domingo, 23 de diciembre de 2012

BIG STAR: LA MALA ESTRELLA

Enrique Martínez
Feedback-zine



Un crítico observa la pantalla en blanco de su ordenador mientras suena música de fondo. Se trata de un disco cuya reseña le han encargado, y que contiene canciones de hermética y frágil belleza, de tristeza atroz y narcotizada cadencia. Es pop, pero de una oscuridad latente que pervierte su intención final. El crítico está estancado y no encuentra la manera de sacar la reseña adelante. De repente, surge una visión en el estrecho horizonte de su inteligencia, y una comparación le salva del apuro. Ya está solucionado. Comienza a escribir párrafos vacíos de contenido hasta que pueda escribir las dos palabras mágicas: Big Star.

Otro crítico (o tal vez el mismo) ha recibido otro encargo. Debe analizar un disco muy distinto. Un ejemplar de Power Pop artesanal, con guitarras crujientes y pegadizas melodías, cantadas por un grupo de voces en perfecta y homogénea armonía. Todo el disco desprende una despreocupada y juvenil plenitud, una soleada y algo inocente alegría. Pero el crítico tampoco encuentra la manera de hincarle el diente. De repente se le aparece la solución: Big Star. Compáralos con Big Star y asunto resuelto.

En otro lugar, un aspirante a crítico aficionado (o tal vez el mismo de antes), de esos que nadie entiende por qué narices pierde el tiempo en estos inútiles menesteres, se enfrenta a otra pantalla, también en blanco. Por algún motivo extraño decidió escribir para su Fanzine o E-zine un artículo sobre Big Star. Conoce los dos casos anteriores, la condición de tópico y de lugar común que tienen los discos y las canciones de Big Star. Por supuesto recuerda aquella broma que decía que si los pocos que escucharon a la Velvet Underground a finales de los sesenta terminaron montando una banda, entonces los pocos que escucharon a Big Star al principio de los setenta acabaron todos siendo críticos musicales. También sabe que detrás de ese nombre se esconde algo más. En primer lugar una historia increíble y unos discos muy especiales. Pero que aún hay algo más oculto, y que en el fondo es el motivo por el que se decidió a escribir ese artículo. Sin embargo le cuesta horrores explicarlo y la pantalla del ordenador sigue miserablemente vacía ¿Por dónde empezar?. No lo sabe. Tal vez si comienza por el principio, todo le será mucho más fácil.

LOS BEATLES DE MEMPHIS Y LA GRAN ESTRELLA JUVENIL

Memphis ha sido desde siempre cuna de mucha de la mejor música norteamericana. Durante años ha producido grandes artistas, ha consolidado géneros y estilos. Incluso ha visto nacer, vivir y morir a mitos eternos como Elvis Presley. En sus calles han coexistido sellos y estudios de resonancias míticas: Sun, Ardent, Stax, Muscle Shoals, etc. Pero para lo que nunca ha mostrado Memphis excesivas simpatías es para el pop a la manera que la Invasión Británica de los sesenta terminó por configurar. El blues, el soul más profundo, el rock sureño, de recia sensibilidad y exuberante destreza instrumental, todos tenían allí una escena entregada. Pero a principios de los años setenta, en pleno fiebre de todo menos de pop melódico (glam, hard, progresivo, sinfónico, sureño, etc.) andar con estas cosas en cualquier sitio era nadar a contracorriente. En el río Tennessee, era ahogarse directamente.

El primero de los incautos al que vamos a conocer es Alex Chilton, que cuando Big Star comenzó ya había conocido las mieles de un éxito adolescente como voz solista de los Box Tops. Una banda de soul-pop juvenil (es decir, un invento de productores) que obtuvo importantes éxitos en las listas de la mano de Dan Penn (autor de clásicos del soul sureño como "The Dark End Of The Street") y de canciones como "The Letter". Sin embargo Chilton termina asqueado y harto de su experiencia. Retorna de Nueva York a Memphis con el objetivo de crear algo más personal y comenzar una carrera en solitario. En los estudios Ardent comienza la grabación de un L.P en solitario, que finalmente quedó abortado, hasta su publicación bajo el título de "1970" por el sello.

