jueves, 18 de abril de 2013

THE BAND: ARTESANÍA MUSICAL

Enrique Martínez 


La música de este irrepetible quinteto permanece como un secreto que las generaciones actuales parecen incapaces de desvelar.

Y este desconocimiento probablemente se deba a que la revisión de la música Pop y Rock del pasado se hace en función de ciertos prejuicios. Ciertos artistas son indiscutibles y de dominio público absoluto: incluso aquellos que compran sus (escasos) discos en obediencia sumisa a las radio-fórmulas los recuperan al amparo de operaciones de marketing cíclicas. El sector auténtico dispone asimismo de sus imprescindibles, la mayoría de ellos formalmente respetados por los críticos más avispados, aunque éstos nunca escuchen sus mejores obras, por no coincidir con sus gustos estilísticos.

Esta inteligentsia, a su vez, maneja su propia lista de artistas de culto. Dicha lista, curiosamente, también se encuentra sometida a los vaivenes de los redescubrimientos cíclicos, coincidentes con nuevos sonidos del underground más alternativo e innovador, que rescatan y reivindican a artistas minoritarios como una influencia.

Pese a todas estas posibilidades de rescate, las mejores obras de The Band, comparables a las cimas de cualquier indiscutible (Velvet, Beatles, Stones, su amigo Bob Dylan, etc...) permanecen sepultadas, como un tesoro perdido. Quizás lo más triste sea que en estos momentos, con la flamante reedición de su catálogo por Capitol, todo el mundo tiene el mapa para encontrarlas.

Y esta ignorancia absoluta se produce a pesar de que en escasísimas ocasiones ha contado un grupo con personalidades tan profundas, intérpretes tan sublimes, voces tan intensas e instrumentistas tan sabios al servicio de un proyecto genuinamente común, de una idea de la música. Conozcámoslos un poco.

LOS ARTESANOS QUE FUERON ARTISTAS.

The Band fue en su etapa de esplendor una de las formaciones que a lo largo de la historia del Rock han contado con un proceso creativo más plural y colectivo. La aportación individual de cada miembro fue absolutamente relevante e insustituible. Siempre fue un coro de voces solistas, pero creando una fórmula que resultaba distinta a la suma de sus partes.

RICHARD MANUEL: Un pianista conciso y un cantante emocionado y rotundo, capaz de sostener un dueto con Van Morrison con mucho más que dignidad. Una personalidad especial que representaba la segunda fuerza compositora del grupo y que era capaz de asumir las baquetas si la ocasión lo requería. Sin embargo un inexplicado deterioro personal supuso una disminución gradual de su papel en el grupo, tanto como compositor como en su faceta de cantante.

LEVON HELM: El único estadounidense del grupo. Un batería conocedor de la pulsión auténtica del Rock`n`Roll, artista del contratiempo. Aporta la belleza de su mandolina en ocasiones y asume la voz orgullosa y triste del Sur en The Night They Drove Old Dixie Down. En sus aportaciones al micro se muestra como un vocalista total, profundo, conmovedor, cantante de la lujuria, de la tristeza, o de la nostalgia de todo un pueblo.

RICK DANKO: Brillante bajista, de sonido muy personal y melódico; además dotado de una voz capaz de alcanzar las más altas cotas de emotividad y sensibilidad. Aportaba su maestría en el fiddle, añadiendo sabor campestre y evocación nostálgica a temas como Daniel And The Secret Harp, y era el espíritu festivo del grupo, además del vocalista favorito de Dylan de los tres en liza.

GARTH HUDSON: Tanto por su formación académica, como por sus introducciones experimentales a temas como Chest Fever o The River Hymn, o por su elección de un órgano Lowry frente al habitual Hammond, este teclista, saxofonista, y acordeoncista es una rara avis y, posiblemente, el motivo oculto de la preocupación de este colectivo por los arreglos, por dotar a cada canción de entidad y sonido propios. O también del cuidado en la conjunción perfecta de la banda, en la búsqueda de la excelencia en las interpretaciones en vivo.
Se puede decir que los demás extrajeron mucho del periodo en el que Hudson ejerció de profesor musical (remunerado) de todos ellos.

