Alberto G. Palomo
El País, 13/10/2024
El bajista Michael Bradley, uno de los miembros originales de esta banda, recuerda los orígenes en medio del conflicto de Irlanda del Norte y se alegra de estar todavía tocando éxitos como el clásico ‘Teenage Kicks’ junto a sus amigos
Nunca pretendieron llenar estadios. Siendo fieles a la verdad, tampoco lo lograron. Lo que sí consiguieron fue dejar un puñado de letras grapadas entre los fascículos del punk. En ese género nacido de la mugre y la furia mantienen un hueco, aunque haya transcurrido casi medio siglo desde que patearon las listas de éxitos con su Teenage Kicks. Puede que también influya otro factor para atesorar ese espacio en la historia, anómalo en el gremio: todos sus miembros siguen vivos y aún son amigos como esa pandilla juvenil que descubre el mundo a través de unos acordes deshilachados y, lo más sorprendente, todavía se suben juntos al escenario en diferentes puntos del continente.
The Undertones, banda nacida a mediados de los setenta en Irlanda del Norte, se debaten entre la rareza y lo canónico. Su origen en medio de un conflicto armado, su devenir plagado de periodos en blanco o su empuje actual les aboca a la leyenda. Sin embargo, ese emblemático germen, esa atribulada trayectoria o esa vigencia sin alharacas también les remite a una existencia estable, sosegada. Las mismas circunstancias que les auparon dentro de una escena ‘underground’ les han conducido a una biografía sin pretensiones. Lo muestran a media tarde de un sábado en los ensayos del concierto que darán unas horas después en la sala 16 Toneladas, de Valencia. En este local –que celebra su décimo aniversario y donde les han convocado como cabeza de cartel de una noche que se completa con Heatwaves y Deaf Devils, dos grupos de la zona– prueban sonido entre tragos de agua y silencios para descansar la voz.
“Sólo actuamos de vez en cuando, en realidad. La última vez fue en diciembre y la siguiente en junio, dentro de un mes”, comenta Michael Bradley, bajista, sentado al sol en un parque contiguo. Como el resto de sus compañeros, su estética a estas alturas del año y de la vida no se corresponde con las chupas de cuero y jerséis de entonces. Ahora, visten bermudas o vaqueros y camisetas de tonos claros, acorde al clima y a su filosofía: “La idea es que esto es una afición. Estamos muy contentos de poder tocar y no nos planteamos ni continuar ni dejarlo, simplemente lo hacemos”, concede el músico, que este año cumple 65 años. Una edad más que aceptable para pensar en la jubilación: “Alguna vez le he dado vueltas, pero la respuesta es fácil: a nadie le importa lo que hagamos. Así que, si nos lo ofrecen, decimos: ‘¿Por qué no?”.
Bradley es una de las almas de The Undertones. Creó la banda junto a John y Damian O’Neill, Billy Doherty y Feargal Sharkey, cantante al que sustituyó Paul McLoone (inició una carrera en solitario y ahora es activista medioambiental). El proyecto no era más que un pasatiempo de cinco colegas a los que les gustaba el rock de los cincuenta y los sesenta. “Empezamos alrededor de 1975, pero tardamos tres años en grabar porque teníamos que aprender a escribir y a tocar la guitarra”, cuenta el también autor de Teenage Kicks. My life as an Undertones, un libro de memorias sin traducción al español. Hubo más ingredientes en esos inicios: el Derry donde residían era uno de los puntos calientes del Ulster en lo que se ha denominado como los troubles (“problemas”). Los enfrentamientos entre republicanos y lealistas (o quienes querían pertenecer a la República de Irlanda, de mayoría católica, y quienes defendían la unión con Reino Unido, protestantes) se traducían en miles de víctimas: se calcula que murieron cerca de 4.000 personas por las disputas sostenidas a lo largo de tres décadas.
Por si fuera poco, en su ciudad tuvo lugar uno de los episodios más cruentos de la contienda. El conocido como Bloody Sunday (domingo sangriento) se convirtió en una fecha clave. Aquel 30 de enero de 1972, un numeroso grupo de vecinos salió a protestar por las calles de Derry en contra de la opresión británica. Las fuerzas del orden abrieron fuego contra la multitud y acabaron con la vida de 14 manifestantes. La rabia se extendió y agudizó la rivalidad entre los grupos guerrilleros proirlandeses –con el IRA a la cabeza- y los agentes o paramilitares afines a la corona. En el terreno musical, este magma de descontento se fundió con las corrientes que llegaban de latitudes próximas: en Londres, los Sex Pistols clamaban por la anarquía, los Clash brindaban por romper la ley y en The Damned se abogaba directamente por el caos.
Unidos a los nombres que llegaban del otro lado del océano, en este rincón insular se fraguó una escena alternativa con atentados y secuestros de fondo. “Para nosotros, en realidad, no tuvo tanto que ver lo que estaba ocurriendo. Al revés, Derry era genial. Incluso la situación lo hacía más interesante. En mi familia éramos 11 hermanos y vivíamos a las afueras, donde había tiroteos. El conflicto fue un drama para mucha gente, pero a nosotros lo que nos gustaba era jugar, incluso íbamos al sitio donde escuchábamos disparos”, explica Bradley. Cuando se acercaba la adolescencia, él ya estaba dando manotazos al bajo. Habían descubierto a los Ramones, a los New York Dolls o a los Buzzcocks y querían imitarles, pero ni siquiera adivinaban una carrera profesional. “Con 15 o 16 años no piensas en el futuro. El futuro simplemente sucede con el paso de los días. Era algo muy espontáneo. Se hacía por disfrutar. Quizás en algún rincón oculto de tu mente pensabas: ‘¿No estaría bien que esto se hiciera grande?’, pero tampoco importaba demasiado”, indica Bradley.