En el otro lado tenemos a Chris Bell, hijo de un acaudalado empresario de la hostelería local. Criado en la parte noble de la ciudad, desde pequeño desarrolla una gran afición por los Beatles y una sensibilidad excesiva y peligrosamente contraria al país en el que le ha tocado criarse. Ya adolescente, busca la manera de crear una banda en la que desarrollar su fijación por los Fab Four de Liverpool y expresarse mediante canciones. Participa en infinidad de combos amateurs, hasta que en una época en la que le acompañan en ICE WATER su antiguo compañero de colegio Andy Hummel como bajista, y Jody Stephens a la batería, se reencuentra con Chilton y comienzan a congeniar.

La idea de formar un grupo más melódico que lo que en aquel momento domina la escena local se convierte en el objetivo final de su asociación. Sin imponerse una rutina de conciertos, la banda comienza a ensayar y componer. El nuevo grupo se beneficia de material que tanto Bell como Chilton traen de experiencias anteriores, y juntos comienzan a arreglarlo y adaptarlo. La sociedad que conforman se convierte en una versión oscura de la Lennon/McCartney. Supervisando sus pasos está en todo momento John Fry, copropietario de los estudios Ardent, y con el que ya han trabajado en diversos proyectos. Durante un tiempo se convierte en una especie de mentor para ellos, y en el ingeniero y coproductor de sus primeros dos discos.

El nombre de la banda lo encuentran en la forma de cartel luminoso anunciador de una cadena de supermercados locales, y en realidad parece una premonición sarcástica del devenir comercial del grupo. Finalmente de una manera fragmentada, comienzan la grabación de su primer disco, comercializado en 1972 a través de Ardent Records, el sello de Fry, y distribuido por Stax. Esta circunstancia fue una de las principales causas del fracaso comercial de "#1 Record", pese a que recibió críticas excelentes en toda la prensa. Lo cierto es que Stax se encontraba en situación de crisis financiera, y además como sello especializado en Soul, no tenía excesivas ideas para comercializar un grupo de las características de Big Star.

Pese a ser absolutamente ignorado entonces, "#1 Record" es la primera de tres obras maestras. Como dijo Bud Scoopa en su crítica para el Rolling Stone: "No es revolucionario, tan sólo es extraordinariamente bueno". Eso es cierto: su clasicismo aparente es casi absoluto, pues sólo se pueden rastrear ciertos detalles inconfundibles de Big Star (esa oscuridad soterrada y acechando en las esquinas) si se conocen los dos siguientes discos. Aunque por otro lado tampoco se oculta demasiado: el disco se abre con las siguientes frases "¿Nena qué estás haciendo?/ Me llevas a la ruina/ el amor que me estás robando/ me ha provocado el sentimiento/ Me siento morir/ Y no creo que viva otra vez/ Ni siquiera lo ha intentado/ Y se acerca al fin". Según parece en este debut el control de las operaciones estuvo en las manos de Chris Bell, y cierto contraste y fricción entre su sensibilidad y la de Chilton se hace patente. Éste es su disco más esperanzado, juvenil y optimista, si bien esto tampoco lo convierte en uno de esos discos felizmente idiotas.

Porque Bell, una personalidad compleja y golpeada por sus circunstancias (esencialmente su homosexualidad no asumida y cierto abuso de drogas) tenía un asidero ocasional, aunque también una fuente de conflictos en una fe religiosa de la que aparentemente carecía Chilton. Y por ello podía oscilar entre estados de ánimo muy diferentes, de un modo algo esquizofrénico, pero que podían iluminar en última instancia este disco. Esto, sumado a la inclusión de las canciones que tratan con nostalgia una adolescencia de inocencia imposible, como la clásica "Thirteen" (una proposición musicada de cita a una chica del instituto, con todo el candor y la rebeldía hueca del momento) y "In The Sreet" (retrato de ese típico y entrañable tedio veraniego, en la calle sin nada que hacer), conforma una obra que muestra cierta esperanza en el futuro.