ROBBIE ROBERTSON: Excepcional guitarrista, dotado de técnica sobresaliente, pero consciente de la importancia de la concisión y de la sobriedad, del protagonismo justo y necesario, de la necesidad de construir un sonido propio antes que apabullar con pirotecnia inútil.


Es además el principal compositor del grupo, capaz de relatar con igual destreza relatos de amor desenfrenado que fábulas religiosas de inspiración buñueliana.

LA ESENCIA QUE PERMANECE AL CAMBIAR.

Este colectivo (que durante un largo periodo estuvo al servicio de uno de los autores definitivos del S.XX, Dylan, lo que les proporcionó rentas en forma de más canciones memorables para su repertorio), funcionaba como una máquina, precisa pero humana, en la producción de unos directos incendiarios y de unos L.P´s de contenido preciosista y enorme; obras eternas, intemporales, clásicas.

Esos discos esenciales supusieron una revitalización de todos los elementos de la música norteamericana, tanto de las raíces europeas como de las africanas. Esta densa sustancia fue manipulada por unos clasicistas innovadores (por ejemplo nunca nadie había abierto un álbum con un tema tan lento como Tears Of Rage), que se dedicaron hasta el paroxismo al logro de la perfección hecha canción, a la vez que fueron conscientes de la dimensión unitaria y englobadora que suponía el formato del L.P.

Su música era la culminación de unas obsesiones particulares: una concepción distinta del tratamiento vocal (rechazando la armonía uniformadora, y optando por la más dinámica opción del Gospel o el Soul de respetar la personalidad de cada vocalista incluso en los coros); la búsqueda de una producción que diese calidez al sonido, realce al detalle, protagonismo a las bases rítmicas; o también el ofrecer la originalidad de la pareja de teclistas frente a la soledad de un único (y minimalista) guitarra.

Del mismo modo fueron pioneros en la recuperación para el Rock de los instrumentos tradicionales (mandolinas, acordeones, fiddles...) y de las sonoridades acústicas.

En los arreglos para sus temas buscaron la creación de ambientes, y con una rarísima sutileza y sabiduría, la adecuación entre letra y música. 

Tuvieron la habilidad de buscar los apoyos externos inteligentemente, como los arreglos de viento de Allen Toussiant en directo y estudio, que les acercaban a la tradición del Dixieland, creando, otra vez, armonías complejas y ricas, al respetar el papel de cada instrumento. También habría que destacar la estrecha colaboración en los dos primeros discos con John Simon, algo más que un productor. O las apariciones de talentos como Byron Berline, Van Morrison y toda la constelación que ilumina The Last Waltz.

En medio del vendaval psicodélico y contracultural ellos ofrecían música eterna y cultura profunda.

Crearon un sonido que parecía enfrentarse a su tiempo, pero que realmente solo era concebible en aquel preciso momento, cuando el melting pot al que se refiere Levon Helm en The Last Waltz había alcanzado ese punto de ebullición absoluta; cuando el Soul asumió su forma definitiva, el Country y el R`n`B se abrieron a una mayor variedad melódica, la lírica Rock se dotó de mayor profundidad, y al intérprete se le exigió una habilidad superior.

Contemporáneamente desde el Reino Unido retornaba la convicción de que el Blues era el sustrato elemental de todo esto; y en Nueva Orleans surgía su penúltima aportación al folklore norteamericano: el Funk daba sus primeros pasos.

En este periodo se consolidó el Rock clásico, y toda una serie de fórmulas a las que cíclicamente se retorna, tomando un referente u otro, pero viendo en ellas, tal vez, la rotundidad de la forma definitiva.

Y como estandarte del eclecticismo, de la sabiduría y de la variedad (en la que está el buen gusto), permanece la música de THE BAND, que desde sus primeras grabaciones ofreció una obra de madurez total, debida sin duda a los largos años de actuaciones, acompañando a Ronnie Hawkins como The Hawks, y de Dylan como The Band, que precedieron a la obra maestra que es su debut, Music From Big Pink.


LA GÉNESIS DE LOS MITOS.

Ser un americano (no como ser un inglés o un francés) es precisamente imaginar un destino en vez de heredarlo; al haber sido siempre, si es que realmente somos americanos, habitantes del mito más que de la historia. (Leslie A. Fiedler).