Mientras, en Belfast sí que empezaba a forjarse un pequeño circuito. Gracias a discográficas como Good Vibrations, montada por Terri Hooley, y a bares como The Pound o Harp, la capital del Ulster se nutría de bandas con ganas de agitar esa plomiza realidad. Rudi, The Outcasts o Stiff Little Fingers incendiaban el panorama con gritos combativos contra la asfixiante atmósfera de la región. Una frase posterior resumía así aquella eclosión punk: “Manchester tenía los grupos, Londres la ropa y Belfast los motivos”. Pero The Undertones no terminaban de encajar. Sus ritmos, por ejemplo, eran más pop. Las rimas iban más encaminadas a expresar las preocupaciones de un púber –chicas, amigos, vacaciones- que a la subversión social. Y, encima, procedían de una urbe a 100 kilómetros del meollo. Hasta que en 1979 publicaron su primer álbum con el single Teenage Kicks, que el célebre disc-jockey John Peel pinchó en radios nacionales y les llevó al estrellato.
“Las cosas cambiaron un poco. La gente ya no decía ‘¿Son de Derry? Entonces no merecerán la pena’, sino que llenamos dos noches consecutivas en el Harp”, ríe Bradley. Aun así, seguían en su etiqueta de periféricos. “No nos mudamos a Belfast, así que nosotros actuábamos, dormíamos en el sofá de alguien y volvíamos a casa. Además, nunca escribimos sobre el conflicto. No nos apetecía y ya estaban otros grupos haciéndolo. Y, honestamente, no ha salido ninguna canción buena sobre el tema”, sopesa. En 1983, después de sacar un tercer disco en apenas cuatro años, se despidieron. Según han relatado en alguna ocasión, estaban quedándose “sin vapor”. Su popularidad descendía, dejaron de divertirse y Feargal Sharkey les deslizó la intención de ir en solitario. Algo que no generó rencillas, sino que supuso un “alivio”. The Undertones bajó la persiana indefinidamente, hasta que en 1999 se reunieron de nuevo, ya con Paul McLoone. “Solo queríamos hacer algunos conciertos más, ¡y de repente han pasado 25 años!”, exclama Bradley. También han grabado nuevos trabajos de estudio y una recopilación de su primera etapa, a la que regresan continuamente.
¿Hay nostalgia, quizás? “Volvemos a menudo a aquellos tiempos, pero no sólo por echarlo de menos, sino porque somos amigos desde hace 50 años y hablamos de cosas que nos pasaron. No quedamos para tomar algo y ponernos a recordar, pero sí compartimos anécdotas”, matiza Bradley, narrando una de ellas: “Ayer mismo refrescamos una. En el aparcamiento del hotel, había mucho eco y nos acordamos de cuando íbamos al centro de Derry cantando un anuncio de chocolate con el mismo eco, porque las calles estaban vacías y los edificios derruidos por el conflicto. ¡Y no lo veíamos como algo trágico!”. A pesar del acuerdo de paz en 1998, el desarme progresivo y la renovación política, “sigue habiendo segregación”, señala. “Y se ha enfatizado con el Brexit y la polémica de la frontera. Pero creo que tiene que ver más con la clase social que con la independencia. Es como las áreas de negros y blancos en Estados Unidos: no es tan sencillo acabar con la división”, suspira, sin una solución entre manos.
A Bradley, con un programa semanal en la BBC sobre música y alguna colaboración en prensa, le preocupa el contexto, pero se define como feliz. “Me doy cuenta de lo afortunado que soy. Actuamos sin presiones, disfrutando. Y, lo mejor, todavía no sentimos vergüenza de nosotros mismos al vernos en el escenario”, esgrime, mencionando un mural en su honor pintado a finales de 2023 en un edificio de Derry. Jamás se imaginaron como estrellas ni como dueños de una trayectoria longeva, y eso les ha hecho continuar. “El punk no se hacía con la idea de perdurar, por eso sigue vivo. El género prevalece. Siempre habrá chavales de 20 años tocando como pueden, aunque hayan cambiado muchas cosas. A lo mejor no se ven las crestas, pero se mantiene la actitud”, valora. The Undertones es un modelo para varias generaciones, aunque se sitúen en esa línea entre lo mítico y lo extraño.
“El asunto ahora es que nos hacemos mayores y vemos que nuestro tiempo en el planeta es más corto, más limitado. Así que nos dejamos llevar por lo que nos apetece en cada momento”, afirma, a punto de comenzar este único concierto en España y con algunas citas más por Europa a lo largo del verano. “Nos movemos por impulsos. Si de jóvenes no pensábamos en el siguiente mes, imagínate ahora, que no nos queda mucho”, reflexiona Bradley, sentenciando la conversación con una de las consignas más punkis: “¿Preocuparnos por el futuro? ¡Pero si no tenemos!”.