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Por ejemplo en la excepcional "The Ballad Of El Goodoo" tenemos al Bell que encuentra finalmente la fuerza para seguir adelante en el Señor: "Hace años mi vida estaba lista para ser vivida/ Pero he estado luchando contra increíbles adversidades/ Se hace tan duro en tiempos como éstos el resistir/ Pero mis principios están allí para aferrarse a ellos/ y a mi lado está Dios". Y también esta esperanza se transmite en "Watch The Sunrise": "Puedo sentirlo, ahora es el momento/ abre los ojos/ los miedos se han ido, y no tardará/ hay una luz en el cielo/ Está bien mirar hacia el exterior/ el día resistirá/ Y mira el amanecer". O la redención a través del amor que expresan tanto la majestuosa "My Life Is Right" como la febril "When My Baby's Beside Me"

Tampoco hay una pureza de formas absoluta en "#1 Record". El origen sureño de la banda y los estilos que posteriormente practicaría Chilton en solitario, se hacen patentes en los temas más nerviosos y rotundos, también más "Kinks", como "Feel", "In The Street", "Don´t Lie To Me" o "When My Baby´s Beside Me". Todas conservan el innato sentido melódico de Big Star, pero también una vertiginosa urgencia rockera. La influencia británica es el principal sustento de las composiciones de Bell y Chilton, aunque con un aroma a Rock'n'Roll tradicional en algunas guitarras que demuestra una sana incapacidad para abstraerse de su ambiente. "#1 Record" es una obra muy acabada y seductora, un prodigio de perfección en un género que aparenta ser más simple de lo que en verdad es. En estos primeros Big Star las voces y las guitarras se entrelazan y se fusionan hasta conformar un sonido que hace saltar a la mente la palabra "perfecto" de manera automática. Pero nadie pareció darse cuenta de todo esto entonces.




POR TODAS LAS RAZONES EQUIVOCADAS

Pese a su indiscutible excelencia, "#1 Record" resultó un desastre comercial absoluto. Recibido con genuino entusiasmo por la crítica, los problemas de Stax para comercializarlo correctamente lastraron fatalmente sus ventas. Una nula difusión radiofónica y las tensiones internas de la banda, que no realiza una gira promocional excesivamente extensa para promocionar el disco, terminan de rematar esta primera vida del grupo.

Chris Bell abandona el barco para no volver. Al parecer, sentía que perdía el control de su propio grupo a manos de Chilton, inevitable foco de toda la atención periodística por su condición de ex - estrella. Dolido, resentido y confuso, Bell se aleja de unos agonizantes Big Star, que finalmente terminan por disolverse con un montón de material preparado pero incompleto.

Sin embargo en Memphis se produce uno de los fenómenos paranormales más terroríficos que haberse pueda: una convención de críticos de rock. Hordas de perversos plumillas invaden la ciudad, preguntando por Big Star todo el rato, por lo que el trío superviviente decide reunirse para realizar una serie de actuaciones ante tan sesuda audiencia. El recibimiento es tan bueno que deciden volver a probar suerte y grabar un segundo disco: el fantástico "Radio City".


Respecto a la autoría de las canciones incluidas en él existe una eterna polémica sobre la decisiva y no reconocida intervención de Bell. Parece ser que, ante la separación y la imposibilidad de partir por la mitad algo tan intangible como las canciones compuestas conjuntamente, se deciden a adjudicarse como ordenado matrimonio los derechos de autor y los créditos y salvarlas para futuros proyectos. Por lo que la sombra de Bell y su estilo aún se perciben en esta segunda obra maestra.