Esta cita figura en el libro de Greil Marcus Mistery Train, que dedica un capítulo entero a The Band, los cuales grabaron la canción del mismo título en diversas ocasiones (así como otras propias sobre trenes). 

Tren Fantasma. Sólo en América un tren es lo suficientemente atávico como para figurar en los cuentos de terror. Por que cuando Robbie admitió que su intención era crear la mitología de la tierra que le fascinaba, era eso lo que estaba forzado a hacer, ante un país que una vez abandonada la herencia indígena (curiosamente a la que pertenece un mestizo canadiense como él), tan sólo tiene trescientos años de historia.

Más que los mitos, lo que debía crear eran las leyendas que envuelven y perpetúan dichos mitos, que generan y son generados por los valores de una sociedad. Y son estos mitos y valores los que pueblan las canciones que Robertson escribió. Valores tradicionales americanos como el del honesto hombre de campo que es reflejado en temas como King Harvest, que también nos habla de la Gran Depresión, otro de los temas recurrentes del folk americano. No en vano su segundo álbum iba a titularse América.

En The Night They Drove Old Dixie Down nos relata la Guerra de Secesión desde la perspectiva del abuelo del protagonista de King..., un pobre granjero sureño, que no posee esclavos y debe ver morir a su hermano, y sufrir la miseria moral y material de la guerra. En este enfoque de la Guerra Civil americana se enfrenta a los tópicos que la contracultura del momento mantenía, y se adelanta en treinta años a la novela de C. Frazier Monte Frío, alabada por la crítica, y en la que se nota la influencia de la visión de América de Robertson y G. Marcus.

Cuando en The Weight nos cuenta un relato surrealista de connotaciones bíblicas, con una confesa influencia de Luis Buñuel, se aprovecha de la profusión de nombres y topónimos sacados del Viejo Testamento que llenan la geografía de los Estados Unidos, y de la inclasificable naturaleza de la música (¿Soul con arreglos Country?, ¿Country cantado como un espiritual negro?), para hacernos ver la historia como imposible de concebir en otras latitudes.

Siempre que pretendió hacer composiciones narrativas se apoyó en la ventaja de contar con una profusión de voces solistas disponibles, para así repartir los papeles de personajes y narrador entre ellas.

Charlatanes vendedores de tónicos milagrosos, marineros que abandonan su vida errante, pillos de la vida en carretera, pobres pueblerinos que pactan con el diablo, la desaparición de las actividades ilícitas del barrio chino... todo contado como si de leyendas eternas se tratase.
Finalmente, en Acadian Driftwood tiende el puente definitivo entre su origen canadiense y su obsesión por el Sur, al darle la dimensión de epopeya a la génesis de la cultura criolla. Una obsesión que según sus propias palabras culminó en Storyville, un disco consagrado a Nueva Orleans, un lugar en donde la ciudad que construyeron los españoles se llama barrio francés, su nombre oficial es producto de adjetivar en inglés el topónimo más francés que pueda haber, y el vudú africano está en todas partes. A fin de cuentas, otro de los tópicos americanos más manidos: el crisol de razas, culturas y religiones.

Sin duda esta curiosa concepción de lo que debían tratar las letras de una canción Rock fue lo que los convirtió en favoritos de la crítica. Aunque los argumentos definitivos para su elevación a los altares todavía no han sido expuestos. Y no pueden esperar más.


LA DISCOGRAFÍA CLÁSICA.

MUSIC FROM BIG PINK (Capitol 1968): Enigmática colección de canciones que conmocionó a la crítica. Su sonido queda claramente presentado, pese a que la contribución como escritor de Robertson se limita a tres excelsos temas: "Chest Fever" , "To Kingdom Come", "Caledonia Mission", y a un clásico absoluto: "The Weight".

Manuel ofrece tres estupendas canciones propias y una composición compartida con Dylan, "Tears Of Rage", igualmente portentosa. Se nos muestra así como un hombre absolutamente capaz de articular en canciones el discurso de su, en ocasiones, torturada alma.

