el presente. Y alguien que allí había aguantado las dos horas se quejaba al final: ‘He pagado 2.200 pelas y sólo me han dado cuarto y mitad de Thunders’», relata Alcanda en su artículo.

La adicción de Thunders a la heroína no era ningún secreto y la triste estampa que arrastraba a mediados de los 80 solo encontraba alivio en los caros trajes que gastaba. Aparte de la música, la moda y las drogas fueron sus dos grandes pasiones.

Su apariencia de dandi desfasado, el halo trágico que lo envolvía y su marginación por gran parte de la industria, convirtieron al músico neoyorquino en una especie de Dorian Gray punky.

Canciones como Personality Crisis, Looking for a Kiss (New York Dolls); Born to Lose o I Wanna Be Loved (The Heartbreakers), dan cuenta del sucio y agitado sonido protopunk al que tanto aportó con su guitarra. Las letras, impregnadas de frustración y ansiedad contribuyeron a crear ese discurso punky centrado en la ausencia de futuro, identidad y esperanza. Sin embargo, la aportación musical de Thunders no se queda únicamente en un género, el neoyorquino suavizó su estilo en su etapa en solitario revelando una sensibilidad melancólica e intimista, escondida tras una apariencia ruda y decadente.

A pesar de sus problemas de adicción, Thunders nunca dejó de componer y tampoco cayó en el engaño de justificarse otorgando a las drogas poderes ni facultades inspiratorias. «Las drogas me ayudan a pasar por todo el follón que tengo que pasar antes de subirme al escenario, pero no me ayudan a escribir o a actuar», explicó el músico en una entrevista.

La dolorosa ternura cálida de temas como Hurt Me, Ask Me No Question o Society Makes Me Sad, muestran como sólo son necesarios el sonido de su voz a medio apagar y el rasgado de una guitarra acústica para personificar el sufrimiento de un yonqui a jornada completa. Thunders es caos, descontrol y enajenación, pero también es la resaca de una constante guerra emocional consigo mismo.

Es inevitable recurrir a los diversos episodios de drogadicción, deterioro y humillación que pueden configurar el relato de una vida libertina y llena de excesos que terminó prematuramente a los 38 años por causa de una sobredosis. Sin embargo, como dice en su canción, Johnny Thunders sabía que había llegado a este mundo para perder, por eso, lejos de amedrentarse, John Genzale aprendió a sacar partido a su vulnerabilidad, rebelándose y creando unas canciones que perdurarán como su legado más valioso, brindándole un lugar sucio y desgarbado, pero igualmente glamuroso, en la historia del rock.