"Radio City" comienza a mostrar la evolución (tal vez una suerte de degeneración) de Chilton y su música hacia las profundidades abismales de "Third/Sister Lovers". Poco a poco la estructura de las canciones pierde rigidez y orden, como si se le aflojara el pulso. En su condición de escalón intermedio entre las dos facetas de Big Star, "Radio City" termina por resultar tan interesante como sus dos hermanos. Se abre con "O My Soul", que recuerda a las canciones que Skip Spence escribía para Moby Grape, nerviosas y aparentemente caóticas. La banda parece a punto de estallar, y los esfuerzos que debe emplear Jody Stephens para mantener el ritmo rozan la proeza: esto es lo que dota de un carácter inconfundible a la faceta más rockera y soul de Big Star. "She's a Mover" y la stoniana "Mod Lang" se sitúan en la misma línea de contundencia, pero aquí imperan los tiempos medios y las baladas, que en todo momento se alejan de los tópicos.

"Life Is White" está repleta del mismo resentimiento amoroso ("Y ni siquiera te quiero ver ahora/ porque sé de lo que careces/ y no quiero volver a eso otra vez"), que puebla la prodigiosa "You Get What You Deserve". Las extrañas pausas, los silencios a contratiempo comienzan a poblar las canciones de Big Star y a dotarlas de un peculiar perfil dramático. "What's Going Ahn" es un preludio de las ralentizadas y oscuras baladas de "Sisters Lovers", aunque con un efecto menos depresivo. Tal vez por la compañía de compañeras más "sonrientes" o menos agresivas, como "Way Out West", o "I'm In Love With a Girl" una desnuda declaración de amor que en su infinita inocencia remite a "Thirteen" y que como cierre del disco deja un sabor de boca menos amargo que el que hubiese producido cualquier otra elección.

Antes hemos recibido el poderoso influjo de auténticas joyas de power pop en estado puro, en su mejor versión. Como el increíble torbellino de voces y guitarras de "Back of a Car" (una pieza de una complejidad increíble comprimida en menos de tres minutos), la psicodélica hermosura de la inicialmente parsimoniosa "Daisy Glaze" (cuyo desarrollo final sorprende al más curtido) y ese clásico absoluto que es "September Gurls" (agridulce comentario de los romances adolescentes de verano, de la mano de una de las melodías más deliciosas de la historia del pop).

Sin embargo, las imponderables excelencias de "Radio City" volvieron a sufrir la misma miserable suerte comercial que el primer álbum, debido al pleito que en ese momento sostiene Stax con CBS sobre la distribución y que paraliza la vida comercial del disco. Andy Hummel abandona el grupo harto de todo. Sin embargo todavía quedaba por llegar el capítulo más increíble de esta saga de fatalidad.


LA INCREÍBLE HISTORIA DE LOS DOS DISCOS MALDITOS

A partir de la salida de Hummel el deterioro personal de Chilton se acerca peligrosamente al desquiciamiento. Inmerso en una tormentosa relación sentimental con Lesa Aldredge, auténtica bomba de relojería, y aumentando progresivamente su consumo de estupefacientes (circunstancia en la que corre paralelo al deterioro de Chris Bell), poco a poco su carácter se torna más problemático, su vida más caótica y su música más oscura y extraña. Bajo la supervisión de Jim Dickinson y con Jody Stephens como única presencia de un miembro original de Big Star, las sesiones del tercer disco se convierten en un genuino "Expediente X".

Mientras, Chris Bell graba por su cuenta, e incluso contando con la presencia ocasional de Chilton, nuevas canciones, en las que también se traslucen sus propias tormentas. Sin embargo ninguno de los dos discos en preparación salió a la luz en el momento correspondiente, convirtiéndose en dos de los "discos perdidos" más míticos del rock americano, especialmente el tercero de Big Star. El de Bell, titulado finalmente "I Am The Cosmos" (como el single que sí consiguió publicar en vida en 1978) fue una obra póstuma, publicada en 1992 por Rykodisc.