Completan este fantástico trabajo la inspirada colaboración de Danko con Dylan, "This Wheel´s On Fire", la revisión del tradicionalista "Long Black Veil", y una aportación individual de Dylan: la excepcional "I Shall Be released".

Baste decir que la música contenida en este trabajo fue la que llevó a Clapton a abandonar Cream, al considerar que el tremendismo instrumentista que desarrollaban carecía de razón de ser ante el sonido puro y sutil que aquí se presentaba.

THE BAND (Capitol 1969): Quizás su obra definitiva, la culminación del proyecto musical. Contando con todos los medios que necesitaban, apoyados incondicionalmente por la prensa, en estado de gracia como intérpretes y compositores, construyeron el que ha sido definido como el mejor álbum de R´n´R del S.XIX. Una recreación artística de la América eterna e imaginaria. Tan sugerente y fascinante como cualquier película de John Ford. Tan hermosa y clarividente como cualquier novela de Steinbeck.

En ella exploran todo su registro de estilos; y un Robertson inspiradísimo asume su papel de principal escritor, mientras los demás colaboran en este apartado esporádica, pero acertadamente. Hudson realiza un increíble trabajo subterráneo, de pequeñas pinceladas. Mientras, la labor de los tres vocalistas alternativos brilla con más fuerza que nunca, y dan, de la misma manera, una lección como multi-instrumentistas.

El resultado es una obra auténticamente maestra, pletórica en todos los apartados, una delicia por descubrir.

STAGE FRIGHT (Capitol 1970): Siempre muy infravalorado por la crítica, no resulta un L.P tan perfecto como los dos anteriores, pues habían decidido conscientemente disminuir la carga de su obra, otorgar más inmediatez al resultado (grabando en principio el álbum en directo, pero sin público); y el disco se resintió. Además el orden elegido para programar las canciones no fue el más correcto.

Pero mantiene un nivel altísimo, es un disco magistral, cuyo único defecto es haber aparecido después de dos obras de la importancia de las anteriores. Está repleto de canciones redondas como "The shape I`m In", "Daniel And The Sacred Harp", la homónima "Stage Fright", "The W.S.Walcott Medicine Show", "Sleeping", "The Rumor"...


CAHOOTS (Capitol 1971): Probablemente una de las obras menores de su discografía, a la que no le beneficia en absoluto el tipo de sonido elegido. También es el peor momento de Robbie como letrista, y de Garth como arreglista. Se trata de la obra típica de él que es consciente de su fórmula para el éxito, y se ve forzado a realizar un ejercicio de estilo. En ocasiones resulta demasiado obvio frente a la sutileza de las anteriores entregas, pero contiene suficiente material de primera clase para hacerlo un disco muy recomendable.

Está la vigorosa "4% Pantomime", compuesta e interpretada a medias con un portentoso Van Morrison; la emocionante "The River Hymn"; la funky "Life Is A Carnival" (apoyada en los exquisitos arreglos de Toussiant); la primera y definitiva versión del delicioso tema de Dylan "When I Paint My Masterpiece"...

ROCK OF AGES (Capitol 1972): El documento de lo que este excepcional combo podía ofrecer sobre un escenario: una gloriosa exposición de sus propios temas, y de canciones ajenas, con el inestimable apoyo de una inconmensurable sección de viento. 

Su escucha nos revela uno de los mejores directos jamás grabados, y demuestra la capacidad de La Banda para reinterpretar de una manera fresca el material que han plasmado en estudio sin tener que recurrir a la improvisación ostentosa en forma de jam-session, sino utilizando la sutileza, una cualidad que siempre les acompañó.

MOONDOG MATINEE (Capitol 1973): Colección de covers de estudio, que pone de manifiesto el eclecticismo y el buen gusto de estos músicos. Las versiones están ejecutadas con vigor, inteligencia y cierta dosis de imaginación; y van desde clásicos más o menos tópicos ("Mistery Train"), a canciones más desconocidas (como "I Ain´t Got No Home" de Clarence "Frogman" Henry); centrándose en el R´n´B de origen sureño.

NORTHERN LIGHTS-SOUTHERN CROSS (Capitol 1975): Después de un largo paréntesis sin ofrecer una colección de nuevas composiciones, aparece el que quizá sea su álbum más completo desde el segundo.