El firmado por Big Star, aunque en realidad se trate más de una obra de Chilton en solitario, no apareció hasta 1978. A través del tiempo ha recibido tres nombres diferentes, sin que ninguna de las sucesivas ediciones haya contado con el beneplácito del propio Chilton, que le tiene (o afirma tenerle) especial manía a la música de Big Star, pese a que de vez en cuando acude a su mística para resucitarla y ganarse unos duros. En un principio este extraño tercer álbum se iba a titular "Beale St.Green". Cuando apareció en 1978 en el sello inglés Aura lo hizo ya bajo el título de "Third", al igual que en la edición americana de PVC. Reeditado con más temas por Rykodisc en 1992, lo hizo bajo el nombre de "Sister Lovers", referencia al hecho de que Jody Stephens estaba saliendo a su vez con Hollyday, la hermana de Lesa. Sin embargo nunca hubo una decisión por parte de la gente más directamente involucrada en su creación, Chilton y Dickinson (cuya bizarra post - producción transformó el disco en lo que conocemos) sobre la secuencia definitiva de canciones incluidas y el orden de la misma. El hecho es que el disco probablemente debiera terminar con "Take Care" (que resultaría una despedida apropiada y algo luminosa) e ignorar los "bonus tracks". Pero lo cierto es que tanto "Dream Lover" como "Downs" (una perversa oda a los tranquilizantes) tienen una enorme importancia en el disco, y cualquiera de las grabaciones de estas sesiones posee un carácter muy particular. A excepción de la versión de "Whole Lotta Shakin' Goin' On" de Jerry Lee Lewis, correcta pero superflua.

"Sister Lovers" es generalmente considerado como uno de los discos más oscuros y depresivos de la historia del rock. Esta idea, como toda opinión que se convierte en un lugar común, es a la vez una exageración y un reduccionismo. Sin embargo es cierto que, por momentos, la atmósfera que se respira es completamente opresiva, enferma y depresiva. Y que éste se encuentra muy lejos de ser el arquetípico disco de Power Pop, vital y enérgico. Muchas de las canciones son tan lentas, tan oscuras y frágiles que parecen estarse resquebrajando a mediada que las escuchas, como si al tocarlas se deshicieran como un pergamino avejentado. Tal vez reflejan las drogas en particular (potentes tranquilizantes y alcohol sobre todo) que Chilton estaba consumiendo en cantidades industriales, mientras su relación con Lesa continuaba su accidentado y caótico discurrir.

"Holocaust", una canción de tristeza absolutamente desoladora va seguida nada menos que de "Kangaroo", que resulta difícil de describir en términos de canción pop, con todo su caos de guitarras eléctricas distorsionadas y caprichosas, contundentes baterías que no tocan nada en concreto y en la que la esquiva melodía parece no hacerse tampoco presente del todo. Sin la aparición después de los arreglos de cuerda de Carl Marsh (fantásticos y subliminalmente omnipresentes a lo largo del disco) de "Stroke It Noel", sin duda el disco se terminaría por precipitar a un pozo al que se asoma sin miedo en diversas ocasiones. No hace falta más que observar el arreglo de "Femme Fatale", que resulta más lento y dolido que el original de la Velvet Underground; la narcótica parsimonia de "Tonight" y sobre todo "Big Black Car"; o el comienzo de "O Dana" o de la propia "Stroke It Noel". E incluso imaginar cómo sería esa extraordinaria composición de Jody Stephens ("For You") en el contexto de cualquier otro disco, incluso en cualquiera de los dos anteriores de Big Star.


En el otro lado de la desequilibrada balanza tenemos "Kizza Me", "Thank You Friends", "Jesus Christ" y "You Can't Have Me", exponentes ya terminales de la faceta más urgente y eléctrica de Big Star, que resultan contrapuntos casi testimoniales ante la intensa presencia de las bizarras nuevas canciones Chilton. Un Chilton que, por su parte, da sobradas muestras de una enorme misantropía y un profundo ensimismamiento en unas letras que, de un modo u otro, ya sea a través de la rabia ("You Can't Have Me"), de la ausencia de piedad ("Holocaust") o de su indiferencia ante todo ("Big Black Car"), revelan un proceso de desintegración personal que se ve reflejado en la música de un modo perverso, pero también morboso y fascinante. Auténtica "Cançon Verite", que refleja con crudeza a un hombre aislándose del mundo, consumiéndose en una relación amorosa enfermiza, en una distancia insalvable de las cosas y de las personas, en un falso paraíso artificial de drogas que engañan a la hora de mitigar el dolor, pues éste continúa obviamente presente.