El sonido de The Band sufre una metamorfosis: Garth acoge con pasión la aparición de nuevos sintetizadores, que maneja con tal maestría, inteligencia y clase, que su profusión queda muy lejos de parecer anacrónica. Por primera vez abandonan la concisión instrumental: los temas se alargan y Robbie se explaya con una serie de excepcionales solos, de entre los que destaca el magistral y emocionante de "It Makes No Difference", una de las canciones cumbres de su discografía.

La colección de temas es magnífica, completísima. Destaca "Acadian Driftwood", el relato del exilio "Cajun" desde Canadá a Louisiana, relatado en una mágica canción, que supone la síntesis del sonido de The Band: voces solistas alternativas, elección de unos arreglos ajustadísimos que conectan perfectamente letra y música (el violín y el acordeón dando el necesario aire Cajun), y una interpretación emocionada y entregada. Un tesoro olvidado de incalculable valor.

ISLANDS (Capitol 1977): El finiquito del contrato con Capitol consistió en una colección de rarezas e inéditas, que en consecuencia adolece de cohesión y regularidad.

Pese a esto incluye aciertos evidentes como "Christmas Must Be Tonight", "The Saga Of Pepote Rouge" o "Knockin´ Lost John".

THE LAST WALTZ (Warner 1978): Cuando el contrato discográfico con Warner parecía el comienzo de una nueva etapa, deciden despedirse (en principio de la carretera, y finalmente de la actividad musical conjunta) con un concierto excepcional en el Winterland de San Francisco.
El acontecimiento, gloriosamente filmado por Martin Scorsese, casi simboliza el epitafio de una época dorada de la música Rock: rodeados de invitados de renombre, su despedida resulta a la altura de una trayectoria única.

Tanto la actuación de la propia The Band, como la de personajes como Muddy Waters, Van Morrison, Joni Mitchell, Neil Young, Mike Bloomfield, Dr John, Eric Clapton, Emmylou Harris, The Staple Singers, Ronnie Hawkins, etc., resulta prodigiosa. El cierre con todos sobre el escenario, junto al imprescindible Dylan entonando "I Shall Be Released", supone un emotivo broche de oro a un momento irrepetible.

El catálogo de Capitol se encuentra en estos momentos recibiendo el tratamiento de reedición al que por largo tiempo ha sido acreedor: presentaciones lujosas, reamasterizaciones en condiciones e inclusión de inéditas. En el caso de Rock Of Ages un disco entero de inéditas.

Hay que indicar que sus recopilaciones, tanto el simple The Best Of..., como las más extensas To Kingdom Come o Across The Great Divide, contienen inéditas y rarezas de lo más interesantes.

Recientemente se ha publicado Live At Watkins Glen que recoge su actuación en el festival del mismo nombre de 1973 (en el que también figuraban en cartel Grateful Dead y Allman Brothers Band). Muestra un registro en vivo muy distinto del ofrecido por Rock Of Ages o The Last Waltz: The Band aparece sin acompañamiento, ejecutando con enorme intensidad un repertorio atípico, en el que figuran versiones excepcionales de los Four Tops o Chuck Berry. Desde luego resulta absolutamente imprescindible para cualquier seguidor de su música.



EL FACTOR DYLAN Y LA MÚSICA SUBTERRÁNEA.

Cuando el cantautor más importante de todos los tiempos los vio sobre un escenario con el nombre de The Hawks, quedó tan impresionado por la energía que proyectaban, que decidió que serían ellos los que lo acompañasen en la polémica electrificación de su sonido que cambió el devenir de la música Rock. Esa polémica gira puede ser disfrutada en todo su esplendor en Live 1966. The Royal Albert Hall Concert (Sony 1998), aunque sin la aportación de Helm, que había abandonado la gira, ante el rechazo del público al nuevo y atronador sonido de Dylan.

En su relación hubo una vampirización mutua, enormemente beneficiosa para ambos: como admitió Robertson, Dylan supuso un impulso gigantesco para su escritura; Dylan extrajo del contacto con ellos un mayor cuidado en el aspecto musical de sus canciones, que hasta aquel momento se centraban demasiado en la letra, lo que deterioraba el resultado.

La verdad es que la participación en las obras de Dylan supone uno de los mayores proveedores de prestigio de este colectivo. Colaboraron decisivamente en los L.P´s de estudio Self Portrait (Columbia 1970) y Planet Waves (Asylum 1973); y en el espectacular live Before the Flood (Asylum 1974) en el que disponían de una cara entera para sus propios temas.

Pero donde su aportación alcanza tales cuotas que se puede hablar de una auténtica obra mixta es en The Basement Tapes (Columbia 1975). Originalmente estas maquetas grabadas en la Casa Rosa de Woodstock aparecieron en piratas como The Great White Wonder, pero su enorme demanda llevó a su publicación oficial. Antecedentes de Music from..., suponen un punto álgido en las trayectorias de Dylan y de La Banda. 

Cinco temas firmados por los distintos miembros en compañía de Robbie, sin la colaboración del iracundo judío; más una versión del tradicional "Ain´t No More Cane"; y dos borrones de trabajo de "Tears Of Rage" y "This Wheel´s On Fire" suponen, en apariencia, la exquisita contribución de The Band a este atípico disco.

Pero como intérpretes regalan la obra de una magia de la que parecen los únicos poseedores, y que en esta ocasión aparece más desnuda que nunca, dado el carácter informal y técnicamente limitado de las sesiones; pero que, en su aparente indefensión, nos muestra su auténtica y enorme fuerza, sustentada en unos cimientos de solidez absoluta, enraizados en una tradición musical que ellos son capaces de transformar sin corromper su pureza.

Y EL FINAL QUE NO FUE EL PRINCIPIO DE NADA.

Tras la publicación de The Last Waltz se disuelven y las trayectorias en solitario de cada uno de ellos pierden la importancia de la obra conjunta.

Rick publica en 1977 un L.P. homónimo a través de Arista más que notable. Levon realiza diversos trabajos discográficos y participa como actor en algunos films de escasa proyección. Garth se esfuma, para reaparecer como músico de sesión.

Más trágico es el destino del enigmático Richard, que en el año 1986 terminó por suicidarse.

Un desorientado Robbie tarda casi diez años en publicar el fallido álbum de su mismo nombre en Geffen. En el interludio colabora en bandas sonoras de las películas de su amigo Scorsese. Hasta 1991 no publica una obra a la altura de su talento, el magnífico Storyville (Geffen). En la actualidad lleva publicados dos discos de recreación de la música de las tribus indias norteamericanas, en un más que interesante acercamiento a sus propias raíces mohawks.




Durante los años noventas, los supervivientes, a excepción de Robbie, publicaron nuevos discos bajo el nombre de The Band, pero hay momentos totalmente irrepetibles y la magistral música de sus grandes obras es, sin duda, uno de esos momentos. Esto nos hace juzgar muy severamente, quizás demasiado, obras de la calidad de Jericho (Pyramid), High on the Hog (Pyramid), Jubilation (River North Records).

Simultáneamente una cierta recuperación por parte de sectores muy conocedores de la historia del rock se estaba produciendo pues, por ejemplo, Garth y Levon aparecieron en el magistral Deserter´s Songs (título también del capítulo de Mistery Train dedicado a ellos) de Mercury Rev.

Sin embargo el fallecimiento de Danko en noviembre de 1999 redujo la presencia de miembros originales a dos, y en consecuencia hacía muy difícil la continuidad de La Banda, y abortaba por completo la muy interesante carrera en solitario que paralelamente estaba desarrollando Rick, y también su colaboración con Eric Andersen y el músico de folk noruego Jonas Fjeld, que ya contaba con un L.P publicado.

Y los problemas continuaron al descubrírsele a Levon un tumor de garganta, sin consecuencias fatales, pero que parece haber apagado para siempre su espléndida voz.

La maldición de la vida en la carretera, de la que afirmó Robertson que pretendía abandonar en aquel último vals, ha hecho desaparecer de un modo u otro a las tres voces que convirtieron a The Band en algo tan especial, tan genuino y tan irrepetible. Pero en sus obras perviven del modo más hermoso posible.