Y sin embargo seguimos estando ante un disco de una belleza enorme, de una capacidad de seducción inexplicable. Con breves retornos a la magia original de los primeros Big Star ("Blue Moon", "Thank You Friends", "For You"). Pero sobre todo con una nueva e irrepetible manera de crear música; y que finalmente lo convierte en un clásico de una enorme influencia años después de su publicación. Repasa "Yankee Hotel Foxtrot" (2002) de Wilco, por ejemplo.

Mientras que John Fry, con el que la relación se había deteriorado hasta límites insoportables, intenta colocar esta rareza en alguna discográfica, y Chilton comienza a proyectar su carrera en solitario, Chris Bell continúa intentando acabar su propio disco, inmerso en un extraño proceso de autodestrucción y reconciliación con Dios, que no desmerece en nada el infierno particular de Chilton. Finalmente en noviembre de 1978 su potente Triumph se estrella, nunca se sabrá si intencionadamente o no, contra un poste y Bell muere, dejando tras de sí un extraordinario puñado de canciones inéditas que tardarían largos años en ver la luz en forma de álbum.

"I Am The Cosmos", cuya grabación tuvo lugar (sin un contrato para su posterior comercialización) entre 1973 y 1978 en un castillo en Francia (Chateau D'Heurville) y los Ardent Studios de Memphis, con colaboraciones ocasionales de Chilton y Dickinson y un núcleo duro de músicos formado por Richard Rosebrough a la batería y Ken Woodley al bajo y el órgano, es un disco que parece recoger el testigo del primer álbum de Big Star con mayor fidelidad que "Sister Lovers". Reivindicando de este modo la verdadera importancia de Bell en el encanto de aquellos primeros Big Star. Aunque la cadencia resulta más perezosa en muchas ocasiones, sugiriendo también un uso y abuso de la heroína y otros narcóticos por parte de Bell, no existe aquí esa fragilidad tan propia de "Sister Lovers". Sin embargo un convencimiento, más fervoroso que empírico, en la redención final se palpa en las letras, repletas también de dolor y desengaño genuinos.

Desde la desesperanza de una canción como la homónima, que abre el disco sin que sepamos si habla de amor a una mujer o de la dependencia de una droga (o de ambas), Bell tiene ya claros tanto el problema como la solución en el segundo corte, "Better Save Yourself" ("Le deberías haber dado tu amor a Jesús/ No te haría daño/ Has estado sentado sobre tu trasero/ intentando encontrar alguna gracia/ Pero más vale que te salves a ti mismo/ si quieres ver su rostro"). Con ocasionales apariciones del nervio más rockero de los primeros Big Star ("Get Away", "Make a Scene", "I Got Kinda Lost", "I Don't Know") y de esas irresistibles baladas acústicas marca de la casa, aparentemente tan bucólicas, ("Speed of Sound", "You and Your Sister", "Look Up". "Though I Know She Lies"), este álbum es otra obra maestra, otro inapelable lección de como cambiar, en palabras de Andrés Calamaro, emoción por canción, otro milagroso producto de las horas intempestivas, los sueños inquietos y las dependencias (químicas y personales) en fase terminal.

Una obra maestra ensombrecida por la leyenda de otra y por su tardía aparición. Pero "I Am The Cosmos", lejos de aclarar todos esos misterios que han rodeado siempre a Big Star, no hace más que espesar su vaporosa presencia. Así, aquel confuso cronista del comienzo asume su fracaso, pero sólo en la medida en que no haya logrado despertar la curiosidad del lector. De no ser así, de haber creado nuevas dudas, de una manera paradójica pero completa habrá cumplido su misión. A veces es en ese misterio donde reside el verdadero encanto.